Por qué John Perkins no quería más cristianos blancos como Jonathan Edwards

Una historia violenta y pecaminosa exige una presentación más clara del evangelio.

Christianity Today February 24, 2022
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Courtesy of John and Vera Mae Perkins Foundation / WikiMedia Commons / Rischgitz / Stringer / Getty

John Perkins se puso de pie en la reunión de planificación de una cruzada de Billy Graham que tendría lugar en Jackson, Misisipi, en 1975.

El pastor negro y activista de los derechos civiles fue invitado a la reunión junto con un grupo de clérigos afroamericanos de la zona, porque el propio Graham había insistido en que en el evento de evangelización no debería haber segregación racial. Los habitantes de Misisipi, blancos y negros, escucharían el evangelio juntos. Perkins amaba a Billy Graham y su poderoso mensaje evangélico, y se entusiasmó al saber que el principal evangelista del mundo estaba tomando medidas prácticas para acabar con la segregación en la iglesia.

Entonces, asistió a la reunión en el hotel Holiday Inn en Jackson y se sentó en el lado negro de la sala de conferencias, junto a todos los pastores negros, y miró hacia el lado blanco, donde estaban todos los pastores blancos.

Luego, se puso de pie.

Preguntó a los pastores blancos si sus iglesias estaban comprometidas a aceptar en sus congregaciones nuevos conversos de la cruzada si los hermanos y hermanas nacidos de nuevo eran negros.

Él no creía que ellos estuvieran preparados para eso en Misisipi. Y si ellos no estaban listos, él no sabría si lo estaría tampoco.

«No sé si quiero o no participar en producir el mismo tipo de cristianos blancos que hemos tenido en el pasado», dijo Perkins.

Estaba pensando en todos los cristianos blancos que habían cerrado las puertas de sus iglesias a los negros. Y en los cristianos blancos que habían apoyado el Plan Misisipi para evitar que los negros votaran, con el objetivo de «establecer la supremacía blanca en el Estado, dentro de los límites impuestos por la Constitución Federal», tal como lo describió un legislador estatal en ese momento [enlaces en inglés] .

Estaba pensando en los cristianos blancos cuya única respuesta a la violencia racista perpetrada contra los cuerpos de los negros fue decir: «Esperen». Y en los cristianos blancos que no solo no se habían sentido impulsados a unirse a las protestas por los derechos civiles tras la injusticia de Jim Crow, sino que también habían visto iglesias negras en sus propios pueblos destruidas, quemadas y bombardeadas, y nunca dijeron nada.

Y también podría haber estado pensando en Jonathan Edwards.

Sacudir a los cristianos y convencer a los pecadores

Edwards, por supuesto, era un teólogo y pastor puritano de Nueva Inglaterra que había muerto hacía más de 200 años. Tuvo una marcada influencia en los evangelistas estadounidenses, desde Charles Finney hasta Billy Graham. Y moldeó profundamente a varios predicadores notables del siglo XX, incluidos John MacArthur y John Piper, quien una vez dijo que, para él, los escritos de Edwards «exaltan a Cristo, rinden reverencia a Dios, iluminan las Escrituras, atraen la justicia, endulzan la oración, impulsan las misiones y profundizan el amor más que ningún otro autor fuera de la Biblia».

Durante la mayor parte de la historia estadounidense, Edwards fue conocido específicamente por su papel en el Gran Despertar. Predicó un sermón increíble sobre el infierno y las arañas que encendió el fuego del avivamiento.

El sermón fue tan icónico, tan central para lo que los cristianos enfocados en el avivamiento en Estados Unidos querían decir cuando decían «avivamiento», que Billy Graham una vez predicó el mismo sermón. En Los Ángeles en 1949, Graham le dijo a su audiencia que iba a hacer algo un poco diferente y en lugar de predicar sus propias palabras, predicaría las de Jonathan Edwards.

«No es demasiado largo», dijo. «Voy a leerlo e improvisar parte de él, pero quiero que sientan el poder, quiero que sientan el lenguaje. Le pido esta noche al mismo bendito Espíritu Santo que se movió en ese día que se mueva nuevamente esta noche en 1949 y nos saque de nuestro letargo como cristianos y convenza a los pecadores para que podamos llegar al arrepentimiento».

Perkins probablemente no lo sabía, aunque estaba en Los Ángeles en ese momento. Había huido a California desde Misisipi dos años antes, después de que un oficial del alguacil de raza blanca matara a su hermano. Pero Perkins aún no había aceptado el evangelio y venido a Jesús.

No fue sino hasta 1957 que Perkins fue a una clase de escuela dominical con su hijo, escuchó y aceptó la verdad de que Dios lo amaba. Luego fue y estudió cómo ser un predicador con el padre de John MacArthur, Jack, y regresó a Misisipi para comenzar un ministerio con el mismo nombre del programa de radio de Jack MacArthur: Voice of Calvary Ministries.

Entonces, Perkins probablemente no sabía que Graham había predicado alguna vez el sermon «Pecadores en las manos de un Dios enojado».

Probablemente, tampoco sabía que Edwards defendió la esclavitud y él mismo compró dos niños negros a lo largo de su vida: una niña de 14 años y un niño de 3 años. La explicación de Edwards para poseer humanos con un color de piel distinto nunca fue publicada.

Comprando humanos

Los biógrafos de Edwards mencionaron brevemente a los esclavos y la esclavitud, pero no entraron en detalles sobre cómo el ministro, a los 27 años, condujo personalmente más de 130 millas para pagar 80 libras por una niña de 14 años, a quien los hombres que la robaron de África llamaron Venus. Cuando regresó a casa, el cuerpo de la niña, su trabajo y todos sus futuros hijos, así como los cuerpos y el trabajo de ellos, le pertenecían por ley. Tenía un recibo en su bolsillo que decía que ella era suya para «usar y beneficiarse» (hacer uso de ella) «para siempre».

Los biógrafos tampoco mencionaron cómo, a los 52 años, Edwards compró otro humano, un niño pequeño llamado Titus. Pagó 30 libras por el niño de tres años. Cuando el niño tenía cinco años, Edwards lo incluyó en su testamento, dentro de una lista de animales que poseía.

Pero si Perkins no sabía sobre la relación personal del famoso predicador con la esclavitud o su defensa privada de esa práctica, sí sabía que nada en el gran sermón de Edwards sobre el pecado había convencido a nadie en Misisipi de que la esclavitud, la segregación racial o la supremacía blanca estaban mal.

Sabía que los cristianos blancos podían abrazar a los predicadores del cristianismo de avivamiento, desde Edwards hasta Graham, sin cuestionar siquiera la injusticia que sufrían los negros que los rodeaban.

Sabía que algunos cristianos blancos en Misisipi incluso llamaron a sus hijos Jonathan Edwards. Y algunos de esos niños se convirtieron en racistas violentos.

Perkins conoció a uno de ellos personalmente. Así que cuando se puso de pie en la reunión de planificación del evento de evangelización y dijo: «No sé si quiero o no participar en producir el mismo tipo de cristianos blancos que hemos tenido en el pasado», bien pudo haber estado pensando en aquel Jonathan Edwards.

Izquierda: Perkins arrestado luego de una protesta en 1970. En el medio: Marcha por el funeral de Medgar Evers en 1961. Derecha: La familia Perkins en 1960.Illustration by Mallory Rentsch / Source Images Courtesy of JVMPF
Izquierda: Perkins arrestado luego de una protesta en 1970. En el medio: Marcha por el funeral de Medgar Evers en 1961. Derecha: La familia Perkins en 1960.

El otro Jonathan Edwards

Ese otro Edwards, Jonathan R. Edwards, fue elegido alguacil del condado de Rankin en 1962. Una de las cosas que mencionó a los votantes en su campaña, además de sus seis años como oficial de la comisaría y sus profundas raíces en la comunidad, fue que era un bautista de toda la vida.

El mes después de que asumió el cargo, Edwards fue llamado a la corte del condado de Rankin porque tres hombres negros intentaban registrarse para votar. En ese momento, había 6944 afroamericanos en el condado de Rankin, pero solo 43 de ellos podían votar. Si estos hombres se registraran, sumarían 46.

Pero Edwards y sus ayudantes se aseguraron de que eso no sucediera. El comisario se acercó a uno de los hombres y lo golpeó.

«Lo golpeé y seguí golpeándolo», testificó Edwards más tarde en la corte. «Y si no hubiera corrido, habría seguido golpeándolo».

El hombre negro, que bien pudo haber sido capacitado por el Comité Coordinador Estudiantil No Violento, no enfrentó la violencia del comisario con violencia. De cualquier forma, eso no impidió que Edwards lo golpeara más.

«Lo abofeteé la primera vez», dijo Edwards. «Lo derribé, y se cayó aquí, y me puse encima de él, y no sé cuántas veces lo golpeé, todas las que pude».

El juez del caso dictaminó que Edwards no había violado los derechos civiles del hombre. Dijo que el alguacil no estaba tratando de evitar que nadie votara, y que fue «puramente incidental» que la golpiza ocurriera en la oficina del registro.

Además, concluyó el juez, se trataba de un «evento pasado» y «no había justificación razonable para creer que tal incidente pudiera volver a ocurrir».

Sucedió de nuevo. Esa vez, el comisario con el nombre del gran predicador estadounidense agredió a John Perkins.

En 1970, Perkins dirigió a más de 100 manifestantes en una marcha en protesta por los negocios segregados en Misisipi. Ellos corearon: «Haz lo correcto, hombre blanco, haz lo correcto». De camino a casa después de la marcha, 20 estudiantes universitarios fueron arrestados y llevados a la cárcel del condado de Rankin. Temiendo que los estudiantes pudieran ser linchados, Perkins y otros dos líderes del boicot se apresuraron a rescatarlos.

Encontraron a los agentes del alguacil bebiendo whisky de maíz. Los diputados habían rapado a la fuerza las cabezas de dos de los manifestantes y estaban vertiendo el licor sobre su cuero cabelludo recién rapado.

Cuando Edwards vio a Perkins entrar a la cárcel, lo reconoció como el líder. Él dijo: «Este es el [negro] inteligente». Entonces empezó a golpearlo.

Golpeó a Perkins, posiblemente con una cachiporra, un arma hecha de madera y plomo envuelta en cuero. Perkins cayó y Edwards lo pateó, brutal y repetidamente, deteniéndose solo para volver a meterse la camisa.

Cuando terminó la golpiza, el comisario hizo que el ministro se levantara y limpiara su propia sangre del piso.

Edwards testificó más tarde que Perkins le había lanzado un puñetazo sin provocación, pero falló. Nadie más vio eso. Perkins también tenía una pistola en su auto, aunque no la había traído con él dentro de la comisaría y el comisario no se enteró sino hasta después del arresto cuando fue y registró el auto.

Sin embargo, Edwards le dijo al tribunal que la violencia estaba justificada.

«Claro, fueron maltratados», dijo, «pero ellos lo pidieron».

Lo que el evangelio puede hacer

Perkins casi muere a causa de sus heridas. En el hospital, pensó mucho en el racismo que lo había puesto allí. Pensó en los blancos, cristianos blancos, que le pondrían por nombre a su hijo Jonathan Edwards y lo harían crecer para convertirse en un comisario racista.

«Llegué a la conclusión, a la dura conclusión», dijo Perkins más tarde, «de que los blancos de Misisipi eran crueles. Y eran injustos. Y el sistema estaba totalmente en bancarrota… Me quedé con la idea de que había que derribarlo».

Como cristiano, Perkins creía que el evangelio podía derrocar ese sistema. Dios podía reconciliar a los pecadores consigo mismo y entre sí. Jesús podía quitar el odio de los corazones humanos y reemplazarlo con amor. El Espíritu Santo podría mover a la gente a renunciar al poder en lugar de defenderlo con violencia.

Perkins predicaría y protestaría y correría el riesgo de ser lesionado nuevamente porque creía en el poder del evangelio.

Sin embargo, no podría ser un evangelio que produjera más Jonathan Edwards.

Es por eso por lo que se puso de pie en 1975 y les preguntó a las personas que planeaban una cruzada de Billy Graham una pregunta que todavía resuena en los Estados Unidos hoy: ¿El evangelio que están predicando producirá un tipo diferente de cristianos blancos que los que ha producido en el pasado?

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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