El mapa de las Escrituras

Cinco maneras en que la geografía bíblica puede traer luz a nuestro entendimiento de la obra de Dios en la Tierra.

Christianity Today January 3, 2023
Iustración por Mallory Rentsch / Source Images: THEPALMER / Getty Images / Priscilla du Preez / Unsplash / WikiArt

¿Cómo podemos leer las Escrituras como personas de carne y hueso que vivirán con un Salvador de carne y hueso por toda la eternidad? Una respuesta inesperada a esa pregunta sugiere estudiar la geografía bíblica. Si la palabra geografía hace que le dé sueño, entiendo. Yo no conseguí aprobar las clases de lectura de mapas en ciencias sociales en segundo grado, lo que incitó mi desinterés por los mapas bíblicos durante los quince años siguientes. No fue sino hasta que comencé a enseñar una clase que incluía mapas en el currículo bíblico que comencé a darme cuenta de toda la luz que la geografía podía ofrecer.

Ahora sé que no solo es posible aprender la geografía de las Escrituras, sino que estudiarla ofrece beneficios espirituales y misionales. Trazar la obra de Dios en el mundo físico nos prepara para participar en su obra de resurrección en nuestras vidas y comunidades. Aquí tiene cinco razones para ello.

1. La geografía nos recuerda que Dios siempre ha estado obrando en el mundo físico.

Cuando leemos Génesis 25-33 con un mapa al lado de nuestras Biblias, nos damos cuenta de que Dios se muestra en momentos cruciales de la vida de Jacob: en Betel antes de que huyera a la tierra prometida y en Peniel antes de que volviera a entrar en ella, como ha señalado [enlaces en inglés] David W. Cotter. Jacob nombra estas ubicaciones «casa de Dios» y «rostro de Dios» para conmemorar sus encuentros con la presencia y el poder de la gracia de Dios durante estos momentos de vulnerabilidad. La revelación de Dios no es abstracta ni puramente espiritual. Está enraizada en importantes ubicaciones geográficas.

Desde Génesis, Dios ha estado entretejiéndose en el terreno de la historia, buscándonos y llamándonos a regresar a casa. El estudio de la geografía bíblica deshace la falsa dicotomía entre lo físico y lo espiritual al resaltar lugares específicos donde Dios se introdujo en nuestro mundo. Al trazar la misión de Dios sobre un mapa, recordamos que Dios siempre se ha esforzado por encontrarse con nosotros en el mundo físico, tanto ahora como en la eternidad (Apocalipsis 21:1-5).

2. La geografía nos ayuda a conocer a los personajes bíblicos como humanos de carne y hueso, y a notar que somos como ellos.

Traza el viaje de Rut y Noemí para huir de la hambruna en Moab hasta los campos de cebada de Belén, que literalmente significa «casa de pan». Si meditamos en los viajes de estas mujeres, es más probable que podamos empatizar con la amargura y el hambre que experimentaron, en vez de ignorar la breve anotación de que «las dos mujeres siguieron caminando hasta llegar a Belén» (Rut 1:19). Este contexto ahonda nuestra comprensión de la provisión de Dios para los cuerpos de Rut y Noemí, y no solo para sus almas.

Tomarnos en serio la encarnación de los personajes de la Biblia nos permite tomarnos también en serio nuestra propia encarnación. La geografía nos ofrece una manera de acordarnos de que nuestros cuerpos y sus circunstancias importan para el Redentor que tendrá un cuerpo para toda la eternidad.

3. Leer geográficamente nos ayuda a relacionarnos con el entorno del texto de una manera activa.

La geografía nos invita a sumergirnos en el mundo de la Biblia y a hacernos preguntas mientras leemos. ¿Cuál es la ubicación de Belén con respecto a las grandes rutas comerciales y las fronteras? ¿Cuál es su elevación, sus recursos naturales y su modo de vida? ¿Qué otros sucesos bíblicos sucedieron allí? ¿De qué manera el contexto geográfico contribuye a nuestra comprensión de un pasaje bíblico específico? Estas preguntas se convierten en barandillas que encauzan nuestro estudio bíblico dentro del mundo físico, impidiendo que espiritualicemos o alegoricemos de más el texto.

Podemos incluir la geografía en nuestro estudio bíblico al esbozar mapas en los márgenes de nuestras Biblias, usando un atlas bíblico o un diccionario, registrando el kilometraje de los viajes de los personajes bíblicos, consultando colecciones de fotografía o video, o visitando por nosotros mismos los escenarios bíblicos. Si damos clases bíblicas, podemos incluir proyectos e ilustraciones basados en la geografía en nuestros mensajes, recordando que la organización visual de la información incrementa significativamente la participación y la retención de los oyentes. Estas estrategias activas honran el modo en que Dios nos ha creado y en el que un día nos resucitará.

4. Aprender geografía nos muestra el alcance de la misión de Dios.

¿Alguna vez has pensado en por qué Marcos incluye dos historias en las que Jesús alimenta a grandes multitudes (Marcos 6:30-44; Marcos 8:1-10)? Cuando navegué por el mar de Galilea, un instructor del de la Universidad de Jerusalén señaló que en tiempos de Jesús la orilla occidental era el lado judío, y la oriental era el lado gentil. Me sentí iluminada cuando me di cuenta de que Jesús alimentó a las multitudes tanto del lado judío como del lado gentil para demostrar que Él es el Pan de Vida para todas las personas.

Trazar las fronteras políticas del primer siglo alrededor del mar de Galilea trae luz al pueblo multiétnico de Dios. Este Mesías judío cruzó el lago hacia el distrito gentil, llevando el reino de Dios a más personas. Las referencias a «el otro lado del mar de Galilea» o «la otra orilla» sirven para mucho más que para simplemente desarrollar la trama: muestran el amor de Jesús por las naciones.

La conciencia geográfica también nos capacita para pensar misionalmente. Jesús le dijo a un antiguo endemoniado que se quedara en el lado gentil del lago y compartiera las buenas nuevas del reino con su comunidad (Marcos 5:19-20). Jesús le encargó a Pablo que dejara su comunidad e invitara a los gentiles al reino de los cielos, e hizo que se dirigiera hacia el Oeste para establecer comunidades cristianas en ciudades portuarias estratégicas (Hechos 9:15). Trazar sobre un mapa el llamado de Dios para individuos específicos nos recuerda que hay precedentes bíblicos tanto para quedarse como para marcharse. También nos inspira a relacionarnos intencionalmente con el paisaje en el que Él nos ha situado.

5. La geografía da forma a nuestra perspectiva del Dios crucificado y resucitado.

Leer el Antiguo Testamento con un mapa en la mano destaca el compromiso de largo plazo que Dios hizo para encontrarse con su pueblo en el mundo físico. El ministerio de Jesús continúa esta trayectoria, poniéndonos cara a cara con el Dios que tanto amó al mundo que murió para restaurarlo (Juan 3:16). «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros» nos suena más auténtico cuando estudiamos los lugares donde Él vivió, murió y se levantó de los muertos (Juan 1:14).

Estando cerca de Nazaret, el hogar de la infancia de Jesús, descubrí que Él había crecido en un pequeño pueblo judío muy conservador. Pensar en el escenario de su infancia, ya sea a través de un viaje o de un libro como In the Steps of Jesus [En los pasos de Jesús] de Peter Walker, nos presenta a un Jesús del primer siglo que era un rabí judío. La geografía es el vehículo que nos transporta a su mundo cultural para que podamos entender su vida y su ministerio de una manera más auténtica.

El hecho de que al momento de la crucifixión de Jesús «… la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…» (Mateo 27:51), enfatiza su intención de dar la bienvenida a su pueblo para que habite con Él por la eternidad. Como señala la investigación de Barry Beitzel, las apariciones de su resurrección se expanden hacia fuera, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra, resaltando así la misión global de Jesús (Hechos 1:8).

Durante una de esas apariciones en el camino a Emaús, Jesús guió a dos de sus discípulos en una discusión acerca de que el Mesías tenía que sufrir (Lucas 24:13-27). Sin que ellos lo reconocieran, el Salvador crucificado y resucitado viajaba con ellos, iluminando su propia identidad por todas las Escrituras.

En el camino le dieron sentido a su misión, y cuando se sentaron a la mesa reconocieron al Mesías. Cuando nos unimos a ellos en los caminos y los paisajes de las Escrituras nosotros también damos mayor sentido a la misión de Dios.

Leer la Biblia geográficamente es una disciplina espiritual que influye en nuestra teología de Dios, el reino que viene y nuestro papel en él. Cristo ha muerto y ha resucitado. Nosotros moriremos y resucitaremos. Habitaremos con Dios con cuerpos físicos en lugares físicos.

Al observar cómo las historias y los sermones de las Escrituras tienen su fundamento en paisajes de la Tierra, comprenderemos la misión de Dios en el mundo físico de una manera nueva y tangible.

Kelsa Graybill tiene un máster en exposición bíblica por la Talbot School of Theology y escribe sobre la intersección entre las Escrituras y la formación espiritual en kelsagraybill.com.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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History

¿Está orando por un avivamiento? La historia tiene mucho que enseñarnos

Los avivamientos del pasado nos retan a entrar en comunión con Dios de una manera agonizante y audaz.

Christianity Today January 2, 2023
Forgiven Photography / Lightstock

Entre 1949 y 1952, lo impensable tuvo lugar en un remoto lugar en Escocia, en las Islas Hébridas: un avivamiento. Aparentemente de la nada, un avivamiento espiritual se extendió por las islas Lewis y Harris, reemplazando la desesperación y la depresión que habían invadido los corazones de sus pobladores tras la Segunda Guerra Mundial por una fe ferviente y llena de celo santo por Dios. Algunos historiadores creen que este fue el último avivamiento genuino en el mundo occidental.

Tras haber encontrado un libro que detallaba el avivamiento de las Islas Hébridas, me intrigó saber cómo una comunidad que estaba en plena decadencia espiritual pasó por una transformación radical hasta llegar a una renovación asombrosa. Entonces, reservé un vuelo a Escocia, con la esperanza de conocer a alguien que pudiera recordar lo que sucedió en aquellos días. Para mi asombro, tuve la oportunidad de conocer a 11 testigos oculares, todos de más de 80 años, quienes aceptaron ser entrevistados en el santuario de la misma iglesia donde comenzó el avivamiento.

Abrigados contra la aridez invernal, mis nuevos amigos se calentaron con los recuerdos mientras sus lágrimas fluían libremente. Si bien admitieron que la predicación fuerte y otros factores habían jugado un papel en el avivamiento, todos coincidieron al describir algo más esencial en cuanto al mover del Espíritu Santo: una especie de postura espiritual entre aquellos que jugaron un papel central en el avivamiento.

Hablaron de una actitud de quebrantamiento y desesperación que motivaba a los cristianos en ese día; un espíritu de necesidad y audacia, una forma de oración que podía ser tanto atrevida como agonizante. Ellos la llamaron una oración «de dolores de parto», por cómo Pablo describió sus oraciones por los gálatas, «… por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4:19, NVI).

Desde el día en que miré a los ojos de las personas que experimentaron el avivamiento que nosotros anhelamos desesperadamente volver a ver en nuestros días, he llegado a creer que el vínculo entre aquí y allá está en los corazones de hombres y mujeres dispuestos a recibir este don de «dolores de parto».

La oraciones casuales son ajenas a las Escrituras

De vuelta a casa, una mirada a las Escrituras me convenció aún más de todo ello. Leí con ojos nuevos cómo Dios había escuchado el gemido de los hebreos (Éxodo 2:23) y las desgarradoras súplicas de Ana por un hijo (1 Samuel 1:15). Vi la resolución de Isaías de no darle «descanso al Señor» (Isaías 62:7, NTV) y la tenacidad de Jeremías para aferrarse a Dios «como el cinturón se adhiere a la cintura del hombre» (Jeremías 13:8–11, NVI). Encontré el lamento del salmista delante de Dios: «Atiende a mi clamor, porque estoy muy abatido» (Salmo 142:6, NBLA).

Todo esto parecía ser paralelo a las oraciones de Jesús, quien «ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas» (Hebreos 5:7, NVI) sobre Jerusalén (Lucas 19:41) y en Getsemaní (Lucas 22:44).

Este mismo tipo de oración ocurrió entre los discípulos antes de Pentecostés y en la súplica de Pablo a los romanos: «Les ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que se unan conmigo en esta lucha…» (literalmente, «que agonicen conmigo») «… y que oren a Dios por mí» (Romanos 15:30). ¿Era esto —me preguntaba— algo de lo que el Nuevo Testamento quería decir al referirse a orar «en el Espíritu» (Efesios 6:18), quien «intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Romanos 8:26, NBLA)?

Me enfrenté a la verdad de que, en la Biblia, la «oración casual» parece totalmente desconocida, es decir, la oración de la boca y no del corazón. La oración «de dolores de parto» —el tipo de agobio y clamor concentrado que describieron mis amigos en las Islas Hébridas— parecía más cercano al corazón de la oración en las Escrituras.

Una corriente de esta manera de orar fluye desde la iglesia primitiva hasta la Reforma. Agustín se refirió a sí mismo como el «hijo de las lágrimas de su madre». Al orar por la sanación de su amigo Philip Melanchthon, Martín Lutero escribió: «Ataqué [al Todopoderoso] con sus propias armas, citando de las Escrituras todas las promesas que pude recordar: que las oraciones debían ser concedidas, y le dije que si de ahora en adelante yo tendría fe en sus promesas, [Él] debía conceder mi oración».

Pero la oración «de dolores de parto» finalmente encontró una voz generalizada en los albores del Gran Despertar en Estados Unidos, presentada principalmente por Jonathan Edwards, el pensador más grande de la América colonial.

Oración dedicada e importuna

El epicentro del Primer Gran Despertar, Northampton, Massachusetts, estaba «lleno de la presencia de Dios… en casi todas las casas», informó Edwards. Él destaca a Phebe Bartlet, una pequeña de cuatro años, cuyas oraciones le parecieron inusuales a su madre, porque «su voz parecía ser como la de alguien sumamente dedicado e importuno».

Esta palabra, importuno es poco común hoy en día, pero captó para Edwards la naturaleza insistente y repetitiva de la oración «de dolores de parto», tal como sucede en las parábolas de Jesús en las que un hombre le pide pan a un vecino a medianoche (Lucas 11:5-8) y una viuda busca justicia de un juez insolente (Lucas 18:1-8).

La oración persistente también atrajo a Edwards hacia un joven misionero llamado David Brainerd, quien se convirtió en una especie de hijo adoptivo para Edwards y quien luego murió en su casa a los 29 años. Días antes de su muerte, Brainerd le dio a Edwards su diario, una mina de oro de oraciones «de dolores de parto» que Edwards editó y publicó. En este, Edwards descubrió una crónica ejemplar y sensata del tipo de oración que él creía que todo avivamiento requería. Las oraciones de Brainerd, comentó Edwards, «… parecían fluir de la plenitud de su corazón, profundamente impresionado con un sentido grande y solemne de nuestras necesidades… Y de la infinita grandeza, excelencia y suficiencia de Dios, en lugar de provenir simplemente de un cerebro cálido y fructífero».

Edwards observó que lo que distinguía la oración auténtica de los meros intentos de simular estas «buenas expresiones» externas era que tuvieran su origen en el «Espíritu de gracia y de súplica» (Zacarías 12:10). Él creía que esto era «nada menos que el propio Espíritu de Dios morando en los corazones de los santos». La dependencia del Espíritu Santo, sin embargo, no dejaba espacio para la demora o la inacción. Edwards exhortó a los cristianos a asumir la carga de la oración con urgencia, porque «el infierno está lleno de postergadores y gente bien intencionada».

Charles Finney, un líder clave en el Segundo Gran Despertar, entendió que esta oración urgente era como descubrir que nuestros seres queridos estaban atrapados en una casa en llamas. Este es el tipo de intercesión que puede apoderarse de nosotros, obligando a los peticionarios a orar en ferviente acuerdo con la forma en que Dios ve la necesidad.

Finney recordó en sus memorias a un amigo que se sintió tan abrumado por la emoción mientras oraba para dar gracias por los alimentos, que se disculpó, se levantó, y luego lo encontraron en la cama gimiendo en oración. Finney «dio por sentado que el trabajo necesitaría a un tipo poderoso [de oración]», y registra que, de hecho, «así fue».

Obviamente, orar así podía afectar la reputación de una persona, lo cual no era poca cosa para el mismo Finney. El gran avance en su propia conversión provino de enfrentar la vergüenza de que cualquier «ser humano me viera de rodillas delante Dios». Pero cuando la preocupación por las opiniones de los demás perdió su potencia, Finney se atrevió a orar hasta el punto de involucrar a las mujeres como líderes de las reuniones de oración, un paso considerado fanáticamente controvertido en ese momento. La audacia se convirtió en la consigna de Finney cuando exhortó a los ministros a mantener una «discusión constante con Dios con respecto a todo lo que necesitan para llevar a cabo la obra».

El espíritu de oración

La idea de la contienda y la lucha, tal como la que Jacob libró por la bendición de Dios (Génesis 32:22-32), o la de Epafras por los Colosenses (4:12-13), ilustraba claramente para Edwards y Finney el tipo de oración que planta la semilla para producir un avivamiento. Creían que no era irreverente ser obstinado y luchar con Dios. Ambos entendieron cómo el Espíritu a veces se cierne sobre una iglesia o comunidad, tal como lo hizo sobre el caos en la creación, concibiendo nueva vida. Pero era el papel de la iglesia orar para que esa nueva vida, esos nuevos nacimientos, se hicieran realidad. Se refirieron a la iglesia como la «madre de los convertidos» en la medida en que los intercesores oraban de una manera que podría sonar como una mujer en labor de parto.

El primer y el segundo Gran Despertar rebosaron de historias de agonía en la oración, de peticionarios que se volvieron implacables en el llanto de su corazón. Escribieron sobre sudor, jadeo, lágrimas y ayuno. Finney enfatizó que es necesario orar hasta que uno haya «orado tanto» como para asegurarse de haber sido escuchado… como para asegurarse de que [la petición] se ha resuelto en el cielo, y que se puede esperar pacientemente en la tierra.

Lo más importante para los líderes de los avivamientos fue que nada de esta audacia y determinación en la oración podría ser autogenerada. Una efusión del «espíritu de oración» era para ellos el don espiritual clave, el carisma esencial del avivamiento: Dios mismo, por su Espíritu, es el que proporciona el discernimiento y la fe, la energía y el lenguaje y el aliento mismo del avivamiento.

«A veces, la conducta de los inicuos lleva a los cristianos a orar…», escribió Finney, «… los quebranta, los entristece y los vuelve tiernos de corazón, de modo que pueden llorar día y noche, y en lugar de regañar a los inicuos, oran fervientemente por ellos. Es entonces que se puede esperar un avivamiento. De hecho, ya ha comenzado».

Los Grandes Avivamientos dejaron una gran bendición a su paso. Seis de las nueve universidades fundadas en los Estados Unidos durante la época colonial fueron el resultado de los avivamientos. También una teología estadounidense distintiva formada a partir de las reflexiones de Edwards. Las iglesias americanas se multiplicaron por cuatro durante el Segundo Gran Despertar. El movimiento misionero estadounidense se expandió. Y las oleadas de reformas sociales (en las cárceles, contra el trabajo infantil, por los derechos de la mujer, contra la esclavitud) se remontan a esos mismos avivamientos.

Pero la preocupación de Finney por sus propios hijos nos recuerda que la oración «de dolores de parto» no es una fórmula ni una garantía, como si de alguna manera estuviéramos arrancando de la mano de Dios lo que queremos. Él oró fervientemente, incluso llorando públicamente, para que sus propios hijos vinieran a la fe. Eventualmente, lo hicieron, aunque no mientras él estaba vivo. El avivamiento que buscamos puede ser uno que nosotros mismos nunca veamos. Sin embargo, la oración afanosa sigue sembrando, incluso con lágrimas, para todos aquellos que un día cosecharán con cantos de alegría.

El fin de la oración casual

Debo admitir que todo esto ocasionalmente me ha dejado sintiéndome culpable por mis propias oraciones. ¿Quién de nosotros, si somos honestos, no siente en el fondo que podríamos orar más? ¿O que, de una forma u otra, deberíamos estar orando mejor?

Durante la mayor parte de mi vida, gran parte de la iglesia de América del Norte ha sufrido de una autopercepción defectuosa en la que de alguna manera cree que todo está bien, cuando no es así. Muy a menudo somos como Ester con toda una nación gimiendo desesperada, pero, como estamos cómodos en nuestro palacio, no nos damos cuenta de lo que sucede allá afuera. Las circunstancias de comodidad, o una sensación de orgullo de nuestra posición, pueden fomentar un aislamiento que separe nuestras oraciones del amor santo, que es, en última instancia, lo que la oración «de dolores de parto» es: el amor de Getsemaní. Todo tipo de factores como estos pueden interferir con nuestra empatía, audacia y tenacidad en la oración.

También podemos albergar el temor de que no obtendremos ningún fruto de nuestras oraciones. Este miedo subyacente de ser defraudados por Dios puede paralizarnos en oraciones defensivas destinadas principalmente a protegernos de la decepción. Incluso Pablo luchó con la forma en que Dios todavía podía estar obrando a través de la oración cuando parecía producir poco más que retraso y frustración (2 Corintios 12:7–9).

Estos factores son verdaderos obstáculos. Pero he llegado a la conclusión de que sentirse culpable por ellos es un incentivo muy efímero y, en última instancia, ineficaz para la oración. Mi encuentro con la oración «de dolores de parto» me acercó más a lo que creo que Dios está buscando. A medida que la esperanza del avivamiento se ha profundizado en mi corazón, mi disposición a orar por el mismo de manera menos casual ha crecido en al menos tres formas.

1. Más y menos preocupado

La forma en que oramos le importa a Dios. Así como solía decirles a mis hijos pequeños «no me hablen así» cuando eran irrespetuosos, Dios podría decir lo mismo de mis oraciones cuando tomo a la ligera la condición de mis relaciones o el discernimiento detrás de mis peticiones. Finney pidió a los peticionarios que busquen saber cómo ve Dios la necesidad antes de orar al respecto. Estoy aprendiendo que orar primero sobre mi oración, y buscar la ayuda del Espíritu para expresar los deseos de Dios son buenas maneras de comenzar a orar con menos indiferencia.

Sin embargo, esperar tal fervor de todas las personas con las que oramos no es realista. Ser menos casual en la oración requiere la humildad de también estar menos preocupado por lo que otros puedan pensar. «No me preocupa la reputación del metodismo, ni mi propia reputación, más que la reputación del Preste John», escribió una vez John Wesley. El avivamiento siempre ha sido anunciado por las peticiones de los inicialmente incomprendidos, los oscuros y los agobiados, aquellos que a menudo lloran mientras otros se relajan.

2. Oraciones más grandes y más pequeñas

Otro paso ha sido reconocer cuán casuales se vuelven mis oraciones cuando mi pedido es realmente alcanzable por medios humanos. Creyendo que la visión pequeña obstaculizaba la eficacia de la oración, Edwards incitó a los peticionarios a «ir y expresar todos sus deseos ante Dios en toda su extensión, sin tener miedo… Pero que sus peticiones sean tan grandes como sus deseos». Cuando me enfrenté a las insuperables dificultades de un mundo quebrantado, las lecciones del sufrimiento me desafiaron a orar en grande. El «dolor de parto» es la forma en que la oración puede sentirse y sonar cuando la intensidad de nuestra expresión coincide con la inmensidad de nuestra necesidad.

Sin embargo, a Finney le preocupaba que las grandes oraciones también pudieran volverse amplias, genéricas y cliché: «Dios, por favor bendice a nuestra comunidad». «Que nuestra iglesia siga tu voluntad, Señor». Cuando los cristianos oran juntos, deben «reunirse con un objetivo definido», exhortó Finney, «y buscar ese objetivo en oración ferviente». He encontrado que esa particularidad en la oración, para mí, se siente más arriesgada y requiere una mayor fe. Y cuando tengo más en juego en la solicitud específica, no presento mis peticiones de forma casual.

3. Asumir la desesperación elegida

A diferencia de nuestros hermanos en la época colonial, el declive espiritual generalmente no me conduce a días de ayuno. El miedo al juicio de Dios por el pecado no traspasa nuestros corazones como lo hizo en Estados Unidos del antebellum. No experimentamos persecución como la sufren los cristianos en otras partes del mundo, donde las lágrimas son el lenguaje de oración de la iglesia. Por lo tanto, si mi oración debe dejar de ser casual, implicará el propio esfuerzo de mi voluntad a fin de reconocer nuestra necesidad desesperada, y dejarme atrapar por ella; una postura interna de honestidad espiritual que desafía la comodidad de mis circunstancias.

Tal aguda conciencia de la realidad actual se quedará corta si solo permito que me haga parecer más perspicaz en mis conversaciones con los demás. Lo que importa es que la evaluación honesta de nuestros tiempos me mueva a buscar a Dios para vivir su amor por el mundo, expresado primero no en un púlpito, blog, artículo de revista o tuit, sino encerrado en mi aposento. Es mi elección asumir como propia la oración más antigua y desesperada de la iglesia: «Ven, Espíritu Santo».

El avivamiento sería demasiado glorioso y nuestra necesidad demasiado grande. Y nuestro Dios es demasiado digno como para conformarse con algo menos.

David R. Thomas es pastor en la Iglesia Metodista Unida y director ejecutivo de New Room, que conecta y une al pueblo de Dios para sembrar un gran avivamiento. Puedes contactarlo en newroom.co [enlace en inglés].

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Día de Navidad

Una lectura de Adviento para el 25 de diciembre.

Isaías 9:6-7

Isaías 9:6-7

Christianity Today December 25, 2022
Stephen Crotts

Lea Isaías 7:14 y 9:1–7

«Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre».

Isaías 9:6–7

Celebre el nacimiento de Jesús con gozo.

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La Navidad nos injerta en la poco tradicional familia de Dios

Tras perder a mi padre cuando era niña, aprendí a ver la Encarnación como mi verdadero linaje.

Christianity Today December 24, 2022
Ilustración por Mallory Rentsch / Source Images: WikiMedia Commons

De niña, me encantaba admirar las tarjetas de Navidad que mi familia recibía cada año. En la época anterior a las redes sociales, esas fotos que recibíamos cada año en el buzón me ayudaban a sentirme conectada con amigos y familiares a larga distancia.

Sin embargo, después de la muerte de mi padre, las tarjetas navideñas me recordaban lo que había perdido. Las fotos de familias sonrientes e intactas, acompañadas por sus alegres saludos, se sentían como sal en la herida. Las festividades siempre son duras para los afligidos. Pero para mí, añadían una capa de vergüenza a la pena que me acompañaba todo el año. Como niña dolida, lo intuía: puesto que nuestra familia ya no estaba completa, mis hermanos y yo ya no éramos material para tarjetas de Navidad. Por ese motivo, nunca volvimos a enviar una tarjeta navideña con nuestra foto tras la muerte de mi padre.

Nuestra fijación cultural con la familia nuclear adquiere un tono religioso en Navidad. Mezclamos a José, María y Jesús en el pesebre con nuestras propias nociones sentimentales de unión familiar. Invitamos a las familias a encender las velas de Adviento en la iglesia. Nos reunimos en torno a mesas familiares para celebrarlo. Con tanto bombo y platillo, es fácil suponer que «la paz en la tierra» viene exclusivamente en forma de una familia sana y completa delante de un árbol de Navidad.

Para ser claros, la familia es un don de Dios que merece la pena celebrar y apoyar. Dios creó la familia en parte para enseñarnos a amar y a ser amados. El mundo necesita ver a las familias haciendo el duro y santo trabajo de la unión. Pero, como escribe el estudioso del Nuevo Testamento Esau McCaulley, «… nuestra imagen de la familia en Navidad —siempre bien vestida, rica, feliz e intacta— en realidad encuentra un incómodo espacio al lado del evangelio de la primera [Navidad]». [Los enlaces redirigen a contenidos en inglés].

La propia familia de Jesús no era precisamente material de postal navideña. Jesús no pasó su primera «Navidad» (es decir, su nacimiento) en un hogar acogedor con una familia tradicional, sino en un establo con una madre aún no casada y un padre adoptivo. Su infancia estuvo marcada por la vergüenza social del embarazo de su madre (Mateo 1:18-19), el terror del desplazamiento de su familia a Egipto (Mateo 2:13-15) y la dura realidad de la pobreza (Lucas 2:24).

Además, Jesús no llegó a la adultez para tener una familia tradicional. Permaneció soltero y célibe hasta su muerte.

Como perdí a mi padre cuando era todavía muy pequeña, he encontrado mucho consuelo en el hecho de que la historia familiar de Jesús sea tan compleja. Desde el momento de su concepción, Emmanuel demuestra que Él es Dios con todos nosotros, incluidos los marginados, los pobres, los solteros y los afligidos. La magia de la Navidad —es decir, de la cercanía de Cristo— es que pertenece precisamente a quienes parecen excluidos de ella. La propia familia de Jesús es una prueba de esta verdad.

Pero Jesús y sus padres —denominados en la historia de la Iglesia como «la sagrada familia»— también nos sirven como el modelo de un marco más amplio y nuevo que el propio Jesús inauguró. Cuando le preguntaron por sus lealtades familiares, Jesús enseñó: «… mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 12:50, NVI). Los padres humanos de Jesús fueron los primeros personajes de los Evangelios en demostrar esta obediencia.

El famoso «sí» de María al mensaje de Gabriel es lo que la convirtió en madre de Jesús. Consintió a la voluntad de Dios y la acogió de la forma más personal, carnal y costosa. Esto hace de María una persona única en la historia de la salvación, así como un ejemplo para todos los cristianos.

Del mismo modo, José obedeció el mandato angélico de tomar a María por esposa y acoger a su hijo como heredero (Mateo 1:18-25). La profunda humildad y actitud de servicio de José ilustran el reino contracultural de Dios, y siguen siendo un testimonio profético para nosotros hoy.

En su obediencia colaborativa a Dios, María y José vivieron juntos de la forma en que Adán y Eva debieron hacerlo. Su unión representa el comienzo de la humanidad redimida: la familia de Dios. En otras palabras, los protagonistas de la historia de Navidad no solo nos dan un modelo para la familia nuclear: nos dan un modelo para la Iglesia.

En mi propia infancia, durante y después de la muerte de mi padre a causa de cáncer, la iglesia se convirtió para mí en una sagrada familia, una comunidad que me engendró y me crió en la obediencia a Dios. Rodearon y apoyaron a mi madre mientras aprendía a criar a seis hijos como viuda. Los cristianos nos alimentaron, vistieron y, durante una temporada, nos dieron cobijo a mis hermanos y a mí. En particular, un puñado de hombres nos discipularon fielmente como padres espirituales. Su presencia constante me cambió la vida.

Tras todos los años que han pasado, la influencia de aquellos hombres me hace pensar en José, un hombre cuya paternidad no estaba limitada por la biología. Como escribe el Papa Francisco sobre el ministerio de José: «Los padres no nacen, sino que se hacen… Siempre que un hombre acepta la responsabilidad de la vida de otro, de alguna manera se convierte en padre de esa persona».

Jesús no vino a abolir la familia, pero sí vino a ampliarla. Vino para que pudiéramos compartir su filiación y sentarnos a su mesa familiar. Vino para convertir a los extraños en hermanos, y a los hombres y mujeres sin hijos en padres y madres espirituales. Esto no borra el dolor del distanciamiento familiar, el duelo o la soltería no deseada. Pero replantea ese dolor. Y debería replantear la forma en que todos los hogares cristianos entienden el ministerio de su vida en común.

En su libro Habits of the Household [Hábitos del hogar], Justin Whitmel Earley desafía a las familias nucleares a adoptar la hospitalidad como una forma de misión.

«No nos ocupamos de nuestro hogar porque nuestra responsabilidad sea con nuestra familia de sangre y con nadie más: eso es una forma encubierta de tribalismo», escribe. «Más bien, cuidamos de la familia porque es a través de ella como la bendición de Dios se extiende a los demás».

Al acercarse la Navidad, podemos reflexionar sobre el pequeño hogar no tradicional que extendió la bendición de Dios al mundo mediante el nacimiento de Cristo. Y podemos maravillarnos de cómo ese hogar se expande para incluirnos a cada uno de nosotros.

Me maravillo ante esta verdad cada vez que miro una imagen de la Sagrada Familia que tengo sobre mi escritorio. Me la regaló una amiga cuando yo estaba embarazada, y normalmente me inspira a orar por mi propio ministerio como madre de tres hijos. Pero, de vez en cuando, pienso en ella como un retrato de familia en el que, de algún modo, yo también estoy misteriosamente presente.

Dicho con mayor claridad, la familia humana de Jesús era y es distinta. Pero su familia espiritual incluye a los que han nacido no «… de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino… de Dios» (Juan 1:12-13). Esta familia está formada por personas de todas las tribus, lenguas y naciones, y su destino es la comunión eterna con el Padre (Apocalipsis 7:9-10).

Hace unos años, en una Navidad especialmente difícil en la que lloraba la repentina pérdida de mi hermano, descubrí otra imagen en la que aparecía la Sagrada Familia. En un dibujo titulado «María y Eva», Eva está desnuda, apenada y enredada por la serpiente a sus pies. María está embarazada, vestida de blanco y pisando la cabeza de la misma serpiente.

Esa imagen se ha convertido en una especie de postal navideña personal. Me recuerda que no debo buscar la plenitud última en ninguna iteración de la familia nuclear, sino confiarme a mí misma y a mis seres queridos al Hijo que nos hace a todos hijos e hijas.

Ante la pérdida profunda y la soledad persistente, este linaje familiar inquebrantable nos sostiene. Nos enseña a vivir juntos como una comunidad de hermanos y hermanas hasta que venga el Señor. E inserta nuestro dolor en una esperanza más amplia de la reunión —y resurrección— que nos aguarda.

Hannah King es sacerdote y escritora de la Iglesia Anglicana de Norteamérica. Trabaja como pastora asociada en la iglesia Village Church de Greenville, Carolina del Sur.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Al ver a Jesús, lo supieron

Nochebuena | Una lectura de Adviento para el 24 de diciembre.

Lucas 2:30-31

Lucas 2:30-31

Christianity Today December 24, 2022
Stephen Crotts

Cuarta semana de Adviento: Emanuel


Mientras viajamos por los acontecimientos que rodean a la Natividad, contemplamos la encarnación. Jesús —el Dios Fuerte, el Príncipe de Paz, la Luz del mundo— se hizo carne y habitó entre nosotros. Como nos anunció la profecía de Isaías, Él es «Dios con nosotros». Jesús es Emanuel.

Lea Lucas 2:22–40

La paternidad es difícil, y ser padres por primera vez añade una carga de dificultad. Todo es nuevo: desde los primeros movimientos de vida en el vientre, hasta sostener y ver a un hijo por primera vez, pasando por el primer baño, la primera vez que toca la mano de sus padres, las primeras palabras, los primeros pasos. ¡Hay tantas primeras cosas!

Imagine lo que habrá sido para José y María cuando viajaron con su recién nacido desde Belén hasta Jerusalén. El viaje les habría costado varias horas a pie. Con obediencia fiel, viajaron por primera vez como padres primerizos, participando de la costumbre de dedicarse a sí mismos y a su hijo a Dios.

Todo sucedió siguiendo la tradición hasta que apareció el justo y devoto Simeón. Él había estado esperando por la liberación de Israel, y al entrar en los patios del templo experimentó una primera vez. En ese momento, Dios cumplió su promesa de que Simeón viviría para ver al Mesías. Al ver al bebé Jesús, Simeón lo supo.

Y no solamente lo vio, también lo sostuvo en brazos. En ese momento, él entendió tangiblemente que la salvación de Dios anunciada por los profetas no sucedería solo a escala global, sino también en lo íntimo y personal. La salvación en sí misma estaba encarnada en el bebé que se acurrucaba y se movía en sus brazos. Cuando Simeón adoró y habló de la salvación de Dios, María y José se quedaron maravillados, posiblemente recordando las instrucciones del ángel de que debían llamar a su hijo Jesús, un nombre que hablaba de la salvación de Dios.

Mientras Simeón hablaba con María, Ana se acercó a ellos y confirmó el canto profético de alabanza de Simeón cuando ella misma comenzó a alabar a Dios. Durante décadas, la vida entera de Ana se había centrado en adorar a Dios, orar y ayunar. Al ver a Jesús, Ana lo supo. Sabía que este era el niño que habían estado esperando para la redención del pueblo de Dios, así que habló de Jesús a todo el que estaba dispuesto a escuchar. La luz prometida a las naciones había llegado.

En María y José, en Simeón y Ana, vemos ejemplos de lo que significa la devoción a Dios y la vida justa. Vemos obediencia y fe, disciplina y dedicación, anticipación y alabanza. Ellos vieron a Emanuel. Ellos sostuvieron en brazos a Emanuel. Conocieron a Emanuel. Hablaron de Emanuel.

Mientras celebramos a Emanuel en este tiempo de Adviento, caminemos en fiel obediencia como María y José. Pongamos en práctica el ser devotos, justos y adoradores como Simeón. Oremos, ayunemos y hablemos de Jesús a todos los que quieran escuchar como hizo Ana. No hay redención en ningún otro nombre.

Kristie Anyabwile es autora de Literarily: How Understanding Bible Genres Transforms Bible Study y editora de His Testimonies, My Heritage (publicado en español como Sus testimonios, mi porción).

Reflexione sobre Lucas 2:22–40.


¿Qué es lo que más le llama la atención de las historias de Simeón y Ana? ¿De qué modo sus vidas —y las de María y José— lo animan e inspiran a usted en esta Nochebuena?

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La Navidad es alegría para los quebrantados de corazón

Gracias a Jesús, aun los afligidos tenemos esperanza.

Christianity Today December 23, 2022
Ilustración por Christianity Today / Source Images: Unsplash

La Navidad siempre ha sido el día más especial del año para mi familia.

Disfrutamos del Año Nuevo, la Pascua, el Día de Acción de Gracias y otras fiestas que se nos presentan a medida que pasamos las páginas del calendario. Pero la Navidad siempre ha tenido algo especial, con sus celebraciones bien establecidas, sus prácticas llenas de fe y las tradiciones que hemos adoptado.

Sin embargo, hace poco aprendimos una difícil lección: que los días más especiales también pueden ser los más dolorosos y que las penas a menudo se amplifican en épocas festivas.

Hace solo dos años, mi hijo Nick nos fue arrebatado inesperadamente. Era un estudiante universitario que progresaba adecuadamente en sus estudios, un prometido que esperaba con ilusión su próxima boda, un hijo fiel y un hermano cariñoso. Pero entonces, en un instante, nos fue arrebatado y nuestro mundo se hizo añicos.

No pasa un solo día sin que él esté en nuestros corazones y en nuestras mentes. No pasa un día sin que lo echemos de menos y le lloremos profundamente. No pasa un día sin que anhelemos oír su voz y ver su sonrisa.

Y a medida que se acerca este día tan especial, sentimos que ese anhelo crece y ese dolor se hace más profundo, porque sabemos que en Navidad sentiremos aún más su ausencia. Será imposible ignorarlo o pasarlo por alto, pues habrá menos regalos bajo el árbol, una silla menos alrededor de la mesa y una bota navideña ausente frente a la chimenea. Sabemos que, de todos los días, este será el que más echaremos de menos.

Esta Navidad cae en domingo y, por supuesto, nos reuniremos con el resto de nuestra iglesia para celebrar el día con un servicio de culto, cantos, oraciones, escrituras y predicaciones. ¿Cómo podríamos celebrar mejor la Navidad que así? Mi hija mayor y su marido estarán en la ciudad y se unirán a nosotros. Mi hija menor también estará con nosotros.

¡Qué no daríamos por adorar juntos como una familia entera, intacta y reunida! ¡Qué no daríamos por pasar esta Navidad como hemos pasado tantas otras, con todos sentados cantando y maravillándonos juntos del prodigio del día y de todo lo que representa!

Pero, a pesar de todo esto, no carecemos de esperanza ni de alegría. Aunque sabemos que la Navidad será un día de tristeza, también estamos convencidos de que será un día de felicidad. Debe ser un día de felicidad, pues, ¿cómo podríamos no estar alegres en Navidad?

Si la Navidad fuera solo una ocasión para que nuestra familia se reúna y nos disfrutemos unos a otros, entonces podríamos perder toda esperanza. Pero es mucho más que eso. La Navidad conmemora un acontecimiento histórico de enorme importancia: no solo el nacimiento de un niño, sino el advenimiento de nuestra esperanza.

Es en Navidad cuando recordamos a Jesucristo y la narración de su nacimiento: un bebé nacido de una joven desconocida, en un oscuro pueblecito de una oscura provincia del poderoso Imperio romano. Y, sin embargo, toda esa oscuridad no puede desmentir el hecho de que este niño era especial, pues era el propio Hijo de Dios.

Hay mucho en la fe cristiana que es único, pero seguramente nada es más único que esto: que Dios entró en el mundo y se convirtió en un ser humano de carne y hueso. Hablamos a menudo y con razón de que Jesús murió en una cruz. Profesamos que mediante su muerte salvó a su pueblo, y mediante su resurrección promete un futuro en el que todo mal será reparado y todo dolor será consolado.

Pero para que Jesús muriera tuvo que vivir, y para que Jesús viviera tuvo que nacer.

Deberíamos detenernos a considerar a uno de los oscuros personajes de los primeros años de la vida de Cristo y que a menudo pasamos por alto. Simeón era un anciano, descrito en la Biblia como justo y devoto. El niño Jesús fue llevado a Jerusalén, y allí lo vio Simeón y supo que aquel niño era el Salvador.

Tomando al niño en sus brazos, dijo: «Según tu palabra, Soberano Señor, ya puedes despedir a tu siervo en paz. Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos…» (Lucas 2:29-31, NVI).

Ahora que Simeón había visto a Jesús —lo había visto con sus ojos y lo había tenido en sus brazos—, estaba dispuesto a partir y morir en paz.

Y ahora que hemos visto a Jesús —lo hemos visto con los ojos de la fe y lo hemos tenido en nuestros corazones— estamos preparados para vivir y preparados para morir; preparados para soportar y preparados para partir. Las palabras de Simeón son nuestras palabras y su confianza es nuestra confianza.

Si nosotros tenemos esperanza como familia, es una esperanza arraigada y cimentada en la Navidad. Si tenemos esperanza en que nuestro interrumpido círculo familiar será reparado y restaurado, nuestra esperanza comienza con el nacimiento de Jesucristo. Si tenemos la esperanza de que llegará un día en que se aliviarán todas nuestras penas y se secarán todas nuestras lágrimas, es la misma esperanza que amanece en la mañana de Navidad, celebrando el día en que Jesús nació para salvar este mundo.

Por eso, aunque lloremos en Navidad, no lloramos sin esperanza (1 Tesalonicenses 4:13). Aunque lloremos, no lloramos sin consuelo. Aunque sea un día de tristeza, también es un día de alegría, porque la Navidad es justo lo que necesitamos en nuestros momentos más difíciles y en nuestros días más oscuros.

La Navidad es alegría para los corazones rotos. En Navidad, los rayos de luz atravesaron por primera vez la oscuridad, cuando la esperanza amaneció tras una noche larga e insoportable: la mañana en que nació Jesús.

Tim Challies vive con su familia en los suburbios de Toronto y tiene un blog diario en Challies.com. Es autor de Seasons of Sorrow: The Pain of Loss and the Comfort of God.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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En espera de Jesús: lecciones de Simeón y Ana

Los ancianos héroes del adviento esperaron décadas por la redención. Esto es lo que podemos aprender de ellos.

El cántico de alabanza de Simeón por Arent de Gelder.

El cántico de alabanza de Simeón por Arent de Gelder.

Christianity Today December 23, 2022
WikiMedia Commons

En un reciente artículo del New York Times [enlaces en inglés], Jeremy Greene, de la Universidad John Hopkins, resume el impacto físico que los dos últimos años tuvieron en la sociedad. Dice: «Lo que estamos viviendo ahora es un nuevo ciclo de consternación colectiva».

Consternación colectiva. Hay un dolor universal que clama por el fin de nuestra aflicción actual (Romanos 8:22). El lamento de «¿Cuánto más, Señor?» resuena mientras atravesamos un segundo adviento marcado por la pandemia.

Sentir que he estado en espera crónica me ha llevado de regreso al tema bíblico de la redención: consuelo en el albor de la pérdida o la decepción. En las narrativas del nacimiento de Jesús nos encontramos con Simeón y Ana, quienes también «aguardaba[n] con esperanza la redención» (Lucas 2:25). Ellos tienen mucho que decirle a nuestro presente.

La redención viene a nosotros en nuestra impotencia

Dos cosas destacan en estos personajes. Lo primero es que ambos son gente excepcional. Las Escrituras describen a Simeón como un ser justo y devoto (Lucas 2:25). Lucas asigna un lugar a Ana entre los profetas (v. 36), lo que quiere decir sin más, como lo explica Dan Darling, que «ella tenía un don y no tenía miedo de declarar la palabra del Señor».

Una segunda observación, más terrenal, es que ambos eran muy mayores. Simeón sabía que su final en la tierra estaba cerca. Ana tenía 84 años, muchos más de la esperanza de vida de la época (v. 37).

Aunque pueda parecer que su edad sea algo fortuito, en realidad está destacando su excepcionalidad. A pesar de ser justos y dignos de admiración, ellos no podían alargar sus propios días. Ambos eran conscientes de su fragilidad y de su incapacidad para cambiarla.

En otras palabras, estaban llegando a su final, que es precisamente cuando Cristo aparece. Muy a menudo, la gracia aparece cuando ya no nos quedan recursos propios para suplir la necesidad.

Una crisis global tiene la capacidad de poner de manifiesto los límites humanos y su falta de control. Al igual que muchos durante los dos últimos años, yo también me agoté mientras intentaba «entender» y crear estrategias para salir adelante, todo con un mínimo efecto. Aceptar la impotencia del momento ha dejado más espacio para ver la mano de Dios en ello.

La redención consiste en dar la bienvenida al cambio

Lucas presenta a Simeón con una palabra que normalmente se traduce como «en espera» (prosdejomenos). Pero también se podría transmitir como «preparado para recibir». El término expresa la disposición a dar la bienvenida.

Ese énfasis transforma el concepto de espera y pasa de ser una resistencia insoportable a ser una anticipación activa. Simeón contaba los días para que Dios revelase lo que le había prometido personalmente.

Del mismo modo, Ana se había plantado en la presencia de Dios durante décadas, convirtiendo el duelo de una joven viuda en una oración que duró una vida entera. Esperar en el Señor se convirtió en su práctica diaria. Ann Voskamp escribió una vez: «Esta espera en Dios es el verdadero trabajo del pueblo de Dios».

Mi propia espera a menudo se siente más como impaciencia e irritación. Aprieto los dientes e intento aguantar hasta que supero aquello que parezca ser la prueba del momento. Quiero salir, no dar la bienvenida.

¿Cómo sería pasar a una mentalidad en la que estemos dispuestos a recibir antes que a escapar? La dificultad parece diferente a través de los lentes de la curiosidad y de la bienvenida. Podemos adoptar la perspectiva de George MacDonald y decir: «Venga pues la aflicción, si es la voluntad de mi Padre, y que sea mi molesta amiga».

El propio nombre de Simeón nos da una pista de cómo hacerlo, porque viene de una palabra que significa «escuchar inteligentemente». Yo tengo mucha más práctica en escuchar con miedo. O enfadado. O sin ganas. Simeón, por otro lado, es retratado como un alguien que escuchaba deliberadamente al Espíritu de Dios. Se nos dice que el Espíritu Santo estaba con él (v. 25), que el Espíritu Santo le revelaba cosas (v. 26) y que el Espíritu Santo lo movía (v. 27).

Escuchar inteligentemente significaba que Simeón discernía la diferencia entre sus propios impulsos y la guía de Dios. Significaba estar dispuesto a asumir los mensajes difíciles y no solo lo que quería escuchar. Y significaba dar un paso en obediencia y actuar con base en lo que había escuchado.

La redención sobrepasa nuestras expectativas

El resultado de la escucha de Simeón es una de las escenas más tiernas de las Escrituras: Simeón entra al templo para descubrir a María y José con su recién nacido. Entonces toma en brazos al bebé Jesús (v. 28). Él tiene la distinción de ser la única persona en la Biblia de la que se dice explícitamente que tomó a Cristo niño en sus brazos.

Al hacer esto, proporcionó una imagen impactante no solo de haber conocido a Jesús, sino de haberlo recibido en sí mismo. Cuando Simeón miró a los ojos nuevos del anciano de Días, para él Cristo pasó de ser «Dios con nosotros» a ser «Dios conmigo». El consuelo no tiene un significado real hasta que la verdad general se enfrenta a dimensiones personales y concretas.

Aparentemente, no cambió nada en la vida de Simeón, aunque él le dijo a Dios que ya podía morir en paz (Lucas 2:29). Su inquietud interna había sido calmada por Cristo, y su alma descansaba. Simeón sabía que la redención de Israel no era un suceso o un cambio, sino una persona.

Ana respondió a Jesús en gran medida igual que Simeón. Su mera existencia era la única evidencia que ella necesitaba para reconocer la mano redentora de Dios. Cristo —un bebé que todavía no sabía ni andar— se convirtió en el foco de atención de su alabanza.

Ponemos nuestra esperanza en las respuestas más que en aquel que responde. Podemos orar teniendo en mente respuestas muy específicas y únicas, y podemos pensar que solo eso aceptaremos como respuesta adecuada de parte de Dios. Cuando Él no responde según nuestras estrechas directrices, nos desesperamos. Mientras tanto, Cristo se acerca a nuestra aflicción sin hablar, como un bebé, envuelto de una forma que no esperábamos.

La iglesia que pastoreo se reunía en una escuela secundaria antes de la pandemia. Debido al confinamiento, de repente nos encontramos con que éramos una congregación sin hogar. Y siguió siendo así durante 18 meses. Regresar a los servicios en persona el otoño pasado fue como empezar de nuevo. Los números siguen siendo bajos. Y nuestras capacidades se encuentran limitadas. Las tradiciones navideñas se han reducido.

Pero estamos aprendiendo a estar presentes en esta pequeñez, preparados para recibir. Y abrazamos la vulnerabilidad. A fin de cuentas, Cristo se ha dado a conocer de maneras inesperadas a través de las mismas limitaciones que nosotros nos esforzábamos por superar. Resulta que un bebé no solo es pequeño: también es precioso y maravilloso.

La redención crece al compartirla.

Ana insistió en hablar de Jesús a todo aquel esperaba la redención (v. 38). De nuevo, Lucas regresa a la palabra prosdejomenos. Las innumerables multitudes a las que Ana habla de Jesús están marcadas por esa misma disposición a recibir.

Ana no veía a Jesús como una revelación secreta exclusivamente para ella. Nada de tacañería posesiva, nada de mentalidad de escasez. Como ocurrió en la alimentación de los cinco mil, el evangelio siempre se multiplica para saciar a las multitudes hambrientas e incluso deja sobras. Se supone que el consuelo de Dios va a alcanzar incluso a los de fuera.

Ana no esperó a ver cómo se desarrollaba la vida de Cristo antes de esparcir la palabra. Ella no esperó a ver primero cómo iban las cosas. Y el hecho mismo de compartirlo expandió su propio gozo.

Todos somos parte de la audiencia de Ana. Todo el mundo busca que lo rescaten, que los males se resuelvan, que el sufrimiento se acabe en estos tiempos desconcertantes que nos asedian. Con alegría Ana nos señala a todos hacia el niño y repite el mensaje: Él lo es todo. Él es nuestra redención. Y no hay escasez en Él, y como dice Isaías 9:7, su paz cada vez mayor no tendrá fin.

Jeff Peabody es escritor y pastor de la Iglesia New Day en Federal Way, Washington.

Traducción por Noa Alarcón.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Un rebaño de pastores

Una lectura de Adviento para el 23 de diciembre.

Lucas 2:8

Lucas 2:8

Christianity Today December 23, 2022
Stephen Crotts

Cuarta semana de Adviento: Emanuel


Mientras viajamos por los acontecimientos que rodean a la Natividad, contemplamos la encarnación. Jesús —el Dios Fuerte, el Príncipe de Paz, la Luz del mundo— se hizo carne y habitó entre nosotros. Como nos anunció la profecía de Isaías, Él es «Dios con nosotros». Jesús es Emanuel.

Lea Lucas 2:1–21

Cuando mi esposa Karin estaba en preescolar, hizo el papel de María en la puesta en escena del pesebre. Aunque era un plan adorable, para una niña de tres años la idea de tener animales vivos tan cerca resultó aterradora. Comenzó a llorar descontroladamente, y quiso salir de la escena. Para consolarla, su padre entró en el escenario y se recostó en el suelo entre ella y los animales, haciendo de barrera humana para que su hija se sintiera segura. Se cubrió totalmente de paja para que los visitantes del pesebre viviente no notaran que estaba allí.

Es una imagen sorprendente de la tarea del pastoreo. En Lucas 2 vemos que los pastores «pasaban la noche en el campo … para cuidar su rebaño», lo cual señala los peligros reales de la oscuridad. Era el momento en que los ladrones y los depredadores representaban una amenaza mayor. Así que los pastores se colocaban en medio del peligro, protegiendo a sus ovejas con sus propias vidas.

Sin embargo, en el relato del nacimiento de Jesús, los pastores también resultan ser ovejas. Esa primera Navidad, el Señor se reveló a sí mismo como el Buen Pastor de la historia, cuidando de los pastores como si fueran parte de su propio rebaño.

Piense en cómo toda esa atención que Dios presta a los pastores se parece a la forma en que David describe a Dios como un pastor en el Salmo 23. Dios suplió las necesidades de los pastores, una necesidad que quizá no hubieran expresado. Aquietó sus almas por medio de las palabras del ángel: «No tengan miedo». Les condujo por caminos de justicia justo hasta el pesebre. Les mostró que estaba con ellos de la manera más humilde y cercana: como un bebé en un pesebre. Restauró sus almas con un mensaje de esperanza y pertenencia: un mensaje que resultó ser exactamente «como les habían contado». Él llenó su copa a rebosar «por lo que habían visto y oído». No solo suplió sus necesidades, también ungió sus cabezas con perfume de alegría. Les mostró la bondad y la misericordia que sin duda los seguirían el resto de sus vidas.

Yo necesito esta clase de cuidados. Como pastor, me siento agradecido por este recordatorio de que los pastores también son parte del rebaño. Estoy agradecido por un Salvador que conoce tan bien a sus asustadizas ovejas al punto que deja su vida ahí mismo, sobre el heno, colocándose entre nosotros y cualquier peligro.

Estoy agradecido porque, cuando nuestras almas ansiosas necesitan ser cuidadas y protegidas, el Señor sigue hablando palabras de paz sobre la tierra en la voz reconocible de nuestro Buen Pastor. Realmente son buenas nuevas de gran gozo para toda la humanidad.

J. D. Peabody es pastor de la Iglesia New Day en Federal Way, Washington, y es autor de Perfectly Suited: The Armor of God for the Anxious Mind.

Reflexione sobre Lucas 2:1–21.
Opcional: Lea también el Salmo 23 y Juan 10:2–4, 11, 14.


¿De qué manera ve el cuidado —y el carácter— de Dios en el relato de los pastores? ¿Qué enfatiza esto acerca de Jesús?

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El silencio de José

Una lectura de Adviento para el 22 de diciembre.

Mateo 1:25

Mateo 1:25

Christianity Today December 22, 2022
Stephen Crotts

Cuarta semana de Adviento: Emanuel


Mientras viajamos por los acontecimientos que rodean a la Natividad, contemplamos la encarnación. Jesús —el Dios Fuerte, el Príncipe de Paz, la Luz del mundo— se hizo carne y habitó entre nosotros. Como nos anunció la profecía de Isaías, Él es «Dios con nosotros». Jesús es Emanuel.

Lea Mateo 1:18–25

La fama que mejor puede reclamar José es por aquello que no era. Le conocemos como «el que no es el padre real» de Jesús. Mateo enfatiza lo poco que José tuvo que ver con el desarrollo de la historia de la redención, desde el embarazo de María hasta la ubicación del nacimiento de Cristo, pasando por los sucesos que condujeron al viaje de la familia a Egipto.

Las Escrituras también muestran a José como alguien visiblemente silencioso. No pronuncia ninguna palabra registrada. Como resultado, a menudo pasamos por alto a José o lo convertimos en sujeto de conjeturas. Queremos saber más. No obstante, quizá la no contribución de José es precisamente lo que Dios quería que recordáramos.

El rol más importante de este hombre es, aparentemente, que carece de rol alguno. Su reducida participación encapsula un principio central del evangelio: la salvación le pertenece solo a Dios. La historia de José nos recuerda que no somos nosotros los que orquestamos nuestro propio rescate. El ángel no le dijo a José: «Esto es lo que Dios quiere, así que anda y hazlo». En esencia, lo que dijo fue: «Esto es lo que Dios ha hecho que sucediera, y así es como se ha de recibir esta verdad».

Sería comprensible que José se sintiera resentido porque la vida no se desarrolló como él esperaba. Sin embargo, en vez de centrarse en todo lo que se le pidió que entregase, José dejó espacio para una realidad mayor: este niño era el Prometido, la clave para la redención de Dios de toda la humanidad. Y si el nacimiento de Jesús era en verdad buenas nuevas para todo el mundo, eso le incluía a él. El gran plan para la humanidad también significaba salvación personal para él.

Vale la pena señalar que el silencio de José se rompe con una sola palabra. No se lo cita directamente, sino que se nos dice que él habló, y la palabra fue Jesús. Fue José el que tuvo el honor de darle al niño un nombre que significa «Dios salva».

Mateo enlaza este nombre con el texto de Isaías que identifica al Mesías como Emanuel, Dios con nosotros. Jesús y Emanuel son básicamente nombres intercambiables: la presencia de Dios hace posible nuestra salvación, y nuestra salvación nos permite permanecer en su presencia.

Para José, otorgar este nombre significaba más que seguir las órdenes del ángel. Era una declaración. El hombre sin palabras anuncia a gran voz. En su desesperanza, cuando su mundo fue puesto de cabeza, la respuesta de José fue Jesús. Dios salva.

A medida que fueron sucediendo cosas sobre las que tenía poco control, José pudo personalizar las palabras del profeta: Emanuel. Dios está conmigo. Y cuando pronto enfrentó tal peligro que él y su familia tuvieron que huir para salvar sus vidas, José llevó la verdad en brazos. Jesús. Dios salva. Emanuel. Dios va con nosotros.

Aunque el espacio que se le dedica a José en la narración es pequeño, quizá eso sea una buena señal. En José podemos ver nuestra pequeñez y recordar que la salvación pertenece al Salvador, quien está con nosotros hasta el final.

J. D. Peabody es pastor de la Iglesia New Day en Federal Way, Washington, y es autor de Perfectly Suited: The Armor of God for the Anxious Mind.

Reflexione sobre Mateo 1:18–25.


¿De qué modo el acto de José de poner nombre a Jesús le interpela a usted? ¿Qué cree que significó este nombre para José mientras cuidaba al bebé Jesús?

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Dios de misericordia y poder

Una lectura de Adviento para el 21 de diciembre.

Lucas 1:68

Lucas 1:68

Christianity Today December 21, 2022
Stephen Crotts

Cuarta semana de Adviento: Emanuel


Mientras viajamos por los acontecimientos que rodean a la Natividad, contemplamos la encarnación. Jesús —el Dios Fuerte, el Príncipe de Paz, la Luz del mundo— se hizo carne y habitó entre nosotros. Como nos anunció la profecía de Isaías, Él es «Dios con nosotros». Jesús es Emanuel.

Lea Lucas 1:57–80

Los humanos no manejamos muy bien la tensión entre la misericordia y el poder. Los que obtienen poder a menudo lo disfrutan y tienden a querer más, mientras que aquellos que son compasivos suelen entregar el poder (o les es arrebatado). Sin duda, hay excepciones, pero por lo general sabemos y podemos observar que este equilibrio no es fácil de conseguir. Sin embargo, a diferencia de nosotros, Dios de alguna manera es ambas cosas, el más poderoso y el más compasivo, perfecto en cómo demuestra cada una de ellas.

Vemos el poder compasivo de Dios destacado de varias maneras en esta historia acerca del nacimiento y los primeros días de Juan el Bautista. De hecho, este tema del poder compasivo está escondido a plena vista de quienes leen la Biblia en español. Sabemos que Elisabet quería llamar al niño Juan para mantenerse fiel al mensaje que Gabriel le dio a Zacarías (Lucas 1:13). Aquellos que la escuchan se sorprenden, ya que esto no seguía la costumbre de poner al niño el nombre de alguien de la familia. Entonces ¿por qué Juan (Yohanan en hebreo)? Significa «Dios muestra compasión», y este niño proclamaría las obras de misericordia de Dios en favor de toda la humanidad.

Zacarías había sido incapaz de hablar desde el día en que supo que su mujer tendría un bebé. Pero tan pronto como escribe el nombre del niño, recupera el habla, e irrumpe en alabanzas. Por medio de esta señal, la gente sabe que este niño es especial. Se preguntan unos a otros: ¿Qué llegará a ser este niño?

Sin embargo, Zacarías desvía la mirada en la dirección correcta. Sí, el niño tiene un papel especial, pero es el Señor quien ha de ser adorado. El poderoso Dios de todas las cosas «vendrá a nosotros», dice Zacarías, y estará en medio de su pueblo.

Pero la demostración del poder del Señor no será con opresión. Más bien, será con liberación. El Señor «nos envió un poderoso Salvador… para mostrar misericordia a nuestros padres» y «rescatarnos» (vv. 69, 72, 74).

La idea de Dios mostrando misericordia está asociada a la idea del pueblo de Dios que está en pecado. Al igual que sus ancestros, quienes recibieron profecías similares (1 Samuel 2:10; Miqueas 7:20; Ezequiel 16:60), merecen el castigo, pero han recibido sobreabundancia de gracia.

¿Por qué hace Dios esto? Para que podamos servirle. Es un regalo para que podamos experimentar verdaderamente a «Dios con nosotros». El canto de Zacarías promete perdón por nuestros pecados y luz para guiarnos por «la senda de la paz». A medida que avanza la narración de su evangelio, Lucas regresa a estos temas muchas veces, destacando cómo la venida del Mesías trae consigo restauración y justicia: una paz verdadera y duradera.

Madison N. Pierce es profesora asociada de Nuevo Testamento en el Western Theological Seminary. Entre sus libros se puede mencionar Divine Discourse in the Epistle to the Hebrews.

Reflexione sobre Lucas 1:57–80.


¿En qué lugar de este pasaje siente el gran poder de Dios? ¿Dónde ve usted la misericordia y la gracia de Dios? Ore expresando su respuesta a Dios.

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