Escucho curiosos rumores en esta época del año entre cristianos que dicen que dejar que los niños crean en Santa Claus está mal. Que ofrecer un mito a los niños implica que la historia de la Natividad es insuficiente. Que permitir que crean que una buena conducta les hace ganar regalos los hace codiciosos o legalistas. Que creer en Santa Claus significa plegarse ante el materialismo y todo lo que es de plástico.
Pero ¿qué problema habría con que los cristianos abrazaran el mito de Papá Noel, mientras rechazan el materialismo que lleva consigo? Los mitos, después de todo, son métodos consagrados a través de la historia para comunicar la verdad, y el mito de Santa Claus no es una excepción. (Por favor, no me cuenten que su nombre es un anagrama de Satán. Santa viene del latín sanctus, que significa santo. El nombre de Santa probablemente evolucionó a partir de una persona real, Nicolás [enlace en inglés], un cristiano con cuya extrema generosidad ayudó a los desconocidos). Me gustaría proponer que lo que se enseñe a los niños acerca de Santa Claus no esté en conflicto con lo que se enseña acerca de Jesús. De hecho, propongo que la historia de la Natividad y el mito de Santa tengan más en común de lo que estamos dispuestos a creer.
Algunas historias, como las fábulas y las parábolas, no son una verdad empírica, pero son verdad en que apuntan a realidades acerca del mundo de Dios y de la condición humana. Algunas historias son verdad empíricamente y también comunican esta clase de verdad. La historia de la Natividad es un ejemplo perfecto de la última. El mito de Santa Claus es un gran ejemplo de la primera. Santa Claus encarna valores cristianos como la amabilidad, la generosidad y el perdón: todo niño pronto se da cuenta de que, aunque no haya sido perfecto todo el año, Santa no falla. Santa trae regalos tanto a los niños que los merecen como a los que no. Aunque Santa Claus no es una figura de Cristo —eso debe quedar claro—, el mito de Santa no es el problema. El problema es que hemos dejado que los publicistas secuestren a Santa, convirtiendo la Navidad en un evento de venta al por menor.
Obviamente, llevar a tus hijos a creer que su lista de deseos es una lista de órdenes, o enfocar la Navidad exclusivamente en Santa, o usarlo para amenazar o manipular a tus hijos, no es nada útil. Pero dejar que los niños aprecien a Santa mientras son pequeños puede permitirles experimentar un favor inmerecido: la gracia. Según vayan creciendo, podemos señalar a esa experiencia para explicar lo que significa dar y recibir gracia. En vez de reemplazar los cuentos de hadas por hechos crudos y racionales («Eso de Santa no es verdad. ¡Él no existe!»), ¿por qué no contar a tus hijos los relatos de Papá Noel, o de San Nicolás, alguien que da sin esperar nada a cambio, que ama a los niños… y que te trae un regalo, (no treinta)?
C. S. Lewis, uno de los mayores contadores de historias del siglo XX, dedicó Las crónicas de Narnia a su ahijada Lucy Barfield. En la dedicatoria señala: «… las niñas crecen más rápido que los libros. Como resultado, tú ya eres muy mayor para los cuentos de hadas… Pero algún día serás lo suficientemente mayor para empezar a leerlos de nuevo».
Muchos de nosotros nos hemos hecho muy mayores para los cuentos de hadas, aunque no hemos madurado lo suficiente para comprenderlos como adultos. Y robamos algo precioso a nuestros hijos cuando les negamos la oportunidad de creer en los cuentos de hadas, y aprender cómo cosechar la verdad de una historia inventada. El creer, durante un corto periodo de tiempo, les permite más tarde comprender el simbolismo y la metáfora. Y cuando los niños más mayores cuestionen la veracidad de la historia, permitámosles que investiguen las historias y a las personas reales (como San Nicolás) en quienes se basa el mito. Pueden comparar y contrastar a Jesús con San Nicolás.
La Navidad es el día en que celebramos el nacimiento de Jesús, quien nos trajo el mejor regalo de todos: la vida eterna. Y es verdad que necesitamos contarle a nuestros hijos, antes que ninguna otra cosa, que la Navidad celebra la llegada a la tierra del Hijo de Dios (¡nuestra familia incluso le prepara un pastel de cumpleaños!). Pero otras tradiciones navideñas —desde el árbol, pasando por cenar pavo, hasta Santa— también pueden enriquecer y bendecir las festividades de una familia. Al usar el mito de una persona amorosa que te trae un regalo que no te has ganado, les permitimos experimentar una parábola que podrán comprender cuando crezcan. Aprenderán la generosidad al ser receptores de la generosidad.
Lewis (quien, por cierto, incluyó a Papá Noel en uno de sus libros de Narnia) a menudo se carteó con sus lectores. Un joven de nueve años llamado Laurence Krieg le confesó a su madre que posiblemente amaba a Aslan el león más de lo que amaba a Jesús, y se sentía culpable por ello. Su madre escribió al editor, y Lewis en persona respondió en menos de dos semanas.
«Dígale a Laurence de mi parte, con amor», escribió Lewis, «que no puede amar a Aslan más que a Jesús, aunque sienta que eso es lo que está haciendo. Porque las cosas que él ama que Aslan haga o diga son sencillamente las cosas que Jesús hizo y dijo en realidad. Entonces, cuando Laurence piensa que está amando a Aslan, realmente está amando a Jesús: y quizá amándole más que nunca antes… No creo que se tenga que preocupar en absoluto».
La respuesta de Lewis es brillante. Dios creó nuestra imaginación y nos diseñó para conectar de manera profunda con las historias. El mismo Jesús apeló a la imaginación de las personas al contarles parábolas: historias que comunicaban verdades profundas. Aunque las historias sean cuentos de hadas, y por lo tanto no sean verdaderas de un modo empírico, siguen comunicando verdad. Los padres inteligentes pueden usar a Santa Claus para enseñarle a sus hijos a dar en vez de pedir, y a experimentar la generosidad y la gracia.
Keri Wyatt Kent es autora de varios libros sobre espiritualidad cristiana, el más reciente Making Room for God in Your Hectic Life, y ha escrito para diferentes páginas web y revistas, incluyendo Christianity Today. Es miembro de Redbud Writers Guild, y ella y su marido Scott están casados desde hace 17 años y viven con su hijo y su hija en Illinois.
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.