Kenneth Bae: Mi historia de fe en un campamento para prisioneros en corea del norte

Por qué la oración de este misionero cambió de “Envíame a mi hogar, Señor” a “Úsame.”

Christianity Today June 24, 2016
Imagen: Micah Kandros / Courtesy of W Publishing Group

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Un cristiano perseguido ha tenido alguna vez un campeón tan improbable como Dennis Rodman? El antiguo excéntrico estrella de la NBA hizo un cameo en el drama que rodeaba a Kenneth Bae, un misionero americano acusado de tramar derrocar el gobierno de Corea del Norte y que fue condenado a 15 años de trabajo forzado. Poco después de su sentencia en abril del 2013, Rodman—que ha visitado varias veces a la aislada nación y afirma tener amistad con el líder huraño, Kim Jong-un—hizo una petición urgente a través de Tweeter: “Le estoy pidiendo al líder supremo de Corea del Norte o como yo le llamo ‘Kim,’ que me haga un favor y que deje libre a Kenneth Bae.” (El temperamental baloncestista más tarde negó su apoyo durante una irritante entrevista de CNN.)

Al tiempo de su captura, Bae estaba visitando Corea del Norte por la 15a vez en dos años como guía de su empresa de turismo en Corea del Norte. Bajo el estandarte de Nations Tours, como 300 cristianos habían visitado Rason, una zona de economía especial que permitían inversiones internacionales. Bae esperaba enseñarles el país y animarlos a que comenzaran a orar por él, y al mismo tiempo traer inversiones de renta fija al gobierno. El arresto de Bae sucedió cuando entró al país con un disco duro externo lleno de archivos y fotos que documentaban obra misionera. Las autoridades se apoderaron de las referencias que se hacían de Operation Jericho, un plan de movilización de oración que aludía a metáforas militares, para justificar cargos de insurrección. Puesto en libertad en noviembre del 2014 después de intensa presión política americana, Bae fue el preso que pasara más tiempo en la prisión en la historia de Corea del Norte. Habló con el asistente editorial de CT Morgtan Lee sobre su encarcelamiento, su continuo amor por la gente de Corea del Norte, y su nueva autobiografía, Not Forgotten (Thomas Nelson).

¿Qué lo hizo ser misionero?

En 1984, asistí a un retiro con el tema “A vision in Christ.” Comencé a preguntarle a Dios lo que yo llegaría a ser, y la palabra que recibí fue pastor. No obstante no estaba seguro de lo que eso significaba.

Después de recibirme de la preparatoria, asistí a un retiro organizado por algunas iglesias chinas. El orador invitó a los que desearan dedicar sus vidas para la misión en China que pasasen al frente. Había como 500 personas en el auditorio, y yo fui el primero que pasó a la plataforma. Desde entonces, he sabido que Dios me estaba llamando a ser misionero en China.

Cuando usted crecía en Corea del Sur, ¿Qué aprendió sobre Corea del Norte?

Se nos enseñó lo malo del comunismo. Entre 1997 y el 2003, aprendí por los medios de comunicación del Occidente y los de Corea del Sur sobre la gran hambruna de Corea del Norte, principalmente sobre la gente muriendo de hambre. Fue impactante escuchar de los desertores y los misioneros que [los cristianos surcoreanos] habían estado trabajando allí. En el 2005, visité una ciudad fronteriza china que se llama Dandong. Fue entonces cuando por primera vez sentí el llamado especial para Corea del Norte.

¿Tuvo miedo cuando entró a Corea del Norte por primera vez?

Yo había estado viviendo en Dandong por algunos años, pero nunca había estado al otro lado de la frontera. Estaba nervioso. Sin embargo, una vez que pude mostrar que tenía invitación del gobierno, no fue tan tenso. Mi próxima visita fue de explorar la idea de llevar turistas a Corea del Norte. Esto sí me dio un poco de miedo. Éramos sólo yo, mi esposa, y otra pareja. Pero aún teníamos la aprobación directa del gobierno.

¿Cómo era el campo de trabajos forzados?

Al principio, no sonaba tan mal. Había estado en aislamiento en Pyongyang por cinco meses—No veía a nadie excepto al guardia y al abogado. Lo que había escuchado con respecto a los campos de trabajo forzado era bastante horrible, pero al mismo tiempo, pensé, cuando menos tendré a otras personas en mi celda. Cuando llegué, yo era el único prisionero. Se me asignó un cuarto para mí solo, dividido en tres secciones: una pequeña sala con un televisor y un escritorio, el dormitorio, y el baño. En las mañanas, me levantaba a las seis, me aseaba, y me alistaba para el desayuno. Luego tenía una hora antes de ser enviado a trabajar en el campo. Todos los días me vestía de la armadura completa de Dios a través de leer la Biblia, adorar y orar, y pedirle al Señor fortaleza y protección.

Trabajé en un sembradío de frijol, arando y plantando semillas. La tierra era mitad piedra. De lunes a sábado, trabajaba ocho horas diarias, con pocos descansos y una hora para la comida. El domingo podía descansar, pero sólo se me permitía sentarme y ver televisión, y sólo unas cuantas horas para leer y lavar ropa.

Después de algunos meses de esa rutina, perdí mucho peso. Por lo que me enviaban al hospital, donde volvía a ganar algo de peso, y luego me regresaban al campo de trabajos. Era como un yoyo, perdiendo 20 libras aquí y luego volviendo a ganar 10. Sufría de desnutrición, artritis, y otras complicaciones.

¿En qué pensaba mientras trabajaba en los campos?

Había cuando menos dos o tres guardias vigilando cerca. Era muy intimidante. Pero una vez que calentaba, se alejaban para buscar sombra o lugar donde sentarse. Principalmente, me concentraba en el trabajo que se me había asignado, ya fuera que trabajara en el campo de frijol, aplastar fresno, escarbar pozos, mover rocas, o limpiar la carretera. Pensaba, sólo tengo que tomar un día a la vez.

El pensar sobre la familia o gente en mi ciudad era difícil. Así que traté de bloquear esos pensamientos. Frecuentemente sólo cantaba—distintos cantos de alabanza, canciones de Elvis, y canciones que me gustaban cuando estaba en el coro de la preparatoria. Después, recibía una carta de mi maestro de coro, que había estado pensando en mí y buscaba apoyo de nuestras amistades en la iglesia y gente de la escuela.

¿Pudo forjar relaciones con los guardias o el personal?

Todos sabían que yo era misionero y pastor. Habían escuchado sobre los cristianos, pero nunca habían visto un verdadero cristiano entre ellos. Yo mismo me recordaba que aunque era prisionero, aún era un misionero.

Oficialmente, era conocido como Prisionero 103, o sólo “103.” Pero cuando estábamos solos, a veces me decían, “¿Pastor, puedo hablar con usted?” Y hablábamos sobre algunos problemas de la casa. Daba consejería familiar o prematrimonial. Un guardia tenía un hijo adolescente que se enfermaba mucho. Así que le aconsejé sobre tomar la vitamina C.

Una vez, supe que un embajador de derechos humanos vendría a negociar mi rescate. Yo estaba muy emocionado, y básicamente les dije a los guardias, “Me iré a casa pronto. Gracias por todo.” Canté una canción de despedida en coreano: “Adiós. Adiós. Los veré de nuevo la próxima vez.” Uno de los guardias dijo, “No se vaya. Somos afortunados de que usted esté aquí. Quédese un poco más, porque nos gusta hablar con usted.” Les dije que entre más pronto me fuera, más pronto podía regresar—pero no como prisionero. Habíamos comenzado a formar una verdadera amistad. Ellos se dieron cuenta, “Él es misionero, y no está del todo mal.”

¿Se convirtió alguien de la guardia o del personal?

No que yo sepa. Era cauteloso sobre compartir el evangelio, porque si alguien aceptaba a Cristo y alguien más se daba cuenta, esa persona iría a la prisión. No obstante la gente preguntaba, “Nosotros somos los guardias y usted el prisionero. ¿Cómo es que usted se mira más feliz que nosotros?” ¿De dónde viene su gozo?”

Un día, un guardia dijo, “Pastor, si yo creo en Dios como usted, ¿en qué me beneficia?” Otro preguntó, “Si yo quiero creer en Dios, ¿cuánto tengo que pagarle a la iglesia?” Le expliqué que no hay precio—que Dios quiere escuchar y contestar nuestras oraciones, protegernos, y proveer para nosotros. Nunca habían escuchado algo como eso antes.

Al final de la conversación, alguien dijo, “Usted dijo que Dios contesta sus oraciones. Pero si Dios es real, ¿entonces por qué aún está usted aquí?” Le expliqué que Dios tiene diferentes planes. “Quizá,” dije, “en sus planes está usted. ¿Cómo sabrá usted de Dios a menos que yo esté aquí?” Dijo, “Es verdad. Nunca había escuchado algo como esto antes.”

La mayoría del tiempo, no podía compartir el evangelio directamente. Sin embargo esperaba que los guardias vieran el evangelio en mí, para que algo sucediera aun sin que yo compartiese la Palabra. Cuando me fui, un guardia me dio un apretón de manos, y ambos dijimos, “Quiero volver a verlo.” Se me salían las lágrimas, sabiendo que Dios tenía un plan para mi tiempo en Corea del Norte.

¿Qué pensó usted de la intervención de Dennis Rodman?

Algún día, me gustaría darle las gracias en persona. Él cuando menos pensó que estaba tratando de ayudar. A causa de su intervención, los medios de comunicación le dieron más atención. Obviamente, no vi su entrevista en CNN. [Rodman se agitó después que el presentador del programa Chris Cuomo le preguntara si continuaría abogando por la libertad de Bae durante su viaje a Pyongyang a un juego amistoso de baloncesto.] Pero yo lo vi por la televisión de Corea del Norte. Había como 25,000 personas en el auditorio para el juego. Y Rodman estaba sentado en seguida de Kim Jong-un, fumando puro. Era increíble. Nadie en Corea del Norte puede hacer eso. Antes del juego, le cantó a Kim Jong-un “Feliz Cumpleaños.” Filmaron un documental y lo pasaron cinco veces esa semana.

Como diez días después, el procurador vino a mi cuarto en el hospital y dijo que el gobierno estaba muy disgustado que los medios de comunicación occidentales estuvieran acusando a Corea del Norte de tener preso a un hombre inocente, todo por la entrevista de Rodman. Me exigió que diera una conferencia de prensa para aclarar el asunto, y prometió que me dejarían en libertad si lo hacía. Pero en cambio, me enviaron de nuevo al campo de trabajos forzados, en pleno invierno. Me quebraba el alma. Pero creo que toda esta atención provocó negociar más por mi libertad. El Presidente Obama me mencionó durante el Desayuno Nacional de Oración [National Prayer Breakfast, 2014].

¿Pudieron los cristianos estadounidenses haber hecho más para apoyarlo?

No creo. Estaba abrumado al saber cuántas personas estaban pidiendo mi libertad. Durante esos años en Corea del Norte, nunca sentí que estuviera solo o abandonado, porque podía sentir sus oraciones y apoyo. El poder y la presencia de Dios estaban conmigo.

Recibí más de 450 cartas. No tan sólo de estadounidenses, sino también de alrededor del mundo. Fue de tremenda ayuda, especialmente cuando comencé a perder la esperanza. Cuando regresé a casa, mucha gente me reconoció. Decían, “Hemos estado orando por usted.”

¿Cómo afectó esta experiencia a su hermana, Terri?

Su experiencia fue sumamente difícil. Se convirtió en la voz de mi libertad, la portavoz de mi familia. Ella enseña inglés a nivel de universidad, y hubo veces que tuvo que reducir su horario de clases, o tomar días libres.

La adaptación fue difícil, no obstante la hicieron más fuerte y más capaz de confiar del Señor. Después que regresé a casa, mucha gente me dijo que habían pensado que ella era abogada, porque sabía cómo ir con CNN y compartir sobre mi situación. Esta experiencia ha hecho a nuestra familia más fuerte, y estamos más cerca que nunca. Creo que es verdad lo que la Biblia dice, que Dios dispone todas las cosas para nuestro bien (Rom. 8:28).

¿Qué acerca de su esposa, Lydia, y sus hijos?

Esos dos años fueron devastadores para mi esposa, principalmente los primeros meses. Ella no tenía ninguna idea donde yo estaba o si regresaría, porque no le podía llamar ni escribir. Cada mes ella esperaba buenas noticias.

Mas yo había dejado mucho trabajo en nuestro ministerio de turismo en Dandong, por lo que ella tuvo que tomar la responsabilidad y tomar mi lugar. Tomó la iniciativa y descubrió aún un corazón más grande para Corea del Norte y China.

También fue difícil para mis hijos. Estuvimos separados por bastante tiempo cuando yo estaba viviendo en China, pero cada Navidad y verano, pasábamos tiempo juntos ya fuera en Hawaii o Seattle. Después de que llegué a casa, le dije a mi familia que antes de estar en la prisión, sentía como que los estaba descuidando. Así que prometí dedicar todo el 2015 para pasar tiempo con mi familia.

¿Qué tipo de trabajo está usted hacienda en este momento?

Aún estoy trabajando con Juventud Con Una Misión. También estoy comenzando una ONG principalmente para los refugiados norcoreanos y sus hijos, para ayudarles con sus necesidades educativas y económicas. Después que se reubican, a menudo se les descuida o aísla. Espero establecer lazos entre la iglesia y los refugiados.

¿Tiene planes de regresar a Corea del Norte?

Quiero regresar como una bendición en vez de una amenaza. Pero no creo que el gobierno me deje regresar como misionero. Necesitamos continuar acogiendo la gente de Corea del Norte, que vive bajo tales tinieblas y opresión. Esperemos que yo sea parte de eso, pero hasta este punto parece ser imposible.

¿Qué lecciones sobresalen más de su experiencia?

Después de un año de prisión, dudaba que algún día regresara a casa. Mi madre me envió una carta diciéndome que tuviera fe como la de Daniel y sus tres amigos. Por lo que comencé a pensar si Dios quería que me quedara en Corea del Norte. Aprendí a decir, “Señor, tú conoces mi corazón—que no se haga mi voluntad sino la tuya. Renuncio a mi derecho de regresar a casa, y te encomiendo mi familia.” Mi oración cambió de “Envíame a casa, Señor” a Úsame, Señor.”

Después de eso, Dios comenzó a abrir puertas para que me conectara con mis captores. Estaba formando relaciones genuinas. Quiero que los lectores sepan que Dios es fiel—que pasamos por dificultades en la vida, pero que Dios nunca nos deja, ni abandona. Necesitamos dejar que el Señor haga su obra, y luego depender en Él durante los tiempos de dificultad, ya sea en una prisión de Corea del Norte o algo más. Escribí no tan sólo para describir mi tiempo en Corea del Norte, sino también para recordarle a la gente que con Dios siempre hay esperanza.

Dios no me olvidó. Él no ha olvidado a la gente de Corea del Norte. Él quiere que continuemos recordando a los que están en tinieblas. Como el cuerpo de Cristo, necesitamos respaldarlos, orar por ellos y apoyarlos, amarlos como Cristo nos amó. Siento que ese es mi llamado ahora. Tanta gente abogaba por mi libertad, y mi trabajo es ser la voz de los que no tienen voz.

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