Conozca a un pastor fracasado que ministra a otros pastores fracasados

J. R. Briggs se dirige a los líderes de la iglesia que no colman las expectativas.

Christianity Today June 27, 2014
Courtesy of J. R. Briggs

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Como predicador joven y dinámico en una iglesia grande, J. R. Briggs sintió que Dios le estaba llamando para empezar y plantar una iglesia. Gradualmente, la nueva iglesia creció, pero eventualmente su crecimiento se estancó. La decepción le guió a instituir la Epic Fail Pastors Conference [Conferencia de pastores épicamente fracasados]—"una reunión para pastores y líderes en busca de entender cómo Dios trabaja a través del fracaso"—y a escribir Fail: Finding Hope and Grace in the Midst of Ministry Failure [Fracaso: Encontrando esperanza y gracia en medio de un ministerio fracasado] (InterVarsity Press). Briggs habló con Drew Dyck, editor administrador de Leadership Journal, acerca de redefinir la noción del éxito en el ministerio.

¿Qué le atrajo a un tema que la mayoría de la gente preferiría evitar?

Empezó mientras asistía a conferencias de pastores. En estas conferencias aparecían como oradores pastores reconocidos de iglesias grandes, pero a los pastores promedio nunca los invitaban a compartir sus experiencias. Estos eventos eran todo sobre el éxito y cómo obtener buenos resultados. Yo estaba en medio de una temporada dolorosa en el ministerio. Necesitaba algo que no me desanimara ni añadiera a mi vértigo espiritual. Quería hablar honestamente. Necesitaba una reunión de Alcohólicos Anónimos para pastores, pero no había tal cosa.

Muchos pastores, ex-pastores y líderes cristianos estaban desesperados por ese tipo de fórum. Yo no estaba tratando de crear una conferencia. Simplemente deseaba un espacio donde nadie estuviera asustado por los defectos de otros pecadores, aun si esos pecadores eran también líderes en el ministerio.

¿Nuestros problemas con el fracaso vienen de nociones defectuosas sobre el éxito?

No me gusta usar la palabra éxito cuando hablamos acerca del ministerio. Preferiría mejor usar palabras como salud, fidelidad y obediencia. Nuestra cultura está obsesionada con el éxito, y la iglesia no está inmune. Los pastores están inundados de tentaciones para ir en pos de las cosas equivocadas. Tenemos que mirar cuidadosamente cómo se define el fracaso y el éxito en el ministerio—y luego medir dicha defición frente a las Escrituras. Eugene Peterson escribió: "la realidad bíblica es que no hay iglesias exitosas. En lugar de eso, hay comunidades de pecadores … dentro de esas comunidades de pecadores, a uno de los pecadores le llaman pastor."

¿Qué diría a los pastores que se sienten como fracasados?

Principalmente sólo los escucho. Los pastores raramente tienen alguien que realmente los escuche en tiempos de gran dolor. Eventualmente puedo animarlos a que apliquen a su propia vida la gracia que ellos predican. Les recuerdo que nuestro valor no está atado a lo que puedo hacer o qué tan bien lo hago. Seguido les recuerdo (y a mí mismo) que Jesús no nos dirá: "bien hecho, buen siervo y exitoso." También les animo a que acampen en los Salmos. He encontrado que orar los Salmos es algo increíblemente sanador.

¿Qué tan transparentes deben ser los pastores sobre sus fracasos?

Balancear sabiduría y valor es crucial. Los líderes deben, sabiamente y con valentía, modelar la transparencia delante de aquellos a los que hemos sido llamados a servir. Henri Nouwen escribió que los pastores son las personas que menos se confiesan en la iglesia. Pocos pastores tienen relaciones cercanas donde ellos pueden tener conversaciones honestas, donde nada está prohibido.

Se ha dicho que si predicas desde la perspectiva de tus debilidades, nunca te faltará material. Y aún más importante, la gracia, no el pastor, toma el lugar central en el escenario. En lugar de que la gente diga: "ese predicador es muy gracioso" o "ese líder es tan carismático," empezarán a decir cosas como, "¡Guau! Dios es un Dios de gracia" y "¡El amor de Dios es tan extravagante!"

Para muchos, un fracaso significa el fin del ministerio. Otros se reponen y son más eficaces. ¿Qué hace la diferencia?

Mi amigo Stephen Burrell hizo su disertación en el fracaso del ministerio amoral. Hizo cientos de entrevistas con pastores que fracasaron en alguna forma que no involucraba faltas morales. Mientras que todos manejamos los fracasos de diferente manera, Burrell notó ciertos patrones entre aquellos que respondieron de una manera saludable.

Algunos hábitos no nos sorprenden: estos ministros tenían sistemas de apoyo y mentores, y buscaban a Dios a través de la oración, de momentos a solas, y de la lectura de las Escrituras. Pero hubo tres factores sorprendentes. Primero, la mayoría no se recuperaron inmediatamente. Se tomaron el tiempo para llorar y sanar. Segundo, desarrollaron relaciones significativas con personas no-cristianas antes de reconectarse con la comunidad cristiana. Estas amistades parecen ayudar en el proceso de sanidad. Finalmente, podían mirar atrás a cierto momento significativo cuando sintieron fuertemente el Espíritu Santo obrando. Estas experiencias les permitieron perdonar, dejar la amargura, y empezar a tener esperanza.

Richard Rohr habla sobre "la autoridad de aquellos que han sufrido." ¿Crea el fracaso mejores ministros?

Los pastores con heridas profundas tienden a ser más compasivos y tiernos de corazón. El fracaso es una clara invitación a formas más profundas de la gracia. Puede hacernos mejores ministros, pero sólo si podemos manejarlo con gracia y verdad. Nuestra respuesta importa. Parte del rol del pastor es manejar el dolor fielmente a la luz de la cruz.

Fui salva en la práctica abierta de la Cena del Señor

El hecho de tener la alternativa de tomar la Cena del Señor me dejó ver muy claro que yo tenía hambre de Cristo.

Christianity Today June 27, 2014
Christopher Capozziello

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Cuando yo era niña, mi padre, un judío secular, me pagaba un dólar por cada volumen de la enciclopedia que leyera. Me compraba kits electrónicos con los que jugábamos por horas durante el fin de semana. Mi madre era luterana no practicante, quien me enseñó cómo encontrar buenas ofertas en las tiendas. En una ocasión, en tiempo de exámenes finales, me dijo que guardara los libros porque yo estaba patrocinando una cena esa noche. "Nunca te acordarás del grado final, pero nunca se te olvidará si sirves jamón que tiene mal sabor."

Nuestro hogar era amoroso, ruidoso y divertido, pero a través de todo corría una cierta corriente subterránea de ansiedad. Siempre estábamos en bancarrota, mis padres solían estar desilusionados el uno del otro, y el mundo parecía más alarmante de lo que las circunstancias parecían ameritar.

El mensaje de mi juventud era claro e insistente: trabaja, juega y haz el amor con ganas, y permanece en control en todo momento, porque algo siniestro está por tirarte al suelo. Seguí ese consejo hasta la edad adulta. Fui a una gran universidad, encontré el trabajo perfecto, y escogí a un esposo maravilloso. Las almas más débiles quizás necesitaban un dios, pero yo no necesitaba muleta tal. Mi ansiedad me mantendría siempre alerta para poder orquestar la vida perfecta.

Esa perspectiva fue anulada cuando Scott, mi esposo, a los cinco años de matrimonio, murió de complicaciones durante una operación rutinaria. Diez días después, di a luz a nuestra primer hija, Sarah, quien nació muerta.

Ven a la mesa

Durante el siguiente año, me convertí al cristianismo, me hice miembro de una tradición cuyo carácter e intelecto débiles siempre menosprecié. No sucedió nada milagroso—no hubo momentos determinantes, ni deslumbrantes visiones, ni argumentos irrefutables. Pero lentamente, imperceptiblemente al principio, fui atraída a la vida de la fe.

Tampoco hubo claridad desde el principio en cuanto a cuál fe sería. Visité psíquicos, pensadores de la nueva era, y asistí a clases de meditación. Hasta intenté orar a un dios que no pensaba que existía. Mis incursiones en el camino de la fe eran intentos por encontrar el sentido de lo que me había pasado y, en cierto sentido, controlar un mundo en el que yo tenía mucho menos control de lo que pensaba.

Luego empecé a leer el Evangelio de Juan con un amigo. Tony era el único cristiano que yo conocía que no trató de explicar superficialmente la pérdida de mi esposo y de mi bebé. Después de muchos debates en los que me trató de convencer de la divinidad de Jesús, un día me dijo que si sólo leía la Biblia, Dios haría la obra de convencerme. Así que todos los sábados por la mañana leíamos juntos la Biblia por teléfono. Me sentí atraída al texto, a pesar de que no había nada en él que proveyera evidencia de su autenticidad.

Me gustaba especialmente la historia de Lázaro. A diferencia de las filosofías orientales que sostienen que el sufrimiento es el resultado de estar muy apegados, esta historia era de un hombre—Jesús—que sin pena se encontraba muy apegado a una familia. Un hombre que se comportó como si la muerte no fuese algo natural. Como si todo estuviese quebrado, y que la única respuesta era llorar y gemir. Me enamoré de ese hombre.

Después de leer la Biblia con Tony por meses, él me empezó a fastidiar con que buscara una iglesia. Busqué en la red "iglesias liberales en Nueva Jersey" y visité la más cercana. Ellos practicaban "compañerismo de mesa abierta." Yo no sabía lo que eso significaba, pero cuando vi que todo mundo se levantó y pasó a tomar la Cena del Señor, no quise quedarme sentada sola en mi banca.

Para cuando me di cuenta que todo mundo se había puesto de pie para participar en la Cena, tenía una decisión que hacer: ¿Quería seguir intentando hacerle frente a la vida sola, tratando desesperadamente de mantener todos los platos girando en el aire al mismo tiempo? ¿O quería admitir que Jesús había ofrecido su propia vida para que yo no tuviera que enfrentar la vida sola? ¿Admitir que yo tenía poco control pero que era amada infinitamente?

Cuando se me presentó la oportunidad de tomar la Cena del Señor, me di cuenta con claridad que eso era lo que yo deseaba. Después de meses de leer la Biblia, de tratar de encontrar lo que buscaba en otros lugares fuera de la iglesia, tuve que admitir lo que por tanto tiempo había luchado por resistir: tenía hambre de Jesús. Por el Jesús que convivió con las prostitutas, que lloró cuando su amigo murió, y que dijo ser el Camino, la Verdad, y la Vida. Al final, toda mi búsqueda por algo en qué poner mi fe no me llevó a una decisión en que razoné escoger a Jesús por sobre otros dioses. En lugar de eso, Dios se ofreció a sí mismo en la forma de Jesús. No tuve que encontrarlo, ni explicarlo, ni pensar si tenía sentido; sólo tuve que decir que sí.

Después de esa primera vez que tomé la Cena del Señor, regresé a estudiar sobre el dolor por la pérdida de un hijo. Conocí a un hombre maravilloso y me casé con él; tuvimos dos hijos bellos. Hace tres años, me convertí en madre de una adolescente cuya madre falleció, una adolescente que tiene la misma edad que hubiera tenido mi hija.

Después de casarme, trabajé dos años con estudiantes de escuela secundaria cuyos padres habían muerto. Facilité un grupo de apoyo para padres cuyos cónyuges habían fallecido, y enseñé una clase en la Universidad de Harvard sobre el dolor de perder a un ser querido. Frecuentemente descubro que soy un depósito de historias de pérdida, que me cuentan en voz baja en fiestas y en tiendas de abarrotes.

Trato de escuchar de lo profundo de mi ser cuando las personas me comparten sus historias, moviendo la cabeza en señal de que entiendo lo agudo de su dolor. Sobrellevo sus historias, y al hacer eso, les recuerdo que no están solos.

Además de este sentido de solidaridad, les ofrezco mis oraciones. Mientras trato de entender la magnitud de lo que me cuentan, oro. A veces oro para que Dios me dé palabras de sanidad. Frecuente oro para que Dios me dé la gracia para guardar silencio y no decir nada.

Cuando estoy con alguien cuyas pérdidas me recuerdan a Job, oro que mi fe pueda aguantar otra experiencia más de lo que parece sin sentido e inaguantable. Trato de recordar que, a pesar de mi inhabilidad para discernir lo contrario, los caminos de Dios nunca son sin sentido.

Armar los pedazos

Después de que murieron Scott y Sarah, una mujer en Massachusetts llamada Liz se paró frente a su iglesia semana tras semana y les pidió que oraran por mí. Liz vivía con mi amiga Ora, y Ora le había contado de mí. Un hombre llamado Jeff fue a la iglesia de Liz. También él oró con la congregación pidiéndole a Dios que cuidara de mi cuerpo y de mi corazón.

Liz se mudó a Inglaterra, y no pude conocerla o saber de sus esfuerzos por pedir oración por mí. Años después, ella le preguntó a Ora cómo estaba yo. Ora le contó que yo había conocido un buen hombre, un capellán en Harvard. Le mencionó el nombre de Jeff. Liz, sin poder creerlo le preguntó: "¿Jeff Barneson?" Liz le contó a Ora sobre las veces que ella había pedido oración por mí, y se descubrió que Jeff había estado orando por mí al mismo tiempo. Ora nos llamó para contarnos, y estábamos sorprendidos por que, sin saberlo, Jeff, mi esposo, había estado orando por mi aún antes de conocerme.

Una tarde hace seis años, después de terminar de contarle esta historia a mi amiga Kathy, dijo, "¡Yo también!"

¿Tú también qué?

"Yo también estaba orando por ti. Liz estaba en mi grupo de oración. Llegó a nuestra reunión tan consternada por tu historia que nos pidió que oráramos por ti. Oramos por semanas, y luego me olvidé de la historia. Cuando te conocí, ni me cruzó por la mente que tú eras la misma mujer. Por cierto, Jean y Julia también estaban en la iglesia en ese entonces, así que ellas también estaban orando por ti."

Pasé el resto del día llorando. Jean, Julie y Kathy son tres de las cinco mujeres en mi grupo de oración. Saber que Jeff había estado orando por mi antes de conocernos siempre me tocó en una manera especial. Pero saber que mis hermanas espirituales también habían orado por mí, me dejó conmovida.

Al acomodar todas las piezas, lloré y lloré, me parecía inimaginable la gracia de todo lo que había pasado. En 1977, cuando yo era una viuda agnóstica que vivía en Nueva Jersey, un grupo de cristianos en Massachusetts había estado orando por mí. Y mientras que mis intentos personales por encontrar una fe nunca han podido explicar mi conversión, esto sí. Había entrado al reino gracias a las oraciones.

En estos días me quedo maravillada de lo poco que podemos controlar, lo fea que puede ser la vida, y de la belleza que nos busca en medio de todo el horror. Ahora, cuando me siento al lado de alguien quebrantado y dolido, oro para que el amor de Dios haga lo que yo no puedo hacer: vendar los lugares donde hay heridas, dejando que las cicatrices den testimonio del poder de las dos cosas—la pérdida y el amor.

Tara Edelschick es bloguera en Patheos y maestra en casa, ella vive con su esposo y sus tres hijos en Cambridge, Massachusetts.

Las bendiciones espirituales de buscar momentos a solas

Un pasaje del libro ‘A Beautiful Disaster: Finding Hope in the Midst of Brokenness.’ [Un bello desastre: Encontrando esperanza en medio del quebranto.]

Christianity Today June 27, 2014
iStock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Hay un silencio que nosotros escogemos. Nuestros retiros al interior de nuestra celda de silencio y a solas callan la contaminación de ruido en nuestra vida de tal manera que por fin podamos estar quietos. Lo suficiente quietos para poder escuchar los susurros de Dios. Lo suficiente quietos para sentir los vientos del Espíritu Santo volando a través de nuestra vida y observar los efectos de los vientos del Espíritu alrededor nuestro. Nos vamos al retiro con la esperanza del deleite, con la esperanza de poder saborear lo bueno, lo verdadero, lo bello.

Nuestros ojos se ajustan. Adquirimos visión nocturna de tal manera que, aún en las noches más oscuras, podemos eventualmente ver la gloria y la fidelidad de Dios. Podemos ver con claridad las bellas verdades escondidas por el caos de una vida diaria sobreocupada y desintegrada.

Nuestra vida escondida—la manera en que vivimos en la oscuridad—es lo que le da forma a nuestro carácter. En este peregrinaje intencional en el desierto, el yo—maltratado, amoratado, y magullado—puede por fin desdoblarse de su posición fetal. Este es un espacio donde nos estiramos para revigorizar las partes de nosotros mismos que se habían atrofiado. Es donde sanan las fracturas producto del estrés de nuestra vida. Es aquí donde nuestro pie se afirma y recobramos nuestra fuerza. Aquí podemos finalmente respirar libremente mientras en silencio buscamos entendimiento. Esta celda es simultáneamente un hospital para el alma y entrenamiento para la santidad.

Nuestro peregrinaje intencional no es solamente una forma de auto cuidado, sino también una forma de cuidado comunal. Demuestra nuestro profundo cuidado por los demás. Si verdaderamente amamos a los demás o buscamos amar a los demás, nos alejaremos de ellos por un tiempo, confiando que nuestro tiempo a solas con Dios nos hará más sensibles a sus necesidades y preocupaciones. Las experiencias solitarias con Dios forman en nosotros el tipo de carácter que aborrece pecar contra el prójimo. Es allí donde encontramos la motivación para hacer el bien a los demás, incluso a nuestros enemigos.

Sin tiempo a solas, no podemos comprender lo esclavizados que estamos. Muchos de nosotros nos encontramos encadenados a la opinión de los demás. Somos adictos al halago y a la afirmación y nos aniquila la crítica. Vanamente, nos ocupamos en manejar las impresiones que otros tienen de nosotros. Nos agotamos en nuestro esfuerzo por llegar a ser alguien delante de sus ojos.

Simplemente no podemos vivir toda nuestra vida a la vista de los demás—en la multitud. Nuestra vida no es un peep show. Sin la disciplina del silencio y la soledad, actuamos para la muchedumbre, siempre interpretando; sin embargo, nunca muy seguros de quiénes verdaderamente somos. Nos volvemos títeres colgando de hilos, fácilmente manipulados por las circunstancias y los endebles caprichos de los demás. El silencio y el estar a solas nos sangran estas adicciones venenosas y las sacan de nuestra vida. En ese lugar de silencio y soledad, nos resguardamos en la oscuridad. Solo estamos Dios y nosotros. No tenemos qué impresionar a nadie. Somos lo que somos. Desnudos. Con nuestra vulnerabilidad expuesta. Este espacio de silencio nos ofrece la oportunidad de mirarnos a nosotros mismos cuidadosa y honestamente. Nos obligamos a renunciar a la búsqueda de aprobación de los demás. Eventualmente, la inquietud interna se acalla.

Marlena Graves, A Beautiful Disaster, [Un bello desastre], Brazos Press, una división de Baker Publishing Group, © 2014. Usado con permiso de la casa publicadora. www.bakerpublishinggroup.com

Alec Hill: Dentro de mi esclavitud

Cómo la parábola más preocupante de Jesús finalmente tuvo sentido para mí.

Christianity Today June 27, 2014
Shutterstock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Las Escrituras contienen más de 40 parábolas de Jesús. Algunas son tan bien conocidas que se usan como nombres de hospitales (El buen pastor) y de leyes (El buen samaritano). Otras siguen confundiendo a los oyentes del día de hoy tanto como confundieron a aquellos que primero las escucharon. Y una de las parábolas está casi olvidada—al menos en el mundo occidental. Recientemente la compartí con cinco líderes ministeriales en EE.UU. En los 130 años que colectivamente han servido en el ministerio, ninguno de ellos habían dado una plática sobre dicha parábola o escuchado un sermón sobre ella.

Comparé la respuesta de ellos a la respuesta de un amigo Nigeriano, quien me dijo que la parábola es una de sus enseñanzas favoritas de Jesús. Así que, ¿por qué es que la parábola tiene un sonido atractivo en Nigeria, pero tiene un tono discordante en los Estados Unidos?

La parábola—que se encuentra sólo en el Evangelio de Lucas—fue presentada (relativamente tarde en el ministerio de Jesús) a sus seguidores más cercanos. Pertenece a una serie de enseñanzas sobre el discipulado:

Supongamos que uno de ustedes tiene un siervo que ha estado arando el campo o cuidando las ovejas. Cuando el siervo regresa del campo, ¿acaso se le dice: "Ven en seguida a sentarte a la mesa"? ¿No se le diría más bien: "Prepárame la comida y cámbiate de ropa para atenderme mientras yo ceno; después tú podrás cenar"? ¿Acaso se le darían las gracias al siervo por haber hecho lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, deben decir: "Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber." (17:7-10, NVI)

El argumento es sencillo. Un hogar pequeño contrata un doulos—la palabra en griego que significa "esclavo" de acuerdo a cómo funcionaba la esclavitud doméstica en los tiempos greco-romanos. Un jornalero que todo sabe hacer, ha estado arando el campo y cuidando de las ovejas durante el primer turno, y cocinando y limpiando la casa durante el segundo.

El argumento gira sobre dos preguntas: Una, ¿invitará el señor de la casa al esclavo a que se siente y coma? Y dos, ¿Le dará el señor las gracias al esclavo por su labor? A primera vista, pareciera que la respuesta a las dos preguntas debiera ser sí. El esclavo ha trabajado duro todo el día. Se merece un descanso. Por cuestión de buenos modales, el señor debe expresar su aprecio por la labor del esclavo.

Pero, hablando bíblicamente, la respuesta correcta a las dos preguntas es no.

Toma tu yugo

Thomas Jefferson en una ocasión le aplicó las tijeras a la Biblia con el fin de eliminar los pasajes que ofendían sus sensibilidades producto de la época de la ilustración. En un espíritu similar, si se me diera la opción, yo consideraría eliminar Lucas 17:7-10. A través de la mitad del siglo diecinueve, muchos Norteamericanos e Ingleses—propietarios de esclavos, ministros, y oficiales del gobierno—usaron este pasaje de las Escrituras y otros parecidos para defender la institución de la esclavitud. Hoy, al seguir testificando los tristes efectos del racismo institucional e historias como 12 años de esclavo, que nos recuerdan las brutalidades de antaño, por instinto leemos estas parábolas y las vemos como injustas y crueles.

Debemos recordar, sin embargo, que las parábolas son diseñadas para enseñar un número limitado de lecciones muy concretas, no para que se aplique cada detalle de la parábola. Y aunque los personajes en las parábolas de Jesús algunas veces practican una conducta cuestionable, Jesús no está acogiendo dicha conducta. Ni tampoco está dando el visto bueno a la esclavitud, una práctica diametralmente opuesta a su primer sermón documentado (Lucas 4:16-21) y a sus enseñanzas posteriores.

No importa, yo prefiero otra parábola similar en Lucas 12. Allí, el señor regresa a casa, encuentra a sus esclavos alertas, se pone un delantal, y les sirve. Yo he escuchado predicaciones sobre este texto muchas veces de púlpitos en EE.UU. Así que, si yo inicialmente reacciono adversamente a la parábola en Lucas 17, ¿por qué me siento al mismo tiempo atraído a ella? ¿Por qué regreso a ella vez tras vez?

Porque toca directamente mis deficiencias. Por temperamento, soy de los que les gusta complacer a la gente, y soy susceptible al narcicismo. Combinadas, estas dos características producen un discipulado diluído.

Para contrarrestar la noción de que soy el centro del universo, por los últimos ocho años he empezado mi tiempo devocional cada mañana con las mismas cuatro palabras: Yo soy tu esclavo.

Conforme he seguido la metáfora del "discípulo-como-esclavo," se me ha abierto una rica veta de las Escrituras. Jesús la usó mucho: "Toma tu yugo"; "ningún esclavo puede servir a dos señores"; "si yo, tu señor, te he lavado los pies. . . vayan y hagan lo mismo"; y "un esclavo no es mayor que su señor."

En su libro A Better Freedom [Una mejor libertad], autor y cantante Michael Card señala que casi la mitad de las parábolas de Jesús involucran esclavos o personajes parecidos a los esclavos. También observa que el título favorito de Pablo al hablar de Jesús es "Señor" (kyrios), y "esclavo" (doulos) para referirse a sí mismo.

El uso de la imagen del esclavo se extendió hasta la iglesia primitiva. En el segundo siglo, Ignacio empezó varias de sus cartas, "Saludo al obispo, al presbítero, y a mis compañeros esclavos."

¿Pero, no es cierto que Jesús llamó a sus seguidores "amigos" (Juan 15:15)? ¿Y acaso no les animó a que llamaran a Dios "Abba" (Mat. 6:9)? Muy cierto que sí lo hizo. Pero la imagen familiar no es la única imagen descriptiva de la relación divino-humana que Jesús usa.

Imagínese un coro con cuatro secciones en el cual las sopranos cantan sobre el Creador todopoderoso, las contraltos sobre el Padre celestial, los tenores, sobre el Amigo encarnado, y los bajos sobre un divino Señor. Las voces juntas crean un coro balanceado. Cada una de ellas es verdad. Cada una de ellas se necesita. Mientras que los creyentes en el Occidente se deleitan en las voces de las sopranos ("Creador"), contraltos ("Padre'), y tenores ("Amigo"), permanecemos, por lo general, sordos a las voces de los bajos ("Señor"). Es por eso que nos perdemos la belleza y la verdad de Lucas 17.

Quizás también objetamos por lo que Pablo enseña en Gálatas: En Cristo, no hay "ni esclavo ni libre" (3:28). ¿Acaso este texto no debilita o mina la lógica de la parábola?

Al leer con mayor cuidado, sin embargo, vemos que Pablo se refiere a las relaciones humanas, no a las relaciones divino-humanas. Mientras que las anteriores son maravillosamente igualitarias, nunca debemos importar un espíritu igualitario a nuestra relación con Dios. Él es el Señor del universo; nosotros no. Él es trascendental; nosotros no. Él es perfecto; nosotros no.

Rendido

Si leemos la parábola de Jesús en sus propios términos, destilaremos tres percepciones sobre cómo seguirle.

Primero, debemos ceder control. Sumisión, obediencia y dependencia son algo central a la visión del discipulado de la parábola. Habiendo crecido con una dieta de nuestros derechos y lo que creemos merecernos, inconscientemente, esperamos que Dios nos complazca todas nuestras necesidades. Pero Dios no nos debe nada. Nosotros le debemos todo.

Porque nuestro señor es todopoderoso, podemos apoyarnos en su fortaleza. Y porque él es toda bondad, podemos confiar en que cuidará de nosotros. Nuestra esclavitud es verdaderamente nuestra libertad.

Afortunadamente, nuestro señor celestial no se parece en nada al señor humano de la parábola. Mientras que este último es egoísta, el primero es "humilde" y "tierno de corazón," quien da "descanso" a nuestra alma. Su "yugo es fácil" y su "carga ligera" (Mateo 11:29-30).

Es aquí donde existe una gran paradoja al igual que la clave para la parábola. Porque nuestro señor es todopoderoso, podemos apoyarnos en su fortaleza. Y porque él es toda bondad, podemos confiar en que cuidará de nosotros. Nuestra esclavitud es verdaderamente nuestra libertad.

Cada tres años, InterVarsity Christian Fellowship patrocina Urbana, una conferencia mayor de misiones en St. Louis. Mientras 16,000 estudiantes universitarios se amontonaban dentro del estadio de futbol americano del equipo de los Rams en Urbana 2009, los líderes descubrieron que la línea principal de agua afuera del estadio se había reventado. Nos dijeron que podían tardarse hasta diez horas para hacer las reparaciones—o tres días. Si pasaba lo último, el jefe de los bomberos iba a ordenar que concluyéramos la conferencia inmediatamente.

Por cuatro largas horas, el veredicto estaba en la balanza. Con mi tipo de personalidad, lo que acostumbro hacer en casos así es ponerme en un estado de pánico. Pero para mi sorpresa, permanecí calmado. ¿Por qué? Porque había estado aprendiendo que el ser esclavo de un señor todopoderoso y bueno tiene sus privilegios. Yo ya había cumplido con todas mis responsabilidades, hecho todo lo que debía hacer. Y mi señor estaba en control.

Otra historia de las conferencias de Urbana: En 1967, una estudiante de nombre Libby asistió con su novio, Tom. Durante el tiempo de invitación al final, los dos entregaron sus vidas al Señor. Por 30 años, Tom y Libby Little sirvieron en Afganistán, proveyendo cuidado de la vista al pueblo de Kabul, a través de lo que parecían guerras y conflictos interminables.

En agosto 2010, poco después de dirigir una campaña médica en una aldea de un valle remoto en el noroeste de Afganistán, Tom y su equipo médico fueron emboscados y asesinados. Al recibir la Medalla Presidencial de la Libertad, Libby dijo, "Aunque Tom fue asesinado en 2010, él ya había entregado su vida a los buenos propósitos de Dios mucho antes en 1967." Por cuatro décadas, Tom se había sometido a su divino señor.

Segundo, debemos hacer lo que es nuestra responsabilidad. En algunos casos, tal como cuidar a un padre anciano o a un hijo, necesitamos ser fielmente persistentes. Mi mamá, una madre soltera que apenas ganaba $5,000 al año, se sacrificaba por sus tres hijos, mandándonos a cada uno de nosotros a la misma escuela preparatoria donde asistía Bill Gates.

En otros casos, la responsabilidad se nos deposita encima. Cuando Martin Luther King Jr. tenía 26 años, sus colegas en el ministerio le rogaron que guiara el boicot de autobuses en Birmingham, Alabama. A las altas horas de la noche, alguien le llamó amenazándole con tirar una bomba a su casa y matarle a él, a su esposa, y a su pequeña hija.

Mientras King oraba hasta pasada la media noche, escuchó: "Martin Luther, levántate y lucha por lo recto. Levántate y lucha por la justicia. Levántate y lucha por la verdad. Y he aquí, yo estaré contigo, hasta el fin del mundo." Dijo, "escuché la voz de Jesús diciendo que debía seguir la lucha."

King se fue a la cama tranquilo, sin preocuparse más por la muerte. Esa noche cambió su vida. Esa noche aceptó su responsabilidad. Sin importar lo que le costara a él o a su familia, él iba a ser fiel a su llamado.

Durante la ocupación nazi de Francia en 1940-45, la pequeña aldea hugonota (protestante) de Le Chabon aceptó una muy dificultosa responsabilidad. Según lo cuenta Philip Hallie en Lest Innocent Blood Be Shed [A menos que se derrame vida inocente], la aldea de 3,000 agricultores y artesanos arriesgaron sus vidas para ayudar a 5,000 niños judíos a escapar a la cercana Suiza. Cuando les preguntaron por qué habían arriesgado tanto para salvar a niños que no conocían, su respuesta fue simple: No podían quedarse con los brazos cruzados y ver morir a los inocentes. Era la responsabilidad que Dios les había dado—resistir el mal y hacer el bien.

Los discípulos que se ven a sí mismos como esclavos hacen lo que su señor les ordena. No es nuestro lugar cuestionar el costo, lo inconveniente, o el riesgo. Al contrario, nuestro lugar es escuchar al Señor, delinear lo que nos manda, y hacerlo. Sin entrenamiento teológico o títulos de estudio de post grado, los habitantes de Le Chambon entendieron esto y actuaron como corresponde.

Tercero, recordamos que servimos a un solo señor. A los 26 años, Ken Elzinga se unió a la facultad de la Universidad de Virginia. Después de que un colega con planta permanente le advirtió que el ser demasiado explícito en la expresión de su fe le iba a hacer daño a su carrera, Elzinga quedó atónito al ver un póster con su foto que se había colocado en un lugar prominente de la universidad. Un ministro estudiantil había colocado el póster promocionando una plática que había acordado dar.

Un recién convertido, Elzinga se preocupó. ¿Pensarían menos de él los otros profesores colegas? Experimentó una noche oscura del alma, regresó a la universidad y quitó secretamente el folleto.

Pero el día siguiente, Elzinga regresó el folleto a su lugar. Después de horas de escudriñar su corazón, llegó a la conclusión de que su vida no era cuestión de ambiciones profesionales sino ser un discípulo fiel, y que mantener en secreto su fe no era una opción.

Cuatro décadas más tarde, Elzinga ha sido reconocido múltiples veces como el profesor del año y sigue siendo un orador muy solicitado. Él sería el primero en decir que servir a un solo señor ha sido liberador. ¿Por qué? Porque complacer a un público de uno nos hace menos ansiosos, menos sensibles a la crítica, y más valientes. Porque al hacer eso, nos sentimos más seguros y competimos menos por nuestro honor.

Consultando al Señor

¿Cómo ha formado mi vida la parábola olvidada de Lucas 17? Como presidente de un ministerio grande, he enfrentado desacuerdos sobre algunas de mis decisiones. También he sentido el dolor punzante de la crítica de los intelectuales porque nos adherimos a los valores bíblicos de la verdad, la santidad, y la exclusividad de Cristo. Y quizás, lo más doloroso, he sufrido por las palabras de cristianos que ponen sus quejas en el internet (blogueros).

He sido liberado, sin embargo, cuando recuerdo que sirvo a un solo señor. Cuando me critican, primero me pregunto si mi señor está contento con lo que estoy haciendo. Después de lo que suele ser un tiempo incómodo de auto reflexión—sacar una biga de su propio ojo no es cosa placentera—puedo actuar con confianza.

Cuando servimos al divino Señor, somos liberados de tener que colmar las expectativas de otros. Para personas como yo, que les encanta agradar a los demás, esto es un regalo. Cuando pensamos de nosotros mismos como esclavos de un solo señor, le podemos servir a él y a los demás con fe y gozo. Y en el preciso momento en que nosotros los cristianos en los Estados Unidos de Norteamérica nos sentimos confinados por el costo de ceder el control y abandonar lo que pensamos que nos merecemos, en ese momento nos encontramos lo más libres que se puede estar.

Alec Hill es presidente de InterVarsity Christian Fellowship.

Llamados a ser cristianos que no están de moda

Cuando no le tememos a nadie sino a Dios, estamos libres para servirle verdaderamente.

Christianity Today June 23, 2014
iStock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Las vacas le dan la espalda al viento. Bueno, al menos todas la vacas que yo conozco. Lentamente, torpemente, eventualmente toda esa carne de res se acomodará paralelamente a la brisa.

La gente no es muy diferente. Nos alineamos cuidadosamente en manadas, confortados por el aliento caliente, de los demás, que sentimos en el cuello y las orejas. Luego resollamos y jadeamos y les soplamos a los distraídos que están volteados en la dirección equivocada.

¿Existe algo más convincente para nosotros que el profundo respiro sincronizado de la muchedumbre, especialmente cuando se combina con un levantar de cejas desdeñoso y un doblón de labios indignado. Este es el espíritu del tiempo, el zeitgeist, dentro y fuera de la iglesia, y te pondrá a juicio hasta que te conformes a él y te unas en comunión. Es ponerte en vergüenza porque no estás de moda, y te hará retorcer y que te dé la comezón de tú también darle la espalda al viento, de pararte igual que todas las otras vacas.

Los pioneros y los lanzadores de visión son los que empiezan el movimiento, motivados por el dinero, poder o beneficio personal, al igual que una búsqueda genuina de la santidad y la rectitud. Fijan su respirar, sus palabras, su comunicación, y su sentido de moda de acuerdo a eso.

Pero para el resto de nosotros, el mayor factor en nuestro proceso de tomar decisiones es simplemente conformidad. Damos la vuelta para seguir a la muchedumbre porque queremos que pare la incomodidad. Queremos que todos dejen de mirarnos así. Queremos sentir el viento de la opinión a nuestras espaldas.

¿Cómo fue que gente que en todo fueron inteligentes siguieron la corriente Nazi, la invasión de Polonia, la exterminación de los judíos? Podemos asumir quizás que eran malos, que les lavaron el cerebro, o un poco de las dos cosas, y en parte tenemos la razón. ¿Pero cuándo fue la última vez que eludió una respuesta debido al respirar caliente de aquellos a su derredor? ¿Cuándo fue la última vez que usted escogió sus palabras basándose más en la política de la situación que en la verdad?

El poder del zeitgeist ayudó a impulsar las agonías de la esclavitud basada en la raza, y el zeitgeist lo tiró en un baño de sangre. El zeitgeist nos dio el racismo institucionalizado, y cuando por fin se aplicó suficiente vergüenza, el zeitgeist lo eliminó (al menos oficialmente). El zeitgeist puso a los medas y los persas a orar a Darío, y echó a Daniel al foso de los leones (Dan. 6). El zeitgeist puede despertar el fervor por una guerra pagana; y puede colgar la cabeza cobardemente cuando se enfrenta a un verdadero reto.

El zeitgeist es un señor caprichoso, porque el zeitgeist somos nosotros.

Con razón una de las primeras cosas que tenía que hacer un profeta era ponerse en vergüenza. Juan el Bautista se vestía con cabello de camello y comía insectos. Isaías tuvo que caminar desnudo por años. Ezequiel tuvo que cocinar su comida sobre estiércol. Elías comió solo alimento que le trajeron los cuervos—asquerosos pájaros de carroña. Lo primero que le dijo Dios a Oseas fue que se casara con una prostituta.

Los profetas tienen que ser valientes, inmunes a las presiones de reyes o muchedumbres, alineados solamente con el aliento de Dios.

Estamos necesitados de profetas el día de hoy. Los cristianos están desparramados, pero el viento del mundo está fuerte y unificado.

La verdad y la gloria final pueden estar en las manos de nuestro Hacedor, pero las llaves de la vergüenza terrenal están en las manos de la muchedumbre. Los profetas deben estar inmunes a los azotes en Facebook y en Twitter. Deben enfrentarse sin ningún temor ante amigos, comités y estadios llenos de los sacerdotes de Baal. Los esfuerzos por avergonzar al profeta por no estar de moda no deben calarle. El mundo está ocupado poniendo presión sobre "asuntos sociales," y los cristianos están ocupados doblegándose a la derecha y a la izquierda, tratando de aceptar un fresquecito dogma cultural simplemente para ser aceptados.

Muchos de nosotros preferimos conformidad con la muchedumbre de hoy que representar exitosamente los amores y los odios de nuestro Padre. Pero su aliento mueve el mar del norte y sostiene las montañas. Sus palabras maduran campos de grano y a los bebés que todavía están en el caliente vientre maternal. Que se nos conceda correr sólo paralelamente a su brisa.

Todas nuestras posiciones—especialmente en controversia—deben fluir de una exégesis honesta, no del estado de ánimo en el café del barrio. Y todos podemos beneficiarnos de un poco de vergüenza. Cuando llegue la presión candente necesitamos estar inmunes. Si Dios lo desea, debemos estar dispuestos a vestirnos con cabellos de camello mientras cocinamos, en la fosa de los leones y sobre estiércol, langostas y migajas que tiran los cuervos después de habernos casado con una prostituta.

La vergüenza es fácil de encontrar. Lo único que tenemos que hacer es dejar de escondernos. Ya tenemos amigos que de verdad están muy fuera de moda. Moisés. Pablo. Cristo mismo. Disfrútelos. Deje que le caigan bien. En público. Ofenda al zeitgeist. Vuélvase inmune.

Cuando demos la vuelta, debemos hacerlo por la verdad, nunca por la muchedumbre—no cuando va corriendo a las carpas de avivamiento, ni tampoco cuando va corriendo a las guillotinas.

N. D. Wilson es un escritor reconocido, observador de hormigas, y un padre que es fácil de distraer con cinco hijos. Su último libro es Death by Living.

Más allá de Buda hasta el Amado

La manera en que llegué a ser el primer creyente en Cristo en mi familia

Christianity Today June 11, 2014
Foto por Alexander Garcia

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Clic … clic … clic. Podía escuchar a mis padres en el otro cuarto usando un contador manual mientras recitaban las mantras. En un día en nuestro hogar, el conteo podía llegar hasta los 1,000 clics, o el equivalente de 2 horas de meditación. Recitaban sus cantos repetitivos con el fin de aclarar sus mentes y purificarse, buscando la iluminación perfecta de acuerdo al camino de Buda.

Cada mañana, despertaba al aroma de incienso. En un cuarto diseñado para la meditación se ofrecían pastel de naranja y piña frente a las estatuas de Buda. Nuestro hogar era como un templo. En cada pared colgaba un retrato de Buda, sumando más de 30 dioses en nuestra casa. Una estatua del "Gran Maestro," reverenciado como el Buda viviente, se encontraba en el centro de nuestro hogar. Mis padres frecuentemente hablaban sobre la disciplina, la sabiduría, y el entrenar la mente según las Cuatro Nobles Verdades.

Quizás usted se imagina que nuestro hogar se encuentra anidado en alguna calle en Tailandia o en China, sin embargo, la historia de mi vida empieza en Lawrence, Kansas, hogar del famoso equipo universitario de basketball de los Jayhawks. Mi padre era profesor de ciencia y mi madre trabajaba en casa cuidándonos a mis dos hermanas y a mí. La influencia de lo que llaman el Premio Guggenheim—un padre ganador y una "madre tigre" mantuvo la presión para sacar los mejores grados. Los tres no negociables en mi búsqueda por la aprobación de mis padres lo componían: los logros, la ambición, y el avance académico.

Mi linaje familiar taiwanés incluye generaciones de budistas, por lo tanto, la religión estaba destinada a formar una parte integral de la formación de mi identidad propia. Sin embargo, fuera de mi hogar nuestros vecinos seguían una fe completamente diferente a la mía. Mientras practicaba el violín los domingos por la mañana, mi atención vagaba a los sonidos de carros que se estacionaban afuera. Las familias, vestidas en sus mejores vestuarios, salían y caminaban a una de las muchas iglesias cerca de mi casa. Los miraba y luego regresaba a mi ensayo de violín. De alguna manera viví 18 años de mi vida sin escuchar nunca las Buenas Nuevas de Jesús.

Irradiando amor

A mediados de los años noventa llegué a la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign (UIUC) con los ojos bien abiertos, deseoso de empaparme de todo lo que la vida universitaria tuviera que ofrecer. Había escogido UIUC por su programa de ingeniería y por su cercanía a mi casa, además de su diversidad y de sus organizaciones estudiantiles muy activas. En Lawrence, regularmente me recordaban que yo era parte de una minoría étnica. En la universidad, por primera vez en mi vida, me encontré no con una persona, ni dos, sino con toda una multitud de gente que se parecía a mí, que se había criado en una manera similar a la mía y sabía lo que era ser bicultural en una cultura mayoritaria anglosajona.

Mi dormitorio estaba lleno de cristianos apasionados con Dios: los estudiantes de la Comunidad Cristiana InterVarsity (IVCF) compartían un lazo estrecho entre ellos y parecían irradiar amor. Ellos fueron los primeros cristianos asiáticos que conocí. Se preocupaban por cosas que eran importantes para mí—como vivir con propósito y tener compasión por una causa más allá de uno mismo. Al vivir con ellos me di cuenta que el budismo de mi infancia no estaba en mi corazón.

Durante mi segundo año universitario me entró la curiosidad sobre el cristianismo y le pedí a un amigo si podía acompañarlo a las reuniones estudiantiles de IVCF. Allí escuché por primera vez las promesas de Dios en cantos de adoración y pude ver a hombres y mujeres adorando a Dios. Pronto me uní a un grupo que se llamaba "Grupos que Investigan a Dios" y empecé a estudiar mi primera Biblia, comenzando con el Evangelio de Juan. Me maravilló la autoridad con la que Jesús hablaba; parecía como si las palabras saltaran de la página, hablándome a mí directamente.

Antes de poder depositar mi fe en Jesús, necesitaba saber que había una base racional de las verdades fundamentales del cristianismo. A principios de ese verano asistí a un retiro espiritual patrocinado por IVCF donde participé en una serie de estudios de apologética. Escuché explicaciones bien fundamentadas sobre la inspiración de las Escrituras, el problema del mal, y la singularidad del evangelio. Después de que se hizo la defensa satisfactoria de las doctrinas, el líder de mi grupo me sugirió que enfocara mi investigación en la persona de Jesús, para que de esa manera no dejara que mis investigaciones filosóficas sin fin me distrajeran del personaje principal de las Escrituras. La demostración de justicia y compasión de Cristo en la cruz tenía un sentido perfecto, y mis reservas se disiparon. Y contrario a la manera en que los medios pintan al cristianismo (como un fe estrecha, loca, y dada a poner en juicio a todo mundo), descubrí que el cristianismo era la cosmovisión más estimulante con la que yo me había encontrado.

En octubre de 1997, durante mi penúltimo año, decidí tomarme un descanso de mis estudios. Empecé a leer el folleto escrito por John Stott "Llegar a ser cristiano," que había traído de una reunión de IVCF. Mientras lo leía me vino una convicción de mi pecado y de mi necesidad de ser perdonado. Manejé a una área forestal esa noche, me arrodillé sobre el césped bajo las estrellas, y le entregué mi vida a Cristo. Había sido criado en medio de un mar de dioses, sin embargo nunca tuve ninguna relación con ninguno de ellos. Ese día, tuve la experiencia de conocer al Dios viviente, Emanuel: "Dios con nosotros." Una paz me inundó mientras contemplaba los cielos. Esa noche me convertí en el primer creyente en Cristo en nuestro linaje familiar.

Honrar a mis padres

El folleto de Stott había sellado mi conversión al presentar el evangelio en una manera profunda y sencilla. Pero más de una docena de creyentes me habían guiado hasta ese punto. Había escuchado el evangelio tanto a través del mensaje como de los mensajeros, quienes encarnaban la Palabra de Dios en sus vidas. Algunos de estos creyentes tenían un estilo intelectual y podían contestar mis preguntas más difíciles. Otros compartieron conmigo la marca que Jesús había hecho en sus vidas. Unos cuantos de ellos me invitaban con regularidad a participar en eventos cristianos. Dios envió a su único Hijo como mensaje y mensajero. De la misma manera, la comunidad de IVCF sirvió de mensaje y mensajero, unida en un mismo testimonio fiel.

Por meses oré sobre cómo decirle a mis padres lo que había ocurrido. Cuando fui a casa durante las vacaciones de invierno, me senté en la sala para leer Following Jesus Without Dishonoring Your Parents [Siguiendo a Jesús sin deshonrar a tus padres]. Mi padre estaba sorprendido por lo que había escogido para leer, pero también complacido del buen título del libro (escrito por un equipo de ministros Asiático Americanos que incluyen a Peter Cha y a Greg Jao). Cuando me preguntó la razón por qué estaba leyendo ese libro, le dije que me había convertido en un creyente en Cristo.

Esa misma noche, mi padre, siempre muy estudioso, se llevó mi Biblia a su oficina y pasó horas leyéndola para aprender de mi nueva fe. Como mis padres son de una cultura colectivista, siguieron insistiendo que la religión de nuestra familia era el budismo. Mi madre reconocía a Jesús como un hombre humilde y de buen carácter, pero decía que él era sólo uno de muchos dioses. Tanto mi padre como mi madre guardaban la esperanza de que volvería a mi buen juicio y regresaría a la fe budista.

Conforme el pasar de los años, la presencia de Dios en mi corazón fue profundizándose y empecé a discernir un llamado al ministerio. Mis padres me dijeron que si seguía adelante con este plan, me cortarían de la familia. Al sentir la falta de unidad en mi hogar, decidí permanecer en casa y cuidar de mi padre quien para entonces estaba luchando con una enfermedad del corazón. Mi presencia y mi devoción forjaron un respeto mutuo y ayudaron a preservar nuestra relación. Dentro del tiempo del Señor, mi familia se fue ablandando en cuanto a mi esperanza de ser pastor. Mis padres siguen compartiendo conmigo sus experiencias budistas y yo sigo compartiendo con ellos mi fe. Mi madre ora a Jesús regularmente pidiéndole que me bendiga y me proteja.

El día de hoy sirvo como miembro del equipo ministerial de una iglesia que se reúne en lugares múltiples en los suburbios de Chicago. Ayudo a equipar miembros para ser embajadores de justicia y misericordia dentro de un radio de diez millas alrededor de la iglesia. Tuve la oportunidad de haber experimentado el amor de Dios y ahora tengo el privilegio de pastorear a personas para que vivan el evangelio. Hubo varias curvas y vueltas en el camino para lograr llegar hasta aquí. Pero cada estación de mi vida es en respuesta al amor de Dios, no un luchar por alcanzar y obtener. Aquel que empezó una buena obra en mí la terminará. A través del poder de la resurrección de Cristo, mi búsqueda de afirmación producto de mi cultura fundamentada en la vergüenza ha sido transformada y redimida por gracia. Soy obra de Dios, aprobado y sin nada de que avergonzarme (2 Ti. 2:15).

Alexander Chu es el pastor de alcance de la Iglesia Christ Church en Lake Forest y Highland Park, Illinois. Es un candidato al doctorado de Trinity Evangelical Divinity School.

Los que se abstenían del alcohol que nunca conocí

Los cristianos activistas de generaciones anteriores estaban comprometidos radicalmente con el bienestar común.

Christianity Today June 5, 2014
F&A Archive / Art Resource

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Tengo un amigo que fabrica cerveza artesanal para Jesús.

Está comprometido con las cosas simples y locales, a comer y beber lentamente. Inspirado por Shane Claiborne y Wendell Berry, le puso por nombre a su compañía (si le podemos llamar compañía a un par de amigos haciendo cerveza en el garaje) Mad Farmers Ale [Cerveza Campesinos Furiosos] en honor al famoso poema de Berry Manifiesto: The Mad Farmer Liberation Front [Manifesto: El Frente de Liberación del Campesino Furioso].

Mi amigo ve su compromiso con vivir una vida simple y con el pobre, con hacer cosas con sus propias manos, como algo central a lo que Cristo espera que él sea. Y la cerveza es simplemente un aspecto de seguir las enseñanzas que Berry dio en su introducción:

Ama al Señor.
Ama al Señor. Trabaja sin sueldo.
Toma todo lo que tienes y sé pobre.
Ama a alguien que no lo merece.
… Sé como la zorra
que deja más huellas de lo necesario.
Algunas en dirección contraria.
Practica la resurrección.

Mi amigo encuentra afinidad entre sus compañeros evangélicos. Empezando con el crecimiento de pláticas teológicas en los bares, y la política relajada para administradores y profesores de instituciones cristianas—la más reciente en el venerable Instituto Bíblico Moody—y terminando con la evidencia verbal de jóvenes en sus 20's, una cosa queda en claro: ha habido, como lo dijo el New York Times al reportar lo que sucedió en Moody, un viro cultural en cuanto a los evangélicos y el alcohol.

No sé si mi amigo alguna vez ha considerado que generaciones de antepasados evangélicos veían el no tomar cerveza como algo central a lo que Cristo deseaba que ellos fuesen. Lo que sí sé es que para muchos de sus colegas de su generación la palabra templanza [temperance] trae consigo reglamentos legalistas ("no tomes, no fumes, no mastiques tabaco, ni te juntes con muchachas que lo hagan") y un vago recuerdo de haber aprendido que el movimiento de "prohibición" fue una cosa bastante mala: Tugurios, fabricación ilegal de bebidas alcohólicas, Al Capone.

Pero el movimiento pro-sobriedad tiene una historia mucho más antigua—y mucho más sorprendente.

Por sobre todas las cosas, moderación

Érase una vez, hace mucho, mucho, tiempo, Platón. En La república, libro que escribió hace más de 2,400 años, el filósofo griego habló sobre las virtudes necesarias para vivir bien en un orden social debidamente constituido. Dichas virtudes eran la prudencia, la justicia, la templanza, y la fortaleza—o en términos más conocidos el día de hoy, la sabiduría, la justicia, la moderación y el valor. Su lista vino a conocerse como las "cuatro virtudes cardinales." Los pensadores cristianos tomaron estas virtudes y agregaron las virtudes específicamente cristianas de la fe, la esperanza, y el amor.

La verdad es que la templanza—definida como abstinencia total, no sólo moderación—era una causa progresista en el EU del siglo diecinueve, y fundamentada en lo que se entendía como la mejor ciencia disponible.

Por siglos, la palabra templanza significó moderación para el típico cristiano. Quería decir experimentar el alimento, la bebida, y otros placeres en la proporción correcta en relación a las experiencias de la vida de uno mismo, y estar consciente del efecto interno de toda conducta externa. En algunos casos incluía conducta ascética tal como abstenerse de alimento, bebida, o sexo—ya sea por un periodo de tiempo (en la Edad Media, "no tenga relaciones sexuales por tres días antes de participar en la Comunión o Cena del Señor) o para ciertas personas (en aquellos tiempos y ahora también, "si eres monje no puedes ser dueño de ninguna propiedad").

Los metodistas más tarde calificarían la templanza como "una virtud singularmente cristiana, de la que se disfruta en el Espíritu Santo. Implica una subordinación de todas las emociones, pasiones, y apetitos al control de la razón y la conciencia." El catecismo católico todavía la define como "la virtud moral que modera la atracción de los placeres y provee el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de lo que es honorable.

Por supuesto, no siempre se practicaba la moderación. En muchos tiempos y lugares se honraba más quebrantar la moderación que observarla. Y puede ser que en algunas ocasiones aconsejara prácticas que nos parecen extrañas a nosotros (a ver, ¿qué dijeron sobre el sexo y la Cena del Señor?). Pero en su mejor perfil, la tradición cristiana declaró la sabiduría de que todas las cosas creadas son buenas, pero que todas las cosas creadas deben ser consumidas en una manera equilibrada.

En el siglo diecinueve, la templanza tomó un significado más limitado para muchos evangélicos y unos pocos católicos. Varios factores llevaron a esa limitación. Desde que las colonias norteamericanas fueron colonizadas, los norteamericanos por lo general tomaban mucho. Pero después de 1800, las cosas cambiaron. El siglo vio una creciente popularidad del whisky (otras bebidas sufrieron a causa del bloqueo de la era revolucionaria) y cerveza lager o rubia (que trajeron los inmigrantes alemanes). Agréguele a eso la disrupción social ocasionada por la industrialización. La nación cambió de pequeños pueblos donde todo mundo cuidaba del borracho del barrio y donde las cosas se fabricaban lentamente con herramientas de mano a zonas urbanas donde uno podía tomar en perfecto anonimato y donde se requería completa sobriedad para poder operar maquinaria pesada. Al mismo tiempo, empezaron a aparecer un número creciente de licorerías a través de los centros urbanos. Todos estos factores llevaron a un consenso de que la mejor manera de practicar la templanza en lo que tenía que ver con el alcohol era abstenerse completamente.

Tres ideas equivocadas

Hay una serie de ideas equivocadas en lo que tiene que ver con el movimiento de templanza del siglo diecinueve. La primera, que los mismos activistas pro-templanza compartían, es la idea de que el movimiento no funcionó. Lo cierto es que sí funcionó. El consumo de bebidas alcohólicas en Estados Unidos disminuyó drásticamente en los años 1830s cuando el movimiento pro-templanza despegó. Los norteamericanos estaban tomando 7.1 galones de alcohol puro por persona por año. (Esto sería el equivalente de tomarse 36 botellas de vino en un año.) Para 1835, el consumo había bajado a 5.9 galones; para 1840, 3.1. Para 1910, un poco antes de que empezara la prohibición, el consumo había bajado a 2.6 galones; después de la prohibición había bajado a 1.2, o seis botellas de vino por año. Después de todo el desgaste moral que trajo el siglo veinte, desde las bailarinas de los 1920s hasta el movimiento anticultural, para el año 2000, el norteamericano promedio bebía menos de un galón de alcohol puro al año. Eso sería más de seis galones menos de lo que bebían sus antepasados 200 años atrás.

La segunda idea equivocada—perpetuada por años por historiadores tanto como por gente común—es la idea de que la templanza fue un movimiento reaccionario, retrógrado dirigido por personas reaccionarias y retrógradas para imponer una moralidad anticuada. En los 1960s, un respetado historiador norteamericano describió a los activistas pro-templanza como los descendientes directos de aquellos que protestaron en los 1950s en contra de "fluoración, el comunismo doméstico, el currículo escolar, y las Naciones Unidas." Otros historiadores argumentaban que todo fue un complot económico con el fin de que los obreros pudieran trabajar eficientemente con maquinaria pesada. Un escritor señaló que el cambio de moderación a abstinencia fue ir de "una defensa de una virtud cristiana" a "una insistencia en un tabú social." Un adiós a las preocupaciones teológicas, y un bienvenido al opio de las multitudes.

La verdad es que la templanza—definida como abstinencia total, no sólo moderación—era una causa progresista en el EU del siglo diecinueve, y fundamentada en lo que se entendía como la mejor ciencia disponible. Varios experimentos famosos (incluyendo uno en que el médico William Beaumont miraba dentro del estómago de un paciente a través del espacio creado por una herida que todavía permanecía abierta y analizaba varias bebidas y comidas) dejaron en claro que la cerveza y el vino no eran una alternativa enteramente saludable a las bebidas destiladas. Los médicos en los 1800s estaban mejorando su habilidad para describir con exactitud los efectos físicos y mentales del abuso del alcohol. La Iglesia Metodista Episcopal podía argumentar a atentos oyentes, después de citar la definición de moderación arriba mencionada, que "tanto la ciencia como la experiencia humana se unen a las Sagradas Escrituras en condenar todas las bebidas alcohólicas como bebidas que no son ni útiles ni saludables."

No importa lo que pensemos de la ciencia o la exégesis del movimiento de templanza, el movimiento también gozó de aliados políticos progresivos. Antes de la guerra civil, la templanza y la abolición de la esclavitud estaban ligadas estrechamente; por ejemplo, los miembros sureños de la Iglesia Metodista Episcopal se pusieron nerviosos, cuando se suscitó un debate sobre el tema en 1844, sobre restaurar a las leyes de la iglesia algunas de las prohibiciones de conducta originales de John Wesley porque Wesley había prohibido la esclavitud a la par de la venta de licor. Después de que se fundó la Iglesia Wesleyana Metodista en 1843 en protesta porque la iglesia principal estaba cediendo a los intereses de la clase media, los wesleyanos protestaron en contra de la esclavitud, patrocinaron la famosa convención a favor de los derechos de la mujer en Seneca Falls, participaron en la primera ordenación de una mujer en la historia en el hemisferio occidental—y lucharon a favor de la templanza.

Las denominaciones de santidad que surgieron después (metodistas libres, nazarenos, y los más famosos, el ejército de salvación) siguieron el mismo ejemplo de los wesleyanos. Los del ejército de la salvación dieron el mismo rango a hombres y mujeres en el ejército y practicaron ministerios urbanos con los pobres a gran escala; también predicaron abstinencia total mientras laboraban en los bares salvando a los destituídos.

Muchos de los defensores de la templanza también promovían el derecho a voto de la mujer. Después de todo, las mujeres tenían mejores posibilidades que los hombres de votar a favor de cerrar los bares que estaban destruyendo sus hogares. Carrie Nation y su hacha de mano puede ser la imagen más famosa, pero la cruzada femenil de 1873-74—que llevó a la fundación del Woman's Christian Temperance Union (WCTU) [Unión Cristiana de Mujeres pro-Templanza] es una mejor representación del movimiento, con su multitud de manifestantes con sus brazos unidos frente a las puertas de los bares. Un historiador del WCTU más tarde describió la cruzada en Ohio:

Caminando de dos en dos, los más bajos primero, los más altos detrás, cantaban más o menos confiadamente, "Dad a los vientos tus temores," esas palabras alentadoras de protección divina ahora tan conocidas por los miembros de WCTU como el himno de la cruzada. Todos los días visitaban los bares y las farmacias donde se vendía licor. Oraban en pisos llenos de aserrín, o si se les negaba la entrada, se arrodillaban sobre el pavimento cubierto de nieve frente a las puertas, hasta que todos los vendedores de licor capitulaban.

El movimiento a favor de la templanza fue parcialmente responsable de introducir los bebederos públicos como una alternativa gratis al alcohol.

La tercer idea equivocada sobre el movimiento de templanza—y de muchos de los temas asociados al estilo de vida, desde el promover el vestido modesto hasta evitar el baile y las producciones teatrales—es que esos asuntos de estilo de vida surgieron del deseo de impedir que los cristianos se divirtieran. Claro que gran parte de la literatura del día sugiere que los líderes del movimiento de templanza estaban preocupados de las pasiones descontroladas—ya fuese por el alcohol, el tabaco, el vestido extravagante, el teatro, o el sexo opuesto. Pero esa preocupación estaba enraizada, al menos parcialmente, en el lugar a donde las pasiones descontroladas pueden llevar a la persona—es decir, a una vida de pobreza en la clase baja.

Conforme los jóvenes se mudaban a las ciudades para trabajar, desaparecían en la "cultura deportiva" urbana que se distinguía por el acceso al licor y a prostitutas. La línea entre trabajar en el teatro y trabajar en el comercio sexual a veces se volvía borroso. Aún el deseo de usar la mejor moda podía dejarlos en la bancarrota; las iglesias aconsejaban vestido sencillo recordándole a los miembros el mucho más dinero que podían dar a los pobres si no se lo gastaban comprando sombreros de última moda.

Uno de los escritores del movimiento creía que referirse a Jesús como un bebedor de vino era ponerlo también en el mismo lado de los "que golpean a sus esposas y los que golpean a sus hijos" y "siete de cada ocho crímenes que se cometen en el mundo civilizado." En el mejor de los casos, los defensores de la templanza trabajaron al lado de los pobres, recordándoles a sus colegas que lo que algunos tomadores moderados, muy seguros en sus redes protectoras de la clase media, creían que podían manejar bien, había otros más débiles de voluntad—o redes protectoras más débiles—que no lo iban a poder hacer. Los metodistas escribieron en 1868 en disciplina: "Les rogamos a todos los que se ven tentados por la moda de la sociedad mundana, o por apetito personal, a que se abstengan de esta apariencia y realidad de maldad…. Nuestras riquezas traerán consigo la más fuerte maldición del cielo si se vuelve una fuente de corrupción a través de cualquier complicidad con pecados popular."

En memoria

Muchas cosas se combinaron para ocultar estas historias de los herederos evangélicos del WCTU y del Ejército de Salvación. Para empezar, la prohibición puede haber reducido el consumo del alcohol, pero fracasó como experimento social. La rebelión en contra del movimiento pro-templanza, especialmente entre la élite intelectual, hizo eco por décadas. En los 1920s, un eminente historiador describió a los miembros del movimiento como personas que estaban del lado del "filisteismo, dura restricción, odio hacia la belleza, fanatismo de rostro duro, hipocresía suprema, palabrería, demonología, enemistad al arte verdadero, tiranía intelectual, jugo de uva, sermones espeluznantes, persecución religiosa, malhumor, mal genio, tacañería, intolerancia, soberbia, grandilocuencia." No es muy difícil encontrar miembros de la élite intelectual—tanto cristianos como los que no lo son—que dirían lo mismo el día de hoy.

Además, a algunos cristianos se les olvidó de donde vinieron las reglas sobre su estilo de vida. Renunciar a tomar o fumar o usar joyas o ir al cine permanecieron como marcas distintivas de la identidad evangélica en contextos donde la conexión entre estos comportamientos y el ministerio entre los pobres y los marginados había desaparecido desde mucho antes.

Cuando se levantó una nueva generación de evangélicos que estaban preocupados por la relación entre la santidad y lo que comemos y bebemos, y que quieren vivir sus vidas sintonizadas al manifesto poético de Berry, no sabían que sus antepasados pro-templanza ya habían viajado por ese camino antes que ellos. Conforme los cristianos evangélicos del día de hoy se apropian de la libertad para fabricar cerveza para Jesús, quizás les pueda ayudar si recuerdan que la libertad no es licencia—y que hay más de una manera de practicar la resurrección.

Jennifer Woodruff Tait es gerente editorial de Christian History y autora de The poison Challice: Eucharistic Grape Juice and Common-Sense Realism in Victorian Methodism (University of Alabama Press). La investigación en el seminario de estudios wesleyanos de verano de Asbury Seminary contribuyó a este artículo.

El inequívoco ‘no’ bíblico a la violencia doméstica

Justin y Lindsey Holcomb ofrecen la esperanza de la gracia para las víctimas de la violencia.

Christianity Today May 22, 2014
iStock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Yo no puedo escribir acerca de la violencia doméstica sin señalar mi contexto presente: Vivo en un pequeño y empobrecido país en el bajo Sahara, África, donde el abuso doméstico—incluyendo la violencia física y sexual contra las mujeres y niñas—está fuera de control. Las mujeres tienen pocos recursos para poder salir de la violencia, obtener seguridad, y conseguir ayuda.

Una de mis amigas y colegas—quien es ministro de la iglesia protestante más grande en mi país—dice que las iglesias muy pocas veces pueden tratar este tema. La violencia doméstica en este país se considera como algo más o menos "normal" me dice ella, y los ministros tienden a descartar el problema cómo algo sin importancia o cómo algo a lo que la mujer que teme a Dios debe someterse.

Hasta que leí "Is this my fault? Hope and Healing for Those Suffering Domestic Violence [¿Es esto mi culpa? ayuda y sanidad para quienes están sufriendo violencia doméstica] (Moody Publishers), por Justin S. and Lindsey A. Holcomb, yo no tenía idea de que la principal causa de muerte para las mujeres afroamericanas (en Estados Unidos) entre los 15 y 45 años era a manos de su pareja. Casi tres de cada cuatro norteamericanos conocen personalmente a alguien que ha enfrentado violencia doméstica (el 90% de las víctimas son mujeres). Como lo muestran los Holcomb, los efectos del abuso domésticos son amplios, fluctuantes e imprevisibles, severos y perduran por mucho tiempo, afectando tanto a las mujeres como a sus hijos. Por ejemplo, los niños que presencian violencia doméstica tienen el doble de probabilidades de que ellos mismos lleguen a convertirse en abusadores.

Justin (un pastor y profesor adjunto del Seminario Teológico Reformado) y su esposa, Lindsey, (una trabajadora en un centro de protección contra violencia doméstica) responden a la pregunta en el título del libro "¿Es esto mi culpa? con un inequívoco "no." Ellos también reconocen que "mientras algunas víctimas creen que los ministros de la iglesia tienen el mayor potencial para ayudarlas," en efecto (los ministros) son a menudo los que menos ayudan y algunas veces hacen daño."

En efecto, años atrás, yo misma asistí a unas conferencias bíblicas en que el profesor insistía en que el abuso conyugal no era razón para el divorcio, y que la sumisión requería aguantar algunas formas de abuso. Un popular pastor y teólogo una vez hizo una sugerencia similar en una sesión de preguntas y respuestas. Dijo que "si el abuso doméstico no le lleva a pecar sino que sólo le duele" entonces él pensaba que la mujer podía soportar el "abuso verbal por un tiempo" y "quizás que la golpeen una noche" antes de acudir a la iglesia en busca de ayuda. (Él aclaró después que las mujeres pueden buscar ayuda de las autoridades si la situación lo amerita).

Los Holcomb, al contrario, son audaces, y sin remordimiento se niegan a minimizar o descartar cualquier forma de abuso bajo cualquier circunstancia. Siguiendo los pasos del profesor Leo D. Lefebure de Georgetown, los autores definen el abuso como "el intento de un individuo o grupo por imponer su voluntad en otros a través de cualquier medio no verbal, verbal, o físico que cause daño sicológico o físico." Ellos ofrecen asesoramiento sabio y razonable (incluyendo una lista exhaustiva de recursos en los apéndices) para las víctimas y también para los familiares, amigos, y profesionales en el ministerio a quienes las víctimas pueden acudir en busca de ayuda. Los Holcomb también, de modo convincente, enfrentan las teologías distorsionadas que a veces se usan para defender el abuso.

El libro insiste apasionadamente en la suficiencia de la gracia de Dios para fortalecer y sanar a las víctimas y a los sobrevivientes. También invoca la categoría bíblica del lamento. Los Holcomb dicen que la ayuda profesional—incluyendo el uso de medicamentos psiquiátricos y consejería—de ninguna manera estorba la búsqueda de la sanidad a través del evangelio de la gracia. Las víctimas del abuso son "invitadas por Dios a clamar a él para que haga lo que ha prometido hacer: destruir el mal y quitar todo lo que hace daño a los demás y que difama el nombre de Dios."

Las mujeres que enfrentan la violencia doméstica a menudo sienten que ellas no tienen buenas opciones: Pueden dar honor a Dios o reportar el abuso; pueden confiar en la oración y en la intervención divina o buscar ayuda profesional. Rechazando las falsas opciones, Justin y Lindsey Holcomb hablan a la vida de dichas mujeres con balance, compasión, y autoridad bíblica.

Rachel Marie Stone es una contribuyente a Her.meneutics.

La mejor manera de utilizar la música en la iglesia

La clave para la adoración bíblica: ¡Que todo el mundo cante!

Christianity Today May 19, 2014

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

En mi último domingo en San Bernabé, donde dirigí la música por casi 27 años, el nuevo director musical me pidió compartir mi filosofía respecto a la música y la iglesia con algunos instrumentistas. Fue una buena ocasión para compartir lo que para mí es el papel de la música dentro de la adoración bíblica.

En primer lugar, ser ecléctico. Seleccionar lo mejor de una variedad de estilos y fuentes. Esto es fundamental para la iglesia.

La iglesia cristiana existe en casi todas partes porque, así como el misionólogo Andrew Walls lo descubrió, el cristianismo ha sido culturalmente más adaptable que otras religiones. Sí, conozco las historias de horror de los misioneros occidentales imponiendo himnos victorianos sobre conversos africanos y asiáticos. Pero también sé acerca de los misioneros—desde los Bautistas a los Jesuitas—que han ayudado a los nuevos grupos de creyentes a cultivar la adoración dentro de su propio vocabulario musical culturalmente único.

Al adorar como parte de una iglesia mundial, tenemos que encontrar pequeñas maneras de incorporar la música de otras culturas. En San Bernabé, recientemente cantamos un acompañamiento tibetano del Padre Nuestro, el himno multilingüe xhosa-zulú-sesotho "Nkosi Sikelel' iAfrika" ("Señor bendice África"), y un antiguo canto eclesiástico eslavo.

La iglesia cristiana ha culturalmente "polinizado" su culto durante casi dos milenios. Egeria, una peregrina española del siglo IV, escribió un testimonio presencial de prácticas de un culto en Jerusalén. Esas prácticas se convirtieron en la base para el año litúrgico emergente. En el siglo VI, después de volver a tomar la península italiana de los ostrogodos, el emperador Justiniano nombró a tres papas. El resultado fue "la adoración mixta," una mezcla de Oriente y Occidente que trajo el Aleluya Hebreo y el Kyrie Eleison Griego—"Señor, ten misericordia"—a nuestro culto común.

La Reforma también produjo tremenda polinización. Aunque a Elizabeth no le gustaban, los salmos de la Ginebra de Calvino se extendieron a su reino, y sentaron las bases para que se compusieran himnos bíblicamente saturados. Entre mis paráfrasis favoritas (especialmente ahora que me mudo a un nuevo estado) es el Salmo 23 de Isaac Watts, que concluye: "Allí pude encontrar un apacible descanso, / mientras otros van y vienen. / No más un extranjero, ni un huésped, / Sino como un niño en su casa."

Permita que las personas se escuchen a sí mismas y a los que están a su lado. Nuestras voces no deben ser sobrepasadas ​​por el órgano o el grupo musical.

En segundo lugar, evitar la tentación del "estrellato." El propósito de la música de la iglesia no es la excelencia artística, sino facilitar y animar a la adoración de parte de la gente. El papel del arte musical en la adoración es para refrescar lo comúnmente familiar, para poner de relieve los estados de ánimo cambiantes, y relacionar a la gente con Dios y con la comunidad cristiana. Toda nuestra creatividad y arte deben estar al servicio de estos objetivos. Esto implica una serie de cosas:

  • Utilice melodías cantables. "Amazing Grace," [el himno "Divina gracia"] fue publicado por primera vez en el año de 1779, pero no se hizo popular hasta 1900, cuando un editor de Chicago lo hizo cantable mediante la simplificación de una de sus melodías. La melodía importa.
  • Permita que las personas se escuchen a sí mismas y a los que están a su lado. Nuestras voces no deben ser sobrepasadas ​​por el órgano o el grupo musical. Algunos de los mejores cantos congregacionales se interpretan a capella, porque el canto sin acompañamiento nos permite estar atentos a las voces de los que están a nuestro lado. Además, nuestras voces no deben ser silenciadas por la acústica. Todos somos tentados a cantar en la ducha. Por el contrario, nada desalienta a cantar como un espacio de culto acústicamente seco, alfombrado, con techos bajos y bancas acolchonadas.
  • Luche por un equilibrio entre simplicidad y complejidad. La adoración se forma por la predicación de la Palabra y por la celebración en torno a la mesa de la Cena del Señor.

La porción de la Palabra del servicio exige una complejidad textual: por ejemplo, la paráfrasis desafiante de Martin Lutero del Salmo 46, "Castillo fuerte"; la celebración lírica de Samuel Stone de la eclesiología de Pablo en "El fundamento de la Iglesia"; y la versificación de Keith Getty, Kristyn Getty, y Stuart Townend de Hebreos 11: "Por la fe."

La participación en la Mesa del Señor, sin embargo, requiere sencillez ya que la música apoya la acción. Muchos de los cantos espirituales alteran sólo unas pocas palabras de un verso a otro, por lo tanto pueden ser cantadas mientras las personas reciben la Cena del Señor. Los cantos taizé ofrecen material simple que se profundiza con la repetición. Es importante que los cantos sencillos sean auténticos. Si surgen de una profunda espiritualidad, sobre todo si se formaron en la adversidad, cántenlos a menudo. Si surgen de una piedad superficial o manipuladora, evítelos.

Amplitud ecléctica y participación completa—Eso es lo que veo reflejados en la adoración de la multitud redimida que se describe en Apocalipsis 7, 14 y 19. La adoración celestial completa incluye las culturas de toda tribu, lengua y nación. La participación es tan llena (y acústicamente viva) que Juan puede describirla solamente diciendo que suena "como el estruendo de una catarata y como el retumbar de potentes truenos" (Apocalipsis 19:6). Eso es algo a qué aspirar.

Perdonando los pecados de mi padre

Cómo él me enseñó el significado más profundo de la misericordia

Christianity Today May 5, 2014
Anacleto Rapping

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Habían pasado diez años desde cuando vi a mi padre. En ese tiempo no tenía fotografías de él, sólo una vaga memoria de su rostro de nuestra última visita. Cuando llegamos en el van alquilado al complejo de casas para lo veteranos en Sarasota, Florida, mi esposo lo vio primero.

"Allí está." Duncan me lo indicó con un movimiento de cabeza.

Lentamente volví mis ojos. Un hombre estaba parado bajo el toldo del complejo. Vi su piel oscura, su cabeza casi calva y cuadrada, con el cuello que apenas era visible. Era él. Él estaba justamente como lo recordaba pero más grande, podía estar unas 40 libras más pesado que la última vez, cuando había dejado mis tiernos hijos para volar allí por tres días. No había olvidado esos tres días de silencio.

Ahora me quedé mirándolo, congelada. ¿Cómo actuar esta escena? Pensaba. ¿La hija llena de amor saludando al padre perdido por largo tiempo? ¿La hija disgustada deseando tener solamente unas pocas palabras de su padre?

Duncan detuvo el van. Salí lentamente y le abrí las puertas a mis hijos, deteniendo mi respiración. Salieron empujándose el uno al otro. Mi padre permaneció allí aparentemente sin verlos, como si ellos fueran algo inconsecuente para su vida—que en verdad lo eran. Él no sabía nada de ellos, ni siquiera había visto fotografías de ellos. No le había enviado ninguna porque mi padre estuvo casi totalmente desinteresado de sus propios hijos, y con mayor razón de sus nietos.

Cuando el último saltó fuera, de repente era mi oportunidad. Sabía lo que tenía que hacer. Abracé al hombre extraño, dándole palmaditas en la espalda con la punta de mis dedos. No deseaba acercarme demasiado a él.

"Ola, ¿cómo está?" él preguntó con su acento de Massachusetts. Sonrió un poco, mostrando los pocos dientes que le quedaban, todos rotos.

"Bien. Tuvimos un poco de dificultad para encontrar este lugar," dije con falso entusiasmo.

Nos había tomado dos días para llegar allí. Habíamos volado desde Kodiak, Alaska, desde la esquina lejana noroeste hasta la esquina sureste del país. Eran las vacaciones de primavera del 2006. Este viaje había sido mayormente para verlo. Mi padre tenía 84 años, por eso sabía que esta sería la única oportunidad para que mis hijos lo conocieran.

Ellos no sabían nada de él, y no habían preguntado nada. Pero en mis más de 28 años de matrimonio y de 16 como madre, había aprendido de mi esposo y mis hijos para qué son los padres. Y deseaba que conocieran quién era mi padre, por sí mismos. Algún día se interesarían.

Después de dos horas de visita, se me había acabado la conversación. Estuve quieta y triste. Ni siquiera había preguntado el nombre de mis hijos ni les había hablado. Casi ni me había hablado. Anhelando tener memoria de la visita, sugerí que fuéramos por un helado, su comida favorita. Estuvimos en línea por nuestros conos y nos los comimos debajo de un árbol, observando el tráfico. Justamente antes de dejar el lugar, le pedí a Duncan que nos tomara una foto. Quería recordar este momento.

Mi padre se sentó en la mesa de picnic con un gesto disimulado en su cara, luciendo muy contento. Me paré detrás de él, mis labios tensos, la boca bien cerrada, denotando tanto el vacío como la ira que podía retener. ¿Cómo podía todavía desear? ¿Cómo perdonarlo por todos los años pasados, aún por este momento? Él está muy contento con su helado, mientras que su hija se sienta a su lado hambrienta hasta la muerte, y él piensa que el helado hoy está muy bueno, ¿verdad?

No volvería a verlo de nuevo, decidí, no importa qué suceda.

Pecadores criando pecadores

Cinco años más tarde, recibí una llamada de mi hermana.

"Leslie, papá estuvo en el hospital de los veteranos la semana pasada. Se piensa que pudo haber tenido un ataque de corazón. Hoy lo sabré."

"¿Cómo lo supiste?"

"Hablé con él por teléfono."

"¿Le estás hablando a papá?"

"Sí. He estado llamándolo casi cada semana," ella contestó, con voz calmada y segura.

"¿Cada semana? Y ¿él te habla?" No podía esconder mi confusión. No podía creer que de los seis hermanos, ella fuera la que lo llamara. Era su cuarto el que papá visitaba de noche cuando estaba en casa, cuando el resto de nosotros estábamos acostados. No lo supimos hasta décadas posteriores.

'¿Por qué lo estás haciendo?' Le pregunté a mi hermana. 'Lo he perdonado, Leslie.' Colgué. El cuarto me daba vueltas.

Esa no era su única ofensa. Fuera que no quisiera o que no pudiera mantener un trabajo, nos dejaba en una niñez de pobreza vergonzosa. Cuando tenía 13 años y mi madre estaba yendo a la escuela para poder buscar trabajo, mi padre tomó el poco dinero que teníamos y se fue en su carro, con la intención de no regresar jamás. Desafortunadamente, semanas más tarde, regresó. Años más tarde, cuando pudo reunir algún dinero, se cambió a 2000 millas a la Florida a vivir en un maltratado bote de velas.

"¿Por qué estás haciendo esto?" Le pregunté a mi hermana.

"Lo he perdonado, Leslie."

Colgué. El cuarto me daba vueltas.

En la manera en que tales cosas suceden, de repente el mundo entero sintió el zumbido alrededor del asunto del perdón. El Padrenuestro se volvió inquietante: Perdónanos nuestros pecados como perdonamos a los que pecan contra nosotros. ¿Cuántas veces había dicho esas palabras y no las había escuchado? ¿Cómo podía deshacerme de sus pecados y crímenes contra nosotros? Y ¿qué del mandamiento "Honra a tu padre y a tu madre?" De seguro que si un padre o madre actúan deshonorablemente, no tenemos que honrarlos. Había edificado mucho de mi vida alrededor de esta premisa.

No tenía que mirar demasiado lejos para hallar a otros luchando perdonar al padre, a la madre, al padrastro, a la madre de crianza, al abuelo—toda la gente que debía amarnos y nutrirnos y que por muchas razones no lo hicieron. Es una historia antigua, tan antigua como Caín y Abel y sus padres caídos: pecadores criando pecadores. La iniquidad de los padres y madres visitó a los hijos hasta la tercer y cuarta generación (Éx. 34:7; Nm. 14:18). Pero aunque universal, y aunque se siente inevitable, el asunto es particularmente convincente en nuestro propio tiempo y lugar.

Las familias se deshacen en lo que parece como proporción sin precedencia. Cerca de la mitad de los primeros nacimientos en los Estados Unidos ahora son de madres solteras. Aproximadamente 1 en 5 niños son criados debajo de la línea de pobreza. Cuarenta por ciento de los matrimonios por primera vez fracasa, dejando niños en crisis relacionales y de pérdida. Más de 7 millones de niños viven con un padre que tiene problemas de alcohol o drogas, y una en cuatro familias son afectadas por enfermedades mentales. Entre las familias con dos padres, cerca de la mitad (44 por ciento) son conducidas por dos padres que trabajan; una de cada cuatro familias (26 por ciento) con conducidas por un solo padre que trabaja, estos adultos se ausentan de la vida de sus hijos más de lo que les gustaría.

Jill Hubbard, una sicóloga clínica con New Life Ministries en Laguna Beach, California, ve las consecuencias de la familia rota de cerca y personalmente. "Por lo menos la mitad de la gente que veo cada semana están batallando con grados de falta de perdón, especialmente de padre," me contaba. "Ellos no siempre pueden darse cuenta de la condición de sus corazones, pero se puede ver el intenso recuerdo de las heridas con las que no han lidiado."

Aún en hogares relativamente saludables y estables se sufre de las heridas y deficiencias. No importa la dedicación a sus hijos, no importa cuánto asistan a la iglesia y cuanto den el amor de Dios, cada padre está plagado por fracasos. Yo sé que yo lo estoy. Esta es parte de la razón de escribir mi libro—para dárselo a mis propios hijos.

Después de caminar el pedregoso sendero de perdonar a mi padre, estoy convencida que todos debemos caminar el mismo trecho. Si vamos a progresar como portadores de la imagen; si la iglesia va a ser el ungüento de una cultura herida; si nuestro país y nuestras comunidades van a prosperar; si nuestras propias familias e hijos se van a liberar de los pecados generacionales, necesitamos aprender y practicar el perdón hacia los que a menudo nos han herido más: nuestras madres y padres.

'Perdono para mí misma'

Al instar a otros con este llamamiento, no soy una profetisa solitaria balando un mensaje extraño en el desierto. Perdonar está de moda. En los últimos 15 años, el tópico ha sido conducido fuera de la iglesia y a la corriente principal y tiempo primordial, tanto que Jeanne Safer escribió para Psychology Today, "De lo político a lo personal, los estadounidenses están involucrados en una orgía de perdón." Un número de instituciones académicas han formado proyectos e institutos, incluyendo el International Forgiveness Institute [Instituto Internacional del Perdón] en la Universidad de Wisconsin—Madison y el Stanford Forgiveness Projects [Proyectos del Perdón de Stanford]. Energizados por concesiones y esperanza de fundaciones, cientos de estudios en los campos de la medicina, salud mental y ciencias sociales afirman el extraordinario poder del perdón para bajar la presión sanguínea, reducir el estrés y la depresión, elevar el sistema inmune y aumentar los sentimiento de compasión y optimismo aún en los más traumados individuos.

Más allá del occidente, proyectos de perdón han obrado sanidad y reparación a países devastados por brutalidad étnica auspiciada por los estados, incluyendo Sierra Leona, Ruanda, Burundi y Sur África. Estos proyectos por lo menos han interrumpido ciclos de venganza, odio y genocidio.

De nuevo en los Estados Unidos, el mensaje del perdón ha tomado un tono decididamente estadounidense, llegando a secularizarse e individualizarse, particularmente en los últimos cinco años. Los nombres de los autores y artículos son demasiados para hacer aquí una lista de ellos, pero un tema emerge: El perdón es una elección, y es primordialmente para nuestro propio bien. Fred Luskin, director del Stanford Forgiveness Projects, delinea un proceso de nueve pasos para "perdonar completamente," diciendo claramente, "El perdón es para usted y no para nadie más." Algunos aconsejan el perdón como salida de empatía hacia el ofensor, pero para muchos el ímpetu es la salud personal: dejando salir la amargura hacia el ofensor, despegándose del ofensor y ganando nuevamente el bienestar y el control.

El modelo del "perdón terapéutico" ha entrado en la conversación pública como una clase de milagro de sanidad auto-administrado. Un blog de la Nueva Era tiene el siguiente título, "Yo perdono para mí mismo," tipificando el reinado del entendimiento terapéutico del perdón. El autor declara, "No estoy perdonando por el bien de la otra persona. Perdono por mi propio bien para así estar libre e ir hacia delante." Así va la mantra: "Perdone y libérese a sí mismo." Dr. Phil se une al coro, urgiendo a los lectores hacia el perdón para llegar "al cierre emocional." Para llegar allá no hacemos más de lo que es absolutamente necesario. Él dice que tenemos que encontrar nuestra "Mínima Respuesta Eficaz"—"la cosa más fácil que usted pueda hacer para resolver su dolor."

Los teólogos cristianos han tenido una parte significativa en la elaboración del mensaje del perdón terapéutico. Lewis B. Smedes, el fallecido moralista, fue uno de los primeros en lanzar el perdón como un regalo para nosotros (en el clásico Forgive and Forget [Perdone y olvide]): "Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que ese prisionero era usted." La cita es tan ampliamente usada que ha tomado la fuerza de la verdad del evangelio. Tales mensajes sólo han aumentado desde entonces. Joy Meyer tituló su libro de 2012 sobre el perdón Do Youself a Favor … Forgive [Hágase un favor … perdone]. Y en enero, hablando en CBS This Morning sobre su nuevo libro sobre el tema, el pastor de una mega-iglesia, T. D. Jakes, afirmó al panel que "el perdón es un regalo que usted se da a sí mismo." El libro se presenta como "el paso más importante que usted puede tomar ahora mismo hacia la sanidad personal y el avance profesional."

Es muy cierto que el testimonio cristiano más completo ha permanecido en la plaza pública—por ejemplo, en el caso del perdón del que mató a las cinco muchachas del grupo religioso amish, y del perdón ofrecido por la madre del adolescente negro Jordan Davis. Pero múltiples artículos aparecen en los medios cristianos en línea cada mes ensalzando el mismo mensaje: El perdón es una elección, y el perdón es para mi propia felicidad y paz.

Todas estas proclamaciones, de ambos lados dentro y fuero de la iglesia, demuestran que no hemos perdido el concepto del perdón como un bien moral. Pero hemos reducido el beneficio para nosotros solamente. No sorprende, que el casi unánime coro para perdonar por nuestra propia bien haya generado una minoritaria pero notable reacción violenta—como la del autor del artículo de Psychology Today ya citado, quien correctamente arguye que si el perdón es de verdad para nuestra felicidad, podríamos sentirnos más felices deteniendo el perdón.

Amar la misericordia

No deseo disminuir las aspiraciones y logros de quien busque el perdón. Pero me preocupa que abandonar su base bíblica más profundad ha reducido a cenizas su poder y meta. Tenemos que regresar al mandamiento del Nuevo Testamento a "perdonar como hemos sido perdonados." Esta raison d'etre rescata todo el proyecto del perdón de sus peores formas de superioridad y auto-absorción. Jesús usó la parábola del siervo inmisericorde para ilustrar nuestra verdadera condición y necesidad—y el alcance completo del remedio.

Conocemos la parábola: Ese hombre con deudas masivas que fue llamado ante el rey somos nosotros. Estamos sin esperanza ante el Rey santo. Estamos hombro a hombro con cada deudor, aún con los que nos deben dinero y honor y amor paternal, todos nosotros cómplices en lo que L. Gregory Jones llama "el desastre universal del quebrantamiento pecaminoso." Nuestra única esperanza es el Rey mismo, y él lo hace. Él borra nuestras deudas enteramente. Sabemos que costó borrar esas deudas: la muerte de Jesús, el único que podía pagarlas.

En la parábola, el hombre liberado de la deuda canta y sale saltando de la presencia del rey. Pero entonces coge del cuello al hombre pobre que le debe una cantidad trivial, y sabemos que no logró comprender completamente lo que es el perdón verdadero. Falló en reconocer, en ese hombre miserable, un compañero deudor. En vez de eso, se ve a sí mismo en el papel de señor. Y falla en ese papel también.

Él no capta este hecho esencial. El perdón no es para su libertad y felicidad personal únicamente. Es para dar libertad y restauración a todos, especialmente a los que le deben. Es para traer la misericordia de Dios a nosotros los frágiles humanos, esperando la redención de un mundo quebrantado. Esta respuesta correcta al perdón de Dios es tan serio y esencial para la vida cristiana que Jesús advierte a los discípulos después de enseñarles el Padrenuestro. "Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas" (Mateo 6:14-15). Dios no condiciona su perdón en nuestra libertad de las deudas de otros—su salvación no depende en alguna acción de nuestra parte. Sin embargo, queda claro que Dios demanda que las personas que han sido perdonadas sean personas perdonadoras.

Desde luego que creyendo todo esto no hizo el perdón de mi padre simple o inmediato. Después de esa llamada telefónica con mi hermana, hice varios viajes a la Florida en el siguiente año y medio. Y primero fui con las palabras de Miqueas en mis oídos, "Te ha sido declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: Solamente hacer justicia, y amar la misericordia, y caminar humildemente ante tu Dios" (6:8). Fui a ver a mi padre deseando amar la misericordia, pero mi padre y yo chocamos. Él proclamaba su ateísmo. Yo era defensiva. Recordé todas la razones por las que mi padre nunca me cayó bien. En cada gentileza que le extendía, yo murmuraba que él nunca había hecho lo mismo conmigo.

Pero empecé a verlo más completamente. Vi su entusiasmo cuando yo aparecía cada mañana a visitarlo. Me llamó en mi cumpleaños. Después de su derrame, cuando despertó y me miró parada junto a él, empezó a llorar. Coloqué mi mano en su hombro, la primera vez que lo tocaba con compasión, y lloramos juntos en silencio—tanto por su larga y triste vida como por todo lo que nos dividió. Finalmente reconocí en su enfermedad mental la raíz de su inhabilidad para amar a otros. Me di cuenta que yo no era la única que había sido atacada, robada y abandonada sangrante en el camino: Así también estaba él. Con cada reconocimiento, mi corazón se quebrantaba y se sanaba. Entre visitas, yo llamaba y enviaba cartas, obsequios y libros. Estaba amando a mi padre. Estaba amando la misericordia. Estaba dejando de lado su egoísmo y crímenes, dejándolos en las manos de Dios.

Familia reconstituida

Pero las cosas no terminaron como yo esperaba. Mi padre nunca mencionó su interés o su amor por mi. Nunca reconoció sus errores. Mi extensión de misericordia no lo llevó a implorar la misericordia de Dios. Cuando su corazón quedó tan debilitado que él cayó en coma, mi hermana le puso el teléfono en su oído y le mencioné palabras de amor y perdón, pero fue incapaz de responder. Cuando falleció, dos años después de mi regreso a su vida, lloré por días.

Algunos pueden interpretar estos eventos como prueba que el perdón cristiano—la clase de perdón fundamentado en el perdón de Dios para con nosotros—no obra en el mundo real. Yo liberé a mi padre de su deuda que tenía conmigo, pero eso no parece haberlo cambiado a él. Entonces hice un error crucial: Volví a entrar en la relación. Lo amé y le serví. Al final, fui herida mucho más que si hubiese simplemente encontrado mi "respuesta mínima eficaz" y luego hubiera seguido con mi vida.

Pero ese evento final no es el fin real de la historia. Yo ubico el final en un evento anterior, cuando mis cuatro hermanos y yo nos reunimos en el pequeño cuarto de mi padre. Nos acomodamos donde pudimos, todos juntos dirigiéndonos a él. Él vestía una camisa marrón con franjas verdes y pantalones cortos de color kaki que mi hermana y yo le habíamos traído.

Miré alrededor del cuarto en ese día y parpadeé con admiración. Habían pasado 16 años desde que habíamos estado todos juntos. Ahora nuestra familia estaba reconstruida alrededor del que nos había separado antes por tantos años. Pensé en las historia del Antiguo Testamento de José, de la escena en el comedor junto con sus hermanos, la reconstrucción de su propia familia. ¡Qué tan improbable, aún imposible, era eso! Los diez hermanos, sentados bajo él, los que 16 años atrás habían terminado la vida de José como él la conocía. Pero su intento de maltratarlo no había destruido totalmente la vida de José, y tampoco él permitió que destruyera la vida de ellos.

Así fue con nosotros. Nuestro padre nos había herido a cada uno de nosotros de maneras significativas, pero nosotros habíamos decidido la misma cosa: No le pagaremos con lo que él nos ha dado. Estábamos allí para bendecirlo. Estábamos allí para honrarlo. No estábamos allí para silenciar el pasado sino para reclamarlo. Estábamos allí para convertirnos en personas perdonadoras, personas que podían también perdonarse la una a la otra.

Mi padre estaba confundido por nuestra presencia, pero lo vi llorando con emoción una tarde. En otra ocasión reconoció con palabras tartamudas que él no era digno de nuestra atención. Pero no estábamos allí para medir dignidad, estábamos allí para amar. Cuando murió meses más tarde, no murió solo. Dos de sus hijos estaban a su lado.

Podemos iniciar el viaje del perdón para aliviar nuestras propias cargas. Pero a lo largo del camino descubrimos la oportunidad para vivir la totalidad del evangelio.

Los ministros del perdón terapéutico tienen un papel que desempeñar, pero su mensaje es deficiente de maneras significativas. Han hecho el perdón demasiado emocional, demasiado privado y muy pequeño. Pero están en lo correcto en cuanto a su poder y libertad. El perdón bíblico nos libera para llevar la misericordia que recibimos de Dios al mundo y a otros. El perdón simplifica: entre más perdonadores seamos es menor la ofensa que recibimos de otros. El perdón libera: capacita para que las familias sanen e impide perpetuar los pecados generacionales.

Podemos iniciar el viaje del perdón para aliviar nuestras propias cargas. Pero a lo largo del camino descubrimos la oportunidad para vivir la totalidad del evangelio: amando a los no amados, perdonando setenta veces siete. Al hacerlo, reflejamos el reino de Dios entre nosotros.

Yo fácilmente hubiera perdido esta oportunidad de tomar el camino correcto. Hubiera podido fácilmente escuchar esas voces en vez de escuchar al hombre que clavado en la cruz oró por los que lo traicionaban, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." En el momento de la mayor maldad de quienes lo ejecutaban (y por lo tanto en su mayor necesidad), Jesús ofreció perdón. Somos llamados a hacer lo mismo. No enmendaremos la entera familia humana, ni perdonaremos jamás tan perfecta y completamente como Jesús. Somos llamados a tratarlo, en obediencia y amor por el Padre quien nos perdonó.

Empecemos con nuestras propias familias, trayendo a nuestros arruinados hogares el bálsamo de la ilimitada misericordia de Cristo. De allí, ¿quién sabe a dónde nos guiará el perdón?

Leslie Leyland Fields es una editora contribuyente y autora más recientemente de Forgiving Our Fathers and Mothers: Finding Freedom from Hurt and Hate [Perdonando a nuestros padres y madres: Encontrando la libertad del dolor y del odio] (Thomas Nelson), del cual se ha adaptado este artículo. Ella vive en Alaska, donde trabaja en la pesca de salmón comercial con su familia.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube