Cómo un ateo francés se convierte en un teólogo

Dentro de mi propia revolución.

Christianity Today November 17, 2014
Foto por Dan Bigelow

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Si los ateos franceses rara vez se convierten en cristianos evangélicos, cuánto más raro es que uno de ellos se convierta en un teólogo cristiano evangélico. Entonces, ¿qué pasó? Se podría argumentar que entre 66 millones de franceses, soy sólo una casualidad, una anomalía. Me inclino a ver esto como la obra de un Dios que dice: "Tendré misericordia del que yo tenga misericordia" (Ro. 9:15). Escuchar los hechos quizás le pueda ayudar a usted a decidir por sí mismo.

Crecí en una familia maravillosamente amorosa en Francia, cerca de París. Nosotros éramos católicos, una expresión religiosa que parecía surgir más por tradición y tal vez superstición que por convicción. Tan pronto como tuve la edad suficiente para decirles a mis padres que no creía nada de eso, dejé de ir a misa. Yo perseguí mi propia felicidad en todos los frentes, beneficiado por la dedicación amorosa de mis padres. Se me permitió asistir a una buena escuela, aprender a tocar el piano, y participar en muchos deportes. Estudié matemáticas, física, e ingeniería en la universidad, me gradué de una respetable escuela de ingeniería, y conseguí un trabajo como científico de la computación en el área de finanzas. En el área de los deportes, después de crecer y llegar a medir 6 pies 4 pulgadas, descubrí que podía saltar 3 pies de altura y terminé jugando voleibol en una liga nacional, viajando por el país cada fin de semana para los juegos.

Una parte importante de los ideales de los jóvenes varones ateos franceses consistía en el logro de las conquistas femeninas. En este aspecto yo estaba empezando a tener suficiente éxito para satisfacer los bajos estándares de los vestidores del equipo de voleibol. En general, yo estaba muy contento con mi vida, y en una cultura completamente secular, las posibilidades de que alguna vez yo llegara a escuchar el evangelio—y mucho menos creer en él—eran increíblemente escasas.

Una nueva meta en mi vida

Cuando yo estaba a mediados de mis años 20s, mi hermano y yo estábamos de vacaciones en el Caribe. Un día, caminando de regreso de la playa, decidimos “pedir un aventón” y ver si alguien nos llevaba de regreso a casa. Un coche se detuvo. Dos mujeres jóvenes visitantes de Estados Unidos estaban perdidas y necesitaban ayuda para llegar a su hotel. Por cierto, el hotel estaba justo al lado de nuestra casa, así que nos invitaron a ir en su carro.

Eran lo suficientemente atractivas que mi radar lo captó de inmediato, y empezamos el coqueteo. La chica en la que yo estaba interesado mencionó de paso que creía en Dios— lo que para mis estándares era un suicidio intelectual. También dijo que creía que el sexo pertenecía dentro del matrimonio—una creencia aún más problemática que el propio teísmo, si eso fuera posible. Sin embargo, una vez que las vacaciones terminaron, yo volví a París, ella a Nueva York, y empezamos a noviar.

Mi nueva meta en la vida era desengañar a mi novia de sus creencias para que pudiéramos estar juntos sin esas nociones anticuadas acerca de Dios—y del sexo.

Mi nueva meta en la vida era desengañar a mi novia de sus creencias para que pudiéramos estar juntos sin esas nociones anticuadas acerca de Dios—y del sexo. Empecé a pensar: ¿Qué buena razón había para pensar que Dios existe, y qué buena razón había para pensar que el ateísmo era cierto? Este paso era importante, porque mi propia incredulidad descansaba cómodamente en el hecho de que la gente inteligente a mi alrededor no creía en Dios tampoco. Era más una suposición razonable sobre la vida, que una conclusión basada en un argumento sólido. Pero, por supuesto, si yo iba a refutar el cristianismo, primero necesitaba saber lo que decía. Así que tomé una Biblia.

Al mismo tiempo, me di cuenta de que había por lo menos un experimento que podría llevar a cabo. Pensé: Si algo de esto es cierto, entonces podemos pensar que al Dios que existe le preocupa en gran medida este proyecto mío. Así que empecé a orar al aire: “Si hay un Dios, entonces aquí estoy. Estoy buscándote en esto. ¿Por qué no respondes y te revelas conmigo?” Estoy abierto. “Yo no lo estaba, pero me di cuenta de que si Dios existía, eso no lo iba a detener.”

Una o dos semanas después de mi oración incrédula, uno de mis hombros comenzó a fallarme—sin que mediara un accidente o lesión evidente. Mi hombro empezaba a arder después de diez minutos de iniciar cada práctica. Simplemente no podía clavar durante los juegos. El médico no podía ver nada mal, el fisioterapeuta no ayudó, pero me dijeron que tenía que descansar mi hombro y dejar de jugar voleibol durante un par de semanas. En contra de mi voluntad, yo estaba ahora fuera de la cancha de juegos.

Con mis domingos disponibles, decidí que iba a ir a una iglesia para ver lo que hacen los cristianos cuando se reúnen. Me dirigí a una congregación evangélica en París, visitando como se visita un zoológico: con el fin de ver animales exóticos de los que había leído en los libros, pero que nunca había visto en la vida real. Recuerdo haber pensado que si alguno de mis amigos o familia me podía ver en una iglesia, me moriría de vergüenza.

No recuerdo una palabra del sermón. Tan pronto como el servicio terminó, me levanté de un salto y corrí hacia la puerta de salida, eludiendo cualquier contacto visual, para evitar así el tener que presentarme. Llegué a la puerta trasera, la abrí, y, literalmente, tenía un pie fuera de la puerta cuando una ráfaga escalofriante subió desde mi estómago hasta mi garganta. Me oí a mí mismo diciendo: "Esto es ridículo. Tengo que resolver esto." Así que puse mi pie otra vez dentro del templo, cerré la puerta y fui directamente al pastor.

"Así que, ¿usted cree en Dios?"

"Sí", dijo, sonriendo.

"Entonces, ¿cómo funciona esto?" le pregunté.

"Podemos hablar de ello," dijo. Después de que la mayoría de las personas se había ido, fuimos a su oficina y hablamos durante horas. Yo le bombardeé con preguntas, y nos volvimos a encontrar de nuevo por varias semanas. Él con paciencia e inteligencia explicó su visión del mundo. Y yo nerviosamente empecé a considerar que todo esto podría ser cierto. Mis oraciones incrédulas cambiaron a "Dios, si eres real, es necesario dejar en claro esto, para que yo pueda entrar y no hacer el ridículo." Empecé a tener la esperanza de que Dios abriera el cielo y me enviara una luz de lo alto.

Por qué Jesús tuvo que morir

Lo que siguió fue menos teatral y más brutal: Dios reactivó mi conciencia. Esto no fue una experiencia agradable. Al mismo tiempo que había comenzado mis investigaciones sobre Dios, yo también había cometido un delito particularmente siniestro—incluso aún para los estándares ateos. A pesar de que sabía exactamente lo que yo había hecho, lo había empujado hacia lo profundo de mi interior. Pero Dios lo trajo de nuevo a mi mente con toda su fuerza, y finalmente vi mi acción tal y como era. Me azotó un intenso sentimiento de culpa, me paralizó un dolor en el pecho, y me disgustó la idea de lo que había hecho y las mentiras con las que lo había tratado de ocultar.

Yo estaba tumbado de dolor en mi apartamento, cerca de París, cuando, de repente, por fin se me prendió el foco. Es por eso que Jesús tuvo qué morir: por mí.

Yo estaba tumbado de dolor en mi apartamento, cerca de París, cuando, de repente, por fin se me prendió el foco. Es por eso que Jesús tuvo qué morir: por mí. “El que no conoció pecado, se hizo pecado en mi nombre, para que en él fuésemos hechos justicia de Dios” (2 Co. 5:21). Él tomó sobre sí el castigo que yo merecía, para que en la justicia de Dios, mis pecados fuesen perdonados—por la gracia como un regalo, y no por mis buenas obras o rituales religiosos. Él murió para que yo pudiera vivir. Puse mi confianza en Jesús, y le pedí que me perdonara en la forma en que la Escritura prometió que lo haría.

Ahora que todo estaba aclarado, asumí que Dios quería que me casara con mi novia cristiana, y me mudé a Nueva York. Aprendimos rápidamente que no estábamos hechos el uno para el otro. Pero ahora, desarraigado y solo, con tiempo libre en mis manos, yo estaba apasionado por estudiar mi nueva fe con el fin de explicarla a mis amigos y familiares. Leí un libro tras otro, observé conferencias y debates, y me encantó cada momento. Eventualmente eso era todo lo que hacía en mi tiempo libre. Llegué a la conclusión de que si iba a pasar todo mi tiempo y energía estudiando el cristianismo, lo mejor sería obtener un título mientras lo hacía. Así que apliqué al seminario, y finalmente obtuve una maestría en estudios del Nuevo Testamento. En el proceso, conocí a una mujer maravillosa, nos casamos, tuvimos dos hijos y seguí mis estudios en un programa de doctorado en teología filosófica.

Esta es la manera, en pocas palabras, cómo Dios toma un ateo francés y hace de él un teólogo cristiano. Yo no estaba buscando a Dios; ni lo busqué ni lo quería. Él extendió su mano, me amó cuando yo todavía era un pecador, rompió mis defensas, y decidió derramar su gracia inmerecida—para que su Hijo sea glorificado, y para que yo pudiera ser salvado de mi pecado por la gracia mediante la fe, y no por obras. Es el don de Dios, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8-9).

Ese es el evangelio, y son buenas nuevas dignas de ser creídas.

Guillaume Bignon vive en Nueva York con su familia. Se puede localizar en Twitter @theoloGUI.

Pastors

Ese evangelio misterioso

Estudiar el libro de los Hechos cambió mi perspectiva en cuanto a compartir las buenas nuevas.

Leadership Journal November 10, 2014

Muy bien, para empezar, el evangelio del Nuevo Testamento fue diseñado para ser proclamado verbalmente.

Lo sé, lo sé. La inclinación el día de hoy es a enfrentar la injusticia y a "practicar" el evangelio en la comunidad, en la sociedad, y en el mundo. Y aunque las famosas palabras de San Francisco, "Predica la palabra en todo momento. Cuando sea necesario, usa palabras," tiene su mérito, aún eso no cambia un hecho. No puede leer honestamente el Nuevo Testamento y no creer que cuando esos líderes de la iglesia primitiva hablaban del "evangelio," la intención de ellos era que se proclamara. Que se proclamara en el mundo. Que se proclamara a los no-cristianos. Eso es simplemente una verdad honesta (y muy indisputable). ¿Pero qué es este evangelio—el que debemos proclamar verbalmente?

El evangelio proclamado

No hace mucho me encontraba sentado con un grupo de jóvenes activistas eruditos de la Biblia. Est´bamos hablando precisamente sobre esta pregunta—el contenido del evangelio proclamado. La conversación empezó así: "Por lo tanto, ¿cu´l es el evangelio proclamado que m´s te influenció? ¿o, cu´l fue el formato original en que se te compartió el evangelio?" Un varón r´pidamente abrió su boca recitando un plan bien memorizado a través de una de las cartas de Pablo, deteniéndose en unos cuantos capítulos en versículos preseleccionados. Después de alrededor de una docena de versículos, con una chispa traviesa en sus ojos, proclamó, "Ese es el evangelio proclamado." Enseguida, una dama explicó una historia similar con muchos de los mismos versículos, sólo que ella usó el dibujo de dos precipicios y un puente que los unía para ilustrar su evangelio proclamado.

Esta conversación siguió así por un buen rato. Luego dije, "¿No les parece interesante que cuando hablamos del evangelio proclamado, autom´ticamente vamos primordialmente a las cartas de Pablo? Hay un solo problema. Esas cartas son de cristianos habl´ndole a otros cristianos."

Esa observación cayó como golpe seco en medio del cuarto. Algo quedaba claro: aunque la observación era un ejemplo de una clase de interpretación bíblica b´sica, ninguno de nosotros habíamos considerado el contexto de los ejemplos del evangelio proclamado que mayor impacto tuvieron en nuestra formación. Aún en mi amado primer "evangelio" personal, si hojeo sus diminutas p´ginas, encuentro seis versículos de las cartas del Nuevo Testamento (cristianos hablando con cristianos) y cuatro versículos de Juan (que es un tipo de pre-evangelio, al menos pre-cruz, pre-resurrección, pre-ascensión, y pre-pentecostés).

Así que le sugerí a nuestro círculo de expertos, "Me parece que sería útil, para entender el evangelio proclamado, si estudiamos ejemplos de cristianos en efecto hablando con no-cristianos … o, ¿es eso sólo hablar tonterías?"

El grupo estuvo de acuerdo. Y abrimos nuestras Biblias al único libro que verdaderamente llena ese criterio: el libro de los Hechos.

Contamos un total de 13 proclamaciones del evangelio en el libro de los Hechos. Una proclamación del evangelio es simplemente cualquier ocasión en que un cristiano estaba presentando persuasivamente el mensaje cristiano a no cristianos. Nos repartimos las 13 presentaciones del evangelio entre nosotros, y luego tratamos de identificar lo que fue comunicado en cada presentación, y después recopilamos nuestros descubrimientos.

Aquí est´n algunas de las cosas que descubrimos: Siete observaciones esenciales sobre el evangelio proclamado.

1. El contar historias tiene un alto valor. Ya sea un repetir la historia de la nación de Israel (lo que ocurrió en cuando menos seis de las presentaciones) o el uso de una historia de transformación personal (en seis de las presentaciones), el valor de contar historias es uno de los elementos m´s consistentes.

2. "Exclusividad" o la idea de que "Jesús es el único camino" no es un elemento importante en esas proclamaciones del evangelio. Por cierto, solamente una de las presentaciones del evangelio (Hechos 4:8-12) incluye una declaración sobre exclusividad. (No estoy diciendo que la exclusividad de Jesús no es una doctrina importante de la iglesia primitiva, solamente estoy diciendo que estos líderes de la iglesia no le dieron prioridad dentro del mensaje que ellos compartían con los no-creyentes, sino que escogieron guardar esos di´logos para los momentos de enseñanza de cristiano a cristiano.)

3. No es necesario citar la Biblia. El contexto es la clave. Mientras que una presentación ante judíos inevitablemente incluye citas de las Escrituras Hebreas, a una audiencia de griegos no se le ofreció ninguna cita bíblica, en lugar de eso, se hizo referencia a fuentes seculares de la filosofía, poesía, y hasta de otras fes (Hechos 17:21-31).

4. El pecado se menciona en sólo cerca de la mitad de las presentaciones, aunque hay ciertas alusiones al pecado en otras de las presentaciones, usando términos como "ignorancia." Igualmente interesante, en sólo cinco ocasiones se hace un llamado directo para que el oyente se arrepienta.

5. La cruz se detalla en sólo cinco de las presentaciones, pero la resurrección se menciona en ocho de las trece. Vale la pena mencionar que ni la muerte ni la resurrección de Jesús se menciona en cinco de esas presentaciones del evangelio proclamado.

6. La palabra "Jesús" o "Cristo" en sí no aparece en tres de los testimonios. En una de las presentaciones, Pablo sólo dice, "un hombre" (Hechos 17:31).

7. No existe casi ningún detalle en particular que se pueda perfilar a través de todas las trece presentaciones del evangelio proclamado. Ni la fe, ni el bautismo, ni el Espíritu Santo, ni el perdón, ni el juicio, ni la sanidad, y como ya se ha mencionado, ni siquiera el pecado, el arrepentimiento, la cruz, la resurrección, o aún "Jesús."

Por lo tanto, ¿qué podemos concluir como resultado de esta jornada a través del libro de los Hechos? Bueno, lo m´s probable existe mucho que se puede deducir. Aquí se encuentran algunas ideas:

  • El evangelio proclamado es salvaje, difícil de enjaular en breves proposiciones, y sigue siendo en muchas maneras … misterioso.
  • Contar historias y usar met´foras creativas es algo que perdura a través de las edades y es una clave importante para el evangelio proclamado.
  • Necesitamos tener cuidado de hacer declaraciones sobre cu´les son los elementos "absolutamente necesarios" del evangelio proclamado. Estoy seguro que los primeros apóstoles tenían sus propias doctrinas favoritas de la fe, sin embargo ellos escogieron cada evangelio proclamado bas´ndose en el amor que le tenían a los que escuchaban el mensaje y al contexto.
  • Aunque nos encanta insertar declaraciones exclusivistas ("Jesús es el único camino") en nuestras presentaciones del evangelio, puede ser que, lo cierto es que ese puede no ser el mejor momento (o la manera m´s bíblico) para tener esa conversación.

Nota del autor: Para cualquiera que quiera hacer su propia investigación del Libro de los Hechos, aquí se encuentran los 13 ejemplos del evangelio proclamado. Hechos 2:14-41, 3:11-26, 4:8-12, 7:2-53, 8:29-39, 9:17-19, 10:34-43, 13:10-41, 16:29-34, 17:21-31, 22:2-21, 24:10-21, y 26:1-23. ¿Le gustaría compartir sus descubrimientos en la sección de comentarios bajo este artículo?

Tony Kriz es escritor y plantador de iglesias de Portland, Oregon, y escritor en residencia en Warner Pacific College.

Pastors

¿Rechaza usted en algún momento una petición de oración?

En algunas ocasiones los deseos de las personas corren en dirección contraria a la divina corriente dolorosa de trasformación.

Leadership Journal November 10, 2014

Hubiera usted pensado que acababa de decir una maldición por la manera en que todo mundo quedó silenciosamente con la boca abierta. Y todo lo que yo había dicho fue "no creo que yo pueda orar eso en tu favor."

La mujer que nos había pedido que oráramos fue quien más sorprendida qued" de todos.

Mi grupo de reunión en el hogar acababa de terminar de cenar, y estábamos compartiendo nuestras peticiones de oración. Con obvia angustia, Kris había compartido sobre los planes de su hija de irse ese fin de semana a vivir con su novio, y nos pidió que oráramos que Dios no lo permitiera.

Suelo no tratar de objetar a las peticiones de oración de los demás, pero tengo baja tolerancia para peticiones que pienso que Dios claramente no contestará. En esta ocasión no me quedé callado.

Cuando todo mundo se recuperó, les expliqué. "Creo que todos los que estamos aquí entendemos por qué quieres que Dios le impida que haga eso. Si alguno de ustedes siente que eso es lo que Dios quiere, está en la libertad de orar de esa manera. Me pregunto, sin embargo, si pedirle a Dios que anule la habilidad de alguien de tomar decisiones morales no es algo similar a la brujería."

Pude notar que Kris estaba por echar humo debido a mi franqueza, así que me apresuré. "Lo que sugiero que oremos es que Dios se revele a sí mismo delante de tu hija. Que le permita ver con claridad la decisión que está tomando. Y que Dios te muestre como confiar en él y amar a tu hija, aunque ella cometa el error más estúpido de su joven vida."

Apenas había terminado de hablar cuando Kris dijo abruptamente entre sollozos, "Eso es exactamente lo que necesito."

Nos acercamos alrededor de ella para orar. En lugar de orar para que la situación no tomara un giro inquietante, oramos por Kris. Lo que hubiera podido ser un ejercicio empático pero superficial de oración se convirtió en un descubrimiento maravilloso de discernir cómo Dios obra en situaciones difíciles.

Trampas en la oración

En la mayor parte de las reuniones de oración se hacen una gran cantidad de oraciones, después un pequeño grupo ofrece oraciones rápidas hasta que se cubren todas las peticiones. Raramente nos paramos a pensar si una oración en particular está de acuerdo con lo que Dios está haciendo. Pocas veces le damos seguimiento a nuestras oraciones para descubrir cómo fue que Dios contestó.

Con frecuencia terminamos orando por una lista de deseos, no ponderando cómo Dios puede usar estas situaciones para moldearnos o para construir su reino.

Mi pequeño hijo fue quien me ayudó a ver la locura de orar así. Estábamos leyendo Juan 15 una mañana durante nuestro tiempo devocional familiar cuando de repente dijo, "¡Eso no es verdad!" Acaba yo de leer el versículo sobre que Dios nos da todo lo que le pedimos. Pero mi hijo de cinco años de edad ya estaba consciente de que mucho de lo que nosotros orábamos como familia no se volvía realidad. Me puse a pensar si la manera en que practicábamos la oración le estaban enseñando, nos gustara o no, que orar es simplemente verbalizar nuestra lista de deseos.

Mientras que el ejercicio mismo de la oración ofrece consuelo para el momento, me temo que muchas peticiones de oración nos enseñan a usar a Dios como un geniecillo en una botella. No quiero que mi hijo, o mis hermanos y hermanas, se lleven esa impresión. Ya no me siento a gusto orando por cosas que no estoy convencido que están en sincronía con el corazón de Dios.

5 maneras de orar con Dios en mente

La oración nos permite descubrir lo que Dios está haciendo, dibujar su mano en las circunstancias de nuestras vidas. A través de la comunicación vital de la oración, él nos transforma en el proceso. La oración, entonces, no es tanto el medio para manipular el plan maestro, sino para ser moldeado por la mano del maestro.

No todos los grupos de oración nos conducen a ese tipo de oración. No todas la peticiones siguen esa forma de pensar. Considere cinco guías que dirijan sus momentos de oración para fomentar un continuo caminar transformador con Dios.

1. Enfoque la oración en las personas involucradas. La tentación durante las "peticiones de oración" es pensar solamente en los puntos de acción que deseamos que Dios haga por nosotros o regalos que queremos de él. Eso deja a un lado lo que Dios considera más importante.

Cuando llega la noticia que un hermano va a la guerra, la oportunidad para orar no es pedir que Dios lo deje en casa. Eso limita el ámbito de la oración a eventos, cuando debe estar enfocada en las personas. También limita las oraciones a una petición específica, sin ofrecer la oportunidad de discernir el corazón de Dios en el asunto.

En lugar de eso, aborde los temores de la hermana del soldado, la preocupación de su madre, y la fe de él mismo. Podemos orar que Dios moldee nuestro valor y nuestra habilidad para confiar, que nos ayude a vencer los temores, y que el hermano soldado reconozca la presencia de Dios y le sirva a Dios en esa situación. Estas son las evidencias de la obra de Dios y el tipo de oraciones que él contesta.

He descubierto que los grupos pequeños nos dan tiempo para procesar las luchas por las que alguien está pasando y nos ayudan a identificar la obra de Dios. Aún algunos grupos pequeños en los hogares pueden ser demasiado grandes para este tipo de oración. Siempre he encontrado que es más eficaz dividirse en grupos de dos o tres personas donde pueden tomarse el tiempo para explorar la situación juntos.

2. Busque la perspectiva de Dios. Muchas peticiones de oración encajan bien dentro de lo que pensamos que es lo mejor y frecuentemente van en contra de lo que Dios verdaderamente está haciendo.

Me encanta como respondieron Pedro y Juan a las amenazas de los fariseos de que dejaran de proclamar a Jesús o enfrentarían castigo. Cuando se reunieron más tarde con otros creyentes para orar, no oraron por lo que fuese más fácil. Pudieron haber orado que Dios convirtiera a los fariseos o que los borrara de la faz de la tierra. Pero no vieron ninguna de esas dos opciones como algo afín al diseño de Dios. En lugar de eso, oraron por valor para seguir haciendo lo que Dios les había pedido, aún sabiendo que podían ser azotados, encarcelados, o ejecutados por hacerlo.

El paso principal en la oración es pedirle a Dios que revele lo que está haciendo en la situación y hacer una pausa lo suficiente larga para dejarlo que conteste. Una de las cosas que más aprecio del libro de Henry Blackaby, Mi experiencia con Dios, es que nos invita a confiar que Dios nos va a mostrar lo que está haciendo en nuestras vidas. La oración debe ser dirigida a que hablemos todos juntos para ver si alguien tiene alguna perspectiva específica sobre cómo orar por las personas involucradas.

3. Deje que la confianza, no el temor, alimente sus oraciones. El temor es la muerte de la oración porque es lo opuesto de la fe. La mayor parte de mis oraciones, aún en mis años de la mediana edad, estaban alimentadas por mis ansiedades y mis temores.

Recuerdo estar orando por nuestras finanzas, y aunque teníamos suficientes recursos para cubrir nuestras necesidades presentes, estaba preocupado por mis necesidades a largo plazo. Confiaba en Dios lo suficiente para el día presente, pero seguía orando pidiéndole que quitará mi ansiedad en cuanto al día de mañana. Pero Dios no quería que confiara en mis ahorros o la lotería para mi seguridad, Dios quería que confiara en él.

Lo que más mejora mi relación con Jesús es mi habilidad para confiar en él, sin importar las circunstancias en que me encuentro. Muy raras veces contesta Jesús oraciones dónde le pido que arregle mis circunstancias para que yo pueda confiar en él menos. Su deseo siempre ha sido que yo confíe más en él.

Las oraciones empapadas con una seguridad llena de fe en el amor de Dios y de confianza en su carácter será más eficaz que peticiones mías para que me tranquilice o apacigüe. Cuando tengo temor, he aprendido a orar primero por mi temor y por una revelación más completa del amor de Dios antes de orar por resultados específicos que yo pudiera desear. Cuando oro por los demás, hago lo mismo.

4. Ore en común acuerdo. Aprendí este aspecto fascinante de la oración de un grupo de cristianos en el interior australiano. El hombre que dirigía la reunión de oración ofreció una serie de instrucciones no muy comunes:

"Esta noche mientras oramos, sólo vamos a orar por aquellas cosas en que todos lleguemos a un común acuerdo. Si uno de ustedes se siente guiado a orar por algo, pregúntele al grupo si eso es algo que todos percibimos. Si es así, podemos orar todos de acuerdo. Si no es así, la pasaremos por alto por el momento y procederemos a otras peticiones." Más tarde le pregunté por qué dio esas instrucciones tan raras. Dijo que habían aprendido que el orar por alguien se puede convertir en una forma sutil de manipulación.

"Si un hombre se siente deprimido, entonces los demás oran para que se sienta feliz. Luego, se siente presionado a sonreír después de la oración y decir, 'Gracias. Me siento mejor,' se sienta mejor o no. Quizás no necesita 'sentirse mejor' ahora. Quizás necesita aprender a aferrarse a Dios en medio del sufrimiento. No vas a saber si es así a menos que se haga la pregunta."

Si la persona por quien se está orando no está de acuerdo o no entiende la perspectiva que se está dando, el grupo pone la petición a un lado y proceden a ver lo que otros puedan tener en sus corazones. Con frecuencia, me dijeron, dos o tres semanas después de que alguien declinó que se orara por ella o por él de cierta manera, la persona regresó convencida de que esa era exactamente la oración que se necesitaba.

Al pedir permiso el uno del otro para orar en cierta manera, estos australianos pudieron mantener una forma de oración más auténtica y honesta. También tuvieron la oportunidad de compartir perspectivas y ver lo que Dios pudiera estar diciendo. Les dio la libertad para orar con valentía cuando sabían que todos buscaban la misma cosa.

5. Seguimiento. Nada expresa nuestra preocupación por alguien en necesidad mejor que seguir la oración con una llamada días más tarde para ver cómo les va y qué ha pasado desde que oramos.

Si parece ser que no ha pasado nada desde que oramos, podemos pedir sabiduría a Dios. ¿Está Dios haciendo algo distinto en esta situación de lo que pensamos? ¿Nos está enseñando a perseverar en lo que hemos empezado? Permanecer en el proceso hasta que algo se resuelva no sólo será una bendición en esa instancia, sino que nos entrenará para oportunidades de oración futuras.

Filipense 4:6 nos invita a hacer cualquier petición a Dios, pero no nos dice que esperemos que nos conteste cada petición como nosotros queremos. Dios no es nuestra hada madrina que mueve una varita mágica para hacer que cualquier circunstancia se conforme a nuestro capricho. La oración real es el proceso de involucrarse en la necesidad de alguien más, orando como mejor entendemos la obra de Dios, y luego permanecer dentro de la situación hasta que veamos a Dios actuar.

Es un riesgo orar en esa manera expectante, pero puede conducirnos a oraciones increíbles. Uno de los directores espirituales de Henry Nouwen en una ocasión oró por él de la siguiente manera: "Que todas tus expectativas sean frustradas. Que todos tus planes sean estropeados. Que todos tus deseos se sequen en la nada para que puedas experimentar la impotencia y la pobreza de un niño y puedas cantar y danzar en el amor de Dios el Padre, el Hijo, y el Espíritu."

Aunque no recomiendo que usted haga esa oración por alguien a quien usted no conoce muy bien, aquí vemos a alguien que entendió el corazón de Dios en la oración. Enseñar a las personas a que vayan más allá de sus propias agendas para tocar el corazón y la pasión de Dios será un reto, pero profundizará y vivificará su vida de oración.

Peticiones 'hágase mi voluntad'

Ciertos tipos de peticiones de oración reflejan nuestros deseos humanos más que los deseos de Dios. ¿Le suenan familiares algunos de estos ejemplos?

Lo trivial: "Oremos para que se me quite la gripa" o "Danos un día sin lluvia para el picnic de la iglesia." Nuestra comodidad y nuestros planes parecen importantes para nosotros, pero ¿podría Dios tener algo mayor en mente? ¿Podría ser que los agricultores en el área necesitan la lluvia desesperadamente? Nuestras peticiones deben reflejar el hecho de que cada día nos percatamos mejor de los propósitos mayores de Dios, no simplemente de nuestras esperanzas desconsideradas o de nuestros caprichos. Algunas peticiones trivializan el don formidable de la oración.

Lo centrado en nosotros mismos: "Acaban de llamar a la tropa de mi hermano para que vaya a Afganistán. Oremos que no tenga que ir." Aunque entiendo la emoción detrás de la petición, aún así, está fuera de lugar. Sí está en el ejército, ¿por qué razón no debe de ir? Los propósitos de Dios con frecuencia incluyen privación y riesgo. ¿Debemos pedirle a Dios que anule sus propósitos para que tengamos paz mental?

Lo controlador: Estamos escupiendo contra el viento si le pedimos a Dios que otras personas actúen de acuerdo con nuestra voluntad. Dios no fuerza a las personas a que se adhieran a su voluntad. ¿Por quérazón le vamos a pedir a Dios que los haga que actúen de acuerdo a nuestra voluntad?

Lo que se produce al mayoreo: No sépor quépensamos que tenemos mejores posibilidades de que nuestras oraciones sean contestadas si tenemos a más personas orando sobre ellas. Como muchos de ustedes, recibo peticiones de oración en el internet rogándome que ore por personas que no conozco, sobre necesidades en que no estoy involucrado. Las respuestas de Dios a la oración no se basan en una tarjeta de anotación. La oración fue diseñada para que dos o tres creyentes fieles pusieran su enfoque, se pusieran de acuerdo, y fervientemente intercedieran, en lugar de reclutar un gran número de personas que no están involucrados en ninguna manera.—W.J.

Wayne Jacobsen ha sido pastor por 20 años, ahora es director de Lifestream Ministries en Oxnard, California. www.lifestream.org.

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Decir adiós para siempre

Cómo decir adiós como si nuestros cuerpos importaran.

Christianity Today October 31, 2014
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

“La gente ya no puede decir adiós” escribe el poeta Les Murray. “Se dicen últimos holas.”

Tome, por ejemplo, una experiencia reciente que tuve con unos buenos amigos. Habían empacado las últimas de sus pertenencias para una mudanza de un lado del país al otro y se aparecieron frente a mi puerta antes de ponerse en marcha. Trate de hablar de cualquier cosa sin importancia, esquivando incómodamente la separación inevitable. Finalmente, me dieron un abrazo, y dejé escapar un precipitado, “Tenemos que juntarnos otra vez este otoño. Quizás pueda hacer un viaje para ir a verlos.” Un último hola era lo que estaba diciendo, no un adiós. No pude decir lo posterior.

En otra ocasión, cuando terminé mis estudios universitarios, fui con uno de mis profesores favoritos para una despedida similar. Había tomado múltiples clases con él, y su instrucción había dejado una marca permanente en mí. Quería decirle que iba a echar de menos nuestras pláticas regulares. Hablamos incómodamente por unos minutos. Me levanté para partir. “Bueno, no diré adiós,” balbuceó mi profesor, evadiendo cualquier contacto visual. “Le puedes preguntar a mi esposa—yo no hago adioses.”

En su libro A Severe Mercy [Una misericordia severa], una memoria de la conversión cristiana y la vida estudiantil en Oxford, Sheldon Vanauken cuenta la historia de su última reunión con C.S. Lewis, quien se había hecho amigo suyo. Los dos varones comieron juntos, y cuando habían terminado, Lewis dijo, “Pase lo que pase, definitivamente nos volveremos a encontrar, aquí—o allá.” Luego agregó: “No diré adiós. Nos veremos otra vez.” Y con esas palabras, estrecharon sus manos y cada quien tomó su camino. Ya del otro lado de la calle, por encima del ruido del tráfico, Lewis le gritó, “Además, ¡los cristianos nunca dicen adiós!”

Existe, por supuesto, algo admirable en todas estas historias. Reconocer los lazos que nos unen, a través de la millas y los años, es parte de lo que significa ser cristiano: Estamos ligados por lo que Pablo llama “la unidad del Espíritu” (Efesios 4:3). Por otro lado, minimizar el significado de decir adiós puede cegarnos a una verdad igualmente importante: La separación—el tipo separación que se deja sentir en el cuerpo—es importante.

Los creyentes no sólo creen en una resurrección futura del cuerpo. También creemos en la importancia de nuestra vida corporal ahora, con todos los beneficios que la compañía física conlleva. Preparar y comer alimentos juntos, iniciar y sostener contacto visual, unir nuestras manos en oración, ofrecer hombros y espaldas cuando un vecino necesita mudarse—todas estas cosas y muchas más son regalos que se pueden intercambiar solamente cuando estamos el uno con el otro. Pablo reconoció esto cuando escribió desde Corintio a la iglesia que había fundado en Tesalónica: “Nosotros, hermanos, luego de estar separados de ustedes por algún tiempo, en lo físico pero no en lo espiritual, con ferviente anhelo hicimos todo lo humanamente posible por ir a verlos” (1 de Tesalonicenses 1:7, NVI).

Evadir un adiós cuando nos tenemos que mudar y enfrentar la posibilidad, en algunos casos, de que nunca más nos volvamos a ver en esta vida, niega la importancia de nuestra vida corporal juntos. Pasar con rapidez la brocha de “la despedida” niega que el dolor de la separación es real—que no importa cuántos textos, llamadas telefónicas o actualizaciones en Facebook compartamos; no vamos a estar disponibles el uno para el otro de la misma manera que lo estábamos antes.

Un cristiano que entendió esto mejor que muchos fue el pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer. Separado de sus amigos y su familia cuando fue arrestado durante la Segunda Guerra Mundial, Bonhoeffer escribió, “No hay nada que pueda remplazar la ausencia de alguien muy querido para nosotros, y uno no debe ni siquiera tratar de intentarlo; uno debe simplemente perseverar y aguantar la ausencia.”

En lugar de restarle la importancia al significado de decir adiós, Bonhoeffer quería experimentar la fuerza completa de la despedida. “Tenemos que sufrir indescriptiblemente por la separación,” escribió. Sólo de esa manera “sostenemos la comunión con las personas que amamos, aunque sea en una manera muy dolorosa.” Dios mantiene nuestros adioses dolorosos, dijo Bonhoeffer, con el fin de subrayar lo vital que fue nuestro compañerismo cercano de ayer.

Así que, el día de hoy, cuando tengo que mudarme lejos de mis amigos, o despedirme de aquéllos que se mudan lejos de mí, trato de permitirme sentir la pérdida. Con Bonhoeffer, lloro la distancia física que se reposará entre mis amigos y yo. En lugar de imaginarme inmediatamente el puente futuro que eliminará la brecha, quiero reconocer el dolor de la pérdida en el presente y no apresurarme rápidamente a sentirme cómodo otra vez.

La palabra adiós es en realidad una contracción de “vaya con Dios.” Decir adiós es importante, a fin de cuentas, porque es una manera de recordarnos el uno al otro que somos criaturas corporales de Dios. Queremos que Dios nos cuide y que mantenga vivo el amor que nos tenemos el uno por el otro, ahora mismo, aún antes del día de nuestra reunión final.

Bienaventurados son los que están en bancarrota

Bienaventurados son los que están en bancarrota . . . y ricos son los financieramente desesperados. Simplemente pregúntale a mi familia.

Christianity Today October 27, 2014
Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Había pasado más de un año desde que la había visto. Habíamos tenido nuestra cuota de buenas conversaciones cuando nuestros hijos asistían juntos a una escuela privada cristiana, pero su ceño fruncido marchando entre la multitud en mi dirección me hizo buscar alguna vía de escape.

Ella llegó con las manos extendidas para tomarme de los hombros mientras me miraba de pies a cabeza, sacudiendo ese ceño en mi dirección.

"Te he echado de menos," dijo. "¡Qué horrible que te tuviste que ir!"

Respiré. "No es horrible. Lejos de eso."

Ella agarró mi mano.

"No, en serio," le dije. "La escuela pública es el lugar donde Dios nos quería. Fue difícil irnos, pero la escuela ha sido una bendición.”

Ella me guiñó un ojo. "Que bueno que puedes decir eso."

"No solamente estoy diciendo eso. Lo digo en serio."

"Estoy segura que así es."

Y así era. Habíamos dejado la escuela privada porque no podíamos pagar la matrícula. Años de enfrentar—primero empleo por debajo de nuestra preparación y luego desempleo—agravado por la creciente deuda médica, te puede llevar a eso. Pero yo había percibido a Dios llamándonos a nuestra escuela pública local durante mucho tiempo.

Pero miss Cara Ceño Fruncido, obviamente, no podía creer eso. Tampoco lo pudo creer la gente que nos compadecía durante nuestra temporada "terrible" de estar en la ruina. No se puede creer algo así dentro de un tranquilo sistema de creencias que ha crecido bastante insidiosamente entre los fieles.

Es un sistema de creencias que estaba implícito cada vez que un cristiano me decía que tuviera fe, que dejara a nuestros niños matriculados en la escuela cristiana porque Dios iba a proveer. Es un sistema de creencias que muchos cristianos no “nombran” ni “afirman” abiertamente pero que si abrazan sutilmente. Es la creencia de que Dios confirma nuestra fidelidad añadiendo ceros a los talones de pago, al mantenernos sanos, al darnos cónyuges y bebés. Que mientras que Dios puede permitir—de vez en cuando—un paso hacia atrás o un tropiezo, en realidad Dios está en el negocio de siempre ir para arriba y adelante, para lo más grande y lo mejor.

Es un sistema de creencias que no va a considerar a un Dios que no tiene en cuenta nuestra comodidad, que no se puede imaginar un Padre celestial que dio a Salomón sabiduría y riqueza, pero a nosotros nos da paciencia y un roce con la pobreza. Es un sistema de creencias que deja poco espacio para un Dios que pudiera quitarnos algo con el fin de enriquecernos en maneras que no tienen nada que ver con la salud o la riqueza.

La mayor parte de nosotros eludiríamos explícitamente el evangelio de la prosperidad. Aún así, creo que se ha inmiscuido, a través del tiempo y el lugar, de sus raíces pentecostales para llegar a las caras sonrientes de los pastores de las mega-iglesias, y aún hasta la alas más conservadoras de la fe evangélica. Dicho evangelio cruza las fronteras raciales y socio económicas y se enrosca cálidamente alrededor de nuestro corazón, sujetándonos en una garra de la que no nos queremos desprender.

Festejo o hambre

Por supuesto que yo no quería desprenderme de este evangelio de la prosperidad—ni cuando Jehová Jireh estaba proporcionando montones y montones por encima de nuestras posibilidades. Ni tampoco durante los días cuando yo creía que la corriente sólida de ingresos era Dios bendiciéndonos, recompensándonos por nuestra fe y nuestras ofrendas. Ciertamente tampoco quería hacerlo el día en que mi esposo entró en la cocina y puso un sobre en el mostrador.

"Abre esto," dijo. Dentro había un cheque del primer trimestre de su negocio, por mucho más de lo que habíamos ganado todo el año anterior. Lo abracé, no me esperaba nada menos. Mi esposo es brillante y trabajador, y nosotros habíamos dedicado la empresa a un Dios que bendice ese tipo de ingenio. Y así lo hizo.

Durante un tiempo. Pero después de sobrevivir una desgarradora desesperación financiera, cuando una pésima economía hizo caer a plomo el negocio que una vez era próspero, seguido de los nacimientos sin seguro médico y otros gastos médicos—Se me hace difícil creer que nuestros años de prosperidad, o de tener más dinero del que sabíamos que hacer con él, de vacaciones de lujo, de no tener que pensar en los costos de comestibles o de calefacción, de enviar a los niños a escuelas con etiquetas de precios elevados, eran realmente bendiciones en lo más mínimo.

Eso es, si mi nueva manera de entender lo que significa la bendición es correcta.

Mirando hacia atrás a esos años de "festejo," tengo que entrecerrar los ojos para poder ver a Dios en mi vida. Él estaba allí, por supuesto, pero yo apenas lo notaba mientras bailaba alrededor de la cocina con el cheque en la mano.

Contrasto eso con las años de "hambre"—en los cuales no sabíamos cómo íbamos a completar para los pagos, cuando nos preocupaba que podríamos perder nuestra casa. O lo que fue el día más desesperado, cuando mi esposo me dijo que estábamos acabados, quebrados, sin dinero, sin crédito, el día que puse en duda la verdad de las palabras de Jesús. ¿Qué sobre proveer el pan de cada día? ¿Qué acerca del “pedid y recibiréis”? ¿Qué pasa con el buen Padre que da un pescado y, no serpientes? Cuando pienso en ese día—en esos días—cuando caí como una pesada piedra a lo que fue el punto más bajo de mi fe, cuando había aterrizado en ese pozo de la desesperación, allí están con toda lucidez: la memoria de tiempos que brillan con la presencia y la bondad de Dios.

La mejor cosa

Antes de esa época, yo no entendía cómo Jesús pudo decir que los pobres—en espíritu o de algún otro tipo de pobreza—eran bienaventurados. Tampoco entendía por qué podía ser tan difícil para los ricos entrar en el reino. No lo pude entender mientras crecí y viví en un barrio residencial y asistí a una iglesia donde los pobres eran compadecidos y los ricos eran temerosos de Dios. Cuando oí hablar de ser "bendecido," por lo general se trataba de tener una buena salud o haber recibido alguna promoción. Me parece bien, supongo. Es una perspectiva del Antiguo Testamento de un Dios que bendijo materialmente a las personas (véase Abraham, Salomón, Job), como me lo recordó un amigo.

"Tuvimos la bendición de que nos pasaran de los asientos de clase económica a primera clase en el avión," uno podía decir en mis círculos sin temor a reproches. "Hawái es un vuelo tan largo."

Aunque si es cierto que las bendiciones financieras inesperadas o que llegan justo a tiempo pueden hablar de cómo Dios provee el pan de cada día; sin embargo, la prosperidad ininterrumpida de las casas de verano, las promociones en el trabajo, y el perfecto estado de salud, el nunca tener que pedirle a Dios nada o depender de él, no suelen llevarnos más cerca de él. Las estaciones fáciles y cómodas de la vida no nos empujan a nuestras rodillas, buscando un respiro en su poder y misericordia. No levantan nuestras manos en alabanza por su provisión y sus maravillas. No lo hacen como lo pueden hacer el estar en necesidad, el estar en la ruina—en sus diversas definiciones.

Mirando hacia atrás a esos años de "festejo," tengo que entrecerrar los ojos para poder ver a Dios en mi vida. Él estaba allí, por supuesto, pero yo apenas lo notaba mientras bailaba alrededor de la cocina con el cheque en la mano.

La desesperación intenta aplastarnos. Pero para aquellos que siguen a Jesús, aún los momentos que más drenan nuestro espíritu pueden ser bendecidos si nos recargamos en las manos de la esperanza. Esta es la materia de los Salmos (véase 142 y 143 para empezar) y las palabras de confianza y seguridad de Pablo. Después de su tiempo en la cárcel, escribió, "perdimos la esperanza de la vida misma . . . Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos sino en Dios "(2 Co. 1: 8-9). La transliteración de la versión del Mensaje continúa: "Fue lo mejor que nos pudo haber pasado."

En efecto. La desesperación bien hecha (la que se despliega, se clama, y se entrega delante de Dios) nos lleva a la presencia de Dios como ninguna otra cosa. Tener que depender de Dios, aprender a mantener los ojos bien abiertos buscándolo a él, y experimentar su presencia, su sustento—encontrar a Dios bueno en medio de lo malo—es una bendición.

Pero para experimentar esto, tenemos que confesar el estrangulamiento que el evangelio de la prosperidad tiene sobre nosotros. Tenemos que reemplazarlo con otro evangelio, el evangelio del “desesperado” en lugar del “próspero,” si se quiere expresar así. Es el mismo evangelio que David descubrió en los pozos fangosos, el que Pablo desenterró en la cárcel, el que yo descubrí esas noches que pensé que me iba a derrumbar bajo el peso de las facturas pendientes de pago y los cobradores llamando. Es el que otros han encontrado mientras enterraban a sus seres queridos antes de tiempo, mientras sufrían los sueños o las oportunidades que se han ido, o sufrían a través de cualquier noche oscura del alma—sobrevivir una noche y por la mañana encontrarse con tiernas misericordias y la presencia misteriosa—y el sustento—de un Dios bueno.

Nada que temer

Aunque mi familia y yo no hayamos salido totalmente del bosque financiero, estoy agradecida porque lo peor parece haber pasado, porque ahora podemos trabajar para pagar las deudas y poder pagar las cuentas a tiempo. Pero a medida que nos alejamos de esos momentos más oscuros y profundos de nuestra desesperación, tengo miedo de perder el contacto con Dios.

Hasta ahora, sin embargo, Dios me ha mostrado que no tengo nada que temer. A pesar de que hemos "prosperado" un poco económicamente, Dios no ha eliminado esta espina de la desesperación o de la necesidad de clamar para ser rescatada ("Querido Dios, ¡el IRS!"). En las últimas semanas, mis amigos me sacaron, a fuerza de oración, de un “ataque de locura” sobre las finanzas cuando lo único que podía hacer era agitar mis puños a los cielos. Dios no apagó los incendios financieros, pero él caminó con nosotros a través de ellos. Y al igual que Isaías sabía, no fui quemada viva. El que me llama por mi nombre me salvó.

La bendición que he encontrado es la que el evangelio de arriba y adelante, despreocupado y cómodo, nunca ofrecerá. Es una paz que la prosperidad no puede proclamar. Y esto es muy buenas nuevas para los desesperados y quebrados .

Caryn Rivadeneira, escribe con regularidad para Her.meneutics, es la autora de Broke: What Financial Desperation Revealed about God’s Abundance [En bancarrota: Lo que la desesperación financiera me reveló sobre la abundancia de Dios], (InterVarsity Press). Visítela en carynrivadeneira.com.

Estatus migratorio: Amada

En Cristo soy más que el ‘crimen’ que cometí a los cinco años de edad.

Christianity Today October 21, 2014
Foto por Kyle Christy

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

A pesar de lo orgullosa que estoy de mi herencia mexicana, sólo existe un lugar al que puedo llamar mi casa: Los Estados Unidos de Norteamérica. Pertenezco a la ola de inmigrantes que llegaron a este país como niños. Todo lo que me queda de mis años tempranos en México son unas cuántas memorias borrosas, dibujadas y armadas por lo que mi madre me ha contado después.

Mi madre perdió a su primer esposo en un accidente automovilístico en 1978. Después de su muerte, ella viajó por primera vez a los Estados Unidos para identificar su cuerpo y para hacer los arreglos del funeral. Se quedó sola en México lidiando con mis dos hermanos mayores, sufriendo su dolor y con pocos recursos. Como siete años más tarde, conoció a mi padre, y nací yo. Cuando yo tenía 3 años de edad, mi padre abandonó a nuestra familia para casarse con otra mujer.

Más tarde, el amor de mi madre por su hijo mayor la llevó a viajar a los Estados Unidos por segunda vez. No lo había visto desde que él se había ido al Condado de Orange a la edad de 14 años. Cuando mi hermano supo que mi madre me iba a dejar en México con mi tío, insistió en que me trajera con ella para mantener la familia unida. Veinticinco años más tarde, aquí estoy todavía.

Nos mudamos a un apartamento con mis dos tíos en la calle Minnie en Santa Ana, California, ciudad que en algún momento fue denominada la ciudad más difícil dónde ganar lo suficiente para sobrevivir. Enfrentamos momentos desafiantes.

A mi madre no le habían permitido ir a la escuela más allá del segundo grado, así que trabajaba principalmente cuidando niños. Ella quería darles a sus hijos lo que ella no había podido tener: una educación. Muchas veces añoré que mi padre hubiese estado allí para ayudarnos financieramente. La ayuda económica que nos daba apenas nos alcanzaba para suplir nuestras necesidades mínimas. Pero encima de eso, yo tenía hambre del calor de un padre amoroso que nos protegiera y se asegurara que mi madre no tuviera que jugar el papel de ambos padres.

Una herida profunda

Cuando entré a la escuela secundaria, sobresalí en las matemáticas y me lancé a jugar voleibol y basquetbol. También ingresé en el Programa Temprano de Alcance Académico (EAOP, por sus siglas en inglés), el programa más grande de preparación para la universidad patrocinado por la Universidad de California—Irvine, y también me integré al Programa Puente, que ayuda a los estudiantes a matricularse en universidades públicas.

Empecé a visitar el Centro de Aprendizaje de Minnie Street—un programa comunitario donde los estudiantes vienen después que terminan sus clases en la escuela—patrocinado por la Iglesia Mariners, una histórica iglesia grande, sin denominación, en el Condado de Orange. Allí limpiábamos las calles, servíamos de tutores a los muchachos más jóvenes que nosotros, y enseñábamos una clase de computación. Fui la primera estudiante que fue elegida presidenta de Puente. Aprendí la gran satisfacción de servir a mi prójimo y de sentir que soy útil.

Durante mi penúltimo año de preparatoria, los otros líderes de Puente y yo tuvimos la oportunidad de viajar a San Francisco para visitar universidades. La realidad me pegó con una herida profunda: Yo era indocumentada. Descubrí que mi estatus podía impedirme viajar y asistir a la universidad. Ya no pude seguir aceptando las respuestas evasivas que me daba mi madre cuando le preguntaba cuándo iba a poder empezar a trabajar para ayudar a pagar las cuentas. Entre más se acercaba mi graduación, ya no pudimos evadir más el hecho que mis sueños de ir a la universidad podían terminar en un callejón sin salida.

Aunque traté de mantenerme optimista y esquivar cada insulto disparado en contra de los inmigrantes indocumentados, sí sentí los efectos. Culpa, vergüenza, y depresión—las tres—tocaron a mi puerta y yo les di la bienvenida.

También enfrenté una confusión profunda sobre quién era yo y en qué lugar pertenecía. Sentía que no pertenecía a ningún lugar—demasiado norteamericana para regresar a México, demasiado foránea para sentir que pertenecía en los Estados Unidos. Aunque traté de mantenerme optimista y esquivar cada insulto disparado en contra de los inmigrantes indocumentados, sí sentí los efectos. Culpa, vergüenza, y depresión—las tres—tocaron a mi puerta y yo les di la bienvenida. Las llevaba cargando conmigo, creyendo que de alguna manera yo era responsable del “crimen” que había cometido a la edad de cinco años. Las acusaciones me llevaron a temer por mi situación y mi futuro. En esta temporada de desesperación, aprendí cuánto iba a proveer un Padre celestial.

Identidad verdadera

Muchas cosas buenas vinieron del centro de aprendizaje: tutoría, modelaje de papeles (incluyendo el primer ejemplo de un modelo varonil positivo en mi vida), y líderes que hablaban con valor sobre el complejo asunto de la inmigración por causa de personas como yo. Pero nada más bello y poderoso vino del centro que el que me presentaran a mi Salvador, Cristo Jesús. Yo tenía 13 años cuando por primera vez escuché detalladamente sobre el Dios viviente. Durante los campamentos de jóvenes patrocinados por el centro, empecé a hacer preguntas y a recibir respuestas que me llenaron el corazón al escuchar las Buenas Nuevas por primera vez.

En 1999, asistí al campamento Racing a Zealous Army por una semana. Mientras mis compañeros compartían sus historias de fe, vertí mi corazón y me di cuenta de mi necesidad del Dios todopoderoso. Le entregué mi corazón y tuve hambre de saber más de él. Uno de los pasajes más significativos que aprendí fue Proverbios 3:5-6: “Confía plenamente en el Señor y no te fíes de tu inteligencia. Cuenta con él en todos tus caminos y él dirigirá tus senderos” (BHTI). Yo sabía que podía confiar mi futuro a Dios porque él me ama y me cuida.

Por la gracia de Dios, yo fui la primera persona en mi familia que se graduó de la preparatoria. Después de descubrir mi estatus de indocumentada, mi maestra, mi consejera académica, y otros miembros del personal de la preparatoria hicieron todo lo que pudieron por ayudarme a visitar universidades. Recibí $10,560 en becas para cubrir mi primer año en la Universidad Biola, en la ciudad cercana de La Mirada. Aunque sabían mi estatus migratorio, patrocinadores de la Iglesia Mariners cubrieron la mayor parte de mi colegiatura. Son recuerdos diarios del amor de Dios y de su mano en mi vida. Obtuve mi licenciatura en Psicología de Biola, luego una maestría en terapia familiar y matrimonial. El día de hoy, trabajo en Wilshire Street (parte de los Centros Comunitarios Lighthouse) creando programas de apoyo para familias necesitadas en Santa Ana.

También fui la primera mujer en mi familia en obtener un título universitario. La mayor parte de ellas tuvieron que luchar como madres solteras o aguantar relaciones cíclicas abusivas. Todo parecía apuntar hacia ese mismo destino para mí. En momentos me sentí débil por ser mujer. A una edad temprana vi a mi madre luchar para que la escucharan, porque frecuentemente la ignoraban por ser una mujer soltera y sin educación. La gracia de Dios me permitió quebrar ese ciclo.

En Biola fue que primero aprendí del amor de Dios por el peregrino. Aprendí que Jesús mismo fue un niño inmigrante, y que él llamó a su pueblo a ayudar a la viuda, al huérfano, al oprimido, y al pobre. Vine a darme cuenta que no todas las leyes hechas por el hombre concuerdan con las leyes de Dios. Y lo que es más importante, Dios me atrajo muy cerca de su corazón que ama la justicia.

En medio de estas experiencias, tuve que definir el centro de mi identidad. Soy una persona de piel de color. Soy una mujer. Soy pobre. No tengo padre. Soy una inmigrante indocumentada. De hecho, ha sido atroz verme a mí misma a través de los ojos del mundo. Pero he aprendido sobre mi verdadera identidad. Por encima de otras etiquetas, soy una hija de Dios. Cómo otros inmigrantes, quiero usar mi educación para ayudar a nuestro país a prosperar económicamente, pero mi deseo de servir a Dios es central.

No puedo impedir pensar sobre la ola reciente de niños inmigrantes que han llegado a Estados Unidos sin acompañante. Sus historias suenan muy familiares, bíblicamente y personalmente. Mi oración es que algunos de los siervos de Dios respondan a la llegada de estos niños de tal manera que les den a conocer a Dios, en palabra y en hecho—de la misma manera que otros siervos me lo dieron a conocer a mí a la edad de 13 años.

No queda nada que me cause temor. Dios me ha traído hasta aquí, proveyendo todo lo que he necesitado en el camino. Me inunda una sincera gratitud a mis mentores, pero más que nada, estoy maravillada por la obra que mi Padre ha hecho en mi vida. Le doy a él toda la gloria.

Adriana Mondragón trabaja en el programa de Lighthouse Community Centers’ Wilshire Street. Tiene una licenciatura de la Universidad Biola y una maestría en artes en terapia de la Universidad Chapman.

Cómo la cultura forma el pensamiento de los científicos en cuanto al planeta de Dios

El ex astrónomo de Harvard Owen Gingerich desafía la noción de que la religión y la ciencia habitan esferas distintas.

Christianity Today October 21, 2014
NASA

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Owen Gingerich creció en un hogar menonita en las planicies de Kansas, y retiene mucho de la manera franca de hablar y humilde de su crianza. Ha pasado casi toda su carrera académica en Harvard, primero como estudiante y después como profesor de astronomía y de la historia de la ciencia. Ya jubilado, recientemente publicó God’s Planet [El planeta de Dios], que examina los descubrimientos científicos de Nicolás Copérnico, Charles Darwin, y el astrónomo Fred Hoyle. El libro usa la vida de estos hombres para considerar áreas de coincidencia entre la ciencia, la filosofía, y la religión que frecuentemente se pasan por alto en explicaciones científicas del mundo. El escritor principal de CT Tim Staffor habló con Gingerich sobre sus perspectivas sobre la relación entre la religión y la ciencia.

El libro God’s Planet usa el estilo de ‘narración de historias’ para poner su enfoque en estos tres personajes. ¿Por qué escogió ese estilo para un libro de ciencia?

El libro surgió de una serie de conferencias que dicté en la Universidad Gordon College. No sé cómo me pegó la inspiración, que pude centrar el libro en tres muy distintos personajes que tuvieron ideas transformativas que le llevó a la gente mucho tiempo para poder entenderlas. Mi primer capítulo hace la pregunta, “¿Estaba correcto Copérnico?” que la tierra gira alrededor del sol, en lugar de que el sol gire, alrededor de la tierra. El día de hoy, todo mundo diría, por supuesto que estaba correcto. Sin embargo, se tardaron 150 años para que una mayoría de la gente educada aceptara que la tierra se mueve a través del espacio. ¿Por qué? Hay una pregunta allí sobre cómo funcionan las ideas científicas dentro del contexto de toda una estructura de otras ideas.

He estado haciendo una gran cantidad de trabajo en otro libro sobre Darwin, The Divine Handiwork [La divina hechura]. Aún el día de hoy, sólo una pequeña mayoría de gente acepta su teoría de la evolución. ¿A qué se debe eso?

Y finalmente, para traer un ejemplo más contemporáneo, Fred Hoyle se hizo famoso al inició de su carrera al dar una plática extraordinaria en la radio británica (BBC, por sus siglas en inglés) donde demarcó su posición atea. Más tarde, hizo declaraciones de que no encontraba esa posición atea tan convincente. He estado fascinado por la posición cambiante de Hoyle, y me di cuenta al empezar a investigarla que Hoyle había escrito un buen número de cosas que indicaban su apertura a la idea de un creador del universo.

Existen temas subyacentes que emergen de las historias de estos tres personajes: Cuando consideramos preguntas científicas, muchas otras ideas—aparte de la ciencia—nos ayudan a decidir lo que pensamos. Estas ideas se mezclan con la ciencia, algunas veces sin que nosotros nos demos cuenta.

Stephen Jay Gould pensaba sobre la ciencia y la religión como “magisterios que no se superponen”—La ciencia en un lado, la religión y la filosofía en el otro—que pueden tratarse amistosamente siempre y cuando cada una se mantenga en su territorio propio.

Entre más pensé sobre esa posición, más cuenta me di de que la ciencia y la religión se superponen. Necesitamos entender eso y usarlo para interpretar lo que la gente dice. La gente a veces hace declaraciones que suenas como declaraciones científicas, cuando en realidad pueden estar asociadas con un magisterio—ya sea con la religión o con algún otro tipo de estructura de autoridad—que está muy independiente de sus creencias científicas. Abordo dos ejemplos de este tipo al final de mi libro—la vida en otros mundos, y lo que se llama universos múltiples o meta-universo.

¿Por qué se llevó 150 años para que fuese aceptada la idea de Copérnico de que los planetas giran alrededor del sol?

Copérnico se enfrentó a un cierto marco de entendimiento. La gente de su día creía no tan sólo en una tierra muy joven, sino también en un universo centrado en Dios, con Dios no muy lejos de la tierra, habitando en un lugar en los cielos. Pon la tierra a girar y eso se vuelve desconcertante para personas que han vivido con un entendimiento que ha sido enteramente auto-evidente, es decir, que la tierra es muy sólida con la excepción del terremoto ocasional. No es que fuese tan esencial tener a la tierra en el centro; simplemente, a la gente le parecía que así era como eran las cosas.

La manera típica en que se cuenta la historia, la gente religiosas estaba tratando de ahogar o desacelerar a la ciencia. ¿Es así como lee usted la historia?

Es interesante que el libro de Copérnico no se vio como una amenaza. No se puso en la lista de libros prohibidos sino hasta los días de Kepler y Galileo. La razón fue que se aceptó solamente como una hipótesis, como una manera de explicar los movimientos en los cielos, pero no como una descripción física real del universo. Se podían usar los procedimientos de Copérnico para calcular la posición de los planetas sin creer que la tierra verdaderamente estaba en movimiento.

Ese fue el caso hasta el tiempo de Kepler y Galileo, quienes empezaron a argumentar que no, esto es verdaderamente una realidad física. No sentimos el movimiento, pero nos encontramos sobre una plataforma móvil, y tiene mucho sentido para entender el movimiento de los planetas tomar a la tierra como una plataforma móvil. Repentinamente, esto se volvió algo muy desconcertante al retrato cristiano de un universo tierra-céntrico. Parecía arrojar dudas en la historia tal como se contaba en la Biblia. Y más allá de eso, si la tierra estaba girando en su axis cada 24 horas, ¿por qué no eran las personas arrojadas al espacio? No era que la gente estuviera encadenada a un retrato bíblico; estaban atados a lo que parecía ser un retrato lleno de sentido común.

La mitología popular dice que Galileo comprobó que la tierra se movía. Eso no es cierto. No era algo tan sencillo (hablando científicamente ) como lo hace parecer la mitología. El magisterio de la ciencia emergente estaba en competencia con otro tipo de magisterio lleno de sentido común—una manera en que la gente había entendido el mundo por un muy largo tiempo. Dicho pensar tenía el suficiente sentido que la gente no iba a renunciar a él rápidamente.

¿Y qué de Darwin? Parece ser que defensores y escépticos de su teoría de la evolución brotaron inmediatamente, y no han cambiado su posición desde entonces?

Me gusta contar la historia de Darwin en el HMS Beagle, zarpando rumbo a las Islas Galápagos. Allí puedes ver a un joven con sus ojos abiertos expectativamente, que no es doctrinario en ningún sentido de la palabra, que va en su marcha y que va haciendo todo tipo de observaciones de la historia natural y tratando de encontrar una explicación. La gente puede tener mucha simpatía por el Darwin joven mientras lo ve partir en este gran viaje marítimo. Si pueden los demás ver algo de lo que él ve, puede que piensen que Darwin estaba contando una historia de evolución porque tenía mucho sentido. Y tiene mucho sentido en especial entre mejor entendemos que la tierra ha existido por un tiempo muy largo, mucho más largo que lo que se creía en épocas históricas anteriores. Nada de eso de la evolución tiene mucho sentido a menos que cuentes con mucho tiempo para que transcurra. Es más fácil entender el argumento de Darwin si la gente puede empezar a entender que si verdaderamente el universo es muy antiguo, entonces mucha de la evidencia de Darwin se sostiene muy bien.

Cuando habla de la amistad de Darwin con Asa Gray (de Harvard), usted sugiere que si Gray, quien era cristiano, hubiese usado términos como con un propósito o intencional, Darwin quizás hubiese hecho espacio en su teoría para un Dios creador. En lugar de eso, Gray usó la palabra diseño, que Darwin rechazó. ¿Puede hablar sobre “diseño” y las dificultades que ese término crea?

En una ocasión tuve una discusión con Mortimer Adler, el filósofo, que menciono en God’s Planet. El objetaba al uso de la palabra “diseño” porque creía que iba en contra del libre albedrío. Pude ver su punto de vista. En mi libro anterior, God’s Universe [El universo de Dios], pregunté, “¿Se atrevería un científico a creer en un diseño? Debí haber preguntado si puede un científico creer en un propósito. Adler tomó “diseño” como si significara un patrón pre-ordenado que va a terminar al fin en su arreglo destinado pase lo que pase. Eso iría en contra de la libertad en el universo, o de la libertad humana.

Escribí en God’s Universe que creo en el diseño inteligente, con la d en minúscula y la i en minúscula también, pero estoy en contra del movimiento denominado Diseño Inteligente. Me parece que es un intento por probar científicamente la existencia de Dios, cosa que la ciencia no está equipada para hacer.

¿Por qué piensa que Darwin hubiera aceptado lenguaje como con propósito o intencional?

Porque Darwin siempre se paraba sobre el filo del cuchillo en esos asuntos. Escribía, “estoy todo hecho un lío en esto.” Titubeaba. Yo diría que Darwin era un persona que pensaba muy bien las cosas. Con una palabra diferente en juego, quizás hubiera pensado diferente sobre Dios y la evolución.

¿Y qué de Fred Hoyle?

La historia de Hoyle nos trae al tema del “ajuste de precisión” en el universo. Esta es la idea que apareció en el siglo veinte, de que muchos constantes físicos de la naturaleza parecen estar singularmente afinados para permitir la existencia de vida inteligente en la tierra. Hoyle cambió de pensar sobre la posibilidad del ateísmo después de descubrir cómo los elementos más pesados podían ser construidos en el centro de las estrellas en desarrollo. El carbono, en particular, que es algo necesario para todo lo viviente (hasta donde sabemos), sólo puede ocurrir en abundancia si el átomo de carbono tiene lo que se llama un nivel de resonancia en exactamente el lugar correcto. Hoyle lo pronosticó, y fue descubierto experimentalmente que era exactamente cómo él lo había pronosticado. Ese fue uno de los ejemplos de “ajuste de precisión,” y le hizo reconsiderar su compromiso anterior con el ateísmo.

La teoría de universos múltiples (que hay una posibilidad infinita de universos gobernados por diferentes leyes físicas) es un intento por escapar la lógica del “ajuste de precisión.” Pero esto parece estar tan más allá de la física que le llamo a toda la idea metafísica. Los universos múltiples son una especulación maravillosa y salvaje. Es un ejemplo donde la ciencia se ve coloreada por las creencias personales, incluyendo nuestros sentimientos religiosos e irreligiosos.

Todo es don

A fin de cuentas, el éxito suyo probablemente tiene poco que ver con usted.

Christianity Today September 9, 2014
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Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

La gracia—es algo central al evangelio. Como cristianos, entendemos eso. Sin embargo, muchos de nosotros operamos con una teología inadecuada de lo que es un don, y un don presupone gracia.

Imagínese que le preguntamos a dos personas exitosas cómo fue que lograron hacer lo que han hecho. La primera dice, “simplemente soy una persona muy dotada.” La segunda dice, “simplemente he trabajado muy duro.” ¿Cuál de las dos suena más engreída?

Nuestra meritocracia—donde las personas son valoradas de acuerdo a sus habilidades solamente—nos ha condicionado a considerar arrogante el atribuir nuestros logros al don misericordioso de Dios. Por alguna razón, hablar de dones suena elitista. En cambio, pensamos que estamos siendo humildes cuando decimos que trabajamos duro para lograr nuestro éxito. La polaridad del evangelio entre gracia y obras, que aunque lo entendemos bien en teoría, en la práctica se vuelca: “¿Tuvo usted éxito? Debe haber trabajado más duro que los demás,” pensamos. “¿No tuvo usted éxito? Inténtelo otra vez.”

Porque es por obras que usted ha tenido éxito, no por dones, para que nadie se gloríe. No importa lo lógico que eso parezca, está muy lejos del evangelio.

Por buena razón, Pablo se refirió a los dones espirituales como carismata: dones de caris o gracia. Todos tenemos diferentes dones, de acuerdo a la gracia que nos ha sido dada (Ro. 12:3-6). Pablo también sabía que el usar esos dones era algo esencial para que todo mundo floreciera. Así que rogó a los fieles a que usaran lo que Dios les había dado—pero siempre como mayordomos, no dueños. Los marineros trabajan duro para utilizar el viento, pero nunca son tan insensatos como para atribuirse el mérito por mover el barco.

Sin embargo, el meme meritocrático aparece por todas partes. En lugar de hablar de sus dones singulares, los emprendedores ricos frecuentemente explican su prosperidad como resultado de diligencia, enfoque concentrado, y entrega. Aunque estas características encuentran apoyo en las Sagradas Escrituras y son cruciales a los negocios, pueden igualmente ser halladas en fábricas donde se explota al empleado y en campos de refugiados. Y los que logran sobresalir en la industria de la salud, la educación y la política hablan más de horas largas de trabajo y de esfuerzo intenso que de capacidad mental inusual o carisma. Tal manera de hablar tiene sentido en una cultura como la nuestra que valora el esmero individual, pero dentro de los círculos cristianos, es indefendible.

Hace unos cuantos meses, una oradora cristiana reconocida escribió en Twitter (parafraseo) “No soy especialmente dotada. Simplemente he trabajado muy duro. ¡Si usted sigue persiguiendo sus sueños, Dios va a lograr cosas dramáticas a través suyo!” Ella tenía buenas intenciones, sin duda, y su meta sincera era animar a otros. Pero los dones que ella tiene de inteligencia, comunicación y creatividad están mucho más allá de lo promedio. No hay manera que ella sepa si su ritmo de trabajo es mucho más elevado de lo común o si sus lectores lograrán cosas “dramáticas.” Si el apóstol Pablo escribiera en Twitter, me imagino que respondería, “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué presumes como si no te lo hubieran dado?” (1 Co. 4:7).

No es que fallamos al celebrar el trabajo. Sino que, enfatizamos tanto nuestro trabajo que los dones que Dios nos ha dado frecuentemente son minimizados. Al hacer eso, nos convencemos a nosotros mismos que nuestro éxito es el resultado del trabajo en lugar de la gracia. La meritocracia ha reemplazado a la carismata.

Cuando elevamos nuestro trabajo por encima de los dones de Dios, vira la gloria de él hacia nosotros. El lenguaje que habla de “dones” apunta hacia un dador abundantemente generoso. El lenguaje que habla de “obras” otorga el crédito al que obra, y apunta hacia el individuo mismo. También genera un sentido de que uno se lo merece: “Si tengo algo gracias a mis esfuerzos, entonces me lo merezco.” “Al que trabaja,” dice Pablo, “el salario no se le acredita como un don sino como una obligación” (Ro. 4:4, yo agregué la letra cursiva). Pero si Dios me lo dio, lo voy a tomar sin apretarlo demasiado, sabiendo que no tengo derecho a lo que me ha sido dado, que con la misma facilidad hubiese podido haber sido dado a alguien más. Si usted está inclinado hacia las obras, tiene cosas que le pertenecen; si usted está inclinado hacia los dones, es mayordomo de las cosas y las regala en cuanto se las piden. Llegan fácil, fácil se van.

La teología carismática, o centrada en la gracia, ve a la iglesia como un cuerpo, donde se dan diferentes dones a diferentes personas y, por lo tanto, se fomenta interdependencia. La teología meritocrática, o centrada en las obras, nos dice que si estudiamos más, oramos más, o evangelizamos con mayor regularidad, nosotros también podemos ser igual de eficaces que zutano o mengano. Si todo está a nuestro alcance, ¿para qué nos necesitamos los unos a los otros? ¿Para qué ser la iglesia?

En esto, me estoy predicando a mí mismo. Por años he luchando con mi envidia de un amigo quien es mucho más talentoso que yo. El es un mejor líder, un escritor más prolífico, un lingüista superior, y un predicador más eficaz. Cuando pienso como un meritócrata, me siento desalentado: Mi amigo es un mejor cristiano. Se merece el éxito. Cuando pienso como un carismático, experimento la libertad: A mi amigo le ha sido dado un don diferente y no se lo merece, de la misma manera que no me lo merezco yo. La gracia—trae libertad. ¿Qué tiene usted que no haya recibido?

Andrew Wilson, el más reciente columnista de CT, es un anciano en la iglesia Kings Church en Eastbourne, Inglaterra, y autor del reciente libro If God, Then What? [Si Dios, ¿entonces qué?].

¿Por qué no pueden los hombres ser amigos?

Tanto los hombres como las mujeres por igual, cada día y con mayor frecuencia, dicen que se sienten solos. No tiene que ser así.

Christianity Today August 22, 2014
Offset / Cavan Images

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En enero de 1944, varios meses después de que los nazis lo habían puesto prisionero, Dietrich Bonhoeffer le escribió una carta a su amigo Eberhard Bethge. En ella, Bonhoeffer reflexionaba en lo que la relación significaba para cada uno. Bonhoeffer escribió que, en contraste al matrimonio y a los lazos familiares, la amistad “no tiene ningún derecho generalmente reconocido, y por lo tanto depende enteramente en su propia cualidad inherente.”

Al escribir estas líneas, Bonhoeffer debe haber tenido a su prometida, María Von Wedemeyer, en mente. Con María, Bonhoeffer sabía su lugar. Se habían comprometido para casarse y todos sus familiares y conocidos reconocían su amor y estaban preparados para ser testigos en la ceremonia matrimonial, siempre y cuando Bonhoeffer quedara en libertad. Con Eberhard, por otro lado, Bonhoeffer admitía que no había un reconocimiento público similar. Eso lo llevó a levantar un interrogante: ¿Qué eran Eberhard y Dietrich el uno para el otro, y de qué manera podía ser preservado y sostenido el amor que se tenían?

Años más tarde, Eberhard se dirigió a un oyente que había venido a escucharlo dar una plática sobre su amistad con Bonhoeffer (tema que exploró a fondo Charles Marsh en la aplaudida biografía Strange Glory [Gloria extraña]). De seguro, dijo el oyente, la relación entre ellos “debe haber sido una relación homosexual.” ¿Qué más podían indicar las vehementes cartas de Bonhoeffer a Eberhard?

Nos preguntamos cuánto podemos esperar de la amistad, qué tan solida y duradera es—cuando la comparamos con otros lazos. ¿Es la amistad un lazo más débil que el matrimonio o la familia?

Bonhoeffer sabía que su amistad con Eberhard era quebrantable—que no había ceremonia o voto público que los mantuviera unidos. Esa consciencia de que la amistad es frágil había aumentado desde que Bonhoeffer escribía sus cartas de prisión. Palabras como sospecha, inquietud, y duda mejor describen nuestros instintos sobre la amistad. Nos sentimos inciertos en cuanto a la amistad—quizás especialmente entre personas del mismo sexo. Y, como Bonhoeffer, nos preguntamos cuánto podemos esperar de la amistad, qué tan sólida y duradera es—cuando la comparamos con otros lazos. ¿Es la amistad un lazo más débil que el matrimonio o la familia? Además, muchos de nosotros dudamos que podamos obtener intimidad sin que haya, allá en lo profundo, un elemento sexual de la amistad.

¿Un eclipse de amistad?

En Deep Secrets: Boys’ Friendships and the Crisis of Connection [Secretos profundos: Las amistades entre muchachos y la crisis de conexión], la científica social Niobe Way cuenta sobre una investigación que ella hizo de varones (principalmente no anglosajones) del noreste de los Estados Unidos a lo largo de más de dos décadas. Antes de la adolescencia, los muchachos hablaban en términos escandalosamente íntimos de sus amigos varones. Sus “amistades más cercanas comparten la trama de Love Story [Historia de amor] más que la trama de Lord of the Flies [Señor de las moscas],” señala Way, desinflando nuestro estereotipo de que mientras que las muchachas quieren pláticas profundas, los muchachos se comunican con gruñidos y prefieren dispararse con pistolas de juguete.

Pero Way también descubrió que conforme los varones fueron creciendo, fueron perdiendo la intimidad que en un tiempo disfrutaron. Temerosos de ser percibidos como homosexuales o femeninos, se alejaron. Muchos de ellos le dijeron a Way “que no tienen tiempo para sus amigos varones, a pesar de que permanece el deseo para ese tipo de relaciones.”

Los muchachos que Way estudió no son los únicos que enfrentan la pérdida de amistades profundas. Temerosos de cruzar límites de lo apropiado, muchos cristianos, tanto solteros como casados, nunca desarrollan amistades con personas del sexo opuesto. En manera similar a Bonhoeffer y a Bethge, enfrentan sospechas de otros cristianos sobre si este tipo de relaciones pueden siquiera lograrse.

No es sólo nerviosismo sobre indiscreciones sexuales que nos impiden formar amistades profundas. Por ejemplo, hablo con muchas madres jóvenes que me dicen que se sienten solas. Mientras que antes estaban cerca de otras mujeres, las demandas de alimentar, de la siesta, y mandar temprano a la cama a sus hijos ahora estorban esas amistades. Nuestras rutinas modernas y nuestra manera nuclear de vivir hacen difícil que encontremos y mantengamos amigos cercanos. Un amigo recientemente me dijo, “en la universidad, había un proceso reconocido para encontrar amigos. Ahora que estoy en mis 30s, parece ser que todos ya tienen sus grupos de amigos hechos, y ya no me sé el proceso.”

No es sólo nerviosismo sobre indiscreciones sexuales que nos impiden formar amistades profundas. Por ejemplo, hablo con muchas madres jóvenes que me dicen que se sienten solas.

Como han observado investigadores como Laura L. Carstensen, directora de Stanford Center on Longevity, las personas que se acercan a la mediana edad se retiran a las relaciones que ya tienen, en lugar de buscar nuevas comunidades. “Tiendes a enfocarte en lo que es más importante emocionalmente para ti,” le dijo a The New York Times. “Así que no te interesa ir a la fiesta de cocteles; lo que te interesa es pasar tiempo con tus hijos.”

Pero nuestro sentimiento común de que la amistad es difícil de conseguir no siempre ha sido prominente entre los cristianos. Al contrario, muchos de nuestros antepasados en la fe celebraban el amor a la amistad. Lejos de tomar un punto de vista sospechoso o nostálgico, invirtieron enorme esfuerzo en hacer y mantener amigos. Y allí es donde se encuentra una historia—una historia a la que debemos ponerle atención el día de hoy.

‘Tan vinculante como el matrimonio’

En 1914, inmediatamente después de que el joven Bonhoeffer se mudó con su familia a Berlin, un excéntrico ruso docto publicó un libro en la forma de 12 cartas a un amigo anónimo. El autor, un joven llamado Pavel Florensky, tenía un anhelo inusual de amistad. Como lo describió un compañero de estudios, “Cuando toma a alguien en su corazón pone todo en la relación.” Florensky no está contento con un simple conocido, “quiere acercar a su amigo a cada detalle de su vida y entra de todo corazón en sus vidas y en sus intereses.”

Haya sido lo que haya sido la orientación sexual de Florensky—eventualmente, para la sorpresa de muchos, se casó con una mujer—sabemos que el teólogo ortodoxo tenía una preocupación especial por fortalecer los lazos de la amistad entre amigos varones. Cuando eran jóvenes adultos, él y su amigo Sergei intercambiaron votos de entrega, prometiendo fidelidad el uno al otro al mismo tiempo que se comprometían a permanecer castos. De acuerdo a la biografía de Avril Pyman, Florensky consideraba este pacto “tan obligatorio como un voto matrimonial o monástico.”

En sus cartas, tituladas The Pillar and the Ground of Truth [El pilar y el fundamento de la verdad], Florensky explica el compromiso entre ellos. “Hay muchas tentaciones para dejar a un lado al amigo, para permanecer solo, o para empezar nuevas relaciones,” escribió. “Pero la persona que ha terminado una amistad terminará otra, y una tercera, porque él ha reemplazado el camino de ascesis”—el camino del amor costoso, auto sacrificial—“con el deseo por . . . la comodidad.” Al comprometerse a estar allí para un amigo en particular, pase lo que pase, Florensky pensaba que podía aprender mejor el significado del amor cristiano. El concluyó diciendo, “El mayor . . . amor sólo se puede volver realidad en relación a los amigos, no en relación con toda la gente, no en general.”

En otro lugar, Florensky comparó el amor por un amigo a una “molécula de la comunidad”: Así como una molécula depende de las conexiones entre los átomos, de la misma manera la iglesia no puede ser reducible a individuos sino que depende de pares de amigos para florecer. No somos llamados a existir como unidades aisladas que aman a Dios separados de aquellos a nuestro derredor. En lugar de eso, Jesús dice, el amor de Dios se manifiesta en amor por nuestros amigos—y aquí, notablemente, no se posa en las palabras cónyuges o hijos o familia (Juan 15:13).

Una historia para los perplejos

Conforme pasamos tiempo con los escritos de Florensky, nos damos cuenta que las perspectivas modernas sobre la amistad no son la última palabra sobre el tema. Es cierto que al hablar sobre la amistad como el más libre de los amores, como lo hace Bonhoeffer, tiene sentido en nuestro mundo recientemente moderno. Es un mundo en que los viejos amigos se pueden dejar atrás tan rápidamente como firmamos el contrato de un nuevo trabajo que nos lleva al lado opuesto del país. Pero ese no ha sido siempre el caso.

La esperanza de Florensky por un compromiso sellado entre hermanos y hermanas espirituales se puede encontrar en todas las versiones principales de la iglesia, del oriente o el occidente. En el antiguo oriente, hasta el día de hoy, existe un rito—adelfopoiesis, “hacer-hermanos”—en el cual amigos se hacen promesas el uno al otro y solidifican su compromiso compartiendo en la Cena del Señor. (Aunque los que intercambiaban estos votos eran principalmente varones, el rito estaba abierto a las mujeres también.) En el occidente, el escritor del siglo doce Aelred of Rievaulx sostuvo un ideal similar. Hablando principalmente de la amistad entre monjes, Aelred escribe que llamamos amigos a aquellos “a quienes no tenemos ninguna duda en confiarles nuestro corazón y todo su contenido.” Pero él va aún más allá: “Mirad qué tan lejos debe llegar el amor entre amigos; a saber, que estén dispuestos a morir el uno por el otro,” haciendo eco inequívocamente a las palabras de Jesús. El morir por un amigo es la cúspide del amor.

Quizás queramos descartar la visión de Aelred de la “amistad espiritual” como idealismo piadoso. Pero su modelo de amistad devota produjo fruto notorio. En los siglos después de su muerte, pares de amigos cristianos fueron sepultados juntos en señal de su amor. Mirando hacia la futura resurrección del cuerpo de entre los muertos, las tumbas compartidas aseguraban para cada amigo que “la primer figura que estos ojos que han despertado verán será [el otro amigo],” nos dice el historiador Alan Bray. Con esa creencia, el católico del siglo diecinueve John Henry Newman fue sepultado al lado de su compañero sacerdote Ambrose St. John. Después de la muerte de St. John, Newman se lamentaba, “siempre he pensado que no puede haber dolor que iguale la pérdida de un esposo o una esposa, pero siento difícil creer que cualquier otro dolor pueda ser mayor que el mío, o que la tristeza de alguien más pueda ser mayor que la mía.”

A los protestantes evangélicos les ha faltado el aparato litúrgico formal de amistades como la de Newman y St. John. Sin embargo, también ellos encontraron maneras de subrayar la permanencia de la amistad. Pienso, por ejemplo, en la amistad de John Newton con el atribulado poeta William Cowper. La amistad llevaba el peso de la enfermedad mental de Cowper, pero Newton buscó preservarla a través de los años y las millas, y a un gran costo personal. Cowper, por su parte, entendió la profundidad del compromiso de Newton. Enfrentando una tristeza debilitante en 1788, Cowper le escribió a Newton: “Encontré . . . consuelos en tu visita que han endulzado todas nuestras entrevistas, en parte restaurado. Yo . . . experimenté mis sentimientos de amistad cariñosa por ti igual que siempre.”

Existen muchas otras instancias que pudiera mencionar. Ellas ilustran cuánto de nuestro pasado cristiano hemos olvidado.

Te amo porque eres mío

Algunos quizás digan, en este momento, que fue lo mejor haber relegado estas formas íntimas de votos de amistad cristiana a la pila de basura de la historia. Cuando compartí recientemente algunos de estos pensamientos con estudiantes universitarios cristianos, una de las señoritas dijo que le preocupaban los peligros de tales relaciones. Mencionó una amistad especialmente estrecha entre dos mujeres que ella había presenciado, como parecía ser una relación cerrada, obsesiva, y no saludable. Quizás Bonhoeffer estaba en lo correcto, ella dijo: La amistad, en contraste a los lazos del matrimonio y de la familia, no tiene derechos reconocidos públicamente. Y eso es una buena cosa.

Por lo que ya son dos generaciones hasta el día de hoy, C.S. Lewis probablemente ha influenciado el pensamiento evangélico sobre la amistad más que ningún otro. En su libro The Four Loves [Los cuatro amores], Lewis se esfuerza por distinguir la amistad de lo que es un apego erótico. En contraste con los enamorados, a quienes nos imaginamos frente a frente, los amigos están uno al lado del otro, involucrados en una tarea común y necesitando conocer muy poco de la vida del otro fuera de la amistad. Esto, desde la perspectiva de Lewis, es la verdadera gloria de la amistad: “La arbitrariedad e irresponsabilidad exquisita de este amor.” A diferencia de la pareja romántica, que son absorbidos el uno por el otro, dice Lewis, cada amigo le dice al otro, “no tengo ninguna responsabilidad de ser el Amigo de nadie y ningún hombre en el mundo tiene la responsabilidad de ser el mío.” Aquí, a la amistad le falta utilidad—no es para nada en particular, como para procreación o productividad. Y es, precisamente eso, lo que hace de la amistad lo que es.

Confieso que mis simpatías no están con Lewis en este punto, principalmente porque no estoy seguro de haber tenido una amistad del tipo que él describe. Para él, el amor entre los amigos “ignora no sólo nuestros cuerpos físicos sino la completa personificación que consiste de nuestra familia, trabajo, pasado, y conexiones.” Es “una relación de mentes desenredadas, desmontadas.”

Lo que verdaderamente necesitamos en nuestras iglesias el día de hoy es un retorno a la esperanza de Florensky en una hermandad espiritual en la que se hace un voto.

Nos imaginamos a Lewis con J.R.R. Tolkien o con Owen Barfield, platicando en el club sobre algún trozo de literatura inglesa de la antigüedad con un vaso de cerveza en la mano. La teóloga británica Janet Martin Soskice caricaturiza la escena: “¿Cómo respondería Lewis, me pregunto, si otra “mente desenredada” llegara al club y le dijera que su hijo se cayó de una bicicleta y se hallaba al punto de la muerte? ¿Silencio arrogante?—‘lo siento mucho, viejo, no sabía que eras casado—que tenías hijos—ese tipo de cosas. . . pero sigamos con nuestra traducción de Beowulf.’” Soskice está dibujando una caricatura, por supuesto, pero le pega muy cerca al blanco.

Y es por eso que me inclino a decir que, por todas las maneras en que tales relaciones necesitan ser cuidadosamente cuidadas y atendidas, lo que verdaderamente necesitamos en nuestras iglesias el día de hoy es un retorno, no a la visión de Lewis de un círculo de amigos frente a una ardiente chimenea, sino a la esperanza de Florensky en una hermandad espiritual en la que se hace un voto. Lo que necesitamos no es una camaradería desinteresada y sin cuerpo, en la que mantenemos nuestra distancia de los corazones y las historias de los demás. Necesitamos lazos más fuertes para los hermanos y hermanas en Cristo.

La escritora y activista Maggie Gallagher describe dos tipos de relaciones. A la primera le atribuye la etiqueta “tú eres mío porque te amo.” En esta relación, tú y yo podemos pertenecer a una amistad especial y compartir muchos de los gozos que la amistad hace posible. Pero dichos gozos sólo durarán mientras dure mi amor. Si me canso de ti o me haces daño, tengo la libertad de alejarme—no hay obligaciones, no hay impedimentos que superar, no hay lazos que nos aten.

La segunda relación que Gallagher describe tiene la etiqueta “Te amo porque eres mía.” Aquí, mi amor no es la base de nuestra conexión. Es al revés: Estamos atados el uno al otro, y por lo tanto te amo. Puede que me aburras o me hieras o pierdas tu atractivo a mis ojos, pero eso no quiere decir que te abandonaré.

¿Qué significaría ver la amistad—específicamente la amistad cristiana, el tipo que queremos fortalecer y hacer crecer en nuestras iglesias—como el segundo tipo de relación en lugar de la primera? ¿Qué significaría si nos hiciéramos promesas el uno al otro, precisamente como amigos?

Todo mundo puede ser un amigo

Como una persona soltera, yo necesito intensamente intimidad y lealtad de mis amigos. Estoy deseoso de escuchar que ellos me digan, “te amamos porque eres nuestro,” sin dejar una cláusula de escape. Parte de la razón que necesito ese tipo de amistad es porque no creo que el matrimonio sea algo que sucederá en mi futuro. Soy gay, y también creo en la perspectiva cristiana tradicional que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. Cuando contemplo una vida entera de celibato, yo sé que quiero amigos dedicados que caminarán a mi lado durante la jornada.

Lo que añoro no es simplemente una noche semanal para salir o un círculo de personas con quienes vacacionar. Si el matrimonio ofrece a marido y mujer la oportunidad de cultivar fidelidad a largo plazo y la intimidad callada de una historia compartida—la oportunidad de ser testigos mutuos de los “momentos de ser,” del otro, usando la frase resonante de Virginia Wolf—entonces necesito una manera de ser soltero que me permite una oportunidad similar (aunque no idéntica).

Necesito personas que sepan a qué hora aterriza mi avión, que se preocuparían por mí si no llegó cuando dije que llegaría. Necesito saber que, contra viento y marea, habrá algunos pocos que se quedarán conmigo, amándome a pesar de mis faltas y cuidándome cuando estoy triste.

Necesito personas que sepan a qué hora aterriza mi avión, que se preocuparían por mí si no llegó cuando dije que llegaría. Necesito personas a quienes puedo llamar y contarles la cosa chistosa que pasó en el pasillo después de clase. Necesito saber que, contra viento y marea, habrá algunos pocos que se quedarán conmigo, amándome a pesar de mis faltas y cuidándome cuando estoy triste. Además, necesito personas a quienes yo pueda cuidar. Como un amigo me dijo, necesitas tener alguien a quien hacerle una sopa cuando está enferma, no solo tener alguien que te haga una sopa cuando tú estas enfermo.

Como una persona soltera, siento estas necesidades con una consternación especial. Pero estas necesidades no las sienten sólo las personas solteras. Conozco dos parejas casadas en sus 20s que recientemente decidieron compartir una casa grande entre las dos parejas. Una de las parejas tiene un pequeño bebé, y la esposa de la otra pareja me dijo, “viviendo juntos, veo con mayor claridad cómo el criar a los hijos nunca fue algo que se esperaba que dos padres hicieran solos.” El ser una madre o padre joven puede ser una de las experiencias más aisladoras en nuestra cultura fragmentada. Y lo que los padres jóvenes necesitan—quizás por encima de todo—es la devoción de amigos cercanos que no saldrán corriendo cuando se sientan arrollados por los pañales sucios, los vómitos, y el llorar nocturno.

Recobrar la práctica histórica de amistades con voto puede ayudar con todo este tipo de necesidades. Necesariamente tales amistades se verán diferentes de lo que se veían en los días de Aelred o de Newton. Difícilmente puedo esperar que mi iglesia local se entusiasme con el rito ortodoxo de “hacer-hermanos” en un tiempo cercano (no importa qué tanto lo desee yo). Pero, el poder traducir a nuestro día la práctica de amistades comprometidas y ligadas por promesas hechas puede substraer algo de la sabiduría de dichas relaciones y aplicarla en una manera fresca en nuestros propios contextos diferentes.

Me imagino un futuro en la iglesia cuando el llamado a la castidad no sonará más como una sentencia sombría a una vida entera de soledad para un cristiano gay como yo. Me imagino comunidades cristianas en las cuales la amistad es celebrada y honrada—donde sería normal para familias vivir cerca de personas solteras o con ellas; donde se espera que personas célibes que son gays formarán lazos significativos con otros solteros, familias, y pastores; donde sea práctica común que los amigos pasen días festivos juntos o compartan vacaciones; donde no es algo fuera de lo ordinario que amigos consideren quedarse donde están, resistiendo el encanto de la movilidad constante, por el bien de sus amistades. Me imagino una iglesia donde el amor genuino no se encuentra ubicado exclusivamente o principalmente en el matrimonio, sino donde el matrimonio y la amistad y otros lazos de cariño son todos vistos como diferentes formas del mismo amor que todos hemos sido llamados a buscar.

Al virar nuestra práctica de la amistad a una forma de amor más dedicado y honrado, podemos ser testigos—por encima de todo—a un reino donde los lazos entre hermanos espirituales son los lazos más fuertes de todos. El matrimonio, nos dice Jesús, será totalmente transformado en el futuro, casi irreconocible para aquellos que lo conocen en su forma presente (Mt. 22:30). Los lazos de la biología, de la misma manera, son relativizados en el mundo de Jesús (Mr. 3:31-35). Pero los amores que unen a los cristianos, el uno al otro, a través de lazos maritales, raciales, y líneas familiares son amores que perdurarán. Más que eso, son amores que testifican que el amor de Cristo está a la disposición de todos. No todos pueden ser padres o esposos, pero cualquier persona y toda persona puede ser un amigo.

Expandiendo nuestras familias espirituales

Hace unos pocos años, estaba lavando platos en mi casa cuando sonó el teléfono. Era mi amigo Jono. ¿Consideraría yo ser el padrino de su hija Callie, ser testigo de su bautismo y ayudar a sus padres mientras trataban de criarla en la fe? “Piensa y ora sobre esto,” me sugirió Jono. Me sentí honrado. E inmediatamente fui llevando a un nivel más profundo en el círculo de amistad con él y con su esposa Megan.

Semanas más tarde, me encontré parado cerca del bautisterio en una pequeña iglesia anglicana, sintiendo el calor de la cascada de luz que se vertía a través de las ventanas a mis espaldas. El sacerdote levantó a Callie, ataviada en su nuevo vestido blanco, por encima de la fuente, humedeció sus dedos en el agua, e hizo la señal de la cruz en su frente. “Padres y padrinos,” dijo el sacerdote, “la iglesia recibe a Callie con gozo. El día de hoy estamos confiando en Dios para el crecimiento en la fe de ella. ¿Orarán por ella, la atraerán a la comunidad de fe a través del ejemplo de ustedes, y caminarán con ella en el camino de Cristo?” Junto con las madrinas de Callie, yo contesté, “Con la ayuda de Dios, nosotros lo haremos.”

No fue un intercambio de votos entre un amigo y yo—al menos no en una manera directa. Pero fue lo más cerca de eso que puedo esperar por ahora. Llegar a ser padrino significó que mi relación con dos de mis buenos amigos, y sus hijos, había sido sellada a través del bautismo y había sido presenciada, en calidad de testigos, por otros creyentes. Fue un pequeño paso en transformar una relación de “tú eres mío porque te amo” en una relación de “te amo porque eres mío.” Un pequeño paso—y tengo la esperanza que sea el primero de muchos más en una larga jornada.

Wesley Hill es profesor de nuevo testamento en Trinity School of Ministry y el autor de Washed and Waiting [Lavado y esperando] (Zondervan). Un columnista de CT, blogea con regularidad en Spiritual Friendship.org. Vaya a ChristianBibleStudies.com para el estudio "The Bond of Friendship," un estudio bíblico basado en este artículo.

Lo que significan para los cristianos las escuelas públicas con sus nuevas mayorías-minorías

El asunto no es ‘irse o quedarse’ sino ‘cómo servir.’

Christianity Today August 22, 2014
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Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Como estudiante de primaria en Miami, el único otro hispano en mi clase, con un grandioso nombre que me producía envidia, era Evaristo Monteiro (sí, es un cognado de monte Everest). Pero este año, por primera vez en la historia, los estudiantes anglosajones no son la mayoría en las escuelas públicas de Estados Unidos. De acuerdo al National Center for Education Statistics, los estudiantes minoritarios, cuando se suman todos juntos, se convierten en una mayoría en las escuelas de kínder a grado 12. El cambio se debe en su mayoría al crecimiento en el número de estudiantes hispanos. Puesto que el 93 por ciento de los estudiantes en Estados Unidos—incluyendo aquellos estudiantes con una tradición de fe—se matriculan en las escuelas públicas, el éxito o fracaso de dichas escuelas tiene un impacto directo en las iglesias del país. En nuestro papel como cuidadores de nuestros hermanos y nuestras hermanas, debemos preocuparnos profundamente por que todos los estudiantes de kínder de este año, la futura clase de 2027, se gradúe con un fundamento educativo sólido. Si esperamos que la siguiente generación de líderes de la iglesia sean líderes educados secularmente y educados bíblicamente, entonces debemos apoyar decididamente el éxito estudiantil en nuestras escuelas públicas.

Y sin embargo, mientras inicia este nuevo año escolar, escucho a algunos evangélicos estadounidenses exhortando a los padres a sacar a sus hijos de las escuelas públicas. Entiendo nuestras emociones válidas y viscerales sobre el secularismo y la educación en la nación. Y mientras que honro el derecho de cada padres de en oración considerar cómo van a ser educados sus hijos—nosotros dimos clases en casa a todos nuestros hijos en algún momento u otro (en lugar de enviarlos a la escuela)—me pregunto cuántos de estos hermanos creyentes se dan cuenta que dar clases en casa o enviar a los hijos a una escuela privada no es una opción para muchas familias, incluyendo las familias pobres y las minoritarias.

En lugar de abandonar nuestras escuelas públicas locales, ahora es el momento para invertir más en el éxito estudiantil. Tenemos una oportunidad de amar a nuestro prójimo, y a sus hijos, en una manera muy práctica. Podemos buscar la justicia bíblica para todos los estudiantes abogando por la igualdad educativa y por estándares altos sin importar el código postal, el origen étnico, o el sueldo de la familia. Un amigo mío empezó un grupo de tutoría local para estudiantes de primaria que estaban batallando para leer. El director de la escuela estaba contentísimo de contar con la ayuda, y hasta aprobó la Biblia como uno de los libros de texto—siempre y cuando fuese sólo una de varias alternativas.

Ahora es el momento para que los cristianos encontremos maneras prácticas de “buscar el bien de la ciudad” como nunca antes, y me siento animado por aquellos que escogen vivir como el profeta Miqueas obrando con justicia y amando la misericordia. Uno de los ejemplos más alentadores del amor cristiano en acción en las escuelas públicas se refleja en la organización Be Undivided. Ayudan a las iglesias a invertir tiempo y esfuerzo durante todo el año en los estudiantes y las escuelas. La escuela Roosevelt High School en Portland, Oregon, experimentó un mejoramiento enorme cuando los miembros de la iglesia Southlake decidieron enfocar su tiempo y energía en ese cuerpo estudiantil en aprietos. Su fe en acción ayudó a levantar la moral y las expectativas de los estudiantes cuando un hermanamiento a largo plazo de la comunidad llevó a resultados sin precedente en el éxito estudiantil en la comunidad más diversa étnicamente en Oregon. Lo que Be Undivided y otros se están dando cuenta es que el éxito educativo raramente está ligado en proporción directa a la habilidad cognitiva, y que muchos estudiantes lo único que necesitan es dirección y ánimo—la bondad transformadora de Dios—para tener éxito.

En este mismo espíritu de involucrarse en la cultura en lugar de separarse de ella, el National Hispanic Christian Leadership Conference (NHCLC) hace posible que las iglesias participantes puedan equipar y educar a los padres para que sus estudiantes puedan tener éxito. Nuestros pastores hacen de la educación una prioridad en varias maneras, incluyendo que dedican un domingo al año para enfocar el éxito estudiantil. Este año, las 40,000 iglesias que son miembros del NHCLC tendrán a su disposición nuevos recursos y programas para el Domingo de la Educación Hispana Nacional (septiembre 7). Hay un nueva Caja de Herramientas para los Padres en el internet (Parent Toolkit) un programa de Oración de Boleta de Calificaciones (Report Card Prayer program) para unir la fe y la educación, y un programa de Becas y Biblias para animar a las iglesias a otorgar a cada niño una modesta beca universitaria y una Biblia durante el bautismo, y un llamamientos para “intermediarios educativos” que ayudarán a cada congregación. Estamos acelerando nuestros esfuerzos porque ahora es el tiempo para asegurarnos que el grupo con el mayor crecimiento en la población estudiantil de las escuelas públicas, los estudiantes hispanos, está listo para soñar en grande y trabajar duro.

Nadie necesitaba recordarme que ninguno de mis padres se graduó de la preparatoria (high school). Yo llevaba a cuestas esa realidad a cada uno de mis salones de clase. Pero mis padres se sacrificaron para criarme con un estándar mayor y expectativas mayores que muchos de mis compañeros. Una encuesta reciente reveló que los padres hispanos ponen un gran valor en la educación, y estamos orgullosos porque el porcentaje de aquellos que se gradúan de preparatoria va en aumento. Pero muchos de estos estudiantes todavía llegan a la universidad para descubrir que tiene que pagar por cursos de nivelaciones sin crédito académico para remediar debilidades en su educación. Por muchos años enseñé inglés a muchos estudiantes que no estaban preparados—incluyendo estudiantes hispanos—y me desesperaba ver que muchos de ellos estaban destinados al fracaso. Mientras los miraba trabajar en alguna tarea, sentía que el Señor me decía, “ellos son tus hijos.” Nunca he sacudido ese llamamiento, y me uno a “toda tribu y nación” para decir que la educación pública no es del César, y que nosotros podemos tener un impacto hoy.

Creemos firmemente que cada preparatoria y diploma debe tener significado, así que, en el NHCLC estamos enfocados en elevar las expectativas académicas, en proveer metas claras y apoyo para las familia, y en estar conectados con los maestros y administradores de escuelas públicas para ayudarles a vencer barreras de aprendizaje en la comunidad. En docenas de ocasiones he estado sentado en iglesias evangélicas y escuchado a predicadores bien intencionados denigrar la educación pública como algo “impío” y “como un lugar donde a nuestros hijos se les desviste de su fe.” Quería gritar y compartir que yo, como legiones de otros cristianos, hemos dado nuestras vidas a la educación pública, y hemos visto el poder de Dios—como lo vio Daniel mientras estudiaba en Babilonia.

Si deseamos que la siguiente generación de líderes de la iglesia sean líderes educados secularmente y educados bíblicamente, entonces seremos sabios en invertir en su éxito educativo. El hermanamiento entre la fe y la educación no es tan sólo un hermanamiento natural; es la justicia bíblica en acción. Esos estudiantes minoritarios no son simplemente la nueva mayoría en la escuela de la esquina, son los líderes de las congregaciones, las comunidades, y el país del mañana.

Carlos Campo dirige las iniciativas educativas para el National Hispanic Christian Leadership Conference y es director de Alliance for Hispanic Education.

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