Church Life

Una solución para el agobio de la temporada navideña

Centrarnos en las personas de nuestros círculos más cercanos marca una diferencia tangible en las comunidades locales.

An Illustration of a group of friends enjoying each other's company beneath a tree.
Christianity Today December 11, 2024
Ilustración de Keith Negley.

Hace mucho tiempo que el mundo anda muy mal. De hecho, tal ha sido el caso desde el principio de los tiempos, pero ¿no parece que anda especialmente mal ahora? 

Las redes sociales y las noticias que no se detienen las 24 horas del día hacen que nuestras amígdalas y sistemas nerviosos apenas encuentren alivio antes de que surja la siguiente injusticia o tragedia. Estos problemas pasajeros son serios y reales, pero nos asaltan como hojarasca al fuego: se queman rápidamente y se convierten en cenizas antes de que podamos llegar a comprenderlos mientras la siguiente noticia enciende un fuego nuevo. 

Ahora, a finales de 2024, nos encontramos en el periodo posterior a otras elecciones presidenciales divisivas y su consecuente efecto secundario: llevarnos al borde del agobio permanente. Las guerras culturales y las luchas internas nos distraen de cuestiones complejas de largo plazo como la pobreza infantil, la trata de personas y la crisis de los niños que requieren hogares de acogida, por nombrar solo algunas [enlaces en inglés]. 

Y, si no somos cuidadosos, este aluvión de noticias termina por convertirse en nuestra compañía constante pero equivocada. David nos recuerda en el Salmo 139 que Dios está con nosotros vayamos donde vayamos; sin embargo, a veces el quebranto y el agobio se convierten en un sustituto accidental de su presencia. Podríamos incluso acabar por sustituir las palabras de David: 

¿Dónde puedo huir de los problemas? ¿Dónde puedo huir de las dificultades? Si entro en las redes sociales, están ahí; si enciendo las noticias por cable, están ahí. Si tendiera mi lecho en el fondo de los dominios de la muerte, también están allí. 

Algunas personas responden a esta sobrecarga con un estado de indignación permanente. Y aunque sea justificada, corremos el riesgo de entrar en una espiral de fariseísmo. Sienta bien, pero a menudo no cambia nada. Nos brinda a alguien a quien culpar, alguien a quien sentimos que podemos tratar sin matices. Convierte a los seres humanos en caricaturas bidimensionales. 

Otras personas afrontan la avalancha con ignorancia. Se mantienen al margen, como el hombre de la parábola del buen samaritano(Lucas 10:26-37), quien le preguntó a Jesús «¿Y quién es mi prójimo?», y a quien no le gustó que la respuesta fuera la persona necesitada. Ambos enfoques son lo que en mi campo llamamos «intentos de solución». No cambian nada o solo empeoran el problema. 

Pero hay otra alternativa, y la temporada de Adviento es un buen momento para elegirla. Cuando pensamos por primera vez en el Adviento, a muchos se nos viene a la mente la palabra anticipación. Anticipamos la llegada de la esperanza de Jesús: el espacio que se encuentra entre el ya y el todavía no. Siempre he apreciado y reflexionado sobre Juan 1:5 durante el tiempo de Adviento: «Esta luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido apagarla» (NVI). 

Pero el Adviento ofrece algo más: en los días más sombríos y abrumadores, nos recuerda que el Evangelio es local. Jesús nació en una región concreta, en una comunidad concreta, y ese lugar estaba lleno de injusticia sistémica y de estadísticas poco alentadoras.

Herodes estaba tan trastornado que el estado de ánimo de toda la ciudad se había visto afectado por el suyo: «el rey Herodes se turbó y toda Jerusalén con él» (Mateo 2:3). La gente estaba nerviosa porque su bienestar estaba ligado a los caprichos de Herodes. Roma no era un pícnic: blandía su espada acompañada de impuestos extremos, ofrecía paz bajo amenaza de muerte, y conquistaba y esclavizaba de la misma manera en que innovaba y construía. El lugar donde nació Jesús estaba profundamente marginado, asolado por la pobreza y el trauma.

En estos tiempos de angustia, me ayuda recordar que Jesús vino a salvar al mundo —por supuesto—, pero se centró en su lugar en particular. Su ministerio hiperlocal inició la asombrosa expansión de un reino que sigue extendiéndose en 2024. El ministerio de Jesús prosperó en un lugar quebrantado. La gente acudía a la fe, encontraba sanidad y se desplegaba para salir a marcar la diferencia. 

Cuando concentro mi atención en la gente y en los eventos que me rodean localmente, encuentro muchas pruebas de la bondad de Dios. En mi propia iglesia, en lugar de obsesionarnos con todos y cada uno de los problemas, nos hemos centrado en dos iniciativas: la atención a los niños adoptados y del sistema de acogida, y la vivienda asequible. Ambas son necesidades complejas y a largo plazo. Nos hemos topado con muchos contratiempos y desánimos, pero nos hemos mantenido en el ámbito local y hemos visto progresos notables. Otras congregaciones trabajan con presos, personas sin vivienda o supervivientes de la violencia doméstica. Ayudamos a cualquiera que entre por nuestra puerta —de hecho, somos conocidos por ello en nuestra ciudad—, pero centramos nuestros esfuerzos en esos dos problemas sistémicos principales. No podemos hacer frente a todas las injusticias, pero sí a un par de ellas de forma significativa. 

¿Qué pasa con los problemas del otro lado del mundo? ¿Debemos quedarnos solo en nuestro código postal? En absoluto. Si viajamos por el mundo para compartir el Evangelio, sabemos que cuando lleguemos a cualquier destino nos centraremos en un lugar y un grupo de gente en concreto, tal como lo hacemos en casa. Colaboraremos con quienes viven allí a largo plazo y nos uniremos a lo que Dios había estado haciendo desde mucho antes de que llegáramos.

Centrarse en problemas indignantes, leer estadísticas y despotricar en las redes sociales no alimentará a un niño, ni rescatará a una víctima de la trata, ni ayudará a un adolescente que ha llegado a la mayoría de edad dentro del sistema de acogida. Pero los esfuerzos arraigados en un evangelio hiperlocal pueden lograr estas cosas, y Dios se complace en utilizar a su iglesia global cuando atendemos a los pocos que tenemos delante.

Madeleine L’Engle escribió una vez:

[Alguien] apasionadamente interesado en la causa del… leproso, evita con todo cuidado hablar con el leproso que se encuentra en el camino para seguir adelante hasta dar con la causa. Y se me ocurre que a Jesús no podrían haberle importado menos la causa o los derechos del leproso… Jesús se detuvo. Y sanó. Y amó. No causas, sino personas. 

Estoy agradecido por quienes han sido llamados a trabajar en política y a centrarse en cuestiones sistémicas más amplias. Necesitamos a esas personas. No obstante, para la mayoría de nosotros, el camino es local. 

En los Evangelios, descubrimos que Jesús realmente no hablaba de cuestiones sistémicas, y que no se enfrentó a Herodes ni a Roma. Nacido en una cultura altamente ansiosa y caída por el pecado, Jesús se sometió a su propia creación. Mantuvo su ministerio hiperlocal, a la persona que tenía delante. A medida que nos adentramos en el tiempo de Adviento, apartemos la mirada de los gritos de indignación y centrémonos en Aquel que viene mientras nos enfocamos en los pocos que tenemos delante.

Steve Cuss es el presentador del pódcast de CT Being Human.

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History

¿Quién fue el auténtico San Nicolás?

La historia del homólogo de Santa Claus.

Christian History December 6, 2024
Fuente de imágenes: oriontrail/Shutterstock

En esta serie

El 6 de diciembre se celebra el día de San Nicolás, y he pensado en comenzar la época navideña con la historia del homólogo de Santa Claus. Pero antes de hacerlo, me gustaría remarcar que, históricamente hablando, no hay mucha información acerca de la vida de Nicolás. Aunque es uno de los santos más populares en las iglesias griegas y latinas, su existencia no está respaldada por ningún documento histórico. Todo lo que podemos decir es que probablemente fue obispo de Mira (cerca de la moderna Finike, en Turquía) en algún momento del siglo IV.

Dicho esto, sabemos que hay muchas leyendas alrededor de Nicolás, y puesto que estas han influido en la gente a lo largo de la historia, y probablemente ilustren al menos parcialmente al hombre histórico, se pueden convertir en material para una publicación como esta sección, dedicada a la historia cristiana. 

Supuestamente, Nicolás nació en una familia rica de Patara, en Licia. Sus padres murieron y él heredó una considerable suma de dinero, pero no conservó nada para sí. Según la historia más famosa sobre su vida, arrojó bolsas de oro por las ventanas de tres niñas que estaban a punto de ser forzadas a prostituirse. Al menos, esa es la versión más común. Hay otras, incluyendo una excesivamente siniestra en la que un posadero les corta la cabeza a las tres niñas y las cocina en una tina de salmuera hasta que Nicolás las resucita.

Tras haber realizado un par de milagros mientras aún era niño (a veces se le llama Nicolás, el Hacedor de Milagros), Nicolás fue elegido por el pueblo de Mira para ser su nuevo obispo. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Diocleciano y Maximiliano comenzaran a perseguir a los cristianos, y entonces el nuevo obispo fue encarcelado.

Cuando Constantino se convirtió en emperador [enlaces en inglés], Nicolás fue liberado junto a muchos otros y regresó a sus prédicas solo para encontrarse con una nueva amenaza: el arrianismo. Según uno de sus biógrafos (quien escribió cinco siglos después de la muerte de Nicolás): «Gracias a las enseñanzas de San Nicolás, nada más la metrópolis de Mira se libró de la inmundicia de la herejía arriana, que es rechazada firmemente como un veneno mortal». Otros biógrafos aseguran que Nicolás atacó la herejía de Arrio (que negaba la completa divinidad de Cristo) de una manera mucho más personal: viajó hasta el Concilio de Nicea ¡y golpeó a Arrio en la cara! Según cuentan los relatos (y esto lo deberíamos tomar como fantasía, porque hay muy buenos registros del concilio y Nicolás no se menciona en ellos), los otros obispos que estaban en Nicea, impresionados ante su agresivo comportamiento, decidieron cesarlo como obispo; sin embargo, en ese momento, Jesús y María aparecieron junto a Nicolás, y ellos rápidamente se retractaron.

Esa es la cuestionable leyenda de Nicolás. Pero no es el final de la historia. Ya durante el reinado de Justiniano (m. 565) Nicolás era famoso, y el emperador le dedicó una iglesia en Constantinopla. En el siglo X un griego escribió: «Occidente, así como Oriente, lo reconocen y glorifican. Allá donde hay gente, su nombre es venerado y se construyen iglesias en su honor. Todos los cristianos reverencian su memoria e invocan su protección». En Occidente comenzó a despertar más interés cuando sus «reliquias» fueron llevadas desde Mira hasta Bari, en Italia, el 9 de mayo de 1087. Se dice que ha sido representado con más frecuencia por los artistas medievales que cualquier otro santo, excepto María, y cerca de 400 iglesias estaban dedicadas a su honor en Inglaterra tan solo durante la Edad Media. Con una popularidad tan significativa, inevitablemente su leyenda se entremezcló con otras. En los países germánicos, a veces se hacía difícil determinar dónde comenzaba la leyenda de Nicolás y dónde terminaba la de Woden (Odín). En algún momento, probablemente en relación a la historia en la que regalaba oro, la gente comenzó a dar regalos en su nombre el día de su santo. Cuando llegó la Reforma, sus seguidores desaparecieron en todos los países protestantes excepto en Holanda, donde la leyenda continuó como Sinterklass. Martín Lutero, por ejemplo, reemplazó al dador de regalos por el Niño Jesús o, en alemán, Christkindl. Con los años llegó a pronunciarse Kriss Kringle, e irónicamente ahora ese se considera otro nombre para Santa Claus.

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Ideas

Cómo hemos olvidado la pobreza de la Navidad

Guest Writer; Contributor

La Encarnación no solo es una historia que podemos empaquetar y vender. También es la mayor historia jamás contada.

Christianity Today December 4, 2024
Melanie Defazio / Stocksy

Ya no creemos en la Navidad. Creemos en las reuniones, las compras, los recitales de Navidad y, por supuesto, en los eventos navideños de alcance evangelístico y en los actos de caridad. Si estás leyendo este artículo de CT mientras luchas contra el sueño inducido por el triptófano del pavo, seguro sabes que la Navidad ha venido dominando el imaginario colectivo controlado por los medios masivos de comunicación desde antes de Halloween. La Navidad es la atracción principal de un año que pasamos corriendo de un «gran evento» a otro, anticipando la siguiente festividad mientras tratamos de disfrutar la presente.

La Navidad es la mayor celebración del calendario. Pero no sabemos qué celebrar.

Los líderes de la iglesia se encuentran en un gran aprieto aquí. Tienen que competir con los rivales habituales: Santa Claus, los especiales de televisión, y un ambiente navideño genérico que puede sentirse incluso sin llevar a la familia a la iglesia. 

En un esfuerzo por captar la atención dispersa de sus vecinos, las iglesias han perfeccionado sus técnicas de mercadotecnia navideña. Ya no es el sermón de Navidad, ahora son cuatro semanas para «desenvolver la Navidad» o un programa de «Navidad al revés», con actividades para niños y servicios de cuatro fines de semana —con todo lo que requiere de tiempo y energía de los miembros—. En un artículo de Charisma sobre «los doce errores de los alcances navideños evangelísticos», el error número de la lista es «no planificar algo grandioso». Incluso Dios sabe que debes tener un momento de total asombro: «La Encarnación fue una de las mayores ideas de Dios», escriben los autores. «Crea una nueva tradición navideña: la tradición de dar a luz nuevas y sobresalientes ideas».

El movimiento Advent Conspiracy, fundado en 2006 para animarnos a la alabanza, la simplicidad y la generosidad, tiene razón en buscar que la festividad no se trate acerca de nosotros sino acerca de Dios y de los demás. Pero trata también de añadir grandes ideas —la generosidad y la justicia— a la Gran Idea de Dios. Nuestras críticas al consumismo navideño vienen en el envoltorio de una sociedad consumista.

Es como si no confiáramos que la Encarnación es lo suficientemente convincente por sí misma.

Y quizá ese sea nuestro problema. Lo maravilloso de la Encarnación —Dios convirtiéndose en hombre: Dios convirtiéndose en hombre— es que no se puede vender, planear ni disfrutar del mismo modo que un vaso de ponche o un nuevo artilugio. Se niega a doblegarse a las reglas del mercado. Solamente se puede contemplar.

El drama está en el dogma

La historia se encuentra en Lucas 2. Se emite un decreto. José viaja con María a la ciudad de David, llamada Belén, para registrarse en el censo del César. Entonces el texto dice simplemente: «Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada» (v. 7). Con tan poca alharaca, puede que nos perdamos al divino y preexistente Hijo de Dios descansando como un bebé en un comedero. 

La trama no repunta hasta que llegan los pastores para contemplar al niño de quien antes les habló el ángel. Cuando los pastores encuentran al bebé, «contaron lo que les habían dicho acerca de él» (v. 17) y se van a casa alabando a Dios por lo que han visto.

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El pasaje en Lucas nos hace regresar a la humildad y a la pobreza de la historia de la Navidad. Dios no entra en nuestro mundo haciendo sonar campanas y silbatos, esperando competir con las reposiciones de la última saga cinematográfica o el juguete más moderno. Él no espera «atraer» a más personas con su «mensaje». En cambio, espera que nuestros ojos se ajusten a la débil luz que emana el pesebre y que nos acerquemos, veamos y contemplemos… y que celebremos de verdad.

Esta es una noticia muy buena para los líderes de la iglesia que experimentan una gran presión durante la Navidad para aumentar la asistencia y las ofrendas. Significa que no necesitan inventar una «gran idea» que añadir a la Encarnación, sino más bien comunicar —con tanta claridad y sencillez como sea posible— la gran idea que es la Encarnación. La ensayista Dorothy Sayers nos ayuda con este punto:

El drama está en el dogma —no en las frases hermosas, ni en los sentimientos reconfortantes, ni en las vagas aspiraciones a la bondad amorosa y la elevación, ni en la promesa de algo más bonito después de la muerte—, sino en la aterradora afirmación de que el mismo Dios que hizo el mundo vivió en el mundo, y pasó por la tumba y por las puertas de la muerte.

La historia de la Navidad es «aterradora» porque va más allá del pensamiento humano. No es nada que hayamos inventado nosotros los humanos, pero es todo lo que necesitamos oír para florecer en nuestro mundo oscuro y violento. Es el gran plan de rescate de Dios, iniciado antes del inicio del tiempo mismo para salvar a los pecadores de la muerte. Es salvación.

Vengan y contemplen.

Este artículo se publicó originalmente en inglés. Al momento de su publicación, Katelyn Beaty era editora de gestión de impresión de CT.

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Headshot of Caresse Dionne standing under a freeway overpass
Testimony

Destruí mi fe en busca de ‘la mejor vida posible’. Solo encontré la más profunda desesperanza

El amor homosexual, el poliamor y las drogas me arruinaron. Es ahí donde Jesús me encontró.

Christianity Today December 4, 2024
Fotografía: Ben Rollins para Christianity Today

En 2020, escribí dos palabras letales: una mala palabra en inglés que comienza con f, seguida de la palabra «Dios». Con eso, renuncié al cristianismo.

Mientras el mundo se desmoronaba por la pandemia, mi fe también lo hacía. Algunos lo llaman deconstrucción, pero para mí fue una demolición total.

No estaba examinando cuidadosamente cada una de las costuras de mi fe en comunidad; no, estaba cortando frenéticamente cada hilo hasta que mi fe dejara de existir. Saqué de mi vocabulario el término Dios porque estaba empapado de la opresión de mi pasado. No quería formar parte de esa religión, de ese control, de esa culpa.

Estaba enfadada.

Había comenzado a escuchar ideas, teorías y creencias que desafiaban el cristianismo tradicional: la sexualidad podía ser un espectro. El pecado original era debatible. La Biblia se contradice. Sin embargo, no fue liberador enterarme de que existían comunidades de fe que afirman la diversidad sexual y otros tipos de iglesias no tradicionales. Como alguien que había querido explorar su sexualidad pero había reprimido el deseo de hacerlo, sentí que el placer me había sido robado.

Las normas con las que no estaba de acuerdo pero que sentía que tenía que seguir empezaron a sentirse como un yugo difícil y una carga pesada.

Los deseos que había enterrado en lo más profundo de mí —experimentar, cuestionar, desafiar— chocaban violentamente con las doctrinas que había predicado en público y en privado durante la última década como escritora y líder de jóvenes. Ahora estaba atrapada entre el Dios de mi fe y la mujer que temía ser en realidad. ¿Y si no podía disfrutar de la vida y de Dios al mismo tiempo? ¿Y si ya no podía negarme a mí misma en nombre de Dios? ¿Qué pasaría si, en cambio, negara a Dios por elegirme a mí misma?

Me elegí a mí misma.

Durante los dos años siguientes, me embarqué en lo que solo puedo llamar una «gira por el mundo», una gira por todo lo que creía que el mundo podía ofrecerme: amor homosexual, poliamor, sexo, drogas y la adoración de otros dioses. Dije sí a todo lo que antes me había negado a mí misma. Y al decir sí, pensé que había encontrado la libertad.

Durante un tiempo, me sentí bien. La rebelión viene acompañada por un subidón, una emoción que surge de hacer todas las cosas que una vez temiste. Como ya no estaba restringida por la mirada amenazadora de Dios, me permití sumergirme en los placeres. Todos esos viernes por la noche que pasaba en el estudio de la Biblia en lugar de en las fiestas del campus ahora parecían una broma. Me había perdido la vida, o eso creía, y ahora estaba recuperando el tiempo perdido. Creía que estaba viviendo la mejor vida posible.

Pero pronto, ese subidón se desvaneció. La libertad que una vez me supo tan dulce se volvió amarga.

La relación que pensé que sería mi refugio seguro empezó a desmoronarse. La ansiedad entró como un huésped no invitado y se instaló en mi casa. Mi mente se convirtió en un campo de batalla de pensamientos precipitados, dudas y paranoia, sobre todo después de iniciarme en las drogas psicodélicas y alucinógenas, que creía que expandirían mi mente, pero que solo me dejaron a la deriva y desconectada de la realidad. Las drogas, el sexo, mi actitud desafiante… nada de eso me trajo la paz que buscaba.

En lugar de eso, me encontré flotando, no en aguas tranquilas, sino en una oscuridad vasta y vacía como el espacio exterior. No había nada sólido a lo que aferrarse. Desde fuera podía parecer que era libre, pero yo sabía la verdad: estaba perdida. Tenía miedo.

Y más aún, ya no quería vivir. La vida había perdido su sentido. Lo que una vez fue placentero se había convertido en algo sin propósito, y sin ese placer, no veía razón para existir. Había definido mi propósito por mi rebelión, y cuando la rebelión dejó de satisfacerme, no me quedó nada. Ni Dios, ni fe, ni amor, ni paz.

La idea del suicidio se convirtió en una compañera silenciosa, un susurro en el fondo de mi mente que se hacía más fuerte cada día. Parecía lógico, incluso racional, acabar con todo. Si la vida no tenía sentido, ¿para qué continuar? Sopesé mis opciones: una sobredosis de antidepresivos o meterme en un baño de agua tibia y simplemente dejarme llevar. Me preparé para desaparecer, para deslizarme hacia la inexistencia, porque vivir en esa confusión, en esa depresión, me parecía insoportable.

Pero cuando estaba a punto de acabar con todo, el miedo se apoderó de mí. Era el miedo a la separación eterna de todo lo bueno, de todo lo cálido, de todo lo real. Había rechazado al Dios de la Biblia, pero ahora, en mi más profunda desesperación, me encontré a mí misma clamándole.

Dios, ayúdame. Hacía años que no pronunciaba ese nombre, el mismo nombre que había intentado borrar de mi memoria. Pero era la única palabra que parecía encajar en aquel momento.

Y entonces, sonó el teléfono.

Era una amiga cristiana que me había seguido durante toda mi gira por el mundo. Llamó en ese preciso momento, como si lo hubiera sabido. Me preguntó si estaba bien, y me permití admitir la verdad por primera vez en mucho tiempo: no, no estaba bien.

Me desahogué con ella y le dije todo lo que llevaba dentro. Ella me escuchó, y su presencia al otro lado de la línea me sacó del abismo.

Cuando colgamos, me desplomé en el suelo, llorando. ¿Qué acababa de ocurrir? No debía estar viva. No quería estar viva. Pero lo estaba. Había clamado a Dios —al Dios al que había renunciado— y Él me había escuchado. En ese momento, apareció. El Dios que existe fuera del tiempo y del espacio llegó a mi oscuridad y me devolvió a la vida.

Poco después, mi hermana llegó a casa y me encontró tirada en el suelo, con la cara llena de lágrimas. Era la hermana que una vez me había atribuido el mérito de ayudarla a crecer en la fe y que me había visto alejarme de esa misma fe, mientras vivíamos bajo el mismo techo. Se arrodilló a mi lado y me preguntó: «¿Quieres rendirte?».

Era la invitación que había estado esperando toda mi vida, y ni siquiera me había dado cuenta. Le dije que sí.

Dije sí a entregar mi orgullo, mi dolor, mi confusión, mi frustración, mi rebelión y mi vacío. Oró por mí y mis lágrimas se convirtieron en sonrisas. Por primera vez, me sentí viva.

Al día siguiente, todo era diferente. Mi vida había cambiado en un instante. El Dios del que me había alejado, el Dios que creía haber rechazado, nunca me había abandonado. Estaba ahí, escuchando, esperando a que volviera a llamarle, quizá de una manera en que nunca lo había hecho antes.

Desde aquel día, no he dejado de hablar con Dios. Le digo todo: mis miedos, mis dudas, mis preguntas, mis placeres, mis debilidades, mis dolores, mis deseos. Todo lo que antes intentaba ocultar, ahora se lo cuento a Él. Ya no finjo. En lugar de eso, lo dejo entrar en cada parte de mí y, a cambio, Él me da paz.

La idea de negarse a uno mismo suena opresiva para el yo. Parece que decir sí a cada pensamiento y a cada sentimiento nos llevará a descubrir nuestro verdadero yo, pero eso solo conducirá a la decadencia del alma.

Estoy convencida de que yo no sé qué es lo mejor para mí. Creía que lo sabía, pero buscar la felicidad al margen de Dios me llevó a la total desilusión. Me di cuenta de que si no hay Dios, la vida no tiene sentido y que la muerte sería preferible.

Pero Dios se negó a dejarme morir en mi incredulidad. Y por eso, ahora sé que la única manera de encontrar la vida es perdiéndola (Mateo 16:25).

Caresse Dionne Spencer pasa sus días disfrutando de Dios, compartiendo su historia y dando vida a cosas viejas como propietaria de la tienda de ropa retro en internet Revival.

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Theology

El legado de Eva incluye tanto el pecado como la redención

La primera mujer intentó librarse de Dios. Pero cuando se alineó con los propósitos de Dios, se convirtió en «la madre de todo ser viviente».

Christianity Today December 2, 2024
Ilustración de Karlotta Freier

Si tenemos la suerte de crecer con una madre, aprendemos mucho de ella. Para bien o para mal, observamos la forma en que ella anda por la vida y, a menudo, imitamos su ejemplo, incluso sin quererlo. Entonces, ¿qué podemos aprender de la primera madre de la Biblia, Eva, a quien las Escrituras describen como «la madre de todo ser viviente» (Génesis 3:20)? A pesar de que su decisión de desobedecer a Dios reduce considerablemente nuestra confianza en Eva como guía y ejemplo, ¿hay algo que ella aún puede enseñarnos sobre cómo vivir bien en el mundo de Dios?

Eva aparece en cuatro escenas en el libro de Génesis: su creación, su caída en pecado, el nacimiento y nombramiento de Caín y Abel, y el nacimiento y nombramiento de Set. Más adelante, la Biblia la describe como «engañada» (1 Timoteo 2:14) y, en la visión de Juan, una mujer muy parecida a Eva o a María da a luz mientras un dragón espera devorar a su bebé (Apocalipsis 12).

La narrativa sobre Eva ha evolucionado con el tiempo, de modo que la valoración recelosa que tenemos sobre ella a menudo se basa más en la tradición que en las Escrituras mismas. Amanda W. Benckhuysen señala en El Evangelio según Eva que «la mayoría de los primeros intérpretes concluyeron que Eva era una creación secundaria e inferior, cuya responsabilidad principal había sido sumergir al mundo en el pecado y la discordia». Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino presentó a Eva como la pecadora mayor, quien como mujer era «defectuosa y mal concebida». Sin embargo, la Biblia no la presenta como una seductora, como una muñequita tonta o como alguien que está trágicamente perdida, ni tampoco la retrata como una madre a la que deberíamos repudiar.

La vida de Eva comienza con una celebración y su llegada es anunciada por el primer hombre de la Biblia. Él no es responsable de crearla, pero la recibe como a sí mismo, y proclama que ella es «hueso de mis huesos y carne de mi carne», reconociendo que se pertenecen mutuamente (Génesis 2:23).

En el relato más lento y narrativo de los orígenes humanos de Génesis 2, Dios realiza un procedimiento quirúrgico mientras el hombre está dormido, extirpando no solo la costilla de Adán, sino, en una traducción más precisa, su propio «costado». Como lo cuenta el narrador, Dios divide al ser humano justo por el centro, proporcionando el material necesario para obtener un varón y una mujer.

Además, las palabras españolas ayuda o ayudante no hacen justicia a la manera en que la palabra hebrea ezer describe el papel de Eva (v. 18). En lugar de una persona de servicio, Dios produce una aliada que corresponde al hombre y que puede compartir con él las tareas de cultivo y cuidado del jardín.

Me imagino que Adán y Eva pasaron sus primeros días descubriendo con deleite el generoso jardín de Dios. Recogieron y comieron fruta, cortaron vides, arrancaron malezas, cuidaron animales y aprendieron a trabajar la tierra. Parte de la descripción de su trabajo en Génesis 2:15 era «cuidar» o «proteger» el jardín. Su papel era activo, no pasivo. Asumieron juntos la responsabilidad, lo que debe haber implicado resolver problemas y colaborar.

Juntos podían disfrutar de la provisión de Dios y evitar lo que se les había prohibido. Pero no lo hicieron. Eva se convirtió en una figura trágica en poco tiempo. No sabemos cuánto tiempo pasó entre su creación y la rebelión de los humanos, pero en el tiempo de la narración, es apenas un parpadeo.

La historia de la desobediencia de Eva en Génesis 3 es tentadora y deja abiertas muchas posibilidades. Su versión del mandato de Dios es más estricta que la original, e incluye una advertencia de ni siquiera tocar el árbol. El pasaje de 1 Timoteo 2:14 suele interpretarse como una acusación contra Eva por su ingenuidad, pero Pablo podría haberlo pensado al revés: el caso de Eva puede demostrar que a las mujeres se les debe enseñar con cuidado, en lugar de apartarlas de adquirir conocimientos. ¿Había exagerado Adán el mandato de Dios al comunicárselo a Eva? ¿O Eva había añadido a las restricciones en un intento de ir a lo seguro?

La serpiente convenció a Eva de que no se podía confiar en el mandato de Dios: que Dios le estaba ocultando algo al impedirle el acceso a algo que la beneficiaría, y que el resultado sería su propia deificación en lugar de la muerte.

He aquí el problema: el árbol del conocimiento del bien y del mal representaba la búsqueda de ese conocimiento al margen de Dios. Adán y Eva ya tenían acceso a aquel que les enseñaría a distinguir el bien del mal mientras caminaban con Él en el jardín. Comer del árbol prohibido era un intento de obtener conocimiento fuera de esa relación, de convertirse en sus propios árbitros de la verdad.

Después de la fatídica desobediencia a su mandato, Dios busca a los humanos. Se dirige primero a Adán, probablemente porque Adán es a quien le dio la orden.

A continuación, Dios se dirige directamente a Eva. Vale la pena señalar que Dios no responsabiliza a Adán por el pecado de Eva: ella posee su propia dignidad como agente moral. La pregunta de Dios le da la oportunidad de confesar: «La serpiente me engañó, y comí» (Génesis 3:13).

Katharine Bushnell, médica y estudiosa de la Biblia que murió en 1946, replantea esta escena. En La palabra de Dios para las mujeres, Bushnell sugiere que la respuesta de Eva a Dios fue mejor que la de Adán. Adán ataca la integridad misma de Dios al referirse a ella como «la mujer que me diste» (v. 12). También es fácil para nosotros señalar con el dedo a Eva, culpándola por la situación humana, que no es más que el camino del pecado que todos hemos elegido. Eva, en cambio, identifica correctamente a la serpiente como tentadora y a sí misma como la que tomó la decisión.

Llamada la Anastasis o la Resurrección, este fresco en la Iglesia de San Salvador de Cora, en Estambul, representa a Cristo sacando a Adán y a Eva de sus tumbas.Getty / Joel Carillet
Llamada la Anastasis o la Resurrección, este fresco en la Iglesia de San Salvador de Cora, en Estambul, representa a Cristo sacando a Adán y a Eva de sus tumbas.

En respuesta, Dios maldice a la serpiente, relegándola a la posición más baja. También le dice a los seres humanos que sus pecados traerán dificultades.

Entonces, escuchamos una nota clara de esperanza: Dios promete que la mujer dará a luz un hijo que herirá la cabeza de la serpiente, aun cuando la serpiente herirá el talón del libertador (v. 15). En última instancia, la criatura a través de la cual el mal obtuvo acceso se verá atrapada bajo la planta de un pie humano y será destruida.

La enemistad que surge entre Eva y la serpiente es una buena señal. Con los ojos bien abiertos, Eva y su descendencia están decididas a someter la creación al mandato de Dios.

Eva tomó clara e inequívocamente la decisión equivocada en el jardín, con el pleno conocimiento y participación de su esposo. Su intención era desobedecer. Pensó que había encontrado una fuente de sabiduría más confiable. Aunque no experimentan la muerte física de inmediato, las relaciones de Adán y Eva quedan fracturadas en todos los niveles. Se esconden de Dios, se culpan mutuamente y pierden el acceso al jardín de la abundancia de Dios. Eva sabía que había sido engañada.

Por estas razones, Eva no es precisamente considerada una heroína bíblica. Su reputación de rebelde es bien merecida. Hemos estado viviendo con las consecuencias de su transgresión desde el Edén. ¿Podríamos incluso sentir resentimiento hacia ella?

Sin embargo, como sucede con cualquier personaje bíblico, el momento de fracaso de Eva no la define por completo. En cambio, podemos encontrar un gran estímulo en su historia. La respuesta de Dios a su decisión pecaminosa abre el camino para que entremos en el reino de Dios. Él podría haber desechado la creación para comenzar de nuevo, pero eso no fue lo que hizo Dios.

En cambio, Dios anunció una solución al desenlace de sus planes para la creación a través de la descendencia de Eva. Al final de la historia, en lugar de la fuente del mal, Dios presenta a Eva como la fuente de la redención. Al tener hijos, por muy arriesgado que fuera, daría como resultado la restauración de todo lo que salió mal en el jardín. En este sentido, ella sería el vehículo de la salvación.

Todos los seres humanos, hombres y mujeres, fueron creados a imagen de Dios y designados para gobernar la creación en nombre de Dios (Génesis 1:26-28). Juntos recibimos la tarea: «llenen la tierra y sométanla». Eva fracasó al dominar a la serpiente y Adán fracasó al apoyarla en esta tarea esencial, y su fracaso los condujo a su ruina. Volver a alinearse con los propósitos de Dios pone a Eva en desacuerdo con los enemigos de Dios. Y es ahí exactamente donde debería estar.

Tal vez la declaración de enemistad de Dios entre Eva y la serpiente es lo que inspira a Adán a llamarla Eva (en hebreo Hava), que suena similar a la palabra que significa vida. Adán la admira porque ella se convertirá en «la madre de todo ser viviente» (3:20), dando vida a las generaciones venideras. Ella y Adán también fueron los primeros de nosotros, nuestra madre y nuestro padre, en repudiar a nuestro tentador y nuestro pecado, y en confiar en la promesa de Dios.

Dios misericordiosamente viste a los humanos y los aleja del jardín, impidiéndoles el acceso al Árbol de la Vida. La vida eterna llegará eventualmente, pero primero hay que aplastar a la serpiente.

Fuera del Edén, en Génesis 4:1, somos testigos de la alegría de Eva por el nacimiento de su primer hijo. Ella sabe que este nacimiento es el camino hacia el cumplimiento del anuncio de Dios en el jardín. Una traducción bíblica inglesa expresa su exclamación como: «¡He creado un hombre tal como lo hizo el Señor!».

La palabra hebrea para «creado» suena como «Caín», un juego de palabras apropiado para el primer nacimiento en la Biblia. Es un momento significativo en la narración, dada la declaración de Dios de que la descendencia de Eva aplastaría la cabeza de la serpiente. Ella reconoció correctamente que el milagro del parto es un milagro de la creación. ¿Será este el hijo?

No lo es, ni tampoco lo es su segundo hijo. En lugar de aplastar la tentación, descrita en 4:7 como un animal agazapado a la puerta de Caín, listo para atacar, Caín coopera con el pecado asesinando a su propio hermano.

El primer duelo de William-Adolphe Bouguereau (1888).Wikimedia
El primer duelo de William-Adolphe Bouguereau (1888).

El texto no nos dice cómo reaccionó Eva, o si mantuvo la esperanza en la promesa de Dios a pesar de la pérdida de sus dos hijos, uno por la muerte y el otro por el exilio. Me imagino que Eva llevó esa carga de pérdida materna y esperanzas frustradas hasta su muerte. Eva tiene otro hijo en 4:25, y dice que reemplazará a Abel. Aunque no oímos hablar de ninguna pelea entre Set y la serpiente, Set aparece como antepasado directo de Jesús en Lucas 3:38.

Durante el resto del Primer Testamento, esperamos al descendiente de Eva que aplastará a la serpiente. Los ecos de la promesa de Dios en el jardín resuenan.

Por ejemplo, somos testigos de esta centralidad de la promesa de Dios a Eva en los salmos imprecatorios. En Cursing with God: The Imprecatory Psalms and the Ethics of Christian Prayer, Trevor Laurence explora cómo estos salmos participan en la historia bíblica más amplia al invocar a Dios para que ponga fin a la maldad y establezca su reino.

El mundo desordenado que resultó de la rebelión conjunta de Eva y Adán solo podía restaurarse mediante la asociación de su descendencia con Dios para someter a quienes se oponen al gobierno de Dios.

Laurence señala que los salmos imprecatorios evocan repetidamente la narración del Edén. A menudo hablan de los enemigos como «serpientes» o engañadores cuyas «cabezas» necesitan ser aplastadas y hacen referencia a la «simiente» de los justos cuyos «talones» están siendo vigilados por sus enemigos (Salmos 58:4-6; 56:6). El efecto acumulativo es una sensación de que los propósitos de Dios expresados en la historia del Jardín del Edén todavía se están llevando a cabo mientras el pueblo de Dios ora por la derrota de aquellos que se oponen al gobierno de Dios.

Vale la pena señalar que no estamos hablando solo de serpientes literales. Solo aquellos humanos que se alinean con los mandatos de Dios son considerados la «simiente de la mujer», mientras que las personas que se oponen a su gobierno son la «simiente de la serpiente».

El anuncio del Evangelio, entonces, invita a reconocer el señorío de Jesucristo. Él es la descendencia de la mujer, ha vencido a Satanás de una vez por todas y es la descendencia de Abraham que recibe las promesas del pacto. Todos los que siguen a Cristo son considerados hijos de Dios y descendencia de Abraham, independientemente de su etnia, género o condición social (Gálatas 3:26-29).

La visión apocalíptica de Juan en el Apocalipsis incluye una escena en la que una mujer embarazada sufre dolores de parto mientras un dragón espera devorar a su descendencia (Apocalipsis 12:1-17). Si bien la visión incluye una mezcla de imágenes simbólicas que aparecen en varios textos apocalípticos, en la raíz de todos ellos está el anuncio de Dios a Eva de que su descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. ¿A dónde más habría recurrido Juan para entender esta impactante escena?

En el momento de la visión de Juan, la mujer representa a Israel en su conjunto, que da a luz al Mesías bajo el dolor de la dominación extranjera. Y la serpiente se ha transformado, convirtiéndose en un dragón de siete cabezas, un compuesto de imperios malvados que se oponen al gobierno de Dios y a su pueblo.

Juan se asegura de que no pasemos por alto la conexión temática al interpretar al dragón como «serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás que engaña al mundo entero» (v. 9). Aunque Génesis no revela la identidad de la serpiente, la visión de Juan interpreta la escena primordial en retrospectiva.

El antagonismo entre el pueblo fiel de Dios, que espera el reinado del Mesías, y el dragón ha llegado a su punto álgido. Pero Satanás no tiene la última palabra. El niño es «arrebatado y llevado hasta Dios», donde ocupa su lugar como gobernante de las naciones (v. 5). Satanás es atado durante mil años (20:2-3) y encuentra su fin definitivo en el lago de fuego (v. 10).

La visión de Juan en el Apocalipsis alcanza su clímax con una vívida escena de un jardín restaurado en la Nueva Jerusalén, donde los seres humanos pueden volver a vivir en la presencia de Dios (22:1-2). Las intenciones de Dios para la creación se hacen realidad finalmente y en su totalidad en la gloriosa visión de Juan.

Cuando volvemos al principio, resulta sorprendente que Dios anuncie la promesa de redención a Eva, no a Adán. La «madre de todo ser viviente» es aquella a través de la cual vendrá la descendencia prometida. Como escribe Bushnell: «La Biblia, desde sus primeros capítulos, describe a la mujer como aliada de Dios en la salvación final del mundo».

Aunque Eva fue en parte responsable de la rebelión humana en el jardín, su fracaso junto a su marido no fue la última palabra. Eva no es ni un modelo de inocencia ni una amante empeñada en seducir.

Más bien, la Biblia la presenta como paradigma de la participación esencial de las mujeres en la obra redentora de Dios y como una persona compleja con una historia trágica. Y ella es familia: nuestra madre en esperanza y en ascendencia. Tan imperfecta y humana como era Eva, en palabras de Bushnell, «Dios la ha elevado a la honorable posición de enemiga de Satanás y progenitora del Mesías venidero».

¿En qué situación nos deja esto a nosotros, los descendientes de Eva? ¿Cómo se aplica el mandato de «honra a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20:12) a la «madre de todo ser viviente», cuya decisión provocó un mundo de dolor?

Nuestro deber aquí no es tratar de borrar el pecado que confesó a Dios. Tampoco es necesariamente honrar a Eva mediante la imitación, si bien el cultivo de la tierra y la maternidad son generalmente buenos y muchos de nosotros estamos llamados a uno u otro. La mejor manera para todos nosotros, hombres o mujeres, de honrar a Eva es mantenernos hostiles hacia cualquier cosa que se oponga al reino de Dios. Aprendemos de Eva a cultivar una sabiduría basada en lo que Dios dice que es bueno en su Palabra. Y celebramos la simiente de Eva: nuestro Mesías, Jesús, quien aplastó a la Serpiente y quien nos invita a anunciar la redención disponible para todos.

Dios le presenta primero a Eva a Adán como compañera en la tarea de cuidar la creación y obedecer el mandato de Dios. Cuando abandonan el jardín, ella es la última esperanza de Adán para revertir la maldición sobre la creación. El pecado de la «madre de todo ser viviente» no borró la posibilidad de que las mujeres futuras participaran en la redención. Generaciones más tarde, la sumisión voluntaria de María a la invitación de Dios de engendrar al Mesías revirtió los efectos del grave error de Eva. Aquel que fue herido por nosotros ató a Satanás y lo aplastará de una vez por todas.

Carmen Joy Imes es profesora asociada de Antiguo Testamento en la Universidad de Biola y autora, más recientemente, de Being God’s Image: Why Creation Still Matters (junio de 2023).

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Church Life

Después de la calamidad, Dios se acerca

La profecía de Jeremías permite vislumbrar la promesa de Adviento.

Christianity Today November 30, 2024

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Lee Jeremías 31:31–34

El profeta Jeremías escribe desde un escenario social, político y espiritual estrecho y oscuro, como caído en un pozo, húmedo y pesado por el peso del lamento. Sus palabras, el mensaje de Dios, coinciden con el tono. Lee cualquier parte de la profecía de Jeremías y verás el tema principal: el fracaso del pueblo de Dios. No cumplieron su parte del pacto que Dios hizo con ellos, y el joven profeta anuncia la respuesta de Dios con una fuerza inquebrantable. Desde el principio, la primera visión de Jeremías establece lo que seguirá: «Desde el norte se derramará la calamidad sobre todos los habitantes de esta tierra» (Jeremías 1:14).

Al igual que Moisés antes que él, al principio Jeremías protesta ante la tarea que Dios lo llamó a hacer, argumentando que su edad lo descalificaba para el llamado (Jeremías 1:6). Según los relatos tradicionales, Jeremías escuchó el llamado de Dios hacia el año 627 a. C., por lo que tenía unos 20 años al comienzo del libro, y pasó 40 años advirtiendo continuamente de una calamidad procedente del norte.

Al igual que en la época de los jueces, el pueblo de Dios se encuentra de nuevo atrapado en un círculo vicioso en el que quebrantan sus compromisos con Dios y buscan vindicación y consuelo en cualquier lugar. Jeremías advierte acerca de la ira de Dios y profetiza cómo responderá Dios a la infidelidad del pueblo.

La calamidad llega en el año 587 a. C., cuando Babilonia destruye Jerusalén, trayendo destrucción repentina a lo que había estado erosionándose durante siglos. Como el diluvio, la destrucción que había sido profetizada arrasa la morada de Dios en la tierra de Israel y deshace lo creado.

Podemos suponer que para una persona como Jeremías, un israelita de la tribu de Benjamín, eran tiempos más terribles que los que vemos en la época de Jueces. Esos tiempos habían ocurrido antes de David, antes del templo. Pero con la destrucción de Jerusalén, el reino de David fue arrasado por los babilonios. Y Jeremías se encontraba en medio de todo ello.

Jeremías recibe un mensaje de Dios que le dice que no debe casarse ni tener hijos. En este momento de la historia y dentro de esta cultura israelita, no se encuentra ninguna categoría para un hombre soltero y sin hijos. Un erudito del Antiguo Testamento, Joel R. Soza, sugiere incluso que el concepto de soltero es tan incomprensible que no existe ninguna palabra en hebreo para describirlo. La idea es que Jeremías no solo lleva noticias de la tragedia de Israel, no solo se encuentra en medio de esa situación, sino que encarna la soledad de todo ello. Lo que tenía un gran potencial, ahora es estéril.

Jeremías 31 es una lectura habitual en la temporada navideña. La familiaridad del pasaje puede hacer que pasemos por alto la fuerza de sus palabras, y que este mensaje que anuncia una nueva esperanza pase por labios agrietados. A veces, los que estamos de este lado de la historia nos limitamos a asentir con respecto a partes de las historias antiguas, pero haríamos mejor en detenernos y examinarlas. Eso forma parte del periodo de espera; eso es parte del Adviento.

Este es el profeta que habita en una tierra llena de infidelidad, que proclama las palabras de juicio más duras de parte de Dios, que las siente y que las soporta el tiempo necesario para decir este mensaje:

«Vienen días», afirma el Señor,
«en que haré un nuevo pacto
con Israel y con Judá» (Jeremías 31:31).

Jeremías le dice a un pueblo abrumado que un día Dios volverá a acercarse. Y esta vez, su ley estará escrita en los corazones, y Él será conocido más allá de toda instrucción. Perdonará y establecerá un nuevo pacto: uno que no depende de las acciones o inacciones de los hombres, uno que iniciará el retorno de la paz y la prosperidad, uno que iniciará el retorno al Edén. Y aunque todavía es tenue, ilumina.

Aaron Cline Hanbury es escritor y editor.

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Church Life

La gran luz del futuro

Isaías profetiza la espera del Adviento.

Christianity Today November 30, 2024
Ilustración por Sandra Rilova

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Lee Isaías 9:2–7

Después de las horas de calor, el atardecer nos llama con su suave luz y su agradable frescura. Las últimas horas rompen el día como un huevo para revelar la yema dorada del sol poniente. Sería enrevesado tratar de explicar la oscuridad sin describir la luz; probablemente sea imposible, ya que la luz se vislumbra en el horizonte incluso en los momentos más oscuros.

Sin embargo, el profeta Isaías se había despertado con el alba. Era un profeta de Judá que ejerció su ministerio durante el reinado de cuatro reyes; descendiente de una familia de rango y estatus; un hombre de familia; alguien que tenía un espíritu dispuesto a hacer aquello para lo que el Señor lo había llamado. Encargado de ser portavoz de Dios, hablaba con fuerza profética aunque sus palabras cayeran en oídos sordos y se le irritara la garganta.

Su obra y sus escritos contienen algunas de las palabras más profundas de todas las Escrituras, que se hacen eco de temas como la santidad, la justicia, la lealtad, la confianza, la rectitud y la esperanza. Las palabras que leímos hoy en Isaías 9:2–7 revelan destellos de esta verdad, reflejando el contraste entre la luz y la oscuridad, la esperanza y el desaliento, el honor y la afrenta.

Este contraste está prefigurado incluso en los nombres que Isaías da a sus hijos: el primero se llama Sear Yasub, o «un remanente volverá», y el segundo Maher Salal Jasbaz a manera de advertencia, «pronto al saqueo, presto al botín». Se trata de un juego de equilibrios que no se contradicen ni se anulan entre sí, sino que dan cuerpo al tema hacia el que nos dirige esta historia unificada a lo largo de la temporada de Adviento (7:3, 8:1).

En palabras simples, no es posible explicar las tinieblas sin describir la luz. «El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombra de muerte una luz ha resplandecido» (v. 2).

Cuando nos alejamos de Dios, hay una oscuridad espiritual que nos persigue y nos sobresalta. Cuando Dios obra de una forma asombrosa en nuestros corazones, empezamos a redirigirnos, a redireccionarnos, a reorientarnos hacia la luz, y la encontramos tan real, tan sustentadora, que la noble tripulación del Viajero del Alba de C. S. Lewis la llamó «potable». Comenzamos a experimentar la bondad de lo que está por venir como «luz potable», y esa brecha en las nubes, la luz del sol en nuestra espalda, alimenta el tamborileo hacia la libertad, una libertad que viene de alinear nuestros valores, lealtad, obediencia, deleite y esperanza con un Dios de amor inquebrantable.

Isaías sabía que Belén sería el lugar donde Dios haría el dobladillo de las vestiduras de la eternidad. Este «Príncipe de Paz» experimentaría un día la forma más verdadera de oscuridad imaginable —una oscuridad que nadie más podría soportar— para que nosotros pudiéramos caminar en la luz.

Isaías previó una luz futura y dio la bienvenida al amanecer que un día rompería tras una larga y oscura noche, arrojando rayos de esperanza 700 años en el futuro. Vio a un heredero radiante que vendría como un campesino, aunque fuera el Mesías. Jesús hace brillar una luz más allá de la noche, despierta al alba y marca el rumbo de una historia de redención: un bebé que crece para convertirse en un hombre que experimentaría la verdadera oscuridad, para que nosotros, con los ojos adormecidos, podamos contemplar la luz eterna.

Morgan Mitchell sirve como pastor en San Diego, y se especializa en grupos pequeños, discipulado y predicación.

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Church Life

El asombro de la Navidad nos invita a acercarnos

La encarnación de la Navidad puede cambiar nuestra perspectiva.

Christianity Today November 30, 2024
Illustración por Sandra Rilova

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Lee Marcos 10:13–16

Mis suegros viven en un terreno de tres acres al oeste de Nueva York. Detrás de su casa corre un arroyo en el que mi esposa y sus hermanos recuerdan haber jugado de niños. Sus risas resuenan ahora con las carcajadas de nuestros hijos. Hileras de árboles de hoja perenne bordean la propiedad, envolviendo los altibajos y los matices de la vida familiar. Una noche de invierno, mientras paseaba entre la nieve amontonada sobre las ramas y sobre el camino, mi mente vagó hacia una visión de la «era venidera». Mientras millones de copos de nieve caían a mi alrededor, con su expresión única de la sabiduría creadora de Dios, volví a sentir asombro.

La palabra del latín inspirare, fuente de la palabra inspiración, se traduce literalmente como «soplar». En la pausa entre nuestras respiraciones, de vez en cuando somos llevados a un lugar de inspiración donde podemos observar lo que antes estaba oculto para nosotros y, ahí, nuestros ojos vislumbran algo nuevo que un día será revelado.

Al ver las cosas a través de los ojos de los niños, es evidente que la inspiración y el asombro son parte de la postura original del alma humana. Como dice Jesús: «Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él» (Marcos 10:15). El poeta Dylan Thomas lo expresó de esta manera: «Niños mirando las estrellas con asombro / Ese es el objetivo y el fin» [traducción propia]. Como adultos maduros y comedidos, a menudo nos encontramos descuidando el asombro cotidiano y conservándolo como una respuesta más propia ante lo más grandioso y palaciego. Al compartimentar nuestra vida cotidiana, podemos perder fácilmente ese sentido de humildad y disponibilidad que les permite a los niños relacionarse con el mundo que los rodea con asombro. Si no tenemos cuidado, nuestro orgullo, pragmatismo y autodependencia pueden despojarnos de la esencia que nos hace más humanos, haciendo que cerremos los ojos a las maravillas que los niños ven con tanta facilidad.

La historia de la encarnación de Dios nos invita a adoptar una actitud de asombro como la de un niño. En medio de las presuposiciones acerca de un nacimiento propio de un rey, Cristo nace en circunstancias poco memorables. Al igual que los que esperaban al Mesías en aquella época, nuestros ojos modernos habrían pasado por alto Belén en favor de Jerusalén. Habríamos ignorado a los pastores de las laderas de la misma manera en que ignoramos a los mendigos de las calles, buscando en su lugar la esperada grandeza de la gloria. Sin embargo, cuando llegamos a la escena del niño acostado en el pesebre, encontramos el epítome del asombro. Dios redirige nuestra mirada hacia lo humilde y maravilloso, saliendo al encuentro de la humanidad de la manera más mundana. La Encarnación nos recuerda que, cuando nos detenemos, nuestra capacidad de asombro ya no depende de la magnitud, sino que está disponible en la monotonía.

Cuando nos reunimos con nuestros seres queridos y comienza la temporada de las luces y las velas, las campanas de trineo y la natividad, es bueno contemplar lo elemental, contemplar con asombro una noche clara, deleitarse con el sabor de los pasteles recién horneados, reír al son de los niños jugando y abrir la puerta de la fe infantil que solo el asombro puede abrir. No solo encontramos a Cristo allí, sino que lo encontramos invitándonos a compartir su manera de ver el mundo que ha creado.

Isaac Gay es un artista, líder de alabanza y escritor que navega en el cruce de la creatividad, la espiritualidad y el pensamiento contemporáneo.

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Church Life

Adviento en el horizonte

La temporada navideña nos muestra que nuestro pasado ha sido redimido,  y que tenemos un futuro lleno de esperanza.

Christianity Today November 28, 2024
Illustration by Sandra Rilova

Lee el Salmo 110

Una vez escuché a alguien decir que si uno pudiera entrar en un agujero negro y alcanzar el horizonte de un suceso, uno podría ver el pasado y el futuro simultáneamente. Por mucho que me he esforzado por comprender esto, todavía no lo consigo. Mis conocimientos en física son limitados; sin embargo, sí entiendo lo que significa contemplar mi pasado o tratar de vislumbrar mi futuro.

Por lo general, esto causa problemas. Mirar con frecuencia al pasado lleva al lamento, la vergüenza o la depresión con respecto a lo que pasó y no puede ser cambiado. Mirar al futuro a menudo lleva a la preocupación, temor o ansiedad sobre lo que puede suceder. La razón por la que pasa esto, me parece, es que mi mirada está enfocada solo en mí mismo. Por el contrario, Cristo nos llama a quitar los ojos de nosotros mismos y a mirarlo a Él. Durante la temporada de Adviento, recibimos la invitación a mirar hacia el pasado a lo que Cristo ya hizo, a la vez que miramos a la esperanza futura de lo que hará cuando regrese.

David tenía sus ojos fijos en Cristo cuando compuso el Salmo 110. En las primeras líneas, Dios le habla a alguien que David llama «mi Señor». En otras palabras, Dios está hablando con el Rey del rey David. Este Rey de reyes es nuestro Salvador, Jesucristo (Hechos 2:34–36). El salmo pinta un retrato de Cristo como el vencedor sobre los enemigos de Dios, como el gobernador de las naciones, poderoso, vibrante y justo. Y como si esta imagen no fuera magnífica en sí misma, el salmo le agrega otra capa: Cristo es también sacerdote según el orden de Melquisedec. El autor de la carta a los Hebreos explica por qué esto es tan significativo: «[Melquisedec] no tiene padre ni madre ni genealogía; no tiene comienzo ni fin, pero, a semejanza del Hijo de Dios, permanece como sacerdote para siempre» (Hebreos 7:3). Cristo es un sacerdote eterno que, a diferencia de los sacerdotes levitas del Antiguo Testamento, es un mediador perfecto y constante: un intercesor y defensor entre Dios y su pueblo.

En este poema, David nos invita a fijar nuestros pensamientos, afectos y deseos en una visión del rey sacerdote Jesucristo. Cuando miramos al pasado y contemplamos el nacimiento, vida, sufrimiento, crucifixión, resurrección y ascenso de Cristo, dejamos de ver nuestro lamento, vergüenza y depresión. Cristo es rey: Él tiene el poder para asegurarse de que no haya nada que hayamos experimentado o hecho que Dios no use para bien (Romanos 8:28). Cristo es nuestro sacerdote: toda nuestra culpa y vergüenza han sido resueltas en la cruz. Más que eso, Cristo conquistó la muerte y el Espíritu Santo que lo devolvió a la vida mora en nosotros y nos da vida nueva para el futuro. Nuestras preocupaciones, temores y ansiedades son puestos en la perspectiva correcta cuando miramos a Cristo y recordamos que así como Él vino una vez, volverá de nuevo para acabar con la maldad, hacer justicia y salvar a su pueblo.

Para un salmo repleto de imágenes de violencia —enemigos puestos por estrado, reyes aplastados y cadáveres amontonados en las naciones—, David culmina con un tono sorprendentemente pacífico. En medio del juicio a las naciones, el rey sacerdote se detiene para descansar un momento. La imagen final que David nos muestra es de Cristo haciendo una pausa para tomar agua fresca de un arroyo, para finalmente levantar su cabeza (v. 7). Su pausa indica que el fin de todas las cosas aún no está cerca. Permanecemos en nuestro tiempo presente —digamos, el horizonte del suceso— entre la primera y la segunda venida de Cristo. En lugar de contemplar obsesivamente nuestro pasado o futuro, a través de este salmo, Cristo nos invita a mirarlo a Él y encontrar perdón, identidad, paz, seguridad y esperanza en lo que Él hizo por nosotros en el pasado, y en lo que hará cuando regrese en el futuro para establecer su reino como sacerdote y rey, una vez y para siempre.

Andrew Menkis es profesor de teología. Su poesía y prosa han sido publicadas en Modern Reformation, Ekstasis, The Gospel Coalition y Core Christianity.

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Church Life

Lecturas devocionales de Adviento 2024 de Christianity Today

Un devocional de Christianity Today para la temporada de Adviento a través de la adoración.

Christianity Today November 28, 2024
Ilustración por Sandra Rilova

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Tal vez resulte extraño guiar nuestras meditaciones navideñas en torno al libro de Eclesiastés. A medida que comienza diciembre, no hay tiempo para pensar en la fugacidad de la vida, ¡hay que limpiar la casa, preparar comida navideña, envolver regalos y pasar tiempo con la familia! Sin embargo, quizá esta agitada temporada es exactamente el momento apropiado para reflexionar sobre la naturaleza efímera de nuestras vidas.

A menudo participamos en muchas actividades durante esta temporada. El libro de Eclesiastés afirma que hay un tiempo específico para todo: para plantar y cosechar, para llorar y reír, para lamentarse y celebrar. Cualquiera que sea el estado en el que te encuentres en esta temporada navideña, deseo que encuentres ánimo en el hecho de que Dios guía nuestras vidas por medio de periodos y ritmos que a veces tienen luz y a veces sombra, que a veces son livianos y a veces parecen más pesados de lo que podemos soportar.

En este devocional de Adviento de Christianity Today, seguimos el curso de la mañana, la tarde y la noche, y cada una tiene su propio tono y realidad específica. A medida que avanzamos por las semanas de Adviento, este devocional nos guía a través de temporadas de renuevo, prueba, revelación, y en última instancia, a un tiempo de asombro ante el gran regalo con el que nos encontramos en la Navidad: el nacimiento de Cristo en la tierra, su encarnación por amor y por nuestra salvación. Adéntrate en esta aventura; encuentra el tiempo para ser testigo de los días de Adviento a través de la lente del asombro y únete a nosotros a medida que adoramos juntos.

Semana 1

Semana 2

Semana 3

Semana 4

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