Hace mucho tiempo que el mundo anda muy mal. De hecho, tal ha sido el caso desde el principio de los tiempos, pero ¿no parece que anda especialmente mal ahora?
Las redes sociales y las noticias que no se detienen las 24 horas del día hacen que nuestras amígdalas y sistemas nerviosos apenas encuentren alivio antes de que surja la siguiente injusticia o tragedia. Estos problemas pasajeros son serios y reales, pero nos asaltan como hojarasca al fuego: se queman rápidamente y se convierten en cenizas antes de que podamos llegar a comprenderlos mientras la siguiente noticia enciende un fuego nuevo.
Ahora, a finales de 2024, nos encontramos en el periodo posterior a otras elecciones presidenciales divisivas y su consecuente efecto secundario: llevarnos al borde del agobio permanente. Las guerras culturales y las luchas internas nos distraen de cuestiones complejas de largo plazo como la pobreza infantil, la trata de personas y la crisis de los niños que requieren hogares de acogida, por nombrar solo algunas [enlaces en inglés].
Y, si no somos cuidadosos, este aluvión de noticias termina por convertirse en nuestra compañía constante pero equivocada. David nos recuerda en el Salmo 139 que Dios está con nosotros vayamos donde vayamos; sin embargo, a veces el quebranto y el agobio se convierten en un sustituto accidental de su presencia. Podríamos incluso acabar por sustituir las palabras de David:
¿Dónde puedo huir de los problemas? ¿Dónde puedo huir de las dificultades? Si entro en las redes sociales, están ahí; si enciendo las noticias por cable, están ahí. Si tendiera mi lecho en el fondo de los dominios de la muerte, también están allí.
Algunas personas responden a esta sobrecarga con un estado de indignación permanente. Y aunque sea justificada, corremos el riesgo de entrar en una espiral de fariseísmo. Sienta bien, pero a menudo no cambia nada. Nos brinda a alguien a quien culpar, alguien a quien sentimos que podemos tratar sin matices. Convierte a los seres humanos en caricaturas bidimensionales.
Otras personas afrontan la avalancha con ignorancia. Se mantienen al margen, como el hombre de la parábola del buen samaritano(Lucas 10:26-37), quien le preguntó a Jesús «¿Y quién es mi prójimo?», y a quien no le gustó que la respuesta fuera la persona necesitada. Ambos enfoques son lo que en mi campo llamamos «intentos de solución». No cambian nada o solo empeoran el problema.
Pero hay otra alternativa, y la temporada de Adviento es un buen momento para elegirla. Cuando pensamos por primera vez en el Adviento, a muchos se nos viene a la mente la palabra anticipación. Anticipamos la llegada de la esperanza de Jesús: el espacio que se encuentra entre el ya y el todavía no. Siempre he apreciado y reflexionado sobre Juan 1:5 durante el tiempo de Adviento: «Esta luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido apagarla» (NVI).
Pero el Adviento ofrece algo más: en los días más sombríos y abrumadores, nos recuerda que el Evangelio es local. Jesús nació en una región concreta, en una comunidad concreta, y ese lugar estaba lleno de injusticia sistémica y de estadísticas poco alentadoras.
Herodes estaba tan trastornado que el estado de ánimo de toda la ciudad se había visto afectado por el suyo: «el rey Herodes se turbó y toda Jerusalén con él» (Mateo 2:3). La gente estaba nerviosa porque su bienestar estaba ligado a los caprichos de Herodes. Roma no era un pícnic: blandía su espada acompañada de impuestos extremos, ofrecía paz bajo amenaza de muerte, y conquistaba y esclavizaba de la misma manera en que innovaba y construía. El lugar donde nació Jesús estaba profundamente marginado, asolado por la pobreza y el trauma.
En estos tiempos de angustia, me ayuda recordar que Jesús vino a salvar al mundo —por supuesto—, pero se centró en su lugar en particular. Su ministerio hiperlocal inició la asombrosa expansión de un reino que sigue extendiéndose en 2024. El ministerio de Jesús prosperó en un lugar quebrantado. La gente acudía a la fe, encontraba sanidad y se desplegaba para salir a marcar la diferencia.
Cuando concentro mi atención en la gente y en los eventos que me rodean localmente, encuentro muchas pruebas de la bondad de Dios. En mi propia iglesia, en lugar de obsesionarnos con todos y cada uno de los problemas, nos hemos centrado en dos iniciativas: la atención a los niños adoptados y del sistema de acogida, y la vivienda asequible. Ambas son necesidades complejas y a largo plazo. Nos hemos topado con muchos contratiempos y desánimos, pero nos hemos mantenido en el ámbito local y hemos visto progresos notables. Otras congregaciones trabajan con presos, personas sin vivienda o supervivientes de la violencia doméstica. Ayudamos a cualquiera que entre por nuestra puerta —de hecho, somos conocidos por ello en nuestra ciudad—, pero centramos nuestros esfuerzos en esos dos problemas sistémicos principales. No podemos hacer frente a todas las injusticias, pero sí a un par de ellas de forma significativa.
¿Qué pasa con los problemas del otro lado del mundo? ¿Debemos quedarnos solo en nuestro código postal? En absoluto. Si viajamos por el mundo para compartir el Evangelio, sabemos que cuando lleguemos a cualquier destino nos centraremos en un lugar y un grupo de gente en concreto, tal como lo hacemos en casa. Colaboraremos con quienes viven allí a largo plazo y nos uniremos a lo que Dios había estado haciendo desde mucho antes de que llegáramos.
Centrarse en problemas indignantes, leer estadísticas y despotricar en las redes sociales no alimentará a un niño, ni rescatará a una víctima de la trata, ni ayudará a un adolescente que ha llegado a la mayoría de edad dentro del sistema de acogida. Pero los esfuerzos arraigados en un evangelio hiperlocal pueden lograr estas cosas, y Dios se complace en utilizar a su iglesia global cuando atendemos a los pocos que tenemos delante.
Madeleine L’Engle escribió una vez:
[Alguien] apasionadamente interesado en la causa del… leproso, evita con todo cuidado hablar con el leproso que se encuentra en el camino para seguir adelante hasta dar con la causa. Y se me ocurre que a Jesús no podrían haberle importado menos la causa o los derechos del leproso… Jesús se detuvo. Y sanó. Y amó. No causas, sino personas.
Estoy agradecido por quienes han sido llamados a trabajar en política y a centrarse en cuestiones sistémicas más amplias. Necesitamos a esas personas. No obstante, para la mayoría de nosotros, el camino es local.
En los Evangelios, descubrimos que Jesús realmente no hablaba de cuestiones sistémicas, y que no se enfrentó a Herodes ni a Roma. Nacido en una cultura altamente ansiosa y caída por el pecado, Jesús se sometió a su propia creación. Mantuvo su ministerio hiperlocal, a la persona que tenía delante. A medida que nos adentramos en el tiempo de Adviento, apartemos la mirada de los gritos de indignación y centrémonos en Aquel que viene mientras nos enfocamos en los pocos que tenemos delante.
Steve Cuss es el presentador del pódcast de CT Being Human.