Tu predicación no es la obra de Dios. Tú eres la obra de Dios.

Cómo la transformación interior da forma a la proclamación exterior.

Christianity Today March 24, 2022
Giacomo Flisi / Unsplash

Tu predicación no es la obra de Dios. eres la obra de Dios.

Recibí esta visión de una manera peculiar.

Mientras estaba ocupado liderando una fundación que ayudaba a las denominaciones a empezar nuevas iglesias, de forma inesperada un cazatalentos se me acercó preguntando si estaba interesado en liderar la organización Alpha en los EE. UU. Siempre me ha gustado la intersección entre el evangelismo, la iglesia y la cultura. Sentía un gran respeto por los líderes internacionales de Alpha, así que busqué discernimiento con sinceridad antes de aceptar este nuevo papel.

Como parte de esa búsqueda, llamé por teléfono a mi amigo Dallas Willard. Dallas se percató de que yo estaba poniendo mucho énfasis en la elección de un trabajo. Me dijo: «Todd, tu trabajo no es la obra de Dios. eres la obra de Dios. Tu trabajo no es más que un contexto en el cual aprendes a ser como Jesús». He llegado a comprender que lo que aprendí acerca del trabajo aquel día también se aplica a la predicación: Todd, tu predicación no es la obra de Dios. Tú eres la obra de Dios. La predicación fluye desde la obra interna de Dios.

Antes de la proclamación

Proclamar es decir en voz alta algo en público. Los predicadores amamos la proclamación: es activa y enérgica. También nos suele motivar la idea de lo que Dios está haciendo a través de nosotros. Hay cierta emoción en ser usado por Dios. ¡Es emocionante! Esto en sí mismo no es un problema, siempre y cuando reconozcamos que la proclamación requiere «preclamación»: la afirmación tranquila y oculta de nuestros corazones en Dios, para que nuestra motivación central, sin importar el tamaño de la concurrencia, sea predicar para una audiencia donde solo hay Uno.

Esa predicación es la expresión exterior de un viaje interior. La predicación está conectada inevitablemente con la vida interior del predicador. La realidad que uno tiene en su interior es el manantial desde el cual fluye la predicación. Lo que Dios está haciendo en mí se vierte hacia fuera a través de mi predicación.

Existe una estrecha conexión entre la transformación interna y la proclamación externa. La primera, irremediable e inevitablemente, da color a la segunda. Podemos intentar fingirlo, pero es seguro que un corazón vacío producirá una enseñanza vacía. Un corazón irritable se reflejará en un sermón irritable y antipático. Un corazón ansioso irradiará un mensaje que producirá ansiedad. Un corazón lleno de juicio envenenará una homilía. Y un corazón que anhela «Dios, habla a través de mí» en la predicación tendrá graves obstáculos si primero no oramos: «Dios, háblame a mí». Debemos prestar atención a la cuestión crucial: «¿Qué está haciendo Dios en mí?».

Los tesoros de tu corazón

Un trabajo exegético y hermenéutico sólido es crucial. También es buena una forma homilética eficaz. Pero los predicadores anhelamos algo más profundo. Anhelamos que un poder especial fluya en nosotros y se derrame desde nosotros.

¿Qué hace que una predicación sea buena? Los tesoros que uno tiene en el corazón. He descubierto que practicar la sabiduría de Jesús acerca del corazón renueva la predicación: «Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón»; «De la abundancia del corazón habla la boca»; «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Mateo 6:21; 12:34; 22:37, énfasis añadido).

Los afectos de nuestro corazón quedan expuestos en la predicación al igual que nuestro intelecto (o quizá más aún). Mi amigo Dallas deseaba empujarme hacia afectos ordenados correctamente. Al aplicarlo a la predicación, él escribe:

Es posible que los hombres y mujeres en el ministerio que no encuentran satisfacción en Cristo lo demuestren con un esfuerzo y una preparación excesivos a la hora de hablar, y sin paz con respecto a lo que hacen después. Si no hemos llegado a aprender a descansar en Dios, meditaremos en lo dicho en el sermón y pensaremos: Oh, si hubiera hecho esto… o Oh, si hubiera hecho aquello… cuando llegas al espacio en el que bebes intensamente de Dios y confías en que Él actúa contigo, hay paz en lo que has comunicado.

Predicar sin encontrar contentamiento en Jesús es correr el riesgo de convertir una congregación del cuerpo de Cristo en una audiencia de la cual obtenemos energía carnal y una falsa satisfacción de corta duración. La tentación funciona así: No me siento particularmente contento en Cristo, así que, cuando mi sermón tiene una puntuación de 6.5 en vez de 10, me siento inseguro y necesito que la multitud me dé algo para asegurarme de que soy una persona valiosa. Sin embargo, los predicadores que han encontrado su satisfacción más profunda en Jesús no suelen sentirse tentados a utilizar a la concurrencia para que les haga sentir a salvo o seguros.

Desarrollar esta forma de contentamiento es más fácil de decir que de hacer. Puede que lo hagamos bien en algunas épocas de la vida y mal en otras. Sin embargo, las actitudes coherentes y los estados emocionales estables llegarán si cultivamos el corazón descrito arriba por Jesús. Mi paráfrasis de Proverbios 4:23 me ayuda a alinearme con lo que Jesús visualizó: «Pon todo lo que tienes al cuidado de tu corazón —lo más escondido, causativo y motivacional de ti—, porque todo lo que haces fluye de ahí. Esta es la fuente real de tu vida exterior. Determina a qué equivale tu vida».

Los domingos son una molienda

Los domingos y sus demandas de predicación vuelven una y otra vez como la incansable piedra de un molino. Y esa molienda, con el tiempo, puede deformar nuestros espíritus y de esta forma arruinar nuestra predicación. Pablo era consciente de la conexión entre su espíritu y la predicación. De hecho, él dijo: «Pues Dios, a quien sirvo en mi espíritu en la predicación del evangelio» (Romanos 1:9, LBLA). En mi espíritu significa, en esencia, «de una manera espiritual». Se refiere a la predicación que viene de algún lugar dentro de él. Es la predicación que no se trata solamente de una actividad mental o corporal, sino que emerge del corazón y del alma de uno.

En medio de la molienda semanal de escribir sermones, ¿cómo protegemos nuestros corazones y almas? ¿qué puede hacer que nuestra predicación siga siendo fresca, liberada y fructífera? Es difícil, pero estoy descubriendo que no tengo que ser la víctima de la molienda. Varios principios me ayudan.

Eugene Peterson, al describir el terreno del que crecen las mejores predicaciones, citó Moby-Dick de Herman Melville: «Para asegurar la mayor eficacia del tiro, los arponeros de este mundo deberían saltar sobre sus pies bien descansados, y no agotados por el trabajo». En vez de descansar siempre de la predicación, estoy aprendiendo a predicar desde un descanso esencial. También paso tiempo en la contemplación y en la recepción de la gracia y la paz. Esto me libera del esfuerzo por controlar los resultados. Me da una ligereza de corazón desde la cual puedo predicar, sabiendo que Dios hace por nosotros, los predicadores, lo que no podemos hacer por nosotros mismos.

La molienda es menos desgastante cuando cultivamos una dependencia cada vez mayor en el Espíritu Santo. Para mí, el acto de hablar en público cada vez se trata más de comunicar aquello que escuché en privado. Un corazón silencioso, que escucha y se encuentra en sintonía con el Espíritu Santo, así como el texto y mi contexto, parecen ser los ingredientes clave para una predicación eficaz.

Una predicación con gracia, generosa y generativa

Como joven predicador, yo solía orar por diferentes clases de éxito: poder hablar bien, obtener más invitaciones para predicar, o tener a montones de personas deseosas de tener una grabación de mi charla. Pero las oraciones de mis últimos años se alinean mucho mejor con las ideas que hemos estado discutiendo.

Ahora, justo antes de ponerme en pie para hablar, pongo mi mano en el lugar del cual Jesús dijo que provienen las palabras: mi corazón. Oro: Dios, ayúdame a estar totalmente presente en este momento y para este grupo de personas. Irradia en mí y a través de mí una presencia llena de gracia, generosa y generativa. El Salmo 23 es muy útil también en estos momentos. Yo me imagino los elementos corporales implícitos en las palabras del salmo: «Has ungido con perfume mi cabeza; has llenado mi copa a rebosar» (v. 5).

Con el conocimiento de que yo soy la obra de Dios y de que Él ha estado obrando en mí, entonces pido que aquello que Dios ha hecho real en mí sea de beneficio para los demás. Recordando que el Maestro dijo: «De la abundancia del corazón habla la boca», asciendo al púlpito con la intención de predicar desde dentro hacia afuera.

Todd Hunter es obispo de Churches for the Sake of Others de la Iglesia Anglicana de Norteamérica. Es escritor y profesor, y expresidente de Vineyard USA y Alpha USA.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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