¿Qué falsas enseñanzas se sienten mayormente tentados a creer los cristianos evangélicos?

Las herejías ocultas vienen en muchas formas y tamaños.

Christianity Today May 5, 2015
James O'Brien

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Que Jesús no es humano

Cherith Fee Nordling


Los cristianos profesan a Jesucristo como el Hijo de Dios. Las Sagradas Escrituras, los credos históricos tradicionales, y la adoración de la iglesia robustamente se intersectan en este punto.

Sin embargo, cuando examinamos lo que significa que Jesús es el Hijo de Dios, no se tarda mucho para que algunas percepciones equivocadas comunes—hablemos con franqueza, enseñanzas falsas—salgan a la luz. Se centran en la humanidad de Jesús.

A través de la mayor parte de la historia de la iglesia, y ciertamente dentro del pensamiento evangélico histórico, la deidad de Cristo ha sido algo indiscutible. No es así con respecto a su humanidad. Mientras que afirmamos a Jesús como totalmente divino y totalmente humano, no tomamos su humanidad en serio, especialmente en aquellas áreas en que su humanidad se relaciona con la nuestra.

El Nuevo Testamento da por hecho la humanidad de Jesús. Fue eso lo que hizo que sus declaraciones mesiánicas, y la adoración de la iglesia primitiva de Jesús como Señor, fuesen algo tan radical. En las palabras de Pablo, el Hijo encarnado “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Fil. 2:6). Renunció a su propio poder sometiéndose a los límites de un vida humana verdadera. Esto significa que vivió (y fue resucitado) de la manera en que nosotros también hemos sido llamados—a través del poder del Espíritu Santo.

Los líderes de la iglesia de los primeros siglos presionaron para que hubiese claridad en la adoración y la proclamación sobre esta persona, el Hijo preexistente, encarnado, Jesús de Nazareth. Las herejías (enseñanzas falsas que intentaban reducir la tensión de este misterio) abundaban. Fueron estas falsas enseñanzas que precipitaron los credos. El Credo Niceno y el de los Apóstoles son dos de entre otros que representan una presentación abreviada del evangelio. Declaran el señorío divino del Padre, Hijo, y Espíritu, la unidad de la naturaleza divina y la humana de Jesús, su lugar en la historia, y nuestro lugar subsecuente en la historia trine.

Frente a los retos modernos a la divinidad de Jesús, frecuentemente caemos en herejías sobre su humanidad. Muy frecuentemente Jesús es el Hijo divino quien tomó prestado un cuerpo humano con el fin de enseñar, sanar, y hacer milagros que comprobaban su autoridad divina y su poder para salvarnos de nuestros pecados.

Entretejido en este “evangelio” se encuentran implicaciones totalmente falsas: que el mundo material es maligno; que el divino Hijo de Dios no fue ni es verdaderamente un hombre “compartiendo nuestra humanidad”; y que, porque él es Dios, Jesús tenía el poder para permanecer sin pecado y para hacer todo tipo de cosas interesantes. Nosotros no lo somos, así que no podemos hacer lo mismo.

Cuando fallamos en tomar la humanidad de Jesús seriamente, las consecuencias son serias. Un Salvador tal no sabe nada de nuestra humanidad quebrantada y sujeta a la tentación y de nuestra necesidad de la presencia que infunde poder del Espíritu. Y sabemos poco sobre su glorioso poder cruciforme, su autoridad, y su renovada justicia en nuestra experiencia. No tenemos un nuevo Adán, ni un sumo sacerdote humano que intercede por nosotros, ni un rey con quien participamos en nuestro destino final resucitado como hijos de Dios que llevan su imagen.

Si Jesús no es verdaderamente como nosotros, entonces tenemos excusa para no ser semejantes a él. Sin embargo, Juan nos dice que es precisamente eso lo que sirve como evidencia de una vida ungida por el Espíritu, que discierne la verdad de la mentira por la evidencia del amor de Dios dentro y alrededor de nosotros—de tal manera que “como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Jn. 4:17), conformados a la imagen verdaderamente humana, gloriosamente cruciforme del Hijo.

Cherith Fee Nordling es profesora asociada de teología en Northern Seminary, Lombard, Illinois.

Que la gracia no es suprema

Marguerite Shuster

Supuestamente todos los evangélicos que saben lo que significa ser evangélico afirman que somos salvos por gracia solamente. “Pregúnteles, ¿es usted salvo o salva?” y ellos saben que un “sí” depende en confiar en algo irremplazable que Jesús hizo en la cruz por ellos, no en que ellos fueran buenas personas. En este sentido básico, los evangélicos no están confundidos sobre los principios fundamentales de nuestra fe.

El problema es negación en la conducta. Si la antigua fórmula lex orandi, lex credendi (“la ley de orar es la ley de creer”) nos puede enseñar algo, es que la manera en que nos comportamos, en que adoramos, y lo que a final de cuentas hacemos, se reflejará en lo que enseñamos.

Considere nuestros servicios de adoración. La predicación en muchas iglesias evangélicas frecuentemente se enfoca en historias conmovedoras de discursos motivacionales, psicología popular, y “ayudas prácticas para hogares más felices”—o en sus mejores casos una serie de mensajes sobre “principios bíblicos” que se pueden aplicar para vivir mejor. Lo que nosotros podemos y debemos hacer casi desplaza totalmente lo que Dios ha hecho por nosotros. El llamado a la adoración del Dios transcendente en la iglesia local con frecuencia se suplanta con un alegre, y totalmente secular, “Buenos días,” que se repite hasta que la congregación responde a un volumen requerido.

Un estudiante me contó de un servicio en una mega iglesia donde no se hacía ni una sola oración. Aquellos que diseñaban el servicio determinaron que no había tiempo para orar. ¿No había tiempo para hablar con Dios en adoración? Y cuando al final del culto se substituye un reto (una instrucción en cuanto a lo que debemos hacer) en lugar de una bendición (de parte de Dios para que salgamos en el poder del Espíritu para vivir vidas dignas de nuestro llamado), verdaderamente nos hemos encerrado dentro de nuestra propia fortaleza.

Con respecto a la salvación, el problema es cuando menos tan severo como nuestro descuido al consejo de Pablo en Romanos 6:1, donde nos advierte urgentemente que no supongamos que podemos pecar para que la gracia abunde. La salvación no implica santificación completa en esta vida. Pero seguramente sí implica una reorientación de los deseos de nuestro corazón, de tal manera que cuando menos nos sintamos tristes por el gran pecado en nuestra vida. ¿Cómo puede ser que los seminarios teológicos puedan defender vigorosamente el uso de groserías, obscenidad, y vulgaridad como herramientas adecuadas para evangelizar, como los he escuchado hacerlo? ¿Cómo puede ser que la “santidad” se haya convertido en una palabra que suscita desprecio, burla, y que se evita usar excepto cuando se confunde con palabras como ofensivo, pegajoso, o piedad pretensiosa? ¿Queremos en verdad ser salvos, en el sentido de ser liberados del dominio del pecado?

¿O será que nos hemos olvidado, o no queremos creer, que somos el tipo de personas que verdaderamente necesitan ser salvos? ¿Y que somos el tipo de personas que no se pueden salvar a sí mismas y que están totalmente dependientes de la gracia?

Marguerite Shuster es profesora emérita de predicación y profesora principal en Fuller Seminary.

Que el racismo ya no existe

Amos Yong

En la iglesia primitiva, las falsas enseñanzas eran designadas como herejías—del griego hairesis, que quiere decir “escoger.” Las falsas enseñanzas eran insidiosas porque promovían disensión dentro de la iglesia única, santa, y universal.

Si queremos saber qué herejías abundan el día de hoy, debemos examinar las enseñanzas y creencias que causan división en la iglesia. No hay duda, cualquier declaración de una verdad va a dividir a aquellos que la afirman y aquellos que la rechazan. Las creencias Cristianas naturalmente dividen.

Pero quizás cataloguemos algunas enseñanzas como falsas si dichas enseñanzas dividen inapropiadamente a algún pueblo de Dios que ya está fragmentado. En un momento cuando el cuerpo de Cristo se encuentra dividido a lo largo de líneas políticas, étnicas, y raciales, debemos trabajar especialmente duro para podar aquellas enseñanzas que dañan la unidad de la iglesia.

Existen dos falsas enseñanzas que son especialmente perniciosas. La primera es que se debe hacer “lo que es políticamente correcto.” Esto es algo que surgió de intenciones éticas y hasta proféticas que tenían la intención de promover harmonía a través de las líneas divisorias étnicas. Se ha deteriorado en un posición que avanza la agenda del grupo racial o étnico propio en contra de la cultura dominante. Lo que es políticamente correcto presume que lo que “mi” grupo “gana” significa una pérdida para el grupo dominante.

Una de las reacciones a “lo que es políticamente correcto” nos predispone para lo que es una segunda falsa enseñanza: que nosotros los evangélicos vivimos en iglesias y comunidades post-raciales. Muy raramente se promueve esto como una doctrina o enseñanza oficial. Esta idea es mucho más destructiva porque se comunica en muchas maneras sutiles y sin cuestionamiento. Por ejemplo, en iglesias multiétnicas y multiculturales, y en algunas mega iglesias, la diversidad que se puede ver se presume es evidencia conclusiva de que los Cristianos han vencido las divisiones raciales y étnicas del pasado.

Sin embargo, el privilegio cultural Euro-Americano que ha perdurado a través de los años sigue persistiendo en muchas iglesias. En muchas casos, las minorías étnicas, especialmente los hispanos y los negros, son marginados y luego se les culpa por ello. En contraste, como reportó CT en la historia principal de octubre de 2014, los asiático-americanos como yo somos considerados “minorías modelo.” Al nombrar esta manera de pensar como un intento de sugerir falsamente que vivimos en una sociedad y cultura post-racial, confirmo mi propio estatus estereotípico (asiático-americano) como un “extranjero perpetuo.” ¿Seguirá el grupo mayoritario blanco evangélico manteniendo continuamente marginados a hispanos, negros, y demás no blancos?

Como pentecostal, abrigo la unidad incomprensible de la narrativa del día del Pentecostés. Hechos 2 señala el camino hacia adelante entre la falsedad de lo correcto políticamente o de la presunción post-racial. Las voces en el Pentecostés hablan juntas y sin embargo permanecen distintas, mostrándonos que la armonía desconcertante es posible y es bíblica. Es una armonía que no requiere que todas las voces, las culturas, y las etnias sean iguales para que las maravillosas obras de Dios sean reveladas. Ojalá que este mensaje pentecostal rescate las medias verdades de estas falsas enseñanzas y redima su promesa ecuménica para la iglesia Norteamericana.

Amos Yong, director del Center for Missiological Research y profesor de teología en Fuller Seminary es autor de The Future of Evangelical Theology [El futuro de la teología evangélica].

Por qué las estrías del embarazo me recuerdan la Resurrección

Por esas cicatrices, obtenemos nueva vida.

Christianity Today May 5, 2015
Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Antes de tener hijos, pensaba que las mujeres embarazadas se veían adorables. Sus rostros radiaban; sus estómagos complementaban vestimentas de maternidad a la moda. Yo soñaba con un día lucir un embarazo, como si fuera el accesorio de última moda.

Después me embaracé, y no me sentía nada atractiva. Simplemente me sentía enorme.

Por naturaleza delgada, mi peso de adulta nunca fluctuó mucho. Me enorgullecía en pensar positivamente de mi apariencia física, pero el embarazo dio a conocer que la auto estima puede muy fácilmente desaparecer. Tan pronto como mi peso comenzó a subir, mi seguridad se vino al suelo.

Mi cuerpo desde entonces se ha engrandecido y contraído para hacer lugar para dos bebés. Cada vez que me embarazaba, me gozaba en el milagro de una pequeña vida creciendo dentro de mí, maravillada de los delicados movimientos que se convirtieron en pataleos y dar de vueltas. Pero cada embarazo también puso a prueba mis ideas sobre la belleza y el cuerpo. En una cultura donde reina el tener un cuerpo esbelto, donde el “embarazo esbelto” es una aspiración, y donde Hollywood promociona los impresionantes cuerpos que las actrices lucen después de haber dado a luz, es fácil para la mujer ver su aumento de peso y la gordura de su estómago como problemas, aún durante el embarazo.

Cuando me embaracé por primera vez, me entristecí por los cambios que mi cuerpo estaba experimentando. Mi cuerpo llevará por siempre las huellas y cicatrices de traer vida a este mundo. Pero he venido a realizar que esas cicatrices me ponen en buena compañía.

Durante la temporada de Semana Santa, los cristianos de todo el mundo celebramos la muerte y resurrección de nuestro Salvador, Jesucristo. En el viernes santo, recordamos su crucifixión.

El domingo de resurrección, nos gozamos en su victoria sobre la sepultura. Aún así, todavía no celebramos la restauración física total de Jesús. Aún después de que se levantó de entre los muertos, Jesús llevó las heridas de su ejecución, mostrándoselas públicamente a sus discípulos (Juan 20).

La resurrección física es uno de los grandes misterios de nuestra fe. Los pasajes de las Escrituras como 1 Corintios 15 y 2 Corintios 5 nos prometen que recibiremos “cuerpos celestiales.” Apocalipsis 21:4 nos asegura que seremos libres de dolor. No sabemos mucho más allá de eso, lo que hace de las cicatrices de Jesús huellas interesantes de su vida terrenal. ¿Por qué razón permanecieron sus heridas aún después de su resurrección?

El famoso predicador del siglo 19, Charles Spurgeon se dispuso a entender la razón por la cual las heridas de Cristo permanecieron. Él escribió:

Amados, estas heridas son para Jesús lo mismo que son para nosotros; son sus adornos, sus joyas reales, su justa vestimenta. Él no se interesa por el esplendor y la pompa de los reyes. La corona de espinas es su diadema.

Spurgeon continúa y dice que las heridas de Cristo son también sus trofeos.

Los trofeos de su amor. ¿Nunca ha visto usted a un soldado con una herida en la frente o en una mejilla? Todo soldado le dirá que las heridas de combate no son un desfiguramiento—son su honor. Dice Spurgeon, “si recibiera una herida en el momento de retirada, en la espalda, sería mi vergüenza, pero si recibiera una herida en la victoria, entonces es honroso ser herido.”

Aquí Spurgeon introduce una nueva manera de ver las heridas. Aunque algunas cicatrices nos recuerdan el dolor o pesar, otras cicatrices adquieren una clase de belleza. Las cicatrices de Jesús nos dieron vida y libertad. Son de las cicatrices mencionadas al último. Como dice Isaías 53:5, “por sus heridas fuimos nosotros curados.”

Después de haber dado a luz a mi primer hijo, experimenté esta nueva manera de ver mis cicatrices. Mi esposo me sorprendió cuando me confesó que, después de haber dado a luz, yo le atraía más que nunca. Mis caderas se habían ensanchado y mi estómago se había suavizado, pero que los cambios en mi cuerpo eran los adornos y trofeos por haber tenido a sus hijos. Para él, mis cicatrices eran hermosas.

El punto de vista de mi esposo me recordó que el cuerpo después del embarazo no es algo de lo que las mujeres deben estar avergonzadas. Más bien, es señal del grandísimo amor de la resurrección de Cristo. Por lo tanto, las cicatrices de Jesús nos pueden enseñar la manera correcta de ver los cuerpos femeninos, un testimonio importante en una cultura como la nuestra. En vez de tratar de pasar por alto o arreglar los cambios del embarazo, los cristianos pueden celebrar la belleza de un cuerpo que por su sacrificio físico trajo una nueva vida a este mundo.

Las cicatrices de Jesús también nos recuerdan que Dios puede redimir todas las heridas, sin importar la causa. Sean tus cicatrices el resultado de algo bueno o algo terrible, Dios puede tomar tus aflicciones y convertirlas en vida.

Yo todavía estoy aprendiendo a abrigar esta manera de pensar. En vez de luchar por el cuerpo ideal después del embarazo, espero poder gloriarme en el cuerpo que dio vida a mis hijos. Después de todo, estas cicatrices y marcas hacen eco a una belleza mucho más grande, la de Aquel que puso su vida para que nosotros tuviéramos vida eterna.

Sharon Hodde Miller es esposa, madre, escritora, y oradora. Ella escribe en el blog SheWorships.com y envía mensajes en Tweeter @SHoddeMiller.

Leer el Evangelio de Lucas a través de ojos latinoamericanos

Justo González explora temas poco apreciados en Lucas y Hechos.

Christianity Today May 5, 2015

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Justo González es uno de los teólogos e historiadores de la iglesia más influyentes el día de hoy. Nacido en La Habana, González ha enseñado en el Seminario Evangélico de Puerto Rico y en la Escuela de Teología Candler en Atlanta. Ha publicado más de 100 libros entre los que se encuentran A History of Christian Thought de tres tomos, The Story of Christianity en dos tomos, y Mañana: Christian Theology from a Hispanic Perspective. Su libro más reciente—The Story Luke Tells: Luke’s Unique Witness to the Gospel (Eerdmans), aplica un lente Latinoamericano a partes familiares de las Sagradas Escrituras. Gary Burge, profesor de Nuevo Testamento en Wheaton College, habló con González sobre temas poco apreciados en Lucas y Hechos.

¿Cómo es que un historiador de la iglesia termina escribiendo sobre Lucas?

Me interesa Lucas porque él es lo más cercano que tenemos en el Nuevo Testamento a un historiador. Su historia funciona como un tipo de invitación al evangelio. Quiere que nos unamos a la historia que empezó con Jesús.

Otra razón por la cual me siento atraído al Evangelio de Lucas es por los temas que enfatiza. Lucas le da mucha atención a los asuntos de igualdad de género, a la justicia, al cuidado del pobre. Estos temas siempre han sido importantes en mis propios escritos.

¿Cuando un teólogo latinoamericano lee Lucas, qué temas nota que otros pudieran pasar por alto o minimizar?

Cuando uno lee Lucas con gente pobre que no tiene esperanza, o con gente que se está escondiendo de dictadores o de patrullas de la muerte, uno puede ver cosas que de otra manera quizás no vería. El tema que más se pasa por alto es lo que se llama “el gran giro.” Esta es la idea—en Lucas 13—de que cuando llegue el reino de Dios, los últimos serán primero, y los primeros serán los últimos.

O tome el canto de María (el Magníficat) del primer capítulo de Lucas (versículos 46-55). Habla sobre cómo Dios colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los envía vacíos. No quiere decir que las interpretaciones tradicionales sobre este pasaje estén equivocadas, sino de que hayan descuidado los temas de la riqueza y la pobreza. Necesitamos una variedad de perspectivas, incluyendo la perspectiva de los pobres, para poder llegar al significado completo.

¿Cuál tema es más fácil que los evangélicos Norteamericanos pasen por alto?

En comparación con los otros escritores de los evangelios, Lucas se preocupa por enfatizar la palabra salvación. Nosotros tendemos a pasar por alto las implicaciones económicas, políticas, y sociales de esta salvación. Lucas nos ayuda a ver cómo se ve la salvación desde la perspectiva de los pobres.

El relato de Lucas sobre el alboroto en Éfeso (Hechos 19:23-41) es un buen ejemplo de estar atento a estos asuntos. El ministerio de Pablo a Éfeso tuvo un impacto directo social y económico. El alboroto empezó porque Pablo estaba retando la adoración de los habitantes de la ciudad a la diosa griega Diana, y esto amenazaba los intereses económicos de aquellos que hacían templecillos de la diosa. O tome la historia de Antioquía de Pisidia en Hechos 13. Cuando Pablo les predica el evangelio a un grupo de judíos y gentiles, en parte está hablando de incluir culturas diferentes, y de cómo las culturas mayoritarias se sienten presionadas cuando muchos extranjeros llegan. Lucas está tratando el problema de la rivalidad racial. Todos estos temas siguen teniendo relevancia el día de hoy.

Usted usa la palabra liberación para describir la vida y la tarea de la iglesia. ¿Qué significa liberación, y cómo la buscamos?

Liberación significa liberar a las personas de cualquier cosa que les impide llegar a ser todo lo que Dios quiere que sean. Esto significa ser liberados del pecado y la condenación—y también de la pobreza, la opresión, y la violencia. En un sentido amplio, liberación es un sinónimo de salvación. Es la obra de Dios restaurándonos a lo que él siempre ha querido que seamos.

Inevitablemente, esto significa involucramiento en la actividad política. Pero la iglesia debe tener cuidado de no entran en debates partidarios. Cualquier persona que piensa que su posición política es de alguna manera la encarnación de la voluntad de Dios está cayendo en la idolatría. Los protestantes evangélicos en los Estados Unidos pueden caer en esta trampa, pero igual pueden hacerlo los teólogos de la liberación en América Latina.

¿Si usted fuese a predicarles a los cristianos en Cuba, de qué manera incorporaría temas de Lucas y Hechos?

Obviamente muchas cosas en Cuba necesitan cambiar. Y tengo la esperanza de que el compromiso de los cristianos con el pueblo de Cuba se pueda sobreponer al asco que le tienen al gobierno de Cuba.

La gente que vive fuera de Cuba debe tener cuidado sobre tratar de decirle a la gente dentro de Cuba lo que debe hacer. Sin embargo, los cubanos necesitan un mensaje de esperanza. Yo haría un contraste entre el temor y la esperanza, afirmándoles que Dios estará con ellos y su futuro. Les diría, como el ángel dijo a los pastores, que no teman, porque el Señor trae buenas nuevas de gran gozo (Lucas 2:10).

¿La mejor manera de llegar a ser como Jesús? Deje que Jesús llene su visión

Una selección del libro ‘Rejoicing in Christ.’

Christianity Today March 25, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Puesto que Cristo es nuestra vida, es él a quien vamos para gozar de Él y aquel en quien vivimos y nos movemos y tenemos el ser, él debe ser el secreto o el misterio de la piedad. Solamente a través de conocerlo y confiar en él podemos llegar a ser como el Dios vivo y compartir su vitalidad.

Eso quiere decir que antes que todo, es importante hacia donde ponemos nuestra mirada. Antes que nada es importante lo que llena nuestra visión. Porque no importa lo que ocupa nuestra atención (o, para usar las palabras de Jesús, lo que sea que “permanece” en nosotros), eso es lo que batirá y formará cada uno de nuestros pensamientos, nuestra motivación, y nuestra acción. Usted es lo que ve.

La vida, la justicia, la santidad, y la redención se encuentran en Jesús, y las encuentran aquellos—¡y solamente aquellos!—que lo miran a él. Quizás debo hablar con mayor claridad: No es que miremos, nos demos una idea de cómo Cristo es, y luego nos vamos y luchamos por hacernos similares a él; nosotros nos hacemos como él a través del hecho de mirar. El simple hecho de poder verlo es algo transformador. Por el momento, al contemplarlo por fe, empezamos a ser transformados a su semejanza (2 Co. 3:18), pero tan potente es su gloria que cuando aferremos nuestros ojos en él físicamente en su segunda venida, entonces “cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

Ese ver físicamente, en su totalidad, sin velo, del Jesús glorificado será tan majestuosamente obliterante que transformará nuestros propios cuerpos a nuestro derredor. El poder verle ahora por el Espíritu nos hace más como él espiritualmente; el poderle verle a él, entonces, cara a cara, por fin nos hará a nosotros—cuerpo y alma—como él es. Contemplar a Cristo ahora por lo tanto es parecido a ver la estrella de la mañana al amanecer: es tanto encantadora como llena de esperanza. Es luz para el día de hoy con la promesa de mucho más que ha de venir. Es una probadita de cielo.

El lenguaje de luz es muy apropiado, porque el ver a Jesús es como una erupción de luz gloriosa entre las tinieblas: ilumina nuestras mentes, hace resplandecer nuestros rostros, y disipa nuestra oscuridad. Es gracia, y es juicio lleno de gracia. La luz de su perfección descubre nuestra imperfección mejor que lo que cualquier blandir de leyes hubiera podido hacerlo. Nos permite vernos tal y como somos. Como dijo Juan Calvino, “el hombre no alcanza un conocimiento claro de sí mismo a menos que primero haya contemplado el rostro de Dios,” Pero hace más que solo descubrir: vence nuestra imperfección y de esa manera nos libera. Y nos sana mucho más eficazmente que cualquier otro esfuerzo de auto ayuda.

Pablo lo expresó de esta manera, “la gracia de Dios ha aparecido que ofrece salvación a todos los pueblos. Nos enseña a decir ‘No’ a la impiedad y a las pasiones mundanas” (Tito 2:11-12). Es decir, es la gracia de Dios, que aparece de los cielos en Cristo, la que vuelve los corazones de las pasiones mundanas a las pasiones piadosas. Mientras que los esfuerzos auto dependientes con fines de auto ayuda nos dejan auto obsesionados y por lo tanto fundamentalmente sin poder amar, la bondad de Dios en Cristo atrae nuestros corazones en dirección opuesta al yo y hacia él. Sólo el amor de Dios tiene el poder para desenroscar el corazón humano.

Tomado de Rejoicing in Christ [Regocijarse en Cristo] por Michael Reeves. Copyright © 2015 por Michael Reeves. Usado con el permiso de InterVarsity Press, P.O. Box 1400, Downers Grove, IL 60515, USA. www.ivpress.com

¿Debo asistir a la boda de un amigo o familiar homosexual?

La invitación vendrá antes de lo que espera. Cuatro perspectivas.

Christianity Today March 17, 2015
Beady Eyes

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Haga más que simplemente decir “no”

Peter Ould

Toda buena teología pastoral empieza con Jesús. Los Evangelios nos dan ejemplos claros de cómo Jesús se relaciona con aquellos cuyos estilos de vida no son santos. Come con los cobradores de impuestos, convive con prostitutas, y se atreve a hablar con los extranjeros impuros. Jesús no tiene el menor problema en convivir con pecadores.

Basándonos en dicho razonamiento, por lo tanto, podemos concluir que los Cristianos no debieran tener ningún problema en asistir a una boda gay, aunque no estén de acuerdo con ella. Jesús en su trato pastoral en muy pocas ocasiones juzgó a los demás. Claro que, como la sal y la luz de Dios, somos llamados a ir a los no creyentes, vivir con ellos, y orar por ellos a través de sus gozos y sus tristezas con la esperanza de testificar de Cristo.

Pero existe otra perspectiva: El matrimonio es una ordenanza dada por Dios que habla más que simplemente sobre el amor entre dos personas. La enseñanza bíblica en relación al matrimonio nos muestra que un hombre y una mujer son un símbolo de la unión de Cristo y su iglesia. El libro de Apocalipsis visualiza la gran fiesta de bodas al final de los tiempos, la unión del Novio y su novia.

Así que practicar el matrimonio incorrectamente es un acto de idolatría. Es un rechazo de ambas cosas, la ordenanza dada por Dios y el significado de dicha ordenanza. Puesto que el género de los participantes en un matrimonio es importante, mezclar los sexos de los dos participantes destruye el punto que el matrimonio debía representar. ¿Cómo puede un Cristiano involucrarse en tal cosa?

Como muchos Cristianos, me encuentro jalado en distintas direcciones en este asunto apremiante. Describo mi perspectiva como “post gay.” El día de hoy, tengo una esposa y una familia. Hace algunos años, decidí que mi orientación hacia personas del mismo sexo no me iba a definir. Me rehusé a aceptar la idea de que la atracción a personas del mismo sexo le da validez a tener comportamientos homosexuales.

Pero mi corazón desea caminar al lado de mis amigos homosexuales y celebrar el gozo que ellos han alcanzado. Cristo compartió su vida con pecadores con profundos fallos. Mi mente, que ha sido entrenada teológicamente, se da cuenta que necesitamos tomar decisiones basadas en el testimonio bíblico claro.

Aquí está mi respuesta: Hubo ocasiones cuando Jesús clara y públicamente identificó conducta pecaminosa como tal y lo que era—volcando las mesas de los cambiadores de monedas en el templo, por ejemplo. Quizás la cosa más Cristiana que hacer es declinar amablemente la invitación a la boda y explicar el por qué. Diga “no”—pero no termine la conversación allí.

El uso de la razón por sí sola es raramente suficiente para cambiar el corazón y la mente de alguien. Cuando le permito a otras personas que miren dentro de mi matrimonio y mi familia, ellos ven la tensión que los Cristianos enfrentan cuando se vive en sociedades que no se conforman a la voluntad de Dios. No debemos aislarnos de un mundo caído. Al ir más allá de nuestra burbuja Cristiana, vemos que las decisiones éticas, aún las que Jesús tomó, no siempre son tan blanco y negro como nosotros quisiéramos que fuesen. Las relaciones basadas en el Evangelio son el todo. ¿Ir a una boda? Probablemente no.

Peter Ould es un sacerdote de la Iglesia Anglicana y un consultor bancario en Canterbury, Reino Unido. Por ocho años, su blog, An Exercise in the Fundamentals of Orthodoxy, narró su peregrinaje de su salida de la homosexualidad.

Es mejor hacer acto de presencia

Eve Tushnet

Cuando me convertí en Cristiana, la mayor parte de mis amigos y familiares se sintieron desconcertados y desilusionados. No podían entender por qué me estaba subyugando a una falsedad represiva. Claro que las pinturas de la iglesia son bellas, ¿pero qué de su ética?

Esa fue la razón que me conmovió mucho que mi mejor amiga haya venido a mi bautismo. Valientemente dejó que el sacerdote la salpicara de agua; mantuvo una sonrisa irónica y silenciosa mientras todo mundo renunciaba a Satanás. Yo no estaba bajo ninguna ilusión de que mi amiga había cambiado de parecer sobre el Cristianismo y la iglesia. Eso hizo que su presencia allí fuese aún más enternecedora, porque fue un gesto puramente de apoyo para conmigo.

Pienso sobre mi bautismo cuando considero cómo los Cristianos deben responder cuando son invitados a bodas homosexuales. (Hasta el día de hoy he asistido a una boda del mismo sexo en una iglesia episcopal.) A la gente se le hace más fácil notar juicio que aceptación. Se les hace especialmente difícil entender el amor incondicional. En cualquier momento que podamos mostrar que nuestro amor no es una recompensa por buen comportamiento, debemos hacerlo.

Esta decisión sobre asistir es más fácil para mí porque creo que Dios llama a algunas personas a un amor fiel y sacrificial con otra persona del mismo sexo. Permítame ser clara: No pienso que dicho amor debe expresarse sexualmente. Pero algunas personas que se casan con una pareja del mismo sexo lo hacen bajo un llamado a amar, aunque mal interpretan la naturaleza de ese amor. Debemos apoyar lo más que podamos. Cuando una mujer perdona ofensas y humildemente pide perdón por sus propios pecados, cuida de sus hijos, escucha, consuela, y aprende a poner las necesidades de los demás por encima de los suyos propios, esos son actos de amor—que no se convierten en algo sin valor o sin amor cuando ocurren dentro de una relación lesbiana.

Años más tarde, si esta persona escoge seguir a Cristo, o vivir más completamente dentro de la ética Cristiana, ¿me conduje yo de tal manera que él o ella hayan hallado en mí una guía digna de confianza? ¿O me enfoqué solamente en las áreas dónde dicha relación no se alinea con la disciplina Cristiana sexual? ¿Me he comportado como si obviamente yo estaba correcto y la otra persona simplemente estaba siguiendo perversamente su propia voluntad?

Los intentos que los Cristianos hacen por mantener los fundamentos de la fe suelen ser malentendidos como intolerancia o fanatismo. Pero sí existe mucha intolerancia en el mundo. La decisión de no ir a la boda de personas del mismo sexo ocurre en el mismo universo donde hay palizas para los gays, bullying, y el moler incesante de desprecio hacia los hombres y mujeres homosexuales. No culpo de eso a los Cristianos; simplemente es el contexto en el cual se van a interpretar las decisiones que tomen los Cristianos. Ese contexto hace que sea más difícil de lo que debiera ser el creer en el amor incondicional.

Algunas personas quizás ya hayan demostrado suficiente amor que sus amigos van a entender su decisión de no asistir a una boda de personas del mismo sexo. Pero en la mayoría de los casos, pienso que lo mejor es estar allí.

Eve Tushnet, autor de Gay and Catholic , blogea en Patheos.

No en buena consciencia

Lisa Severine Nolland

El matrimonio no es solamente sobre la relación de la pareja. Tiene una dimensión pública, y la ceremonia y celebración marcan eso. El hecho de que la familia y los amigos participan en la boda de una pareja hace del matrimonio un asunto público.

Así que, al asistir a una boda de personas del mismo sexo, tácitamente apruebo esta unión en particular y también la noción que dos mujeres (u hombres) en efecto se pueden casar. No puedo en buena consciencia ir, porque no apoyo los matrimonios del mismo sexo (same-sex marriage, o SSM, por sus siglas en inglés).

Yo amo y vivo por la ética de Jesús. ¿Asistiría Jesús? El era amigo de cobradores de impuestos y pecadores porque esa era la manera de hacer una conexión. Aunque su amor era incondicional, no era estático. Empezando con aceptación, se movió a desafío, como se puede ver en su trato con Zaqueo. ¿Hubiera Cristo mostrado solidaridad colectando algunos de los impuestos? No lo creo. Jesús separó a la persona de Zaqueo de sus prácticas financieras inicuas con el fin de redimir a ambos.

Yo no puedo en buena consciencia asistir a una boda del mismo sexo precisamente porque amo a mis amigos homosexuales y deseo lo mejor para ellos. Creo que todo pecado hace daño. Mi pecado me hace daño al igual que el pecado de ellos les hace daño a ellos. ¿Cómo puedo celebrar lo que creo que les hace daño? Yo respetaría su amistad pero oraría que ellos se dieran cuenta que su matrimonio no es lo que ellos buscan o lo que verdaderamente desean. Buscaría oportunidades para señalarles un camino mejor. Como la mística Cristiana Simone Weil dijo una vez, “todos los pecados son un intento por llenar vacíos.” El matrimonio de mi amigo es un ejemplo.

Aunque algunas parejas homosexuales sean ejemplares en amor y fidelidad, SSM tiene aspectos más funestos. ¿Insisten aquellos que abogan por SSM que estas parejas sigan las practicas tradicionales del matrimonio, tales como exclusividad sexual y permanencia? No. El columnista sobre el sexo Dan Savage, personaje representativo de aquellos que abogan por SSM en su corriente principal, se expresa con entusiasmo sobre lo que llama “Matrimonios Monogamish” (comprometidos pero sexualmente abiertos).

Puede que lo que nos espera en las alas de estas corrientes sea matrimonios “poliamorosos” o bisexuales. ¿Cómo responderá la gente a la invitación de bodas del entusiasmado trío? La investigación realizada por el sociólogo Mark Regnerus indica que “los Cristianos que asisten a la iglesia que apoyan SSM tienen una mayor probabilidad de también pensar que . . . el adulterio [y] el poliamor . . . son aceptables.”

Como historiadora del sexo, he seguido por décadas la revolución sexual. Me ha fallado al tratar de pronosticar el tiempo en que algo iba a suceder, pero en lo demás, mis preocupaciones generalmente han comprobado ser proféticas.

En un tiempo compartí mi hogar y mi perro con un hombre homosexual que tenía AIDS. Una buena amiga bisexual “salió del clóset” y me confesó su amor por mí, temerosa de mi reacción. La abracé, pero rechacé el sexo. He vivido mi vida en amistad con muchas personas que podemos llamar “minorías-sexuales” y he podido ver con mis propios ojos el dolor y la tragedia de sus vidas. Pero capitular a sus demandas que aceptemos el matrimonio homosexual es algo desatinado. Por lo tanto, les mandaría decir que lo siento, no puedo ir a la boda, pero los invitaría a venir a cenar el mes siguiente.

Lisa Severine Nolland, PhD, convoca el grupo “matrimonio, sexo y cultura” del Anglican Mainstream (Oxford) y es consultora de anglicanmainstream.org.

No vaya, pero ame

Sherif Girgis

Esta pareja no detesta la tradición. Ellos simplemente han conocido lo que Doris Day llamó “la larga soledad”—ese dolor apagado, insistente que añora comunión y trascendencia. Nuestra edad siente en sus huesos que solo el sexo y el matrimonio provee la intimidad y el amor que nos sacian. Pero por razón y por fe, los Cristianos saben lo que aún los mejores pensadores paganos enseñaron: el matrimonio es la unión apta para convertirse en vida familiar—una unión completamente comprometida y con alguien del sexo opuesto; y el sexo no matrimonial es algo equivocado.

Por lo tanto, no podemos asistir a la ceremonia. Los invitados de bodas no son espectadores. Su labor es dar testimonio a que la pareja se está casando y a apoyar su compromiso, el cual es en parte sexual por definición.

La amistad no se beneficia al apoyar lo que pensamos que es un error. Debemos canjear nuestro amor seguro y sin discernimiento por el amor de Cristo—encendido con la verdad pero también vulnerable y sencillo, libre de petulancia o distancia. Luego debemos ocuparnos de servir a nuestro amigo, que ahora está en alerta de alguna señal de que nuestro amor es condicional. Demostramos que esas sospechas son erróneas, lentamente, en cada interacción. Nos regocijamos en la presencia mutua profunda de la pareja como compañeros y confidentes en los altibajos de la vida. Al igual que en las parejas del sexo opuesto, no es que el amor sacrificial de ellos no tenga valor. Es santo, es por eso que es un error tratar de hacerlo algo que no es.

El compañerismo de ellos es invaluable, y se le daña cuando se intenta fomentarlo con sexo. El sexo sin coito (heterosexual u homosexual), al igual que el sexo premarital, busca la experiencia de la unión conyugal sin su completa realidad.

Fracasa en formar el amor a través de toda la verdad sobre el que ama y el ser amado, que se unen en un solo corazón y una sola mente, pero no en una sola carne, marchando hacia un fin corporal que los cubre y los trasciende a los dos. Esto importa porque su amor sacrificial importa. Les pedimos que entiendan nuestra manera de ver las cosas aún cuando no la comparten.

No juzgamos sus corazones y no podemos apresurar la persuasión de una revolución cultural de décadas de duración. Pero debemos de tener la confianza de contra revolucionarios felices, listos para agregar color vivo, espléndido a la visión moral monócroma postmoderna.

Muchos dan por hecho las prácticas sexuales o shibboleths del Occidente industrial: el sexo simplemente agrada y forja lazos emotivos; el matrimonio es el único ámbito para el verdadero amor. Pero tenemos la visión moral de milenios y pensadores del Oriente y el Occidente. El sexo es un intercambio de personas en su totalidad, temblando de significado; uniendo al hombre y a la mujer como una sola carne y generaciones como una sola sangre. El matrimonio no tiene un monopolio en el amor. Hay un rico horizonte de vocaciones al amor, cada una con sus propios valores.

Cuando otras responsabilidades lo permitan, comprobemos la promesa de la intimidad platónica atrayendo a nuestros amigos hacia nosotros. No porque nos necesitan, sino porque nos necesitamos los unos a los otros. No para trabajar en ellos, sino como dijo Montaigne en cuanto a amar a su amigo, y como Cristo nos ama a nosotros: “Porque era él, porque era yo.”

Sherif Girgis, quien estudia en Yale y Princeton, coescribió What Is Marriage? Man and Woman: A Defense, [¿Qué es el matrimonio? El hombre y la mujer: Una defensa] y contribuye a thepublicdiscourse.com.

Liberar a Cuba: Por qué sigue siendo una gran idea

El llamado del Presidente Obama a normalizar las relaciones ofrece una oportunidad—que solo viene una vez en una generación—para que las iglesias cubanas y americanas fortalezcan sus lazos.

Christianity Today March 16, 2015
Markus Henttonen / cultura / Corbis

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

El evangelio llegó oficialmente a Cuba en 1511, cuando el conquistador español Velázquez estableció la Iglesia Católica en la isla caribeña. Pero desde entonces, el mensaje del evangelio ha sido atropellado conforme el genocidio, la esclavitud en las plantaciones, la guerra, y las penurias han afligido al pueblo cubano.

Desde 1960, el dictador Fidel Castro, de 88 años de edad, y su hermano-sucesor Raúl, de 83, han mantenido a Cuba en sus brutales garras. Bajo Castro, el 99 por ciento de los cubanos pueden leer y escribir para cuando cumplen los 15 años, y el hambre es algo raro. Estos son grandes avances sociales. Pero la libertad para adorar a Dios como uno desea ha sido algo que ha estado sujeto a un control extremo estatal. Cuba es un estado policial—donde la policía mantiene un control opresivo.

En 2012, los Estados Unidos otorgaron asilo político a Carlos Lamelas, un pastor pentecostal que se vio en medio de conflicto con el régimen de Castro. En su conversación reciente con CT, Lamelas proveyó un vistazo de lo que la vida es para muchos pastores: vigilancia constante. Tentaciones patrocinadas por el gobierno a través de vendedores del mercado negro y de ofertas de sexo ilícito. Pornografía que esconden dentro de la Biblia del púlpito. Control sobre publicaciones de Biblias. Azotes severos y palizas. Incapaces de poder tentar a Lamelas, la policía lo acusó falsamente de tráfico de personas: “Me sacaron de la casa, prácticamente me secuestraron una mañana.”

La organización Christian Solidarity Worldwide comenta que las violaciones a la libertad de culto han ido aumentando desde el 2011. Pero nuevas posibilidades de un cambio positivo parecen posibles, a pesar de que el embargo de EU sigue en efecto. El llamado del Presidente Obama para normalizar las relaciones, por mucho tiempo congeladas por una política de grupo de los tiempos de la guerra fría, ofrece una oportunidad—que solo viene una vez en una generación—para que las iglesias cubanas y americanas fortalezcan sus lazos. El evangelio, no la política, es nuestra agenda compartida. Bajo la nueva política estadounidense, “actividad religiosa” es una de las 12 razones explícitamente permitidas para que los estadounidenses puedan viajar a cuba bajo lo que se denomina una licencia general. (Esto es una mejora de la dificultosa licencia específica, que exigía aprobación caso por caso.)

Una nota de precaución

¿Cómo se verá el éxito ministerial conforme se relajan las restricciones de viaje y un régimen represivo se vuelve más abierto a las influencias externas? La respuesta de la iglesia de EE.UU. a la caída de la Unión Soviética en 1991 es una historia que sugiere precaución—fue una experiencia de pasos en falso, en algunas ocasiones de fracaso abierto, y de éxito tentativo. Este no es el lugar donde volver a contar los altibajos de esa campaña por esparcir el evangelio a través de Rusia en colaboración con el sistema educativo estatal. ¿Pero, por qué no aprender de los errores de los demás?

Una lección clave de la era post-soviética es la necesidad de trabajar respetuosamente al lado de la comunidad Cristiana histórica. En Cuba, la población Cristiana es predominantemente católica. Los protestantes son mayormente pentecostales o carismáticos. Los evangélicos estadounidenses, recién llegados a la tarea de alcance en la isla, harán bien en hermanarse con misiones que ya están trabajando activamente en Cuba y deben evitar llegar ya con un plan de cinco años en la mano impreso en inglés.

A los Cristianos que van rumbo a Cuba les irá mejor si llegan a La Habana buscando aprender tanto como ayudar. Veamos las cifras. En Cuba, el movimiento evangélico (incluyendo los pentecostales) está creciendo a un 3 por ciento por año. Los metodistas están creciendo a un 10 por ciento. El gobierno trata de reprimir el crecimiento de la iglesia fijando límites severos en construcción de templos. (El año pasado, el gobierno aprobó el primer permiso desde la revolución para construir un templo.) Pero los sabios pastores han virado a favor de una estrategia de iglesias en los hogares que ha trabajado magníficamente entre el pueblo. Las antiguas catedrales están vacías, pero las nuevas iglesias en los hogares están llenas.

El Cristianismo cubano tiene sus problemas. Falta de confianza, sospechas, y desacuerdos afligen a las iglesias locales y a las asociaciones nacionales. Delatores o informantes están por todos lados. Pero los líderes Cristianos también tienen aspiraciones. En 2009, los pastores le dijeron a CT de su sueño doble de una Cuba para Cristo y de cumplir su papel en la Gran Comisión. “La Gran Comisión es nuestra responsabilidad tanto como lo es de las iglesias en América,” le dijo a CT un líder evangélico del centro de Cuba.

Los Cristianos cubanos tienen la esperanza de que la iglesia americana y la global se puedan hermanar como socios iguales. Los Cristianos que visitan Cuba pueden abrigar esta visión de Cuba como nación que envía misioneros. “No podemos ver a Cuba distinto de cómo vemos a los Estados Unidos, Francia, o Rusia,” dijo Lamelas. “Todos nosotros le pertenecemos a Dios. Es la iglesia de Cristo Jesús.”

La iglesia cubana necesita más que relaciones completamente normales con el Tío Sam. También necesita libertad. “Cuba Libre” sigue siendo un grito de batalla válido, pero tiene que lograrse por fe.

Las prisiones de Cuba están llenas de disidentes políticos. Libertad para cada persona en Cristo al igual que libertad de un régimen coercitivo son pasiones dignas de seguir en Cuba.

Timothy C. Morgan es editor principal de periodismo global de Christianity Today. Sígalo en Twitter @tmorgan815.

Unidad de la iglesia al estilo casero

Sanar el cuerpo fracturado de Cristo no es para que lo resuelvan solamente los teólogos.

Christianity Today March 13, 2015
iStock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Escena 1: El escenario es la iglesia bautista a la que yo acostumbraba asistir. Entré inmediatamente antes de que empezara el servicio, listo para notar todas las patentes deficiencias que causaron que abandonara la tradición Bautista un par de años atrás. Ahora soy anglicano, y como muchos en mi recién descubierta tribu, mi gran vicio es creer que yo he acaparado los ricos tesoros de la historia Cristiana. Espero hacer una mueca de pena cuando abra el boletín y vea que no habrá Cena del Señor hoy. Espero gemir al escuchar el lenguaje sencillo y al ver la ausencia de oraciones formales.

Más tarde, al estar sentado con mis muy queridos amigos quienes todavía son miembros de esa iglesia, experimento algo enteramente diferente. Para mi sorpresa, estoy muy consciente de mi solidaridad con estos creyentes levanta manos. Conozco todas sus faltas con ese tipo de intimidad que se alcanza solamente a través de una larga familiaridad, pero, en medio de todo, recuerdo que compartimos un mismo bautismo. Y nada—ni siquiera un cambio durante mi media edad en afiliación de iglesia—puede cancelar ese lazo bautismal que es más fuerte que la más gruesa cadena de ancla.

Escena 2: El escenario es una iglesia anglicana, donde ahora adoro. Sentado a mi lado está mi amigo católico Ron. Nos arrodillamos al mismo tiempo y oramos al unísono. Recitamos el mismo credo en voz alta—“Creo en Dios, el Padre Todopoderoso . . . y en Cristo Jesús, su único Hijo, nuestro Señor”—y recitamos la misma oración de confesión.

Cuando llega el momento de tomar la Cena del Señor, camino hacia el sacerdote y acomodo mis manos para recibir el pan. Ron se para en el altar al lado mío. Cruza sus brazos sobre su pecho para indicar que no va a recibir el pan y el vino, en obediencia a las enseñanzas de la iglesia que impide que los católicos tomen la Cena del Señor con otras tradiciones hasta el día en que se logre una unidad teológica.

Mi sacerdote ora una bendición a favor de Ron mientras acerco la copa a mis labios. Juntos caminamos de regreso a nuestra banca y nos arrodillamos a orar. Ron está a mi lado, codo a codo, inclinado a mi lado. Creo que lo escucho repetir las palabras que yo estoy susurrando: “Padre, te pido por aquellos que creen, para que todos seamos uno.”

Escena 3: Un poco tiempo más tarde, Ron me invita a misa. Le digo que sí, alegremente. Conozco casi toda la liturgia: sigue los mismos patrones Cristianos que el servicio anglicano. Ron abre el libro rojo que contiene las oraciones y los himnos, y me señala los lugares correctos. Cantamos juntos con fuerza, haciendo buen uso de la fortaleza aprendida durante nuestra niñez cantando himnos en la iglesia bautista. Y otra vez nos arrodillamos al mismo tiempo y oramos las mismas palabras.

De la misma manera que lo hizo Ron en mi iglesia, me acerco al sacerdote con mis brazos cruzados. El sacerdote hace una oración a mi favor pero no me ofrece ni el pan ni el vino, puesto que no soy miembro de la iglesia católica y no me he confesado con el sacerdote. Camino de regreso a mi banca sabiendo que Ron y yo hemos sido bautizados en el nombre del mismo Dios Trino. Y también sé que me siento triste, impresionado nuevamente por la inmensidad del golfo que nos impide comer alrededor de la misma mesa.

Mientras esperamos a que Dios sane el fracturado cuerpo de Cristo, algunos de mis amigos y yo estamos buscando maneras concretas para expresar nuestra confianza que Dios un día hará exactamente eso.

¿Qué es lo que estas escenas tienen en común? Entre otras cosas, esto: Mientras esperamos a que Dios sane el fracturado cuerpo de Cristo, algunos de mis amigos y yo estamos buscando maneras concretas para expresar nuestra confianza que Dios un día hará exactamente eso. El apóstol Pablo visualiza el momento en que la iglesia “con un solo corazón y a una sola voz glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 15:6 NVI). En pequeñas maneras, que a veces parecen ineficaces, mis amigos y yo buscamos experimentar una probadita de ese momento. Estamos tratando de seguir el consejo del erudito bautista Steven Harmon:

Si estás bien fundamentado en la tradición de una denominación y sigues activamente involucrado en la adoración, la tarea, y el testimonio de una iglesia específica que pertenece a dicha tradición, no existe substituto para aprender sobre otra denominación que intencional y regularmente participar en su adoración y apropiar sus prácticas de devoción personal.

Nosotros, como creyentes individuales, no podemos solucionar los problemas de cómo todos los creyentes bautizados pueden un día compartir la misma Cena del Señor. No podemos asumir que adorar juntos de vez en cuando sane las diferencias y divisiones reales entre las denominaciones. Lo que sí podemos hacer es decir con nuestros cuerpos que, a pesar de las divisiones, nosotros pertenecemos juntos, arrodillados uno al lado del otro, tomando de los dones que el Espíritu nos ha distribuido.

Wesley Hill enseña Nuevo Testamento en Trinity School for Ministry en Ambridge, Pennsylvania, y está escribiendo un libro sobre la amistad.

Lo que las Escrituras y el jazz tienen en común

Resolviendo dos asuntos difíciles sobre la inspiración de la Biblia.

Christianity Today February 16, 2015
Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Desde el primer siglo, los Cristianos han declarado que la Biblia es inspirada por Dios. Hoy en día, usamos la palabra inspirada para casi cualquier logro creativo—un poema, una canción, un discurso, aún un touchdown. Aunque usamos la palabra para cosas que pensamos que son sobresalientes, los Cristianos tradicionalmente la usan para describir la autoridad divina de la Biblia.

Uno de los textos bíblicos clásicos para hablar de la inspiración de las Escrituras es segunda de Timoteo 3:16: “Toda la escritura es inspirada por Dios.” Aquí Pablo usa la palabra griega theopneustos, un compuesto de theos (Dios) y pneō (soplo o respiro). En otras palabras, los hombres escribieron los libros, pero fueron inspirados, en-Espíritu, con el soplo, de Dios. Las palabras son humanas, pero el aliento es divino.

Pablo lo vio de esa manera, al igual que Pedro (2 de Pedro 1:21) y los Profetas, quienes con frecuencia decían cosas como “la palabra de Dios vino a mí.” Así fue que Cristo vio la naturaleza de las Escrituras también. La semana antes de su crucifixión, Jesús le preguntó a los fariseos: “¿De quién es hijo el Mesías?”

“Fácil,” respondieron, “de David.”

“Bien, pero David, por el Espíritu, llama al Mesías ‘Señor.’ ¿Cómo puede ser el Mesías su hijo?”

Silencio. Nadie podía contestarle. Desde ese día, se nos dice, ninguno se atrevía a hacerle más preguntas a Jesús (Mt. 22:41-46).

Note la manera en que Jesús habla del autor de los Salmos: “David, por el Espíritu.” Esto, con mayor claridad que cualquier otra cosa en los Evangelios, muestra cómo Jesús entendió la inspiración de las Escrituras y la relación entre los autores humanos y divinos. El texto es tanto divino como humano en su totalidad. No es cómo si David estuviera hablando dando simplemente su propio punto de vista. Pero no es un dictado divino tampoco, como si Dios proclamara las palabras y David servilmente las copiase, o como si Dios hubiera escrito las palabras en el cielo. En lugar de eso, es inspiración: Dios obrando a través del ser humano. “David, por el Espíritu.”

Dios es el músico; Isaías, Pablo, y Pedro son los diferentes instrumentos que Dios toca, cada uno con su sonido muy único.

Esto pudiera parecer extraño, especialmente si estamos impuestos a pensar sobre el origen de la Biblia como algo humano o divino. Pero si consideramos el lenguaje de inspiración—aliento, viento, Espíritu—entonces abundan las ilustraciones útiles. Dios es el viento; David es la vela. Dios es el aire; Moisés el globo. Dios es el músico; Isaías, Pablo, y Pedro son los diferentes instrumentos que Dios toca, cada uno con su sonido muy único.

Nadie que hubiera escuchado a Louis Armstrong tocando en un club de jazz hubiera preguntado si era Louis o su trompeta quien estaba produciendo esa música. El aliento y la tonada venían de Armstrong, pero la trompeta era el instrumento a través del cual fluía su aliento para que pudiera volverse audible. De la misma manera, los autores bíblicos son instrumentos de revelación—una trompeta aquí y un oboe allá—cada uno produciendo su propio sonido. Pero el músico, el diestro artista quien los llena de su aliento y se asegura que se toca la tonada correcta, es el Espíritu Santo.

Aunque es una analogía imperfecta, resuelve varios asuntos dificultosos con respecto a la inspiración de la Biblia. Primero, nos ayuda a ver que los aspectos divinos y humanos no se cancelan el uno al otro de la misma manera que el talento musical de Armstrong no cancelaban el papel que jugaba su trompeta. Y no es como que el papel de la trompeta aumenta conforme el papel del músico disminuye. Ni tampoco es el sonido 50 por ciento el músico, 50 por ciento el instrumento. Lejos de ser así. Entre más inspiración recibe la trompeta, más fuerte y más singular se vuelve la trompeta en su calidad única de trompeta. No es 50/50, sino 100/100.

En segundo lugar, nos ayuda a entender algunos de los “choques” en las Escrituras. No importa lo que usted les llame—tensiones, contradicciones, paradojas, dificultades—ciertos textos en las Escrituras, sin duda, parecen jalar en direcciones diferentes: Pablo y Santiago, Lucas y Juan, Samuel y Crónicas. Algunos intérpretes piensan que la disonancia comprueba que no hubo inspiración divina: Si el mismo Dios inspiró todos estos textos, entonces todos ellos deberían sonar igual y nunca chocar el uno con el otro.

No necesariamente. Imagínese que está escuchando a un talentoso músico de jazz quien puede tocar varios instrumentos y grabarlos en diferentes niveles. Los instrumentos no sólo producen sonidos diferentes sino que también tocan notas que no concuerdan, en ocasiones por un buen tiempo, y que no se resuelve el conflicto sino más tarde en la pieza. Si usted nunca ha escuchado jazz antes, puede pensar que el músico es incompetente cuando escucha una nota C-aguda que choca con una D. Pero cuando usted confía en que la instrumentalista sabe lo que está haciendo, usted podrá gozar de la pieza. Usted asume que la instrumentalista quería que usted escuchara ambas notas, reconocerá el choque de notas por lo que es, y confiará que se resolverá al final.

Esa es la manera en que yo leo la Biblia. Es difícil pero bella, inquietante pero coherente, Con el aliento de Dios y gloriosa. Y todo hace resaltar la excelencia de aquel cuyo aliento llena sus páginas. Es inspirada y verdad, como el jazz.

Andrew Wilson es un anciano en la iglesia Kings Church en Eastbourne, Inglaterra, y autor del muy reciente libro Unbreakable [Inquebrantable].

Cómo casi perdí la Biblia

De no haber sido por el primer editor de CT, lo más probable me hubiera ido por el mismo camino que el estudioso liberal Bart Ehrman.

Christianity Today January 14, 2015
Foto por Brad Guice

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Nací en el Hospital Comunitario Evangélico en Lewisburg, Pennsylvania—hecho que causó que un amigo un día me dijera, “Naciste evangélico, te criaste evangélico, y cuando te mueras, te vas a morir evangélico.” Mi padre, John Forrest Thornbury, era el modelo del pastor de pueblo, sirviendo por 44 años como pastor de la Iglesia Bautista Winfield, una congregación histórica en la tradición Bautista Americana.

El medio ambiente en el que me crié prefiguraron lo que llegaría a ser la pasión de mi vida: la relación entre la fe Cristiana y la educación superior. Lewisburg es el hogar de la Universidad Bucknell, una universidad privada élite cuyos graduados incluyen a dos luminarios evangélicos: Tim Keller, pastor de la Iglesia Presbiteriana Redeemer de la ciudad de Nueva York, y Makoto Fujimura, aclamado pintor contemporáneo. Hace algunos años, Tim me dijo que en algunas ocasiones había asistido a la iglesia de mi padre durante sus años de estudiante en Bucknell.

Fundado por una asociación Bautista, Bucknell originalmente existía con el fin de extender la causa de Cristo. En correspondencia a las iglesias hermanas a través de Pennsylvania, los líderes de la asociación explicaron que, a través de Bucknell, buscaban “poder ver . . . la causa de Dios, el honor y la gloria del reino del Redentor promovido en todos nuestros ámbitos, y esparciéndose a lo ancho y largo hasta que los reinos de este mundo se conviertan en los reinos de nuestro Señor y su Cristo.” Bucknell inició sus primeras clases en el sótano de la Primera Iglesia Bautista ese otoño de 1846.

La reputación de la escuela brillaba en sobremanera en nuestra comunidad, pero como muchas otras universidades estadounidenses sobresalientes, poco a poco abandonaron su posición ortodoxa. El día de hoy, se le hará dificultoso encontrar en la página de internet de Bucknell alguna referencia a sus orígenes como una institución Cristiana. Conforme fui creciendo, quizás inconscientemente, estuve al tanto de este hecho: La fe es algo que se puede perder.

Sin embargo, gracias a mi padre, escuché el evangelio predicado fielmente cada domingo. Mi madre me cocinaba huevos y tocino cada mañana y me leía pasajes de los escritos de Jonathan Edwards, Matthew Henry, y del ministro escocés Robert Murray M’Cheyne. Pero John y Reta Thornbury no eran fundamentalistas. Mi padre escribió biografías del evangelista Asahel Nettleton y del misionero David Brainerd, pero también mantenía la casa suplida con discos de Elvis, Johnny Cash, Jerry Reed, y Marty Robbins. Y nunca llegó a casa después de haber pasado por la librería sin traerme revistas de cómic.

Hice mi decisión de fe y fui bautizado a la edad de 9 años. Mi padre había estado nervioso en cuanto a bautizarme, diciendo que yo debía ser zarandeado por el mundo antes de ser bautizado. Recuerdo haber usado a Edwards como apoyo para su posición, quien dijo que la conversión de los niños es algo raro. Él tenía razón. Desde el lado que lo mirara uno, yo parecía ser un buen joven Cristiano. Hasta prediqué mi primer sermón a la edad de 14 años frente a una convención estatal de la escuela dominical, pero era algo que no debía haber hecho.

Después de la preparatoria, asistí a una universidad Cristiana. Durante el primer semestre de mi primer año, me matriculé para un curso con un profesor brillante, articulado, y recién graduado de un doctorado en filosofía de Oxford. El libro de texto para nuestro curso de introducción a la Biblia era: Jesús: Una nueva visión, de Marcus J. Borg, un prominente miembro de la facultad del Jesus Seminar. El proyecto de investigación intentaba descubrir “el Jesús histórico” alejado de los compromisos de credos o enseñanzas de la iglesia.

En dicho volumen, Borg explica calculadoramente que Jesús nunca dijo ser el Hijo de Dios y nunca pensó en sí mismo como Salvador. Aprendimos que la Biblia es un pastiche (o mezcolanza) de tradiciones y fuentes, que fueron armadas principalmente a fines del segundo siglo. Nuestra tarea como intérpretes de la Biblia era desenredar lo que era “auténticamente Jesús” de la mitología y la tradición de la iglesia.

En un curso subsecuente sobre los Evangelios Sinópticos, leímos las obras de Robert. W. Funk, el fundador del Jesus Seminar. Aprendimos como hacer crítica de forma y de redacción de la Biblia, un método de estudio que asume que al autor del texto bíblico lo motiva una agenda teológica en lugar de reportar lo que había presenciado. Nosotros simplemente “sabíamos” que el libro que teníamos en nuestras manos (la Biblia) no tenía una conexión directa con los apóstoles cuyos nombres se asociaban con los Evangelios y las Epístolas.

Para mí, esta dosis de crítica “alta” fue casi letal. Cualquier sentido que la Biblia había sido inspirada divinamente y era confiable, o que los credos Cristianos tenían seriedad metafísica, empezaron a parecer algo improbable. Lo más que yo podía afirmar en ese momento era que, de alguna manera mística, quizás Jesús era el Cristo, hablando existencialmente. Me estaba acercando a algo parecido a lo que le pasó al estudioso del Nuevo Testamento Bart Ehrman en su historia de la pérdida de su fe.

La defensa del filósofo

Cuando le dije a mi padre lo que estaba pensando, se alarmó. Me recomendó diferentes obras de apologética que defendían la autoridad bíblica. Hice esos libros a un lado. Recuerde que esta era una época antes de que personajes como Craig Blomberg, N.T. Wright, y Luke Timothy Johnson ganaran notoriedad entre los evangélicos y escribieran sus obras sobre la confiabilidad histórica de las Escrituras.

Luego mi papá tuvo una idea genial. Él sabía que yo estaba enamorado de la filosofía moderna. Así que un día cuando llamé a casa, me dijo, “Hay un teólogo evangélico que quizás te interese. Su doctorado (PHD) es en filosofía. El cree que la Biblia es inerrante. Se llama Carl F.H. Henry. Encuentra los volúmenes de Dios, revelación y autoridad en tu biblioteca y léelos antes de decidir abandonar la fe.”

Poco después, bajé las largas escaleras de la biblioteca universitaria, me senté en el piso entre los estantes, y agarré la copia de Dios, revelación, y autoridad. Fue mi propio tolle lege—“¡toma y lee!”—momento de crisis. Las primeras líneas del primer capítulo resonaron en mis oídos:

Ningún hecho de la vida occidental contemporánea es más evidente que la creciente desconfianza de la verdad final y su implacable cuestionamiento de cualquier palabra segura.

Ese era yo. Seguí leyendo por días enteros sin parar. Lloraba y seguía en mi búsqueda, y una fe genuina empezó a florecer.

Henry me ayudó a asegurar mi fe porque hizo más que simplemente responder a cada una de las interrogantes que levantaban aquellos que, usando la crítica alta, cuestionaban la confiabilidad histórica de la Biblia. Henry hizo eso, pero fue un paso más allá: Él trajo seriedad filosófica a su libro Dios, revelación, y autoridad. Su enfoque fue amplio. Abordó el tema de la epistemología—como podemos conocer la verdad, lo cual era mi preocupación primordial como estudiante universitario de filosofía. Había estado a un pelo de perder mi fe. Pero porque Henry era un filósofo que defendía la autoridad bíblica, me sentí alentado.

Había estado a un pelo de perder mi fe. Pero porque Henry era un filósofo que defendía la autoridad bíblica, me sentí alentado.

Hablando humanamente, de no haber sido por el primer editor de Christianity Today, aquel teólogo con el cerebro titánico y la pluma de periodista, pude haberme ido por el otro camino. Henry me mostró cómo ser tanto un estudioso como un seguidor de Jesús. Desde ese momento en mis días universitarios, hice un pacto con Dios de ayudar a las personas como aquella versión mía de dieciocho años de edad—personas que están al borde de abandonar la iglesia y están en busca de tan solo una buena razón para quedarse.

Casi una década después de mi noche oscura del alma, Paul House, C. Ben Mitchell, Richard Bailey, y yo le escribimos a Henry a su casa de jubilación en Watertown, Wisconsin, con el fin de expresarle nuestra gratitud colectiva y nuestra deuda a su labor. Nos contestó, y nos invitó a que lo visitáramos a él y a su esposa, Helga. Nuestro tiempo juntos inició una maravillosa temporada de visitas, correspondencia, y ánimo mutuo.

Carl combinaba el cerebro y el corazón. Le importaban tanto la piedad como la precisión doctrinal. En una ocasión, durante un seminario doctoral, un estudiante le preguntó al más sobresaliente pensador evangélico del siglo veinte: “¿Cuál es la mayor pregunta que se está haciendo en la teología contemporánea?”

Carl respondió sin titubear: “La misma pregunta que los apóstoles le hicieron a su generación: ‘¿Han conocido al Señor resucitado?’ ”

Esa respuesta valiente, realista me remontó a aquel día en la biblioteca y a los libros que me ayudaron a asegurar mi fe en el Señor resucitado. Y todos estos años después, está mucho más claro que nunca: Carl. F. H. Henry todavía está haciendo las preguntas correctas.

Gregory Alan Thornbury es presidente de la universidad The King’s College y el autor de Recovering Classic Evangelicalism: Applying the Wisdom and Vision of Carl F. H. Henry [Recuperar el pensamiento evangélico clásico: Aplicar la sabiduría y la visión de Carl F. H. Henry] (Crossway).

Haga nuevos amigos, envíe textos a los viejos

La tecnología hace más que un buen trabajo en sostener nuestras relaciones distantes.

Christianity Today January 6, 2015
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Más de un millón de jóvenes americanos con educación universitaria cruzan las líneas estatales cada año según una nueva investigación que reportó The New York Times. Yo pertenezco a esa generación móvil, y cada cambio de residencia me obliga a decir adiós a mis compañeros de la infancia, de la universidad, de mis estudios de postgrado, y demás.

Estoy agradecida de tener varios amigos que considero almas gemelas—a quienes puedo llamar a cualquier hora y con quienes puedo hablar sobre cualquier cosa, quienes me escuchan con cuidado, se preocupan profundamente por mí, y oran por mí sin cesar.

Todos y cada uno de estos amigos viven fuera del estado donde yo vivo.

Gracias a los teléfonos celulares y al acceso constante por línea, esa distancia no importa tanto como quizás haya importado antes. Los amigos se envían mensajes urgentes de peticiones de oración y proveen información de último momento. A través de medios sociales, podemos mantenernos al día sobre los aspectos comunes de nuestra vida diaria respectiva.

Cuando los psicólogos y antropólogos investigan como la tecnología moderna afecta nuestras relaciones, con frecuencia mencionan la gran cantidad de “amigos”—la persona promedio en Facebook tiene 338. Y miran a las maneras en que los medios sociales ayudan a crear una red creciente de conexiones y conocidos superficiales.

Sin embargo, para personas como yo, los medios sociales nos permiten mantener a ciertas personas como parte de nuestro círculo cercano a pesar de la distancia, de esta manera desviando nuestras energías lejos de nuevos conocidos en persona. En una paradoja de los tiempos, la tecnología ha ayudado a esta generación a mantener cerca emocionalmente a los amigos que viven a distancia mientras que se mantienen emocionalmente distanciados de los amigos que viven cerca. Podemos mantener a los amigos que hicimos en la universidad y durante los estudios de postgrado cuando nos mudamos a diferentes lugares en busca de empleo. Aunque quizás hacemos nuevos amigos localmente, la tecnológica nos permite regresar para apoyarnos en los viejos amigos cuando surge una crisis. Un rápido texto o un pequeño reporte de últimos acontecimientos frecuentemente toman el lugar del trato cara a cara y en persona.

Un aumento en la movilidad también causa que muchos de mis colegas vacilen en cuanto a darle prioridad a la amistad con los vecinos y amigos de la localidad. ¿Quién sabe cuándo nos mudaremos otra vez? Es más fácil mantener la relación con las personas con las que ya tenemos años de relación, llevándolos con nosotros a donde quiera que nos mudemos.

Sin embargo, lo que la tecnología nos presenta es una oferta de Fausto. Aunque ganamos la habilidad para mantenernos cerca de amigos que están a gran distancia de nosotros por medio de textos, correos electrónicos, y medios sociales—una forma de comunicación mucho más inmediata que las cartas y el teléfono en que dependían generaciones anteriores—podemos fácilmente perdernos de otras formas de comunidad.

En sus mejores momentos, la iglesia local es la comunidad donde podemos ser conocidos plenamente y amados plenamente. Pero si los creyentes jóvenes ya estamos recibiendo nuestro apoyo emocional y espiritual de amigos que viven lejos, vamos a buscar menos el apoyo de nuestras hermanas y hermanos en Cristo de la iglesia local. Algunos de nosotros optamos por darnos a “conocer solo un poco,” una cara conocida en los cultos y los estudios de grupo. Pero quizás no nos ofrecemos para estar presentes cuando los otros miembros de la iglesia nos necesitan.

El llamado a comprometerse con la comunidad local no es sólo por el bien del prójimo, sino también por nuestro propio bien—particularmente en esta edad digital. Gozamos de un acercamiento singular y nos sentimos responsables hacia aquellos que nos ven en persona con regularidad. En estas relaciones, he descubierto un lazo aún más auténtico: No puedo escoger retirarme negándome a regresar una llamada o texto. Tengo que enfrentar mis faltas, a la vista de la otra persona, y en este contexto, he experimentado verdadera gracia también.

Yo sé que Dios me llama a comprometerme al lugar donde él me ha plantado ahora—para poder él usar a mis amigos que viven lejos y cerca para revelar mi corazón y mostrarme su gracia. Dios le dijo a los israelitas exiliados en Babilonia que construyeran casas, plantaran huertos, que se casaran y tuvieran hijos, y que buscaran el bienestar de la ciudad a donde él los había enviado (Jer. 29).

Estas actividades fomentan el florecer de nuestras comunidades al mismo tiempo que nos fuerzan a hacer conexiones con las personas que viven a nuestro derredor. Dios usa relaciones así para fomentar el crecimiento espiritual, aun en aquellos lugares donde nos sentimos como exiliados.

Tristemente, el horario ocupado de muchos cristianos jóvenes no se presta para ritmos de una vida diaria compartida donde pueda surgir un compañerismo de corazón a corazón. Esa es la razón por la cual, en algunas ocasiones, la tecnología es una bendición, al permitirnos mantener amistades perdurables a pesar de las millas que nos separan. Pero cuando eso hacemos, no nos perdamos de lo que Dios tiene para nosotros aquí y ahora. Si hacemos un esfuerzo por hacer nuestra parte y estar presentes donde vivimos, quizás nos sorprendamos al encontrar almas gemelas en la puerta vecina.

Liuan Chen Huska es una escritora que le fascina el cambio social y cultural. Vive en el área de Chicago.

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