El insólito testimonio de la primera apóstol

Dios derramó su gracia sobre María Magdalena y le dio una historia que proclamar.

Christianity Today April 16, 2024
Ilustración de Chloe Cushman

Salvo Jesucristo y su madre María, pocas figuras bíblicas tienen más prominencia en la historia del arte cristiano que María Magdalena. Las pinturas y esculturas favorecen la representación de estas dos Marías, no solo porque aparecen con frecuencia en el Nuevo Testamento, sino porque desempeñaron papeles fundamentales en la vida de Jesús.

Por supuesto, la identidad de María de Nazaret es indiscutible. Ella es la joven desposada que concibió a Jesús, el Hijo de Dios, y estuvo presente con su Hijo y sus seguidores en varios momentos a lo largo de su ministerio terrenal, perseverando hasta el fin y más allá, cuando el Espíritu Santo llevó a los fieles a difundir la noticia de su salvación. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].

Sin embargo, la identidad de María Magdalena no ha sido tan clara. Cuando rastreamos sus representaciones visuales a lo largo del tiempo, nos encontramos con una historia rica, compleja e intrigante que, en última instancia, plantea una pregunta central: ¿Quién fue María Magdalena?

Cuando el arte cristiano dirige nuestra atención a esta María, rápidamente nos damos cuenta de que no hay una respuesta única. Como revela la última historia visual de Diane Apostolos-Cappadona, María Magdalena ha sido muchas cosas para la iglesia en todo el mundo a lo largo de los siglos.

De hecho, la exposición de 2002 «En busca de María Magdalena», organizada por Apostolos-Cappadona, presentó más de 80 obras de arte y objetos que representaban a María Magdalena. Patrones repetidos dentro de la historia del arte la asocian con un frasco de unción, el cabello largo y la desnudez. Es representada como el epítome de una pecadora arrepentida y una prostituta reformada, famosa por su ferviente amor a Cristo y su humildad ante Él. Se le reconoce por su presencia frente a la cruz y en la tumba del huerto. También es recordada por sus valientes viajes misioneros como evangelista y predicadora.

La representación artística de María Magdalena permite vislumbrar las interpretaciones tradicionales de la iglesia acerca de su historia con base en el texto bíblico, así como el impacto que tuvieron las leyendas medievales.

El Instituto de Arte de Chicago acogió recientemente dos pinturas del reconocido artista italiano Caravaggio. Una de ellas, Marta y María Magdalena (pintado alrededor de 1598), ilustra las dificultades para discernir la historia de María Magdalena.

Al emparejar a María Magdalena con Marta, Caravaggio siguió las enseñanzas del siglo VI del Papa Gregorio Magno, quien absorbió las referencias bíblicas de María de Betania en la persona de María Magdalena. Bajo la dirección de Gregorio, en la mente medieval, María Magdalena se convirtió en la hermana de Marta y Lázaro. Para la época en que vivió Caravaggio, después de la Reforma, los avances en la exegética para distinguir a María de Betania de María Magdalena se habían convertido en una controversia entre protestantes y católicos romanos. ¿Había dos Marías en estos pasajes o solo una? Como ha demostrado el trabajo de Margaret Arnold, las tensiones entre la tradición de la iglesia y la sola Scriptura también giraron en torno a María Magdalena.

Examinar la pintura de Caravaggio revela otra capa de complejidad. En ella, María Magdalena mira un espejo convexo, un artículo de lujo a principios de la época moderna. Aunque en el mundo actual estamos demasiado familiarizados con encontrar nuestro propio reflejo, eso no era tan común entonces. Los espejos no se convirtieron en artículos para el hogar sino hasta el siglo XVII, y no comenzaron a reemplazar los tapices de las paredes sino hasta el siglo XVIII. Mientras tanto, el espejo convexo se asociaba con la distorsión del yo, una referencia a la autopercepción y la necesidad de confrontar el pecado humano.

Al asociar a María Magdalena con un espejo convexo, Caravaggio suscita temas de pecado y penitencia, mismos que habían enmarcado su historia durante siglos debido a su asociación con la mujer pecadora de Lucas 7. La combinación ocurre de esta manera: María Magdalena y María de Betania se unieron como una sola [por las enseñanzas de Gregorio Magno], y luego, las similitudes en los relatos de la unción (Juan 12:1-8, donde María de Betania unge a Jesús, y Lucas 7:36-50, donde una mujer pecadora anónima unge a Jesús) arrojaron una reputación de pecaminosidad sobre María Magdalena.

Recordar correctamente a María Magdalena no es una tarea sencilla. Las imágenes artísticas a menudo reflejan la confusión de las lecturas tradicionales del texto bíblico, así como capas de leyendas medievales que ampliaron su historia.

Un ejemplo más contemporáneo, la serie sobre la vida de Jesús de Dallas Jenkins, The Chosen [Los elegidos], rápidamente generó revuelo desde su primer episodio simplemente al presentar la vida de Jesús a través de dos personajes improbables y a menudo pasados por alto: María Magdalena y Nicodemo.

El creciente interés por considerar la identidad y el significado de María Magdalena debería llevarnos a analizar nuevamente el texto bíblico. Puede que no aparezca en todas las páginas de los relatos de los Evangelios, pero en las múltiples ocasiones en que aparece, ocupa un lugar destacado como testigo ocular y como receptora de gracia.

El registro del Nuevo Testamento crea un cuadro convincente de la vida y la fe de María Magdalena. Lucas la presenta de esta manera:

Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas noticias del reino de Dios. Lo acompañaban los doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena y de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos. (Lucas 8:1-3, NVI)

Lucas la distingue de muchas otras Marías como «a la que llamaban Magdalena». A menudo, los eruditos han asociado este título con un próspero pueblo de pescadores en el lado occidental del Mar de Galilea, supuestamente llamado Magdala por una torre que estuvo presente en su puerto en una época anterior (magdala significa «torre» en arameo). La gente (y la riqueza) habían fluido hacia aquella zona, haciéndola pasar de ser una pequeña aldea a una verdadera polis judía que rivalizaba con las ciudades de la Decápolis. Descubrimientos arqueológicos recientes han desenterrado una próspera sinagoga y baños helenísticos.

Dado que Lucas hace referencia a la generosidad de María, si ella era originaria de Magdala, probablemente fue una de las personas que se beneficiaron de esas riquezas.

Sin embargo, a pesar de su generosidad material, su experiencia de vida también incluyó un periodo de opresión. Debido a que María era una seguidora de Jesús, y dado que los escritores de los Evangelios buscan demostrar que Jesús es especialmente poderoso en la habilidad del exorcismo, se deduce que probablemente Él expulsó demonios de ella. Ella, junto con las demás mujeres que viajaban con Él, habían sido sanadas de diversas enfermedades, tanto espirituales como físicas.

En otro caso en el ministerio de Jesús, cuando los sanados quisieron irse con Él, Él se negó. Los envió de regreso a sus hogares (Lucas 8:38-39; 14:4). Pero a estas mujeres, Él les permitió seguirlo.

El alcance de la sanación de María Magdalena la distingue. En otras enseñanzas, Jesús describe a una persona con siete espíritus [malignos] para ejemplificar una situación desesperada (Lucas 11:26).

Un número de consumación o cumplimiento, el número siete indica que los demonios habían invadido toda la vida de María. Si la posesión por un espíritu produce terror, siete sería casi inimaginable. María es, entonces, un ejemplo de alguien que recibió mucho al recibir la sanidad. Y por lo tanto, de ella se requiere mucho (Lucas 12:48).

Sin embargo, ella cumple sobradamente su deuda de gratitud con Jesús. Mientras Él recorría las ciudades y los pueblos predicando las buenas nuevas del reino de Dios, ella estaba allí con Él, y era la primera entre las mujeres nombradas. Este es uno de los espacios más claros del Nuevo Testamento donde nuestra visión de los seguidores de Jesús se amplía para incluir a más que los doce discípulos. Los doce están ahí, pero no son los únicos. El círculo es más amplio.

Para mostrar su agradecimiento, María y las otras mujeres sirven al ministerio de Jesús con sus posesiones. Si alguien alguna vez se preguntó cómo sobrevivieron Jesús y sus doce discípulos cuando dejaron sus trabajos, esta es parte de la respuesta. Estas mujeres ayudaron a pagar las cuentas. En el transcurso de sus numerosos viajes, financiaron, observaron y participaron en su ministerio.

Los lectores podrían esperar que Lucas haga mención de ellas porque tiende a indicar la presencia de mujeres junto a los hombres (Lucas 23:27, 49), sin embargo, Mateo y Marcos también hacen referencia al grupo mixto de seguidores. Ambos evangelistas mencionan a las mujeres que siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, sirviéndolo durante ese largo viaje (Mateo 27:55-56; Marcos 15:40-41).

En las tres referencias, se menciona primero a María Magdalena. Ella era una de las seguidoras más antiguas de Jesús y estaba profundamente comprometida con su ministerio. Tenía una historia que contar sobre lo que su Señor había hecho por ella. Debido a que continuó siguiendo a Jesús hasta el final de su vida, fue testigo de los eventos que cambiaron al mundo. Ella estuvo presente para observar su muerte, sepultura y resurrección.

Mateo, Marcos y Lucas indican que un grupo de mujeres observaba a distancia cuando Jesús fue crucificado (Lucas 23:49; 24:10). El nombre de María Magdalena aparece en primer lugar en las listas de mujeres presentadas por Mateo y Marcos. Si bien ellas no negaron a Jesús como lo hicieron algunos de los otros discípulos, el que ellas miraran desde lejos tal vez no le brindó a Jesús ningún consuelo. Los intérpretes se han preguntado si los evangelistas están evocando el Salmo 37:12 de la Septuaginta (Salmo 38:11, en nuestras Biblias), donde la dificultad de quien sufre se agrava cuando sus amigos y familiares mantienen distancia.

Sin embargo, según el relato de Juan sobre la Crucifixión, María no permaneció a distancia: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la esposa de Cleofás, y María Magdalena» (Juan 19:25, énfasis añadido).

En algún momento, ella se aproximó para estar cerca de Jesús, lo suficientemente cerca como para poder oírlo hablar. Dado que fue crucificado como aspirante al trono, asociarse con Él podría haber implicado un alto costo. Sabemos que las primeras mujeres cristianas fueron encarceladas y perseguidas por su fe. Romanos 16:7 menciona la terrible experiencia de Junia, y una carta del gobernador romano Plinio al emperador Trajano del siglo II menciona a dos diaconisas que fueron interrogadas y torturadas. No obstante, María tuvo el valor de arriesgarse a fin de estar presente para consolar a Jesús y a su madre.

Todos los evangelios indican que María seguía estando presente después de la muerte de Jesús. Recorrió la corta distancia desde la cruz hasta la tumba para ver dónde fue colocado el cuerpo de Jesús (Lucas 23:55). Ella estuvo dispuesta a presenciar lo que suele ser la parte más difícil de una pérdida: el momento en que la muerte parece definitiva, la colocación del cuerpo de la persona en su lugar de descanso, cuando el polvo vuelve a ser polvo.

Después de guardar el resto del sábado, María y las demás mujeres regresaron a ese sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús con perfume y especias. Ungir un cadáver con aceite era común, pero las especias indicaban algo especial. Parece que María y las otras mujeres que habían estado proveyendo económicamente para el ministerio de Jesús siguieron haciéndolo, junto con Nicodemo (Juan 19:39). Los lectores pueden ver el profundo compromiso de quienes estuvieron dispuestos a realizar esta tarea.

Al estar dispuestas a cuidarlo hasta ese último momento, María y las otras mujeres presenciaron el momento más definitivo de la vida humana de Jesús. Cuando regresaron al sepulcro, no encontraron el cuerpo de Jesús. En cambio, encontraron seres celestiales vestidos de un blanco deslumbrante que las consolaron en su conmoción, les recordaron que Jesús había predicho precisamente este evento y las impulsaron a ir a contarles a los otros discípulos la noticia de su resurrección (Mateo 28:5-7; Marcos 16:6-7). Entonces Jesús mismo salió a su encuentro y les encargó que proclamaran esto a los demás seguidores (Mateo 28:10).

María Magdalena es la única de estas mujeres mencionada por nombre en los cuatro relatos de los Evangelios, lo que significa que cada uno de los evangelistas creyó que ella era lo suficientemente importante como para nombrarla. María estuvo presente con Jesús en su ministerio, muerte y resurrección, y Él le dijo que contara esa historia. Por este motivo, ha sido recordada en el cristianismo oriental y occidental como la primera apóstol.

El testimonio de María Magdalena desde la tumba y más allá habla del inmenso poder redentor de Dios que la libró de siete demonios. También da testimonio del poder sustentador de Dios, mismo que ella aceptó, para concederle el fiel ministerio de estar presente en los momentos clave de la vida de Jesús. Entonces ella fue fiel al proclamar la buena nueva acerca de Él que cambiaría al mundo, habiendo sido comisionada por el mismo Jesús para hacerlo.

De hecho, en la extensa narración de Lucas sobre el nacimiento de la iglesia, María Magdalena parece estar incluida entre los que tienen el encargo de anunciar las Buenas Nuevas, no solo a los demás discípulos, sino también a todas las personas. En Lucas 24:33, se mencionan los once discípulos y «los que estaban reunidos con ellos», que incluirían a María Magdalena y las otras mujeres que habían regresado para testificar de su resurrección (vv. 9-10). Entonces aparece Jesús y les dice a todos: «Ustedes son testigos de estas cosas» (v. 48).

Un testigo es una persona que ha visto algo y puede contar lo que vio. Jesús les instruye a sus testigos a esperar la venida del Espíritu, y Lucas deja en claro que el Espíritu Santo fue derramado tanto sobre los siervos como sobre las siervas de Jesús (Hechos 2:17-18). Al describir los acontecimientos posteriores a la Resurrección en su sermón en Antioquía de Pisidia, Pablo resume: «Durante muchos días lo vieron los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén y ahora ellos son sus testigos ante el pueblo» (Hechos 13: 31, énfasis añadido).

Debido a que María subió con Él desde Galilea a Jerusalén, porque Él se le apareció resucitado, ahora es una de sus testigos ante el pueblo.

Su constante fidelidad bien podría reflejarse en su nombre. Conversaciones recientes entre eruditos del Nuevo Testamento, impulsadas por el trabajo de Elizabeth Schrader Polczer, se han preguntado si «Magdala» no describe su ciudad natal sino su carácter. Ella es una torre de la fe que señala firmemente el camino a Aquél que le dio libertad y una misión. La iglesia también ha reconocido de esta manera el significado de su nombre, aunque no siempre lo haya recordado.

Dios les da a todos los seguidores de Jesús el desafío de abrazar el poder del Espíritu para emular la fidelidad de María tanto de palabra como de hecho. Una vez más, la revelación de las Escrituras nos declara que Dios no tiene la intención de trabajar en este mundo excluyendo a las mujeres.

La prevalencia de su representación en el arte cristiano muestra tanto una apreciación del papel fundamental que desempeñó, como la confusión sobre su identidad. La Biblia nunca menciona la naturaleza de los demonios que la afligieron o la naturaleza del pecado de la mujer anónima en Lucas 7 con quien ha estado asociada. Pensar en ella como una prostituta es leer entre líneas y más allá del texto bíblico.

Pero el espejo de Caravaggio no se equivoca. Ella había estado atrapada en la red del pecado, afligida por fuera y por dentro por los poderes de las tinieblas (como todos nosotros) y necesitaba profundamente al Salvador, Jesucristo.

A pesar de las confusiones a lo largo de los siglos, la respuesta a la pregunta «¿Quién fue María Magdalena?» es clara. Fue una pecadora redimida a quien el Espíritu de Dios le dio poder para seguir a Jesús y a quien Jesús mismo le encargó que anunciara las buenas nuevas de su resurrección en la mañana de Pascua.

Al encontrarnos con su imagen, usémosla como un espejo para vernos a nosotros mismos y ver lo que nosotros, por el poder misericordioso de Dios, podemos llegar a ser: apóstoles, enviados a anunciar las buenas nuevas de la resurrección.

Jennifer Powell McNutt preside la cátedra Franklin S. Dyrness de Estudios Bíblicos y Teológicos en Wheaton College y es autora de The Mary We Forgot (Brazos Press, octubre de 2024).

Amy Beverage Peeler preside la cátedra Kenneth T. Wessner de Estudios Bíblicos en Wheaton College y es autora de Women and the Gender of God.

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History

Dios usa los cambios climáticos para transformar sociedades

Tanto en la Biblia como en la historia, las crisis de la creación pueden conducir a la reforma.

Christianity Today April 15, 2024
Ilustración por Michael Marsicano

En septiembre de 2017, Irma, un huracán de categoría 5, azotó Barbuda y obligó a sus residentes a evacuar y dirigirse a la isla vecina de Antigua, dejando Barbuda inhabitable. Solo diez días después, otro huracán, María, pasó justo por la zona sur de Antigua, azotándola con viento y lluvia en su camino, y llegó a convertirse también en una tormenta de categoría 5.

La directora del Departamento de Medio Ambiente de Antigua y Barbuda, la embajadora Diann Black-Layne, dijo a The New York Times que la emisión de carbono de las naciones desarrolladas es una causa significativa para estas potentes tormentas. Pero también afirmó que el país insular es demasiado pequeño para resolver el problema por sí mismo. En su lugar, ofreció un sorprendente plan de acción.

Black-Layne le dijo al periodista Michael Barbaro: «Oramos. Somos personas temerosas de Dios. Creemos en el perdón y creemos en la oración. Y creemos que Dios intercederá por nosotros. Le aseguro que la oración es poderosa».

El Señor promete escuchar sus clamores (Éxodo 22:21-24). Y si Dios escucha esos clamores, el pueblo de Dios debería hacer lo mismo. Hay demasiados cristianos (y no cristianos) que piensan que el cambio climático es ante todo una cuestión política o económica. Sin embargo, también es una cuestión espiritual que requiere un enfoque bíblico.

De hecho, la Biblia tiene mucho que decir sobre el cambio climático provocado por el hombre. Específicamente, el Antiguo Testamento relata los esfuerzos de Dios para hacer que una sociedad enfocara todas sus energías para su gloria, y documenta cómo esa sociedad fracasó en obedecer ese mandato.

La enseñanza de las Escrituras debería llevar a los cristianos a anticiparse al cambio climático provocado por el hombre. Debería impulsarnos a respetar las pruebas de la crisis climática actual, aunque lleguemos a conclusiones diferentes sobre cómo interpretar esas pruebas. Además, y quizás lo más importante, es que la Biblia enseña que las crisis climáticas suelen tener un propósito reformador.

La tierra y la ley

Un clima que produce vida procede de la bondad de Dios. En esto coinciden los cristianos de cualquier postura sobre el cambio climático. Algunos incluso citan como argumento prima facie que un Dios bueno nunca permitiría que el clima se deteriore; sin embargo, está claro que el clima es vulnerable a la actividad humana. Esta lección es tan antigua como el Jardín del Edén.

El libro de Génesis presenta el Edén como un lugar bendecido con un clima favorable (Génesis 2:5-6) y también introduce la relación de la humanidad con Dios como administradores del mundo creado (2:15-19). El pecado del hombre hizo que todo lo que él administraba fuera maldecido, incluido el clima que había recibido como regalo de Dios (Génesis 3:17-19; Romanos 8:19-22).

Estos temas están presentes también en el relato del Éxodo. Dios sacó a Israel de Egipto y lo llevó a otra tierra descrita en primer lugar por su buen clima (Deuteronomio 11:9-12). Sin embargo, para que el buen clima de Canaán siguiera siendo bueno, el pueblo tenía que seguir los caminos de Dios. En Deuteronomio leemos: «Si ustedes obedecen fielmente los mandamientos que hoy les doy, si aman al Señor su Dios y le sirven con todo el corazón y con toda el alma, entonces yo enviaré la lluvia oportuna sobre su tierra, en otoño y en primavera, para que obtengan el trigo, el vino nuevo y el aceite» (vv. 13-14).

Entre las leyes que le dio a Israel, Dios incluyó reglas para el uso de la tierra y del clima para guiar su mayordomía sobre el clima. Esas leyes ofrecen sabiduría incluso para los cristianos hoy.

Una de las «reglas del medio ambiente» más llamativas del Antiguo Testamento es la ley del año sabático para la siembra de la tierra (Éxodo 23:10-11). Debido a que no había fertilizantes como los que tenemos hoy, los agricultores de la época —y muchos en la actualidad— tenían que reponer los nutrientes del suelo mediante la rotación de cultivos o dejando los campos sin cultivar durante un periodo de tiempo. Si no lo hacían, la tierra quedaba deteriorada y sin fuerza para hacer crecer las plantas, perdía su capacidad para retener la humedad, y tenía problemas con la evaporación y la lluvia.

En la antigüedad, los israelitas debían dejar sus campos en barbecho cada siete años. El libro de Levítico advierte que ignorar este principio conduce al endurecimiento del suelo y a la falta de lluvias. «Si ustedes no me obedecen ni ponen por obra todos estos mandamientos… Yo quebrantaré su orgullo y terquedad. Endureceré el cielo como el hierro y la tierra como el bronce… Mientras la tierra esté desolada, tendrá el descanso que no tuvo durante los años sabáticos en que ustedes la habitaron» (Levítico 26:14-35).

Aunque es cierto que la ley tenía funciones tanto sociales como espirituales, y creaba una ocasión recurrente para el descanso físico y para confiar en la generosa provisión de Dios, la ley también establecía una relación entre el agotamiento del suelo y la pérdida de lluvias que hoy en día es reconocida por la ciencia moderna. La inclusión de estos principios en la ley de Israel demuestra una comprensión de que la actividad humana puede afectar directamente al clima, y que Dios espera que su pueblo modere su actividad en consecuencia. La ley del barbecho no impedía totalmente el uso de la tierra, pero limitaba su producción económica para proteger el medio ambiente.

La nación de Israel en tiempos bíblicos no contaba con los avances científicos necesarios para descubrir cómo opera el clima más allá de estas nociones básicas. Aun así, Israel recibió el mandato de considerar que el clima requería protección. Otras consideraciones sobre la tierra y el clima fueron añadidas al calendario festivo de Israel.

Había tres fiestas de peregrinación que representaban el pilar del calendario de los israelitas. Cada una de ellas requería una asamblea de todo el pueblo en la ciudad de Jerusalén. Las fechas en que ocurrían y las ceremonias que se realizaban en ellas servían de guía para Israel en su administración de la tierra de acuerdo con sus estaciones y temporadas.

La primera fiesta era la Pascua. Marcaba la transición de la temporada de lluvias a la primavera, cuando la cosecha de cebada estaba lista. La fiesta de las Semanas tenía lugar siete semanas después, cuando la primavera daba paso al verano y la cosecha de trigo estaba lista. La última peregrinación, la fiesta de las Enramadas, marcaba el final del verano, cuando los frutos estivales estaban listos y se acercaba la siguiente temporada de lluvias.

Estas fiestas enseñaban a Israel a trabajar y adorar en función de las estaciones. Israel también aprendió a utilizar la riqueza que producían sus cosechas. Las familias llevaban a las asambleas los diezmos y otras ofrendas de cada cosecha estacional (Deuteronomio 16:1-17). Una parte de esos diezmos se comía durante las fiestas, sin embargo, gran parte de estos ingresos eran guardados en almacenes para sostener la asistencia social de los levitas hacia los más vulnerables (14:28-29).

Este calendario estacional enseñaba a Israel a ejercer su mayordomía sobre el clima asegurándose de que la riqueza de lo cosechado bendijera a todos los habitantes de la tierra, incluyendo a los que no poseían tierras y a los más vulnerables. Israel podía esperar seguir teniendo un buen clima mientras el pueblo obedeciera estas leyes:

«Si realmente escuchas al Señor tu Dios y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno… El Señor abrirá los cielos, su generoso tesoro, para derramar a su debido tiempo la lluvia sobre la tierra y para bendecir todo el trabajo de tus manos. … Pero debes saber que, si no obedeces al Señor tu Dios … El Señor enviará contra ti … calor sofocante y sequía, y con plagas y pestes sobre tus cultivos. Te hostigará hasta que perezcas. Sobre tu cabeza, el cielo será como bronce; bajo tus pies, la tierra será como hierro. En lugar de lluvia, el Señor enviará sobre tus campos polvo y arena; del cielo lloverá ceniza, hasta que seas aniquilado» (Deuteronomio 28:1-24).

Obviamente, estas fiestas eran específicas para las estaciones y las cosechas de la tierra de Canaán. Está claro que la iglesia del Nuevo Testamento, que se extiende por todo el planeta desde los climas árticos hasta los tropicales, no debe continuar con estas prácticas de la ley antigua. Sin embargo, los cristianos todavía son exhortados a aprender de la sabiduría de la ley (1 Corintios 10:11; 2 Timoteo 3:16). Las leyes del Antiguo Testamento sobre la administración de la tierra y el clima pueden ayudar a los cristianos a apreciar tanto la importancia de la mayordomía del clima en la actualidad, como el daño climático causado por no administrar correctamente la tierra de Dios y sus frutos.

Los cambios climáticos en la Biblia

Dios le enseñó a Israel que, cuando la tierra experimenta daños climáticos, su reacción debe ser preguntarse por qué ocurren. Cuando la tierra sea «un desperdicio ardiente de sal y de azufre… Todas las naciones preguntarán: “¿Por qué trató así el Señor a esta tierra? ¿Por qué derramó con tanto ardor su furia sobre ella?”» (Deuteronomio 29:23-24).

No todas las crisis climáticas son una manifestación del juicio de Dios. Los sufrimientos de Job incluyeron fenómenos meteorológicos extraños (Job 1:16, 19), aun cuando él era inocente delante de Dios. Aun así, la respuesta de Job fue examinarse a sí mismo. Examinarse a uno mismo es una respuesta totalmente cristiana ante el cambio climático y, cuando es necesario, puede conducir a reformas tanto morales como económicas. Los profetas del Antiguo Testamento dieron ejemplo de esto.

El ejemplo más dramático es el Diluvio, en los capítulos 6 al 9 de Génesis. Dios envió el Diluvio como un juicio directo contra el pecado de los humanos. Noé tomó medidas prácticas, como construir un arca, pero también advirtió a los demás y los llamó al arrepentimiento (2 Pedro 2:5). Después del Diluvio, Noé recibió la promesa de Dios:

«Mientras la tierra exista,
habrá siembra y cosecha,
frío y calor,
verano e invierno,
días y noches» (Génesis 8:22)

Algunos cristianos interpretan este versículo como una promesa de parte de Dios de que él nunca permitiría ningún cambio climático después de los tiempos de Noé. Sin embargo, Dios eligió a Moisés, que vivió muchos siglos después, para entregar por medio de él las leyes antes mencionadas y que incluyen advertencias detalladas sobre la inestabilidad climática. Por lo tanto, aunque la promesa de Dios a Noé establece un límite a los juicios por medio del clima, no justifica nuestra negligencia hacia el clima.

Los acontecimientos de la narrativa bíblica posteriores a Moisés no hacen sino confirmar esto. En la época del rey Acab, Dios envió otra sequía que duró varios años. No obstante, luego de que Elías guiara al pueblo al arrepentimiento, «las nubes fueron oscureciendo el cielo; luego se levantó el viento y se desató una fuerte lluvia» (1 Reyes 17–18).

El profeta Isaías relacionó la inestabilidad climática con la codicia y la opresión de los pobres en su época (Isaías 32:1-20). El profeta Samuel señaló que las lluvias fuera de temporada servían de advertencia (1 Samuel 12:17-18). Los Salmos señalan que el buen orden de las estaciones depende del buen orden de la comunidad (Salmos 65, 104). Y los juicios que acompañarán el prometido regreso de Cristo también incluirán fenómenos metereológicos extremos (Marcos 13:8; Apocalipsis 6:8; 8:7; 11:19; 16:17-21).

La lección que debemos aprender está presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: un buen clima es un regalo, sí, pero un clima que empeora debe hacer que nos preguntemos en qué nos estamos equivocando.

El testimonio de la ciencia

Puesto que, según las Escrituras, el cambio climático puede ser un instrumento de reprensión divina, deberíamos estar abiertos a considerar las pruebas que demuestran que esto en realidad está ocurriendo en el presente.

Según la NASA, la temperatura global aumentó 2.1° F (1.17° C) desde 1880. Quizás esta cifra no parezca significativa, pero es suficiente para derretir 428 mil millones de toneladas de hielo polar cada año. Esto contribuye a que el nivel del mar suba 3.4 milímetros por año. Este tipo de cambios provocan tormentas, sequías, inundaciones y otros desastres naturales cada vez más intensos, que actualmente vemos cada vez más seguido en los titulares de las noticias y en nuestras propias comunidades.

La Biblia no nos habla específicamente del cambio climático actual ni de sus causas, pero en realidad no necesitamos que la Biblia nos explique esas cosas con detalle. Las Escrituras son suficientes en su relato sobre las obras de Dios con su pueblo en la antigüedad, y preserva esas lecciones para guiar nuestra respuesta ante situaciones similares en la actualidad. Esto incluye las enseñanzas bíblicas sobre el clima.

Cuando reconocemos que el cambio climático es a menudo un instrumento de reprensión divina, las herramientas de la ciencia ofrecen dos tipos de ayuda en nuestra respuesta.

En primer lugar, la ciencia nos ayuda a identificar las diferentes áreas de actividad humana. Dios, en su providencia, nos lleva a examinarlas cuidadosamente. Las emisiones de carbono a escala industrial han sido identificadas como el factor que más contribuye al calentamiento global. Este hallazgo llama la atención providencialmente hacia las prácticas industriales modernas. Mientras los responsables políticos seculares se centran en las formas de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, la Iglesia debería abordar cuestiones como el orgullo, la codicia, el uso abusivo de la creación y otros pecados que pueden estar relacionados con algunas prácticas industriales. La ciencia, junto con el poder de convicción del Espíritu Santo, puede ayudarnos a reconocer aquellas áreas en las que debemos centrarnos para buscar una renovación espiritual.

En segundo lugar, la evidencia científica del cambio climático puede ayudar a que los no creyentes se percaten de la necesidad de cambiar nuestras prácticas. Muchas personas que se opondrían a la petición de reformas basadas en la rendición de cuentas ante Dios estarán más dispuestos a apoyarlas cuando la necesidad pueda ser demostrada científicamente. Los cristianos no deberíamos depender de la ciencia climática para motivarnos a abrazar nuestra mayordomía del clima. Sin embargo, disponer de datos científicos refuerza la motivación de los no creyentes para buscar una mejor mayordomía del clima.

La fe y la ciencia no son opuestas entre sí. De hecho, la política climática es un ámbito en el que el testimonio cristiano y el conocimiento científico pueden colaborar de una forma productiva.

Una influencia reformadora

Los datos recogidos por las agencias gubernamentales de Estados Unidos demuestran que las condiciones actuales son más graves que los cambios climáticos en el pasado. Sin embargo, ya han ocurrido otros cambios climáticos. Por ejemplo, a finales de la Edad Media, se produjo un descenso de la temperatura. Durante este periodo, conocido como la Pequeña Edad de Hielo, los inviernos se hicieron más largos y más fríos. Las respuestas frente a este periodo fueron variadas, pero muchas personas en toda Europa recurrieron a las Escrituras.

En su libro El motín de la naturaleza, el historiador Philipp Blom escribe: «Las interpretaciones teológicas de los fenómenos climáticos eran populares y eran ampliamente difundidas en forma impresa con regularidad. De hecho, los sermones sobre el clima se convirtieron en un género literario menor».

Por ejemplo, Juan Calvino, uno de los padres de la Reforma, se refirió a las malas cosechas en medio de los cambios climáticos de su época en su comentario sobre Génesis 3:18-19: «Debido a la creciente maldad de los hombres, el remanente de la bendición que queda disminuye y se deteriora gradualmente; y ciertamente existe el peligro —a menos que el mundo se arrepienta— de que una gran parte de los hombres pronto perezca a causa del hambre y otras miserias terribles… La inclemencia del aire, las heladas, los truenos, las lluvias intempestivas, la sequía, el granizo y todo lo que está desordenado en el mundo, son consecuencias del pecado». Calvino no se andaba con rodeos.

Los himnos sobre el clima eran otra característica de la época, escribe Blom. Por ejemplo, el himno de Paul Gerhardt «Ocasionado por una gran e inoportuna lluvia», del siglo XVII, dice:

Los elementos sobre toda la tierra
Extienden la mano contra nosotros,
Y surgen problemas del mar,
Y descienden problemas de los cielos.

La Pequeña Edad de Hielo causó, entre otras cosas, que muchos se volvieran al Señor. De hecho, el cambio climático es un componente de la Reforma que a menudo es pasado por alto. Este ejemplo puede animarnos a que seamos capaces de reconocer cuando se está produciendo un cambio climático en nuestro tiempo, y a que podamos responder con una renovación espiritual.

No todas las reacciones a la Pequeña Edad de Hielo fueron buenas. Sin sabiduría, interpretar los acontecimientos climáticos como un castigo divino puede conducir a algo desagradable. En ese mismo periodo se produjo un fuerte aumento de los juicios contra personas acusadas de practicar la brujería. Se realizaron unos 110 000 juicios por brujería en toda Europa, la mitad de los cuales acabaron en ejecuciones.

Tales tragedias son una advertencia contra la apropiación indebida de las implicaciones teológicas del cambio climático. Por el contrario, la Reforma nos ofrece un ejemplo más excelente de interpretación sana y centrada en las Escrituras.

La oportunidad actual

De un modo u otro, el cambio climático provocará cambios en nuestras sociedades. Ya sea que Dios esté castigando pecados específicos o no, las crecientes tormentas, sequías y otras consecuencias afligirán a amplios segmentos de la humanidad. Y, como suele ocurrir, los más vulnerables serán los que más sufrirán a causa de los errores de los más poderosos.

El propósito de la Iglesia en este tiempo es justamente promover la obra de la redención. Cuando los cristianos niegan o restan importancia al cambio climático, están corriendo el riesgo de desaprovechar esta oportunidad de dar testimonio.

A principios de 2021, la ONU declaró un «Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas». De 2021 a 2030, cooperativas públicas y privadas se esforzarán por recuperar 350 millones de hectáreas de tierras degradadas y eliminar hasta 26 gigatoneladas de gases de efecto invernadero de la atmósfera.

No hay razón para que la Iglesia no pueda tener visiones de renovación igual de audaces en respuesta al cambio climático. No obstante, nuestra labor debe apuntar a la reforma social y espiritual junto con la renovación ecológica. La ciencia puede poner de relieve la acción del cambio climático, y los políticos pueden regular las acciones y el comportamiento en las sociedades. Pero corresponde a la Iglesia apelar a las conciencias y hacer un llamado redentor a la cultura, porque en Cristo:

Se alegrarán el desierto y el sequedal;
se regocijará la estepa
y florecerá como la rosa…

Ellos verán la gloria del Señor,
la majestad de nuestro Dios. (Isaías 35:1-2)

Michael LeFebvre es ministro presbiteriano, académico del Antiguo Testamento y miembro del Centro de Teólogos Pastorales. Es autor de The Liturgy of Creation: Understanding Calendars in Old Testament Context.

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Cómo la FIV se abrió camino en los debates evangélicos provida

Y lo que desearía haber tenido en cuenta antes de buscar asistencia reproductiva.

Christianity Today April 10, 2024
Ilustración de Christianity Today / Fuente: Getty

Cuando los evangélicos hablan de los no nacidos, lo más común es que piensen en los bebés que se encuentran en el vientre de una madre embarazada. Incluso el mantra provida «del vientre a la tumba» presupone que hay un vientre que los contiene.

Por esa razón, a medida que continúa habiendo cifras récord de estadounidenses que consiguen tener hijos por medio de la fecundación in vitro (en adelante FIV), los cristianos que creen que la vida comienza al momento de la concepción —aun cuando eso suceda en una recipiente de cultivo— enfrentan nuevas preguntas y desafíos. En respuesta a los avances en la tecnología de reproducción artificial, los evangélicos provida están volviendo a examinar las inquietudes teológicas y éticas concernientes a la creación y al cuidado de la vida en sus primeras etapas del desarrollo.

Desearía haber considerado esto con más detenimiento en 2015, cuando comencé el tratamiento de FIV en un impulso desesperado por ser madre después de varios años de infertilidad [enlaces en inglés]. Pero incluso desde mi postura como cristiana provida, consideré primero las vidas que llevaría en mi vientre, y no en las consecuencias éticas con respecto a los embriones que potencialmente sobrarían. De hecho, ni siquiera sabía que se pueden crear muchos embriones al mismo tiempo, y los doctores en la clínica de FIV donde recibí el tratamiento no me informaron al respecto.

Otros cristianos cuyas creencias sobre la vida sí influyeron en su camino a través de la fecundación asistida han experimentado esa tensión de primera mano. Conversé con Jamie Skipper, quien consideró por primera vez hacer uso de tratamientos que podrían ayudarla a quedar embarazada hace quince años. Sus firmes convicciones provida rápidamente dificultaron el proceso.

Los Skipper estaban comprometidos a limitar el número de embriones que producirían. Si cada embrión creado era una nueva vida, ellos no querían que ningún embrión «extra» se quedara en un congelador o fuera destruido en el proceso. Pero el tratamiento de FIV es un proceso físicamente exigente y costoso, por lo que los doctores a menudo recomiendan fecundar varios óvulos para incrementar las posibilidades de que uno de ellos se desarrolle hasta convertirse en un bebé sano.

Jamie Skipper dijo que encontrar un doctor de fertilidad que fuera provida y que aceptara sus convicciones fue «como las vías del subterráneo»: una red muy secreta. Los Skipper buscaron y continuaron orando.

«La Biblia no dice: No hagas tratamientos de FIV o Haz tratamientos FIV» dijo Skipper a CT. «Lo que la Biblia sí dice es Oren sin cesar. Si tomas este camino sin oración, no podrás saber lo que Dios quiere para ti en particular».

Cuando finalmente encontraron un doctor de confianza, los Skipper decidieron dar el siguiente paso, y usaron el primer embrión para que Jamie quedara embarazada de su hija, y congelaron dos embriones más para usar más adelante.

Se convirtieron en una de los millones de familias de Estados Unidos que han acudido al tratamiento de FIV para concebir. El año pasado, Pew Research Center descubrió que el 42 % de los estadounidenses han empleado tratamientos de fertilidad como la FIV o conocen a alguien que lo ha hecho, comparado con el 33 % en 2018.

En los desgloses de la encuesta proporcionados a CT, los evangélicos blancos tenían la misma probabilidad que los estadounidenses en general de decir que ellos o algún conocido había recibido tratamientos de fertilidad. Más del 40 % de los evangélicos blancos, cristianos blancos de denominaciones tradicionales y católicos estuvieron de acuerdo, comparado con apenas el 26 % de los protestantes negros.

Aunque los evangélicos usan la fecundación asistida, a menudo la abordan de manera diferente. Algunos aspectos como los medicamentos de fertilidad para estimular la ovulación y la inseminación intrauterina (IIU) —ambos de los cuales ayudan a la concepción de un bebé en el vientre de la madre— son menos controversiales que la FIV, que crea embriones en un laboratorio antes de implantarlos en el cuerpo materno.

Cuando se trata de la FIV, una encuesta observó que la mayoría de los cristianos protestantes estaban a favor de la creación de embriones para una pareja casada, pero en contra de la donación de óvulos y esperma para los procesos de FIV. También estuvieron en desacuerdo con la prueba genética preimplantacional, que busca seleccionar cuáles de los embriones serán implantados.

Los argumentos éticos y las reservas de los evangélicos con respecto a la FIV se basan en la creencia de que la vida comienza en la concepción, que todos somos creados a la imagen de Dios, y que tenemos la responsabilidad de proteger y sostener la vida desde sus primeras etapas. Es el mismo fundamento del movimiento evangélico que se opone al aborto. Sin embargo, históricamente, la FIV ha sido excluida de la conversación sobre el aborto.

«Los evangélicos y otros grupos de protestantes han sostenido una claridad moral acerca del mal intrínseco en el aborto. Pero sigue habiendo confusión con respecto a la ética de la fecundación in vitro, un procedimiento que obtiene un óvulo del cuerpo de una mujer y lo fecunda con el esperma de un hombre en un laboratorio, y luego reinserta el embrión con vida en el útero de la mujer para el proceso de gestación», observó el teólogo y experto en ética Matthew Lee Anderson en una publicación de First Things en 2021.

Tal vez los defensores provida quisieron enfocarse más en aquellos que tenían la intención de poner fin a una vida, que en aquellos que buscaban crearla. Quizás dudaron en protestar porque conocían el dolor de la lucha de otros cristianos que habían recurrido a la fecundación asistida. De cualquier modo, los evangélicos no han sido claros en cuanto a las consecuencias éticas de la FIV como lo han sido sobre los procedimientos y los medicamentos usados en el aborto, o incluso la pastilla «Plan B».

Sin embargo, la conversación se ha ampliado, sobre todo después de la anulación del caso Roe v. Wade en 2022.

«Tengo contacto con muchas personas provida que han abierto los ojos sobre cómo la FIV viola los derechos de los niños, su derecho a la vida», dijo Katy Faust, fundadora evangélica de Them Before Us, una organización que defiende y promueve los derechos de los niños. «Creo que en la mayoría de los casos son cosas que simplemente no sabían, pero una vez que te das cuenta, no puedes ignorarlo».

Faust está en desacuerdo con la práctica de la creación no regulada de embriones en la FIV, que inevitablemente lleva a la destrucción o al abandono de embriones congelados. Cada embrión es, en términos científicos, una persona singular conformada con un código genético único, que determina cosas como el color de los ojos o el género, de la misma manera que un embrión concebido en el vientre en sus primeros días.

Faust notó cómo el fallo histórico de la Corte Suprema en 2022 reveló una conexión irrefutable entre la FIV y el aborto. «¿Por qué todos los doctores de fertilidad en los estados republicanos reaccionaron después de Dobbs?», preguntó. «Porque [quizás no puedan] continuar su negocio si no pueden destruir una vida humana».

Actualmente, las leyes contra el aborto no afectan a los embriones congelados, pero ha habido un par de proyectos de ley estatales que buscan cambiar esto. Por ejemplo, en el estado de Kansas, un proyecto de ley que criminaliza la «destrucción ilegal de un embrión fecundado» avanzó al Senado, aunque finalmente no fue aprobado.

Y sin embargo, a pesar de que la mayoría de los estadounidenses consideran que el aborto es un «asunto moral», la mayoría no piensa sobre la FIV de la misma manera. Existen pocos recursos para ayudar y guiar a los cristianos que están considerando los tratamientos de FIV. Una guía en internet ofrece este consejo: para el cristiano, «la decisión de concebir es siempre la decisión de implantar».

«Toward a Protestant Theology of the Body» [Hacia una teología protestante del cuerpo], una conferencia reciente nombrada en referencia a la catequesis pontificia sobre la sexualidad, el matrimonio, la concepción y la personalidad, abordó este tema emergente. El evento organizado por el Institute on Religion and Democracy mostró una capacidad creciente para abordar preguntas concernientes a la reproducción y el cuerpo.

«Si hablo de esto en otro lado, mucha gente simplemente asume que soy católica, porque durante las últimas décadas, los únicos que han hablado sobre esto son los católicos», dijo Faust.

Emma Waters, una investigadora asociada en The Heritage Foundation’s Center for Life, Religion and Family, dijo que ha notado un cambio en la postura de los cristianos, teólogos y pastores protestantes que han comenzado a reexaminar las cuestiones teológicas y morales relacionadas con la FIV.

«Muchas iglesias de los bautistas del sur, la Iglesia Luterana—Sínodo de Misuri, la Iglesia Anglicana de Norteamérica, y algunos dentro de la Presbyterian Church of America están trabajando para educar a sus miembros sobre el propósito del niño, y dónde los cristianos deberían establecer límites firmes sobre el uso de tecnología», Waters dijo a Christianity Today.

En los últimos años, he aprendido más sobre las cuestiones éticas de la tecnología de reproducción artificial y las verdades de la creación y mercantilización de una vida. Me ha hecho ver mi propia experiencia con la FIV de manera diferente, y me hizo desear haber estado mejor informada. A pesar de que en mi caso el tratamiento fue exitoso, y me ayudó a quedar embarazada con dos bebés sanos, los embriones que quedaron y que almacené congelados me han producido mucha angustia.

Las preocupaciones evangélicas más importantes acerca de la FIV tienden a enfocarse en la pérdida de los embriones en el proceso, a fin de que familias como los Skipper se comprometan a gestar y cuidar cualquier embrión creado.

Cuando Jamie Skipper decidió avanzar con la FIV, se preocupó por lo que pasaría con los dos embriones congelados si «moría en un accidente» o eventualmente no podía implantarlos por cualquier razón. Decidió preparar un testamento legal en el que otorgaba la custodia a unos amigos cercanos en caso de su fallecimiento. Después de terminar el testamento, los Skipper sintieron paz de que habían hecho todo lo que podían para proteger a sus hijos.

Dos años después de su primer implante exitoso, Skipper implantó los dos embriones restantes, que resultaron en el nacimiento de su segunda hija.

Actualmente, Skipper, al igual que algunos grupos evangélicos prominentes como Enfoque a la familia y Coalición por el Evangelio, apoya la FIV «ética», en la cual los embriones creados poseen el material biológico de los padres y son implantados en la madre biológica, y no se congelan ni se descartan embriones.

La verdad sobre más de un millón de embriones congelados se ha vuelto conocimiento general recientemente. Antes de eso, muchos cristianos no familiarizados con la FIV no tenían idea de esta realidad numérica. A medida que la discusión fue progresando, los partidarios provida se han vuelto más osados en su activismo contra los procedimientos de la FIV que crean embriones de más.

Hace varios años, la fundadora de Live Action, Lila Rose, que es católica, se pronunció en contra de este tipo de FIV, y muchos comentadores cristianos la criticaron por sus propias experiencias personales. Debido a que muchos cristianos han participado en tratamientos de FIV para poder procrear, puede ser difícil hablar en contra de ello en contextos provida.

Sin embargo, es más importante permanecer fiel a la convicción bíblica que evitar herir los sentimientos de otros. Quiero ofrecer a las mujeres el tipo de recurso que desearía haber tenido cuando comencé el tratamiento de FIV. Skipper y yo notamos una falta de recursos cristianos sobre la FIV, y estamos planeando escribir una guía para parejas que están considerando posibles tratamientos de FIV.

Pero algunos evangélicos tienen dudas morales que van más allá de la posible pérdida de embriones y no apoyan ninguna forma de FIV. Anderson, en una publicación para First Things, argumenta que «la doctrina del imago Dei ilumina el problema de la creación ilícita, no solo el problema del asesinato ilícito».

En su libro Conceived by Science, Stephanie Gray Connors escribe sobre cómo el proceso «mercantiliza» a los niños por medio del congelamiento y etiquetado de embriones seleccionados como «mejores» para ser implantados en el vientre materno.

«Con este motivo, la persona humana ya no es valorada como un ser único, ni por su naturaleza como portador de la imagen de Dios», escribió. «Por el contrario, la persona es valorada, querida y seleccionada por la posible utilidad que ofrece a otros».

Gray observa que el proceso de congelamiento en sí mismo presenta un riesgo para la vida del embrión, por lo que no puede ser ético «poner en peligro las vidas de algunos niños en un intento de crear otros niños».

Los cristianos que encabezan las organizaciones provida más importantes del país también están comenzando a expresar sus dudas sobre la FIV de forma más amplia.

Steven Aden, director de asuntos legales en Americans United for Life, dijo a The Guardian que cuando la gente comprenda completamente las implicaciones de la FIV tradicional, «se apartarán de esa creación y congelamiento de cientos de miles de seres humanos individuales y distintos que permanecen en un limbo para siempre o son descartados como basura».

Desde su experiencia con la FIV, Skipper se ha vuelto más apasionada en enseñar a otros sobre las verdades de la FIV y la creación excesiva de embriones. Como especialista en política nacional de cuidado de salud, Skipper se siente privilegiada de entender el negocio del cuidado de la salud. Según ella, la mayoría de la gente no conoce los detalles o las motivaciones monetarias detrás de ellos.

Las clínicas buscan tasas altas de éxito, puesto que esto atrae más fondos y pacientes.

Cuando las madres eligen rutas alternativas de FIV, como negarse a crear embriones de más, reducen las probabilidades de quedar embarazadas, y afectan a las tasas de éxito de las clínicas en general. Por eso, los evangélicos provida son malos clientes para ese negocio.

«Uno debería poder hacer preguntas específicas al especialista para asegurarse de que [todo] se haga de una manera que respeta completamente su postura provida», dijo Skipper. «Y si quieren explicarte que la ciencia no funciona de tal manera, corre hacia la puerta, porque esa es la primera señal de que no te apoyarán».

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¿Qué clase de hombre es este?

Tenemos poca información sobre la apariencia y personalidad de Jesús. Pero eso fue designio de Dios.

Christianity Today April 9, 2024
Ilustración de Chloe Cushman

No hace mucho me encontré con varios retratos de Cristo que alguien había publicado en internet. Utilizando como base la imagen de la Sábana Santa de Turín y con el uso de inteligencia artificial, las imágenes presentaban especulaciones sobre la apariencia de Jesús antes de su crucifixión.

Vi las imágenes con interés, preguntándome si producirían en mí una sensación de reconocimiento como cristiano. Sin embargo, no puedo decir que mi corazón se haya conmovido de alguna manera particular con esas imágenes.

Ciertamente no sentí lo que siento cuando alguien que me importa profundamente aparece ante mi vista. No me fue posible decir: «¡Oh, ese es Jesús! ¡Lo reconocería en cualquier lugar!».

Ninguna figura nos resulta tan familiar como Jesucristo. Al mismo tiempo, ninguna figura nos resulta tan desconocida.

Comencé a leer sobre Jesús por primera vez hace más de 50 años mientras trabajaba en el turno de medianoche en un restaurante de comida rápida. Hacía poco me había graduado de la educación secundaria y estaba tratando de decidir qué dirección debería tomar mi vida. Pensé que sería bueno tener una dimensión espiritual y exploré el misticismo oriental y el ocultismo, aunque no muy en serio.

Un día me di cuenta de que la Biblia era un libro espiritual. Entonces, durante mis descansos en el restaurante, comencé a leer el Nuevo Testamento.

No pasó mucho tiempo antes de que Jesucristo —no tanto su mensaje, sino su personalidad— captara mi atención. O tal vez debería decir que lo que me atrajo fue el misterio de su personalidad.

¿Qué clase de persona es tan convincente como para que alguien abandone su carrera o su familia para seguirlo? Estuve leyendo en los Evangelios cómo Pedro se alejó de la seguridad de sus redes de pesca y Mateo abandonó las lucrativas ganancias de la mesa de los impuestos. Aunque el Jesús que encontré en los Evangelios no era del todo nuevo para mí, era extraño.

He seguido leyendo sobre Jesús desde entonces y todavía me desconcierta. Aunque he sido pastor y profesor de un instituto bíblico, hay momentos en los que me pregunto si conozco a Jesús del todo. No quiero decir que cuestione si soy verdaderamente cristiano o si Él es mi Salvador.

Pero a menudo, cuando leo los Evangelios, el Jesús que encuentro no es el que esperaba. De pronto habla o actúa de maneras que me perturban. A veces, como los discípulos, me siento irritado y quiero preguntarle a Jesús: «¿En qué estabas pensando?». Otras veces me quedo asombrado y quiero decir: «¿Qué clase de hombre es este?».

En las relaciones ordinarias, tendemos a prestar especial atención a los tipos de detalles que las Escrituras ocultan sobre Jesús. No solo notamos el rostro y la forma, sino que prestamos atención a todos los pequeños detalles que contribuyen a la personalidad: el brillo en los ojos de alguien, la curva de una sonrisa torcida, los chistes que le hacen reír.

Personalidad es la palabra que utilizamos con más frecuencia para hablar de tales atributos. No es simplemente un sinónimo de individualidad, sino una descripción de las formas distintivas en que una persona expresa esa individualidad. La personalidad es la combinación de las características que identifican al individuo como individuo.

La Biblia tiene poco que decir acerca de esos detalles con respecto a Cristo. La información que proporciona es relativamente escasa, está dispersa a lo largo de los cuatro evangelios de forma fragmentaria, o solo puede adivinarse. El apóstol Juan podía hablar de lo que había oído con sus propios oídos, visto con sus propios ojos y tocado con sus propias manos; sin embargo, nosotros no podemos (1 Juan 1:1). Dependemos de lo que está escrito.

En consecuencia, si queremos conocer a Cristo a nivel personal, esa intimidad debe obtenerse de una manera diferente a la mayoría de nuestras otras relaciones. Al mismo tiempo, Jesús prometió una bendición especial a aquellos que aún no lo han visto y han creído (Juan 20:29).

Dios nos ha proporcionado dos vehículos principales para transmitirnos este conocimiento de Cristo.

La primera es lo que se ha registrado acerca de Él en las Escrituras. La segunda es el testimonio interno del Espíritu Santo, a quien también se le llama «el Espíritu de Cristo» (Romanos 8:9).

En 2 Corintios 4:6, el apóstol Pablo observa: «Porque Dios, que dijo: “¡Que la luz resplandezca en las tinieblas!”, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Jesucristo». Esto es algo curioso para aquellos que nunca han visto el rostro de Jesús.

Aparentemente, a pesar de la falta de una descripción detallada de la apariencia o personalidad de Jesús en la Biblia, sabemos más de lo que pensamos.

Hay una luz que brilla en nuestros corazones y que revela el rostro invisible de Cristo. Si bien no sucede en un sentido literal, es cierto que es por medio del Espíritu que llegamos a conocer a Jesús personal e íntimamente. Él, a su vez, nos muestra la gloria del Dios invisible a través de su humanidad.

Los teólogos tienen mucho que decir sobre la cualidad de persona de Dios, especialmente en relación con la doctrina de la Trinidad en la iglesia. Sin embargo, han tenido menos que decir acerca de la personalidad de Dios. Una razón para este desinterés puede ser la preocupación por no antropomorfizar a Dios. Las Escrituras afirman repetidamente que Dios no es un hombre (Números 23:19; Job 9:32; Oseas 11:9).

En su libro The Evangelical Faith, el teólogo Helmut Thielicke advierte que hacer de la persona humana un modelo de Dios es un error: «Por lo tanto, queda descartada desde el principio cualquier equiparación entre Dios y la persona, o cualquier intento de hacer de la persona humana un modelo en el pensamiento de Dios… Ecuaciones de este tipo volverían a hacer de Dios una imagen de lo creado en el sentido de religión o idolatría humana».

Sin embargo, ¿qué analogía podría ser más antropomórfica que la que Dios eligió para sí mismo? Según Génesis 1:26–27:

Luego dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes y sobre todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios; hombre y mujer los creó.

Es difícil ver cómo uno podría tener una relación personal con Dios tal como Él se presenta en estos versículos sin alguna correspondencia entre la naturaleza de Dios y lo que nosotros entendemos como personalidad. Incluso si se puede demostrar que la noción de personalidad no es relevante en este contexto, no puede carecer de significado en lo que respecta a Jesucristo. Hebreos 2:17 afirma que Jesús fue hecho como nosotros en la Encarnación, «para que en todo se pareciera a sus hermanos».

Jesús no era un cascarón vacío en el que se vertió la naturaleza divina. No llevaba simplemente un cuerpo carnal. Aunque existió como persona divina antes de la Encarnación, cuando se hizo carne, el Logos adquirió una nueva dimensión (Juan 1:1,14). Jesús no dejó de ser lo que era antes, sino que añadió a su persona la naturaleza humana. Al hacerlo, ambas naturalezas conservaron su plenitud.

Jesús no es la unión de dos personas, una humana y otra divina, que cohabitan en la misma carne. Él es la única persona de Cristo que es a la vez verdaderamente humana y verdaderamente divina en todos los sentidos. Como tal, posee una personalidad. Una de las razones por las que Jesús se hizo humano fue para proporcionar una «fiel representación» del ser de Dios (Hebreos 1:3). La humanidad de Jesús nos dice cómo es Dios.

«La personalidad», escribió Francis Rogers en 1921, es «la encarnación de la individualidad». Cuando hablamos de la personalidad de alguien, normalmente hablamos de la impresión que nos deja. ¿Son amigables o antipáticos? ¿Tienen sentido del humor o son muy serios? ¿Son tímidos o extrovertidos? Los exámenes de personalidad tienden a describir estos rasgos en polaridades. ¿Eres introvertido o extrovertido? ¿Eres una persona orientada a las tareas o a las relaciones? ¿Eres un líder o un seguidor? Sin embargo, la verdad es que estas cualidades forman parte de un continuo.

La personalidad es una descripción de nuestras formas de actuar y de relacionarnos con los demás. Incluye temperamento, hábitos de comportamiento, valores y preferencias. El carácter también se expresa a través de la personalidad, pero no necesariamente es idéntico a ella.

Las gracias que moldean el carácter de un cristiano —tales como el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23)— pueden ser las mismas para todos los creyentes, pero no todos expresamos esas cualidades de la misma manera.

Cuando se trata de la personalidad de Jesús, los Evangelios revelan relativamente poco de lo que normalmente nos interesa de las personas.

No sabemos nada exacto sobre la apariencia física del Salvador y casi nada sobre el sonido de su voz. Sabemos que era constructor, pero no a qué se dedicaba en su tiempo libre además de orar, ir a cenas, bodas y tomar cuando menos una siesta. ¿Cómo actuaba cuando estaba entre amigos? Sabemos que Jesús lloró, pero no sabemos qué lo hacía reír.

Sin embargo, hay algunos momentos en los Evangelios en los que las nubes del silencio se disipan y los rayos de la personalidad de Jesús se asoman.

Los líderes religiosos le tienden una trampa a Jesús, esperando que sanara en sábado. En respuesta, Él se les queda mirando, «enojado y entristecido por lo obstinados que eran» (Marcos 3:5).

Un confundido joven cree que ya es lo suficientemente bueno para heredar la vida eterna y pregunta qué más debe hacer. En respuesta, Jesús lo mira con amor (Marcos 10:21).

Jesús toca a un leproso y le habla con ternura a una mujer tímida (Lucas 5:13; 8:48). Jesús llora, consuela, reprende y amenaza. El Dios que se nos revela a través de la humanidad de Cristo es alguien que no solo habla con voz de trueno, sino que también solloza y suspira.

La personalidad es nuestro punto de conexión con otros seres humanos. Los conocemos como individuos a través de sus personalidades. Nos vinculamos con personas que tienen personalidades similares a la nuestra. Con la misma frecuencia, tomamos nota de nuestras diferencias. La identidad no es solo una cuestión de saber quiénes somos: también nos ayuda a saber quiénes no somos.

Ante los escasos detalles de los Evangelios sobre la personalidad de Jesús, podemos sentirnos tentados a crear un modelo para hacer que él que se parezca a nosotros mismos.

En un ensayo publicado por Christianity Today en 2010 sobre el fracaso de los historiadores a la hora de reconstruir un «Jesús histórico», Scot McKnight describió cómo les dio a los estudiantes una prueba psicológica estandarizada dividida en dos partes. En la primera parte, los estudiantes respondieron preguntas sobre la personalidad de Jesús. En la segunda parte, describieron y compararon sus propias personalidades. «La prueba no se trata de respuestas correctas o incorrectas, ni está diseñada para ayudar a los estudiantes a comprender a Jesús», explicó McKnight.

Más bien, la prueba reveló que la gente tiende a pensar que Jesús es como ellos. Los introvertidos piensan que Jesús es introvertido; los extrovertidos piensan que es extrovertido.

«Si la prueba se aplicara a una muestra aleatoria de adultos», escribió McKnight, «los resultados serían considerablemente similares. En un grado u otro, todos conformamos a Jesús a nuestra propia imagen».

Nuestra imagen mental de Jesús a menudo está moldeada tanto por suposiciones culturales y experiencias personales como por las Escrituras. Es por eso que el Jesús que imaginamos a menudo nos resulta tan familiar y cómodo. Creemos que se parece a nosotros: que comparte nuestros gustos y refleja nuestras expectativas, que las verdades que defiende son aquellas de las que ya estamos convencidos, y que la vida cristiana que Jesús exige se parece a la que ya estamos viviendo. El Jesús republicano, el Jesús «concienciado», el Jesús varonil y rudo, el Jesús gentil, el Jesús mítico: todos ellos son, hasta cierto punto, versiones simuladas del Jesús bíblico.

En el mejor de los casos, pueden enfatizar ciertas características que vemos en las descripciones que los Evangelios hacen de Él. Pero, sobre todo, son imágenes que resuenan con valores que ya tenemos. En el peor de los casos, son ídolos que hemos creado a nuestra propia imagen.

No necesitamos una fotografía para ver la gloria de Dios manifestada en el rostro de Cristo, pero sí necesitamos la Palabra y el Espíritu. La revelación de Cristo sobre el Padre se da a conocer cada vez que leemos acerca de las palabras y acciones de Jesús en las Escrituras. El Espíritu de Dios usa esa Palabra para resplandecer en nuestros corazones y revelarnos tanto al Padre como al Hijo. Así como Jesús nos revela al Padre, el Espíritu Santo nos da a conocer a Cristo.

Esta comprensión, que se obtiene mediante la Palabra y se aplica por el Espíritu junto con nuestras experiencias, nos proporciona un sentido de quién es Jesús más claro que cualquier imagen, porque proporciona un conocimiento personal de Cristo que obra de adentro hacia afuera.

En este conocimiento hay mucho más que un simple conjunto de rasgos, de los cuales sin duda sacaríamos conclusiones equivocadas. Gran parte de nuestro interés en la personalidad de Jesús no surge del deseo de comprender mejor a Jesús, sino del deseo de mostrar que Jesús piensa y actúa como nosotros. En cambio, la comprensión que el Espíritu Santo proporciona va en la otra dirección.

El conocimiento de Jesús que realmente tenemos va más allá de una lista de gustos y disgustos, o del tipo de peculiaridades que normalmente atribuimos a la personalidad. Para nosotros los creyentes, conocer a Jesús implica incorporar a Cristo a nuestra manera de pensar y actuar.

En otras palabras, llegamos a conocer a Jesús personalmente, no solo al leer sobre Él, sino al llegar a ser como Él. Hay dos características importantes de esta experiencia. Una es que es progresista. Esta transformación no ocurre instantáneamente cuando nacemos de nuevo: es más bien continua y solo se perfecciona en la eternidad.

La otra es que esta experiencia se integra con la singularidad de nuestras personalidades distintivas. A medida que nos parecemos cada vez más a Cristo, nuestro carácter distintivo no desaparece. En cambio, Cristo se muestra a través de los diversos estilos de personalidad de quienes le pertenecen.

Si la personalidad es realmente la encarnación de la individualidad, uno pensaría que cada uno de nosotros conocemos nuestra personalidad mejor que nadie. Después de todo, es lo que somos. Sin embargo, la popularidad de las pruebas, tests y descripciones que prometen resumir los rasgos de nuestra personalidad parece sugerir lo contrario. Quizás sea más fácil tener conciencia de cómo son los demás que de cómo somos nosotros mismos. O tal vez hacemos estas pruebas con la esperanza de confirmar lo que ya sabemos sobre nosotros mismos, para identificarnos con un grupo social en particular.

Sin embargo, si bien las pruebas de personalidad y las encuestas pueden ser una forma valiosa de sintetizar datos sobre las personas, también pueden ser demasiado reduccionistas y no pueden contar la historia completa. En lugar de resaltar las formas únicas en que Cristo obra a través de cada individuo, pueden clasificar a los individuos en categorías que a menudo son demasiado amplias o vagas y finalmente no son útiles.

Es más, no hacen justicia a la forma misteriosa en que Dios obra a través de lo improbable para lograr sus objetivos. Dios a menudo obra a pesar de nuestras personalidades tanto como a través de ellas.

En un sermón sobre la piedrecita blanca y el nombre nuevo de Apocalipsis 2:17, George MacDonald describe que cada persona tiene una relación individual y única con Dios. «Él es para Dios un ser peculiar, hecho a su manera y a la de nadie más», dijo.

Para MacDonald, esto significa que cada persona es bendecida con un ángulo de visión distintivo cuando se trata de entender a Dios:

Por lo tanto, [cada individuo] puede adorar a Dios como ningún otro hombre puede adorarlo; puede entender a Dios como ningún otro hombre puede entenderlo. Este o aquel hombre puede entender más a Dios, quizás pueda entender a Dios, pero ningún otro hombre puede entender a Dios como él lo entiende.

A medida que la verdad se desarrolla en nuestra experiencia diaria, no solo aprendemos acerca de Jesús: lo exhibimos de una manera tan única como la idea que describe MacDonald. En palabras de MacDonald, cada uno de nosotros es «para Dios un ser peculiar, hecho a su manera y a la de nadie más». Puede que compartamos algunos rasgos con los demás, pero nadie más es exactamente como nosotros. Este conocimiento experiencial de Cristo mediado a través de nuestra propia experiencia también se refracta a través de nuestras personalidades distintivas, de la misma manera que la luz brilla a través de los vitrales.

Quizás los estudiantes que completaron el perfil psicológico sobre Jesús en la clase de McKnight tenían razón después de todo: no al pensar que Jesús era como ellos, sino al revés.

Como dice el poeta Gerard Manley Hopkins en «As Kingfishers Catch Fire»:

Cristo juega en diez mil lugares,
Hermoso de miembros y hermoso de ojos, no los suyos.
Para el Padre a través de los rasgos de los rostros de los hombres.

Aquellos que conocen a Cristo por experiencia sirven como medio a través del cual otros ven a Jesús. Sus vidas son el escenario en el que Él actúa, y su belleza se revela a través de ellas. Más que la belleza de un único perfil de personalidad, se trata de una imagen con una variedad incalculable. Y si bien Jesús es un ser humano con una personalidad real, también es el Dios que ha elegido revelarse a través de aquellos a quienes ha creado y salvado.

Mientras somos «transformados a su semejanza con más y más gloria» (2 Corintios 3:18), Jesús se muestra a sí mismo —retomando la teoría de los héroes de Joseph Campbell— como el Salvador con 1000 rostros. Reflejamos a Jesús de la misma manera que un diamante revela su gloria: en innumerables facetas.

John Koessler es escritor, presentador de pódcasts y profesor emérito jubilado del Instituto Bíblico Moody. Su último libro es When God Is Silent, publicado por Lexham Press.

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La respuesta refleja de la gracia

Jesús crea nuevos reflejos condicionados en nuestra vida incluso cuando le hemos fallado.

Bedroom. Acrylic on Wood Panel. 2022

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Christianity Today April 1, 2024
Claire Waterman

«Vengan a desayunar», dijo Jesús. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos e hizo lo mismo con el pescado. —Juan 21:12-13

A principios del siglo XX, un fisiólogo ruso llamado Iván Pavlov recibió un Premio Nobel. Los perros salivan de forma natural cuando huelen la comida, pero Pavlov quería ver si podía provocar la salivación con otro estímulo. Como probablemente recuerdes de la clase de ciencias, Pavlov hacía sonar una campana antes de alimentar a los perros. Con el tiempo, el solo sonido de la campana hacía que los perros salivaran. Pavlov se refirió a esto como una respuesta condicionada.

En un grado u otro, todos somos pavlovianos. Con el tiempo, adquirimos un elaborado conjunto de reflejos condicionados. Si alguien nos da una bofetada en la mejilla, nuestra respuesta condicionada es devolverla. ¿O solo me pasa a mí?

El evangelio se trata de la obra de Jesús que restaura nuestras respuestas o reflejos por su gracia, de manera que ahora amamos a nuestros enemigos, oramos por los que nos persiguen y bendecimos a los que nos maldicen. Ponemos la otra mejilla, caminamos la milla extra y estamos dispuestos a dar la camisa que llevamos puesta. Los teólogos llaman a estas respuestas las Seis Antítesis, pero yo prefiero pensar en ellas como seis hábitos contraculturales.

En el Sermón del monte, Jesús dice más de seis veces: «Ustedes han oído que se dijo…, pero yo digo…» (Mateo 5). Jesús estaba desafiando las formas de pensar derivadas del Antiguo Testamento como «ojo por ojo» (v. 38). Estaba desafiando nuestra ética, y comenzó con el perdón.

¿Recuerdas en Mateo 18, cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar? Pedro pensó que estaba siendo generoso cuando preguntó si debía perdonar siete veces, pero Jesús elevó el estándar: setenta veces siete. Esta idea del perdón cobró sentido personal para Pedro en una orilla del mar de Galilea (Juan 21). La aparición de Jesús ocurrió después de la resurrección, es decir, después de la negación. Pedro había negado conocer a Jesús no una ni dos, sino tres veces, y después de la tercera vez, el gallo cantó y le recordó a Pedro lo que Jesús había predicho (Mateo 26:75).

Si se me permite hacer una observación pavloviana, me pregunto si después de su negación Pedro habrá sentido una punzada de culpa cada vez que escuchaba cantar a un gallo. Cada mañana, cuando escuchaba ese molesto canto, Pedro recordaba su mayor fracaso. Esto, hasta que una mañana Jesús le dio un nuevo condicionamiento a sus reflejos.

Pedro estaba pescando cuando Jesús le habló a los discípulos desde la orilla: «Tiren la red a la derecha de la barca y pescarán algo». La niebla de la mañana no dejó que vieran quién había hablado, pero la pesca milagrosa lo dejó claro. Juan le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!» (Juan 21:4-7).

En ese instante Pedro saltó de la barca y nadó a la playa. Cuando llegó, Jesús estaba cocinando pescado sobre brasas encendidas. Detengámonos un momento. ¿Cómo no amar a un Dios que hace un desayuno sobre la playa para sus discípulos?

Después del desayuno, Jesús le hace una pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» (v. 15). No le pregunta una ni dos, sino tres veces. ¿Coincidencia? No lo creo. Tres negaciones requieren tres afirmaciones. De esa manera, en ese momento y en ese lugar Jesús le dio un nuevo condicionamiento a los reflejos de Pedro.

¿Has notado la hora del día? Juan es específico: «Al despuntar el alba» (v. 4). En otras palabras, justo cuando los gallos cantan. El canto que le recordaba a Pedro su mayor fracaso, el canto que antes había ocasionado sentimientos de culpa, ahora produciría sentimientos de gratitud. Jesús hizo más que recomisionar a Pedro. Jesús volvió a condicionar sus reflejos con su gracia.

¿Alguna vez te has sentido amado cuando menos lo esperabas y cuando menos lo merecías? Es algo transformador, ¿no crees? ¿Qué pasaría si amáramos a otros como Dios nos amó a nosotros? El regalo de Pascua revela que el pecado sin la gracia equivale a culpa, pero el pecado más la gracia equivale a la más profunda gratitud que merece ser expresada mañana, tarde y noche.

Tenemos esta tendencia a darnos por vencidos con Dios, sin embargo, Dios no hace lo mismo con nosotros. Él es el Dios de la segunda, la tercera y la milésima oportunidad. Aun cuando sintamos que le hemos fallado a Dios, Él es el Dios que nos busca y nos llama desde la orilla. Él es el Dios que prepara el desayuno sobre la playa. Es el Dios que nos da una nueva oportunidad en la vida.

Reflexiona



1. ¿De qué maneras puedes ver reflejos condicionados actuando en tu propia vida o en la vida de los que te rodean?

2. ¿De qué manera la restauración de Pedro por parte de Jesús sirve como un poderoso ejemplo de la gracia de Dios, especialmente después del fracaso?

Mark Batterson es el pastor principal de National Community Church en Washington, DC. Es autor de 23 éxitos de ventas del New York Times.

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El encuentro en el sepulcro del huerto

Jesús permanece con nosotros en medio del dolor, tanto durante como después de la Pascua.

Double Take. Oil on Panel. 24 x 26

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Christianity Today March 31, 2024
Cherith Lundin

Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era él. Jesús dijo: «¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?». —Juan 20:14-15

Una pregunta que los cristianos se hacen siempre y que porta una tensión eterna es: ¿cómo nos aferramos al gozo cuando este mundo es afligido por el dolor? Como creyentes, anclamos nuestra esperanza en la victoria de Cristo sobre la muerte. Nos regocijamos en nuestra salvación, el regalo de la vida eterna; sin embargo, en esta vida el dolor corre desenfrenado y se esparce sin control.

Cada mañana al despertar recibo nuevas misericordias solo para encontrarme con viejas heridas. Podría compartirte mi letanía de pérdidas, pero sé que tú tendrás las tuyas: una hija distanciada, un matrimonio que necesita reconciliación, un nuevo diagnóstico, un ser amado que partió demasiado pronto, una casa destruida por el fuego, una mascota que falleció, un amor que te traicionó, una multitud que te hirió.

Cuando Cristo resucitado apareció en el sepulcro del huerto, cuando María no podía reconocerlo, le preguntó: «¿Por qué lloras, mujer?» (Juan 20:15). Incluso cuando estaba en su momento de victoria, Cristo hizo tiempo y espacio para el dolor de María. ¿No muestra esto cómo la Resurrección evoca la Encarnación? Aquel misterio insondable de la venida de Cristo como un bebé que se despojó de todo poder en pos de la propiciación, sí, pero también simplemente a fin de estar más cerca de nosotros.

Con esa pregunta sencilla, Jesús hizo un espacio para que María expresara su tristeza. En el sepulcro del huerto, la tumba del jardín —ese lugar tanto de plantas como de sepultura, de milagro y de duelo—, el momento compasivo de Cristo para con María demuestra que somos elegidos para conocer y también para ser conocidos por Él. No somos simplemente un pueblo que necesita ser rescatado; ciertamente somos un pueblo, sí, un pueblo salvado y enviado (Marcos 3:13-14), pero también somos un pueblo invitado a simplemente permanecer con Él.

Cada Domingo de Pascua recuerdo lo primero que hizo Jesús después de resucitar. Aunque el Dios-hombre acababa de ser devuelto a la vida, siguió agachándose e inclinándose. Jesús siempre fue así. Él es el Verbo hecho carne que tomó forma humana para habitar y cenar; para sufrir y celebrar con nosotros. Él es nuestro Señor resucitado, que se inclinó y le prestó un oído atento a María, que no se apuró a irse del sepulcro del huerto, sino que hizo un espacio para quedarse un poco más en aquel encuentro. Él es Dios, quien permanece al lado del hombre en el huerto en el principio del tiempo.

Ese fue el gozo de María cuando Él dijo su nombre y ella lo reconoció y se reencontró con su Raboni (Juan 20:16). Este es nuestro gozo también. Jesús resucitado trae salvación, y se ofrece a sí mismo. Su victoria nos llevará de nuestro sepulcro a la gloria, sí, pero también ha venido a estar con nosotros ahora, en el sepulcro del huerto que es esta vida sobre la tierra. Él viene a nuestro encuentro aun cuando la pérdida y el dolor se entrelazan con lo que amamos y vivimos, tanto durante como más allá de la temporada de Pascua. Aleluya.

Reflexiona



1. En esta temporada, ¿cómo estás aferrándote al gozo aun cuando el mundo es afligido por el dolor?

2. ¿Qué responderías si Jesús te preguntara: «¿Por qué lloras?»?

Rachel Marie Kang es la fundadora de The Fallow House y es autora de dos libros.

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La gloria de las cargas

Cuando la vida es demasiado difícil de soportar, nuestra necesidad de un Salvador se hace evidente.

Kitchen. Gouache sobre papel. 2020

Kitchen. Gouache sobre papel. 2020

Christianity Today March 30, 2024
Claire Waterman

Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.
—2 Corintios 12:9

¿Alguna vez has oído la trillada frase cristiana que dice: «Dios no te va a dar más de lo que puedas soportar»? No es que este aforismo no tenga algo de verdad. Las Escrituras dicen en 1 Corintios 10:13 que «Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar». Pero la conocida frase yerra al poner el énfasis en lo que nosotros somos capaces de aguantar —con nuestras propias fuerzas y suficiencia—, en lugar de reconocer que Dios es quien proveerá cuando nosotros no podamos más.

Recuerdo las noches que pasé sobre el piso frío de mi cocina —mi cuerpo débil por meses transcurridos sin apetito, en mares de lágrimas, con las mejillas encendidas, y la sensación de estar sola en la noche, todas las noches—. Incluso durante esa temporada de quiebres inesperados, una y otra vez Jesús vino a mi encuentro en ese piso, mientras yo clamaba por reconciliación, redención y renuevo. Él escuchó cada oración, ya fueran palabras o balbuceos, y vio mi debilidad completamente al descubierto. Cada minuto se sentía como una maratón. Pero con cada aliento, Jesús me invitó a su gracia suficiente, con la que fortaleció mi debilidad con su poder perfecto. En mi propia vida sentí lo que el Señor le dijo al apóstol Pablo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

Tocar fondo fue precisamente lo que creó espacio en mí para que Dios entrara y me lavara con su misericordia, y me revistiera con su fuerza. Mi debilidad absoluta se convirtió en la morada donde su gloria podía habitar. Y como dijo Pablo: «Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo» (v. 9).

Como un ser humano falible que ha pasado por las penas que otros quizás no estén dispuestos a compartir públicamente, en lo profundo de mi ser tengo la certeza de que Dios no nos creó para que carguemos solos con el peso de las dificultades de la vida. Si Dios realmente nos diera solo lo que podemos soportar, no habría necesidad de un salvador más allá de nosotros mismos, y la sangrienta muerte de Jesús habría sido innecesaria. El peso del dolor de este mundo descansaría plenamente sobre nuestros hombros al navegar por una relación rota que quizás no se pueda reconciliar, al llevar la carga de una enfermedad que nunca imaginamos tener, o cualquier otro suceso desconocido que se nos presente.

Antes bien, si pasamos por dificultades que exceden nuestras fuerzas, la sangre de Jesús es el regalo más grande e inmerecido que podamos recibir jamás. Nuestra completa incapacidad de salvarnos a nosotros mismos resalta la realidad de nuestra absoluta necesidad de un salvador.

Al tener a Jesús como nuestro Salvador, podemos tener gran consuelo en saber que su corazón es tierno hacia nuestro dolor porque Él también sufrió aflicciones inimaginables. Su inocencia es la prueba de que Él es el único digno de ser el Cordero ofrecido en sacrificio por nuestros pecados. Es una verdad poderosa que el inocente tuvo que llevar el peso y el castigo de cada pecado, y es precisamente por esta razón que debemos creerle a Cristo cuando dice que su gracia es suficiente. La gloria de Dios brilla con más fuerza cuando dejamos que nuestras debilidades proclamen su infinita gracia, poder y fuerza.

Aun con su fuerza soberana, Cristo no reconcilió ni redimió ni renovó las circunstancias por las que oré con tanto anhelo alguna vez en el piso de mi cocina. En cambio, lo que yo pensaba que era firme, eventualmente se convirtió en polvo. Y aun así, descubrí que había sido liberada: liberada de la expectativa de una vida en mis términos en la que el sufrimiento tenía que ser contenido y las relaciones protegidas. En el extremo opuesto a la autodependencia, encontré reposo en mi relación con Cristo; encontré reconciliación, redención y renuevo en Él, y no en mis circunstancias.

Que nuestra debilidad —ya sea en oscuras noches en el piso de la cocina o en cualquier otro lugar donde nuestra falibilidad sea imposible de negar— sea un testimonio de la fortaleza de Cristo, nuestro Salvador, quien habita en las profundidades y en las alturas. Que confiemos en su suficiencia, porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes.

Reflexiona



1. ¿Hubo algún momento o temporada en tu vida cuando sentiste que llegaste al final de tus fuerzas (en lo físico, mental o espiritual), pero Jesús te encontró en su gracia, poder y fortaleza? Comparte brevemente sobre esta experiencia y lo que te enseñó sobre el carácter de Jesús.

2. A la luz del evangelio, ¿cómo puedes responder de forma intencional en medio de tus debilidades y pruebas?

Kaitlyn Rose Leventhal es una artista profesional de pintura abstracta, y vive en Columbia Británica, Canadá, con su esposo y su perro.

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Cuando todo se vuelve frío

Sin muerte, no hay resurrección.

Interior With Crucifx and Nothing Special. 56 x 70

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Christianity Today March 29, 2024
Joel Sheesley

Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde toda la tierra quedó en oscuridad. A las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». —Marcos 15:33-34

Es difícil creer y esperar cuando todo lo que tocas está frío. He estado orando sobre una situación en particular durante más de tres años. Hace poco llegué al punto donde siento que necesito ver algo de movimiento. Pero todo sigue frío.

El movimiento produce calor. Intenta trotar en el mismo lugar por unos minutos y comenzarás a sentir que tu temperatura se eleva. Tu corazón comienza a latir más fuerte. Tu cuerpo se activa. Pero, ¿cómo puedes orar cuando tus manos se enfrían? ¿Cómo puede uno aferrarse a la esperanza cuando todo lo que nos rodea se detiene?

No sé en qué aspecto de tu vida necesitas ver movimiento o qué es lo que produce ansiedad en tu corazón. No sé si te despiertas a media noche porque tu cuerpo está procesando aquello que no tuvo tiempo de afrontar durante el día. No sé si has estado esperando por tres años o diez. Pero te diré lo que me he estado repitiendo a mí misma: entrégate a la realidad de la Pascua.

A lo largo del ministerio de Jesús, los discípulos presenciaron mucho movimiento: los ciegos veían, los cojos andaban, los enfermos eran sanados. Las enseñanzas de Jesús atraían a multitudes y producían conversiones. Pasaron tantas cosas en ellos y alrededor de ellos durante esos tres años, que seguramente sintieron el calor de ese movimiento de muchas maneras. Sin embargo, un día, todo se quedó quieto. Un Viernes Santo, todo se volvió frío.

El Viernes Santo es el día que recordamos la santidad de Cristo en su muerte, con la que abrió un camino para nuestra salvación. En ese día hay asombro aun cuando todo está quieto. Dios obra incluso cuando el corazón no late. Dios puede moverse aun cuando todo alrededor parece estar quieto y sin vida.

Hoy en día, el Viernes Santo es un símbolo de esperanza para todo el mundo. Pero una vez fue el día en que los discípulos no sabían que habría resurrección. A veces nos olvidamos de eso: nos olvidamos de que cuando ellos vieron a Jesús clavado en la cruz, lo hicieron sin entender el propósito del Calvario.

En 1 Pedro 1:24-25 leemos: «“… todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre”. Y este es el mensaje de las buenas noticias que se les ha anunciado a ustedes». Si todo lo que puedes ver hoy es hierba seca, pregúntate si acaso debes sentarte y esperar, como lo hicieron los discípulos. ¿Qué pasaría si hoy fijaras tu mirada en la aflicción del Cordero? ¿Qué pasaría si hoy nos entregáramos al silencio del sábado? ¿Qué pasaría si hoy no nos apresuráramos a saltar a la alegría de pensar que los seguidores de Dios no tenían idea de lo que sucedería en la mañana del domingo? ¿Qué pasaría si hoy nos entregáramos a la aflicción santa del Viernes?

Sin muerte, no hay resurrección. Sin la noche del Viernes, no hay mañana del Domingo. Sin Aquel que redimió, no hay redención. Confiemos en los planes del cielo.

Quizás, al igual que yo, también estás mirando cómo caen los granos de arena a través del cristal del reloj, y ciertamente no es alentador observar cómo se esparcen mientras siguen cayendo. Entrega tus emociones a la verdad de la Pascua. Deja que el Viernes Santo sea Viernes Santo. Que la muerte se sienta como muerte, y que el aire sea incómodamente frío.

Ya nos encontraremos el domingo por la mañana.

Reflexiona



1. ¿De qué manera te aferras a la esperanza cuando todo a tu alrededor se queda quieto?

2. ¿En qué te hace pensar el simbolismo en la Pascua y de qué manera puedes aplicarlo en tu propia vida?

La Dra. Heather Thompson Day es una conferencista interdenominacional, autora de éxitos de ventas de la Asociación de Editoriales Cristianas Evangélicas (ECPA, por sus siglas en inglés), y presentadora de Viral Jesus, un pódcast de Christianity Today.

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Una cena difícil de olvidar

La esperanza y la ansiedad presentes en la última cena de Pascua de Jesús.

Come to the Table. Óleo sobre lino. 56 x 83”. 2014

Come to the Table. Óleo sobre lino. 56 x 83”. 2014

Christianity Today March 28, 2024
Kari Dunham

Al anochecer, llegó Jesús con los doce. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar».
—Marcos 14:17-18

¿Puedes recordar qué comiste ayer? Quizás fue una rodaja de pan en el desayuno o un sándwich en el almuerzo; sea lo que sea que hayas comido, seguramente ese alimento solo sirvió como una pausa para cambiar a la siguiente actividad de tu rutina. Mientras que la mayoría de las comidas representan una obligación rutinaria para llenar nuestro estómago, algunas comidas nos hacen reducir la velocidad y alimentan nuestras almas.

El recuerdo de una comida del 20 de noviembre de 1993 sigue alimentando mi alma hasta hoy. Era una noche fresca en la que lloviznaba, típica para esa época del año en Vancouver. Al final de un día cuidadosamente planeado para mejorar mis probabilidades de éxito, le propuse matrimonio a mi novia Toni. Después de que aceptara, celebramos con un delicioso plato de salmón. La comida nos dio la oportunidad de recordar cómo y por qué nos enamoramos. Fue un momento para tomar decisiones y compartir promesas.

En la intimidad de una velada con amigos queridos, Jesús organizó una comida de significado eterno. El relato de Marcos sobre la Cena del Señor sitúa la escena «el primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba a sacrificar el cordero de la Pascua» (Marcos 14:12). La cena pascual conmemoraba la gran liberación de Israel de su esclavitud en Egipto. Con el tiempo, esta fiesta de conmemoración se convirtió en una de anticipación, despertando en el pueblo un anhelo por la liberación de la opresión romana. El acto de sacrificar el cordero pascual se realizaba cada año en el templo, pero su significado pronto se presentaría de una forma nueva durante la Cena del Señor.

La narración, sin embargo, pasa de la anticipación a la ansiedad. Jesús interrumpió la conversación de la cena diciendo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar» (v. 18). Cualquier conversación agradable que se haya estado compartiendo a la mesa se habría detenido de golpe. Con esta cruda proclamación, la paz que simbolizaba una cena juntos quedó subvertida. Las comidas en comunión proporcionaban un tiempo y un lugar donde se ratificaban pactos, se profundizaban amistades, y donde incluso los enemigos podían dejar a un lado sus armas. Si cualquier forma de traición es mala, una traición en el contexto de semejante hospitalidad habría sido espantosa.

Mientras los discípulos procesaban sus palabras, «Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos, diciéndoles: “Tomen; esto es mi cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias, se la pasó a ellos y todos bebieron de ella. “Esto es mi sangre del pacto que es derramada por muchos”, dijo» (vv. 22-24).

Normalmente, la bendición y la partición del pan habrían dado paso al siguiente plato de la cena; sería algo similar a dar las gracias y pasar el pan de pita. Sin embargo, las palabras de Cristo en el contexto de esta cena de Pascua, llena de anticipación sobre la redención y ansiedad personal, ritualizaron algo esencial sobre Dios, tanto para los discípulos sentados a la mesa, como para todos los que vinieron después de ellos. El fruto de la salvación se produjo en ese horrible madero, la vieja y áspera cruz donde sería colgado el cuerpo maltratado de Cristo. Y así, nosotros proclamamos «la muerte del Señor hasta que él venga» (1 Corintios 11:26).

Ciertamente, Jesús acalló el viento y las olas, y llamó a Lázaro de la tumba. Cuando regrese, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es Señor (Filipenses 2:10-11). Tales visiones del poder divino infunden asombro y adoración. Pero Jesús se dio a sí mismo como un Salvador quebrantado y maltratado, a quien recordamos en la hospitalidad de la cena, y que fue vulnerable a la traición incluso en medio de la bendición. Podemos acudir a Él con sinceridad y sin miedo a nuestras propias heridas. Por sus heridas fuimos sanados, y por su sangre somos hechos plenos. En la Cena del Señor, cada vez que tomamos el pan y bebemos de la copa, nos detenemos para saborear el regalo divino del gozo que recibimos a través del sufrimiento de nuestro Salvador.

Reflexiona



1. Piensa en una comida memorable de tu vida. ¿Qué la hizo significativa y cómo te impactó emocional o espiritualmente?

2. ¿Cómo simboliza la Cena del Señor los aspectos esenciales de Dios y la obra redentora del sacrificio de Cristo?

Walter Kim es el presidente de la National Association of Evangelicals. Anteriormente fue pastor y capellán universitario.

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Siete pruebas, dos peligros y un libro que pasamos por alto

Los líderes de la iglesia se preocupan demasiado por los números y muy poco por Números.

Christianity Today March 27, 2024
Fuentes: Wikimedia Commons / Getty / Halfpoint Images

Es ampliamente reconocido que los pastores están demasiado interesados en los números. Ya sea que se trate de edificios, presupuestos, bautismos o el número de asistentes, si es algo que se puede medir, los líderes de la iglesia lo contabilizan. Muchos definen su éxito en función de aquellas cifras (o al menos lo hacían hasta que la pandemia hizo que esta práctica dejara de ser tan reconfortante).

Sin embargo, no es tan sabido que los pastores no están lo suficientemente interesados en Números. En docenas de conferencias sobre liderazgo en los últimos 15 años, solo he oído referencias a dos pasajes en este libro: la bendición de Aarón (Números 6) y la audacia de Josué y Caleb (Números 14). Aparte de esto, no hay nada más.

Esto no es un problema en sí mismo. Sin embargo, el Libro de Números es una mina de oro de sabiduría pastoral, que quizás tenga más cosas que ofrecer a los líderes de la iglesia hoy en día que cualquier otro libro del Antiguo Testamento aparte de Primera y Segunda de Samuel. Para los pastores en particular, merece la pena estudiarlo detenidamente. Lo digo por tres razones.

Una es tipológica. Desde la perspectiva de los apóstoles, el periodo de Israel en el desierto es un reflejo de donde la condición actual de la iglesia (1 Corintios 10; Hebreos 3-4; Judas). Es decir, hemos sido rescatados de la esclavitud, redimidos por medio del sacrificio y pasado por el bautismo en agua, pero todavía no hemos llegado a la tierra que mana leche y miel. No solo tenemos todas las bendiciones que se encuentran en Números —la presencia, la provisión y las promesas de Dios—, sino que también nos enfrentamos a problemas similares: quejas, orgullo, idolatría, inmoralidad, oposición y muerte.

Otro beneficio es ilustrativo. Aparte de David, ningún otro líder de las Escrituras nos es presentado como Moisés, con su vida interior expuesta, sus defectos, miedos, fracasos y frustraciones y las rivalidades dentro de su familia puestos al descubierto. Si David nos muestra las luchas de la espera y las tentaciones del dinero, el sexo y el poder, Moisés nos muestra los desafíos mundanos de la vida ordinaria de la congregación: las discusiones sobre la toma de decisiones y la sucesión del liderazgo; los mejores momentos de la bendición, la victoria y la provisión milagrosa al igual que el tedio cotidiano de la resolución de conflictos, los lamentos y el pecado.

Pero quizá el rasgo más llamativo de Números —en lo que respecta al ministerio pastoral— es la forma en que advierte acerca de los peligros opuestos en ambos extremos de lo que podríamos llamar el espectro de la confianza. A lo largo de la historia de Israel, y también de la historia de la Iglesia, el pueblo de Dios ha tendido a oscilar entre el exceso de confianza (orgullo, arrogancia, prepotencia) y la falta de confianza (incredulidad, temor, miedo). Las generaciones suelen oscilar de un extremo a otro, puesto que los jóvenes ven los defectos de sus antecesores y reaccionan de forma exagerada. Nuestra generación actualmente es testigo de este tipo de oscilación impulsada por ejemplos muy destacados de liderazgo abusivo y autoritario.

El Libro de Números pone de manifiesto ambos peligros de una manera notablemente compleja. Los estudiosos identifican siete grandes pruebas en Números. En la primera y la séptima, Israel se queja de sus desgracias (11:1-3; 21:4-9). En la segunda y la sexta, muestran falta de fe en que Dios les proporcionará alimentos (11:4-34) y agua (20:2-13). En la tercera y la quinta, desafían el liderazgo de Moisés, tanto por parte de Miriam y Aarón (12:1-16) como de Coré, Datán y Abirán (16:1-17:13). Y en la cuarta y principal prueba, Israel no logra entrar en la tierra prometida a causa de su incredulidad (13:1-14:38).

Cuando lo resumimos de esta manera, los dos peligros se pueden distinguir claramente. En la segunda, cuarta y sexta pruebas, el problema es la falta de confianza: la duda, la incredulidad, el temor y el miedo. En la tercera y la quinta, el problema es el exceso de confianza: el desafío, el orgullo, la arrogancia y el deseo de poder. La forma en que la narración va y vuelve de un extremo al otro sugiere que ambos peligros estarán presentes en Israel, y en la iglesia, en el futuro.

Esto representa una advertencia para los pastores: al momento de confrontar la incredulidad y el miedo, no se debe corregir desmesuradamente ni actuar como opresores autoritarios; al momento de responder a estos opresores autoritarios, no se debe corregir de una forma excesiva que pueda llevar al miedo o a la incredulidad. Las Escrituras, sin embargo, no tienen una postura fatalista como si estuviéramos condenados para siempre a oscilar entre dos extremos dañinos. En Lucas 4:1-13, Jesús mismo soportó las pruebas centrales que se mencionan en Números. Fue tentado a no confiar en la provisión de Dios en el desierto, a realizar milagros solo para presumir de su poder, y a tomar el poder y la autoridad antes de tiempo. Aun así, desafió al Tentador, y en su posición de líder se condujo con una fe humilde, sin miedo ni orgullo. En su gracia y por su Espíritu, nosotros también podemos hacer lo mismo.

Andrew Wilson es pastor de enseñanza en King's Church en Londres, Inglaterra, y es autor de God of All Things. Síguelo en Twitter @AJWTheology.

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