La negligencia es un pecado mortal

La Biblia condena los descuidos y las imprudencias que perjudican a otros. Y abundan.

Christianity Today June 21, 2024
Ilustración de Abigail Erickson / Fuente Imagen: Getty Images

Según el fiscal estadounidense Damian Williams, varios trabajadores le habían advertido a Finbar O’Neill, constructor de Nueva Jersey, que el muro que había construido no era seguro. Pero O’Neill ignoró sus advertencias. Tal vez pensó que era un pequeño riesgo que valía la pena tomar y que probablemente resultaría a su favor; sin embargo, trágicamente sus empleados tenían la razón. O’Neill fue acusado de negligencia criminal en agosto después de que sus «atajos» en la construcción resultaran mortales. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].

En 2017, la empresa de O’Neill, One Key, había estado construyendo apartamentos de lujo de múltiples estructuras a lo largo del río Hudson en Poughkeepsie. Los planos del sitio exigían que se apilaran grandes montículos de tierra para compactar la tierra suelta antes de que comenzara la construcción. Sin embargo, el constructor decidió erigir un muro de bloques de concreto para contener uno de los montículos en su sitio mientras comenzaban las obras en un terreno contiguo.

El muro se derrumbó a causa del peso de la tierra y Maximiliano Saban, uno de los trabajadores, perdió la vida, mientras que uno más salió herido. Los documentos de la acusación alegan que O’Neill transigió con respecto a las medidas de seguridad a fin de acelerar la construcción.

Estos casos de negligencia son comunes. En mayo de este año, se produjo un incendio en una unidad neonatal de un hospital de Senegal. Murieron once recién nacidos. Según la declaración inicial del Ministerio de Salud de Senegal, el incendio probablemente fue causado por un cortocircuito eléctrico evitable: un cableado defectuoso.

«Este país está enfermo», tuiteó @samba_massaly, uno de los muchos senegaleses que recurrieron a las redes sociales después del incendio del hospital. «Nuestros hospitales se han convertido en lugares de muerte. ¡Demasiada negligencia, indiferencia e imprudencia!».

Cuando pensamos en la injusticia, normalmente pensamos en daños deliberados como el robo, el asesinato y otros actos criminales. Pero los daños por negligencia también son formas de injusticia.

Históricamente, la iglesia ha entendido esto. Los pecados de omisión (cosas que no hacemos, pero que deberíamos) son tan malos como los pecados de comisión (cosas que hacemos, pero no deberíamos). Una visión bíblica de la justicia advierte tanto sobre daños accidentales como sobre males intencionales. Y también apoya que existan reglas para reducir este tipo de accidentes.

Muchos de nosotros nos enfrentamos a la tentación de conformarnos con llevar a cabo un trabajo que no es del todo bueno ni del todo seguro, ya sea por presión de tiempo, por vergüenza de necesitar ayuda o por la creencia de que nuestro trabajo de mala calidad probablemente no perjudicará a nadie. Pero la destreza, la previsión y el cuidado no tienen que ver únicamente con la seguridad: son parte de la búsqueda cristiana de la santidad.

Las intenciones importan. Jesús le enseñó a sus discípulos que las malas intenciones, ya sea que se lleven a cabo o no, son pecaminosas (Mateo 5:22,28). No obstante, la falta de malas intenciones no necesariamente indica inocencia. Una persona puede no tener malicia hacia otra y aun así ser culpable de causarle daño accidentalmente.

De hecho, el pueblo de Israel en la Biblia tenía toda una categoría de leyes sobre los pecados involuntarios (Levítico 4:1 – 5:18).

Si alguien peca involuntariamente… es culpable y sufrirá las consecuencias de su pecado. Llevará al sacerdote un carnero sin defecto, cuyo precio será fijado como sacrificio por la culpa… Así el sacerdote pedirá perdón por el mal que esa persona cometió involuntariamente, y ese pecado será perdonado. (5:17-18)

El disgusto actual de nuestra cultura por el perdón hace que sea difícil pedirlo cuando no teníamos intención de hacer daño. Pero en Israel, los pecados cometidos por accidente (particularmente en casos de negligencia) incurrían en culpa, al igual que los cometidos intencionalmente. Ambos requerían expiación.

¡Con tan alto estándar de justicia, alabado sea Dios por su gracia en la persona y obra de Jesús! Para los cristianos, la ley en todos los puntos (incluidos los pecados involuntarios) quedó satisfecha en la Cruz. Los cristianos ya no están «bajo la ley» y su juicio (Gálatas 5:18).

Sin embargo, la ley tiene mucho que enseñar sobre la naturaleza de la justicia y el amor cristiano por nuestro prójimo (Mateo 22:37-40). Eso incluye sus lecciones sobre daños accidentales.

En el derecho moderno, las personas son culpables en caso de accidente cuando se demuestra que hubo negligencia. Por lo general, se establece una distinción adicional entre negligencia simple (como no arreglar la cerca alrededor de su piscina) y negligencia intencional o grave (como dejar a un niño pequeño solo cerca de una piscina). De manera similar, la ley bíblica identifica diferentes niveles de culpa según el nivel de irresponsabilidad.

Deuteronomio 19:1-13 introduce el principio de negligencia al comparar dos casos de homicidio. En un caso, una persona murió a causa de un accidente provocado por lo que hoy se llamaría negligencia simple. En el caso contrastado, una persona fue asesinada intencionalmente. Cada incidente recibe un veredicto diferente, pero ambos perpetradores son castigados.

El ejemplo del asesinato deliberado comienza con un hombre que «prepara una emboscada, lo asalta, lo mata» (v. 11). Hizo planes. Esperó un momento oportuno. Luego cumplió su propósito. Se trata de un caso claro de asesinato intencional.

De acuerdo a esa ley, el asesino intencional debía ser entregado inmediatamente al vengador. Era culpable de derramamiento de sangre y estaba sujeto al castigo total de la ley. Su acción, motivada por malas intenciones, lo había conducido a la condena.

El ejemplo contrastante es más complejo. En él, un hombre mata a otro por un accidente por descuido. Un hombre estaba cortando leña cuando la punta del hacha se salió del mango. Otra persona que se encontraba cerca salió herida y finalmente murió.

Fue un accidente; no obstante, el portador del hacha era responsable del cuidado y uso de su herramienta. Cualquier persona que utilice una herramienta peligrosa debe ser consciente de sus riesgos (Números 35:17-18). Hay una responsabilidad que conlleva el uso del hacha, especialmente si hay otra persona presente.

En cualquier caso, la sentencia atribuye cierta responsabilidad al portador del hacha. La familia de la víctima habría sido justificada por vengar la muerte de su familiar. Sin embargo, por tratarse de un accidente, la ley concede al leñador la posibilidad de buscar protección y seguridad en una «ciudad de refugio». Si corría al campo de refugiados más cercano y se quedaba allí, se le concedía asilo.

Sin embargo, si abandonaba la ciudad de refugio, perdía esa seguridad y existía la posibilidad de sufrir represalias. Todavía era responsable de la muerte causada por su descuido con el hacha, aun cuando el daño a la persona perjudicada no haya sido efectuado con dolo. (Ver también Números 35:26-27, 32-33). Así, Deuteronomio 19:1-13 deja claro que alguien era considerado moralmente responsable de la muerte de otra persona en ambos casos.

No actuar con suficiente precaución con una herramienta peligrosa es una violación de la justicia. Esta lógica debería desafiar a los cristianos a ejercer el debido cuidado en todas las áreas de la vida.

Sería un error limitar las leyes de homicidio de Deuteronomio 19 a casos de homicidio; de hecho, esos ejemplos extremos están destinados a ser extrapolados a otras situaciones. Se trata de un paradigma legal, no de un estatuto amplio. El pasaje bíblico sobre el homicidio muestra un principio: los accidentes por simple negligencia generalmente incurren en una culpa, aunque la culpa sea menor que en los daños intencionales.

Este principio nos enseña a hacer nuestro trabajo con entusiasmo y con la debida precaución, siempre conscientes de los riesgos potenciales. Ya sea al cortar leña, hacer un cableado eléctrico, recetar medicamentos, preparar la cena en la estufa, conducir un camión por la carretera u operar una máquina en una fábrica, manejar todo peligro de manera responsable es un aspecto de la santidad personal.

Como hemos visto, las penas por negligencia simple son menos severas que por daños intencionales. Sin embargo, hay accidentes que merecen penas iguales a las de los errores deliberados.

La negligencia intencional, a veces llamada negligencia grave, puede aumentar la responsabilidad hasta igualar la de los daños intencionales.

La edición más reciente del Black’s Law Dictionary define la negligencia grave como «un acto u omisión consciente y voluntaria, con descuido imprudente de un deber legal y de las consecuencias que traerá para las otras partes». Es una negligencia pensada y llevada a cabo en conciencia, en contraposición a la irreflexión detrás de la negligencia simple.

La mayor responsabilidad por negligencia intencional se ilustra en un par de leyes bíblicas sobre los bueyes:

Si un toro cornea y mata a un hombre o a una mujer, se matará al toro a pedradas y no se comerá su carne. En tal caso, no se hará responsable al dueño del toro. Si el toro tiene la costumbre de cornear, se le matará a pedradas si llega a matar a un hombre o a una mujer. Si su dueño fue advertido de la costumbre del toro, pero no lo mantuvo sujeto, también será condenado a muerte. Si a cambio de su vida se exige algún pago, deberá pagarlo. (Éxodo 21:28-30)

En el primer escenario, un buey sin antecedentes de agresión atacó y mató a alguien. Fue un hecho inesperado que no podía haberse anticipado razonablemente. Fue un accidente. Sin embargo, el dueño de ese buey enfrentó una consecuencia en tanto que el buey fue sacrificado y al propietario no se le permitió recuperar su carne.

Eso habría sido una pérdida significativa para el dueño del buey. Sufrió una consecuencia real por no sujetar adecuadamente a su buey. Pero fue un incidente de negligencia simple, ya que, aunque el buey era grande e inherentemente peligroso, no había razón para esperar que corneara a alguien.

En el segundo escenario, ocurrieron casi exactamente los mismos eventos. De hecho, no hay diferencia entre los hechos de los dos casos, salvo una excepción. En el último caso, el dueño sabía que su buey tenía tendencia a la agresión y se negó a sujetarlo.

Cuando se ignora deliberadamente un peligro o riesgo conocido se incurre en una negligencia intencional. Y, en el recuento bíblico, esa negligencia intencional marca una profunda diferencia en las sanciones aplicables.

El dueño del segundo buey fue castigado como si él mismo hubiera matado a la persona. Al dueño del segundo buey se le impuso la pena de muerte. En el sistema de justicia de Dios, la negligencia intencional puede elevar la responsabilidad por daño accidental a un nivel igual al de quien tiene la intención de causar daño.

En una entrevista sobre ética y diseño de productos, Steven VanderLeest, coautor de A Christian Field Guide to Technology for Engineers and Designers, ofreció un ejemplo moderno de negligencia grave. «El Ford Pinto», dijo, «fue un ejemplo clásico».

VanderLeest explicó que la ubicación del tanque de gasolina del automóvil compacto de la década de 1970 «era conocida por ser peligrosa en caso de colisión trasera». A pesar de ser consciente de este peligro, Ford decidió «deliberadamente no cambiar el diseño, considerando que los accidentes no justificarían el costo de la modificación».

Consciente del peligro, Ford continuó la producción.

Lamentablemente, incluso en colisiones traseras a velocidades moderadas hubo fugas de combustible e incendios, y se presentaron más de cien demandas contra la empresa fabricante de automóviles. Uno de los casos más destacados fue Grimshaw v. Ford Motor Co.

Durante el juicio de Grimshaw, documentos internos de Ford revelaron el conocimiento previo de la empresa sobre el defecto de diseño y sus riesgos. En este caso, el jurado otorgó 127.8 millones de dólares en daños y perjuicios a los demandantes. «En ese momento», señala Vander Leest, «[fue] la demanda civil más grande [en la historia legal estadounidense]». Ford comenzó a resolver otros casos fuera de los tribunales y emitió un llamado voluntario a fin de que quienes habían adquirido un Pinto llevaran sus automóviles a corregir el defecto de diseño de forma gratuita.

Los daños y perjuicios causados por el Pinto fueron accidentales. La empresa automovilística no tenía intención de provocar heridos ni muertes. Pero tampoco tomó medidas para detenerlos. El problema era bien conocido de antemano. Según los estándares bíblicos de justicia, la negligencia intencional exige penas similares a las necesarias por daños intencionales.

La mitigación de riesgos no es simplemente una cuestión de atención personal. La ley bíblica modela la importancia de la regulación comunitaria para reducir los accidentes.

VanderLeest explica: «Cuanto más poderosa es la tecnología, más regulaciones necesita la sociedad, porque cuanto más compleja y poderosa, más difícil es predecir todos los aspectos en los que algo puede salir mal».

Las tecnologías del antiguo Israel no eran tan poderosas como las nuestras, pero sus leyes regulaban las tecnologías que sí tenían para mitigar el daño. Por ejemplo, Dios le dio a Israel códigos de construcción para practicar diseños y métodos de construcción seguros.

Aquí hay una directiva: «Cuando edifiques una casa nueva, construye una baranda alrededor de la azotea, no sea que alguien se caiga de allí y sobre tu familia recaiga la culpa de su muerte» (Deuteronomio 22:8).

Los tejados planos de las antiguas casas hebreas, como ocurre hoy con muchos edificios del Medio Oriente, se utilizaban para relajarse y, a veces, para dormir. Como se sabía que la gente se congregaría en el tejado, no garantizar las medidas de seguridad constituía negligencia intencionada. Si alguien se cayera y muriera como resultado, el constructor podría ser acusado de homicidio («la culpa de derramamiento de sangre»).

El concepto de negligencia y su naturaleza impía aparece en las normas de salud de Israel, así como en sus normas de seguridad. Levítico 13–14, por ejemplo, proporciona instrucciones para la purificación de personas, casas y prendas de vestir infectadas con enfermedades llamadas, en hebreo, tsara’at. En las personas, tsara’at parece haberse referido a diversas enfermedades ulcerosas de la piel que ya no se conocen (no son lo que hoy se llama lepra o enfermedad de Hansen). Cuando el término era usado para casas y prendas de vestir, el término indicaba una infestación de moho u hongos.

De acuerdo con Levítico 13 y 14, Israel contaba con normas para reportar, inspeccionar y remediar estas condiciones. Estos procesos se instituyeron para detener la propagación del tsara’at y restaurar la pureza ritual a los afectados.

La salud era un aspecto que formaba parte del ritual del pueblo ante Dios. La principal preocupación en torno a las reglas relacionadas al tsara’at era asegurar que el pueblo estuviera listo para adorar a Dios.

Detener la propagación de enfermedades no parece haber sido el objetivo principal, pero fue un aspecto importante de la integridad de la nación. Garantizar que las casas se construyeran de forma segura y que los brotes no se propagaran era una preocupación social que requería protecciones sistémicas mediante la aplicación de la ley por parte de la comunidad. No eran cuestiones meramente personales.

Por lo tanto, el llamado cristiano a vivir con justicia requiere tanto cuidado para evitar negligencias personales como apoyo a las normas comunitarias adecuadas de salud y seguridad.

Hoy en día, las sociedades tienen niveles muy variables de regulación contra daños accidentales como la propagación de enfermedades. James Knox, un médico misionero presbiteriano ortodoxo, ha trabajado en hospitales estadounidenses donde, según él, las regulaciones parecían demasiado onerosas. También ha trabajado en clínicas del mundo en desarrollo donde, dijo, las regulaciones son terriblemente laxas. Actualmente, brinda sus serivicios en Akisyon a Yesu («Compasión de Jesús»), una clínica presbiteriana en Nakaale, Uganda.

Hace dos años, Knox trabajaba en el Centro de Salud y Hospicio Joy en Mbale, Uganda. En ese momento, tenía la nada envidiable distinción de ser el médico que atendió la primera muerte por COVID-19 registrada en Uganda.

En una entrevista con CT, Knox relató: «Los funcionarios de salud del gobierno llegaron con equipo de protección e instituyeron cuarentenas estrictas de inmediato». Inicialmente, la respuesta del gobierno pareció contundente.

«Pero», continuó, «en dos o tres meses, la coordinación gubernamental desapareció y nuestra clínica ni siquiera recibió pruebas de COVID ni equipo de protección».

Según Knox, este tipo de supervisión de «todo o nada» es común. Casos como este muestran que el problema del Pinto pudiera surgir en cualquier entorno donde las soluciones reales parezcan demasiado difíciles de implementar.

¿Qué nivel de negligencia considera un gobierno o una corporación que vale la pena abordar? A veces consideran las multas y las derrotas judiciales como un costo aceptable para hacer negocios o para progresar en el ámbito político. Pero el pueblo de Dios necesita considerar los valores de Dios, no otras recompensas e inconvenientes de la negligencia.

La presentación de informes y la supervisión pueden resultar onerosas. Aun así, los códigos de construcción de Israel y los protocolos levíticos en torno al tsara’at nos muestran que Dios espera que las comunidades establezcan políticas cooperativas para reducir el daño.

La Biblia no proporciona una lista de regulaciones apropiadas para cada tiempo y lugar, ni muchos detalles sobre cómo deben administrarse. Esas decisiones, que varían de una sociedad a otra, son cuestiones que deben ser debatidas por la comunidad. Son deliberaciones en las que los cristianos deberían apoyar y en las que deberían participar.

Los evangélicos suelen estar bien organizados para apoyar cuestiones como la legislación provida y la libertad religiosa. La influencia de la Biblia también debería llevar a los cristianos a abogar por protecciones sistémicas contra daños no intencionales, como edificios inseguros y brotes patógenos.

La justicia en una sociedad no es únicamente obra de los sistemas judiciales. Tampoco se limita a restringir las conductas ilícitas deliberadas a través de la policía u otros medios. La justicia es en realidad el deber de cada uno de nosotros ante Dios (Miqueas 6:8). Y la justicia incluye tratar de prevenir accidentes.

La ley bíblica ofrece paradigmas, presentados en las prácticas del antiguo Israel, que nos ayudan a pensar en esos aspectos de la santidad para su aplicación hoy. Hay mucha necesidad de un fuerte testimonio cristiano en esta materia, especialmente con el creciente poder de las tecnologías modernas y su potencial de causar daños accidentales.

Incluso en Estados Unidos, donde los accidentes son menos frecuentes que en otras regiones del mundo, su alcance es grave. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) publicaron recientemente un estudio sobre las «Diez principales causas de muerte en los EE. UU. entre 1 y 44 años de edad entre 1981 y 2020». La principal causa de muerte en ese grupo de edad durante cuatro décadas fue la «lesión no intencional», una categoría que, trágicamente, ha aumentado en los últimos años debido a las sobredosis de drogas. Casi 2.5 veces más personas murieron por lesiones no intencionales (más de 2 millones) que, por la segunda fatalidad más común: el cáncer (868 100).

Por supuesto, los riesgos nunca pueden evitarse por completo. En teoría, la ley de Israel podría haber prohibido por completo el uso de bueyes en las granjas hebreas para evitar que la gente fuera corneada. «Donde no hay bueyes», afirma Proverbios 14:4, «el granero está vacío». Además, no habría accidentes con bueyes. Sin embargo, «con la fuerza del buey aumenta la cosecha».

Dios llama a la humanidad a ser productiva y valiente, administrando el mundo y desarrollando comunidades. Los riesgos no son completamente evitables ni son necesariamente negligentes. Pero los daños accidentales deben minimizarse cuidadosamente. Y cuando se conocen los riesgos, sería intencionalmente negligente ignorarlos.

Podemos extrapolar fielmente más allá del ganado y de las regulaciones de seguridad y prevención establecidas por los gobiernos. Al igual que el dueño del buey bíblico, el dueño de una mascota hoy en día debe tomar precauciones si sabe que una mascota es agresiva. Se sabe que enviar mensajes de texto mientras se conduce es extremadamente peligroso; es negligencia intencionada enviar mensajes de texto y conducir.

Saber que uno está infectado de alguna enfermedad contagiosa y no protegerse para evitar la propagación de la misma es otro ejemplo moderno de negligencia intencional. Esto conllevaría a una mayor responsabilidad (a los ojos de Dios, aunque no legalmente) si como resultado otros resultaran infectados y perjudicados.

Este principio también trae luz a la forma en que abordamos el abuso sexual en la iglesia. Al igual que el hombre que sabe que su buey es propenso a la agresión, aquellos en el liderazgo que conocen las tendencias de un abusador son responsables de utilizar ese conocimiento.

Saber del abuso y no hacer nada al respecto deliberadamente, o tratarlo de manera insuficiente, es negligencia, y las personas con la autoridad para prevenir más daños no son inocentes si esto ocurre. La complicidad en este caso no significa que colaboraron con un abusador: significa que no tomaron medidas responsables.

Dentro de la visión bíblica de la justicia, la negligencia deliberada puede ser tan grave como el daño intencional. Prestar plena atención a todos los riesgos conocidos, incluso cuando se requieren sacrificios, es parte de la búsqueda cristiana de la santidad.

Michael LeFebvre es un ministro presbiteriano, un erudito del Antiguo Testamento y miembro del Centro de Pastores Teólogos. Es autor de The Liturgy of Creation: Understanding Calendars in Old Testament Context.

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