Este artículo fue adaptado del boletín de Russell Moore. Suscríbase aquí [enlaces en inglés].
A comienzos de enero resurgió en Twitter un viejo video en el que John MacArthur, pastor de la iglesia Grace Community Church de Los Ángeles, anunciaba que no apoyaba la libertad religiosa. En el video, MacArthur argumentó que apoyar la libertad religiosa promueve la idolatría y empodera al reino de las tinieblas; que «la libertad religiosa es lo que envía a las personas al infierno».
Algunos informes sostienen que la cita está fuera de contexto, ya que es parte de un argumento más amplio. Aun así, este tipo de argumento contra la libertad religiosa es familiar, generalmente en referencia a la religión de otra persona.
Hace años, un pastor me dijo que la libertad religiosa es esencialmente la afirmación de las palabras de la serpiente: «Ciertamente no morirán» (Génesis 3:4). Otorgar libertad religiosa a las religiones falsas, afirmó, es el equivalente a permitir que los profetas de Baal tengan un lugar propio en el Monte Carmelo.
Estas son ciertamente declaraciones de una fuerte convicción, como si se tratara de proposiciones de verdad bíblicas a las que la única respuesta apropiada debería ser un fuerte «¡Amén!». Por supuesto, solo hasta que uno realmente escucha lo que se dice y lo escucha como lo que es: liberalismo teológico.
Después de todo, la libertad religiosa, (ya sea como la articularon los primeros bautistas británicos, los anabaptistas perseguidos de la era de la Reforma o los evangelistas coloniales estadounidenses y sus aliados) nunca ha consistido en un pluralismo que dice: «Tú crees en Baal; yo creo en Dios: ¿qué diferencia hace?».
La pregunta sobre el tema de la libertad religiosa es quién debería tener el poder regulador sobre la religión. Si piensas que la religión no debería ser regulada por el estado, entonces crees en la libertad religiosa.
Es por eso que las denominaciones con la palabra «libre» en su nombre (como los metodistas libres, por ejemplo) —junto con aquellos que creen en la necesidad del arrepentimiento personal y la fe— han sido los defensores más fervientes de la libertad religiosa para todos.
Estos grupos de personas entienden que el evangelio según Jesús no es una afirmación externa de una creencia genérica, proveniente de un corazón que no ha sido transformado. No es aceptar el cristianismo como boleto de ingreso a la sociedad.
Más bien, el evangelio según Jesús significa que «hay un solo Dios y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Uno puede ponerse de pie ante Dios en el juicio solamente mediante la unión con Jesucristo crucificado y resucitado. Y uno únicamente puede entrar en unión con Cristo por gracia a través de la fe (Romanos 3:21-31).
Esa fe, tal como la definieron Jesús y sus apóstoles, no proviene del poder o la autoridad de una nación o un gobernante; ni siquiera de una estructura religiosa. Si ese fuera el caso, Juan el Bautista no habría necesitado predicar el arrepentimiento a los descendientes de Abraham (Mateo 3:10). Además, el apóstol Pablo no podría haber encontrado falta en aquellos que servían a los dioses falsos escogidos por sus tradiciones nacionales o familiares (Hechos 17:22–31).
Por el contrario, el evangelio se dirige a cada persona —una por una—, como un individuo que comparecerá ante el tribunal de Cristo, que rendirá cuentas individualmente y a quien se le ordena creer personalmente en el evangelio y arrepentirse de su pecado (Romanos 10:9-17).
Como Jesús le dijo a Nicodemo de noche: «De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios, dijo Jesús» (Juan 3:3).
¿Y cómo ocurre este nuevo nacimiento, es decir, la recepción personal de Cristo por la fe? No sucede por el cambio de un escudo familiar ni por voto del consejo de la ciudad, sino a través del Espíritu Santo que abre el corazón; «… mediante la clara exposición de la verdad…» (2 Corintios 4:2), recomendándose a sí misma a cada conciencia.
Algunos de los viejos liberalismos y evangelios sociales de varios tipos preferían un mensaje diferente: un evangelio que cambiara las apariencias y no exigiera el arrepentimiento personal y la fe. Bajo tal evangelio, si un país era «cristiano», entonces sus ciudadanos también lo eran. Mientras el gobernante de uno fuera «cristiano», entonces uno podría considerarse parte de la iglesia. Si la moralidad de uno estaba adecuadamente regulada, ya sea por la ley o por la costumbre social, entonces uno era un buen cristiano.
Y todo eso estaría muy bien si no hubiera un infierno. Pero si Jesús está diciendo la verdad de que hay un juicio por venir, y que nadie llega al Padre, sino por Él (Juan 14:6) (ese «llegar al Padre» significa no solo un comportamiento externo sino la fe en Él, v. 6:40), entonces ningún edicto legal o presión social podría regenerar un corazón humano. Tales cosas no pueden convertir a una persona en un verdadero cristiano. Ese no es el evangelio de Jesucristo.
La libertad religiosa es una restricción al poder del Estado para erigirse en mediador entre Dios y la humanidad. No es una afirmación de idolatría, de la misma forma que decir: «El gobierno no debería quitarte a tu bebé y criar a tus hijos» no te convierte en un mal padre. Decir que los padres deben criar a sus hijos y no el gobierno, no significa que todos sean buenos padres. Simplemente, significa que, los padres deben criar a sus hijos, en lugar del estado (excepto en situaciones únicas y extremas).
La libertad religiosa no significa que la religión de todos sea verdadera. Lo que sí significa es que Dios juzga el corazón y que las personas realmente deben creer en su corazón que Jesús es el Señor, en lugar de decir: «Señor, Señor» simplemente porque la ley así lo exige.
Si no hay libertad religiosa, entonces los asuntos de mayor importancia no están a consideración de los individuos, sino solo de las mayorías. Si vivieras en Dinamarca en el siglo XIX, estaría decidido que eres luterano. Si vivieras en la Unión Soviética en el siglo XX, estaría decidido que eres ateo marxista. Si vivieras en la Arabia Saudita del siglo XXI, serías musulmán, sin hacer pregunta alguna. Esa podría ser una forma usada por el estado para adoctrinar a sus ciudadanos, pero no es el evangelio de Jesucristo.
Si la libertad religiosa estuviera mal, las mayorías no solamente decidirían la afiliación religiosa, sino que también dictarían qué se permite y qué no al desviarse de esa afiliación religiosa.
¿Alguien realmente cree que la ciudad de Los Ángeles adoptaría el cristianismo dispensacionalista calvinista? Nadie cree eso, incluido —o tal vez, especialmente— John MacArthur (quien pasó casi dos años yendo y viniendo a los tribunales del estado de California litigando sobre la libertad de reunión de su iglesia a pesar de las regulaciones de por la pandemia de COVID-19, presentando precisamente argumentos basados en la libertad religiosa).
Si California decidiera que la religión oficial del estado fuera el budismo zen, yo estaría dispuesto a apostar a que Grace Community Church no dejaría de predicar el Evangelio. Y no deberían. Eso es libertad religiosa. Y apostaría también que, si el estado de California votara en su legislatura que todos los ciudadanos del estado son buenos cristianos, Grace Community Church no dejaría de llamar a sus vecinos a arrepentirse y creer en Cristo personalmente. Eso es libertad religiosa.
Creemos en la libertad religiosa no porque creamos en la libertad en sus propios términos, sino porque creemos en la exclusividad de Cristo y en el poder del Evangelio. Creemos que hay un Nombre bajo el cielo por el cual debemos ser salvos, y ese nombre no es césar, ayatolá ni secretario adjunto para asuntos cívicos.
Creemos en la libertad religiosa porque conocemos lo que Jesús nos ha dado para luchar contra el reino de las tinieblas: la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Creemos en la libertad religiosa porque no hay sustituto civil para el evangelio de Cristo.
Creemos en la libertad religiosa porque queremos persuadir a nuestro prójimo de que deben reconciliarse con Dios, no para evitar que sean multados por un gobierno terrenal, sino para que encuentren la vida eterna en el reino celestial. Para que no terminen en el infierno.
Russell Moore dirige el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today.
Traducción por Sergio Salazar.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.