History

Confiar nuestras enfermedades a Dios no es una receta para la pasividad

Los primeros estadounidenses dieron testimonio enérgico del sufrimiento corporal. ¿Qué pueden aprender los creyentes de hoy de su ejemplo?

Christianity Today August 9, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: WikiArt / WikiMedia Commons

Sarah Pierpont a menudo se encontraba postrada en cama por una enfermedad. Viviendo en la colonial New Haven en la década de 1750, consideró que era su deber dejar constancia de su dolor y sus lecciones espirituales por escrito. Trató de interpretar su enfermedad a través de su fe y se sintió aun peor cuando su mala salud la dejó sin poder escribir. Pierpont lamentó su debilidad física y espiritual al señalar: «… mi tabernáculo terrenal a menudo tiembla, y ahora parece estar muy tambaleante».

Pierpont encontró consuelo en la misericordia de Dios y quiso dar testimonio de ella de una manera reconocible para aquellos que hoy podrían orar de manera similar. Aun así, su urgencia por escribir sobre su enfermedad podría sorprendernos. Aunque la pandemia cobró mucha atención recientemente, no solemos nombrar la enfermedad como un tema favorito de conversación. Las quejas sobre los dolores y molestias de uno pueden hacer que los oyentes se estremezcan. Alguien demasiado diligente en compartir detalles de una enfermedad corre el riesgo de sonar como Debbie Downer de Saturday Night Live para los oídos contemporáneos.

Sin embargo, esto no era así en el mundo de los protestantes estadounidenses del siglo XVIII, para quienes la escritura era una respuesta importante a la experiencia de la enfermedad. En The Course of God’s Providence: Religion, Health, and the Body in Early America [El curso de la providencia de Dios: La religión, la salud y el cuerpo en los primeros años de Estados Unidos de América], Philippa Koch da vida a los creyentes de esa época que confiaban en la dirección de Dios en sus asuntos terrenales.

Koch sostiene que los protestantes del siglo XVIII mantuvieron la confianza en la providencia de Dios durante la enfermedad de formas muy características. La salud y el sufrimiento son preocupaciones perennes para los cristianos, como Koch observa con perspicacia (y la pandemia actual lo confirma ampliamente). La autora, que enseña estudios religiosos en la Universidad Estatal de Missouri, explora diversas corrientes de investigación en la historia del cuerpo humano y la religión.

Al analizar un período generalmente asociado con la Ilustración y la secularización, Koch cuestiona ciertas suposiciones comunes sobre la forma en que los estadounidenses de la época entendían la enfermedad. La narrativa convencional dice que en el siglo XVII los colonos estadounidenses se sometieron a la enfermedad, atribuyendo sus desgracias corporales a la buena (aunque inescrutable) voluntad de Dios. Sin embargo, apenas un siglo después, bajo la influencia del nuevo pensamiento científico, se habían inclinado hacia la concepción de los cuerpos como máquinas que podían repararse cuando se rompían, lo quisiera Dios o no.

Pero esta narrativa está equivocada en ambos extremos. Koch muestra que la confianza en la providencia no invitaba a la pasividad, sino a una respuesta activa a la bondad de Dios. Asimismo, las ideas que llegaron posteriormente en el siglo XVIII sobre la materia física se mantuvieron arraigadas en la visión providencial.

La narrativa de la enfermedad

El anticuado contraste que Koch refuta (entre un período colonial piadoso seguido abruptamente por una época secular) es cuando menos parcialmente culpable por hacernos creer que los primeros estadounidenses se sometieron pasivamente a la enfermedad. Los malentendidos sobre la predestinación también son culpables. Incluso los colonos más convencidos acerca de la doctrina de la elección no pensaban que la predestinación significaba que los humanos quedaran impotentes en la vida cotidiana. Confiar en la providencia no era una receta para la holgazanería.

Al contrario, según lo muestra Koch, creían que la providencia divina esperaba mucho de la acción humana. La enfermedad era una «oportunidad pedagógica» y los pastores propusieron muchas tareas que los enfermos podrían hacer en respuesta. Para empezar, la enfermedad puede causar el arrepentimiento. Si bien presionar a los enfermos al arrepentimiento puede parecer duro, Koch insiste en que esos llamados a arrepentirse de las faltas personales o comunitarias se recibieron de manera positiva como invitaciones activas para acercarse más a Dios.

El arrepentimiento y la oración tenían un papel importante en la habitación del enfermo, pero la primera orden del día era la reflexión. La principal obligación de la persona enferma era pensar. Los ministros instaban a los enfermos a hacer lo que Koch llama «retrospectiva», una forma particular de considerar el pasado y «su significado en términos de la historia de su vida y la vigilancia de Dios». Pensar, hablar y escribir se mezclaban en un esfuerzo por narrar la enfermedad, un proceso que Koch describe como «una práctica fundamental para los cristianos del siglo XVIII, quienes buscaban organizar e integrar la experiencia física y espiritual del sufrimiento dentro de su historia de vida». Retroceder más allá de las dificultades presentes recordaría ocasiones en las que Dios había provisto para uno mismo, para la familia o incluso para los precursores de la fe presentados en la Biblia. Narrar el dolor personal en el contexto de una perspectiva más amplia alentaba a los que lo sufrían a ver cómo encajaban en la misericordia y el cuidado continuos de Dios.

El argumento de Koch es el hilo conductor a través del libro, pero sus capítulos de rica textura hacen más que establecer la persistencia de la providencia. Ella presenta escritos espirituales de dos ministros bien conocidos, Cotton Mather y John Wesley, y algunos que son menos familiares, como Heinrich Helmuth (un pastor de Filadelfia nacido en Alemania), Richard Allen (fundador de la Iglesia Episcopal Metodista Africana), Absalom Jones (el primer sacerdote episcopal negro de Estados Unidos) y Samuel Urlsperger (que supervisó una comunidad pietista en Ebenezer, Georgia). En capítulos paralelos, Koch estudia los consejos de los ministros sobre salud a la par de las perspectivas de quienes no estaban en el ministerio. La paridad ilumina. Las guías de los clérigos y los diarios de las víctimas reflejaban un entendimiento compartido. La conversación no era simplemente dictada por las élites, sino que fluía en ambos sentidos. Ministros como Mather aconsejaron a los lectores cómo interpretar sus sentimientos, pero estas «palabras sanas» fueron moldeadas por su contacto personal con el sufrimiento, su propia debilidad o su testimonio de la muerte de esposas o hijos.

Esta escritura retrospectiva recíproca, argumenta Koch, «imaginó y creó una comunidad». Los líderes religiosos adaptaron sus enseñanzas sobre la providencia de acuerdo, tanto con las necesidades de sus feligreses, como con los desarrollos intelectuales del siglo XVIII. Las nuevas ideas sobre la salud y la medicina orientaron las respuestas a las epidemias coloniales, desde la viruela en Boston en 1721 hasta la fiebre amarilla de Filadelfia en 1793, pero la comprensión científica predominante del cuerpo todavía estaba formada por opiniones consensuadas sobre la providencia.

Para ilustrar este pensamiento providencial persistente, Koch dedica un capítulo al consejo sobre el nacimiento y la maternidad. Desafortunadamente, la autora presenta sus argumentos casi de forma defensiva sobre este enfoque: «La maternidad no es un enfoque típico de la investigación intelectual sobre temas como la providencia, la Ilustración y la secularización; sin embargo, la maternidad es un fenómeno humano generalizado y significativo, profundamente considerado en el pensamiento cristiano y la experiencia vivida».

La primera mitad de esa oración merece un matiz de triunfo aún más rico, ya que la autora, al localizar un punto ciego en el ámbito académico, demuestra nuestra necesidad de su análisis. Pero la segunda mitad subraya lo absurdo de ese punto ciego. Que Koch se sienta obligada a afirmar el estatus de la maternidad como «un fenómeno humano importante y significativo» sería casi gracioso si su ausencia en las discusiones sobre «la providencia, la ilustración y la secularización» no fuera tan escandalosa. Finalmente, la maternidad es la precondición para la existencia de todos. Al menos en el «pensamiento cristiano y la experiencia vivida», la maternidad ha recibido la debida consideración. Los cristianos han visto el parto y la lactancia como signos, no solo de promesa y amor sacrificial, sino también, dados los peligros asociados con el nacimiento, de la fragilidad de la vida humana.

Koch reconoce acertadamente la maternidad como algo relevante para su investigación. En el siglo XVIII, los «hombres parteros», con modelos corporales más mecanicistas y técnicas más intervencionistas, aparecieron en contraposición a la partería tradicional. No obstante, los debates sobre la salud de la mujer siguieron basándose en opiniones providenciales sobre la naturaleza y la maternidad. Koch aborda temas como el parto y la lactancia, pero dice menos de lo que yo hubiera deseado sobre el embarazo, el cual me parece que es una experiencia que evoca pensamientos de providencia más que ninguna otra.

Mejor «retrospectiva»

The Course of God’s Providence proporciona un análisis perceptivo de la imaginería del mundo en el que los estadounidenses en una época anterior experimentaron la enfermedad y el cuidado de Dios. Los lectores deberían querer entender esto para su beneficio. Pero, por supuesto, como intuye Koch mientras escribe en medio de la pandemia, los lectores también buscan conocimientos sobre sí mismos y su propia era.

La idea que Koch excava del siglo XVIII también es útil para nuestro tiempo. La narrativa es una respuesta necesaria a la enfermedad. Los enfermos, tanto entonces como ahora, podrían aprender a ubicar sus aflicciones inmediatas en un contexto más amplio de fe. Podríamos tratar de comprender el significado del sufrimiento y luego compartir las percepciones extraídas de esa reflexión. Esta práctica es mejor que el ejercicio actual que a menudo se describe como «crear significado», ya que aplica un significado compartido a los caprichos de la vida individual. Reconocer con claridad la salud y los propósitos de Dios es adecuado no solo para las epidemias sino también para el sufrimiento privado, sea este grande o pequeño.

A la mayoría de nosotros nos vendría bien una retrospectiva de la enfermedad. Reflexionar de esta manera sobre cada dolor de garganta o malestar estomacal puede parecer peligrosamente ensimismado, pero también podría cambiar el enfoque de las tristezas propias a la empatía por los demás. Entre las partes más dolorosas de la enfermedad, como ilustra Pierpont, puede estar su poder para silenciar o marginar a quienes la padecen. Escribir puede sacar a los enfermos del aislamiento. Pensar de manera providencial sobre la enfermedad procede de la comunidad y ayuda a reforzar esa comunidad.

La relevancia del argumento de Koch no es solo que los estadounidenses del siglo XVIII podían creer en la providencia, sino lo que hicieron al respecto. Que las voces de este libro arrojen luz positiva sobre situaciones difíciles no parece solo un ejemplo de creencia en la providencia de Dios, sino la puesta en práctica de esa creencia, es decir, la esperanza. Koch menciona la esperanza, pero la esperanza irradia de estos personajes con más frecuencia de lo que se reconoce. La virtud de la esperanza es activa, anclando eventos espantosos en promesas seguras incluso cuando lo bueno es difícil de ver.

Es por eso que la retrospectiva es una respuesta tan saludable. Mirar hacia atrás de esa manera no obliga a los creyentes a abrazar explicaciones simplistas sobre los propósitos de Dios. Pero sí mantiene la bondad constante de Dios directamente a la vista en medio del dolor causado por el sufrimiento corporal.

Agnes R. Howard es profesora de humanidades en Christ College en la Universidad de Valparaiso. Ella es la autora de Showing: What Pregnancy Tells Us about Being Human .

Traducción por Sergio Salazar

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Las Olimpiadas también se tratan del fracaso

Los sueños olímpicos inspiran a millones de personas a perseguir objetivos que nunca alcanzarán. He aquí por qué eso es algo bueno.

Christianity Today August 6, 2021
Dean Mouhtaropoulos / Getty Images

Todavía recuerdo lo que sentí cuando lo vi por primera vez. Era el año 1984 y los Juegos Olímpicos se celebraban en Los Ángeles. Familias de todo el mundo se reunían en torno a sus brillantes televisores mientras las historias de esfuerzo y victoria inundaban sus hogares.

Yo tenía ocho años y estaba embelesado. El relevo de la antorcha, las ceremonias de apertura, los extraordinarios logros de Carl Lewis, Edwin Moses y Mary Lou Retton; y la sucesión de ceremonias de entrega de medallas en las que se desplegaba la bandera estadounidense y los atletas, con lágrimas en los ojos, cantaban nuestro himno nacional. Todo ello me cautivó. Lo que más me cautivó fue que el equipo masculino de gimnasia de los Estados Unidos ganara la medalla de oro. Mi alma se elevó.

Quizá usted ha visto alguna vez una gaviota en un muelle sobre el océano. Cuando el viento está soplando en la dirección correcta, el ave solo tiene que estirar sus alas y elevarse sobre las corrientes de aire. Eso es lo que sentía. Era un sueño, un anhelo y un vuelo del alma: todo a la vez.

Ese anhelo fue el motor que puso en marcha los vagones del tren de mi vida. Me inspiró a comenzar una carrera en gimnasia. Llenó mi mente de imágenes brillantes cuando me acostaba a dormir. Me sostuvo durante innumerables horas de entrenamiento y una serie de dolorosas lesiones. Me llevó por todo el país e incluso a través de los océanos, ya que me convertí en campeón nacional júnior en la competencia general individual [all-around] y en miembro del equipo nacional. Incluso me llevó a una universidad que de otro modo nunca habría podido pagar, y a un campeonato de la NCAA en mi primer año en la Universidad de Stanford.

Luego, todo se vino abajo. Unos meses antes de las pruebas olímpicas de 1996, me caí de la barra horizontal y me rompí el cuello. En un abrir y cerrar de ojos, mi carrera como gimnasta acabó en fracaso. El daño en mi columna vertebral fue permanente y quedé sentenciado de por vida al dolor crónico.

Como persona de fe, creo que la historia está llena de los propósitos de Dios. El universo es rico en intencionalidad y está impregnado de significado. Como escribe el salmista: «Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos» (Salmo 139:16, NVI). Lo que obliga a hacer la pregunta: ¿Cuál era el objetivo? ¿Cuál fue el propósito de esas miles de horas de entrenamiento y dificultades si solo iban a terminar en una lesión y una decepción? ¿Qué sentido tenía eso?

La misma pregunta me ha venido a la mente al ver los Juegos Olímpicos de Tokio en la televisión. Una vez más, escuchamos historias de victoria en las que todo parecía estar en contra. Sin embargo, son muchas más las historias de fracaso. Muchos atletas ven cómo sus historias pierden el rumbo. Las lesiones y las circunstancias intervienen. Atletas de los que se esperaba que ganaran, incluso que dominaran, se quedan cortos. Y si suena duro llamar a estas situaciones «fracasos», entonces tal vez no hemos reconocido el gran amigo que el fracaso puede ser.

Las Olimpiadas, de hecho, tienen mucho que ver con los fracasos. Ciertamente, inspiran una gran cantidad de ellos.

La gran mayoría de los atletas que acuden a las Olimpiadas no ganan ninguna medalla, y mucho menos una medalla de oro. Muchos de los que ganan una medalla de oro en una prueba también se quedan cortos en otras. Y, por supuesto, la inmensa mayoría de los que luchan por entrar en el equipo olímpico no lo consiguen.

Tomemos como ejemplo la gimnasia femenina. Tan solo en Estados Unidos, millones de chicas practican gimnasia y decenas de miles compiten cada año. Cada cuatro años, seis como máximo llegan al equipo olímpico. Si un millón de niñas ven a Simone Biles o a Suni Lee y se inscriben en clases de gimnasia con sueños olímpicos en el corazón, quizás 999 999 no lograrán ese sueño.

Por supuesto, hay victorias más pequeñas en el camino. Pero incluso esa gimnasta entre un millón que logra su sueño de entrar en el equipo olímpico se familiarizará íntimamente con el fracaso. Aprender nuevas habilidades y nuevas rutinas requiere innumerables fracasos en el camino. Incluso una gimnasta tan dominante como Biles pasará por una sucesión aparentemente interminable de fracasos, y cuando llegue a los Juegos Olímpicos, su historia será probablemente compleja. Todas las gimnastas del equipo de Estados Unidos han pasado por una serie de éxitos y fracasos. Vimos a la gimnasta Jade Carey llorar una noche, y cubrirse de oro a la siguiente.

No se trata de criticar a los atletas. Se trata de que el fracaso es esencial en la vida deportiva. El sueño olímpico anima a decenas y quizás cientos de millones de personas en todo el mundo a perseguir sueños que nunca alcanzarán, pero al luchar por esos sueños, si tienen suerte, se convertirán en lo que están destinados a ser.

He preguntado a numerosos atletas olímpicos sobre sus experiencias. Una cosa en la que coinciden es que para ellos la meta final no eran los Juegos Olímpicos en sí. En realidad, se trataba de las personas en las que se convertirían al luchar por la excelencia. Se trataba, en gran medida, de lo que el fracaso hizo de ellos. La victoria, cuando llegaba, era traicionera. Amenazaba con deshacer lo que el fracaso había logrado. La victoria es más peligrosa para el alma; la derrota, más instructiva.

No se trata simplemente del aforismo secular de que el fracaso nos hace más fuertes. No siempre lo hace. Algunos fracasos son tan devastadores o tan totales que puede ser difícil encontrar una forma de redimirlos. Algunos fracasos nos amargan en lugar de hacernos mejores.

Sin embargo, cuando estamos dispuestos a aprender de sus enseñanzas, el fracaso puede ser lo mejor que nos haya pasado. La Biblia está llena de historias de fracaso. ¿Podrían Abraham y Moisés haberse convertido en ejemplos de fe si no hubieran fracasado? ¿Podría David haber escrito sus salmos? El Maestro de Eclesiastés trató de encontrar un sentido a los afanes del mundo, y nos sentimos bendecidos por la sabiduría que adquirió a través del fracaso. ¿Se habrían convertido Pedro y Pablo en los instrumentos que fueron en las manos de Dios si no hubieran sido humillados por sus fracasos?

En retrospectiva, puedo verlo. El fracaso —los fracasos que sufrí a lo largo de todo el camino, así como el hecho de no lograr formar parte del equipo olímpico debido a una lesión— me ha moldeado tan profundamente que apenas sé quién sería sin él. Me mostró el final de mí mismo. Me enseñó a ser compasivo. Me mostró mis muchos pecados y defectos. Me mostró mi necesidad de una fuerza más allá de la mía. Iluminó la gracia de Dios. En algunos aspectos, el sueño olímpico desempeña un papel similar al de la Ley (Romanos 3:20; 7:7). Como ideal de perfección, inspira el esfuerzo, el fracaso y, en última instancia, el reconocimiento de nuestras propias deficiencias y nuestra total dependencia de Dios.

Al igual que otros atletas, los que llegan a las Olimpiadas y los que no, el propósito de mi carrera en gimnasia nunca fue comprar unos pocos momentos brillantes de gloria con una medalla de oro, sino prepararme para el resto de mi vida. Nunca se trató de convertirme en un campeón. Se trataba de convertirme en un instrumento.

Cuando terminó mi carrera, un gimnasta mayor me dijo: «Has aprendido a destacar en una cosa. Ahora toma todo lo que aprendiste y sobresale en algo distinto». Parecía un consejo útil, y quizá era lo que necesitaba oír en ese momento. Pero aún no estaba preparado para dejar atrás el culto a la victoria.

Ahora, 25 años después —con la perspectiva que esto ofrece— lo diría de otra manera. A los atletas y a todos los que experimentamos el fracaso y la decepción, les diría lo siguiente: Has aprendido a fracasar en comunión con Dios. Ahora ve y fracasa de nuevo, y saluda a tu fracaso como a un amigo. Porque si lo permites, tu fracaso te refinará. Te moldeará más y más a la semejanza de Cristo. Y al asemejarte a Cristo, te convertirás en un instrumento para su gloria y para el bien del mundo.

Timothy Dalrymple es presidente y CEO de Christianity Today. Síguelo en Twitter @TimDalrymple_.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Culture

Layla de la Garza, cantante de música cristiana, habla acerca del poder de la «teología cantada»

A pesar de los estereotipos, podemos demostrar que la alabanza moderna puede mantenerse fiel a la autoridad de las Escrituras y a la verdad del Evangelio.

Christianity Today August 3, 2021
IF: Gathering / Courtesy of Layla de la Garza

Para Layla de la Garza, la música de alabanza ha sido el medio que más la ha acercado a Jesús y a su Palabra.

Tras haber crecido en una iglesia tradicional y conservadora, Layla fue transformada al escuchar la música de adoración del grupo Passion en su adolescencia. Muchos años después, en 2015, conoció a la cantante de música cristiana moderna Christy Nockels, quien se convirtió en su mentora y la invitó a participar en IF:Gathering. Layla ha usado su talento en este ministerio sirviendo como líder de enseñanza y alabanza, multiplicando así el alcance de este ministerio entre la comunidad hispanohablante a nivel internacional.

En su natal Monterrey, ciudad con más de un millón de habitantes al norte de México, algunos no se sienten cómodos con la música de alabanza contemporánea, con sus luces brillantes y escenarios vistosos. Pero en la iglesia VIDAIN, donde Layla y su esposo Diego sirven como parte del equipo pastoral, están comprometidos a demostrar que un alto nivel de producción no significa sacrificar la verdad del Evangelio. Ella también lidera el podcast Notas con Dios , en el cual habla acerca de las diversas formas en que podemos tener un encuentro con Dios en la vida diaria.

CT conversó con Layla acerca de su visión para la iglesia, el papel de las mujeres en la Iglesia en México, y su llamado a la adoración, el ministerio y el cumplimiento de la Gran Comisión.

¿Cómo describirías a la iglesia evangélica en México para gente de otros países?

Los latinos en general somos muy apasionados. Para nosotros son muy importantes las relaciones y crear comunidad. Nuestras relaciones son muy cálidas: nos abrazamos y creamos intimidad fácilmente, incluso con personas que acabamos de conocer. Estas características de la cultura latina están muy presentes en la iglesia evangélica en México.

Es hermoso porque creo que tenemos el potencial de ser como la primera Iglesia que vemos en el libro de Hechos. Debemos ver este potencial y preguntarnos: ¿Hasta dónde nuestro corazón de latinos nos puede llevar a luchar por el otro, a amar al otro? ¿Cómo podemos encaminar esa pasión y ese deseo de estar juntos para hacer comunidad en la iglesia? Porque Dios mismo es comunidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tres en uno en perfecta comunidad. ¿Cómo podemos llevar esa necesidad de comunidad y convertirla, por ejemplo, en atrevernos a pedir ayuda a otros hermanos? Vemos a nuestro Señor Jesús pidiendo ayuda a sus discípulos: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quédense aquí, y velen conmigo» (Mateo 26:38). Vemos esa humildad y esa autenticidad en Jesús y creo que es algo que la Iglesia en México debe buscar.

Como mujer, ¿enfrentaste dificultades para llegar a ocupar una posición de liderazgo? ¿Cómo se percibe el liderazgo de las mujeres en las iglesias evangélicas en México?

Creo que he sido afortunada al formar parte de iglesias que valoran, honran y enaltecen a las mujeres. He tenido la oportunidad de aprender, de hacer preguntas, de enseñar y de crear. Cuando te rodeas de personas que tienen el mismo corazón que Jesús tiene por las mujeres, inevitablemente experimentarás respeto y honra de una forma muy especial. Tristemente, esto no sucede en muchas iglesias, y México no es la excepción.

Hay mucho espacio para crecer en esta área en América Latina. La iglesia necesita ver a las mujeres, y nosotras mismas necesitamos vernos de la forma en que Dios nos ve. Me gustaría que como mujeres creyéramos y confiáramos en ese diseño especial y único con el que Dios nos creó, y apostemos por invertir nuestras vidas haciendo y siendo lo que fuimos llamadas a hacer. Me gustaría que hubiera más hombres deseando ver a las mujeres de la misma forma en que Jesús las ve.

¿Cómo fue que sentiste el llamado de Dios al ministerio de alabanza y adoración?

Nací y crecí dentro de una familia cristiana en la ciudad de Monterrey. Soy la menor de cinco hermanos y nací justo después de que mi familia pasó por una crisis y un encuentro con el Señor que los llevó a decidir cambiar y realmente seguir a Jesús. Entonces, durante mi infancia, mi familia estaba enamoradísima de Jesús. Orábamos juntos alrededor de la cama todas las noches. También tuve un gran ejemplo al ver a mis papás leyendo y estudiando la Palabra juntos, y crecí viendo a mis hermanos sirviendo a Jesús, y buscando conocerlo en verdad.

Mi mamá siempre me cantaba canciones para Dios, y me animaba mucho, me decía: «Vamos a cantarle a Dios». Recuerdo que siempre me conecté con Dios a través de la música; Dios me llamó desde que era niña. Recuerdo cómo me encerraba en mi cuarto a cantarle a Dios porque me daba pena que me escucharan. Desde los seis años estuve en el coro de niños y cantaba solos. Al crecer, fui descubriendo el gran poder que tiene la alabanza y la adoración, y no solo crecí en mi relación con Jesús a través de la música, sino que aprendí que puedo servir a otros a través de este ministerio en donde puedo declarar las verdades de Dios sobre la vida de las personas que me escuchan. Sé que no tengo la mejor voz, pero al posicionarme bajo la autoridad de Dios, aun mi debilidad puede servir para sus propósitos.

Cuéntame, ¿cómo pasaste del estilo de adoración tradicional que tenía la iglesia de tu infancia al tipo de alabanza que lideras hoy en día?

En la iglesia presbiteriana en la que crecí tenía un grupo de amigos, y todos sentíamos un deseo de alabar y adorar a Dios de una forma distinta. Queríamos levantar las manos, aplaudir y cantarle a Dios con otro tipo de música, pero eso no estaba permitido en esa iglesia. Había una brecha muy grande entre lo que nuestros corazones deseaban y lo que podíamos experimentar. Entonces llegó el momento en que un grupo de jóvenes y nuestro líder de alabanza nos salimos de esa iglesia y formamos otra. Fue así que empezamos a experimentar por nuestra cuenta lo que era cantarle a Dios libremente. Pasábamos horas y horas alabando a Dios. Si era una reunión en la mañana, nos quedábamos adorando a Dios hasta la tarde. Yo tenía 21 años en esa época y fue un periodo que me transformó profundamente.

Es importante aclarar que yo estoy muy agradecida con esa iglesia presbiteriana, porque tuve la oportunidad de ser enseñada en la palabra de Dios y de cantar himnos que estaban muy apegados a la palabra de Dios. Los himnos son teología cantada. Pero también agradezco la libertad que tenemos ahora de experimentar estos momentos íntimos con Dios en los que realmente puedo conectar mi espíritu con su Espíritu. Es muy difícil lograr esto cuando no hay libertad.

Es verdad que los himnos son teología cantada. ¿Crees que hoy en día existe la necesidad de música cristiana que esté mejor anclada en las Escrituras?

Yo creo que sí. Es muy importante que entendamos conceptos bíblicos básicos acerca de quién es Dios, y quiénes somos nosotros en Él. Verdades que no dependen de nuestro estado de ánimo o de nuestros sentimientos. He escuchado canciones que dicen «Dios, no me dejes ir, por favor», cuando como creyentes debemos saber que Él no nos deja ir nunca. Jesús dijo: «…Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20, LBLA). La alabanza tiene un poder único. Al momento en que nuestros labios empiezan a hablar en voz alta o a cantar, algo sucede en nuestro espíritu. Por eso es importante cantar la Palabra, porque declaramos la verdad y nos recuerda acerca de La Verdad (Jesús). El enemigo nos bombardea con mentiras, y necesitamos reemplazar esas mentiras con la verdad. La Palabra de Dios es la verdad.

Algo que amo acerca de dirigir la alabanza es poder ponerme detrás de la Cruz, y ministrar a través de la autoridad que Dios nos da. Primera de Pedro 2:9-10 dice: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios…». Entonces, cuando yo dirijo la alabanza, me gusta recordar que somos sacerdotes de Dios y que podemos cantar sobre la gente la verdad acerca de Dios. Me posiciono en una actitud de servicio hacia la gente y simplemente dejo que el Espíritu de Dios haga lo que la música no puede hacer. Cuando comprendemos nuestra identidad como sacerdotes de Dios ya no deseamos cantar nada que no sea conforme a las Escrituras. Lo único que anhelamos es exaltar a Jesús.

La iglesia que formó el grupo de jóvenes del que hablabas, ¿es la misma en la que ahora eres líder de alabanza?

No. Pero fue en ese proceso donde el Señor empezó a trabajar de forma muy especial en mi vida. Recuerdo que la pregunta pasaba constantemente por mi cabeza: Esta pasión que siento por Jesús, ¿cómo puedo compartirla con otras personas? Entonces conocí al que ahora es mi esposo. Él me invitó a liderar la alabanza de una iglesia nueva, y me encantó su visión. Él soñaba con una iglesia para los que no van a la iglesia, para los que no les gusta la iglesia: una Iglesia para los de afuera.

Él me explicó algo que yo no había visto antes. Las iglesias gravitan naturalmente hacia hacer las cosas para los de adentro, para los que ya conocen a Jesús o son miembros activos de la iglesia. Muchas veces se nos olvida la gente que aún no conoce a Jesús. Él me retó a no vivir con un evento anual de evangelismo, sino a vivir nuestra vida llevando el Evangelio a los no creyentes, y a formar una iglesia con los ojos abiertos para ver a ese que viene por primera vez. ¿Qué pasa con el que está considerando por primera vez creer en Dios? ¿Qué pasa con el que no conoce la Palabra y está preguntándose si Dios realmente existe, o si debería quitarse la vida esta noche? Mi ahora esposo y yo empezamos a hablar mucho de eso, a ponernos en los zapatos de la gente que todavía no forma parte de la iglesia. Y cuando Dios me dio esa visión, yo ya no pude voltear atrás.

Casi puede parecer que nuestra visión es una locura. Hay quienes van a nuestra iglesia y dicen: «Es una iglesia de locos. Seguramente no predican la Palabra porque tienen luces y tienen pantallas». Si alguien va a nuestra iglesia por primera vez, tal vez le puede parecer muy superficial. Ahora en las iglesias en Estados Unidos es más común tener un buen sistema de audio, pantallas, luces y eso. Sin embargo, muchas iglesias en México no lo tienen. Entonces, el uso de la tecnología más moderna puede confundir a muchos y llevarlos a decir que «estamos diluyendo la Palabra de Dios».

Es verdad que en ciertos círculos existe la idea preconcebida de que una iglesia «moderna» y que usa luces en el servicio de adoración es una iglesia que no tiene un fundamento bíblico sólido. ¿Qué dirías al respecto? ¿Qué hacen ustedes para equilibrar ambas partes?

Mira, creemos que nada tiene que incomodar a las personas cuando llegan a la iglesia sino solo la verdad del evangelio. La verdad de que somos pecadores, que necesitamos arrepentirnos y que necesitamos a un salvador; que ese Salvador es Jesús, quien es Dios mismo que se hizo hombre para dar su vida por nosotros, y que hoy Él está vivo. Todo lo demás es periférico. En todo lo demás que rodea esa base de nuestra fe, nuestro objetivo es remover todos los obstáculos que sea posible para que la gente venga a Cristo.

Y esos obstáculos pueden ser pequeños o grandes. Nosotros ponemos atención hasta en los pequeños detalles: la forma en que recibimos a las personas en la puerta de la iglesia, la temperatura del aire acondicionado y la iluminación. Incluso entendemos que en los servicios de los domingos no podemos cantar horas y horas, porque eso es algo para los creyentes maduros. Alguien que no cree en Dios no puede estar mucho tiempo de pie cantando canciones que jamás había escuchado, a un Dios en el que posiblemente ni siquiera cree aún. Queremos salir de nuestra zona de confort, para que otros puedan sentirse cómodos.

La iglesia se puede disfrutar, y muchas personas jamás han tenido esa experiencia. Mi papá me decía: «¡Qué esperanza que en la iglesia nos pudiéramos reír, o que pudiéramos aplaudir! Yo llegaba a la iglesia y había una placa en el altar que decía “Calle delante de Él toda la Tierra”. Entonces, ¡pues ni hablábamos!». Ahora que mi papá está con nosotros, nos dice que disfruta mucho esta libertad. Creemos que definitivamente hay cosas que pueden sumar a crear ambientes irresistibles en donde la gente pueda realmente conectarse con Dios. Tratamos de quitar todos los obstáculos que sea posible para que la gente pueda acercarse con confianza.

Queremos ponernos en el lugar del otro y ofrecer una iglesia que sea una vía para que muchos vengan a Jesús. Queremos pensar más en los demás y no solo en los de casa. ¿Te imaginas cuánto vale la pena si se está salvando un alma? ¿Si alguien se está acercando a Jesús?

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Los críticos de Simone Biles pasan por alto la historia completa del abuso corporal

Algunos ven a la gimnasta olímpica como una atleta egoísta. Pero su salida de la competencia es un modelo de cómo honrar en lugar de despreciar nuestros cuerpos.

Christianity Today August 2, 2021
Picture Alliance / Contributor / Getty Images

Los Juegos Olímpicos siempre deparan sorpresas, y la primera semana de competencia en Tokio no ha sido la excepción. El martes, Simone Biles, capitana del equipo olímpico de gimnasia femenina de Estados Unidos, y la gimnasta estadounidense más galardonada de todos los tiempos, se retiró de la competencia por equipos tras haber tenido actuaciones poco habituales tanto en su rutina de salto como en la de suelo.

El miércoles, Biles también se retiró de la competencia individual, argumentando la necesidad de prestar atención a su bienestar mental. Con una posibilidad casi garantizada de dominar los juegos, la decisión de Biles es el ejemplo de algo inusual tanto en el deporte de competencia como en la cultura en general: la humildad y el coraje de decir «ya es suficiente».

Aunque muchos apoyaron la decisión de Biles, otros vieron su elección como un fracaso. Algunas voces conservadoras de los medios de comunicación, como Charlie Kirk, Matt Walsh y Jenna Ellis [enlaces en inglés], la consideraron una desertora y equipararon su deseo de priorizar su «salud mental» con una debilidad de carácter o una falta de fortaleza emocional. Llegaron al punto de acusarla de haber fallado a su equipo e incluso a su país. Otros recordaron el valiente salto en la barra de Kerri Strug en 1996, en el que la atleta se sobrepuso a una evidente lesión para realizar un segundo intento y finalmente llevó a su equipo al oro.

Después de todo, ¿no es el objetivo del deporte de competencia llevar el cuerpo humano a sus límites, o más allá de lo que creemos que son sus límites? Incluso el apóstol Pablo invoca la metáfora de someter el cuerpo a una rigurosa disciplina, cuando escribe en Primera de Corintios 9 que «todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. […] Golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado« (vv. 25-27, NVI).

Aunque estamos llamados a disciplinar nuestro ser físico (y también espiritual), llevar el cuerpo humano a sus límites no significa que los límites no existan. Estamos llamados a tener tanto la sabiduría como la humildad de respetar nuestras limitaciones.

Pero usted no sabría esto si se guiara por la cultura general de la Organización de Gimnasia de EE.UU. (USAG, por sus siglas en inglés). Durante décadas, la USAG ha negado deliberadamente tales límites, optando en cambio por tratar a los atletas como desechables, matando de hambre y empujando a los cuerpos de los jóvenes hasta un punto de ruptura, y luego deshaciéndose de ellos cuando ya no son útiles para el objetivo del equipo.

De hecho, fue dentro de esa cultura abusiva donde Strug logró su ahora famoso segundo salto. Fue en esta misma cultura donde los entrenadores de la USAG, Bela y Marta Karolyi, dirigieron su notorio «rancho» (una instalación de entrenamiento oficial cerrada a raíz de acusaciones de abuso) [enlaces en inglés]. Fue esta misma cultura la que entregó a gimnastas vulnerables y doloridas al médico del equipo y pedófilo Larry Nassar. Fue esta misma cultura la que encubrió los abusos de Nassar, permitiéndole seguir agrediendo a cientos de otras jóvenes gimnastas, incluida la propia Biles.

Ha costado décadas, pero la voluntad y la capacidad de Biles de decir no a esa cultura representa un cambio abismal. Como tuiteó la ex atleta olímpica y compañera de equipo de Strug, Dominique Moceanu, «la decisión [de Biles] demuestra que tenemos voz y voto a decidir sobre nuestra propia salud, una voz que nunca sentí que tuviera como atleta olímpica».

En los mismos Juegos Olímpicos que hicieron que Strug pasara a la historia, Moceanu, de catorce años, se golpeó la cabeza en la barra de equilibrio y se cayó. En lugar de ser evaluada inmediatamente por un médico, siguió compitiendo. Mientras tanto, la propia lesión de Strug en la barra de equilibrio pondría fin a su carrera gimnástica a los dieciocho años.

Estas historias contrastan con la de Oksana Chusovitina, la gimnasta uzbeka que fue celebrada la semana pasada por la longevidad de su carrera. Chusovitina se retiró finalmente a la edad de cuarenta y seis años, después de competir en la asombrosa cifra de ocho Juegos Olímpicos. Comenzó en 1992, cinco años antes de que naciera Biles. Y aunque los comentaristas pueden atribuir la longevidad de Chusovitina a su amor y compromiso con la gimnasia artística, me pregunto si la respuesta es mucho más sencilla. Tal vez las gimnastas disfrutarían de carreras más largas si no se abusara de ellas hasta el punto de no poder seguir compitiendo.

Eso es lo que me parece que no ven los críticos de Biles. Poco después de su retirada, la realidad de su historia se hizo más clara, y esa historia es mucho más oscura de lo que sugieren sus detractores.

Al mencionar la necesidad de priorizar su «bienestar mental», Biles mencionó que estaba experimentando episodios de «bloqueo mental», es decir, un fallo en la conexión mente-cuerpo que es esencial para realizar maniobras complejas. La desorientación aérea hace que la gimnasta pierda el sentido de su posición en el aire y pueda causar graves lesiones. También es una condición que puede ser provocada por un estrés y traumatismo extremos, como los que ha soportado la propia Biles.

«El problema de la expresión “salud mental” es que es una abstracción que permite minimizar lo que le ocurrió a Simone Biles y, en cierto modo, de lo que le sigue ocurriendo», escribe Sally Jenkins, columnista del Washington Post. «Hasta el día de hoy, los funcionarios olímpicos estadounidenses siguen traicionándola. Niegan que hayan tenido el deber legal de protegerla a ella y a otras personas del violador y pornógrafo infantil Larry Nassar, y siguen evadiendo la responsabilidad con maniobras judiciales. Para ella, el abuso es un problema vigente».

Digamos la verdad: Simon Biles es una atleta que compite bajo los efectos combinados de un trauma mental, emocional, sexual y físico. El hecho de que su conexión mente-cuerpo haya elegido este momento para fallar no debería sorprender a nadie.

Pero como atleta consumada y mujer madura que es, Biles también entiende el peligro que supone una mente desorientada. En lugar de seguir adelante, tuvo el valor de rechazar una cultura que busca ganar a cualquier precio y decir: «Ya basta».

Lo que es condenable es cómo muchos de nosotros confundimos su humildad y su valor con la humillación, la preservación egoísta o la idolatría al bienestar personal. Ninguno de nosotros puede conocer los motivos de Biles. A menudo ni siquiera entendemos los nuestros. Pero lo que sí podemos observar es la forma en que respondió a las limitaciones humanas en una cultura que habitualmente abusa de ellas. Cuando nos enfrentamos a dilemas similares, ya sea en nuestros trabajos, ministerios o relaciones, también podemos tener la humildad de aceptar nuestra propia fragilidad humana, y el valor de hablar con sinceridad sobre ella.

La encarnación de Cristo nos da un modelo de cómo honrar los mismos cuerpos que tan a menudo despreciamos. En última instancia, fue Su voluntad de aceptar los límites de nuestra carne —la debilidad, la enfermedad, la desorientación— lo que hizo posible nuestra salvación. No debería sorprendernos, pues, que abrazar nuestros propios límites nos lleve también a la libertad y a la vida.

Pablo dice en Filipenses 4:13: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Esa frase se invoca a menudo para celebrar el triunfo de la voluntad, pero podríamos aprender a leerla bajo otra luz, porque en el siguiente versículo, Pablo escribe lo siguiente: «Sin embargo, han hecho bien en participar conmigo en mi angustia».

Si la humildad nos enseña a aceptar nuestros límites, el valor nos libera para compartirlos con los demás. Como resultado, nos permite romper los ciclos de abuso y recibir el cuidado que necesitamos. El miércoles por la noche, después de lo que los críticos consideraron su mayor fracaso, Biles tuiteó: «La avalancha de amor y apoyo que he recibido me ha hecho ver que soy más que la gimnasia y todos mis logros, algo que nunca había creído de verdad».

Que todos tengamos presente lo mismo.

Hannah Anderson es autora de Made for More, All That's Good y Humble Roots: How Humility Grounds and Nourishes Your Soul.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Celebramos a estos atletas olímpicos cristianos de diferentes partes del mundo

Conozca a los hombres y mujeres que priorizan su fe mientras compiten en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.

Christianity Today August 2, 2021
VCG / Getty Images

La Ceremonia de Apertura acaba de comenzar, pero los Juegos de Tokio 2020 ya se sienten extraños. El gobierno japonés tomó la decisión de última hora de prohibir la entrada a los espectadores, y varios atletas tuvieron que abandonar tras dar positivo en la prueba de COVID-19, o bien ponerse en cuarentena por haber estado en contacto estrecho con quienes habían dado positivo.

Al igual que otros atletas olímpicos, los atletas cristianos han hecho sacrificios, han superado crisis de salud mental y se han esforzado al máximo para llegar a los Juegos. Pero han sido capaces de hacerlo con la convicción de saber dónde se encuentra su identidad definitiva. Muchos de ellos también han utilizado su plataforma para compartir la obra de Dios en sus vidas y para retribuir en respuesta a lo que han logrado. A continuación mencionamos a 14 atletas de todo el mundo que actualmente están en Tokio.

Lucas Lautaro Guzmán

Taekwondo (Argentina)

@lucastkd94

En 2012, Sebastián Crismanich se convirtió en el primer argentino en ganar una medalla de oro en taekwondo en los Juegos Olímpicos. Lucas Lautaro Guzmán espera convertirse en el segundo.

En 2019, ganó una medalla de bronce en el Campeonato Mundial de Taekwondo 2019 en la categoría de peso mosca masculino. Su logro ocurrió apenas tres meses después de que su madre falleciera tras una breve batalla contra el cáncer de mama. Aunque la pérdida fue difícil, Guzmán profundizó su fe y hoy dice que tiene mucho que agradecer.

Justo antes del comienzo de los Juegos Olímpicos, Guzmán celebró su cumpleaños número 27 en Kazajstán. En una foto con la descripción «Mi última foto con 26 años», escribió: «No siento que [me merezca] todo lo que estoy viviendo. …No puedo pedirle a Dios nada más, porque me da tanto que estoy más que completo y pleno. A pesar de todo [el éxito] externo que estoy recibiendo, les tengo que confesar que Cristo es lo mejor que me ha pasado. Y no quiero convencerlos de que piensen como yo. Al final, lo que decidimos es útil solo si hay evidencia en nuestras acciones y conducta».

Nicola McDermott

Salto de altura (Australia)

@nicolalmcdermott

«¿Cómo sería la vida entregada al deporte?». Nicola McDermott, especialista en salto de altura, plantea esa pregunta en su biografía de Instagram, y luego continúa con lo que significa vivir una vida buscando darle una respuesta digna a la pregunta. En la pista, McDermott, de 24 años, ganó una medalla de bronce en los Juegos de la Mancomunidad 2018 y estableció un nuevo récord personal el año pasado tras dejar Australia para entrenar en Europa durante la pandemia. Fuera de la pista, cofundó Everlasting Crowns, un ministerio en el que espera ver «compañeros atletas transformados por el amor perfecto de Jesús, plantados en iglesias y discipulados para ser una bendición en cada lugar al que sean enviados» [enlaces en inglés].

«Mi fe es la razón por la que he permanecido en el deporte tanto tiempo», dijo a The Guardian a principios de este año. «La fe es la confianza en las cosas que no hemos visto, ¿cierto? Hoy, para mí, es saltar dos metros. Cuando tenía ocho años, era saltar 1.15 m. Se necesita un poco de fe para creer en eso. Me centré tanto en el deporte hasta los veinte años que pensé que eso era lo que me haría feliz: cuando lograra ser una atleta olímpica, cuando lograra alcanzar algo, entonces sería feliz. Llegué a un nivel en el que tenía todo lo que había soñado, pero seguía insatisfecha. Me di cuenta de que había puesto mi identidad en mi desempeño y en mis logros. La fe para mí fue darme cuenta de que soy amada sin importar mi desempeño; el salto de altura es simplemente una forma de conectarme con Dios».

Ítalo Ferreira

Surf (Brasil)

@italoferreira

El surf hizo su debut en los Juegos Olímpicos y el campeón mundial de 2019, Ítalo Ferreira, ganó la primera medalla de oro masculina. El deportista de 27 años utilizó las redes sociales para alabar a Dios por la victoria, repitiendo el mantra que se llevó a Japón: «di amén que viene el oro». Ferreira dijo que oró estas palabras desde su cama, a partir de las 3 de la mañana, pidiendo a Dios que le ayudara a cumplir su sueño. «¡Y aquí está! Mi nombre en la historia del surf», dijo. Para ganar el oro, Ferreira tuvo que superar condiciones desfavorables, una tormenta que obligó a los surfistas a consolidar las competencias de dos días en uno, y una tabla que se rompió en los primeros minutos de la ronda en la que obtuvo medalla de oro. Entre lágrimas, continuó: «He entrenado mucho en los últimos meses y Dios ha hecho realidad mi sueño. Solo a Dios le doy las gracias por darme la oportunidad de hacer lo que me gusta».

Proveniente de un pequeño pueblo del noreste de Brasil, Ferreira ganó su primera competencia de surf dos meses después de que su padre, un hombre que compraba pescado a los pescadores y lo revendía a los restaurantes, le comprara por primera vez una tabla de surf. Cuando Ferreira ascendió rápidamente al mundo del surf de élite, ganó suficiente dinero para comprarle a sus padres una casa en la playa. «El océano tiene mucho peso en mi vida. Empezando por mi padre, que se ganaba la vida con el mar, vendiendo pescado, y yo, haciéndolo con el surf», dijo Ferreira en un video en el que animaba a profundizar la conversación acerca del océano. «¿Un futuro sin océano? Sería terrible. Creo que el océano es un regalo especial de Dios para la gente».

Charles Fernández

Pentatlón moderno (Guatemala)

@charlesfernandez_5

Cuando Charles Fernández tenía siete años, su familia se trasladó de Estados Unidos al país natal de su padre, Guatemala, para servir como misioneros. Años antes de que naciera su hijo, Carlos Fernández competía en el pentatlón moderno, que consiste en esgrima, natación de estilo libre, salto ecuestre y una prueba combinada de tiro con pistola y carrera campo a través. Carlos y su esposa, Esther, actualmente dirigen un ministerio en las montañas a las afueras de Antigua, Guatemala, sirviendo a la comunidad maya de los alrededores.

Después de competir en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 cuando tenía 20 años, en los cuales quedó en el puesto número quince, Fernández ganó los Juegos Panamericanos en 2019. «Al volver a mi país con dos medallas, definitivamente es una enorme bendición poder compartir estos momentos con personas que luchan todos los días por salir de la pobreza y darles la esperanza de Cristo», dijo Fernández tras ganar dos eventos regionales en 2018. «Por eso hago lo que hago, para ser una luz de Cristo para las naciones en este deporte». Durante toda la pandemia, Fernández, que también se considera trabajador social, ha viajado entre Estados Unidos y Guatemala para intentar ayudar a sus conciudadanos. «Mi objetivo como atleta es llevarles esperanza, mostrarles que todo es posible cuando se trabaja con esfuerzo», dijo [enlace en español] en una entrevista el año pasado. «Las dos formas en las que apoyo al país (socialmente y a través del deporte) son diferentes, pero gracias a Dios se complementan de una forma muy especial. Esta es la razón y la motivación detrás de lo que hago en los Juegos Olímpicos».

Jonatan Christie

Bádminton (Indonesia)

@jonatanchristieofficial

Ningún país tiene una población musulmana más grande que Indonesia. Pero uno de sus atletas más queridos es un jugador de bádminton de 23 años que ama a Jesús. Esta es una de las razones: en 2018, cinco años después de que Christie ganara su título internacional sénior a los 15 años, prometió a Dios que si llegaba a la final de individuales/singles masculinos de bádminton en los Juegos Asiáticos 2018, donaría la mitad del pago. Unas semanas atrás, un terremoto había sacudió la isla de Lombok, cobrando la vida de más de quinientas personas y desplazando a cerca de medio millón.

Christie ganó los Juegos Asiáticos, y luego pagó la reconstrucción de una escuela y dos mezquitas, con la esperanza de que su gesto ayudara a unir al país. A pesar de estos reconocimientos, Christie sigue siendo humilde. «No soy un hombre perfecto. Estoy lejos de ser una buena persona. Creo que no soy alguien que pueda ser un buen modelo a seguir porque yo mismo sigo luchando con muchos pecados», dijo Christie, quien actualmente ocupa el séptimo puesto en el ranking mundial, a principios de este año [enlace en indonesio]. «He aprendido mucho de la gente que me rodea sobre cómo caminar en comunión con Dios. Mi vida espiritual no está libre de problemas. Seguir a Jesús no siempre significa que todo vaya a estar bien. Todavía tengo que enfrentar muchas pruebas. Pero para mí, sean cuales sean las pruebas que Dios permita que enfrentemos, debemos seguir aprendiendo y creciendo. Si logramos superar un problema de la mano de Dios, debe abrirse una puerta nueva para que logremos ser más maduros a la hora de afrontar nuestros problemas».

Raelin D’Alie

Baloncesto 3×3 (Italia)

@rmdalie11

Raelin D’Alie mide 1.63 m y creció en Racine, Wisconsin. Pero en las próximas semanas representará a Italia como miembro de su equipo de baloncesto femenino de tres contra tres. La atleta de 33 años, que ha representado a Italia durante los últimos diez años, fue quien sumó el punto que clasificó al equipo para los Juegos Olímpicos tras empezar el partido 0-9.

El año pasado, la temporada de D’Alie con el Virtus Bologna fue suspendida debido a la pandemia. «Soy una persona de fe, así que mi respuesta al sufrimiento es orar y cantarle a Dios. Le dije a mi compañera de cuarto: “Este es un golpe muy duro para Italia”. Y oramos que Dios pudiera usar ese momento para darles también una de las mayores alegrías que hayan experimentado en un periodo corto de tiempo», dijo a The Journal Times. «Sé que Italia está muy orgullosa de que vayamos a los Juegos Olímpicos, y realmente espero hacer algo increíblemente especial para Italia, sobre todo por el sufrimiento por el que ha pasado durante los últimos 18 meses».

Yohan Blake

Atletismo (Jamaica)

@yohanblake

Usain Bolt no estará presente en estos Juegos Olímpicos, pero su compañero de entrenamiento de muchos años, Yohan Blake, sí competirá. En 2012, Blake terminó detrás de Bolt en las carreras de velocidad de cien y doscientos metros, y junto con otros dos compañeros jamaicanos, se llevaron el oro en los relevos 4×100 m. En 2016, alcanzaron el mismo resultado. Más allá de sus objetivos en el deporte, Blake aspira a ayudar a la gente. Según la biografía en su sitio web, él «se ve a sí mismo como puesto en la tierra por Dios para ayudar y cuidar de las ovejas como un pastor amoroso. Esa mentalidad lo ha convertido en la persona amable y sacrificial que es hoy. Un hombre que cree en nutrir a la juventud porque ellos son el futuro, y un hombre que ama y que ama amar».

Blake, cuya presencia en las redes sociales alterna versículos bíblicos y anuncios de su nuevo sitio web, competirá en los 100 metros masculinos.

Odunayo Adekuoroye

Lucha (Nigeria)

Solo una atleta nigeriana ha ganado una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. La luchadora Odunayo Adekuoroye cree que ella «definitivamente» será la segunda. «Creo que, por la gracia especial de Dios, es mi momento de brillar», dijo a principios de julio. «Así que definitivamente traeré el oro a Nigeria por Su gracia».

Adekuoroye creció en el suroeste de Nigeria y cuando era niña vendía productos en las calles. Primero se interesó en el atletismo, pero su deseo de viajar la alentó a practicar la lucha, una decisión que al principio sus padres no apoyaron. De adolescente, Adekuoroye les escondió su afición. Cuando descubrieron que había estado practicando la lucha a sus espaldas se resistieron, pero finalmente cedieron cuando su entrenadora ofreció pagar sus estudios y que viviera con ella. Su carrera ha transformado la situación económica de su familia: Adekuoroye pudo comprar un auto para su padre y abrir una tienda para su madre. «La lucha me dio fama, me sacó de la pobreza y me dio un nombre. Antes no teníamos nada en casa, pero cuando empecé a ganar dinero, aunque ahora no seamos ricos, estamos cómodos», dijo el año pasado.

Adekuoroye ha ganado dos veces los Juegos de la Mancomunidad y llegó a los cuartos de final en Río. «Como cristiana, creo en el principio de trabajar y orar como lo indica la Biblia», dijo antes de una competencia en 2015. «Y mis entrenadores y yo estamos trabajando, así que ahora solo queda que el pueblo nigeriano ore por el equipo».

Nick Willis

Atletismo (Nueva Zelanda)

@willisnick

Después de cuatro Juegos Olímpicos, el neozelandés Nick Willis regresó por el quinto. «No lo digo para alardear o presumir, pero simplemente me asombra ser capaz de hacer una carrera de dos horas y terminar sintiendo que fue un trote de diez minutos. Estar así de en forma es una experiencia única que pocos en el mundo pueden entender», tuiteó en 2019. «A veces quiero retirarme, pero Dios me ha dado este don, ¡así que correré y correré!».

¡Y vaya que ha corrido! Willis ganó dos veces medallas olímpicas para Nueva Zelanda en carreras de 1500 m: medalla de plata en 2008 en Beijing y de bronce en 2016 en Río. A pesar de representar a un país de Oceanía, Willis vive al otro lado del mundo desde que se mudó para asistir a la Universidad de Michigan. Fue allí donde, alentado por su hermano, se involucró en la organización Atletas en Acción [Athletes in Action] y se reencontró con la fe de su infancia, lo cual lo ayudó a sobrellevar la tristeza que todavía sentía por haber perdido a su madre a temprana edad. «Algo comenzó a tocar mi corazón, y me decía que mi mamá estaba mirando mi vida desde el cielo. Traté de combatirlo con más bebidas alcohólicas y noches de fiesta, pero el llamado en mi corazón se hizo cada vez más fuerte», escribió. «Llegó un momento en que ya no era posible negarlo. Sabía que Dios me estaba buscando, y que lo había estado haciendo por muchos años. Finalmente, decidí dejar de huir de Él».

Willis ha convertido su atletismo en casi una forma de adoración, como sugiere una conversación que relató en un tuit hace varios años:

—Papá, ¿por qué siempre corres?

—Porque le agradezco a Dios por darme piernas veloces.

—¿Sientes su poder en tus piernas cuando corres?

—Supongo que sí, ¡sí!

Wayde Van Niekerk

Atletismo (Sudáfrica)

@waydedreamer

Cuando Wayde Van Niekerk ganó la carrera de velocidad de 400 metros en Río y batió el récord de Michael Johnson, abrió inmediatamente la boca y alabó a Dios. «He soñado con esto desde que era un niño», dijo a la BBC. «Lo único que puedo hacer ahora es alabar a Dios. Me arrodillé todos los días y le dije al Señor que me cuidara a cada paso, le pedí al Señor que me llevara a través de la carrera y me siento realmente bendecido por esta oportunidad».

Al año siguiente, Van Niekerk volvió a dar gracias a Dios tras ganar una medalla de oro en los Campeonatos Mundiales de la IAAF . Pero el corredor sudafricano casi no ha competido desde entonces, tras romperse el ligamento cruzado anterior en un evento benéfico de rugby. Sin embargo, su fe no parece haber flaqueado. En sus publicaciones en Twitter e Instagram se pueden ver muchos versículos bíblicos. «Sé valiente en el Señor», tuiteó en un anuncio de una carrera reciente. En otro: «El amor fiel del Señor me sostiene».

An Baul

Judo (Corea del Sur)

@anbaul

Antes de entrar en su combate por la medalla de oro en Río, Baul An oró [enlaces en coreano]. «No oré que An Baul ganara la medalla de oro. Solo oré que hiciera lo mejor posible y que consiguiera volver a casa sin remordimientos. … Aunque no sean los Juegos Olímpicos, suelo orar así antes de cada combate». Campeón del mundo en 2015 y favorito a las medallas en 2016, An fue derrotado por el italiano Fabio Basile, quien había clasificado en el puesto 29 de su categoría de peso.

¿Le gustaría orar por el judoca surcoreano en estos Juegos Olímpicos? Estas son sus peticiones de oración: «Espero terminar bien el combate con todo el apoyo de los demás. Por favor, ore por nuestra seguridad y salud durante los Juegos, para que podamos hacerlo así de bien como practicamos, sin remordimientos».

Latisha (Yung-jan) Chan

Tenis (Taiwán)

@latishayjchan

Latisha Chan y su hermana mayor Chan Hao-ching jugarán por segunda vez consecutiva en los Juegos Olímpicos para intentar superar los cuartos de final, instancia en la que perdieron en 2016. Las hermanas, que actualmente ocupan el puesto veintiuno del mundo, fueron eliminadas en cuartos de final tanto en el Abierto de Francia como en Wimbledon a principios de este verano. Como jugadora de dobles femeninos y mixtos, Chan ha ganado casi tres docenas de torneos, que incluyen el US Open de 2017 junto a Martina Hingis y el Abierto de Francia de 2018, el Abierto de Francia de 2019 y el Campeonato de Wimbledon de 2019 con Ivan Dodig.

En 2015, Latisha, su hermana y su madre se bautizaron juntas. Para hacer frente a la presión, Chan suele buscar un rincón tranquilo, poner música y orar. «La mayoría de mis oraciones a nuestro Padre celestial no son para ganar los partidos, sino para pedirle su guía», dijo [enlace en chino] en 2017. «Oro para que no nos lesionemos y para que tengamos un buen partido. También para que, independientemente del resultado final, seamos capaces de aceptarlo y de tener una actitud humilde durante el proceso».

Cherelle Thompson

Natación (Trinidad y Tobago)

@cher_ellet

Cherelle Thompson quería formar parte del equipo olímpico el año pasado. Pero, como bien saben sus compañeros atletas, las cosas no siempre salen según lo planeado. Al no poder ingresar a una piscina durante los primeros meses de la pandemia del año pasado, Thompson reconoció su necesidad de aferrarse a su fe durante este tiempo. «Reconozco mi visión limitada de la vida y de mi futuro, y se la entrego a Él, por su soberanía y porque sé que Él cuida bien de los suyos», escribió. «Por mucho que me guste tener el control de todos los detalles y saber cómo va a ser cada paso, estoy confiando en Dios entregándole mi futuro. No estoy renunciando a la esperanza (de todo lo que quiero lograr), pero le estoy transfiriendo la autoridad sobre las áreas de mi vida que creía tener bajo control».

Ahora, de vuelta a la piscina, la joven de 29 años clasificó para los Juegos Olímpicos la última semana de junio y competirá en los 50 metros libres femeninos.

Joshua Cheptegei

Atletismo (Uganda)

@joshuacheptegei

En 2017, Joshua Cheptegei elogió en Twitter los logros del condecorado corredor de fondo Mo Farah. Entonces, un aficionado le respondió: «Joshua, ahora te toca ser campeón». Cheptegei aceptó la afirmación. «Solo mira al espacio, DIOS me tiene reservadas muchas medallas de oro, ÉL me fortalecerá, soy el guerrero del Señor», tuiteó.

En 2020, Cheptegei estableció el récord mundial de los 5 000 y 10 000 metros. A pesar de este éxito, el corredor ugandés conoce bien lo que es el fracaso.

Cuando Uganda organizó los Campeonatos Mundiales de Campo a Través de 2017, Cheptegei era la mejor opción del país anfitrión para conseguir el oro. Apenas cuatro meses antes de que publicara ese tuit, Cheptegei estaba a punto de ganar la carrera de 10 kilómetros sénior. Pero en su última vuelta, ante el público local, redujo su velocidad hasta el punto de ocupar el 30º puesto, una derrota que le dejó tan deprimido que intentó evitar a la gente durante semanas. Hoy en día, utiliza su voz para abogar contra la mutilación genital femenina.

Simone Manuel

Natación (Estados Unidos)

@swimone

En 2016, Simone Manuel se llevó cuatro medallas olímpicas, dos de oro y dos de plata: ganó el oro en los 100 metros libres y en los relevos 4 x 100 estilos. Se llevó la plata como parte de los relevos 4 x 100 metros libres y en la prueba de 50 metros libres. La cocapitana del equipo de natación, de 24 años, volverá a los Juegos Olímpicos este año, pero le costó llegar a ellos.

Durante meses, Manuel se vio afectada por el sobrentrenamiento, lo cual la dejó mentalmente deprimida y físicamente agotada, y que obligó a su médico a ordenarle que dejara de hacer ejercicio durante tres semanas en marzo de este año. En las pruebas olímpicas de junio, no logró clasificar para la final de los 100 metros libres. Pero ahora está en Tokio tras clasificar en los 50 metros libres. «Tuve que tomarme un momento para alabar a Dios», dijo Manuel a NBC Sports después de ganar esa carrera y asegurar su plaza en Tokio. «Quiero decir, este año ha sido difícil, especialmente los dos últimos meses, pero antes de la salida, sentí que era mi momento, y estoy muy agradecida por las bendiciones que Dios me ha dado».

Para la versión en inglés de este artículo se contó con la asistencia en traducción de Maria Fennita, Livia Giselle Seidel y Juhyun Park.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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La bendición oculta de la infertilidad

Nuestra incapacidad para tener hijos se convirtió en capacidad para hacer mucho más.

Christianity Today July 31, 2021

Esta es una versión revisada y corregida de la traducción publicada en julio de 2014.

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Hay cierta narrativa que domina la mayoría de las historias sobre la infertilidad. Comúnmente, vienen acompañadas de un sentido de angustia y pérdida abrumadoras, sin importar cual haya sido el resultado, de tal forma que contrastan tan drásticamente con mi propia experiencia que algunas veces tengo que recordarme a mí misma que yo también tengo una historia de infertilidad.

Ese término, estéril, puede ser el término apropiado médica y técnicamente, pero no es la palabra que yo usaría para describir mi vida. Una amiga me preguntó recientemente cuál sería mi consejo para alguien que luchaba con la esterilidad. «No estoy segura», le dije, «porque yo realmente no lucho con ello en lo más mínimo».

Aun cuando Dios no ha satisfecho el deseo que he tenido por muchos años de poder tener hijos, él ha llenado mi vida con tantos otros dones, que mi mayor lucha ha sido ser una administradora fiel de tanta abundancia.

Yo tenía 26 años cuando mi esposo y yo nos deshicimos de los métodos anticonceptivos.

Pero los hijos no vinieron.

Cuando me diagnosticaron endometriosis (la causa probable de mi incapacidad para concebir), me hicieron una cirugía correctiva. Mi doctor nos dijo que quedaría embarazada en los seis meses posteriores.

Pero aún así, los hijos no vinieron.

Mi esposo y yo decidimos que otros procedimientos para intentar concebir estaban fuera de consideración. Aunque somos Bautistas, nosotros creemos en los principios establecidos en el Donum Vitae («El regalo de la vida») de la Iglesia Católica, el cual hace distinción entre las intervenciones médicas que ayudan a la unión marital para lograr el embarazo de aquellas intervenciones que sustituyen el acto marital de la procreación. Nosotros estamos de acuerdo con la distinción hecha por algunos especialistas en ética y teólogos cristianos entre la procreación y la reproducción: mientras que la reproducción se puede lograr en una variedad de maneras, la procreación ocurre dentro del misterio de dos cuerpos que se convierten en una sola carne para producir otro cuerpo.

Éstas eran nuestras convicciones. Al apegarme a ellas, yo estaba lista para hacerle frente a las pérdidas que nuestra decisión conllevaría. Nunca me imaginé las ganancias que vendrían.

Gané quedar libre de la tiranía de las tecnologías reproductivas que hubieran transformado nuestro lecho marital en un sitio de fabricación; que hubieran convertido mi cuerpo en un depósito para agujas, hormonas artificiales y medicamentos; y que hubieran reducido el tiempo a una interminable serie de ciclos de 28 días.

Un amigo que ha servido como pastor durante muchos años, ha visto muchas parejas con problemas de fertilidad «que demandan el éxito. Cuando no lo alcanzan, se desesperan más sobre el fracaso del procedimiento que por la ausencia del hijo». Tales fracasos del esfuerzo humano y de la tecnología, él dice, «pueden, y a menudo causan, incluso mayor sufrimiento». Nuestra decisión nos liberó de ese sufrimiento potencial.

Si alguna vez me sentí inclinada a lamentarme por no tener hijos, Dios nunca me dio tiempo para hacerlo.

Pero aún más importante, mis ojos, puestos en una dirección distinta, quedaron libres para ver las cosas que Dios estaba trayendo a mi vida. Si alguna vez me sentí inclinada a lamentarme por no tener hijos, Dios nunca me dio tiempo para hacerlo. En respuesta a cada ferviente súplica privada que he hecho ante Dios, su respuesta ha sido una serie de puertas abriéndose de golpe: una oportunidad para las misiones, una nueva asignación para escribir algo, un contrato repentino de un libro, un trabajo inesperado, una promoción no buscada, la oportunidad de cuidar a mis padres en su vejez, un estudiante que necesitaba ayuda adicional, alguien diciéndome que soy su «madre verdadera», o alguien aceptando en su corazón mi consejo maternal.

Nunca perdí mi deseo de tener hijos, nunca dejé de guardar nombres preferidos en mi corazón —por si acaso. Pero, gracias a Dios, hace mucho tiempo perdí todo deseo de tener cualquier cosa que no me hubiera sido dada claramente por la mano de Dios, o cualquier cosa que no fuera una dádiva buena y perfecta proveniente de lo alto (Santiago 1:17, NVI).

La Biblia está repleta de historias de personas que decidieron encargarse de cómo lograr procrear, en lugar de confiar en Dios y en su tiempo propicio. Las consecuencias fueron devastadoras.

Hoy, según los Centros para el Control de Enfermedades de EE. UU., el 6 por ciento de las mujeres casadas, entre los 15 y 44 años de edad, son estériles. Si nuestras historias de infertilidad van a ser transformadas en narrativas de esperanza y sanidad, la Iglesia debe enseñar a mujeres y hombres cómo ver y responder a la infertilidad (o a la soltería, la discapacidad o cualquier otra manera de vivir que no se alinea con las expectativas típicas de la sociedad) dentro de la realidad más amplia del evangelio.

Por supuesto que no todo el dolor de la infertilidad puede ser eliminado. Pero mucho de este dolor es perpetuado por una cultura —incluyendo la cultura de la iglesia— que no enfatiza lo suficiente el florecimiento que viene con la aceptación de nuestros límites, en lugar de insistir inútilmente en superarlos.

Al decidir aceptar la vida y los límites que Dios me ha dado, mi vida ha llegado a ser enriquecedoramente fértil.

Karen Swallow Prior es profesora de inglés en Liberty University y es la autora de Booked y Fierce Convictions

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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News

Una docena de mujeres víctimas de violación denuncian a la Universidad Liberty por sus políticas sobre el abuso

La universidad está analizando acusaciones «profundamente preocupantes» de víctimas que afirman que sus procedimientos estaban «permitiendo violaciones dentro del campus».

Christianity Today July 29, 2021
Amanda Andrade-Rhoades / AFP

Una nueva demanda contra la Universidad Liberty afirma que la escuela cristiana evangélica, con base en Lynchburg, Virginia, «ha creado intencionalmente un ambiente en el campus» que hace que sea más fácil que ocurran ataques sexuales y violaciones.

La demanda señala directamente que el código de conducta del estudiante de Liberty, conocido como el «Liberty Way», se ha utilizado «como arma», y asegura que hace «difícil o imposible» que los estudiantes denuncien casos de violencia sexual. También asegura que dicha violencia, particularmente de parte de estudiantes masculinos atletas, se excusaba, mientras que las mujeres que informaban de ello se enfrentaban a represalias.

En una declaración escrita, la Universidad Liberty ha dicho que está investigando las acusaciones, acerca de las cuales ha dicho que serían «profundamente preocupantes, si resultan ser ciertas».

La demanda, presentada por doce mujeres que han preferido permanecer en el anonimato, fue entregada el martes 13 de julio en la Corte del Distrito Este de Nueva York y se informó de ello por primera vez en el noticiario de ABC 13 de Lynchburg [enlaces en inglés]. Se ha informado que el grupo de mujeres incluye a exempleadas de Liberty, estudiantes, y a una joven que asistió a un campamento de verano en el campus de la escuela como menor de edad.

Liberty estaba al tanto de que sus «políticas y procedimientos, tanto por escrito como en su implementación, estaban facilitando las violaciones en el campus», según la demanda.

Según algunas de las mujeres, todas identificadas como «Jane Doe» en la demanda para fines de anonimato, se les instó a no denunciar que habían sido violadas, porque de hacerlo, serían disciplinadas por la Universidad por haber violado el «Liberty Way», de acuerdo con la demanda.

Algunas mujeres que informaron de los ataques recibidos a la policía del campus supuestamente fueron sometidas a investigaciones que asumían que habían tenido sexo consensual a menos que pudieran probar lo contrario, dice la demanda.

Algunas, supuestamente, fueron multadas o penalizadas según el código de conducta, acerca del cual la demanda asegura que ha desanimado a otras víctimas a levantar la voz.

De acuerdo con la demanda: «El “Liberty Way” y el hecho de que haya sido usado como una amenaza, así como el bien documentado patrón de discriminación de la Universidad contra las víctimas y a favor de los agresores masculinos, creó una atmósfera en el campus que estaba impregnada de intimidación discriminatoria, ridiculización e insultos que llegaron a ser lo suficientemente severos como para alterar incluso el ambiente educativo y crear un entorno sexualmente hostil» para las demandantes.

El «Liberty Way» incluye normas para la vestimenta de los estudiantes y para lo que está permitido hacer en el tiempo libre, y no permite «relaciones sexuales fuera del matrimonio ordenado bíblicamente entre una persona nacida varón y una persona nacida mujer». Las medidas disciplinarias por violar el código de conducta incluyen puntos, multas, servicio comunitario y expulsión.

El código también prohíbe el acoso sexual, la discriminación y las agresiones.

En su declaración, Liberty señaló que el código de conducta incluye «políticas de amnistía» para animar a las víctimas a reportar cualquier agresión o discriminación sin temor a ser disciplinadas por su implicación en actividades tales como beber alcohol o sexo extramarital.

«Sería desgarrador que esos esfuerzos tuvieran el resultado que asegura esta demanda», dice la declaración.

«Indagaremos inmediatamente en cada una de estas afirmaciones para determinar qué se tiene que hacer para corregirlo, si resulta ser cierto. Debido a que las afirmaciones se han hecho de manera anónima y se retrotraen a hace muchos años (en uno de los casos a hace dos décadas), llevará algún tiempo averiguarlo».

Los doce supuestos casos incluyen tocamientos no consentidos, acoso de parte de un compañero de trabajo y violaciones tanto de conocidos como de desconocidos. Una estudiante afirma que fue amenazada con la expulsión si no se casaba con su novio después de quedar embarazada.

En uno de los casos incluidos en la demanda, una mujer identificada como «Jane Doe 12», quien había asistido a un campamento de debate en la Universidad Liberty en el verano de 2000, cuando tenía 15 años, dijo que un hombre la atrapó en uno de los dormitorios femeninos y la condujo a las duchas; después la arrojó a un asiento del atrio y la atrapó de nuevo. Ella consiguió zafarse empujándolo con los pies mientras él le manoseaba las piernas y los pechos, y después lo mordió mientras él intentaba estrangularla, según la demanda.

Cuando esta mujer anónima llamó al departamento de policía de la Universidad de Liberty, supuestamente fue obligada a ir a la comisaría en el mismo coche que su atacante, y fue acusada de inventarse la agresión y se le dijo que si no retiraba la demanda sería acusada criminalmente por haber presentado una denuncia falsa.

Asegura que la mantuvieron durante ocho horas sin comida ni bebida, y no contactaron ni a su madre ni a un psiquiatra infantil. También afirma que fue fotografiada desnuda por una entrenadora en debate, y se le requirió que se lavara las manos, destruyendo cualquier evidencia de ADN que pudiera haberse quedado bajo sus uñas durante la pelea.

Ella dijo que su asaltante resultó ser Jesse Matthew, quien fue condenado más tarde por asesinar a dos mujeres estudiantes de la Universidad Virginia Tech y de la Universidad de Virginia, según la demanda.

A las mujeres las representa el abogado John Larkin de Gawthrop Greenwood, PC, cuyas oficinas se encuentran en West Chester, Pennsylvania, y en Wilmington, Delaware.

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel

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Liderar en oración

Max Lucado habla acerca de cómo las buenas oraciones sacuden los cielos y dan forma a la comunidad.

Christianity Today July 29, 2021
Courtesy of Max Lucado

Cuando eres Max Lucado, todo el mundo te pide que ores. En la iglesia. En las fiestas. En los eventos deportivos, los cumpleaños, las reuniones y las inauguraciones. Si lideras una iglesia, sabes cómo se siente. La mayoría de la gente piensa que la oración es un acto solitario, pero para ti es mucho más que eso. Implica ponerse delante de los demás y dirigirse a Dios a nombre de ellos. Significa dar voz a las necesidades y deseos de toda una comunidad. En su último libro, Antes del amén (HarperCollins), Lucado comparte lo que piensa sobre «el poder de una oración sencilla». Queremos saber lo que él ha aprendido acerca de orar en público y liderar a otros en oración.

¿Qué es lo que hace que una oración sea buena?

Una oración no es más que una conversación honesta con Dios. Una buena oración crea la sensación de comunión entre aquel que ora y Aquel que escucha. En nuestro corazón, todos tenemos miedo de quedarnos solos. Desde los mismísimos Adán y Eva escondidos en un arbusto, todos hemos batallado con esta sensación de distancia entre nosotros y Dios. Así que una buena oración restablece la sensación de comunión con Dios. Sabemos que no estamos solos.

En su último libro, usted confiesa ser «débil en la oración». ¿Cómo puede reconocer sus faltas en esta área sin perder la credibilidad a los ojos de la gente a la que lidera?

A menudo la gente da por hecho que todos los líderes de iglesia tienen unas vidas de oración realmente sólidas. Así que siempre es alentador cuando estos reconocen sus luchas en esta área. Y yo en verdad que lucho con ello.

Algunos días estoy muy ocupado. Hoy mismo estoy en uno de esos días. Llegué a casa esta mañana de un viaje que se retrasó. Entonces recordé que mi hija estaba utilizando mi carro, y tuve que buscar a alguien que pudiera traerme a la oficina. El día empezó complicado. Me encantaría poder decir que me levanto temprano cada mañana y tengo un largo y sólido tiempo de oración. Pero no siempre lo hago. Y los días en que no lo hago, no pasa nada.

Pero es un acto de equilibrio. Aunque admito que soy débil en la oración, también digo que me estoy recuperando. Estoy haciendo progresos. Los líderes podemos comunicar que batallamos en ciertas áreas de nuestra vida, pero también que estamos trabajando en ellas. No queremos agobiar a la iglesia con nuestros fracasos. Lo que es saludable para una iglesia, para un grupo, es que el líder diga: «Sí, también estoy luchando con esto. Y esto es lo que he aprendido».

¿Cómo ora públicamente de tal forma que sea de ayuda para los que le escuchan? ¿La oración en público cambia la manera en la que ora?

Sí que lo hace. Orar en beneficio de otros es un gran privilegio que tenemos como pastores. Es un honor ponerse delante de ellos en el nombre de Dios, y pedirle que bendiga, anime y fortalezca a estas personas. Cuando lleguemos al cielo, puede que nos encontremos con que esta fue la mejor parte de todo lo que hicimos.

Esto también nos da la oportunidad de ser un modelo de oración sincera. Jesús fue muy duro con los líderes religiosos que hacían un teatro de sus oraciones. Tenemos la oportunidad de dar forma a una oración honesta y que venga del corazón. Que el Señor nos libre de usar esas oportunidades para orar en público como un tiempo para exhibir nuestra espiritualidad. Cada fin de semana digo: «Señor, perdona a este que va a hablar. Sus pecados son muchos». Lo hago de corazón. Y a lo largo de los años la gente ha dicho: «El hecho de que usted esté dispuesto a reconocer esto antes de predicar hace que tenga más ganas de escucharlo».

Todos pasamos por momentos en los que no nos sentimos muy espirituales, o nos sentimos abiertamente desanimados. ¿Cuál es el modo correcto de orar por otras personas cuando uno está en ese lugar?

Me convertí en cristiano cuando estaba en la universidad, y comencé a asistir a la iglesia. Me sorprendió cuando el ministro comenzó un día el sermón orando: «Señor, no me siento muy religioso hoy. Ha sido una semana dura. Pero si puedes usarme para animar a esta iglesia, realmente lo apreciaría». Significó mucho para mí, como joven, escuchar aquello. No sabía que estaba permitido.

Ningún predicador se siente fuerte y justo cada domingo. Este pastor se ganó mi cariño al reconocerlo. Y creo que era el modo apropiado de manejar sus emociones. Lo he hecho unas cuantas veces a lo largo de los años.

Si he de ser sincero, me encanta predicar. Así que cuando me pongo de pie para hacerlo, normalmente me siento bastante entusiasmado, porque de todo lo que conlleva el liderazgo de una iglesia esa es la parte que más me gusta. Pero ha habido ocasiones en las que he dicho: «Señor, tienes que ayudarme hoy, por alguna razón no siento que mi motor esté funcionando correctamente».

¿Hay errores comunes que usted ve que los pastores cometen en la oración pública?

Siempre es un error tratar de impresionar a la gente con tu conocimiento o tu elocuencia en la oración. Sencillamente, no veo que nunca sea el momento de usar la oración para autopromocionarse. Y la gente es muy sensible para detectar la hipocresía de un líder de iglesia. Es como si lo olieran. Realmente desacredita a un ministro, o una ministra, cuando utiliza la oración, de entre todas las cosas, para lucir su espiritualidad.

Lo que podemos hacer es ser modelos de la seriedad y la constancia de la oración, y de su genuina importancia. Cuando la oración es honesta y genuina, vale más de cien sermones sobre la oración. La oración no necesita ser larga, pero sí necesita ser sincera.

¿Puede tener la oración una función similar a la predicación? ¿No solo para comunicarse con Dios, sino también para exponer algo sobre él?

Muchos de los salmos declaran las características de Dios. Declaran su santidad, su fidelidad, y relatan cómo sacó de la cautividad a los hijos de Israel. Así que sí, hay lugar para eso en la oración.

Tenemos un líder en nuestra iglesia que, cuando ora, a menudo reafirma las características de Dios. Al principio me opuse en cierta medida: ¿Por qué está diciendo: «Dios, tú eres fiel. Dios, tú eres bueno. Dios, tú eres amable»? ¡Que comience con las peticiones!. Pero ahora creo que él está haciendo algo muy valioso. Necesitamos que se nos recuerden las características de Dios. «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre», nos enseñó a orar Jesús. Lo que estamos haciendo ahí es declararlo. Nuestra oración no va a hacer a Dios más sagrado ni más santo. Solamente lo declaramos para nuestro corazón, y creo que lo hacemos en la presencia del diablo. El diablo necesita saber que creemos que Dios es santo, y que nosotros estamos de parte de Dios. Así que creo que hay un tiempo de declarar los atributos de Dios en oración.

Todos hemos sido parte de un servicio en el que la oración parece estimular a la gente y unirla. ¿Qué papel juega la oración en la formación de la comunidad de la iglesia?

Hemos visto esta dinámica en nuestra propia congregación. Experimentar el gozo de la oración respondida es una forma maravillosa en que la iglesia se une. Hemos visto el poder de la oración al ir hacia una iniciativa importante.

Ahora mismo estamos tratando de discernir si es el momento para que hagamos algunas mejoras importantes en la iglesia. Los ancianos ya han pasado cuarenta días en oración, y ahora estamos recogiendo datos de lo que va a costar. Llevaremos eso a la iglesia y les diremos que ahora ellos oren durante cuarenta días. Después nos juntaremos y tomaremos una decisión. Presentar las iniciativas importantes en oración es esencial. Cuando la iglesia ora acerca de estas decisiones, eso enseña a los individuos a orar también por sus decisiones personales.

Supongo que, en la mayoría de los contextos, cuando es necesario orar públicamente, la gente le pide a usted que lo haga. Eso es un privilegio. ¿Es también una molestia?

Realmente es un privilegio. Ocurrió hace justo un par de semanas en la inauguración de una casa de nuestro vecindario. Fui más que nada como un vecino. Pero el propietario de la casa nos juntó a todos y dijo: «Eh, gracias por venir a ver nuestra nueva casa. Estamos felices de estar aquí. Y, oigan, aquí está Max. Max, ¿podrías orar por nosotros?». Lo vi como una clara oportunidad.

Los ministros necesitamos sentirnos agradecidos por esas oportunidades. Deberíamos estar agradecidos de que cualquiera nos invite a orar. No te puedes resentir por eso. Incluso en nuestra sociedad, cada vez más secularizada, la gente quiere orar. Quieren hablar con Dios. Tienen algo dentro de ellos que desea conectarse con su creador, sea como sea que lo definan. Así que para nosotros es un gran privilegio como ministros ser llamados a orar y liderar de forma genuina a la gente hacia la presencia de Dios. Aprovechemos cada oportunidad que se nos presente.

Hubo una época en la que iba al hospital y me sentía incómodo preguntándole a un desconocido: «¿Le gustaría que ore por usted?». Pero ahora no lo pienso. Todo el mundo quiere que oremos por ellos. Aunque no nos pidan que lo hagamos, si están en la cama de un hospital, necesitan fortaleza. Y esa es una gran oportunidad.

Muchas veces los nuevos creyentes dudan a la hora de orar. ¿Cómo podemos hacer que los nuevos creyentes comiencen a orar?

Bueno, es a ese público al que me dirijo en este libro, Antes del amén. Es para las personas que luchan con la oración, porque creo que la gente tiene miedo de orar mal, de no tener las palabras correctas para orar, o de decir algo equivocado. Podemos ayudar a la gente a eliminar todos esos miedos. Les hacemos un maravilloso favor al recordarles lo que nuestro Señor Jesús nos enseñó, y es que cuando ores digas solamente: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre».

Comenzamos a hablar a Dios como nuestro padre celestial. Y hay un gran poder al recordar que Dios quiere que le conozcamos como un padre. Un buen padre no se aparta de sus hijos. El simple hecho de avanzar en esa sola verdad hace que muchos crezcan enormemente en la comprensión de la oración.

¿Ha habido ocasiones en las que ha orado públicamente y que, al mirar atrás, dice: «Vaya, esa oración no fue buena»?

Ha habido ocasiones en las que he orado en público muy apasionadamente y al final del día he pensado: Me he dejado llevar en esa oración, ¿verdad?

Después de cada sermón invitamos a la gente a venir al frente para orar. El pasado fin de semana mucha gente pasó al frente, y llenaron los pasillos. Hice una de esas oraciones urgentes levantando las manos al cielo. Suplicaba al Señor: «Por favor, bendice a estas personas. ¡Sana a estas personas!». Fue una oración muy apasionada.

Más tarde me preocupé porque quizá me había dejado llevar. Pero entonces me detuve a pensarlo y me dije que no, que hay un lugar para ello. Está bien hacer oraciones serias, y otras pasionales, y otras fervientes. Todas ellas son bien escuchadas en el cielo.

Mi papel como uno de los ministros de nuestra iglesia es ofrecer oraciones a Dios públicas y fervientes. Es mejor dar la impresión de ser demasiado dramático siendo sincero, que no serlo y dar la impresión de ser hipócrita.

A veces me arrodillo enfrente de la iglesia. Cuando la gente viene al frente para orar, me arrodillo con ellos, porque a veces no sé qué más hacer.

La gente viene a la iglesia con muchísimos problemas, y les decimos: «Traigan sus problemas a Dios y él los ayudará». Realmente es una oferta enorme. Así que yo tengo que decir: «Dios, ahora tú tienes que hacer tu parte. Yo les he dicho que vengan y hablen contigo».

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Theology

«Purificaos»: Jesús y el mundo de la impureza ritual

Estos mandamientos bíblicos precisamente nos recuerdan el significado de nuestros cuerpos.

Christianity Today July 29, 2021
Illustration by Duncan Robertson

En su éxito de ventas The Year of Living Biblically [El año de vivir bíblicamente], el judío secular A. J. Jacobs se da a la tarea de seguir las leyes bíblicas [del Antiguo Testamento] literalmente durante un año. Sus aventuras apedreando a aquellos que quebrantan la ley del sabbat, batallando con las telas mezcladas, manejando serpientes y honrando a las viudas son fascinantes y a menudo hilarantes, y han conducido a la producción de una comedia para la CBS.

En uno de los capítulos explica su intento de evitar el ritual de impureza asociado con las descargas genitales mientras su mujer está menstruando (Levítico 15:19-23, NVI). No precisamente contenta con la situación, ella se dedica a sentarse en cada silla de la casa antes de que él regrese. Al final, él opta por llevar siempre consigo una silla plegable porque, de verdad, ¿quién puede estar seguro de quién se acaba de sentar en un asiento del metro o en la silla de un restaurante? (Rachel Held Evans completó un cómico desafío similar en su libro de 2012 A Year of Biblical Womanhood [Un año de feminidad bíblica]).

Parte de la razón por la que esta historia es tan graciosa es porque raya en lo absurdo, especialmente vista a través de la lente de nuestra modernidad occidental, que sin querer da forma a nuestra interpretación de las Escrituras. Encontramos raro o profundamente inapropiado actuar de manera diferente —y mucho menos preguntar— si una mujer está menstruando, y de ahí que la idea de una regulación o restricción bíblica sobre esos días del mes de una mujer parezca absurda.

Es fácil ignorar o pasar por alto el hecho de que en la Biblia, las cuestiones de pureza ritual son en realidad importantes. Lejos de ser una extrañeza legalista y arcaica del Antiguo Testamento, el compromiso con la pureza también era sumamente importante para Jesús.

El sistema de pureza ritual es una piedra angular en la vida judía del segundo templo, y las acciones de Jesús revelan que él encarna una especie de santidad contagiosa que supera las fuentes de impureza que podrían contaminar al pueblo de Dios. Si no comprendemos el modo en que el sistema de pureza ritual funciona, y cómo las acciones de Jesús evidencian la irrupción de la santidad de Dios en el mundo, nos perdemos parte del excepcional testimonio del Nuevo Testamento.

En Mateo 9:18-26, por ejemplo, leemos el relato del líder de una sinagoga cuya hija ha muerto, mismo que se interrumpe abruptamente por otra historia acerca de una mujer que «padecía de hemorragias» desde hacía doce años. El lenguaje de nuestras traducciones oscurece los aspectos clave de este pasaje que lo conectan directamente al contexto judío del primer siglo. Las historias no parecen tener nada que ver entre sí, y la composición del pasaje parece rara y azarosa. Es precisamente la comprensión del sistema de pureza ritual, y la disposición de Jesús hacia él, lo que desbloquea el significado de este curioso pasaje.

El experto en Nuevo Testamento Matthew Thiessen explica en Jesus and the Forces of Death [Jesús y las fuerzas de la muerte] que la vida comunitaria del antiguo Israel se estructuraba alrededor de dos dicotomías: lo santo frente a lo profano o común, y lo puro frente a lo impuro. Las ubicaciones principales de la santidad se encuentran en el sabbat (Éxodo 20:8-11), en el tabernáculo o el templo (Éxodo 40:34-38), y en el mismo pueblo de Israel (Levítico 11:44-45). Debido a que Dios literalmente habita en estas entidades, se deben proteger y administrar con particular cuidado.

Los estudiosos dividen la impureza bíblica en ritual y moral. La impureza ritual es inevitable, natural, contagiosa y por lo general está relacionada con «lavar y esperar» (llevar a cabo un baño ritual, seguido de cierto periodo de mantenerse alejado de los espacios sagrados).

La impureza ritual cae dentro de tres categorías: enfermedades de la piel (tsara’at en hebreo, lepra en griego, que a menudo erróneamente se interpretan de forma literal como la enfermedad que hoy en día conocemos como «lepra»), descargas genitales y cadáveres. Como explica Thiessen, cada una de estas categorías representa las fuerzas de la muerte: los poderes que actúan contra la vida humana y su prosperidad. Alguien en un estado de impureza ritual no podía entrar en contacto con la santidad de Dios, porque Dios huye de la impureza (Ezequiel 10-11). Así pues, aunque la impureza ritual no es en sí pecado, si los israelitas no la trataban con propiedad podía conducir a la falta de santidad y a un consecuente alejamiento de la presencia de Dios.

La impureza moral, por el contrario, se refiere a una conducta pecaminosa (la idolatría, el incesto, el asesinato) que da como resultado una profanación del pueblo, del santuario y de la tierra. La impureza moral es evitable, voluntaria y no contagiosa; también incita el castigo divino, requiere una expiación y, si no disminuye, conduce al exilio.

Jesús se enfrenta a las tres fuentes de impureza ritual en la historia de su extraordinario ministerio que se desarrolla en los evangelios. Al comprender las leyes de pureza ritual nos damos cuenta de que Mateo 9:18-26 (y sus pasajes paralelos, Lucas 8:41-56 y Marcos 5:22-43) están centrados en cuestiones de pureza ritual.

Lo que las traducciones ocultan sutilmente es que las «hemorragias» de la mujer son en realidad un caso de descargas genitales anormales que la hacían parecer impura y, por lo tanto, incapaz de entrar en los patios del templo, y posiblemente en la ciudad de Jerusalén. Y esto tuvo lugar durante los doce años que llevaba enferma de la hemorragia (Levítico 15:25). Para ella esto había representado una pérdida monumental en lo social y lo espiritual, dado que el templo de Jerusalén era el centro de la adoración y la vida religiosa.

Hay una pista en Mateo 9 que indica la seriedad con la que Jesús se tomaba los mandamientos del Antiguo Testamento. En la mayoría de las traducciones de Mateo 9 al español, la mujer estira la mano hacia Jesús y toca «el borde del manto» (v. 20), una traducción extraña y desfasada para los lectores modernos. Lo que dice el griego en realidad es que ella estira la mano y toca el kraspedon (los flecos) de su prenda. En Números 15, Dios ordena a los israelitas que lleven flecos para recordarle a la gente que buscaran la santidad, un mandamiento que todavía muchos judíos observan hoy en día.

En particular, cuando la misma palabra griega (kraspedon) aparece en Mateo 23:5 —donde Jesús censura a los fariseos por su vistosidad—, las traducciones al español traducen la palabra por «borlas». El contraste entre los dos capítulos oculta la conexión de Jesús con las prácticas judías y le distancia de las costumbres de los fariseos. En realidad, tanto Jesús como los fariseos llevaban borlas o flecos. Como escribe Thiessen, la realidad es que Jesús era «así de judío». Es precisamente la condición de judío de Jesús la que nos revela de qué trataba su misión y, a su vez, a qué debería parecerse nuestra comisión como sus discípulos.

La hija del líder de la sinagoga, del mismo modo, representa la impureza de los cadáveres y, por tanto, es otra fuerza opositora de la vida y el bienestar de Israel. Los cadáveres eran la fuente más poderosa de impureza ritual en el sistema de pureza sacerdotal; mientras que las otras dos fuentes se transmitían por contacto, aun la proximidad a un cuerpo fallecido podía volverle a uno ritualmente impuro (Números 19:14-16). Y, en una simbólica trilogía, la historia de Jesús sanando a un hombre de lepra precede a este pasaje en los tres evangelios sinópticos.

Según las leyes de la pureza ritual, Jesús tendría que haber entrado en un estado de impureza cuando la mujer que sangraba tocó su ropa, y cuando tocó a la niña muerta para devolverla a la vida. En realidad, ocurre todo lo contrario. En vez de que esas impurezas se transfieran a Él, su santidad contagiosa se transfiere a ellos.

A lo largo del Antiguo Testamento hay dos líneas dominantes en la narrativa de Israel. Por un lado, Israel debe guardar, preservar y administrar cuidadosamente la presencia de Dios en medio de ellos. Como le dice Dios a Moisés y a Aarón en Levítico 15:31: «Ustedes deben mantener apartados de la impureza a los israelitas. Así evitarán que ellos mueran por haber contaminado mi santuario, que está en medio de ellos».

La santidad de Dios habitaba en medio de Israel, el sabbat, el tabernáculo y el templo, señalando hacia la consumación final de la creación: la presencia de Dios sin restricciones y la eliminación de las barreras entre lo secular y lo santo. La tradición judía describe el mundo que está por venir como «un día que será sabbat por completo» [Misná Tamid 7:4; Génesis Rabá 17:5, enlaces en inglés], y a menudo las Escrituras ofrecen una visión escatológica en la que la santidad de Dios al final envuelve todo el espacio y el tiempo (Zacarías 14; Apocalipsis 21).

Aquí descansa la segunda línea de la narrativa: la santidad de Dios que habita dentro de Israel se expandirá hacia el mundo ordinario que está más allá. Esta trayectoria está presente desde el principio, y se origina en el llamado de Dios a Abram en Génesis 12:3 («¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!») y encuentra su eco a lo largo de la literatura profética.

Isaías imagina un día en el que «rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas» (Isaías 11:9) y declara: «Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra» (49:6). Zacarías 14 visualiza un día en el que la mayoría de los objetos mundanos serán tan santos como los instrumentos del templo de Jerusalén.

En la narrativa de las Escrituras hebreas, la santidad guardada por Israel coexiste con la visión de que un día la presencia de Dios fluirá mucho más allá de estos límites y parámetros prescritos.

La tensión entre la separación de Israel del mundo demandada por Dios, y su vocación de traer la santidad de Dios hasta los confines de la tierra encuentra su resolución en la vida y la obra de Jesús. En Cristo, la santidad sobrepasa las fuentes de la impureza, y la vida abundante sobrepasa las fuerzas de la muerte.

El reino de Dios se abre paso a través del toque santo y sanador de Cristo.

Cuando se le pide que autentifique su ministerio y su condición de mesías en Mateo 11, Jesús señala a lo que se puede ver y oír como resultado de su obra. Al reverberar el eco de Isaías 61, Jesús declara: «Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas» (Mateo 11:5). La restauración física y tangible que se expande hacia el mundo a través de Cristo confirma su identidad divina.

Mientras que los cristianos occidentales a menudo viven su fe de un modo que separa nuestros cuerpos de nuestros espíritus, esta división es completamente ajena a la cosmovisión hebrea. Con demasiada frecuencia, el cristianismo ha caído preso del marco filosófico del dualismo platónico, en el que dos mundos separados —uno físico y temporal, otro invisible y eterno— se oponen entre sí.

Esta cosmovisión enseña que nuestros cuerpos pertenecen al mundo material y que por lo tanto están encadenados a los procesos físicos del cambio, el declive y finalmente la muerte. Nuestras almas, en cambio, se originan en un mundo espiritual invisible y después de la muerte regresan a él para su recompensa o su castigo.

Por el contrario, el judaísmo siempre ha sostenido una espiritualidad corpórea, donde la gente vive su fe a través de sus cuerpos, no en una especie de guerra contra ellos. De hecho, la fe es lo que los judíos ven y oyen (y también lo que comen, lo que llevan puesto, lo que recitan y declaran). La Torá enseña a los judíos cómo ordenar sus vidas, cosa que necesariamente implica lo que hacen con sus cuerpos.

Como explica Daniel Boyarin, historiador judío de la religión, generalmente el cristianismo ha concebido a los seres humanos como almas en cuerpos, mientras que el judaísmo los ha concebido como cuerpos con alma. Según la definición judía, el cuerpo no es una condición accidental de nuestra humanidad; más bien constituye el fundamento de lo que significa ser humano.

Con respecto a esto, el judaísmo tiene mucho que enseñarnos acerca de nuestra corporeidad y lo que significa comprometer nuestros cuerpos a la adoración y el discipulado. De hecho, tiene mucho que enseñarnos acerca de cómo leer el Nuevo Testamento, así como el Padre Nuestro. Para algunos, las palabras son tan familiares que fácilmente podemos ignorar el proceso de entrar y meditar de verdad en su significado.

Observen «venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10). El texto no dice: «Llévanos al cielo, para que podamos estar en el lugar donde se hace tu voluntad». La imaginería es la de un movimiento hacia abajo del reino de Dios; su presencia y su realidad irrumpiendo en este mundo, no nosotros trascendiendo este mundo físico y material. Este mundo es al que Dios quiere que su reino venga, y a nosotros se nos encarga ser embajadores de ese reino: aquí y ahora, en estos cuerpos.

El evangelio de Jesús trata del reino de Dios, su poder y presencia en medio de nosotros. Trata del no final y definitivo de Dios a todas las fuerzas que obran contra la vida humana y su prosperidad. Para nosotros, se trata de vivir en ese reino, de conformar nuestras vidas alrededor del mismo, y de señalar a los demás hacia él. Se trata de la expansión de la santidad que Jesús encarnó.

Esta visión se refleja en el encargo que Jesús les hace a sus discípulos en Mateo 10. ¿A qué exactamente envía Jesús a sus primeros discípulos? «Dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: “El reino de los cielos está cerca”. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los que tienen lepra, expulsen a los demonios. Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente» (vv. 7-8). Comprensiblemente, esta comisión a muchos nos incomoda. Después de todo, ¿cuándo hemos resucitado nosotros a los muertos?

Aun para la gran mayoría de nosotros que no llevamos a cabo resurrecciones, a nosotros, al igual que a Jesús, se nos llama a luchar contra las fuerzas tangibles de la muerte en nuestra cultura. ¿Cuáles son exactamente esas fuerzas? Son todo aquello que oprime al pueblo de Dios y obra contra la irrupción de su glorioso Reino en nuestras vidas y comunidades.

Ser embajadores de este reino significa preocuparse profundamente de los cuerpos y de las fuerzas de la muerte que se oponen a ellos. Si Dios está obrando activamente para redimir este mundo, entonces el modo en que comprendemos nuestra misión y el servicio al reino puede que sea mucho más amplio de lo que habíamos imaginado.

Jennifer M. Rosner es profesora adjunta de Teología Sistemática en el Seminario Teológico Fuller y autora de Finding Messiah: A Journey Into the Jewishness of the Gospel (IVP, 2022).

Traducción por Noa Alarcón

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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Lo que Dios nos enseña sobre el quebrantamiento de los votos matrimoniales

La Iglesia puede ofrecer gracia a los divorciados en lugar de cargarlos con culpa.

Christianity Today July 27, 2021
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Yohann Libot / Leighann Blackwood / Unsplash

Esta es una versión revisada y corregida de la traducción publicada en marzo de 2014.

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Muchos cristianos divorciados han sentido que entran a la iglesia con una letra «D» en color rojo escarlata como insignia. La autora Elisabeth Corcoran era una de ellos. Después de que su matrimonio de casi 19 años se deshizo, Corcoran tuvo que lidiar con el dolor, la confusión y la vergüenza. Esos sentimientos se incrementaron cuando, poco después de su divorcio, le pidieron amablemente que cancelara su participación en un evento femenil navideño donde iba a dar un mensaje. Por supuesto, la petición se hizo procurando no hacer mucho ruido.

Después de la publicación reciente de su libro, Unraveling: The End of a Christian Marriage [Deshilachado: El final de un matrimonio cristiano], Lea modera un grupo para divorciados en Facebook. Ha escuchado cientos de historias similares. Los divorciados suelen escuchar estas palabras: «Dios aborrece el divorcio». Al escuchar eso, una mujer divorciada respondió escribiendo: «Lo sé, yo misma no soy una aficionada del divorcio».

Mientras que las investigaciones muestran que los matrimonios entre creyentes que practican su fe activamente tienen mejores resultados que otros matrimonios, el porcentaje de divorcios dentro de la iglesia es alarmantemente alto. Y tristemente, en lugar de experimentar la iglesia como un lugar donde se encuentra consuelo y restauración, los divorciados frecuentemente encuentran respuestas que los llenan de sentimientos de culpa.

Las diferencias de interpretación en cuanto a en qué circunstancias la Biblia permite el divorcio (y si lo permite), hace que algunos cristianos nos sintamos atados de manos cuando lo que añoramos es extenderlas en compasión. Además, la creencia tan profundamente enraizada de que «se necesitan dos» para que un matrimonio funcione, se traduce erróneamente a la conclusión de que «se necesitan dos» para que un matrimonio se rompa. Por consiguiente, pensamos que la culpa es de los dos.

Sin embargo, la verdad es que solo se necesita uno para destruir un pacto, como podemos aprender cuando vemos la relación de Dios con el reino del norte de Israel.

Nuestro entendimiento del matrimonio está modelado en el pacto que Dios mismo hizo con su pueblo. Como explica David Instone-Brewer en Divorce and Remarriage in the Church [Divorcio y segundos matrimonios en la Iglesia], Dios era el esposo de Israel (Isaías 54:5), quien la tomó como suya e hizo un voto de alimentarla, vestirla, amarla y ser fiel a ella (Ezequiel 16). En contraste radical a la fidelidad y el cuidado de Dios, Israel y Judá ignoraron el pacto sin vergüenza alguna: fueron negligentes con Dios, abusaron de Él y lo traicionaron. En repetidas ocasiones, los profetas denunciaron su comportamiento como el quebrantamiento de un pacto: lo llamaron adulterio (Ezequiel 23:37; Jeremías 5:7).

El pacto matrimonial de Dios con el reino del norte de Israel había sido quebrantado por la conducta del pueblo producto de su duro corazón, y en Jeremías 3:8 escuchamos estas palabras: «… y vio también que yo había repudiado a la apóstata Israel, y que le había dado carta de divorcio por todos los adulterios que había cometido» (NVI). En Isaías 50:1 pregunta: «A la madre de ustedes, yo la repudié; ¿dónde está el acta de divorcio?».

Dios quiere que la apóstata y adúltera Judá aprenda una lección del ejemplo de Israel. Ambas naciones hermanas habían sido infieles y habían quebrantado el pacto con Dios, pero mientras que Dios se divorció de Israel, a Judá le estaba ofreciendo una segunda (y tercera, y cuarta) oportunidad de obtener misericordia. Su oferta de restauración fue bellamente interpretada por Oseas en su matrimonio con la infiel Gomer, y finalmente llegó a su cumplimiento en el matrimonio inquebrantable entre Cristo y la Iglesia.

Con frecuencia yo había notado el paciente perdón de Dios y la renovación del pacto en Oseas, pero la descripción que Dios hizo de su propio divorcio del reino de Israel me sorprendió grandemente. Yo había internalizado la frase «el pecado del divorcio». Independientemente de la forma en que yo interpretara las palabras del Señor sobre el tema, si Dios mismo había experimentado esta infidelidad, yo necesitaba repensar mi entendimiento del pecado y del divorcio.

Permítame hablar con claridad: El pacto matrimonial fue diseñado para ser un pacto permanente, y siempre que un matrimonio termina en divorcio es a causa del pecado. Cometemos pecado cuando quebrantamos nuestros votos, y el matrimonio exige la práctica regular de la confesión y el perdón por los fracasos y los descuidos entre los cónyuges. Sin embargo, hay una diferencia entre los errores menores y no intencionales, y la violación voluntaria de los votos matrimoniales. En el primer caso, debemos perdonar y «soportarnos los unos a los otros en amor». En el caso de una violación seria del pacto, Dios le da la oportunidad a la víctima de escoger: permanecer en la relación y perdonar como Él lo hizo con Judá, o divorciarse cuando el pacto ha sido quebrantado por «dureza de corazón», tal como sucedió con Israel.

El pecado en el divorcio descansa en el quebrantamiento de los votos matrimoniales, no necesariamente en el divorcio mismo. El divorcio de Dios fue completamente provocado por el pecado de la dureza del corazón de Israel. Dios fue la víctima inocente en ese divorcio. Cuando Dios dice «aborrezco el divorcio» (Malaquías 2:16), no lo dice apuntando el dedo furiosamente como un juez, sino con el corazón quebrantado de Uno que ha experimentado el efecto devastador del rechazo y la traición de manos del ser amado.

El divorcio no es la voluntad ni el deseo de Dios para nosotros. Incluso en los casos en que el divorcio se permite, no es mandatorio, y aun así es una tragedia. El divorcio deja devastación y víctimas en su camino.

El hecho de que Dios mismo se haya divorciado de Israel, a pesar de Su fidelidad perfecta al pacto, nos invita a un entendimiento más matizado del matrimonio y del divorcio. En nuestros propios matrimonios, Dios nos llama a seguir su ejemplo de fidelidad al pacto, y nos ha demostrado lo mucho que se necesita la gracia y el perdón para mantener una relación frente a la pecaminosidad humana. El ejemplo de Dios dos da un marco para hablar profundamente sobre el compromiso y la gracia, y al mismo tiempo poder decir que en situaciones de dureza de corazón y quebrantamiento deliberado del pacto, el divorcio era permitido como la manera en que Dios declaraba que un pacto quebrantado quedaba oficialmente terminado.

Encontramos sabiduría cuando analizamos temas controvertidos desde el punto de vista más amplio de las Escrituras. Una conversación sobre la pureza no debe ser solamente sobre si la persona era virgen cuando se casó (aunque hizo «todo lo demás excepto eso»), sino también sobre cómo ha manejado responsablemente su sexualidad a lo largo de toda su vida. Similarmente, la prueba máxima para saber si una persona ha sido fiel al pacto matrimonial no debe basarse solamente en si la persona se divorció (aunque hizo «todo lo demás excepto eso»), sino sobre cómo hemos manejado responsablemente nuestro matrimonio y como diariamente intentamos modelar la fidelidad de Dios en nuestro trato con nuestro cónyuge.

Dios nos llama a un pacto de fidelidad. Necesitamos lamentarnos de los pecados que cometemos cuando fracasamos en el cumplimiento de nuestros votos a nuestro cónyuge antes de lamentarnos por «el pecado del divorcio». Sostener y honrar el matrimonio no se va a lograr avergonzando a los divorciados y oponiéndose al divorcio. Por el contrario, ese honor se logra por medio del compromiso firme y lleno de gracia por guardar los votos de amor, cuidado, apoyo y fidelidad que se hacen el día de la boda. Somos llamados a considerar un pacto de fidelidad mucho antes de considerar el divorcio, y somos llamados a la gracia en el trágico caso cuando ocurre un divorcio.

Bronwyn Lea estudió en la facultad de derecho y en el seminario en su país natal, Sudáfrica, antes de mudarse a California. Es madre de tres pequeñitos y se dedica a cuidarlos. También es escritora y conferencista. Ha contribuido a Think Christian, Sojourners, Start Marriage Right e (in)courage, y pertenece al grupo de escritores Redbud Writers Guild. Bronwyn escribe en www.bronlea.com, y puede comunicarse con ella en Facebook o Twitter.

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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