Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
Yo nunca me había considerado capaz de una aventura amorosa.
Claro, aun como cristiana, había cambiado algunas enseñanzas bíblicas tradicionales por una moralidad más moderna. Pero seguía estando de acuerdo con el mandamiento "no cometerás adulterio", así que ese sí lo mantuve en mi repertorio moral.
Después leí Madame Bovary, un libro clásico por Gustave Flaubert. La verdad estaba claramente deletreada en sus páginas: En Emma Bovary, una mujer adúltera, y a la larga, suicida, me vi a mí misma. No en sus acciones depravadas, sino en su manera de pensar, la cual la llevó a esos actos tan espantosos.
Emma estaba llena de ilusiones y soñaba casarse con un hombre de ensueño y vivir una vida de ensueño en un lugar de ensueño. Pensaba que la vida tenía que parecerse a los romances apasionados y los poemas románticos que había leído mientras estaba enclaustrada como alumna en un convento.
La vida real la agarró desprevenida.
La novela me agarró desprevenida a mí también. No estaba consciente de la manera en que mis expectativas para mi nuevo matrimonio estaban igual de arraigadas en la fantasía que las de Emma. Tampoco estaba consciente de la manera en que estas suposiciones irrealistas roban los placeres diarios de la vida. El arte habilidoso de Flaubert me ayudó a entender con claridad que, aún más importantes que los problemas de adulterio y suicidio, son los ladrones sutiles del gozo: el elitismo, el materialismo, la indiferencia y la necesidad continua de novedad en lugar de la paz del contentamiento.
Como miembro de la iglesia durante toda la vida y erudita de la Escuela Dominical, debí haber sabido estas cosas. Después de todo, las lecciones de Madame Bovary están en la Biblia: Gálatas 5:26 nos advierte en contra de la vanagloria que Emma espera que su esposo-doctor alcance; los pasajes como Lucas 12:15 nos advierten contra el materialismo frenético que sobrecoge a Emma; Eclesiastés ofrece varios antídotos para el aburrimiento que plaga su vida; y, claro, hay muchas advertencias en contra del adulterio, incluyendo la proclamación pura y simple de Proverbios 6:32: "quien adultera, se destruye a sí mismo."
Pero mientras había aprendido lo que estaba en la Biblia, no había aprendido a pensar bíblicamente.
Por lo tanto, es irónico que la primera vez que me encontré con una visión del mundo con la que me podía identificar claramente, no fue una cosmovisión bíblica, sino el punto de vista romántico de Emma. Y lo reconocí como el mío propio.
En su libro Why Read? [¿Por qué leer?], Mark Edmundson dice que uno de los frutos de leer buena literatura es "descubrirse a uno mismo tal y como es." Madame Bovary y muchas otras novelas me han ofrecido un espejo en el cual me veo tal y como soy, pecadora, sí, pero siendo redimida. Edmundson también sugiere que el "segundo fruto y quizás el mas importante es ver destellos de un yo propio (y quizás también de un mundo) que pudiera llegar a ser; un yo propio y un mundo que puedes comenzar a tratar de crear."
Claro que, los libros, aun los mejores, no pueden reemplazar el Libro. Las palabras no substituyen la Palabra. Porque como dice el Salmo 36:9, Dios mismo es "el manantial de la vida" y "en tu luz podemos ver la luz." Tony Reinke, el autor de Lit!: A Christian Guide to Reading Books (Crossway) [Lit!: Una guía cristiana a la literatura] usa este verso para explicar como la buena literatura está cargada con la majestuosidad de Dios: "Esta luz incluye un sin número de regalos generosos y bendiciones de parte del Creador, pero especialmente la verdad, la bondad y la belleza que brillan en las páginas de estos grandes libros."
Muchas formas de revelación natural declaran la gloria de Dios. Pero para mí, los grandes libros han servido de puente para librar la brecha entre las verdades que encontramos en la Biblia y la aplicación de estas verdades a mi vida personal.
Los libros traen a la luz las verdades divinas y nos permiten probar todo y retener lo bueno. En el poema "A Noiseless Patient Spider", [Una araña silenciosa y paciente] por ejemplo, sentimos la angustia existencial de aquellos que viven el día de hoy. La desesperación de la incredulidad se deja ver en las obras de Thomas Hardy. En Heart of Darkness [Corazón de obscuridad] nos enfrentamos cara a cara con el horror de negar a Dios. La conexión inseparable entre lo espiritual y lo material se manifiesta en los escritos de John Donne. Las obras satíricas de Jonathan Swift nos animan a reírnos de nosotros mismos. En Death of a Salesman [Muerte de un vendedor], enfrentamos el significado mortal de un llamado vocacional. El libro de Pride and Prejudice [Orgullo y prejuicio] humilla nuestra altivez de pensar que tenemos la habilidad para juzgar a otros. Al leer las obras de Jane Eyre, tenemos una mejor idea del propósito de Dios al crearnos.
Muchas formas de revelación natural declaran la gloria de Dios. Pero para mí, los grandes libros han servido de puente para librar la brecha entre las verdades que encontramos en la Biblia y la aplicación de estas verdades a mi vida personal. La literatura me ha permitido verme tal y como soy y descubrir mi propósito en Cristo. Me ha cambiado y me ha formado. Y probablemente salvó mi matrimonio antes de que yo supiese que necesitaba ser salvado Por la gracia de Dios, su regalo de literatura ayudó a salvar mi alma.
Karen Swallow Prior es profesora de inglés en Liberty University y autora del libro Booked: Literature in the Soul of Me (T. S. Poetry Press).
Traductora: Meralis Torres Hood