Salvada a través de ser madre

Cómo las palabras, a menudo malentendidas, de Pablo en 1 Timoteo pueden profundizar nuestro entendimiento de la Navidad.

Christianity Today December 8, 2016
Pearl / Lightstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En medio del inconfundible crujido de acero y aluminio, al principio pensé que yo era la víctima. Una punzada de ira, una punzada de autocompasión. Pero rápidamente me di cuenta que había sido yo quien había causado el accidente. Yo era responsable por el daño causado al automóvil de un desconocido. Yo había causado el estrés por el que el hombre del otro automóvil padeció. Fue un accidente relativamente pequeño, pero aun así sentí el peso de la pérdida que yo había causado para ambos. Y había algo más que pena y ansiedad. Había vergüenza. Sentía un tipo específico de indignación por ser una mujer la que le había pegado al automóvil de un hombre.

En la Arabia Saudita, a las mujeres apenas se les ha otorgado el derecho a votar. Pero todavía no se les permite conducir vehículos. Hasta en países que consideran esas limitaciones como arcaicas a menudo se aferran al estereotipo de las mujeres como malas conductoras. Puede ser una creencia autocumplida: Existen estudios que muestras que estos tipos de estereotipos en efecto afectan la confianza de las mujeres al conducir.

Quiero mostrarme yo misma como servicial y responsable, y no como inconstante y negligente. Quiero ser la persona que evita que ocurra un accidente, y no la que lo causa. Pero yo lo causé. ¿De verdad era yo una conductora pésima? ¿Simplemente tenía miedo que se me calificara así debido a mi sexo? Sea como fuera, el accidente me llenó de vergüenza.

Como muchas mujeres antes que yo, sentía vergüenza legítima e ilegítima. Como la primera mujer en el Huerto del Edén, sentía la vergüenza de un fracaso genuino. Pero también sentía el impacto de una vergüenza persistente proyectada hacia Eva por Adán, quien la culpó de que él se comiera el fruto. Desde los eventos de la Caída, las mujeres han sentido ambos tipos de vergüenza.

Durante la época navideña, tendemos a enfocarnos en la liberación de Dios de los justos de una vergüenza ilegítima. La virgen María experimenta lo que a todos les parece ser un embarazo vergonzoso, y hasta José, que “no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto.” Pero ella es justificada por un ángel del Señor que corrige la historia y por todas las generaciones después que la llaman bienaventurada.

Pero hay otra historia bíblica navideña que nos recuerda que el niño Jesús vino no tan sólo a quitarnos nuestra vergüenza ilegítima, sino toda vergüenza. Irónicamente, es un versículo que muchas mujeres prefieren evitar por temor de que sólo añada más vergüenza: “Pero la mujer se salvará siendo madre y permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la santidad” (1 Tim. 2:15).

Esta afirmación ha desafiado hasta a los que tienen una fe sólida en el Dios de la Biblia. Pero es una historia de la Navidad ciertamente. No es la historia de María y José. Ni tampoco la historia de María y Elisabet. Es la historia de la Navidad de María y Eva.

De la gloria a vergüenza

La primera mujer fue creada a la imagen de Dios, ayuda adecuada para el hombre, que trabajara con él para realizar el mandato de la creación de Dios. No había arquitectura o arte, ni comida de alta cocina, ni tampoco maravillas de ingeniería. Esta falta fue parte de su mandato. Dios le asignó a Adán y a Eva moverse en Su creación para que la administraran y señorearan sobre ella, para que crearan a su imagen partiendo de la fundación que les dejó. Era un llamado claro y noble. La historia de Eva principia con gloria.

No obstante parece terminar en humillación. Eva le permitió a Satanás que la tentara para que dejara su confianza en el plan y los propósitos de Dios. Ella desobedeció el único mandato que Dios les dio y fue una parte instrumental en la Caída del hombre y que resultó en deformar la creación. Luego Adán culpó a Eva, buscando así desviar la atención del hecho de que él estaba presente cuando esto sucedió.

Dios no se unió a Adán en culpar a Eva. En vez de eso, Él condenó a la serpiente:

“Por causa de lo que has hecho, ¡maldita serás entre todos los animales, tanto domésticos como salvajes! Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón” (Gén. 3:14–15).

Dios mueve la culpa que Adán puso sobre Eva a Satanás con las palabras aclaradoras: “por causa de lo que has hecho.” Eva había sido capturada por Satanás, atrapada para hacer su voluntad. Mientras tanto, Adán no hizo nada y miró lo que sucedía.

Dios maldice a Satanás de forma específica: poniéndolo en guerra con la mujer. Él promete poner enemistad, hostilidad o guerra entre Satanás y la mujer y entre la simiente de Satanás y la de ella. Su simiente, el fruto de su vientre que se nutriría de sus pechos, atacaría a Satanás con un nocaut.

Dios habla palabras de redención en la presencia de Eva antes de anunciar las consecuencias dolorosas de la Caída en sus relaciones. Más que simplemente ofrecerle a Eva la esperanza personal de su propio rescate de su pecado, Dios habla de ella como el instrumento a través del cual vendría la salvación para todos. La mujer pudo haber tenido parte en la Caída, pero también nutriría en su vientre y con sus pechos al que nos salvaría de la Caída. La vergüenza de Eva sería invertida a través de la venida del Salvador.

De vergüenza a redención

En 1 Timoteo 2, el apóstol Pablo instruye a Timoteo en asuntos de la iglesia local, incluyendo el rol de las mujeres. En un pasaje particularmente controversial, Pablo relata la historia de Adán y Eva, haciendo un argumento que ha causado que muchos lectores se sientan incómodos: “Además no fue Adán el engañado sino la mujer, y ella, una vez engañada, incurrió en pecado. Pero la mujer se salvará siendo madre y permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la Santidad” (1 Tim. 2:14–15).

Este pasaje es desconcertante a primera vista. ¿Está Pablo mirando el rol de la mujer en la Caída y está cruelmente echándoselo en cara? ¿Está argumentando que las mujeres serán salvas a través del acto de tener hijos? ¿Está argumentando a favor de un tipo peculiar de religión basada en obras? ¿Se está refiriendo a la habilidad única de la mujer de desarrollar en su vientre los que llevarán la imagen de Dios, una red de seguridad inherente para la humanidad ante la posibilidad de aniquilación?

De hecho, las palabras de Pablo se parecen mucho a las propias palabras que Dios dijo a Satanás y a Eva después de la Caída. Cuando Pablo utiliza la palabra “se salvará siendo madre,” él no se está refiriendo al sobrevivir físico de la humanidad a través de la procreación sino al nacimiento del niño, literalmente “el alumbramiento,” como William Mounce y John Stott lo han señalado en sus respectivos comentarios. El uso en el griego del artículo definido que señala a la singular e inigualable naturaleza de este alumbramiento, y el grande contexto de la conversación de Eva en el huerto en los dos versículos anteriores, nos lleva a un giro completo a la profecía de Dios: Por la mujer nacería el Salvador quien derrotaría a Satanás. Ella será salva, o redimida, por el nacimiento del Niño.

La gran consolación de Dios

Dios le dice a Satanás inmediatamente después de la Caída que él estaría en guerra con la mujer; la historia ha confirmado esta verdad. Aun hoy, en muchas áreas empobrecidas del mundo, las simples palabras “es una niña” pueden ser mortales. El sexo femenino continúa siendo menospreciado y abusado sistemáticamente, con abortos determinados por el sexo e infanticidio normalmente resultan en muertes femeninas.

Porque la mujer fue el instrumento por el cual Dios nos traería a Su Hijo y nuestra salvación al mundo, ella vino a ser uno de los más odiados enemigos de Satanás. Ella sería quien abriría la puerta para dejar entrar al enemigo, más ella también daría a luz al que la cerraría permanentemente. Aunque ella fue a la que Satanás primeramente se acercara como su aliada en su plan de derrotar a la creación perfecta de Dios, Satanás estaría en guerra con ella por siempre porque la simiente de la mujer finalmente derrotaría la suya.

Pero antes hubo otra mujer: María. Quizá usted ha visto la imagen icónica de María consolando a Eva. Pintada en el 2003 por una monja de la Mississippi Abbey en Iowa, luego hicieron una tarjeta de navidad, y el año pasado se difundió rápidamente en el internet. María, sus entrañas crecidas con el niño Jesús, delicadamente toca con sus manos ahuecadas la cara abatida de Eva, que descansa su mano en el estómago de María. Lloré cuando la vi, movida por la esperanza que se le ofrecía a Eva al padecer la vergüenza y las consecuencias de sus propias elecciones.

No obstante lo maravilloso sobre la consolación de Eva es que era Dios mismo, y no María, quien habló del rol que su sexo desempeñaría en la derrota final de Satanás. A ella se le había confiado con el destino de la humanidad una vez y fracasó, más Dios le confiaría a la mujer el destino de la humanidad una vez más. El Niño nacería de sus entrañas, alimentado con sus pechos, y protegido en sus brazos. Esta salvación sería demostrada, de acuerdo a 1 Timoteo, por su perseverancia con sensatez en la fe, el amor y la santidad.

Aunque algunos han exaltado a María a una perfección sin pecado, la realidad es que ella simplemente confió y obedeció a Dios en su momento decisivo. Una pecadora ella misma, trajo al mundo al que nunca pecaría. Él cargó con el pecado de ella y el nuestro. Y cargó con la vergüenza de Eva y la nuestra. Eva, María, y todos los creyentes entre ellas y después de ellas serán salvos por el nacimiento de ese niño.

Esta Navidad, cuando meditemos en la encarnación de Cristo, podemos maravillarnos en todas las formas en que la venida de Jesús está atada inseparablemente a la mujer. Si bien nuestra necesidad está atada a Eva, el nacimiento del Salvador está atado a María. La vergüenza de Eva encuentra su giro final en la dignidad de María. Dondequiera que el nombre de Cristo es recibido, la mujer es salvada y su dignidad es restaurada, como Dios mismo predijo de Eva.

Las palabras de Dios a Eva se hicieron realidad en María, y la dignidad de la mujer está en la salvación para toda la humanidad. El Salvador ha nacido y la batalla ha sido ganada. Por fe en Él, somos rescatados de ambas vergüenzas de Eva, la legítima y la ilegítima. Ahora somos heraldos y participantes de la gracia. A través de la vida y muerte de Cristo, no tan sólo hemos sido rescatados de nuestra vergüenza, sino también somos dignos, restaurados para gloria, y empoderados para cumplir los propósitos de Dios para nosotros, tal como fuimos creados para ser.

Wendy Alsupes profesora de matemáticas y autora del próximo libro ¿Es la Biblia buena para las mujeres? (Is the Bible Good for Women? Multnomah, Marzo) Ella bloguea en TheologyForWomen.org.

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