Theology

La Navidad también se trata de la sangre de Cristo

Los doce días de la Navidad tienen un mensaje de martirio, dolor y sacrificio, así como de vida, gozo y salvación.

Baby Jesus and Jesus on the cross in red paper cut out in flowing shapes
Christianity Today December 24, 2024
Ilustración de Mallory Rentsch Tlapek / Fuente de imágenes: WikiMedia Commons / Pexels

No solo hay un día de Navidad. Hay doce. Los doce días de la Navidad se extienden del 25 de diciembre al 5 de enero, es decir, desde el día en que celebramos el nacimiento de Cristo hasta la víspera de la Epifanía, cuando recordamos la visita de los Reyes Magos. Estas dos festividades nos resultan familiares, pero en el transcurso de los días intermedios, el calendario litúrgico celebra eventos y personas menos conocidos que muchas tradiciones cristianas han observado a lo largo de la historia.

Algunas de estas fechas son obviamente apropiadas, como celebrar a la Sagrada Familia. Algunas otras son fiestas que no llaman mucho la atención, como la celebración del apóstol Juan el 27 de diciembre.

No obstante, algunos días nos pueden parecer extraños. El 26 de diciembre es la fiesta de Esteban, el primer mártir lapidado por la fe. El 28 de diciembre es la fiesta de los Santos Inocentes, un día para recordar a los bebés de Belén asesinados por Herodes en su intento de matar a un posible rival al trono. Y el 1 de enero corresponde al octavo día de Navidad, día en que se celebra la circuncisión de Jesús.

Cada uno de estos días conecta la Navidad con el derramamiento de sangre, incluso el último; sin embargo, pocas veces relacionamos esta idea con la celebración. La Navidad es festiva porque es un festival: una gran fiesta en honor del nacimiento del Rey. El Adviento es para la penitencia; la Navidad, para la alegría (Mateo 9:15).

Sin embargo, hay una razón que explica porqué dentro de los doce días de la Navidad tienen lugar estas conmemoraciones tan sangrientas. Son un duro recordatorio del mundo en el que nació Jesús: el mundo que vino a salvar. Incluso cuando nos alegramos, es menos probable que trivialicemos la Natividad de Cristo si recordamos que este niño nació para morir.

«Sin derramamiento de sangre no hay perdón» de pecados, dice Hebreos 9:22 (NVI). La Navidad puede parecer muy lejana del Calvario, pero en realidad es más cercana de lo que pensamos. En el nacimiento de Cristo, la cruz ya está a la vista, ya sea para Dios (desde la eternidad), en las Escrituras (como narración) o para nosotros (que ya conocemos el final de la historia). El Hijo de María nació para derramar su sangre por nosotros. Ya desde el vientre, este niño estaba destinado a llegar a la tumba de José de Arimatea. Las circunstancias de su nacimiento y los santos honrados durante este tiempo dan testimonio de esa solemne verdad.

Te invito a recorrer conmigo estos tres eventos a contrarreloj: la lapidación de Esteban (26 de diciembre), la masacre de los niños de Belén (28 de diciembre) y la circuncisión de Jesús (1 de enero). Digo «a contrarreloj» porque, aunque avanzamos por los días del calendario, estamos invirtiendo el flujo de la narración: de Hechos 7 (después de Pentecostés) a Mateo 2 (después de que Jesús cumpliera dos años) a Lucas 2 (cuando Jesús tenía solo ocho días de nacido). Espero que al final quede clara la razón detrás de esta lógica.

La sangre de los mártires

El día después de Navidad se conmemora al primer mártir cristiano. Puede que su nombre y su historia nos resulten familiares, pero merece la pena recordarlos.

Poco después de Pentecostés, los doce apóstoles se dan cuenta de que no pueden cumplir por sí solos todos los deberes necesarios en la creciente comunidad cristiana. Así que nombran a Esteban y a otros seis hombres para servir a la naciente pero creciente asamblea de fe en Jesús (Hechos 6:1-6).

La joven iglesia ya ha sufrido oposición externa y conflictos internos. Sin embargo, el número de discípulos de Jesús sigue en aumento, ampliando el círculo de la joven iglesia (2:41-47; 4:4; 5:12-16; 6:7). Pedro, Juan y los demás apóstoles han sido detenidos, encarcelados y golpeados (4:3-7; 5:17-42), pero ningún seguidor del Camino se ha visto obligado aún a seguirlo, como hizo Jesús, «hasta el fin» (Juan 13:1). Hasta que llegó Esteban.

Esteban es un gran polemista. Sabio y lleno del Espíritu Santo, se enzarza en disputas públicas con otros líderes y eruditos judíos (Hechos 6:8-10). Enfurecidos por sus discursos, los falsos testigos provocan problemas con rumores y chismes, y el sumo sacerdote le pregunta a Esteban si lo que ellos dicen es cierto (6:11-7:1). Su respuesta es un sermón que resulta ser el último. Cuando termina, la muchedumbre se enfurece. Lo sacan a empellones fuera de la ciudad y lo apedrean hasta matarlo (7:54-60). Un joven llamado Saulo asiente con la cabeza en señal de aprobación tácita (8:1).

Esteban es el primer mártir de Cristo, el protomártir y quien se convertiría en paradigma para todos los que vendrían después de él. ¿Por qué? ¿Y por qué recordarlo en el segundo día de Navidad?

Los creyentes debemos imitar a Esteban porque, en su vida y en su muerte, Esteban imita a Cristo. Proclama con valentía la palabra de Dios. Realiza señales y prodigios (6:8). Su rostro brilla con luz celestial (v. 15). Como Jesús, Esteban confía su alma al Dios de Abraham, Isaac y Jacob (7,32), seguro de que su Dios no es el Dios de los muertos, sino de los vivos (Lucas 20:37-38). Su confianza estaba puesta en el poder de Dios para la salvación (Romanos 1:16), que es solo otra palabra para resurrección (2 Timoteo 1:10).

Por último, al igual que Jesús, Esteban consiente en su propia muerte. No lo desea, pero permite que suceda. No se defiende, sino que pone la otra mejilla (Mateo 5:38-48). Incluso le pide al Señor que perdone este pecado: el linchamiento de un inocente (Hechos 7:60). Tras haber aprendido esta oración de los propios labios de Jesús (Lucas 23:34), Estaban hace otra oración con su último aliento: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hechos 7:59; Lucas 23:46). Como Jesús oraba al Padre, de la misma manera los mártires y discípulos oran a Jesús, quien reina en la gloria a la derecha del Padre.

Un mártir no es solo, como Esteban, un creyente que muere por la fe. Un mártir es un testigo de Cristo. Eso es lo que significa la palabra griega martys, y por eso todos los cristianos comparten el mismo llamado. Al seguir a los apóstoles, que fueron testigos oculares de la Resurrección, todos nosotros seguimos dando testimonio del Señor resucitado de palabra y de obra, en la vida y en la muerte (Hechos 1:8 y 22; 2:32). Por eso Lucas señala la presencia de algunos «testigos» en la lapidación de Esteban (7:58).

Entendido de este modo más amplio, el martirio tiene sentido en Navidad. Celebramos la venida de Cristo no porque nos salva de la muerte, sino porque nos muestra cómo morir y cómo tener verdadera vida en esta vida agonizante. Ha nacido para darnos vida en abundancia, que es la vida eterna (Juan 10:10). Sin embargo, aunque nos aferremos a esta vida aquí y ahora, en nuestros cuerpos mortales, sabemos que no la poseeremos plenamente sino hasta que nos encontremos, como Jesús, más allá de la muerte. «Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los muertos, ya no puede volver a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre él» (Romanos 6:9).

Por eso, cuando recordamos la muerte de Esteban al día siguiente de recordar el nacimiento de Jesús, estamos, en efecto, recordando nuestro bautismo: el día de nuestra muerte y el día de nuestro nacimiento a la vez. «¿Acaso no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús en realidad fuimos bautizados para participar en su muerte? Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte. De modo que, así como Cristo resucitó por el glorioso poder del Padre, también nosotros andemos en una vida nueva» (vv.3-4). En efecto, «quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5).

Todo nacimiento está ligado a la muerte; ambos son inseparables. El nacimiento es sangriento, y lo que nace en la carne es mortal. Así pues, el nacimiento de Jesús en Navidad apunta simultáneamente a la muerte que Él murió para darnos la vida, al bautismo que es nuestro segundo nacimiento mediante la unión en su muerte, y al final definitivo de todo el ciclo fallido en su resurrección, ascensión y regreso.

Esteban es la primera de las innumerables semillas de Cristo sembradas en la tierra. En palabras de Tertuliano, nacido aproximadamente un siglo después de la muerte de Pedro y Pablo, «la sangre de los cristianos es semilla». O como la expresión es más comúnmente conocida: «La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia». En la economía de Cristo, la muerte engendra vida, y la Navidad no puede dejar de recordarnos ambas cosas.

La sangre de los inocentes

Si a primera vista es difícil relacionar a Esteban con la Navidad, la matanza de los Santos Inocentes no lo es tanto.

La historia es sencilla: Cuando unos hombres de Oriente le dicen a Herodes lo del niño «nacido rey de los judíos» (Mateo 2:2), Herodes conspira para asesinar a Jesús antes de que pueda convertirse en una amenaza. Enfurecido porque los Magos «se habían burlado de él» para ocultar la ubicación del bebé, Herodes ordena matar a «todos los niños menores de dos años en Belén y en sus alrededores» (v.16).

Tras la intervención de un ángel, Jesús escapa a Egipto con José y María (vv.13-15), pero el lamento de Raquel por sus hijos clama a Dios sin consuelo (v.18). Solo cuando Herodes muere, la sagrada familia regresa de Egipto y se instala en Nazaret (vv.19-23), la ciudad natal de María (Lucas 1:26-27) y ahora del Mesías (Marcos 6:1; Juan 1:46; Juan 7:40-42).

Al igual que la muerte de Esteban fue un reflejo de la muerte de Jesús, el nacimiento de Jesús fue un reflejo del nacimiento de Israel. Como Moisés, debe ser liberado del infanticidio masivo de un tirano (Éxodo 1:8-2:10). Como José, el hijo de Raquel (Génesis 30:22-24), debe buscar la protección de su propia familia en la tierra extranjera de Egipto (39:1-6). Como todos los hijos de Jacob, debe salir de Egipto y entrar en la tierra de Israel prometida a Abraham (12:7; Oseas 11:1).

Cada paso está plagado de peligros, violencia y derramamiento de sangre, y no se requiere nada menos que la intervención divina para cumplir el plan del Señor para la salvación de su pueblo.

Recordamos, pues, a los santos inocentes porque son el precio común que el mal cobra cuando se enfrenta a los buenos propósitos de Dios. Los recordamos porque un mundo que asesina niños sigue siendo, de algún modo, el mundo que Dios ama, un mundo que no está más allá de la redención, que necesita más que nunca el Evangelio del niño Cristo. Y los recordamos junto con el nacimiento de Cristo porque, al igual que las oraciones y los cantos de los creyentes han honrado su sacrificio a lo largo de los siglos, los santos inocentes anticipan el sacrificio único en la cruz. En palabras de Efrén el Sirio, que componía himnos en el siglo IV:

Los niños fueron inmolados a causa de tu nacimiento, que todo lo revivió.
Pero como el Rey, nuestro Señor, el Señor del reino, fue un [rey] inmolado,
los rehenes asesinados fueron entregados por ese astuto tirano.
Los rangos celestiales recibieron, revestidos de los misterios de su muerte
los rehenes que los seres terrenales ofrecieron. ¡Bendito sea el Rey que los engrandeció!

La sangre de la semilla de Abraham

El octavo día de la Navidad se celebra la circuncisión de Cristo. Para los gentiles es algo extraño; para los modernos, que relegan tales procedimientos a los pasillos estériles de hospitales y profesionales, es aún más extraño.

Dado que gran parte de la historia cristiana está lastrada por prejuicios latentes contra los judíos, es sorprendente que, enterrado en lo más profundo de la memoria de la Iglesia cristiana, nunca hayamos olvidado el significado de este día. Se celebra el octavo día de Navidad porque el pacto de Dios con Abraham ordena la circuncisión de todo varón judío al octavo día de su nacimiento (Génesis 17:12). Esto es precisamente lo que dice el Evangelio de Lucas: «Cuando se cumplieron los ocho días y fueron a circuncidarlo, lo llamaron Jesús, nombre que el ángel le había puesto antes de que fuera concebido» (2:21).

La circuncisión anticipa el bautismo. Del mismo modo que el bautismo es un nuevo nacimiento a través de la muerte del viejo yo —una entrada mortificante en la familia del pacto con Dios—, la circuncisión hiere la carne en aras de una nueva vida que ahora se vive en alianza con el Señor. Toma la medida simbólica de un hombre, su virilidad y su poder para engendrar vida terrenal, y entra con un corte. No pide permiso. Proclama, a través de la sangre, que este niño pertenece a Dios porque es hijo de Abraham, y se espera que viva como tal todos los días de su vida.

Así se dirige Dios a Abraham: «De esta manera mi pacto quedará como una marca indeleble en la carne de ustedes, como un pacto eterno. Pero el varón incircunciso, al que no se le haya cortado la carne del prepucio, será eliminado de su pueblo por quebrantar mi pacto» (Génesis 17:13-14).

Jesús es circuncidado porque es hijo de María, y María es hija de Abraham. Jesús es judío, sujeto a la ley judía. Pero Jesús, confesamos, no es solo un judío, sino el Dios de los judíos. Es el Dios judío hecho carne. Es el autor de la Ley. Es el amigo de Moisés. Él es la voz que llamó a Abram de Ur y le hizo promesas extravagantes. Él es la fuente del mandamiento de la circuncisión.

En Jesús, por tanto, el Dios de Abraham se somete a su propia alianza. El Dios que circuncida se circuncida a sí mismo. Como dice Ephrem en otro himno a la Natividad:

He aquí que al octavo día, siendo niño
El Circuncidador de todos, vino a su propia circuncisión. (…)
La señal de Abraham quedó en su carne.

Este es un gran misterio. Es una de las razones por las que la Iglesia no pasa por alto el octavo día de Navidad como un episodio insignificante de la infancia de Jesús, sino que lo honra con una fiesta.

Una razón que va incluso más allá es que se trata de la primera gota de sangre derramada por el Salvador. Del mismo modo que Esteban y los santos inocentes cierran la historia de Jesús con el martirio, en su propia carne Jesús comienza y termina su vida derramando su sangre. Abre con una cuchilla judía, cierra con clavos romanos. Jesús tiene cicatrices desde el principio y, como aprendemos gracias a la experiencia de Tomás, sus cicatrices se curan, pero no se borran tras la Resurrección (Juan 20:19-29).

Pablo nos enseña que la descendencia (o «simiente») de Abraham es singular, no plural, porque las promesas de Dios se cumplen en Jesús, el Mesías de Israel y Salvador de las naciones (Gálatas 3:1-4:7). Este es el Evangelio que se proclama en Navidad, en himnos como «Se oye un canto en alta esfera» [«Hark! the Herald Angels Sing», traducción de la letra en inglés]:

Afable, deja su gloria,
Nacido para que el hombre no muera más;
Nacido para resucitar a los hijos de la tierra;
Nacido para darles un segundo nacimiento.

Mientras cantamos con gozo esta Navidad, no olvidemos el costo de este segundo nacimiento. Si tenemos oídos para oír, la historia de Jesús no nos dejará olvidarlo. Tampoco lo hará el calendario de la Iglesia.

Brad East es profesor asociado de teología en Abilene Christian University. Es autor de cuatro libros, entre ellos The Church: A Guide to the People of God y Letters to a Future Saint.

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Culture

Marcos Witt estaba cansado de ‘las mismas canciones navideñas de siempre’

El querido líder de adoración latinoamericano se propuso llevar el Salmo 96:1 a un género cargado de tradiciones.

Marcos Witt on a red and green background
Christianity Today December 20, 2024
Edición por Christianity Today / Fuente: Cortesía de Marcos Witt, Getty

Para Marcos Witt, escribir música navideña es algo más que capturar el sentimiento de esta época del año o evocar cálidos recuerdos. Se trata de crear música original que glorifique a Dios, incluso durante la temporada navideña, cuando las melodías familiares se repiten una y otra vez, dijo en entrevista para CT el afamado adorador latino. 

«Dice la Palabra: “Cantad al Señor un cántico nuevo”», dijo Witt, citando el Salmo 96:1. «No va más allá de eso».

Witt ha producido algunas de las canciones navideñas contemporáneas más populares de América Latina, ya que sus composiciones se han convertido en símbolos emblemáticos de la colección de villancicos cantados por muchos cristianos de la región. Canciones como «Es Navidad» y «Nada especial» atraen a los evangélicos de habla hispana que buscan alternativas a los villancicos católicos tradicionales como «Mi burrito sabanero» o «Los peces en el río», que hacen énfasis en los santos y la Virgen María.

Incluso el público que no está familiarizado con las canciones de adoración de Witt ahora reconoce sus canciones de Navidad. La música navideña es solo una faceta de la extensa discografía de Witt, pero es un género que ha abierto oportunidades para que este hijo de misioneros alcance a nuevas audiencias.

Witt lanzó su primer álbum navideño, Es Navidad, en 1996. La canción principal de este disco se ha mantenido como una de las tonadas navideñas modernas más populares entre el público de habla hispana, estableciendo a Witt como un ícono musical con un amplio atractivo y una posición única en la industria musical latinoamericana. 

En noviembre de este año lanzó «Nació la Luz», una colaboración inesperada con la destacada actriz y cantante mexicana Thalía. 

A lo largo de los 38 años de carrera de Witt, ha vendido más de 27 millones de copias de sus más de 40 álbumes, y ha ganado seis premios Grammy Latinos y dos premios Billboard. A través de CanZion, su sello discográfico, Witt ha cultivado e impulsado las carreras de artistas latinoamericanos como Danilo Montero, Jaime Murrell y Jesús Adrián Romero. Ahora radicado en Houston, Texas, es considerado uno de los líderes evangélicos más influyentes entre los hispanos en Estados Unidos.

«Hablar de Marcos Witt es hablar de alguien que llevó un género musical al mainstream hispano», dijo a CT Pablo Aguirre, productor musical ecuatoriano y miembro de la Academia Latina de la Grabación.

En la década de 1990, Es Navidad transformó la forma en que las iglesias evangélicas latinoamericanas celebran esta temporada. Los líderes de alabanza adoptaron las canciones del álbum casi de inmediato, usándolas en las presentaciones navideñas de sus iglesias. Antes de que Witt lanzara el álbum, los evangélicos de la región dependían de villancicos católicos que, aunque les resultaban familiares, tenían cada vez menos resonancia entre los jóvenes (y eran asociados con una tradición eclesiástica de la que muchos evangélicos querían distanciarse). 

«A casi tres décadas de su lanzamiento, sigue siendo relevante», dijo a CT Luisa Calle, periodista de Billboard. 

Witt le dijo a CT que fue su productor, Juan Salinas, quien primero le sugirió que hiciera un álbum navideño. Le gustó la idea, pero estaba decidido a no lanzar una colección más de villancicos tradicionales. 

«No tenía ganas de hacer un álbum en el que nos sentáramos y cantáramos las mismas viejas canciones navideñas», dijo Witt.  

Es Navidad contiene algunos arreglos modernos de canciones tradicionales traducidas del inglés, como «Noche de paz» y «Venid fieles todos». Pero fueron dos obras originales las que cimentaron el álbum como un clásico navideño. La primera de ellas, «Es Navidad», es una canción de celebración y de fe con un arreglo festivo de inspiración tropical. 

¡Es Navidad! La Tierra celebra.
El rico y el pobre compartirán
la dicha y el gozo que en aquel día
Cristo Jesús nos vino a dar.

—«Es Navidad», Marcos Witt

«Es Navidad» es una de las pocas canciones suyas que han logrado romper lo que Witt llama «la barrera del mundo evangélico». A lo largo del mes de diciembre, es habitual escuchar la canción a través de los altavoces de los centros comerciales y en estaciones de radio seculares de toda América Latina. 

Otra melodía original del álbum, «Nada especial», ha seguido siendo popular entre el público de habla hispana. Al estilo de un bolero (que recuerda a los éxitos del cantante Luis Miguel), la letra reflexiona sobre el humilde reconocimiento de no tener ningún regalo digno del niño Rey:  

Quisiera haber sido un mago
para poderte traer mi mejor regalo,
y ponerlo delante de tus pies.

—«Nada especial», Marcos Witt

Tras el éxito de Sana nuestra tierra de 2001, que le valió su primer Grammy Latino, Witt lanzó otro álbum navideño, Tiempo de Navidad. El ambicioso proyecto fue grabado en los estudios Abbey Road (donde los Beatles grabaron su undécimo álbum de estudio, del mismo nombre) en Londres, e incluye los más altos estándares navideños, interpretados con maestría por la Orquesta Filarmónica de Londres. Además de versiones de canciones como «Blanca Navidad» y «¿Qué Niño es este?», Witt incluyó un nuevo arreglo de «Nada Especial».

Witt lanzó el álbum junto con Sony Music y su propio sello discográfico, CanZion. La dimensión y calidad de esta producción fueron evidencia de la creciente popularidad de Witt y de su amplio atractivo entre el público de habla hispana. Witt aprovechó el impulso de los premios Grammy e incursionó en el mercado de la música de habla inglesa, lanzando simultáneamente una versión en inglés de este nuevo álbum, titulado Christmas Time

Más de una década después, hacer nueva música de navidad sigue siendo importante para Witt. En 2020, lanzó el EP Navidad es Jesús, que reúne a una variedad multinacional de artistas, entre ellos el cantante español Kike Pavón, el dúo mexicano Majo y Dan, la banda mexicana Rojo y el cantante y compositor guatemalteco Lowsan Melgar. En 2022, Witt publicó otro EP con su hija Elena Witt-Guerra que contiene dos himnos tradicionales, «Noche de Paz» y «Santa la Noche». 

El EP navideño de Witt de 2020 ilustra su posición única en la industria como intérprete, así como la influencia de sus colaboraciones. Es un artista con un gran atractivo que puede trabajar con músicos de todos los géneros y fronteras geográficas, permaneciendo firmemente arraigado en la industria cristiana. Witt dijo que su éxito también le abrió las puertas para convertirse en una figura pastoral dentro de la industria, incluso más allá del nicho cristiano.

«A lo largo de los años, he tenido el privilegio de poder orar con muchos [artistas], apoyándolos en tiempos de crisis, en tiempos de dolor», dijo Witt. 

Aun cuando en varias ocasiones sus asociaciones con artistas seculares ha generado críticas, Witt ha seguido sirviendo de puente entre el ámbito cristiano y los músicos interesados ​​en hacer música que refleje su fe. 

«Al unir fuerzas con figuras del mundo secular, Marcos no solo logra dar una mayor visibilidad a la música cristiana, sino que también contribuye a cambiar la percepción de que este tipo de música se limita a un círculo cerrado», dijo a CT el productor del Grammy Latino, Pablo Aguirre.

En octubre, Witt publicó una entrevista con la actriz y cantante mexicana Thalía, una de las artistas de pop latino con mayores ventas de todos los tiempos y un rostro reconocible en el mundo de las telenovelas. 

Durante la entrevista, Thalía habló abiertamente sobre su fe cristiana, algo que se había rehusado a hacer en el pasado. En la entrevista, relató que asiste a la iglesia cristiana que dirige su hermana, que creció en una familia en la que se hablaba de Dios, y que tuvo un encuentro personal con Jesús cuando era joven. 

«Yo sabía que ella era seguidora de Jesús, pero también sabía que era una seguidora de Jesús a la secreta, y se lo mantenía muy calladito», dijo Witt. 

Thalía, que nunca había hablado públicamente sobre su fe, le envió un mensaje a Witt en Instagram a principios de este año sobre una posible colaboración, y él respondió diciéndole que estaba dispuesto a ayudarla a hacer su primer sencillo cristiano. 

La incursión de Thalía en la esfera de la música cristiana llega en un momento en que otros artistas latinoamericanos seculares de larga data como Daddy Yankee o Farruko están haciendo de su fe una parte más visible de sus vidas. Como CT reportó recientemente, una tendencia similar ocurre en Brasil, donde estrellas del pop como Ana Castela o Wesley Safadão están cortejando al público de la industria musical cristiana.

Witt dijo que considera un honor que un artista secular le pida ayuda para comenzar a cantar acerca de su fe. Aunque no considera que se trate de un nuevo llamado en su ministerio, compartió que siempre está dispuesto a ayudar. «Cuando surge la oportunidad, respondo: “Heme aquí. Envíame a mí”», dijo.

Como era de esperarse, no han faltado las críticas con respecto a esta colaboración. Unos días después del lanzamiento de la canción, varios youtubers publicaron videos criticando a Witt por grabar con Thalía, quien en varias ocasiones ha expresado su apoyo a la comunidad LGBTQ.

«Ah, bueno, me han criticado de maneras peores», comentó Witt sobre la reacción. «No tengo que rendir cuentas ante mis seguidores en Instagram o TikTok. Voy a tener que rendir cuentas ante el Señor».

Después de 38 años de experiencia en la industria musical, Witt parece no preocuparse por quienes dicen que está demasiado familiarizado con el mundo secular. Producir música navideña le ha brindado oportunidades orgánicas para hacer crecer su audiencia, así como relaciones con otros artistas más allá de las fronteras de los estilos musicales y del mercado. 

La temporada sumerge a los oyentes religiosos y no religiosos en la música que celebra el nacimiento de Cristo, y durante casi 30 años, Witt ha seguido produciendo canciones nuevas, con la esperanza de ofrecer algo más que entretenimiento navideño.

Hernán Restrepo es un periodista colombiano que vive en Bogotá. Desde 2021, administra las cuentas de redes sociales de Christianity Today en español.

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News

En Venezuela, ¿la Navidad empieza cuando lo dice el presidente?

Desde hace dos meses, Caracas está decorada con árboles y luces. Algunas iglesias miran la iniciativa con recelo.

A child plays in front of a Merry Christmas sign as part of the Christmas celebrations in Venezuela

A child plays in front of a Merry Christmas sign in Venezuela.

Christianity Today December 17, 2024
Jesus Vargas / Stringer / Getty

En Venezuela, un vendedor de flores anuncia el inicio de la temporada navideña. Según la leyenda, Antonio Pacheco viajó durante años desde Galipán, un pueblo en las montañas del norte, hasta Caracas, con flores para vender cada diciembre. Cuando llegaba a la Plaza Bolívar el primero de mes, su aparición marcaba la llegada de la Navidad. 

Sin embargo, este año, cuando Pacheco llegó por medio de una representación teatral, se encontró con una temporada navideña en pleno apogeo, un gran árbol de Navidad en el centro de la plaza, luces en todos los edificios importantes y un cartel iluminado que le deseaba una Feliz Navidad a los transeúntes. De hecho, algunas de las decoraciones ya habían comenzado a desvanecerse, ya que habían sido colocadas dos meses antes. Según el calendario oficial del Estado, la Navidad dio inicio el 1 de octubre. 

Según la tradición local, las fiestas navideñas comienzan con la Fiesta Católica de la Inmaculada Concepción de la Virgen María el 7 de diciembre y terminan con la Epifanía el 6 de enero. No obstante, en los últimos años, estas fechas se han vuelto maleables. 

En 2020, el presidente Nicolás Maduro anunció que la Navidad comenzaría el 15 de octubre. Al año siguiente, mientras el país se recuperaba de la pandemia de COVID-19 y los sucesivos confinamientos, ordenó que la temporada festiva comenzara el 4 de octubre. El año pasado, le dijo a sus seguidores de TikTok: «Feliz Navidad a partir del 1 de noviembre. ¡El Niño Jesús ya viene!».

Para la declaración de octubre de este año, que se produjo pocas semanas después de las controvertidas elecciones presidenciales, el equipo de comunicaciones del presidente publicó un comercial de televisión que mostraba niños y ancianos venezolanos sonrientes. Reporteros del canal de televisión estatal Telesur salieron a las calles para mostrar imágenes de ciudadanos disfrutando de las luces navideñas.

Maduro ordenó que el gobierno instalara adornos navideños en oficinas públicas y parques. El gobierno colocó decoración decembrina y luces en lugares especiales como la Plaza Bolívar y la Plaza Los Símbolos. El Parque Nacional Waraira Repano iluminó su icónica cruz. (Este año, los medios de oposición informaron que el gobierno había impuesto multas a las empresas que se negaron a colocar adornos navideños antes de tiempo).

Como en años anteriores, el gobierno, a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), incrementó la cantidad de alimentos que entrega en los barrios más pobres, priorizando zonas con densa población chavista, o aquellas ideológicamente alineadas con el socialismo de Hugo Chávez, quien gobernó Venezuela entre 1999 y 2013. 

Este año, el Ministerio de Educación de Venezuela también emitió un comunicado de prensa donde señalaba que, a partir del 1 de octubre, las escuelas debían ofrecer «actividades pedagógicas, artísticas y culturales que reflejen las raíces, costumbres y tradiciones ancestrales» de la Navidad en Venezuela.

A pesar de las proclamaciones del gobierno, todo parece indicar que el calendario de la iglesia no ha cambiado.

«La forma y el momento de la celebración [de la Navidad] son responsabilidad de la autoridad eclesiástica», declaró la Conferencia Episcopal de Venezuela (CEV) poco después del anuncio navideño gubernamental. «Esta festividad no debe utilizarse con fines propagandísticos o políticos particulares».

Varios pastores evangélicos contactados por CT prefirieron no comentar sobre el adelanto de los festejos navideños, debido a la tensión política que vive el país. Pero las redes sociales de algunas de las iglesias más grandes de Venezuela, como la Iglesia Maranatha, Asambleas de Dios o la Iglesia Pentecostal Unida, no mostraron publicaciones sobre Navidad durante los meses de octubre y noviembre. (De hecho, en octubre, como se puede ver en sus publicaciones de redes sociales, muchas congregaciones de todas las denominaciones observaron el Mes de la Biblia). 

No fue sino hasta el 1 de diciembre que la mayoría de las iglesias, tanto evangélicas como católicas, comenzaron a promover cantatas, servicios de culto relacionados con el tema y celebraciones de Adviento, y también comenzaron a cantar villancicos los domingos por la mañana. 

«Declarar la Navidad de manera extemporánea es convertirla en una fiesta de despilfarro y gasto», dijo a CT el cardenal Baltazar Porras, exarzobispo de Caracas, cuya renuncia fue aceptada por el Papa Francisco apenas un mes antes de las elecciones presidenciales del 28 de julio. 

«Curiosamente lo que se promueve no tiene que ver con la identidad venezolana sino con arbolitos, nieve, renos y figuras ajenas a nuestra cultura que intentan hacernos creer que estamos felices y contentos porque aquí vivimos muy bien, olvidándonos de los presos, la tortura y la falta de libertad».

Otros venezolanos que se han enfrentado a Maduro comparten este escepticismo. 

«Esta medida busca asociar la imagen de Maduro con el bienestar y la alegría en un intento de monopolizar el sentimiento popular», dijo Miguel Ángel Martín, expresidente del Tribunal Supremo de Venezuela a CT, actualmente exiliado en Estados Unidos. 

Aunque Maduro declaró su victoria en las elecciones del 28 de julio, la oposición lo acusó de fraude electoral, una afirmación compartida por observadores extranjeros y por los Estados Unidos. Desde entonces, el gobierno ha arrestado a al menos 1300 personas que protestaron por los resultados. La oposición también ha culpado a las fuerzas de seguridad del Estado de causar la muerte de al menos 21 manifestantes. 

Al malestar político se han sumado los problemas sociales y económicos. Según una encuesta de la Universidad Católica Andrés Bello, el 50,5 % de la población de Venezuela vive en pobreza extrema, a pesar de ser el hogar de las mayores reservas de petróleo en el mundo. Las crisis persistentes han desencadenado una intensa ola de migración. Las Naciones Unidas estiman que actualmente 7.7 millones de venezolanos viven en el exterior. (La población del país es 29.4 millones).

«La intención de forzar un ambiente navideño busca vaciar de contenido el significado que la iglesia le da a esta celebración e intenta sustituirlo, presentándolo como un paliativo superficial ante el descontento social», afirmó Teresa Flores, directora del Observatorio de Libertad Religiosa para América Latina, con sede en Lima, Perú.

No obstante, Ender Urribarrí, pastor de la iglesia Encuentro con Dios en la Colonia Tovar, un pueblo ubicado 60 kilómetros al este de Caracas, ve la medida como una oportunidad extendida para compartir el Evangelio.

«Ojalá no fueran solo tres meses que se celebra la Navidad», dijo a CT, «sino todo el año».

Hernán Restrepo es un periodista colombiano que vive en Bogotá. Desde 2021, administra las cuentas de redes sociales de Christianity Today en español.

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Christianity Today December 16, 2024
Ilustración de Jennifer Sampson

La caja era como un fuego que no podía tocar.

Llegó a nuestra casa una tarde de verano, y mis suegros la pusieron en mis manos. La dejé en el garaje, pensando que, si la ignoraba, desaparecería. Con cada día que pasaba, se fue enterrando bajo una fina capa de polvo del oeste de Texas y cosas de la vida cotidiana: vasos que salían del coche, flotadores de piscina, la viola de mi hija. Pasaron los meses. Sin embargo, todavía podía ver la inconfundible letra de mi padre asomándose, las gruesas líneas negras garabateadas en la parte superior con un plumón permanente: «Entregar a Carrie».

Habían pasado diez años desde la última vez que hablé con mis padres, pero cada vez que pasaba por delante de la caja, contenía la respiración, como si la ira de mi padre pudiera salir de las letras que escribían mi nombre y volver a colarse en mi vida.

Había cosas que ansiaba encontrar en la caja, como mi preciada colección de libros de Nancy Drew, que suponía alguna vez pondría en los estantes de mi hija. Pero probablemente también había una herencia más oscura acechando en el interior, así que pospuse el momento de abrirla.

En Estados Unidos, hoy en día, hay unos 68 millones de cajas como la mía escondidas en garajes: una por cada uno de los 1 de cada 4 estadounidenses que dicen estar distanciados de un familiar. El distanciamiento entre mis padres y yo es el más difícil de reconciliar: el que surge del trauma, la crianza abusiva y las enfermedades mentales en el sistema familiar.

El mundo exterior puede ver mi situación y decir que tenía todo el derecho de alejarme. Otros, como mis padres, pensarán que el distanciamiento nunca es la solución. Pero he pasado más de una década en algún punto intermedio, preguntándome cómo puedo seguir siendo una fiel seguidora de Jesús mientras les niego a mis padres el acceso a mi vida. Estoy convencida de que cortar los lazos era mi única vía de escape, pero mi deseo de seguir a Jesús me mantiene luchando con preguntas persistentes sobre la obediencia y la gracia.

¿Cómo puedo honrar a mi padre y a mi madre si me niego a verlos? Si digo que tomo en serio las enseñanzas de Jesús sobre el perdón y la reconciliación, ¿estar alejada de ellos significa que soy una hipócrita amargada que no sabe perdonar?


Estoy distanciada de mis padres y también estoy alarmada por la forma tan casual con que se aborda el tema en la cultura occidental actual.

«Es mejor convertirse en huérfano que permanecer como rehén», es el lema del terapeuta licenciado Patrick Teahan, que ha construido una exitosa carrera apoyando a quienes deciden cortar los lazos con sus familias. En algunos círculos, se ha normalizado el «no tener contacto» con los padres y familiares, lo que un artículo del New Yorker llama «el proceso por el cual los miembros de una familia se vuelven extraños entre sí».

El consejo de Teahan sobre cómo escribir una carta para cancelar todo contacto resume nuestra postura cultural actual con respecto al distanciamiento: «Breve, concisa. No le digas por qué. Solo escribe: “Eres una persona tóxica”. Eso es todo lo que necesitas decir».

Los observadores culturales han expresado su preocupación con respecto a que, en particular, los distanciamientos causados por diferencias significativas en valores fundamentales como las convicciones políticas han venido en aumento. A medida que nuestra sociedad se polariza más, especialmente en épocas electorales brutales, consejos como el de Teahan se vuelven cada vez más aceptables. Pero, ¿qué nos queda cuando cortamos los lazos que nos unían?

Después de diez días de Acción de Gracias que me han dejado con el corazón roto, esto es lo que he aprendido: las sillas vacías siempre ocupan el mayor espacio. Las sillas vacías siempre gritan más fuerte.

Un día, en la plataforma social X, leí la historia de James Merritt y su hijo Jonathan. Según los estándares culturales estadounidenses contemporáneos, hay muchas razones que justificarían su distanciamiento. Jonathan se describe a sí mismo como un «hombre gay progresista» que vive en la ciudad de Nueva York y escribe sobre la fe y la cultura. James es pastor y expresidente de la Convención Bautista del Sur; se describe a sí mismo como «a la derecha de Ronald Reagan». Y, sin embargo, según la publicación, los dos «mantienen una relación cercana». Intrigada, le envié un mensaje a Jonathan y fijamos una cita para hablar con su padre.

Me enteré de que, después de que en 2012 Jonathan hiciera pública su homosexualidad, no fue fácil para ninguno de los dos forjar un nuevo camino en su relación. Jonathan, en particular, comprendía bien la tentación de cortar relaciones con aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Cortar una relación primaria debido a desacuerdos, incluso los más profundos, puede parecer que reducirá la angustia emocional, dijo Jonathan, pero solo hace que el conflicto pase a la clandestinidad, donde «se exporta a otras relaciones, que empiezan a sufrir».

Los mentores de Jonathan lo ayudaron a procesar su dolor y a discernir que los puntos en los que su padre está en desacuerdo con él no significan que su padre lo rechace. Mientras tanto, James se negó a atacar públicamente a su hijo por tener opiniones opuestas a las suyas, incluso cuando su silencio enfureció a otras personas.

A pesar de sus diferencias, los dos Merritt han podido seguir su relación porque ambos se adhieren al mismo principio: es casi imposible amar a alguien si estás obsesionado por tratar de cambiarlo.

«La conclusión es ésta: cuando nos presentemos ante el Señor, cada uno de nosotros dará cuenta de su propio corazón y de su propia vida», dijo James. «No puedo cambiar a Jonathan ni aunque quisiera, y lo opuesto también es cierto… Ese es el trabajo de Dios».

James y Jonathan no están separados el uno del otro como yo lo estoy de mis padres, y al hablar con el padre y el hijo me hizo desear que mi relación se pareciera más a la de ellos. Pero nuestra conversación también me ayudó a entender que los Merritt y yo, distanciados o no, hemos llegado a comprender que es muy poco lo que está bajo nuestro control.

«¿Podemos limpiar el garaje, por favor?», preguntó finalmente mi marido el otoño pasado, después de haber tenido que esquivar la caja durante al menos seis meses.

Así que, una tarde, cuando la casa estaba vacía, desempaqué todo. Sentada en el piso polvoriento, ordené los objetos de mi infancia en montones a mi alrededor: fotos de mis primeros amores, de mis maestros favoritos y de mis primos en Navidad; mi birrete de graduación de la escuela secundaria; animales de peluche; e innumerables baratijas cuya importancia se había perdido con el paso de las décadas.

Hace diez años, el día del bautismo de mi cuñada, vi a mis padres salir de la iglesia y dirigirse a su coche. No sabía que era una despedida; solo sabía que no soportaría verlos al día siguiente. Nunca imaginé que iba a amontonar un día sobre el otro hasta construir una vida separada de ellos, con poco más que el contenido de una caja como evidencia de que alguna vez viví como su hija.

Hasta ese domingo, había hecho todo lo posible por encontrar una alternativa diferente. Afronté cada encuentro como si fuera una partida de ajedrez, planeando tres movimientos por adelantado, intentando mantenernos lejos del aterrador terreno de la enfermedad mental no controlada y autotratada de mi padre, con sus delirios y su creciente imprevisibilidad.

Elegí restaurantes sin alcohol, consciente del riesgo de desatar la lengua venenosa de mi padre alcohólico. Preparé una lista de temas de conversación seguros con antelación (el clima, cosas divertidas que hacían los niños, una receta que había probado y que me había gustado), evitando los campos minados de la política y la teología. Pero, en el mejor de los casos, cada encuentro dejaba a mi padre aplacado, a mi madre fingiendo que todo estaba bien, y a mí, ansiosa y con un hueco en el estómago.

Funcionó hasta que dejó de hacerlo. Ese domingo por la tarde, mi plan fracasó. Estaba en jaque mate, agarrando la mano de mi pequeña hija mientras me daba cuenta de que, sin importar cuánto me retorciera, nunca sería suficiente. Décadas de manipulación y abuso verbal habían demostrado que mi padre tenía lugar para una sola versión de mí, creada a su propia imagen, desvanecida y borrosa hasta existir solo como un reflejo de sus propios pensamientos y creencias.

Mientras escuchaba una nueva ronda de acusaciones, culpas y actitudes defensivas, la verdad se apoderó de mí con claridad: él nunca dejaría de intentar controlar cada uno de mis pensamientos y yo, si me quedaba, nunca dejaría de intentar dirigir cada una de nuestras interacciones.

En el tiempo posterior a mi decisión, aprendí que hay pocas personas —y aún menos personas en la iglesia— que entienden que puedes amar a alguien y aun así alejarte. Incluso mis amigos y familiares más comprensivos no estaban muy seguros de cómo apoyarme en este tipo de pérdida. Su confusión era similar a la mía: ¿era mi tristeza una prueba de que había cometido un grave error?

Cuando mis padres vendieron y vaciaron la casa donde crecí, me enviaron esta caja. Esa tarde, en el garaje, una oleada de dolor me invadió al ver que me acercaba al fondo de la caja. Los libros de Nancy Drew no estaban allí. Me imaginé a mí misma, con diez años, tendida en el suelo de mi dormitorio sobre mis rodillas y codos, mientras desaparecía en un mundo donde el misterio, el miedo y la incertidumbre se resolvían de forma segura en el último capítulo.

Cogí el último objeto de la caja: una Biblia azul con la tapa hecha jirones. «No todo era tan terrible», pensé. Todavía podía recordar el día en que el hermano Eddie de la Primera Iglesia Bautista de White Deer, Texas, la puso en mis manos con motivo de mi bautizo.

¿Tenía siete u ocho años? Abrí la tapa para buscar la fecha y me sorprendió ver un nuevo mensaje, escrito con la letra pesada de mi padre: «Si Dios te llama al reino en esta vida, comenzarás a vivir el quinto mandamiento, te arrepentirás y llamarás a tu madre».

La vergüenza, amiga íntima del alejamiento, subió como bilis a mi garganta. Eres una hija terriblemente cruel… Y así, la herencia de mi vida se ennegreció y se convirtió en cenizas ante las palabras de mi padre.


En los primeros años de mi distanciamiento, a veces me despertaba por la noche presa del pánico y soñaba que había perdido a mis padres en una calle llena de gente, en un bosque interminable o en un mar tempestuoso. Incluso ahora, siento la pesadez visceral de su ausencia, como un dolor fantasma. En Navidad, imagino a mis padres sentados en su casa, privados de sus nietos, con nuestros recuerdos como familia extendida permanentemente atrofiados.

Pero no puedo volver a la situación anterior. Es así de simple e infinitamente complejo. Y me ha llevado mucho tiempo aceptar que la gracia de Dios también cubre esto, porque Él no es ajeno a las familias desordenadas.

La Biblia misma está llena de historias de alejamiento. Esaú, enfurecido por el favoritismo de su padre y las artimañas de su hermano, y promete matar a Jacob (Génesis 27). Absalón, el hijo favorito de David, es desterrado (2 Samuel 13). El hijo pródigo, en la conocida parábola de Jesús, toma la riqueza de su padre y desaparece (Lucas 15).

En otras partes de los Evangelios, Jesús habla de relaciones humanas plagadas no solo de pecado y ambición egoísta, sino también de amores desordenados y prioridades equivocadas. Les dice a sus seguidores que dejen que los muertos entierren a sus muertos (Lucas 9:60) y vuelve a trazar los límites de la familia en torno a quienes hacen su voluntad (Mateo 12:48-50). Se trata de enseñanzas difíciles que reiteran la importancia de no permitir que nada se interponga entre nosotros y Cristo, ni siquiera nuestras familias o comunidades.

Estos ejemplos bíblicos muestran que el alejamiento no es solo cortar los lazos, sino también desapegarse y soltar. Es soltar el control sobre las acciones y las decisiones de la vida de la otra. Jacob huye; David se aleja y llora; el padre entrega la herencia y espera. Y una y otra vez, el desapego en las Escrituras viene acompañado de una promesa: incluso cuando se cortan los lazos familiares, Dios no corta su cuidado.

Las dos formas en que nuestra sociedad tiende a lidiar con las relaciones quebrantadas palidecen cuando eliminamos el cuidado de Dios del panorama.

Si la caja que tengo en el garaje es una metáfora del proceso de extrañamiento, algunas personas la tiran entera al basurero. Esta es la sabiduría de la época contemporánea: todo es desechable y reemplazable, especialmente las personas cuyas opiniones nos molestan, y el propósito de la vida es «vivir tu verdad» con el mantra de «haz lo que quieras».

Otros van al extremo opuesto. Llevamos la caja entera al centro de nuestra casa y la desempacamos allí. «Perdona y olvida», nos decimos, incluso mientras nos cortamos los dedos con jarrones rotos. En muchas iglesias, a la gente se le dice que la respuesta adecuada a los conflictos es ignorarlos o reconciliarse a toda costa. Pero a veces es más complicado que eso.

La interpretación que da la Biblia al distanciamiento ofrece una tercera vía para quienes vivimos con relaciones rotas, una que no cede a la atracción hacia un distanciamiento fácil en una era de autocomplacencia, ni permite la falsa e incómoda paz de pretender que todo está bien.

En cambio, el evangelio nos capacita para navegar por el complicado panorama de las relaciones humanas quebrantadas. Nos enseña a buscar la reconciliación bíblica con una perspectiva a largo plazo. Como el padre del hijo pródigo, aprendemos a observar el horizonte en busca de señales de restauración y retorno. Como Moisés, lejos de su familia egipcia y rechazado por los israelitas, esperamos en el desierto mientras el fuego inaccesible se convierte en tierra santa.

Ese día, en mi garaje, sentada con mi desfigurada Biblia de la infancia en mi regazo, los bordes afilados de la letra de mi padre se suavizaron de repente por la ternura de la voz de mi Padre celestial: tú eres mi hija amada, y ya eres parte de mi reino.

A Dios le correspondía intervenir en sus vidas, no a mí. Su única petición para mí era que los soltara y me aferrara a su mano.


En este lado del Edén, los sistemas familiares humanos pueden ser peligrosos y deshonrosos. El distanciamiento puede ser un paso necesario ya que permanecer en esas familias es una degradación de la imago Dei presente en cada uno de nosotros. Dios no se deleita en nuestro sufrimiento ni en el abuso.

Incluso situaciones menos corrosivas, como las marcadas diferencias de opiniones políticas, pueden derivar en fisuras relacionales insalvables. A veces hay que tomar decisiones difíciles, pero hay que elegir el distanciamiento con cuidado, sabiendo sus costos, solo después de haber probado todas las demás vías. Diez años de camino me han enseñado que el camino es pedregoso y difícil, y que no se sale de él sin cojear.

«Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos», escribió el apóstol Pablo en Romanos 12:18. «En cuanto dependa de ustedes» nos llama a la humildad radical, al perdón y a la tolerancia, pero también nos llama a la honestidad.

Existen circunstancias en las relaciones (decisiones tomadas por otros seres humanos caídos) que están fuera de nuestro control, por más que deseemos lo contrario. Nuestro amor, imperfecto como es, tiene límites; hay barreras que no podemos traspasar y que no nos permiten ver más allá. En esos momentos, Romanos 12:18 nos invita a reconocer: «Esto es hasta donde puedo llegar», confiando en Aquel que puede hacerse cargo a partir de ese punto.

No todas las relaciones tensas pueden ser como la de James y Jonathan Merritt; algunas terminarán como la mía. Sin embargo, incluso aquí, en el desierto del distanciamiento, hay regalos valiosos.

En ausencia de mis padres, he encontrado una comunidad cristiana que ha sido mi familia sustituta durante estos últimos diez años. He encontrado sabiduría y consejo en pastores espirituales que me han ayudado a discernir el camino a seguir. Me he apoyado en el amor de mi esposo, mis amigos y mi familia, quienes me recuerdan mi valor incluso cuando yo misma no lo puedo ver. Dios ha estado constantemente presente en cada momento grande y pequeño de mi dolor, restaurando mi identidad en Él, sanando tiernamente mis heridas.

El enemigo quiere que vea la Biblia de mi infancia como un símbolo de amargura, dolor y fractura; que la lleve junto con todo lo que representa, como un grillete alrededor de mi cuello. Pero yo, como José, puedo decir en cambio que lo que buscaba hacerme mal… Dios transformó ese mal en bien (Génesis 50:20). Aquello que buscaba herirme ahora dirige mi mirada hacia el horizonte, y anhelo que mis padres experimenten la misma gracia.

Esa Biblia ahora está en un estante en mi casa. No es la herencia que imaginé, pero aun así es una herencia buena y hermosa.

Carrie McKean es una escritora radicada en el oeste de Texas cuyo trabajo ha aparecido en The New York Times, The Atlantic y la revista Texas Monthly.

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Theology

¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en el arte?

Sara Groves y W. David O. Taylor hablan sobre la espiritualidad y el proceso creativo.

Christianity Today December 16, 2024
Image Courtesy of Sara Groves / Photo by David Breen

SARA GROVES Y W. DAVID O. TAYLOR

A principios de 2020, David Taylor, profesor de teología y cultura del Seminario Teológico Fuller, publicó en Twitter: «Después de dar clases sobre la vocación de un artista durante años, me he dado cuenta de un patrón en la manera en que los cristianos hablan de su proceso creativo: lo espiritualizan de más o de menos. Parece ser que Dios, o bien ahoga la integridad de la obra, o bien es reflejado como algo secundario».

El comentario de Taylor provocó una conversación entre él y la cantautora Sara Groves acerca de cómo ella fue criada en la tradición pentecostal, y cómo sus creencias sobre la creatividad y la inspiración han ido variando a lo largo de sus más de veinte años de carrera. 

David Taylor (DT): ¿Cuándo fue la primera vez que empezaste a pensar en la inspiración como algo relacionado con tu música? ¿Y de qué modo tu trasfondo pentecostal influyó en ese pensamiento?

Sara Groves (SG): Recuerdo mi primera gran gira con Michael Card. Después de los conciertos, él escuchaba a escondidas a los espectadores felicitándome por lo que yo había compartido y veía cómo eso me hacía entrar en un profundo estado de autodesprecio, casi de penitencia. Más tarde se me acercó y dijo: «¿Sabes? Tú y yo no somos nuestros dones. Nosotros tenemos la oportunidad de celebrar junto con la audiencia. Ellos dicen: “Esta canción me ayudó de verdad”, y nosotros podemos decir: “A mí también me ayudó”». Esa idea me hizo levantar la cabeza y fue el comienzo de mi viaje para encontrar un mejor marco para la inspiración y para los dones; creó un espacio separado en el que la creatividad era la invitación, una colaboración con Dios. 

Creo que gran parte de la conversación sobreespiritualizada sobre el proceso creativo viene de mis intentos por señalar que reconozco mi cualidad de gusano. Nadie se siente capaz de reclamar los derechos de la parte de nuestro arte que queda fuera de la conciencia y la habilidad; nadie, ni dentro ni fuera de la iglesia. Siglos de filósofos y psicólogos han intentado explicar la inspiración, la musa, o el furor poeticus, es decir, la locura poética.

Tú has enseñado extensamente sobre enfoques para pensar acerca de la inspiración, y has escrito varios libros brillantes sobre la creatividad y la fe. ¿Qué es lo que has encontrado más útil?

DT: Lo que les digo a mis estudiantes es que, en esencia, hay tres modelos de inspiración en lo que se refiere a hacer arte. Primero tienes lo que podríamos llamar el modelo de «la posesión extática». Esta es una idea que fue popular en los contextos grecorromanos y románticos, y que sigue vigente hoy en muchos círculos artísticos. El guitarrista de rock and roll Eddie Van Halen hizo una expresión de este modelo cuando una vez bromeó diciendo: «¡Yo solo soy un médium!». La idea aquí es que la musa toma posesión del artista o se para sobre su hombro para dictarle el trabajo al oído. 

En esta visión, el artista juega un papel completamente pasivo, en vez de activo, en el trabajo del arte. Steve Guthrie, en su libro Creator Spirit [Espíritu creador] resume el diálogo de Ion de Platón, en el que descubrimos una versión primitiva de este modelo. En palabras de Sócrates: «El dios priva de sentido [a los poetas] y se sirve de ellos como ministros, tal como lo hace con los profetas y otros adivinos inspirados». En otras palabras, el artista pierde su voz única, en vez de retenerla. A través de la experiencia de ser in-spirado, no recibe un don, sino que es poseído, o como a menudo se expresa en ciertas comunidades cristianas: «Todo viene de Dios, no de mí». 

En segundo lugar tienes lo que llamaríamos el modelo «naturalista». En esta perspectiva la experiencia de la inspiración se reduce a las fuerzas químicas, biológicas y culturales. No hay un don metafísico de lo alto, no hay nada «fuera de uno mismo», y no hay una diosa del arte y la literatura que «te llene de inspiración»: solo hay un revoltijo de cosas predeterminadas en el cerebro por las influencias sociales e históricas de uno. También creo que muchos artistas creyentes aceptan una versión suave de este modelo naturalista. Para ellos no hay una sensación real de una presencia activa y personal del Espíritu Santo en el momento de hacer arte. El Espíritu solamente se experimenta como una realidad nebulosa y distante o, en el peor de los casos, como una especie de corriente eléctrica impersonal.

El modelo que yo le recomiendo a mis estudiantes es lo que yo llamaría una «mutualidad interactiva». En resumen: el proceso creativo es todo de Dios y es todo mío, junto con todo lo que me conforma a , pero también está siempre Dios iniciando, sosteniendo y llevando a término el buen trabajo que yo hago. Dicho de otro modo, en Cristo Dios nos hace a cada uno de nosotros únicos, con un «espacio» para ser nuestro verdadero yo, «lo más profundo de nosotros», como dijo una vez el teólogo suizo Karl Barth. Y es el Espíritu el que nos libera para hacer algo del mundo «a nuestra manera», pero nunca aparte del poder vivificador de Dios.

Tengo curiosidad por saber cómo el modo en que te criaste dio forma a tu pensamiento en esta materia, especialmente en lo relacionado con la música, algo que algunos cristianos han visto históricamente como una actividad que conlleva una «unción» especial.

SG: En la iglesia pentecostal, el lenguaje de la unción se encuentra en todas partes. A veces me sentía como si se usara como un registro de logros, ¡como si fuera algo parecido a lo que Simon Cowell llama «el factor X»! Cuando cantaba en una iglesia y conmovía a la gente, la gente me decía que tenía unción. Cuando comencé a salir por iglesias de todo el país, lo escuché de nuevo, con advertencias adicionales de que debía tener cuidado de no perder la unción. Esta idea de que yo podía hacer algo para perder el Espíritu Santo parecía tener que ver con mi identidad: ¿iba a ser Saúl o David? Ambos fueron ungidos por Dios, pero en el binomio héroe-villano, uno uso sus dones para su beneficio, y el otro los puso al servicio de Dios. Puedes escuchar mucho de estas dudas sobre mis motivaciones en mis primeras canciones. Puede ser que estuviera haciendo lo correcto, pero por razones equivocadas.

Cuando comencé a salir a un abanico más amplio de iglesias, me encontré con que estas ideas no se limitaban a los pentecostales, sino que [todos] estamos preocupados por nosotros mismos y nuestra aptitud espiritual. Si creemos que los dones y la unción se dan según la aptitud, entonces, porque nos conocemos, en el fondo sabemos que nunca seríamos completamente aptos. Eso crea una disonancia; una especie de secretismo. Nos exige ponernos una máscara para el escenario. Así que me llevó tiempo, pero tuve que encontrar una mejor manera de pensar en la unción.

DT: ¿Hay algún otro ministerio del Espíritu Santo que te haya ayudado a hacer que la idea de «ser ungido» y a la experiencia de la inspiración en tu obra como artista tengan sentido?

SG: Me ayudaron las muchas referencias del Espíritu Santo como maestro, es decir, que el Espíritu nos mostrará lo que es verdad. En mi mente, venía la imagen de mí misma en el escenario y la audiencia sosteniendo tarjetas de puntuación para calificar mi unción, y sabía que eso tenía que estar equivocado. Ellos habían recibido la unción para oír tanto como yo había recibido la unción para cantar. Veía a la audiencia, con los corazones como si fueran guitarras que resuenan con la verdad. Al principio esto significaba verdadera doctrina, pero ha llegado a significar lo que es verdad acerca de nosotros, lo que es humano, aquello por lo que Jesús fue conocido. Creo que esto encajaría dentro de tu definición de «mutualidad interactiva» en el sentido de que yo traigo todo mi ser para ver al mundo entero a través de la lente del Espíritu: un aprendiz, un nombrador, alguien que medita en las flores del campo. 

Como movimiento de santidad, los pentecostales pusieron mucho valor en la aptitud del artista. El vaso debía ser santo para que el arte fuera más verdadero. Pero si el Espíritu iba a enseñar lo que era verdad, entonces lo que era verdad de nosotros como humanos podía venir de cualquier parte. Podía ponerme delante de un cuadro pintado por un hombre con problemas y si él había entendido algo acerca de lo que es verdad sobre ser humano, o acerca del corazón de Dios, y había transmitido algo de eso al mundo, resonaría: a pesar de él, sus problemas o incluso quizá debido a ellos.

Esto me caló hondo cuando comencé a lidiar con ansiedad y depresión postparto. Según mi constructo anterior, esto solo podría significar que yo era «Saúl». Estaba siendo asolada por el tormento y Dios tendría que avanzar y levantar a otros «Davides». Lo digo de pasada, pero esto me afligió profundamente. Al mismo tiempo que este pensamiento me afligía, no obstante, había otra voz que decía: «¡Yo doy buenos dones!». Al final, le creí a esa voz. El Espíritu iba a trabajar en mí y conmigo para hacer algo con las mismas cosas que me afligían. 

DT: Me encanta cómo lo expresas. Y eso me recuerda el hecho de que el Espíritu, voluntaria, alegre y repetidamente nos da dones para capacitarnos y lograr así tanto lo ordinario como lo extraordinario en nuestra vida. La historia de Bezalel es un ejemplo útil, creo yo, de cómo el Espíritu obra en nosotros y a través de nosotros, no a pesar ni más allá de nuestra humanidad real. Éxodo 35:30-34 dice:

Tomen en cuenta que el Señor ha escogido a Bezalel, hijo de Uri y nieto de Jur, de la tribu de Judá, y lo ha llenado del Espíritu de Dios, de sabiduría, inteligencia y capacidad creativa para hacer trabajos artísticos en oro, plata y bronce, para cortar y engastar piedras preciosas, para hacer tallados en madera y realizar toda clase de diseños artesanales. Dios les ha dado a él y a Aholiab, hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan, la habilidad de enseñar a otros (NVI).

El Señor, en este caso, le da Bezalel su Espíritu y el Señor le da el conocimiento del oficio, la sabiduría para saber cómo usar ese oficio, las habilidades manuales para ejecutarlo, y también la capacidad de enseñárselo a otros y así pasar el oficio a generaciones futuras. Dicho abiertamente: no es una cosa u otra. Es ambas cosas, una unción especial para una tarea específica y un talento fundamental para la vocación de una vida.

¿Qué piensas de esto a la luz de tu experiencia como artista musical?

SG: Sí, recuerdo estudiar a Bezalel en unos estudios rabínicos (donde el énfasis estaba en la lengua hebrea). Dios lo llama por su nombre y dice: «Yo lo he llenado del Espíritu de Dios, de sabiduría (…) para hacer trabajos artísticos en oro, plata y bronce». La palabra hebrea jashab, «hacer», también se puede interpretar como planear, imaginar o soñar. Así que él soñó en oro, plata y bronce. ¡Qué idea tan bonita! Mientras que este sueña en oro, otro sueña en números, el otro en ritmos, esa otra en ropa y ese en partes de automóviles. Yo sueño en melodías y letras, ¡pero no voy a culpar a Dios de todas mis canciones! Celebraré que he conseguido escribirlas.

DT: ¡Amén a eso! Al final, creo yo, dar la bienvenida a la persona del Espíritu en nuestro trabajo como artistas es un hábito que cultivamos para que nuestra práctica de la presencia de Dios se vuelva «natural», por así decirlo, no algo que tenemos que «invocar» o «conjurar», como si el trabajo de hacer arte involucrara una manipulación mágica del poder del Espíritu.

SG: No es decir «menos de mí, más de Dios»; sino que es más bien «todo de mí, todo de Dios»: un misterio muy profundo.

DT: Sí, eso es exactamente. Hermosamente explicado.

Sara Groves es cantautora y abogada. Sara y su marido Troy dirigen un centro de arte comunitario único, el Art House North, en una antigua iglesia donde Sara grabó su álbum «Joy of Every Longing Heart (Christmas)».

W. David O. Taylor es profesor adjunto de teología y cultura en el Seminario Teológico Fuller y autor de varios libros, entre los que destacan Glimpses of the New Creation: Worship and the Formative Power of the Arts. Su cuenta de X es @wdavidotaylor.

Culture

Ilustraciones de la Encarnación

Cómo el arte da testimonio de la increíble verdad de Cristo con nosotros.

Collage of Julia Hendrickson's artwork and the Annunciation Triptych (Merode Altarpiece)
Christianity Today December 13, 2024
Ilustración de Abigail Erickson / Fuente de imágenes: The Met, Julia Hendrickson

En mi clase de historia del arte, apago las luces y enciendo el proyector. Una imagen se proyecta en la pantalla situada al frente del aula. El pesimismo de otro ciclo de noticias acompañado por la frágil salud de mi propia familia pesa como la niebla espesa y húmeda que cubre el campus universitario donde trabajo. Pero junto con mis estudiantes, comienzo a analizar la imagen en la pantalla.

No buscamos un código Da Vinci oculto ni una prueba de algún genio artístico. Al estudiar imágenes de frescos nítidos y ruinas arquitectónicas, buscamos las ondas de la encarnación de Cristo.

«El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros», escribe el apóstol Juan (Juan 1:14, NVI). Jesús, el Dios eterno, nacido de una mujer, se instala en nuestra existencia material y temporal. La encarnación dignifica y reafirma el compromiso de Dios con el mundo que Él creó y que promete restaurar. Él no nos abandona a nuestra desesperanza, sino que entra en ella. La capacidad de los humanos de hacer arte, de materializar el significado, es un reflejo, no solo de un Dios creador, sino también de un Dios encarnado.

Al salir del aula, el peso del día sigue presente, pero también ha sido traspasado. Una y otra vez, el arte renueva y amplía mi asombro ante la realidad milagrosa de la Encarnación: Dios con nosotros, una luz que brilla en la oscuridad. El arte que más me gusta es el que me invita a observar la paradoja que hay detrás de las cosas. 

Como dijo el teólogo William Dyrness: «[El arte] nos muestra algo que no podemos aprender de ninguna otra manera». Dos obras de arte muy diferentes que hacen referencia a «Dios con nosotros», realizadas con cientos de años de diferencia, sugieren tanto el desafío como la posibilidad de este esfuerzo.

Aprender del arte de esta manera puede no resultar fácil. Nuestras expectativas limitadas sobre cómo funcionan las obras de arte también pueden truncar nuestra comprensión de la Encarnación.

Tomemos como ejemplo el Tríptico de la Anunciación, un retablo del siglo XV realizado para una casa flamenca por el taller de Robert Campin. El panel central del pequeño objeto devocional representa el anuncio de Gabriel a María. El arcángel se arrodilla en el lado izquierdo de la composición y se dirige a María mientras ella se encuentra sentada. Casi podemos oír a Gabriel pronunciando las palabras del evangelio de Lucas: «Quedarás embarazada y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (1:31).

Mientras tanto, el propio Jesús, representado como un minúsculo niño de color blanco alabastro que lleva una diminuta cruz de madera, irrumpe por una ventana situada sobre la cabeza de Gabriel y se desplaza por el aire en una pronunciada diagonal descendente. Si trazamos la línea implícita de su descenso, descubrimos que se dirige directamente al vientre de María. Para nuestros ojos del siglo XXI, es una imagen increíblemente extraña, incluso graciosa.

Podríamos pensar que los artistas del Tríptico de la Anunciación nos ofrecen una ilustración extremadamente literal. Es como si pensaran: «Bueno, la Encarnación es Dios con nosotros, así que aquí tenemos una imagen de Dios en camino para estar con nosotros». Se requiere muy poca imaginación; el significado de la pintura parece estar en la superficie.

Museo The Met
‘Tríptico de la Anunciación’ (o Tríptico de Mérode) de Robert Campin hacia 1427-1432

Podemos interpretar la pintura de esta manera porque estamos familiarizados con imágenes que nos dicen algo directamente: anuncios y gráficos explicativos anuncian constantemente lo que debemos comprar, a quién debemos desear y cómo debemos pensar. Si, eso es lo que esperamos de las imágenes, entonces eso es todo lo que veremos en el Tríptico de la Anunciación. Y así, la Encarnación se limita a un momento narrativo específico, en lugar de funcionar como un pliegue cósmico del tiempo y la eternidad. El asombro se desvanece, absorbido por un diagrama dogmático.

Hay mucho más que ver en el Tríptico de la Anunciación. Pero primero necesitamos una mejor manera de ver. Las obras de arte visuales no solo nos dicen cosas; también pueden resultar formativas.

La obra de la artista contemporánea Julia Hendrickson, que vive en California, también nos invita a adentrarnos en la maravilla de la Encarnación. Hendrickson es cristiana y su práctica surge de sus compromisos de fe.

En las acuarelas abstractas de Hendrickson, zarcillos de plumas se extienden como escarcha sobre campos de añil. Redes de luz perforan nubes de medianoche. Las estrellas brillan en un estanque oscuro. Parece que estamos contemplando tanto el universo entero como una diminuta porción de la realidad, algo que es a la vez una magnífica galaxia y una gota de agua magnificada. Nuestra imaginación se pone a prueba. ¿Qué más estamos contemplando? ¿Qué alquimia artística hizo posible esto?

'Affection' (de la serie What Lies Beneath), Julia Hendrickson, acuarela y sal sobre papel, 22″ x 30″, 2023.
‘Affection’ (de la serie What Lies Beneath), Julia Hendrickson, acuarela y sal sobre papel, 22″ x 30″, 2023.

La primera paradoja de la obra de Hendrickson es la forma en que extrae variaciones aparentemente infinitas de un proceso y un conjunto de materiales limitados. Gran parte del trabajo diario de Hendrickson sigue un ritmo que ella documenta y comparte con frecuencia en línea. Empapa su grueso papel blanco con pinceladas amplias de agua. Luego, pincela, da toques o salpica repetidamente un solo tono de acuarela: el azul cálido del gris Payne.

Finalmente, mientras la superficie todavía está húmeda, Hendrickson espolvorea sal sobre la pintura acumulada. Los cristales de sal repelen el pigmento y absorben el exceso de agua, lo que da lugar a extrañas y variadas explosiones de estrellas que a menudo revelan las marcas gestuales subyacentes del pincel inicial de Hendrickson.

A medida que la pintura se seca, las formas cambian y surgen patrones fractales. Aunque el proceso se repite deliberadamente, los resultados varían de maneras innumerables y sorprendentes.

Puede parecer contradictorio. Tendemos a despreciar las limitaciones, especialmente las de nuestro propio cuerpo, pero en su encarnación, el Creador acepta los buenos límites que impuso a su creación. El teólogo Kelly Kapic escribe que «Dios no se avergüenza de las limitaciones de nuestro cuerpo… sino que las aprueba plenamente en y a través de la encarnación del Hijo». Me cuesta aceptar esta verdad, pero cuando me paro frente a una gran pared de galería, cubierta de borde a borde con docenas de pinturas de la serie «Droplets» de Hendrickson, cada una diferente de las demás, me maravillo de cómo el Dios que entra en nuestra humanidad continúa multiplicando posibilidades inimaginables dentro de sus límites.

Un segundo misterio que Hendrickson aborda es el entrelazamiento de lo material y lo espiritual. Hendrickson comenzó a hacer estas pinturas basadas en procesos mientras estaba en el seminario. Durante ese tiempo, una de sus amigas estaba a punto de someterse a un procedimiento médico serio. Ansiosa y dispersa, Hendrickson intentó orar con palabras, pero le resultó difícil. Entonces, recurrió a la pintura y al papel, ordenando su respiración y sus pinceladas como una «oración integrada».

Hendrickson llama a su práctica Opera Divina, o «trabajo sagrado». El término que acuñó se basa en el lema de la orden benedictina Ora et labora, «ora y trabaja», al afirmar que nuestro trabajo en sí mismo puede ser una oración. El movimiento de sus manos sobre el papel, el lento remolino de pintura, la salpicadura de sal y la espera silenciosa son en sí mismos, escribe, «un inicio intencional de una conversación con lo Divino». Las ofrendas invisibles de alabanza, lamento, confesión y petición adquieren una forma material.

En tercer lugar, Hendrickson nos enseña a anticipar la transformación. Juan nos dice que la Encarnación es la luz que brilla en la oscuridad presente (Juan 1:5). Los videos en cámara lenta de Hendrickson sobre su proceso de pintura comienzan con el pigmento azul grisáceo intenso derramándose sobre el papel blanco. Pero luego, cuando los cristales de sal caen sobre la superficie húmeda, la extensión de medianoche se abre con un destello de luz. La oscuridad se hace añicos. Esperamos y observamos.

Más recientemente, Hendrickson ha comenzado a rasgar sus cuadros. Dobla la hoja grande de papel en dieciséis partes, luego la desdobla de nuevo y rasga con cuidado a lo largo de los pliegues horizontales. Se detiene a tres cuartas partes del papel y luego pasa a la siguiente fila y rasga en la dirección opuesta. Finalmente, dobla toda la hoja en un pliegue sinuoso, lo que da como resultado un librito con forma de acordeón. Hendrickson transforma así sus cuadros bidimensionales en objetos tridimensionales.

‘Libro de oración’, Julia Hendrickson, acuarela y sal sobre papel, dimensiones variables, 2024.

Lo hace manteniendo la integridad de las pinturas. No las divide en pedazos separados ni se les añade nada. Siguen siendo pinturas y ahora se han convertido, como las llama Hendrickson, en libros de oraciones.

Cuando la vi hacer esto por primera vez, mi corazón se estremeció. Qué espectáculo tan extraño, ver a una artista destrozando una obra querida. Sin embargo, no la destruyó, la rehízo.

Las paradojas de la obra de Hendrickson ponen a prueba mi propia imaginación teológica. La Encarnación no es Dios deslizándose momentáneamente para colocarse dentro de una piel humana. Tal vez sea más parecida (aunque no del todo) a la forma en que la sal, el pigmento y el agua siguen siendo ellos mismos, pero se transforman total y mutuamente. Tal vez sea más parecida (aunque no del todo) a una pintura que se ha roto y traído de nuevo a la vida.

No puedo afirmar que entiendo la doctrina de la Encarnación de manera más racional o completa después de pasar tiempo con la obra de Hendrickson. Pero estas pinturas sí amplían mi capacidad de asombro. Puedo entregarme con más alegría a este misterio: «Porque toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en él, …ustedes han recibido esa plenitud» (Colosenses 2:9-10).

Volvamos ahora al Tríptico de la Anunciación del siglo XV.

Con pinceles delicados y pintura al óleo luminosa, los artistas llenan de detalles esta pequeña pintura de tres paneles. En lugar de ubicar la escena de la Anunciación sobre un fondo dorado sagrado, como hacen muchos mosaicos medievales, los artistas del tríptico representan a María y a Gabriel en una reconocible casa flamenca del siglo XV. Vemos una mesa ovalada en el centro de la habitación y un largo banco de madera frente a una gran chimenea.

En el panel de la derecha, vemos a José en su taller de carpintero, con una ciudad visible a través de la ventana. El panel de la izquierda muestra un jardín amurallado con una pareja flamenca vestida a la usanza contemporánea arrodillada justo en la puerta de la casa de María. Lo sagrado se incorpora a lo mundano.

Además del homúnculo (la representación en miniatura de un niño Jesús volando por la habitación), los artistas salpican la escena con símbolos que habrían resultado familiares para un público del siglo XV. Los lirios en un jarrón sobre la mesa no son solo decorativos; representan la pureza de María. Una voluta de humo se eleva desde una vela recientemente apagada. En otras obras de arte de la época, una vela encendida representa la presencia del Dios invisible. Pero en esta pintura, ese símbolo ya no es necesario, ya que Dios mismo ahora está encarnado y físicamente presente.

Aunque el tríptico representa ostensiblemente un momento particular del evangelio de Lucas, en realidad nos muestra, como escribe el filósofo James K. A. Smith, cómo la Encarnación es «la coalición del tiempo y la eternidad en Cristo». Por ejemplo, las ratoneras del taller de José señalan el final de la vida de Jesús en la tierra. Los pequeños artilugios de madera hacen referencia a la declaración de Agustín de Hipona de que «la cruz del Señor era la ratonera del diablo». De este modo, los pintores nos presentan simultáneamente el momento de la concepción de Cristo y el de su muerte.

Pero los artistas también extienden la intimidad de este momento crucial a su propio presente. La pareja del panel de la izquierda son presumiblemente los propietarios de la obra. Están pintados con una particularidad sorprendente: el hombre tiene una pequeña verruga cerca de la comisura de la boca y podemos ver puntos individuales en la toca de la mujer. Se arrodillan reverentemente en el umbral de María, dando testimonio de un momento histórico con significado eterno. La pintura envuelve el tiempo en torno a la Encarnación, envolviendo a estos adoradores en un misterio presente.

Por último, la Anunciación extiende su invitación también a nuestro tiempo. Cuando observamos por primera vez la sala del panel central, podríamos pensar que hemos encontrado un error torpe. A pesar del alto nivel de detalle, el espacio no retrocede de manera convincente. Los artistas no siguen los principios de la perspectiva lineal, lo que da como resultado una habitación extrañamente poco profunda que parece inclinarse hacia adelante. Pero el efecto, cuando nos inclinamos frente al retablo para mirar más de cerca, es que el espacio comienza a envolvernos.

Miles de años después del saludo de Gabriel a María y cientos de años después de que una pareja flamenca comprara este objeto devocional, el cuadro se derrama en nuestro presente. La Encarnación promete encontrarse con nosotros una y otra vez.

«El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros». Estas obras de arte, entre otras, pueden traducir el texto de Juan en conocimiento que transforma nuestra manera de afrontar nuestra realidad actual.

Tanto las abstracciones contemporáneas basadas en procesos como los retablos detallados de principios del siglo moderno evocan el misterio de la Encarnación; sus propias y extrañas paradojas de material y significado nos impiden caer en la autocomplacencia.

El arte me ayuda a mirar con más ternura todo lo que no puedo ver en la oscuridad; a creer, aunque no lo pueda comprender, que lo infinito podría convertirse en un niño y establecerse aquí, conmigo. El arte renueva mi asombro ante la naturaleza salvaje de esta realidad: Cristo ha venido y Cristo vendrá de nuevo.

Elissa Yukiko Weichbrodt es profesora asociada de arte e historia del arte en Covenant College y autora de Redeeming Vision: A Christian Guide to Looking at and Learning from Art.

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Church Life

Una solución para el agobio de la temporada navideña

Centrarnos en las personas de nuestros círculos más cercanos marca una diferencia tangible en las comunidades locales.

An Illustration of a group of friends enjoying each other's company beneath a tree.
Christianity Today December 11, 2024
Ilustración de Keith Negley.

Hace mucho tiempo que el mundo anda muy mal. De hecho, tal ha sido el caso desde el principio de los tiempos, pero ¿no parece que anda especialmente mal ahora? 

Las redes sociales y las noticias que no se detienen las 24 horas del día hacen que nuestras amígdalas y sistemas nerviosos apenas encuentren alivio antes de que surja la siguiente injusticia o tragedia. Estos problemas pasajeros son serios y reales, pero nos asaltan como hojarasca al fuego: se queman rápidamente y se convierten en cenizas antes de que podamos llegar a comprenderlos mientras la siguiente noticia enciende un fuego nuevo. 

Ahora, a finales de 2024, nos encontramos en el periodo posterior a otras elecciones presidenciales divisivas y su consecuente efecto secundario: llevarnos al borde del agobio permanente. Las guerras culturales y las luchas internas nos distraen de cuestiones complejas de largo plazo como la pobreza infantil, la trata de personas y la crisis de los niños que requieren hogares de acogida, por nombrar solo algunas [enlaces en inglés]. 

Y, si no somos cuidadosos, este aluvión de noticias termina por convertirse en nuestra compañía constante pero equivocada. David nos recuerda en el Salmo 139 que Dios está con nosotros vayamos donde vayamos; sin embargo, a veces el quebranto y el agobio se convierten en un sustituto accidental de su presencia. Podríamos incluso acabar por sustituir las palabras de David: 

¿Dónde puedo huir de los problemas? ¿Dónde puedo huir de las dificultades? Si entro en las redes sociales, están ahí; si enciendo las noticias por cable, están ahí. Si tendiera mi lecho en el fondo de los dominios de la muerte, también están allí. 

Algunas personas responden a esta sobrecarga con un estado de indignación permanente. Y aunque sea justificada, corremos el riesgo de entrar en una espiral de fariseísmo. Sienta bien, pero a menudo no cambia nada. Nos brinda a alguien a quien culpar, alguien a quien sentimos que podemos tratar sin matices. Convierte a los seres humanos en caricaturas bidimensionales. 

Otras personas afrontan la avalancha con ignorancia. Se mantienen al margen, como el hombre de la parábola del buen samaritano(Lucas 10:26-37), quien le preguntó a Jesús «¿Y quién es mi prójimo?», y a quien no le gustó que la respuesta fuera la persona necesitada. Ambos enfoques son lo que en mi campo llamamos «intentos de solución». No cambian nada o solo empeoran el problema. 

Pero hay otra alternativa, y la temporada de Adviento es un buen momento para elegirla. Cuando pensamos por primera vez en el Adviento, a muchos se nos viene a la mente la palabra anticipación. Anticipamos la llegada de la esperanza de Jesús: el espacio que se encuentra entre el ya y el todavía no. Siempre he apreciado y reflexionado sobre Juan 1:5 durante el tiempo de Adviento: «Esta luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido apagarla» (NVI). 

Pero el Adviento ofrece algo más: en los días más sombríos y abrumadores, nos recuerda que el Evangelio es local. Jesús nació en una región concreta, en una comunidad concreta, y ese lugar estaba lleno de injusticia sistémica y de estadísticas poco alentadoras.

Herodes estaba tan trastornado que el estado de ánimo de toda la ciudad se había visto afectado por el suyo: «el rey Herodes se turbó y toda Jerusalén con él» (Mateo 2:3). La gente estaba nerviosa porque su bienestar estaba ligado a los caprichos de Herodes. Roma no era un pícnic: blandía su espada acompañada de impuestos extremos, ofrecía paz bajo amenaza de muerte, y conquistaba y esclavizaba de la misma manera en que innovaba y construía. El lugar donde nació Jesús estaba profundamente marginado, asolado por la pobreza y el trauma.

En estos tiempos de angustia, me ayuda recordar que Jesús vino a salvar al mundo —por supuesto—, pero se centró en su lugar en particular. Su ministerio hiperlocal inició la asombrosa expansión de un reino que sigue extendiéndose en 2024. El ministerio de Jesús prosperó en un lugar quebrantado. La gente acudía a la fe, encontraba sanidad y se desplegaba para salir a marcar la diferencia. 

Cuando concentro mi atención en la gente y en los eventos que me rodean localmente, encuentro muchas pruebas de la bondad de Dios. En mi propia iglesia, en lugar de obsesionarnos con todos y cada uno de los problemas, nos hemos centrado en dos iniciativas: la atención a los niños adoptados y del sistema de acogida, y la vivienda asequible. Ambas son necesidades complejas y a largo plazo. Nos hemos topado con muchos contratiempos y desánimos, pero nos hemos mantenido en el ámbito local y hemos visto progresos notables. Otras congregaciones trabajan con presos, personas sin vivienda o supervivientes de la violencia doméstica. Ayudamos a cualquiera que entre por nuestra puerta —de hecho, somos conocidos por ello en nuestra ciudad—, pero centramos nuestros esfuerzos en esos dos problemas sistémicos principales. No podemos hacer frente a todas las injusticias, pero sí a un par de ellas de forma significativa. 

¿Qué pasa con los problemas del otro lado del mundo? ¿Debemos quedarnos solo en nuestro código postal? En absoluto. Si viajamos por el mundo para compartir el Evangelio, sabemos que cuando lleguemos a cualquier destino nos centraremos en un lugar y un grupo de gente en concreto, tal como lo hacemos en casa. Colaboraremos con quienes viven allí a largo plazo y nos uniremos a lo que Dios había estado haciendo desde mucho antes de que llegáramos.

Centrarse en problemas indignantes, leer estadísticas y despotricar en las redes sociales no alimentará a un niño, ni rescatará a una víctima de la trata, ni ayudará a un adolescente que ha llegado a la mayoría de edad dentro del sistema de acogida. Pero los esfuerzos arraigados en un evangelio hiperlocal pueden lograr estas cosas, y Dios se complace en utilizar a su iglesia global cuando atendemos a los pocos que tenemos delante.

Madeleine L’Engle escribió una vez:

[Alguien] apasionadamente interesado en la causa del… leproso, evita con todo cuidado hablar con el leproso que se encuentra en el camino para seguir adelante hasta dar con la causa. Y se me ocurre que a Jesús no podrían haberle importado menos la causa o los derechos del leproso… Jesús se detuvo. Y sanó. Y amó. No causas, sino personas. 

Estoy agradecido por quienes han sido llamados a trabajar en política y a centrarse en cuestiones sistémicas más amplias. Necesitamos a esas personas. No obstante, para la mayoría de nosotros, el camino es local. 

En los Evangelios, descubrimos que Jesús realmente no hablaba de cuestiones sistémicas, y que no se enfrentó a Herodes ni a Roma. Nacido en una cultura altamente ansiosa y caída por el pecado, Jesús se sometió a su propia creación. Mantuvo su ministerio hiperlocal, a la persona que tenía delante. A medida que nos adentramos en el tiempo de Adviento, apartemos la mirada de los gritos de indignación y centrémonos en Aquel que viene mientras nos enfocamos en los pocos que tenemos delante.

Steve Cuss es el presentador del pódcast de CT Being Human.

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History

¿Quién fue el auténtico San Nicolás?

La historia del homólogo de Santa Claus.

Christian History December 6, 2024
Fuente de imágenes: oriontrail/Shutterstock

En esta serie

El 6 de diciembre se celebra el día de San Nicolás, y he pensado en comenzar la época navideña con la historia del homólogo de Santa Claus. Pero antes de hacerlo, me gustaría remarcar que, históricamente hablando, no hay mucha información acerca de la vida de Nicolás. Aunque es uno de los santos más populares en las iglesias griegas y latinas, su existencia no está respaldada por ningún documento histórico. Todo lo que podemos decir es que probablemente fue obispo de Mira (cerca de la moderna Finike, en Turquía) en algún momento del siglo IV.

Dicho esto, sabemos que hay muchas leyendas alrededor de Nicolás, y puesto que estas han influido en la gente a lo largo de la historia, y probablemente ilustren al menos parcialmente al hombre histórico, se pueden convertir en material para una publicación como esta sección, dedicada a la historia cristiana. 

Supuestamente, Nicolás nació en una familia rica de Patara, en Licia. Sus padres murieron y él heredó una considerable suma de dinero, pero no conservó nada para sí. Según la historia más famosa sobre su vida, arrojó bolsas de oro por las ventanas de tres niñas que estaban a punto de ser forzadas a prostituirse. Al menos, esa es la versión más común. Hay otras, incluyendo una excesivamente siniestra en la que un posadero les corta la cabeza a las tres niñas y las cocina en una tina de salmuera hasta que Nicolás las resucita.

Tras haber realizado un par de milagros mientras aún era niño (a veces se le llama Nicolás, el Hacedor de Milagros), Nicolás fue elegido por el pueblo de Mira para ser su nuevo obispo. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Diocleciano y Maximiliano comenzaran a perseguir a los cristianos, y entonces el nuevo obispo fue encarcelado.

Cuando Constantino se convirtió en emperador [enlaces en inglés], Nicolás fue liberado junto a muchos otros y regresó a sus prédicas solo para encontrarse con una nueva amenaza: el arrianismo. Según uno de sus biógrafos (quien escribió cinco siglos después de la muerte de Nicolás): «Gracias a las enseñanzas de San Nicolás, nada más la metrópolis de Mira se libró de la inmundicia de la herejía arriana, que es rechazada firmemente como un veneno mortal». Otros biógrafos aseguran que Nicolás atacó la herejía de Arrio (que negaba la completa divinidad de Cristo) de una manera mucho más personal: viajó hasta el Concilio de Nicea ¡y golpeó a Arrio en la cara! Según cuentan los relatos (y esto lo deberíamos tomar como fantasía, porque hay muy buenos registros del concilio y Nicolás no se menciona en ellos), los otros obispos que estaban en Nicea, impresionados ante su agresivo comportamiento, decidieron cesarlo como obispo; sin embargo, en ese momento, Jesús y María aparecieron junto a Nicolás, y ellos rápidamente se retractaron.

Esa es la cuestionable leyenda de Nicolás. Pero no es el final de la historia. Ya durante el reinado de Justiniano (m. 565) Nicolás era famoso, y el emperador le dedicó una iglesia en Constantinopla. En el siglo X un griego escribió: «Occidente, así como Oriente, lo reconocen y glorifican. Allá donde hay gente, su nombre es venerado y se construyen iglesias en su honor. Todos los cristianos reverencian su memoria e invocan su protección». En Occidente comenzó a despertar más interés cuando sus «reliquias» fueron llevadas desde Mira hasta Bari, en Italia, el 9 de mayo de 1087. Se dice que ha sido representado con más frecuencia por los artistas medievales que cualquier otro santo, excepto María, y cerca de 400 iglesias estaban dedicadas a su honor en Inglaterra tan solo durante la Edad Media. Con una popularidad tan significativa, inevitablemente su leyenda se entremezcló con otras. En los países germánicos, a veces se hacía difícil determinar dónde comenzaba la leyenda de Nicolás y dónde terminaba la de Woden (Odín). En algún momento, probablemente en relación a la historia en la que regalaba oro, la gente comenzó a dar regalos en su nombre el día de su santo. Cuando llegó la Reforma, sus seguidores desaparecieron en todos los países protestantes excepto en Holanda, donde la leyenda continuó como Sinterklass. Martín Lutero, por ejemplo, reemplazó al dador de regalos por el Niño Jesús o, en alemán, Christkindl. Con los años llegó a pronunciarse Kriss Kringle, e irónicamente ahora ese se considera otro nombre para Santa Claus.

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Ideas

Cómo hemos olvidado la pobreza de la Navidad

Guest Writer; Contributor

La Encarnación no solo es una historia que podemos empaquetar y vender. También es la mayor historia jamás contada.

Christianity Today December 4, 2024
Melanie Defazio / Stocksy

Ya no creemos en la Navidad. Creemos en las reuniones, las compras, los recitales de Navidad y, por supuesto, en los eventos navideños de alcance evangelístico y en los actos de caridad. Si estás leyendo este artículo de CT mientras luchas contra el sueño inducido por el triptófano del pavo, seguro sabes que la Navidad ha venido dominando el imaginario colectivo controlado por los medios masivos de comunicación desde antes de Halloween. La Navidad es la atracción principal de un año que pasamos corriendo de un «gran evento» a otro, anticipando la siguiente festividad mientras tratamos de disfrutar la presente.

La Navidad es la mayor celebración del calendario. Pero no sabemos qué celebrar.

Los líderes de la iglesia se encuentran en un gran aprieto aquí. Tienen que competir con los rivales habituales: Santa Claus, los especiales de televisión, y un ambiente navideño genérico que puede sentirse incluso sin llevar a la familia a la iglesia. 

En un esfuerzo por captar la atención dispersa de sus vecinos, las iglesias han perfeccionado sus técnicas de mercadotecnia navideña. Ya no es el sermón de Navidad, ahora son cuatro semanas para «desenvolver la Navidad» o un programa de «Navidad al revés», con actividades para niños y servicios de cuatro fines de semana —con todo lo que requiere de tiempo y energía de los miembros—. En un artículo de Charisma sobre «los doce errores de los alcances navideños evangelísticos», el error número de la lista es «no planificar algo grandioso». Incluso Dios sabe que debes tener un momento de total asombro: «La Encarnación fue una de las mayores ideas de Dios», escriben los autores. «Crea una nueva tradición navideña: la tradición de dar a luz nuevas y sobresalientes ideas».

El movimiento Advent Conspiracy, fundado en 2006 para animarnos a la alabanza, la simplicidad y la generosidad, tiene razón en buscar que la festividad no se trate acerca de nosotros sino acerca de Dios y de los demás. Pero trata también de añadir grandes ideas —la generosidad y la justicia— a la Gran Idea de Dios. Nuestras críticas al consumismo navideño vienen en el envoltorio de una sociedad consumista.

Es como si no confiáramos que la Encarnación es lo suficientemente convincente por sí misma.

Y quizá ese sea nuestro problema. Lo maravilloso de la Encarnación —Dios convirtiéndose en hombre: Dios convirtiéndose en hombre— es que no se puede vender, planear ni disfrutar del mismo modo que un vaso de ponche o un nuevo artilugio. Se niega a doblegarse a las reglas del mercado. Solamente se puede contemplar.

El drama está en el dogma

La historia se encuentra en Lucas 2. Se emite un decreto. José viaja con María a la ciudad de David, llamada Belén, para registrarse en el censo del César. Entonces el texto dice simplemente: «Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada» (v. 7). Con tan poca alharaca, puede que nos perdamos al divino y preexistente Hijo de Dios descansando como un bebé en un comedero. 

La trama no repunta hasta que llegan los pastores para contemplar al niño de quien antes les habló el ángel. Cuando los pastores encuentran al bebé, «contaron lo que les habían dicho acerca de él» (v. 17) y se van a casa alabando a Dios por lo que han visto.

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El pasaje en Lucas nos hace regresar a la humildad y a la pobreza de la historia de la Navidad. Dios no entra en nuestro mundo haciendo sonar campanas y silbatos, esperando competir con las reposiciones de la última saga cinematográfica o el juguete más moderno. Él no espera «atraer» a más personas con su «mensaje». En cambio, espera que nuestros ojos se ajusten a la débil luz que emana el pesebre y que nos acerquemos, veamos y contemplemos… y que celebremos de verdad.

Esta es una noticia muy buena para los líderes de la iglesia que experimentan una gran presión durante la Navidad para aumentar la asistencia y las ofrendas. Significa que no necesitan inventar una «gran idea» que añadir a la Encarnación, sino más bien comunicar —con tanta claridad y sencillez como sea posible— la gran idea que es la Encarnación. La ensayista Dorothy Sayers nos ayuda con este punto:

El drama está en el dogma —no en las frases hermosas, ni en los sentimientos reconfortantes, ni en las vagas aspiraciones a la bondad amorosa y la elevación, ni en la promesa de algo más bonito después de la muerte—, sino en la aterradora afirmación de que el mismo Dios que hizo el mundo vivió en el mundo, y pasó por la tumba y por las puertas de la muerte.

La historia de la Navidad es «aterradora» porque va más allá del pensamiento humano. No es nada que hayamos inventado nosotros los humanos, pero es todo lo que necesitamos oír para florecer en nuestro mundo oscuro y violento. Es el gran plan de rescate de Dios, iniciado antes del inicio del tiempo mismo para salvar a los pecadores de la muerte. Es salvación.

Vengan y contemplen.

Este artículo se publicó originalmente en inglés. Al momento de su publicación, Katelyn Beaty era editora de gestión de impresión de CT.

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