Dios sabía lo que estaba haciendo cuando le dio a Jesús dos árboles genealógicos

Cómo resolver las muchas disparidades entre las genealogías de Mateo y Lucas.

Christianity Today September 16, 2020
WikiMedia Commons

Los problemas en las Escrituras funcionan como reductores de velocidad: pueden ser frustrantes, y también pueden perjudicar a los incautos, pero resultan eficaces en ralentizarnos para que prestemos atención. Las tensiones nos obligan a pensar. Las contradicciones aparentes nos obligan a revisar los textos de manera más detallada. Cuando Dios los inspiró, sabía lo que estaba haciendo.

Al estudiar los Evangelios nos encontramos inmediatamente con el problema de las grandes diferencias entre las genealogías de Jesús presentadas por Mateo y Lucas. Mateo 1 enumera 42 generaciones que se remontan hasta Abraham; Lucas 3 presenta 77 generaciones que se remontan hasta Adán. De las docenas de nombres entre David y Jesús, sólo cinco aparecen en ambas listas. Peor aún, al parecer Jesús tiene dos abuelos paternos diferentes: Jacob (Mateo 1:16) y Elí (Lucas 3:23).

Los esfuerzos para resolver estas disparidades a menudo se concentran en el lado de Mateo, principalmente porque su genealogía parece tener una motivación teológica evidente: las numerosas lagunas, las mujeres que destaca, los tres grupos de 14, y así sucesivamente. Asumimos que Lucas nos ofrece “sólo los hechos”, mientras que Mateo los manipula con un objetivo en mente. Pero esta perspectiva menospreciaría tanto a Mateo como historiador, como a Lucas como teólogo. Yo creo que la genealogía de Lucas tiene una agenda teológica tan vigorosa como la de Mateo, si no es que más.

Considere la forma en que enumera 77 generaciones desde Adán hasta Cristo. Ese número apunta al día de reposo. Nos recuerda la venganza de setenta veces siete de Lamec (Génesis 4:24), y que Jesús dijo que debemos perdonar hasta setenta veces siete (Mateo 18:22). Evoca el año del Jubileo (Levítico 25:8–55), el cual se observaba una vez cada siete periodos de siete años. En Lucas 4:16-21, Jesús proclama haber cumplido la promesa del Jubileo, un acontecimiento que se presagia dos capítulos antes con la orden de que la gente se reporte a su ciudad natal para ser censada, recordándonos el mandamiento jubilar de que todos debían regresar a la “heredad familiar” (Levítico 25:10).

También es digno de mención que Lucas introduzca su genealogía, no al comienzo de la vida de Jesús, sino al comienzo de su ministerio, cuando tenía “unos treinta años” (3:23). Treinta es un número notable. Los sacerdotes comenzaban su ministerio a esa edad (Números 4:3), la misma edad en la que David se convirtió en rey (2 Samuel 5:4) y Ezequiel vio visiones proféticas de Dios (Ezequiel 1:1). Al insertar su genealogía en esta etapa, Lucas conecta la ascendencia de Jesús con su ministerio como profeta, sacerdote y rey. Al remontarse hasta Adán, y no sólo hasta Abraham, presenta a Jesús como profeta de todas las naciones, sacerdote para todos los pueblos, y rey de toda la tierra.

Luego, está la cuestión de los abuelos paternos de Jesús. Desde principios del siglo III, la gente ha especulado que José tenía dos padres, ya sea porque fue adoptado legalmente o porque era hijo de un matrimonio por levirato. (En la costumbre judía: si un hombre moría sin hijos, su hermano habría de casarse con la viuda para preservar la línea familiar). Si esto hubiera sido así, entonces José sería hijo tanto de Elí, como de Jacob; algo que siempre me sonó a apología desesperada. Pero entonces comencé a notar todas las otras referencias en Lucas 3 al matrimonio por levirato o a la adopción legal.

Una se relaciona con Herodes y su hermano Felipe (Lucas 3:1). Herodes se había casado con la esposa de Felipe, provocando gran enojo entre los judíos devotos, —y eventualmente causando la decapitación de Juan el Bautista— (Marcos 6:17). Así que el relato de Lucas acerca de la vida adulta de Jesús comienza mencionando a un hombre en un “matrimonio por levirato”, siendo en realidad un caso de adulterio, puesto que su hermano aún estaba vivo.

Otra se refiere al propio Jesús: “Era hijo, según se creía, de José” (Lucas 3:23). Legalmente, Jesús era el hijo de José, pero José no era su padre biológico. Como Gabriel le explicó a María, Jesús sería llamado “Hijo del Altísimo” e “Hijo de Dios” (Lucas 1:32,35).

Incluso encontramos un ejemplo en Juan el Bautista, quien ilustremente se contrastó a sí mismo con uno “a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias” (3:16). Desatar una correa de sandalia era el momento clave del halizah, proceso por medio del cual se liberaba a un hombre del matrimonio por levirato (Deuteronomio 25:9; Rut 4:7). Tal vez, como argumentaba Gregorio Magno, Juan se declaró no sólo por debajo de Cristo, sino también indigno de desplazarlo como el verdadero esposo de Israel. Juan es el padrino de boda, no el novio (Juan 3:29).

En este contexto más amplio, el rompecabezas de Elí y Jacob no es una coincidencia, sino parte de un patrón, algo que podríamos pasar por alto a menos que reduzcamos la velocidad casi hasta el punto de detenernos. Gracias a Dios por los reductores de velocidad.

Andrew Wilson es pastor de enseñanza en la iglesia King’s Church, en Londres, y autor de Spirit and Sacrament (Zondervan). Síguelo en Twitter @AJWTheology.

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El poder moldeador de la vergüenza

La vergüenza piadosa nos abre el corazón a la obra formativa del Espíritu Santo.

Christianity Today September 15, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Kushal Medhi / Unsplash

Brené Brown, al aparecer en el Super Soul Sunday de Oprah Winfrey, declaró: “Creo que la vergüenza es letal; creo que la vergüenza es destructiva. Y creo que estamos nadando profundamente en ella". Su TED talk “Listening to Shame” ["Escuchando a la vergüenza"]recibió más de 14 millones de visitas. En ella, advierte cómo la vergüenza es el duende que se ríe de nosotros y repite constantemente dos frases en nuestra mente: “Nunca serás lo suficientemente bueno” o ”¿Quién te crees que eres?”.

Esta metáfora presenta la vergüenza como una trampa repetitiva: las experiencias recurrentes de vergüenza destruyen nuestra autoestima, y la baja autoestima nos predispone a experimentar vergüenza. Este círculo vicioso termina por salirse de control, conduciendo a patrones de comportamiento adictivos y destructivos. Para Brown, la vergüenza es una emoción perniciosa sin ningún propósito constructivo y, por lo tanto, debemos renunciar a su uso y desarrollar resiliencia a todas las formas de vergüenza.

El deseo de eliminar la vergüenza de nuestra experiencia cotidiana parece razonable, pero hacerlo paraliza nuestra capacidad de ser personas morales. Las emociones morales se entrelazan firmemente; no vienen por separado. Por lo tanto, como escribe Krista Thomason, “no podemos deshacernos de una emoción ‘como lo es la vergüenza’ sin ‘desfigurar’ el resto”.

Además, eliminar la vergüenza fomenta principalmente la desvergüenza. Como Daniel Henninger escribió en The Wall Street Journal poco después de las acusaciones contra Harvey Weinstein, Charlie Rose y Al Franken: “Sus actos revelan un colapso de la autocontención. Esto, a su vez, sugiere una evaporación más amplia de la conciencia, la sensación de que hacer algo está mal… Así que cuando uno se pregunta cómo estos hombres pudieron comportarse tan burda y monstruosamente, una respuesta es que … no… tienen… vergüenza".

Henninger advierte que no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando que estos hombres son casos atípicos, o anomalías. Más bien, son el producto de una “cultura que ha eliminado la vergüenza y los límites conductuales”. Las Escrituras también afirman la necesidad de la vergüenza y se pronuncian contra la desvergüenza. Los profetas condenan a Israel por su entumecimiento espiritual y su incapacidad de sonrojarse por su conducta detestable (Jer. 3:3; 6:15; Sof. 3:5). Pablo también hace que los corintios se avergüencen por su apatía moral y por no afligirse de su pecado (1 Cor. 5:2; 15:34).

Sin duda, la vergüenza puede ser tóxica, pero no tiene que ser así. Debemos hacer una distinción entre la vergüenza mundana y la piadosa. Con la vergüenza piadosa, nuestras conciencias son cauterizadas por valores calibrados según el estándar de Dios y no según los estándares del mundo. La vergüenza piadosa se relaciona fundamentalmente con el bien y el mal desde la perspectiva de Dios, y está atada a la belleza y la santidad de Dios. La vergüenza piadosa guía nuestras decisiones futuras, impidiéndonos hacer cualquier cosa que pueda traer deshonra a Dios, a la iglesia, a los demás y a nosotros mismos.

Nos recuerda nuestra responsabilidad de acoger a los que están en la fe como hermanos y hermanas, independientemente de su origen socioeconómico, migratorio o racial, porque los muros que nos dividen han sido destruidos por la sangre de Jesucristo (Ef. 2:14; Flm. 1:16). Nos apremia a respetar la dignidad de todas las personas, porque todos somos creados a imagen de Dios (Gén. 1:26–27).

La vergüenza piadosa también evalúa nuestros pensamientos, acciones e inacciones con una mente no conformada al mundo, sino transformada por el evangelio (Rom. 12:1–2). Condena nuestro egocentrismo y nuestra indiferencia hacia la persecución y el sufrimiento soportado por otros, porque cada parte del cuerpo de Cristo sufre cuando una de las partes sufre (1 Cor.12:26). La vergüenza piadosa reprueba que vacilemos en unirnos al lamento de los que sufren injusticia racial, llamándonos a “llorar con los que lloran” (Rom. 12:15). Reprende nuestra disposición a humillar a otros en línea cuando nuestros mordaces mensajes de twitter apuntan a nuestra propia “virtud” en lugar de buscar el bien genuino de los demás.

La reprensión que viene con la vergüenza piadosa es inquietante y dolorosa; sin embargo, rinde frutos de justicia a los que se someten a su entrenamiento (Heb. 12:11). La reprensión que viene con la vergüenza piadosa socava la autoestima injustificada en favor de la madurez cristiana.

La vergüenza mundana destruye, pero la vergüenza piadosa restaura. La vergüenza piadosa muestra que hemos contristado al Espíritu Santo, pero también nos asegura que hallaremos gracia (Heb. 4:16). La vergüenza piadosa surge de un verdadero conocimiento de lo que Dios demanda de nosotros, y de su misericordia. En respuesta a “Nunca serás lo suficientemente bueno”, la vergüenza piadosa está de acuerdo en que nunca seremos lo suficientemente buenos en nosotros mismos, pero que somos más que suficientes por causa de Cristo (2 Cor. 5:21).

En respuesta a "¿Quién te crees que eres?", la vergüenza piadosa nos acusa como pecadores, pero luego confirma que somos hijos y herederos de Dios a causa de nuestra unión con Cristo (Rom. 8:17). La vergüenza piadosa no contradice el honor que Dios desea para sus hijos. Al igual que con el hijo pródigo cuando volvió en sí (Lucas 15:17), la vergüenza piadosa castiga, reprende para contrición, arrepentimiento y humildad, y luego nos guía a volver al abrazo misericordioso de nuestro Padre: a nuestro perdón seguro, nuestro yo reformado, nuestras relaciones restauradas y nuestro derecho al honor recuperado. La vergüenza piadosa es la vergüenza que necesitamos para caminar dignos de nuestro llamamiento como hijos de Dios.

Te-Li Lau es profesor asociado en Trinity Evangelical Divinity School y autor de Defending Shame: Its Formative Power in Paul’s Letters.

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El amor maternal de un Dios airado

La idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios lleno de ira es una idea distorsionada.

Christianity Today September 2, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el segundo de una serie de ensayos de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

No siempre sentí cierto grado de repudio hacia esta frase. La tradición religiosa en la que crecí surgió de los avivamientos fronterizos. Una de las marcas de los buenos predicadores del avivamiento yacía en su habilidad de colocar a los pecadores en las manos de la ira de Dios, a menudo «el Dios del Antiguo Testamento», y luego transferirlos a las bondadosas y amorosas manos del «Dios del Nuevo Testamento», revelado en Cristo Jesús. Este fuerte contraste fue básico para mi comprensión de Dios a lo largo de mi juventud.

No fue sino hasta que estuve en la universidad, y por medio de un trabajo de maestría en el Antiguo Testamento, que pude ver que este contraste era una construcción falsa en varios niveles. En su colección póstuma, Cartas de la tierra, el provocador teológico Mark Twain le dio al clavo cuando comentó que el Dios del Nuevo Testamento, que aparentemente inventó el infierno, debía ser «mil millones de veces más cruel de lo que fue en el Antiguo Testamento». O qué tal la observación de G.K. Chesterston en El hombre eterno, cuando sostiene que es difícil comprender el amor de Jesús, y la piedad que expresa por Jerusalén, mientras coloca a Betsaida en un pozo más profundo que el de Sodoma.

Pero no es solo que Jesús era mucho más duro de lo que mostraban los franelógrafos de la escuela dominical. Por su parte, «el Dios del Antiguo Testamento» también resultó ser más amoroso, amable, indulgente y compasivo de lo que había escuchado de parte de los maestros y predicadores de mi juventud.

El Dios de la compasión maternal

Si no leemos el Antiguo Testamento, nos perdemos de muchas cosas buenas —no solo de la bebida, el sexo y la violencia—. Nos perdemos de material teológico importante: palabras que reflejan la persona y el carácter de «el Dios del Antiguo Testamento». Nuestro Dios.

Una de las afirmaciones teológicas más importantes aparece al final de uno de los puntos bajos en la relación de Dios con Israel:

El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta generación (Éxodo 34:6–7).

Poco antes de esta afirmación, el pueblo había hecho un becerro de oro para representar al dios que iría delante de ellos a la Tierra Prometida. No les importó que esto violara el segundo de los Diez Mandamientos. El pueblo se había impacientado con Moisés, el cual había pasado demasiado tiempo en la montaña con Dios y querían seguir adelante con su viaje. Y aunque Moisés pudo disuadir a Dios de actuar con ira contra Israel, Aarón no pudo disuadir a Moisés de su propia ira, que llevó a los levitas a eliminar a tres mil de sus compañeros israelitas en el nombre del Señor (Éxodo 32).

Como parte de las caóticas consecuencias de la idolatría de Israel, Dios amenaza con no ir con ellos a la Tierra Prometida. Esto sacudió incluso la confianza de Moisés. Buscando seguridad, Moisés le pidió a Dios ver su gloria, a pesar del hecho de que Dios hablaba con Moisés en el tabernáculo de reunión así como quien habla con un amigo íntimo (Éxodo 33).

Todo esto conduce a la proclamación de Éxodo 34:6–7, cuando Dios desciende a la montaña para pasar delante de Moisés. En esta declaración es particularmente importante la primera virtud que se menciona antes que las demás: Dios es compasivo. La palabra hebrea detrás de compasión es más rica porque, como Beth Tanner señala en su comentario como coautora de The Book of Psalms [El libro de los Salmos], dicha palabra también puede significar vientre. Así que una mejor traducción podría ser «compasión maternal».

En Éxodo 34, Dios llama a Israel a dar cuentas de su pecado. Pero lo hace basado en la compasión maternal. Moisés exigió a Dios: «Recuerda que esta nación es tu pueblo» (Éxodo 33:13). La respuesta positiva de Dios lo identifica primero con la compasión maternal. Lo que parece decir es que, aunque Dios se enoja con Israel, como lo hacen las madres con sus hijos, Dios nunca los abandonaría, como las madres no abandonan a sus hijos. El Dios del Antiguo Testamento es nuestro Dios. Un Dios de compasión maternal que se enfrenta al pecado atroz y promete un futuro más allá de los fracasos. La imagen del Dios del Antiguo Testamento en términos de ira refleja solo una parte de la identidad de Dios y no reconoce que, según Éxodo 34, la esencia del carácter de Dios comienza con la compasión maternal.

Compasión a través de todas las generaciones

Muchas generaciones después de Moisés y Egipto —de hecho, varias generaciones después del regreso de Israel del exilio—, los sacerdotes en la época de Nehemías utilizaron el lenguaje de Éxodo 34:6–7 en una oración que nació de la inquietud de si Dios había abandonado a su pueblo (Nehemías 9:17). Lamentablemente, el regreso del exilio no alivió las dificultades del pueblo bajo el dominio persa (9:36–37). Sus luchas se hicieron aún más insoportables cuando escucharon la Torá de voz del escriba Esdras, y tuvieron tal convicción de pecado, que no pudieron evitar llorar (Nehemías 8).

Aun cuando los levitas que oraban ensalzaban a Dios por crear el cielo y la tierra, elegir a Abraham y liberar a Israel de Egipto, también le recordaron al pueblo que, cuando se negaron a obedecer el mandamiento de Dios de tomar la Tierra Prometida, Dios los perdonó porque Dios es «misericordioso y compasivo, lento para la ira y grande en amor» (Nehemías 9:17).

Frente a las dificultades que surgieron después del exilio y el pecado del pueblo, los levitas fundamentaron su esperanza para el futuro en Dios, quien nunca había abandonado a Israel debido a su gran compasión maternal (9:19). El pueblo se apartó de la Torá y mató a los profetas en los días de los jueces. Sin embargo, una y otra vez (9:28), Dios todavía respondió a su clamor con compasión maternal (9:27). Las cosas no mejoraron con la monarquía: la gente continuó pecando y matando profetas; sin embargo, Dios se negó a abandonar al pueblo debido a esa gran compasión maternal, porque Él está lleno de bondad y compasión (9:31).

Esta visión de Dios me recuerda a una madre que conocí durante mi primer trabajo pastoral en Ohio. Su hijo se había involucrado en problemas con drogas y se había enredado en un sinnúmero de problemas. Ella y su marido lo intentaron todo: múltiples centros de rehabilitación, poner reglas claras, amor firme. Nada funcionó. Sin embargo, cada vez que su hijo volvía a casa, ella lo perdonaba, sabiendo que probablemente él volvería a herir su corazón. Pero él era su hijo. Y ella era su madre. Del mismo modo, a pesar de que generación tras generación los hijos de Dios pecaron contra Él —¡incluso matando a sus profetas!— Dios recibió a los hijos de Israel de nuevo en casa una y otra vez (¡y a nosotros también!) con compasión maternal. ¿Qué más se supone que debe hacer un padre?

Todos los hijos de Dios

El Libro de Jonás sirve como una meditación sobre cómo la gran compasión de Dios se extiende más allá de las fronteras de Israel, incluso entre los enemigos de Israel. Aquí hay una historia que, en la mayoría de los casos, el franelógrafo nos enseñó bien. Dios le dijo a Jonás que fuera a Nínive, la capital de los opresores asirios de Israel. Sin embargo, Jonás huyó en otra dirección. Dios intervino e hizo que Jonás fuera lanzado del barco en el que huía y terminara dentro del vientre de un gran pez. Al tener algo de tiempo para reflexionar sobre sus decisiones de vida, Jonás oró y el gran pez lo vomitó en tierra firme. Jonás finalmente cumplió con su misión original y proclamó la inminente destrucción de Nínive. Para sorpresa de los lectores, Nínive se arrepintió y Dios los perdonó.

Tal vez Jonás también se sorprendió cuando Nínive se arrepintió, pero no se sorprendió del perdón de Dios. Lo que no recuerdo haber visto en el franelógrafo es la parte en que Jonás se enoja mucho porque sabía, tal como Moisés y los sacerdotes en la época de Nehemías, que Dios es un «Dios misericordioso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambia(s) de parecer y no destruye(s)» (Jonás 4:2). Jonás huyó porque, aunque no podía predecir lo que harían los asirios, sabía lo que Dios haría: inevitablemente, en su compasión, Dios perdonaría a los ninivitas a la primera señal de arrepentimiento.

Después de todo, los asirios también son hijos de Dios. Recuerdo en esa misma iglesia de Ohio el tono duro con el que uno de los ancianos comenzó a menospreciar a «los japoneses», cuya perspicacia industrial amenazaba la estabilidad industrial de los Estados Unidos. Sin embargo, ellos también son hijos engendrados por Dios. Del mismo modo, recientemente muchos cristianos han expresado su ira contra nuestros vecinos musulmanes, sintiéndose amenazados por su presencia, temiendo que se estén apoderando del país. Olvidamos que estos vecinos musulmanes también son hijos de Dios. Nosotros, por nuestra parte, sentimos que abundan enemigos contra nuestro país y nuestra forma de vida. El libro de Jonás nos recuerda que la compasión maternal de Dios se extiende incluso a nuestros enemigos, porque todos somos hijos de Dios.

Por supuesto, las madres no solo son las más propensas a perdonarnos nuestras faltas en la vida. También vienen a nuestra defensa en tiempos difíciles. Mi propia madre es así. Recuerdo cuando mis hermanas y yo éramos más jóvenes. El banco nos estaba complicando la vida cuando intentamos depositar dinero en una cuenta de ahorros de Navidad sin ninguna identificación. Mi mamá nos llevó a la oficina del vicepresidente del banco y le explicó que éramos sus hijos y que esperaba que nos trataran mejor. No recuerdo haber tenido otro problema después de eso.

El salmista que ora en el Salmo 86 clama a Dios para que exprese su compasión maternal de una manera similar, aunque el problema del salmista ciertamente supera nuestro pequeño incidente con el banco. El salmista conoce el perdón de Dios (Salmo 86:5) y viene a Dios para que proteja su vida (v. 2), y para que responda en su angustia (v. 7) a causa de los enemigos que lo atacan, gente despiadada. . . que procura matarlo (v. 14). Y mientras el salmista mira el rostro de sus despiadados enemigos, también recuerda esta poderosa afirmación que resuena dentro de Israel y más allá: «Pero tú, Señor, eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira, que abunda en amor y verdad» (v. 15).

El salmista sabe que Dios mira su situación con compasión como la que mueve a una madre a rescatar al niño de la casa en llamas, renunciando a su propia vida para salvar al fruto de su vientre. La compasión maternal se conmueve para defender apasionadamente la vida de aquel a quien ha dado a luz, para ahuyentar al agresor y ofrecer un lugar seguro dentro de un mundo violento. Este también es el Dios del Antiguo Testamento, nuestro Dios, que con compasión maternal viene a salvarnos (v. 16).

Vayamos y amemos de la misma forma

Si nos fijamos en el hebreo detrás de este término en la Concordancia Strong, notaremos que las diversas formas de «compasión maternal» aparecen unas 150 veces en el Antiguo Testamento. ¿Qué pasaría si, en lugar de ignorar el gran tema de la compasión maternal (porque vemos a un Dios iracundo, vengativo y del viejo pacto, que de alguna manera no es el mismo Dios revelado en Cristo Jesús), nuestras iglesias hicieran un recorrido de un año por estos 150 acontecimientos y la compasión maternal se convirtiera en parte de nuestro alimento constante de las Escrituras?

Quizá, algo que sucedería es que llegaríamos a adorar y orar con mayor gratitud a nuestro Dios, que «es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Hebreos 13:8). Cuando participamos de la Santa Cena, veríamos que la expresión del perdón de Dios en Jesús es el último acto de la compasión maternal de Dios por todos sus hijos, a quienes Él ha amado desde el nacimiento de sus primeros hijos en el Jardín del Edén. Y en ese mismo pan y vino que Jesús ofrece, veríamos que el acto de liberación del poder del pecado y de la muerte en Jesús es la culminación de una serie de actos que Dios ha preparado una y otra vez para salvar a sus hijos de sus enemigos.

Cuando vemos cada momento del Antiguo Testamento donde Dios expresa la compasión maternal —y el pueblo de Israel sigue su ejemplo— ¿no nos movería a dejar atrás nuestra superioridad moral y la forma en que fácilmente denigramos a nuestros enemigos, y nos llevaría a abrir nuestras comunidades a todos los hijos de Dios con una bienvenida llena de compasión?

Tal vez nos daríamos cuenta de que las primeras impresiones nos engañan, y que el Dios del Antiguo Testamento es más complejo, vibrante y maternal de lo que pensábamos. Tal vez dejaríamos de decir el «Dios del Antiguo Testamento» y simplemente diríamos «nuestro Dios».

Robert L. Foster es profesor de Nuevo Testamento y religión en la Universidad de Georgia. Es el autor de We Have Heard, Oh Lord: An Introduction to the Theology of the Psalter (Fortress Academic).

Traducción por Sally Isais.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Theology

Necesitamos leer la Biblia que Jesús leyó

El Antiguo Testamento es vital para comprender el Nuevo Testamento. También es indispensable en sí mismo.

Christianity Today August 31, 2020
Illustration by Matt Chinworth

El Antiguo Testamento siempre ha sido un blanco fácil para los críticos del cristianismo. Superficialmente, sus duros códigos morales y antiguas normas culturales se muestran hoy como obsoletos, bárbaros incluso. Si bien esto no es nada nuevo, recientemente ha dado lugar a llamados más fuertes para minimizar su importancia, como cuando el prominente pastor Andy Stanley sugirió en 2018 que los cristianos deberían «desenganchar» el Antiguo Testamento de su teología. Pero muchos expertos en la Biblia no están de acuerdo. Este es el primero de una serie de seis ensayos de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea.

—Los editores

Ya en el segundo siglo d.C., el famoso hereje Marción meditó mucho sobre esta cuestión y llegó a la conclusión de que el Antiguo Testamento no tenía casi nada que ofrecer al cristianismo. Y fue excomulgado por sus opiniones. En el siglo XX, los nazis promulgaron una eliminación del Antiguo Testamento de la fe cristiana con éxito notable, e innumerables «cristianos alemanes» siguieron su ejemplo, con consecuencias indescriptiblemente terribles. En días más recientes, predicadores de iglesias grandes y pequeñas por igual luchan por saber qué hacer con el Antiguo Testamento. Muchos hacen lo mejor que pueden; otros ni siquiera lo intentan. Algunos no ven otro camino a seguir que «desenganchar» los dos testamentos de la Biblia cristiana.

Todas estas dificultades con el Antiguo Testamento son verdaderamente lamentables porque cada página del Nuevo Testamento depende profundamente de él. El primer versículo de Mateo es un ejemplo de ello: «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (LBLA). Sin el Antiguo Testamento, los lectores no tendrían idea de lo que significa «Cristo», de quiénes son David y Abraham, o de cómo se relacionan todos estos personajes. El texto original es aún más sugerente: «Libro de la genealogía» es biblos geneses en griego, una alusión bastante obvia al libro de Génesis.

Pero la dependencia del Nuevo Testamento del Antiguo va más allá de servirnos como fuente de mera información; en algunos pasajes, el Nuevo Testamento sugiere que el Antiguo Testamento es completamente suficiente en sí mismo para alcanzar un conocimiento de Dios que lleve a la salvación. Considere la parábola de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), donde Abraham le dice al hombre rico que nadie será enviado de entre los muertos para advertir a sus hermanos descarriados porque, «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos» (v. 31).

Textos como Mateo 1 o Lucas 16 están por todas partes en el Nuevo Testamento y sin duda dan lugar a declaraciones bien intencionadas como: «No se puede entender el Nuevo Testamento sin el Antiguo Testamento», o, según el adagio de San Agustín: «El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, y el Antiguo Testamento se pone de manifiesto en el Nuevo».

No hay nada de malo en tales obviedades, pero parecen ineficaces para resolver por completo el problema porque, de hecho, muchos cristianos continúan haciéndose preguntas acerca del Antiguo Testamento de una manera que simplemente no se cuestionan —y tal vez nunca lo harán— sobre el Nuevo Testamento. Así que aún permanece la pregunta: «¿Qué ofrece el Antiguo Testamento al cristianismo hoy?».

Mi propia respuesta es: mucho. Quizás todo.

Hay al menos cuatro dones importantes que el Antiguo Testamento ofrece a la fe cristiana. Si bien estos dones no son exclusivos del Antiguo Testamento, cuando menos están mucho más presentes en el Antiguo que en el Nuevo y, por tanto, constituyen aspectos preciosos de todo el consejo de Dios.

Honestidad

El Antiguo Testamento es sincero; en ocasiones, brutalmente sincero. La franqueza del Antiguo Testamento, a menudo deslumbrante y ocasionalmente desagradable, ofende con frecuencia la sensibilidad moderna. Piense, por ejemplo, en los crudos sentimientos expresados acerca de los enemigos que se encuentran en varios salmos, incluso en Salmos tan queridos como el 139. Ese es el salmo favorito de mi suegra (excepto los versículos 19-22). Pero la honestidad es un don, no un motivo de alarma. Si nosotros mismos somos sinceros, debemos admitir que ocasionalmente hemos pensado o deseado cosas similares para nuestros propios enemigos, ¡y no siempre en oración! A lo largo de los siglos, la brutal honestidad de los salmos, especialmente en tiempos de dificultad, ha sido lo que los ha hecho tan populares.

Pero no son solo los salmos; todo el Antiguo Testamento es honesto de una manera que, para ser franco, muchos cristianos simplemente no lo somos. En este punto, me vienen a la mente historias sobre la desobediencia y el pecado de Israel. Estas son a menudo material de moralización en los sermones, e incluso son causa de menosprecio cristiano hacia el Antiguo Testamento (y el Israel bíblico). Pero debemos recordar que estos relatos solo se conservan en el Antiguo Testamento debido a su franqueza. Los cristianos solo conocen estas historias porque Israel fue lo suficientemente honesto como para transmitirlas. La honestidad sobre el pecado y el sufrimiento son dos de las muchas formas en que el Antiguo Testamento nos da un ejemplo de ser honestos ante Dios y el mundo, y de ser honestos acerca de Dios y del mundo. La historia de Israel no está más llena de fracasos que la de la Iglesia, que también está marcada por los fracasos más atroces. La historia de Israel está llena de honestidad. Y esa es una cualidad digna de ser emulada.

Poesía

No es de extrañar que un libro tan honesto como el Antiguo Testamento abunde en poesía ya que, como dice Garrison Keillor, los buenos poemas son importantes porque «ofrecen un relato más verdadero de lo que estamos acostumbrados a recibir». Cuando menos, un tercio del Antiguo Testamento fue escrito en forma de poesía. Compare esto con el Nuevo Testamento, donde la poesía es realmente escasa. Además, la poca que se encuentra allí, particularmente en el libro de Apocalipsis, por lo general está impregnada del lenguaje y el simbolismo del Antiguo Testamento.

La poesía del Antiguo Testamento se encuentra especialmente en los Salmos, pero también en los profetas que buscaban (para citar a Mark Twain) la palabra adecuada, porque «la diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta, es la misma que entre el rayo y la luciérnaga». Si los salmos ofrecen poesía en la alabanza y dolor en la oración, los profetas nos ofrecen una poesía que es «Palabra del Señor».

Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve,

y no vuelven allá sino que riegan la tierra,

haciéndola producir y germinar,

dando semilla al sembrador y pan al que come,

así será mi palabra que sale de mi boca,

no volverá a mí vacía

sin haber realizado lo que deseo,

y logrado el propósito para el cual la envié.

(Isaías 55: 10-11)

La poesía también es una característica clave en otros libros, donde se convierte en un medio ideal para discutir la sabiduría para la vida (Proverbios), el sufrimiento (Job), la muerte (Eclesiastés), e incluso el amor y el sexo (Cantar de los Cantares). Pero los temas no se limitan a estos; tampoco los libros. Dondequiera que se encuentre, la poesía parece ser preferida siempre que el tema sea complicado —y ¿qué podría ser más difícil de discutir que Dios y los caminos de Dios en el mundo?—.

Hablando de las imágenes atrevidas del Antiguo Testamento, Walter Brueggemann dijo que «ningún lenguaje fácil logrará explicar a este Dios». La poesía no es un lenguaje fácil y, por lo tanto, funciona mucho mejor que la prosa simple cuando se habla del Dios infinito —ciertamente superior a la proposición directa—. La poesía alude incluso cuando elude; evoca y revela incluso cuando oscurece y permanece reticente. En su reticencia y en su revelación, la poesía comunica y protege la santidad de Dios, el Señor de y el Señor sobre todo lenguaje. Los cristianos aprenden de la inclinación poética del Antiguo Testamento un profundo respeto por el misterio de Dios, de quien nunca se debe hablar a la ligera.

Teología

El tercer don, estrechamente relacionado con el segundo, es la teología, en este caso estrictamente definida como un discurso sobre Dios. Una búsqueda rápida de la palabra «Dios» en la Biblia en Inglés Común da 1109 resultados en el Nuevo Testamento, pero 3189 en el Antiguo Testamento. Esas estadísticas no son de extrañar. Los 39 libros del Antiguo Testamento comprenden el 78 por ciento de la Biblia cristiana protestante (aún más en los cánones católicos, ortodoxos y anglicanos). Pero hay mucho más en este tercer don que simplemente la diferencia en extensión del Antiguo Testamento en relación con el Nuevo.

El Antiguo Testamento ha sido considerado durante mucho tiempo como el principal repositorio de la doctrina de Dios, más específicamente, del primer miembro de la Trinidad. Aquí es donde uno aprende, por primera vez y con mayor extensión, acerca de Aquel a quien Jesús llamaba «Padre». A la luz de la encarnación narrada en los Evangelios y la entrega del Espíritu Santo en Hechos, el Antiguo Testamento es el lugar que brinda una perspectiva especial sobre «Dios el Padre Todopoderoso», aún cuando los cristianos sean rápidos para confesar que estos Tres son Uno. Pero la unidad divina se pierde cada vez que los cristianos se ponen del lado de Marción al contraponer al «Dios del Antiguo Testamento» contra Jesús en el Nuevo.

Tales sentimientos revelan tanta ignorancia sobre el Nuevo Testamento como sobre el Antiguo, especialmente porque esta distinción comúnmente se hace con referencia a la ira y el juicio de Dios. Estos temas abundan en el Nuevo Testamento tanto como en el Antiguo, y no solo en Apocalipsis. Son comunes en la predicación de Jesús, como lo vio tan claramente su precursor Juan el Bautista (Mateo 3:7-12). Así que en este asunto también el Padre y Jesús son uno (Juan 17:22).

Esta unidad de los Testamentos, y entre los miembros de la Trinidad, demuestra que Dios ciertamente «se indigna cada día contra el impío» (Salmos 7:11b). Pero también explica para qué sirve tal ira; que está al servicio de la justicia, ya que «Dios es un juez justo» (Salmos 7:11a). A pesar de la norma divina de justicia, Dios no se complace en la muerte de los malvados, sino que quiere que todos cambien sus caminos y vivan (ver Jeremías 18:7-8; Ezequiel 18:32; Jonás 3:10). A lo largo de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el juicio de Dios tiene algo en la mira: el pecado y la injusticia. Cuando son corregidos, la ira desaparece.

El pueblo de Dios

El Antiguo Testamento enseña a los cristianos algo fundamental sobre la eclesiología: sobre ser el pueblo de Dios. Una de esas cosas sería amar la justicia exactamente como la ama el Señor justo (Salmos 11:7). Pero esa es solo la punta del iceberg. La lista de lo que enseña el Antiguo Testamento acerca de lo que el pueblo de Dios debe hacer y ser ocuparía muchas páginas. El punto en cuestión no son los detalles, sino precisamente la generalidad que hay en ello.

El Nuevo Testamento, por supuesto, hace lo mismo. El término «eclesiología» deriva del griego ekklesia, usado en el Nuevo Testamento para la iglesia (por ejemplo, Mateo 16:18). Pero la palabra ekklesia aparece también en la traducción griega del Antiguo Testamento, donde refleja la palabra hebrea qhl («asamblea»), un término que transmite la misma idea: la comunidad de fe. Sea como fuere, este cuarto don se refiere a la naturaleza de Israel como grupo: primero una familia, luego un pueblo, luego una nación con un territorio: una que permanece unida en pacto con Dios (Exódo 19:8), unida en oración y alabanza; una que recibe bendiciones y, sí, a veces incluso castigos. Todo como grupo. El Nuevo Testamento también refleja acuerdos corporativos, a veces de formas que son impactantes (ver, por ejemplo, Hechos 5:1-11).

Sin embargo, es bastante común, especialmente en el Occidente industrializado e individualizado, leer el Nuevo Testamento como un asunto principalmente privatizado —«Jesús y yo»— y dejar la política y la justicia social fuera de él. El Rey que juzga entre las ovejas y las cabras en Mateo 25: 31-46 tiene mayor sabiduría, y la severidad y el criterio que usa para tomar su determinación suena exactamente como el Señor que legisla el cuidado de los inmigrantes, las viudas y los huérfanos en Éxodo 22:21-24. Este es un ejemplo más de la unidad de los Testamentos.

Este cuarto don del Antiguo Testamento enseña a los cristianos que la vida de fe rara vez es —o quizá nunca— una cuestión de piedad solitaria y personalizada. Por el contrario, es de raíz un asunto comunal, que se extiende más allá de los asuntos del corazón solamente. Sirva como evidencia que las palabras del Señor deben estar inscritas en el corazón en Deuteronomio 6; sin embargo, no se detiene allí: el cuerpo externo también debe llevar la instrucción del Señor, en las manos y la frente, donde esté a la vista constante. Después, debe también estar inscrita en las casas, en la ciudad, e incluso en el cuerpo político (Deuteronomio 6:6-9).

Las marcas del Antiguo Testamento

Para concluir: La frase «No podemos entender el Nuevo Testamento sin el Antiguo» es perfectamente cierta; sin embargo, no va lo suficientemente lejos, ya que el Antiguo Testamento es, en sí mismo, indispensable para la fe cristiana. La famosa declaración de Agustín, aunque precisa, también es insuficiente. Gran parte del Antiguo Testamento ha sido revelada por Dios —de hecho, todo, de acuerdo a la fe cristiana— y eso sin mencionar el testimonio de 2 Timoteo 3:16 (donde «Escritura» se refiere al Antiguo Testamento).

Como ese versículo y el siguiente lo especifican, el Antiguo Testamento es eminentemente útil «para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2 Timoteo 3: 16-17). Esto es cierto porque «todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza» (Romanos 15:4).

Imagine un cristianismo marcado, no por el encubrimiento y la negación, sino por la honestidad; un cristianismo que hable de Dios con humildad y astucia poéticamente, porque el misterio divino habita más allá de todo lenguaje; un cristianismo sintonizado con la teología del Tres en Uno, Uno en la misericordia y el juicio para liberar al mundo del pecado y la injusticia; un cristianismo unificado como el pueblo de Dios, rescatado «de toda tribu, lengua, pueblo y nación» (Apocalipsis 5:9). Ese sería un cristianismo adornado con los dones que ofrece el Antiguo Testamento.

Brent A. Strawn es profesor de Antiguo Testamento en Duke Divinity School. Es autor de The Old Testament Is Dying: A Diagnosis and Recommended Treatment.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel

Las raíces de la voz profética de raza negra

Por qué el Éxodo debe seguir siendo fundamental para la iglesia afroamericana.

Christianity Today August 21, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el último de una serie de seis ensayos de de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

Cuando tenía 11 años, vi un documental sobre Martin Luther King Jr. y el movimiento por los derechos civiles llamado Eyes on the Prize [Ojos en el premio]. Imágenes de mujeres negras golpeadas por mangueras para incendios y cayendo al suelo en Birmingham pasaron delante de mis ojos. Perros de policía persiguiendo a la multitud. Rostros enfurecidos de gente blanca gritando insultos raciales contra niños negros que buscaban entrar en una escuela no segregada.

Crecí en la Hatchie Street Church of Christ, una pequeña iglesia negra en el suroeste de Tennessee, en la que escuché sermones y estudié lecciones de escuela dominical sobre la esclavitud israelita en Egipto. Después de ver Eyes on the Prize, me quedó claro que la suerte de los negros en Estados Unidos era la misma que habían tenido los israelitas en Egipto. Haber comprendido esto me inspiró a seguir en la tradición de Moisés, de los profetas del Antiguo Testamento y de los Jueces (a quienes podríamos llamar «luchadores por la libertad»), así como en el legado de Martin Luther King Jr. El Antiguo Testamento se yergue en contra del sufrimiento y la opresión que la gente negra sufre en Estados Unidos hoy en día, y la iglesia negra —cada vez más tentada hacia un evangelio de prosperidad y comodidades de clase media— necesita permanecer arraigada en este legado.

El poder del libro de Éxodo

La historia del éxodo ha tenido cierto poder de permanencia en la iglesia afroamericana porque esta narración habla directamente a los problemas que enfrentan sus congregantes. Los afroamericanos a través de las generaciones encontraron en el libro de Éxodo un Dios que escucha a los oprimidos que le claman:

Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel. (Éxodo 3:7–8, LBLA)

Los afroamericanos se sienten identificados al leer de un Dios que se opone a los poderosos que deshumanizan a los hijos de Dios. Ellos creen que Dios escucha sus oraciones de la misma forma en la que él escuchaba las oraciones de los israelitas: «Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto». Este es un lenguaje de elección, e indica que los oprimidos son posesión de Dios. Este es el Dios de la historia, quien no solo conoce la ubicación de sus elegidos, sino que también conoce la calidad de su existencia y ve su esclavitud como una ilegalidad en el nivel divino.

Las congregaciones afroamericanas notan que Dios no sólo ve la miseria de sus elegidos; Él también escucha el clamor de su pueblo: «He escuchado su clamor a causa de sus capataces». Ver y oír lleva a Dios a actuar: «He descendido para librarlos». El Libro del Éxodo nos recuerda que la respuesta natural de Dios cuando los oprimidos sufren es actuar en su favor para liberarlos. Debido a que Dios conocía el dolor de los esclavos israelitas, Dios descendió a juzgar a los opresores y a liberar a los oprimidos. La importancia del Antiguo Testamento, y particularmente del libro de Éxodo, para la iglesia afroamericana es su afirmación de que nuestro Dios es un Dios que ve, oye y actúa a favor de los afligidos.

Por supuesto, los dueños de esclavos en la era previa a la Guerra de Secesión entendieron que los esclavos que conocieran la historia del éxodo encontrarían en ella un poderoso recurso teológico para imaginar su propia emancipación como un derecho divino. En consecuencia, además de evitar que muchos esclavos recibieran educación, los dueños de esclavos que eran cristianos y que se interesaron en convertir a sus esclavos, utilizaron la llamada «Biblia de los esclavos» titulada Partes de la Santa Biblia, seleccionadas para el uso de los Esclavos Negros, en las Islas Británicas de la India Occidental. Esta Biblia excluía casi el cincuenta por ciento del Nuevo Testamento y el noventa por ciento del Antiguo Testamento. No es de extrañar que casi todo el libro de Éxodo haya sido eliminado. Después de todo, no habría sido una exageración poner a los dueños de esclavos en el papel de Faraón, mientras que los esclavos afroamericanos podían fácilmente identificarse con los judíos esclavizados en Egipto. Los dueños de esclavos comprendieron lo poderoso que podría ser este libro —y resultó ser— entre las congregaciones afroamericanas.

Un legado de liberación

King, a quien muchos afroamericanos veían como el Moisés negro, definitivamente conocía el sufrimiento y la miseria de los negros. Nunca dejó que su excepcional educación dentro de un sistema educativo supremacista blanco lo cegara a la miseria negra. Al igual que Moisés, el encuentro genuino de King con el Dios de la liberación lo llevó a tomar medidas para liberar a su pueblo de la postura arrodillada que tenía ante el intimidante trono de la brutalidad blanca del Sur de los Estados Unidos.

En Never to Leave Us Alone: The Prayer Life of Martin Luther King Jr., Lewis Baldwin resalta la influencia del Antiguo Testamento en King, quien creía que los salmistas y profetas encarnaban el ideal bíblico de hombres de valor y de acción, sustentados primordialmente por la oración persistente. Baldwin escribe: «El líder de los derechos civiles aparentemente tenía una concepción bíblicamente informada de la oración, y encontró en estas y otras fuentes bíblicas hebreas ideas sobre la esencia de lo que significa orar, así como sustento para su visión de la oración como caminar con Dios y mantener una conversación diaria con Él». Como lo dijo Baldwin un poco más adelante: «Para King, la imperante necesidad de orar venía no solo de un claro sentido de finitud personal delante de Dios, sino también de una profunda conciencia basada en la experiencia religiosa afroamericana, especialmente en las tradiciones de la iglesia negra».

La profunda inmersión de King en la tradición profética del Antiguo Testamento entrenó intensamente su ojo para ver a las masas de afroamericanos pobres que se ahogaban en el océano de riqueza blanca. En lugar de que su educación de clase media en instituciones blancas lo anestesiara ante la difícil situación de quienes estaban atrapados en la miseria de la pobreza, King utilizó su educación para liberar el poder de su mente, y el espíritu de los profetas para desatar su lengua en defensa de los explotados.

Esta misma sensibilidad al sufrimiento de los desheredados estuvo profundamente presente en el mentor y confidente de King, Howard Thurman. En Jesus and the Disinherited, Thurman cuenta una historia sobre la noche en que su madre lo despertó para ver el cometa Halley cuando era aún niño. Maravillados y sin palabras, observaron desde su patio trasero al gran abanico de luz extenderse a través del cielo. Cuando Howard le dijo a su madre que temía que que el cometa golpeara la tierra, su madre interrumpió el silencio y dijo: «No nos pasará nada, Howard; Dios nos cuidará». Continúa escribiendo: «Muchas cosas he visto desde esa noche. Innumerables veces he aprendido que la vida es dura, tan dura como el acero de crisol; pero a medida que los años han avanzado, el majestuoso poder de las brillantes palabras de mi madre ha vuelto una y otra vez, marcando su canto rítmico en mi espíritu. Ahí se encuentran la fe y la conciencia que vencen el miedo y lo transforman en el poder de esforzarse, de lograr… y de no ceder».

Esta profunda convicción que Thurman heredó de su madre y de su abuela fue una convicción profundamente arraigada en el éxodo y en la tradición de los profetas. Los oprimidos no tenían otra fuente de poder a la que apelar en medio de su sufrimiento. Esta postura de voltear hacia arriba revela la expectativa implícita de que el Dios de liberación descenderá para atender la miseria de los desheredados.

De egipcios a cristianos de raza blanca

Por supuesto, la historia del éxodo no solo ayuda a los cristianos afroamericanos a interpretar su historia y experiencia de opresión. También les ayuda a interpretar a sus opresores blancos, muchos de los cuales se identifican como cristianos. A menudo, los cristianos blancos les dicen a los afroamericanos que no pueden entender la experiencia negra. Los cristianos blancos no pueden entender el sufrimiento de los negros porque no han experimentado servidumbre y explotación perpetuas. Para que los cristianos blancos entiendan la experiencia de la opresión negra, debe haber un deseo intencional de hacerlo.

El libro de Éxodo le dice a la iglesia negra que sus hermanas y hermanos cristianos blancos son como Moisés mientras vivía en la casa de Faraón como heredero privilegiado. La narración del éxodo da pocas indicaciones de que Moisés estuviera interesado en la liberación de sus hermanos israelitas antes de su misterioso encuentro con Dios. Ciertamente, la educación de un príncipe egipcio no incluyó aprender a preocuparse por los esclavos que construyeron los palacios y pirámides de Egipto. Así como Moisés había aprendido a ignorar los sufrimientos de su propio pueblo, muchos cristianos blancos han aprendido a ignorar la historia de la opresión de los afroamericanos. Incluso la mejor educación para gente blanca a menudo produce personas que dicen ser «ciegas a los colores», lo que equivale a ser ciego históricamente, es decir, en términos de la larga historia de opresión de la gente de raza negra.

Lo que los afroamericanos aprenden del éxodo, así como de los Profetas, de los libros escritos en el exilio y de los posteriores al exilio, es que Dios no está ciego a los colores. Dios escucha el clamor de los oprimidos, ve la opresión de la gente, y actúa. Cuando Moisés vió el sufrimiento de su pueblo, actuó decisivamente para su salvación. La verdadera compasión lleva a las personas a actuar en favor de los oprimidos, incluso hasta el punto de poner la propia vida en riesgo. Tal vez los cristianos de raza blanca han ignorado deliberadamente el sufrimiento de sus hermanas y hermanos de raza negra porque no quieren poner sus propias vidas en riesgo, o tal vez no quieren arriesgar la pérdida del afecto, la aceptación y el amor de otras personas blancas.

Volviendo a las raíces del éxodo

La disociación de los cristianos blancos del sufrimiento negro les ha hecho muy difícil comprender a la iglesia negra, la cual quedó impregnada con esta historia del Antiguo Testamento mientras luchaba por la libertad durante el movimiento por los derechos civiles. Sin duda alguna, el éxodo fue la historia más influyente que abrió el apetito por la libertad en medio de la opresión negra. Sin embargo, cuando el movimiento por los derechos civiles perdió a King, su líder espiritual, la siguiente generación comenzó a buscar entrada política en los mismos sistemas de opresión, que seguían bajo el control de la dominación blanca. King operaba como un profeta al margen del sistema de opresión, pero después de la muerte de King, la iglesia negra perdió gran parte de su orientación profética.

En lugar de continuar dirigiendo a la iglesia negra a la tierra prometida, muchos de los discípulos de King llevaron a la iglesia negra hacia atrás, de vuelta al palacio de política segura de Faraón, aunque con un estatus mejorado. La búsqueda del poder político y de las riquezas materiales comprometió la plena conexión de la iglesia negra con el poder espiritual divino que inspiró a King y a los profetas del Antiguo Testamento a arriesgar sus vidas resistiendo los sistemas políticos de opresión. A los predicadores negros les resultó más atractivo llevar a cabo el papel de políticos, que servir como profetas, comunicando la verdad con valentía a los sistemas dominantes de control político.

Estos profetas convertidos en políticos no se dieron cuenta de que el poder blanco no tenía compasión ni preocupación para aliviar el sufrimiento negro. Muchos líderes de la iglesia negra descubrieron que operar como políticos en lugar de profetas les valió la ayuda de buenas personas de raza blanca. Las voces proféticas negras que emergían fueron aceptadas en seminarios para blancos bajo la cobertura de becas minoritarias: treinta piezas de plata que finalmente domaron el espíritu profético que dio origen al movimiento por los derechos civiles. La tradición de predicación profética que una vez brindó un liderazgo valiente a la iglesia negra terminó por desvanecerse.

Muchos negros ascendieron a iglesias negras de clase media dirigidas por pastores entrenados en instituciones académicas blancas de clase media. Algunas iglesias negras de clase media comenzaron a seleccionar predicadores que se abstuvieran de ofender los sentimientos negros de la clase media. Mientras tanto, la iglesia negra de clase media se desconectó aún más de la clase negra baja. Poco a poco, la iglesia negra de clase media tuvo menos crítica profética de la estructura de poder blanco y estaba cada vez más agradecida con la agenda de supremacía blanca con disfraz religioso.

Sin embargo, otros cristianos negros de clase media utilizaron sus posiciones de influencia para la liberación de las masas negras empobrecidas. No es de extrañar que los sermones en estas iglesias estuvieran arraigados en la vasta extensión de las historias del Antiguo Testamento acerca de la liberación de Dios a los oprimidos por la esclavitud. Niños y niñas negros escucharon sermones sobre Moisés, Ester, Josué, Sansón, Débora, Daniel, Nehemías, David, Vasti, Gedeón, Rut, Isaías, Jeremías, Amós y Miqueas, personajes heroicos que lucharon contra sistemas opresivos que esclavizaban a su pueblo.

La iglesia negra, una vez arraigada en una rica tradición de predicar y orar el Antiguo Testamento, ahora muestra signos de estar estirada, casi dividida, entre la clase media y la clase baja. Como se muestra en el especial de PBS The Two Nations of Black America [Las dos naciones del Estados Unidos negro] desde hace más de dos décadas tenemos tanto la clase media negra más grande de la historia como la mayor clase baja negra de la historia. Los afroamericanos deben ahora prestar atención al otro lado del racismo blanco, es decir, el clasismo negro.

Marvin McMickle, en su libro Preaching to the Black Middle Class [Predicando a la clase media negra], ve esta división entre las clases media y baja negras como quizás el mayor desafío para el predicador en la iglesia negra. Algunas iglesias negras de clase media parecen estar más comprometidas con el sistema blanco de riquezas, que con una conexión con la clase negra baja. «Ay de los que viven tranquilos en Sión», escribe McMickle, citando Amós 6:1. Para que la iglesia negra de clase media tenga credibilidad en las calles, el púlpito negro debe abordar una vez más las necesidades de las masas negras.

Por supuesto, King no tenía miedo de usar el púlpito dondequiera que lo encontrara y utilizar imágenes de los libros de Éxodo, Isaías y Amós. Con una historia de predicadores como King y sus ancestros, la pregunta de hoy es: ¿Volverá la iglesia negra de clase media a voltear a ver la miseria de la clase baja negra oprimida? ¿Escuchará la clase media el clamor de los oprimidos y desarrollará estrategias para liberar a sus hermanas y hermanos del sufrimiento?

El Antiguo Testamento nos obliga a ser movidos hoy con compasión divina al mirar a las masas de los negros que sufren en esta nación. La iglesia negra de clase media debe reclamar su voz profética y regresar a los lugares de opresión, declarando libertad para los cautivos. Dios es un Dios de libertad, y todavía entra en sistemas de cautividad y rescata a las víctimas de la opresión, a quienes llama su pueblo. Mientras seguimos adelante, dejemos que nuestras mentes y bocas liberadas expresen las palabras que sacudirán los cimientos de la tiranía y enderecen los sistemas construidos sobre las espaldas del sufrimiento humano. La iglesia negra debe mantener el legado que heredó del Antiguo Testamento como una influencia liberadora, de acuerdo a los planes divinos, si es que desea funcionar una vez más como una institución que promueva la libertad, aún dentro de sistemas humanos injustos que todavía buscan esclavizar.

Jerry Taylor es profesor asociado de Biblia, misiones y ministerio, y es el director fundador del Centro Carl Spain para estudios raciales y acción espiritual en la Abilene Christian University.

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El Antiguo Testamento lo dice todo

Las Escrituras hebreas colocan las luchas internas a plena vista y nos enseñan mucho sobre espiritualidad.

Christianity Today August 13, 2020
Illustration by Matt Chinworth

Este es el quinto de una serie de ensayos de una sección transversal en la que eruditos destacados analizan el lugar del «Primer Testamento» en la fe cristiana contemporánea. —Los editores

No soy teóloga del Antiguo Testamento, pero he amado el Antiguo Testamento durante mucho tiempo.

Yo solía pasar tiempo a solas con Dios diariamente, aún antes de que esta práctica se convirtiera en «requisito» para la vida cristiana. Durante esos momentos, me sentía natural e inexplicablemente atraída hacia el Antiguo Testamento. Tomaba mi Biblia y un cuaderno —y a veces una guía de estudio bíblico o un libro de poesía— y me perdía en ellos.

Los Salmos eran particularmente maravillosos para mí. Estaban llenos del mismo alboroto de emociones que estaba experimentando como adolescente: ira, tristeza, soledad, preguntas, anhelo, pasión, adoración y asombro. Cuando estaba inmersa en los Salmos, me sentía comprendida y reconfortada. Era como si alguien realmente me entendiera. Cuando leía las confesiones de David por su pecado, o sus cándidas imprecaciones contra sus enemigos, sabía que no había nada que no pudiera mencionar en la presencia de Dios. Nada estaba fuera de límite. Para una joven apasionada y melancólica, hija de un pastor y rodeada de un ambiente religioso conservador, ¡esto no era poca cosa! Los Salmos me ofrecieron un lugar dónde habitar y respirar. Amaba a Dios por lo que experimentaba con Él ahí.

Ahora me doy cuenta de que estaba aprendiendo a orar, orando junto a los grandes oradores del Antiguo Testamento, aún más que de las enseñanzas del Nuevo Testamento (sin restar nada a su gran valor). Para mí, no era «Antiguo» en absoluto; era fresco y nuevo. Los escritores de los Salmos me dieron palabras cuando no las tenía, ayudándome a iniciar mis propias oraciones. Esta fue mi primera experiencia de lo que realmente significa ser moldeado espiritualmente por el Antiguo Testamento.

¿Qué es la espiritualidad cristiana?

¿Qué queremos decir cuando hablamos de ser «moldeados espiritualmente»? El término espiritualidad es un término bastante ubicuo y ambiguo en la cultura actual. Si prestamos atención, notaremos que hoy en día se utiliza para todo, desde la meditación hasta el alpinismo; desde el «flujo» que un jugador siente en la cancha de básquetbol hasta el estado inconsciente del artista atrapado en su arte; ir a un retiro silencioso o adorar en una catedral; practicar yoga o simplemente prestar atención a nuestra propia respiración. El lenguaje de la espiritualidad parece ser una cosa mal definida y amorfa, que significa una especie de sentimentalismo extraterrenal con inclinación hacia lo místico, y que a menudo tiene poco que ver con alguna deidad o afiliación religiosa.

Reclamemos este término y vamos a darle buen uso, ¿de acuerdo? En términos simples, la espiritualidad es el conjunto de formas en que los seres humanos buscan a Dios, la Verdad, la trascendencia personal y el significado final de la vida. Todos los seres humanos tienen cuerpo, alma y espíritu, y el espíritu es lo que nos da vida. Ahora bien, al hablar de espiritualidad cristiana, surge una perspectiva aún más clara. Bradley Holt, en su libro Thirsty for God [Sediento de Dios] aclara que en la tradición cristiana, el término «se refiere en primer lugar a la experiencia vivida». «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu», escribe Pablo en Gálatas 5:25 (LBLA). «El punto de partida es el Espíritu de Cristo viviendo en la persona», dice Holt.

Desde una perspectiva cristiana, las palabras espiritual y espiritualidad significan ser «del Espíritu Santo», la tercera Persona de la Trinidad, enviada por Dios a petición de Jesús para ser nuestro defensor y consejero, y para guiarnos hacia la Verdad en la medida en que seamos capaces de soportarla. Como sostiene [enlaces en inglés] Philip Sheldrake en A Brief History of Spirituality [Una breve historia de la espiritualidad], en las cartas de Pablo, una «persona espiritual» (1 Corintios 2:14–15) es simplemente alguien en quien mora el Espíritu de Dios y que vive bajo la influencia de ese Espíritu.

Al definir la espiritualidad de esta manera llegamos al significado de la palabra raíz espíritu, un concepto bíblico que se refiere tanto al espíritu humano como al Espíritu divino. El Espíritu divino se refiere al Espíritu de Dios, quien actuaba en los asuntos humanos en el Antiguo Testamento, y que es el Espíritu Santo que mora dentro de nosotros ahora. Por lo tanto, la distinción de la espiritualidad cristiana es que es iniciada, animada y guiada por el Espíritu Santo. Esta característica la impregna con un cierto centro de gravedad que no se encuentra en otros usos más generales e imprecisos del término.

Orar con el Antiguo Testamento

Por definición, entonces, todos tenemos una espiritualidad, una manera de responder (o no) al Espíritu que nos ha sido dado. Si bien el punto de partida es el Espíritu de Cristo que vive dentro de cada cristiano, cada uno de nosotros tiene un estilo particular de ser un discípulo de Cristo, o, como lo dice Dallas Willard, una manera particular de estar «con Él, para aprender de Él, cómo ser como Él».

Diferentes tradiciones, denominaciones y órdenes religiosas encarnan y codifican muchas de estas distinciones de estilo. «Por ejemplo, los jesuitas, los luteranos y las [cristianas] feministas tienen una combinación particular de temas y prácticas que los hacen distintos», afirma Holt. «Es de vital importancia para la espiritualidad cristiana de hoy que tomemos una visión amplia de las tradiciones de la familia global de cristianos, y no simplemente poner en un pedestal la pequeña línea de tradición que nos resulta familiar desde nuestro hogar, congregación o grupo étnico. Observar y analizar las diferentes vertientes del cristianismo abrirá nuestros ojos a amplios recursos de espiritualidad y servirá de guía para que tomemos nuestras propias decisiones».

Si podemos aprender de lo mejor de un conjunto diverso de recursos secundarios, seguramente podremos redescubrir cómo el Antiguo Testamento —la mayor parte de la Escritura— podría dar forma a la espiritualidad cristiana hoy en día.

Considere, por ejemplo, que la oración es una expresión primaria de nuestra espiritualidad. El Diccionario Westminster sobre espiritualidad cristiana afirma con valentía que «la oración es más que súplicas o peticiones: es toda nuestra relación con Dios». Mi propia definición es que la oración es todas las formas en que nos comunicamos y comulgamos con Dios. Aprendemos a orar orando. Mirando hacia atrás en mis primeras experiencias con los Salmos, me doy cuenta de que eso es exactamente lo que estaba sucediendo. Estaba siendo formada espiritualmente al orar con el libro de oración judío —el mismo que Jesús y sus discípulos usaban como judíos practicantes—. ¡Qué pensamiento tan increíble!

Para la comprensión integral de los distintos géneros de oración, los Salmos son incomparables. Allí encontramos oraciones personales y oraciones comunitarias; oraciones de lamento y oraciones de acción de gracias; oraciones penitenciales que expresan profunda humildad y oraciones imprecatorias que invocan con valentía la ira y el juicio de Dios sobre los pecadores; oraciones espontáneas y liturgias del templo; doxologías que expresan gran certidumbre y oraciones íntimas que expresan dudas y preguntas profundas. No es de extrañar que históricamente, la práctica judeocristiana incluya leer y orar con los Salmos todos los días. Si esa fuera la única contribución del Antiguo Testamento a nuestra espiritualidad, sería suficiente; pero, por supuesto, hay mucho más.

Una invitación a la soledad y al silencio

Esos primeros encuentros con Dios en los Salmos fueron, tal vez, mi primera experiencia en la que mi espiritualidad —y no solamente mi teología— fue moldeada por el Antiguo Testamento. Pero eso no fue todo. Cuando tenía poco más de 30 años, llegó un día en que las palabras simplemente ya no funcionaban para mí y los libros de teología sistemática ya no me ayudaban a satisfacer el anhelo de conocer realmente a Dios. Además, estaba buscando un cambio real en mi vida, y las categorías del Nuevo Testamento simplemente no resonaban como solían hacerlo; de hecho, el activismo desenfrenado que caracterizó mi educación evangélica me había dejado desgastada y completamente agotada. Así que simplemente me retiré. Ni siquiera estaba segura de querer seguir siendo cristiana.

Lo único que sí sabía era que quería a Dios más de lo que quería ser cristiana (si es que eso tiene algún sentido), y es entonces cuando mi historia se cruzó con la de Elías en 1 Reyes 19. Ahí encontré a una persona con la que podía relacionarme, un líder espiritual que había llegado al final de sí mismo y de su capacidad para sostener lo que la vida de liderazgo requería. Después de un gran éxito (1 Reyes 18), encontramos a Elías huyendo, tratando de salvar su vida, habiendo dejado todo y a todos atrás, desplomado bajo un solitario árbol de enebro, pidiendo a Dios que le quitara la vida. Este es el tipo más profundo de soledad, de interioridad; y esa soledad comenzó a hacer su buen trabajo, a pesar de que Elías no sabía mucho al respecto.

Cuando me encontré con Elías, yo me encontraba en una situación similar internamente, aunque los detalles eran diferentes. En ese tiempo, nadie en el mundo evangélico hablaba de soledad y silencio. Así que cuando un líder espiritual comenzó a guiarme hacia estas prácticas, necesitaba desesperadamente un lugar en las Escrituras para aterrizar. Necesitaba saber que lo que estaba haciendo estaba dentro de los límites del cristianismo ortodoxo, y el Antiguo Testamento me mostró dónde encontrarlo.

La historia de Elías me dio el valor de soltar, y llevar mi propio viaje a la soledad y al silencio. Comencé a cultivar la soledad como un lugar de descanso en Dios, tal como Elías lo había experimentado. Con el tiempo, se convirtió en un lugar de encuentro con Dios, donde podía escuchar a Dios haciéndome preguntas; un lugar de paz donde el caos interior comenzó a asentarse y, finalmente, un lugar de atención donde pude recibir la guía y la sabiduría de Dios para mis próximos pasos. Nada de esto habría pasado sin la historia de Elías. A pesar de que estaba plenamente consciente del tiempo que Jesús pasó en el desierto y su significado, algo acerca de la humanidad cruda de la experiencia de Elías me atrajo de una manera refrescante.

Con el tiempo, regresé a mi vida en compañía de otros y, conforme a la voluntad de Dios, fui atraída nuevamente al ministerio activo. A medida que las demandas y los desafíos del liderazgo se intensificaron, clamé a Dios para que me mostrara a otra persona de las Escrituras que pudiera caminar conmigo, alguien que pudiera ayudarme a dar sentido a lo que les sucede a los líderes. Necesitaba entender por qué tiene que ser tan difícil, y aprender a ser sostenida durante el largo recorrido. Y Dios, que es fiel, me mostró a Moisés. En la historia de Moisés encontré una perspectiva detallada y profundamente espiritual sobre el liderazgo, superada solamente por Jesús mismo. De alguna manera, la historia de Moisés parecía incluir más de los elementos humanos involucrados en la lucha por permanecer fiel, y resonó profundamente conmigo en todos los sentidos.

Me preguntaba, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo se sostuvo a largo del ministerio en medio de tales dificultades e implacables desafíos? Me di cuenta de que Moisés no parecía tener ninguna gran estrategia para el liderazgo. En cambio, observé un ritmo sagrado al que comencé a sentirme atraída. Era el ritmo sagrado de encontrar a Dios en la soledad y luego salir de ese encuentro y hacer exactamente lo que Dios instruyó. Para Moisés, el liderazgo era así de sencillo, y pensé: ese es un enfoque de liderazgo que realmente puedo imitar.

Hay mucho más que podría decir acerca de la compañía que Moisés me brindó a lo largo de toda mi vida como líder. Pero baste con decir que Dios ha utilizado la narrativa de la vida de Moisés en el Antiguo Testamento para mostrarme su experiencia de liderazgo desde dentro; para mostrarme lo que realmente se requiere para ser fortalecido en el alma de una manera continua.

Mostrar sin decir

En mi experiencia, las narraciones del Antiguo Testamento externan lo que es profundamente interno, extremadamente personal, e incluso misterioso acerca de la vida espiritual. Muestran, sin decirlo, lo que es encontrar al Dios viviente en medio de nuestra vida ordinaria y lo que sucede cuando respondemos. Ilustran lo que es cultivar una relación real con Dios que puede incluso implicar discutir con Dios hasta que Dios se enoje contigo.

La alabanza de David, y su intensa lucha con Dios (capturada en canciones, poemas y oraciones escritas) muestran, sin decirlo, lo que es realmente ser honesto con Dios, e indican que Dios lo acepta. El encuentro de Elías con Dios ilumina los poderosos resultados de la soledad que simplemente no podemos alcanzar de ninguna otra manera.

El recuento que encontramos en el Antiguo Testamento acerca del papel de Débora como profeta y juez en Israel, en un momento crucial de la historia de la nación, me mostró que Dios puede usar a cualquiera para hacer aquello que es necesario (Jueces 4). Como una mujer joven llamada al ministerio, yo necesitaba desesperadamente ver esto. También necesitaba recordar que habría hombres como Barac, que tendrían el valor de asociarse con mujeres líderes y que estarían dispuestos a compartir plenamente los riesgos y las recompensas de caminar juntos en territorios peligrosos, y compartir los encuentros con Dios.

Otro ejemplo es la ayuda que le brindó Elí a Samuel cuando este apenas estaba aprendiendo a escuchar y responder a Dios (1 Samuel 4). Esto demuestra el valor inestimable de la dirección espiritual en la vida de un líder espiritual en formación. Fue para mí como una fotografía instantánea que encontré en la Biblia, y que resultó crucial para mi propio llamamiento. Cuando Elí se dio cuenta de que la voz en la noche podría ser la voz de Dios llamando al pequeño, y la forma en que lo instruyó a responder si eso volvía a suceder, me parece que es una de las cosas más valiosas que un ser humano puede hacer por otro. Y no tienes que ser perfecto para hacerlo. Más tarde, cuando me di cuenta de que esto es exactamente lo que hacen los verdaderos líderes espirituales, me llené de un profundo deseo de sentarme con la gente y guiarlos de la misma manera.

Todas estas historias nos muestran experiencias profundamente personales con Dios, vistas desde dentro, de tal forma que podemos ver lo que de otra manera estaría oculto a nuestros ojos. Es como si iluminaran estas historias por dentro, invitándonos a ser abiertos, receptivos, y tal vez incluso a estar a la expectativa de que esas mismas cosas nos sucedan. Entonces, cuando pasemos por tales experiencias, sin conocimiento ni premonición alguna, las narraciones del Antiguo Testamento nos ayudarán a encontrar valor para dar un paso hacia el frente y decir: «Esto debe ser de lo que se trata. ¡Estoy dispuesto!».

Ruth Haley Barton es presidenta fundadora del Transforming Center, experimentada líder espiritual y autora de Strengthening the Soul of Your Leadership: Seeking God in the Crucible of Ministry (IVP Books).

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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N. T. Wright: La pandemia debería hacernos humildes e implacablemente prácticos

No podemos saber con certeza por qué está sucediendo o cómo detenerla. Pero las Escrituras nos llaman a lamentarnos con el Espíritu de Dios y a ponernos a trabajar sirviendo a los demás.

Christianity Today August 7, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source images: RealPeopleGroup / Getty / Andre Ouellet / Unsplash / Cynoclub / Envato

Con noticiarios al aire las 24 horas del día, entrevistas con eruditos en salud pública y expertos describiendo los pros y los contras de las diferentes estrategias de lucha contra esta enfermedad, todos recibimos un exceso de información y perspectivas acerca de la pandemia. Sin embargo, todavía hay muchas preguntas que nos cuesta responder con total certeza: ¿Por qué sucedió esto? ¿Qué debemos hacer en respuesta? ¿Dónde está Dios en todo esto? En su nuevo libro, God and the Pandemic: A Christian Reflection on the Coronavirus and Its Aftermath [Dios y la pandemia: Una reflexión cristiana sobre el coronavirus y sus consecuencias], el teólogo y autor N. T. Wright muestra lo que las Escrituras dicen para dar respuesta a nuestra confusión e incertidumbre. Andy Bannister, director del Solas Centre for Public Christianity en Escocia, entrevistó a Wright acerca de su libro.

Muchos cristianos ya han escrito libros sobre la pandemia, desde John Lennox hasta John Piper, e incluso personas que no se llaman John. ¿Qué le inspiró a contribuir con su propio libro?

En marzo, la revista Time me preguntó si me gustaría escribir un artículo sobre la pandemia. Su título fue bastante provocativo: “El cristianismo no ofrece respuestas sobre el coronavirus. No se supone que debería hacerlo.” Me interesaba decir que esta situación nos lleva a Romanos 8, donde el Espíritu gime por nosotros con gemidos indecibles (v. 26). Es extraordinario que Pablo diga esto. Y lo que me dice es que tenemos que ser humildes frente a esto y no pensar que deberíamos tener todas las respuestas.

Después de que el artículo fue publicado, comencé a recibir comentarios. Recibí correos electrónicos de gente preguntándome: ¿Cómo puedes decir eso? Y también me enteré de lo que la gente decía en Twitter (yo nunca veo Twitter por mí mismo). Mientras tanto, constantemente escuchaba a la gente usando las Escrituras de forma inadecuada. El libro es un intento de explorar cómo las Escrituras, en la totalidad de su narrativa, realmente hablan de las circunstancias que estamos experimentando hoy.

Cuando la pandemia comenzó, a la mayoría de nosotros nos tomó por sorpresa. ¿Cree que la iglesia occidental ha vivido con comodidad y seguridad durante tanto tiempo que hemos olvidado cómo lidiar con la oscuridad, el sufrimiento y la crisis?

¡Absolutamente! Estaba platicando con el líder de una iglesia sobre esto hace unas semanas, y él comentó: “Sabes, Tom, no sabemos lamentarnos bien. No estamos acostumbrados. Pero tampoco celebramos bien. Parece que solo buscamos la autocomplacencia.” Y creo que tiene razón. Sigo oyendo a los cristianos preguntando: “¿Podría ser este el fin del mundo?” Y quiero recordarles que cosas como esta han sucedido una y otra vez. Por ejemplo, en 1917 y 1918, hubo una gran pandemia por gripe española, durante la cual, las iglesias de algunas partes del mundo estuvieron cerradas durante un año. Olvidamos que ya hemos pasado por circunstancias similares en el pasado.

Además, la mayoría de las personas de mi generación, los baby boomers, quienes crecimos después de la Segunda Guerra Mundial, no hemos enfrentado una guerra en nuestro territorio. No hemos pasado por una pandemia. Claro, hemos tenido un par de crisis económicas, pero hemos logrado lidiar con ellas de una u otra forma. Así que hemos batallado, pero hemos seguido adelante asumiendo que nada malo podría suceder. Nos olvidamos de la historia.

Quedé fascinado cuando recientemente releí las cartas de Martín Lutero, una de las cuales cito en el libro. Lutero tenía que lidiar con este tipo de cosas con relativa frecuencia, ya sea él mismo, o cuando la gente de las ciudades vecinas clamaban: “¡Ayuda! Tenemos una gran epidemia. La gente se está muriendo. ¿Qué hacemos?” Lutero habla en sus cartas acerca de obedecer las reglas relativas al consumo de medicamentos, ayudar prácticamente donde sea posible, y asegurarse de no contagiar a los demás en caso de que exista el riesgo de ser infeccioso. Él era muy pragmático, diciendo efectivamente: así es como se debe enfrentar una situación como esta. No hagamos un gran alboroto teológico al respecto.

Su libro hace referencia a varios temas del Antiguo Testamento, especialmente de los Salmos y del libro de Job. Con respecto a este último, usted argumenta que “uno de los puntos clave del libro de Job es precisamente su carácter no resuelto”. ¿Cree que los cristianos de hoy parecen tener problemas con la ambigüedad porque carecen de una base más firme en el Antiguo Testamento?

Creo que el Nuevo Testamento también tiene un lugar para la ambigüedad. Hay muchos lugares en el Nuevo Testamento que terminan con una especie de puntos suspensivos y signo de interrogación; pero es porque eso se llama vivir por fe.

En general, creo que parte de nuestro problema es el racionalismo de los últimos dos o trescientos años en el mundo occidental, y que ha permeado en la Iglesia. Los racionalistas críticos del cristianismo han dicho cosas como: “¡Ajá, mira, la ciencia moderna nos muestra que el cristianismo es falso!” En respuesta, los cristianos racionalistas han dicho: “¡No, vamos a demostrarles cómo todo es completamente racional!” Eso puede llevarnos a querer tener la respuesta a todo, y por eso queremos decir cosas como: “Porque Dios es soberano, debe haberlo hecho deliberadamente o al menos haberlo permitido deliberadamente.” Creemos que deberíamos ser capaces de ver lo que Él está tramando. Pero realmente no creo que ese tipo de acceso nos haya sido dado.

Uno de mis momentos favoritos en el Nuevo Testamento está en la carta de Pablo a Filemón sobre el esclavo Onésimo. Escribe: “Tal vez Onésimo fue apartado de ti por un poco tiempo para que pudieras tenerlo de vuelta para siempre.” (1:15, PDT). En otras palabras, Pablo piensa que tal vez podría ser capaz de ver lo que Dios estaba tramando en esta situación. Pero no lo va a decir definitivamente.

Hay una humildad aquí que necesitamos profundamente. Ahora, nótese que esto podría convertirse en una actitud de “No sabemos nada, así que ¿a quién le importa?” Eso tampoco sería sabio, porque la Palabra nos da pautas. Pero conocer todos los detalles está, como dice el dicho [en inglés], “por encima de nuestro nivel salarial”. Es el trabajo de Dios. Por tanto, cuando Dios nos dice qué es lo que tenemos que hacer en una situación en particular, nuestro trabajo es hacerlo.

Cuando hablas de los Evangelios, enfatizas el ejemplo de Jesús frente a la tumba de Lázaro, llorando. ¿Qué le dirías a alguien que no es cristiano, que está luchando con el problema del sufrimiento y que pregunta: “¿De qué sirve un Dios que llora? Yo puedo llorar. Cualquiera puede llorar. Lo que necesitamos es acción; ¡necesitamos hacer algo! ¿Qué ayuda ofrece ver a Jesús llorando?”

Hay mucha acción en la historia, y la acción crece a partir de las lágrimas. Como suele ser el caso, de hecho, las lágrimas en los Evangelios a veces son el elemento crucial. Lo que muestran es que el Dios que hizo el mundo, que se hizo humano como Jesús de Nazaret, no está sentado arriba en alguna parte, mirando hacia abajo y diciendo: “Está bien, voy a resolver su desorden.” Más bien, él es el Dios que viene y se ensucia las manos, y cuyas manos fueron atravesadas para poder llegar a donde estábamos y rescatarnos de allí. Es profundamente reconfortante saber que cuando me estoy lamentando, como dice Pablo en Romanos 8, Jesús se lamenta conmigo, y el Espíritu Santo se lamenta dentro de mí. Y esta es una de las cosas que marca la fe cristiana como distinta de cualquier otra cosmovisión que yo conozca.

¿Qué tiene que enseñarnos el resto del Nuevo Testamento, y en particular el papel del Espíritu Santo, acerca de nuestra respuesta a la pandemia?

Romanos 8, que acabo de mencionar, es uno de los pasajes más grandiosos de toda la Biblia. Cuando trabajaba como obispo, si entrevistaba a la gente para algún empleo en la parroquia, a veces preguntaba: “¿Cuál es el texto bíblico que te llevarías a una isla desierta?” Y para hacerlo más difícil, yo añadía: “Ya tienes Juan 20 y Romanos 8, así que no puedes contestar esos. Son demasiado obvios.”

Romanos 8 está lleno de gloria. Está lleno de salvación. Está lleno de la obra del Espíritu. Sin embargo, es fácil dejarnos llevar, e imaginar que una vez que atravesamos las partes difíciles de Romanos 7, podemos emprender el vuelo hasta la afirmación de Pablo de que nada puede separarnos del amor de Dios (8:38–39). Pero todavía tienes que atravesar el oscuro túnel de Romanos 8:18–30, especialmente los versículos 26 y 27, que hablan del Espíritu intercediendo por nosotros en nuestra debilidad.

Cuando el mundo es un caos, como lo es en general, pero particularmente en momentos como estos, sería muy fácil imaginar a la Iglesia dando un paso hacia atrás y diciendo: “Qué lástima que el mundo esté en esta terrible situación. Pero nosotros al menos sabemos las respuestas”. Pero no, Pablo dice que cuando el mundo está gimiendo con dolores de parto, entonces incluso nosotros mismos —que tenemos las primicias del Espíritu, la nueva creación de Dios moviéndose dentro de nosotros— gemimos mientras esperamos nuestra adopción como hijos e hijas, la redención de nuestro cuerpo (Rom. 8:23).

Se podría decir: “Bien, así que la iglesia comparte el caos en el que está el mundo, pero seguramente Dios sabe lo que está haciendo”. Bueno, en cierto sentido, sí, Dios sabe lo que Dios está haciendo. Pero aquí llegamos al misterio del Dios trino, porque Pablo dice que en ese mismo momento, el Espíritu gime dentro de nosotros con gemidos indecibles. Además, aludiendo al Salmo 44, uno de los grandes salmos de lamento, Pablo dice que el Dios que examina el corazón conoce la mente del Espíritu, porque el Espíritu intercede por el pueblo de Dios según la voluntad de Dios (Rom. 8:27). En otras palabras, Dios Padre conoce la mente del Espíritu. Pero la mente del Espíritu es la mente que no tiene palabras para decir acerca de lo terribles que son las cosas en este momento.

Este es un asunto muy extraño. Pero lo que pienso que significa es esto: que para rescatar al mundo, Dios viene en la persona de su Hijo para tomar el peso del pecado sobre sí mismo. Y Dios viene en la persona del Espíritu para ser el que gime en la Iglesia, en el lugar donde el mundo está sufriendo. Así es como Dios se mueve por medio de esos dolores de parto, del estado actual de horror y vergüenza en el mundo hacia la salvación, la nueva creación total, que es lo que se nos promete.

La idea del Espíritu lamentándose y gimiendo me lleva de nuevo a algo que tocaste anteriormente: el lamento. A lo largo del libro dices que tenemos que “abrazar el lamento”. ¿Es algo que hasta cierto punto hemos olvidado en la iglesia moderna? Si es así, ¿cómo lo redescubrimos?

Sí, creo que algunos de nosotros lo hemos olvidado. Para aquellos de nosotros en una tradición donde usamos los Salmos todo el tiempo, nos ayuda bastante pasar a través del lamento con frecuencia. Cuando oro los Salmos todos los días, a menudo paso por uno de los salmos de lamento, y frecuentemente es justo eso lo que necesito, porque estas cosas malas que encuentro en los Salmos están sucediendo en mi vida.

En otras ocasiones, paso por los salmos de lamento cuando personalmente me siento muy alegre. Así que, como ejercicio espiritual, trato de pensar en la situación de las personas que conozco en todo el mundo: ya sea amigos míos o personas que he visto en la televisión o en las noticias, que están en una situación terrible ahora, personas en un horrible y escuálido campo de refugiados, o cualquiera que sea el caso. Entonces oro los salmos de lamento tratando de abrazar a esas personas en el amor de Dios.

Debemos recordar que el lamento no es sólo para la Cuaresma. También es parte del Adviento, cuando nos preparamos para la Navidad. Esas son temporadas que podemos usar para desarrollar liturgias de lamento que lleven el dolor del mundo a la presencia de Dios, usando salmos de lamento, como los salmos 22, 42 y 88, que prefiguran lo que Jesús oró en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46). A veces esas oraciones salen del otro lado hacia la luz. Y a veces, como el Salmo 88, simplemente no lo hacen. Se quedan en la oscuridad. Y hay una sensación de que Dios está con nosotros en esa oscuridad.

Hacia el final del libro, usted habla de la Iglesia y su respuesta a varias órdenes de cierre. Usted argumenta que nuestra voluntad de suspender las reuniones en persona y llevar a cabo servicios en línea puede haber reforzado accidentalmente la idea secular de que la fe es una actividad privada. ¿Cómo sugiere que naveguemos a través de la tensión entre el llamado al culto corporativo y la importancia de la salud pública?

Empiezo con el punto que Lutero hizo acerca de que no debemos propagar la infección. Eso sería irresponsable. Eso sería jugar con la vida de otras personas. Y si amamos el edificio de nuestras iglesias más de lo que amamos a nuestro prójimo, entonces ¡ay de nosotros! La verdad es que la mayoría de las iglesias en el Reino Unido son edificios antiguos, lo que hace que sea muy difícil limpiarlas a profundidad. Y esto es algo que tomo muy en serio.

Por otro lado, me preocupa que la iglesia en línea pueda fácilmente tentarnos a decir: “No necesitamos reunirnos en persona, porque estos son asuntos espirituales”.

Entonces, ¿puedes adorar a Dios en tu dormitorio, en pijama, tanto como en cualquier otro lugar? Bueno, en cierto sentido sí puedes. Pero el cristianismo es un deporte de equipo. Es algo que hacemos juntos. Pensemos, por ejemplo, en los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (Gal. 5:22–23). Todas esas son cosas que hacemos juntos. No puedes practicarlas alejado de otros. Por lo tanto, entre antes podamos volver a reunirnos sabiamente, mejor.

En cuanto a recibir la Eucaristía, sí, podemos recibirla en la pantalla; pero también hay una sensación de ayuno, de privación, de exilio, porque el cuerpo de Cristo —la familia más grande del pueblo de Dios— no está físicamente presente con nosotros.

Durante mucho tiempo he pensado que la respuesta más importante al mal y al sufrimiento no son tanto las palabras, sino las acciones, incluso acciones que pueden ser costosas. Jesús es nuestro modelo en este sentido. Por lo tanto, a la luz del sufrimiento causado por la pandemia, ¿Qué deberían hacer los cristianos ahora? ¿Cómo deberíamos vivir?

Hay un pasaje fascinante en Hechos 11, donde los discípulos de Antioquía reciben mensaje de parte de un profeta diciendo que venía un periodo de hambruna (vers. 28). No responden: ¡Oh no! ¿Qué puede significar esto? ¿Estará Dios enojado con nosotros? ¿Significa que el Señor ya va a regresar? No. Son muy prácticos. Preguntan: ¿Quién va a estar en mayor riesgo? ¿Qué podemos hacer para ayudar? y ¿A quién debemos enviar? El resultado es que Pablo y Bernabé son enviados a Jerusalén con dinero para la iglesia pobre de ese lugar (v. 29–30).

Es similar al comienzo de Juan 9, la historia del hombre que nació ciego. Jesús fue implacablemente práctico y frenó a sus discípulos cuando le preguntaron de quién fue la culpa de que eso pasara, o si había un pecado que culpar (v. 3). En realidad no era culpa de nadie. La pregunta importante es qué es lo que Dios quiere que hagamos en respuesta.

Así que, en nuestro caso, debemos comenzar con nuestros vecinos, amigos y familiares, preguntando a quién podríamos ayudar, llevándoles alimentos, herramientas o suministros médicos. Tal vez nuestra iglesia podría involucrarse con algo como dirigir un banco de alimentos. En resumen, debemos preguntar: ¿Qué podemos hacer?

En su maravilloso libro Dominion: How the Christian Revolution Remade the World, el historiador Tom Holland señala que muchas cosas que la iglesia, y sólo la iglesia solía hacer, ahora han sido asumidas por la sociedad secular en general. Así, muchos médicos y enfermeras que no se consideran cristianos han adoptado esta gran responsabilidad de cuidar a otras personas, incluso cuando esto pone en riesgo sus propias vidas. Eso es algo noble.

Pero en el mundo antiguo, sólo los cristianos hacían eso. Así que, en cierto sentido, parte de ese ideal cristiano se ha extendido al mundo. Y debemos dar gracias a Dios por eso. Pero la Iglesia ha estado haciendo cosas como la medicina, el cuidado de los pobres y la educación desde el primer día. Están en lo profundo del ADN de la iglesia. Así que los cristianos deberían estar recuperando esa tradición y aferrándose a ella. Y no solamente cuando haya una pandemia en marcha.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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News

Cómo ‘La bendición’ (‘The Blessing’) se hizo viral en todo el mundo

La bendición familiar del Antiguo Testamento ha sido cantada por 100 coros virtuales durante la pandemia.

Christianity Today July 31, 2020
Photo Courtesy of Elevation Worship / Edits by Mallory Rentsch

Apenas un par de semanas antes de que la pandemia por coronavirus cerrara los Estados Unidos, Kari Jobe y su esposo, Cody Carnes, se sentaron a escribir una canción junto con Steven Furtick y Chris Brown de Elevation Worship. Juntos, le pusieron música a una de las bendiciones más conocidas de la Biblia, Números 6:24–26:

El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz.

Cuando presentaron “The Blessing” [“La bendición”] el 1 de marzo en un campus de la iglesia Elevation Church cerca de Charlotte, Carolina del Norte, Jobe dijo a los adoradores: “la letra de esta canción representa el corazón del Padre sobre nosotros como sus hijos, y los invito a recibir la canción como una bendición sobre ustedes y sus familias”.

No tenían idea de cuántos cristianos querrían oír y cantar esas palabras mientras la pandemia se extendía en los meses venideros. En solo cinco meses, “La bendición” se ha convertido en un superéxito en las listas de popularidad, y en una sensación viral al haber sido interpretada por más de 100 coros virtuales de todo el mundo.

“Debido a que esta canción se basa en las Escrituras, el mensaje es atemporal, y queríamos lanzarla lo antes posible, sabiendo el efecto que podría tener en los corazones y los espíritus de las personas inmediatamente, así como lo tuvo en los nuestros”, dijo Jobe a The Christian Beat. “Dios sabía que sería algo a lo que podríamos aferrarnos durante esta época de nuestras vidas, llena de incertidumbres e incógnitas”.

El video de 12 minutos de la presentación en vivo en la iglesia Elevation Church se estrenó el 6 de marzo y tiene más de 21 millones de visitas. Uno de esos primeros espectadores fue Alan Hannah, pastor asistente principal en la iglesia Allegheny Center Alliance Church en Pittsburgh, quien ayudó a organizar el primer coro virtual para interpretar la canción.

Inspirados en parte por los cantantes de estudio de Nashville cuyas grabaciones con teléfonos celulares de “It is Well With My Soul” obtuvieron 1,3 millones de visitas en YouTube, Alan Hannah y Jason Howard, pastor de la iglesia Amplify Church de Pittsburgh contactaron a varios líderes de adoración locales para participar, pidiéndoles que se grabaran cantando “La bendición”.

Cerca de 30 iglesias contribuyeron a la versión final, que fue lanzada el Domingo de Resurrección. La idea era “reunirnos como iglesia y cantar esta canción sobre nuestra ciudad como una bendición en un momento de incertidumbre y miedo”, dijo Hannah.

Esta compilación lanzó una tendencia global. A las 24 horas de su estreno, “The Pittsburgh Blessing” [“La Bendición de Pittsburgh”] llamó la atención de Tim y Rachel Hughes, pastores principales en la iglesia Gas Street Church en Birmingham, Inglaterra.

Esta pareja de pastores se acercaron a las iglesias y ministerios de sus contactos para armar un coro virtual que representara al Reino Unido. “The UK Blessing” [“La Bendición del Reino Unido”] se estrenó el 3 de mayo. “Fue hermoso ver cómo todo se integró ”, dijo Tim Hughes a Premier Christianity.

Más de cien coros virtuales han creado versiones de la canción, declarando la bendición de Dios sobre ciudades, países y continentes enteros.

Más allá de los Estados Unidos e Inglaterra, se han realizado compilaciones en Australia, Birmania, Chile, Canadá, Francia, Ghana, India, Indonesia, Irlanda, Italia, Líbano, Madagascar, Malasia, México, los Países Bajos, Nigeria, Rumania, España, Singapur, Sudáfrica, Corea del Sur, Suecia, Vietnam y Zimbabue. “The Arab World Blessing” [“La bendición del mundo árabe”] cuenta con cantantes de 16 países de habla árabe, provenientes de Oriente Medio, el norte de Africa, la Península Arábiga, Egipto y Sudán del Sur.

El proyecto ha dado a las iglesias la oportunidad de unirse detrás de un mensaje común. En Australia, “es la primera vez que esto sucede”, escribieron los organizadores del coro. Trescientas iglesias participaron en el video, que presentaba imágenes del paisaje y la vida silvestre australiana, voluntarios que empacaban comida, bailarines y nativos.

En la ciudad de Nueva York, el video del coro virtual reconoció el papel de la ciudad como el epicentro de las muertes por COVID-19 y también las protestas de finales de primavera por las desigualdades raciales y la violencia. El video incluía imágenes de los lugares prominentes de la ciudad de Nueva York grabados con drones, yuxtapuestas con imágenes de hospitales móviles, médicos y manifestantes.

“The NYC Blessing” [“La bendición de Nueva York”] incluyó a 125 cantantes de 100 iglesias cantando en ocho idiomas, incluyendo algunas de las iglesias más grandes de la ciudad, tales como Christian Cultural Center y Redeemer Presbyterian.

El organizador del video, Bonny Andrews, fundador del ministerio Transform Cities, se trasladó de la India a la ciudad de Nueva York hace menos de un año. Antes de la cuarentena, él solía orar por la ciudad todos los días en su viaje en ferry. Él ve el proyecto como un acto de amor por la ciudad, en el espíritu de Jeremías 29:7, un canto de lamento y esperanza.

El objetivo del video, dijo Andrews, es inspirar a las ciudades de todo el mundo a cantar bendiciones sobre sus comunidades usando canciones que son exclusivas de sus culturas. “Queremos llenar el internet de canción, porque una canción puede ir donde un sermón no puede”, dijo.

Junto con las palabras de “La bendición” se han realizado muchos actos de bendición para las comunidades necesitadas. Las iglesias involucradas en "La bendición de Nueva York” han servido comidas a los miembros de la comunidad y han proveído mascarillas y equipo de protección personal para los trabajadores del sector salud.

Las 65 iglesias representadas en “La bendición del Reino Unido”, que van desde congregaciones católicas y ortodoxas hasta las Asambleas de Dios y la Iglesia de Inglaterra, han servido 400.000 comidas desde el comienzo de la cuarentena por COVID-19.

“La iglesia no se trata de un edificio. La iglesia está para servir a su comunidad, y por eso debe adaptarse. La iglesia no sólo proclama estas palabras sobre su comunidad, sino que las demuestra”, dijo Hughes.

Las iglesias irlandesas tomaron la idea y crearon un coro virtual con el matiz propio de la Isla Esmeralda. Más de 300 iglesias de todos los condados proporcionaron videos de miembros cantando “Be Thou My Vision".

“Queríamos honrar esa inspiración, y al mismo tiempo honrar la historia y la cultura únicas de nuestra isla. Así que elegimos una canción que resonaría en toda la isla, con cada denominación y agrupación cultural, una que podría ser utilizada como plataforma para cantar una bendición sobre nuestra tierra, sobre todos nuestros trabajadores esenciales y sobre todos aquellos que brindan cuidados”, escribieron los organizadores en la descripción de YouTube.

Las canciones de adoración normalmente tienen un avance lento, tomando meses para pasar de la popularidad en la radio cristiana a ser incorporadas en las listas de la iglesia. Pero “The Blessing”, ahora No. 2 en la lista de canciones más populares de Christian Copyright Licensing International, saltó a la cima gracias a los coros virales de YouTube. (CT también cubrió la fama global de la canción No. 1 en la lista, “Way Maker.”)

“La bendición” fue capaz de reproducirse rápidamente en tantos idiomas en parte porque las palabras son relativamente simples y fáciles de aprender o traducir. Repite el pasaje de Números 6 como su único verso, un coro de amén y tres puentes al final.

Desde que el video inicial de “La bendición” se estrenó en marzo, Bible Gateway ha visto un interés creciente en Números 6:24–26. La participación en el pasaje y las búsquedas relacionadas de “bendición” han crecido un 73 por ciento en todo el mundo con respecto al año pasado.

“He llorado tantas veces al ver a personas de todo el mundo declarando la bendición sobre sus familias, sus iglesias y sus naciones”, dijo Jobe. “Eso trae tanta paz, especialmente en una época de decepción, incertidumbre y miedo como la que todos hemos enfrentado este año”.

En mayo, Elevation Worship reconoció la fama global de “La bendición” al interpretar la canción con un coro global en vivo.

Traducido por Livia Giselle Seidel

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La nostalgia es espiritualmente peligrosa

Por qué no debemos adorar al becerro de oro de los días «pre-COVID».

Christianity Today July 30, 2020
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Dragana991 / Getty / Elizeu Dias / Bundo Kim / Unsplash / Agung Pandit / Pexels

¿Recuerdas la víspera de Año Nuevo, cuando pensamos que 2020 sería nuestro año? Debates y memes similares iluminaron las redes sociales cuando el mundo se detuvo en los meses posteriores. Nuestro anhelo del pasado ahora impregna los rincones más mundanos de la vida, desde hacer una parada rutinaria en la cafetería o revisar las puntuaciones deportivas antes de ir a la cama, hasta ver los estantes apilados con papel higiénico en los supermercados. Extrañamos incluso las molestias diarias: los empujones para entrar al metro en hora pico, estar varado en el tráfico, y hasta el escándalo de la música de la fiesta de los vecinos.

Tampoco podemos evitar notar la devastación de nuestra nueva normalidad: individuos que viven solos, soportando largos periodos de tiempo sin contacto humano, o personas que pierden a sus seres queridos sin poder celebrar un funeral apropiado. Sin la calidez de la conexión directa, nos sentimos incapaces de compartir los momentos de alegría y de luto en la vida de las personas que nos rodean. Tal vez esa es la verdadera razón por la que nos sentimos nostálgicos: porque extrañamos regocijarnos con los que se regocijan y llorar con los que lloran, estando presentes en carne propia.

Desde los tonos cálidos de nuestros filtros de Instagram, la moda retro en nuestros escaparates, hasta los eslóganes políticos que capturan el imaginario colectivo, el anhelo nostálgico recorre la gama de experiencias humanas. En su forma común y corriente, la nostalgia puede proporcionar un tipo agradable de sensación de cierre: piense por ejemplo en las fotografías presentadas en una graduación o una boda. Pero esa misma nostalgia puede desenterrar sentimientos de pérdida que aún no hemos resuelto, y hacerlo de tal forma que nos sintamos tentados a recrear una versión arreglada y distorsionada del pasado. El anhelo de tiempos más sencillos emerge sin dificultad durante este presente tan disfuncional. Sin embargo, si no es atendida a tiempo, esa nostalgia puede desviarnos de forma alarmante.

Después de ser milagrosamente liberada de la esclavitud en Egipto, la casa de Israel había hecho un juramento solemne ante Dios de que obedecería los Diez Mandamientos, los cuales prohibían la adoración de otros dioses y de imágenes grabadas. Varias semanas más tarde, el pueblo acorraló a Aarón, el sumo sacerdote, y le exigieron que fabricara nuevos dioses para que ellos los veneraran (Éxodo 32:1). ¿Cómo sucumbieron tan rápido a la idolatría?

¿Habían dejado de creer en Yahweh? Esto parece improbable. Los israelitas habían sido testigos de señales maravillosas una tras otra: las diez plagas, la separación de las aguas en el Mar Rojo y pilares de nubes y de fuego guiando su camino. Ellos habían visto el poder de Dios. ¿Actuaron por miedo? Habían pasado 40 días desde que Moisés había subido al monte Sinaí. Nadie sabía cuándo volvería —o si volvería—. Tal vez la perspectiva de enfrentarse al desierto sin su líder los llevó al límite. Sin embargo, cuando Moisés reveló por primera vez los Diez Mandamientos, el pueblo sintió tal terror ante la presencia de Dios que temían por sus vidas (Éxodo 20:20). Tenían razones para temer a Dios más que al desierto.

Hay una explicación más prosaica para esta traición desconcertante: el pueblo de Israel había sido consumido por la nostalgia. A medida que la euforia de cruzar el Mar Rojo se hundió y la realidad de la vida en el desierto se asentó, el pueblo comenzó a anhelar el pan y los ollas de carne que tenían en Egipto. Así que Dios les dio maná (Éxodo 16:3). A medida que comían maná día tras día, su antojo se hizo más fuerte y más específico: pescado, pepinos, puerros, cebollas, ajo (Números 11:4-5). Así que Dios les dio codornices (Éxodo 16:12-13; Números 11:31-32). Pero su anhelo culinario había despertado algo más profundo. Languidecían por los ritmos estables y predecibles de la vida que habían conocido durante cuatrocientos años. Este anhelo los consumió hasta el punto de perder de vista por qué necesitaron ser liberados en primer lugar.

Entonces Moisés desapareció en el monte Sinaí. Su ausencia presentó la oportunidad de recrear [en su imaginación] esa vida anterior lo mejor que pudieron: la fiesta, la celebración, las costumbres religiosas. Aarón, el sumo sacerdote, recogió baratijas doradas que le dio la gente y que asociaban con Egipto, y las convirtió en un ídolo. Al día siguiente, la gente se perdió tan estridentemente en la juerga ante el becerro de oro, que el compañero de Moisés, Josué, confundió el ruido con el sonido de la guerra (Éxodo 32:17).

La debacle del becerro de oro fue el producto de memorias distorsionadas intencionalmente. Es comprensible que la casa de Israel extrañara la familiaridad, la rutina y los otros aspectos buenos de la vida que habían construido en Egipto. Su viejo mundo se había ido, y su nuevo mundo era un desierto de incertidumbre. Pero la nostalgia los consumió a tal grado que olvidaron cuatrocientos años de servidumbre, y rompieron el primer y el segundo mandamiento para conjurar un pasado idealizado y distorsionado. Perdieron su orientación moral a tal grado que Dios consideró desaparecerlos antes de la intervención de Moisés (Éxodo 32:11-14).

Y todo empezó con el anhelo de una buena comida.

¿Cómo puede algo tan aparentemente inofensivo como la nostalgia resultar tan peligroso espiritualmente? C. S. Lewis observa en Cartas del diablo a su sobrino que la obra del Espíritu [Santo] se desarrolla en el presente. Responder al Espíritu requiere «obedecer la voz presente de la conciencia, llevar la cruz presente, recibir la gracia presente y dar gracias por el placer presente». Una de las características definitorias del pecado, por lo tanto, es que rompe nuestra conexión con el presente. Lewis señala que la mayoría de los vicios, como el miedo, la ambición o la lujuria, nos tientan a obsesionarnos con el futuro. La nostalgia, en cambio, está orientada hacia el pasado. Puesto que nos empuja en la dirección opuesta de la mayoría de los otros vicios, tendemos a verlo como inocuo en comparación. Pero espiritualmente hablando, el hecho de que perdamos el contacto con el presente es más importante que cómo lo hacemos. Cuanto más tiempo un vicio nos impida enfrentarnos a los desafíos y apreciar las bendiciones de nuestro presente, más espiritualmente corrosivo se vuelve. Y precisamente porque se siente agradable e inofensiva, la nostalgia puede ser devastadoramente eficaz para sacarnos de sincronía con la obra del Espíritu durante largos periodos de tiempo.

Ceder ante las fantasías del pasado engaña al pueblo de Dios, robándole la oportunidad de cultivar la esperanza que vence la desesperanza.

En pequeñas dosis, la nostalgia puede reponernos: ¿quién no se ha sentido renovado después de recordar a viejos amigos? Pero la nostalgia desenfrenada nos hace aferrarnos al becerro de oro que nos recuerda el pasado, en lugar de reconocer los pilares de nube y fuego que nos guían a través de nuestro presente incierto. Como el salmista nos recuerda acerca de los ídolos: «Tienen boca, pero no pueden hablar; ojos, pero no pueden ver; tienen oídos, pero no pueden oír; ¡ni siquiera hay aliento en su boca!» El pasaje cierra con una advertencia: «Semejantes a ellos son sus hacedores y todos los que confían en ellos» (Salmo 135:16-18). La esposa de Lot se transformó en un pilar de sal porque miró hacia atrás en Sodoma (Génesis 19:26). Se volvió tan inerte y tan suspendida en el tiempo como el pasado imaginario que anhelaba. Espiritualmente hablando, arriesgamos el mismo destino cuando idolatramos un pasado mal recordado.

¿Cómo evitar que la nostalgia nos paralice espiritualmente? Debemos empezar por ser honestos con nosotros mismos. Lo que sea que nos dijimos que era «la vida normal» antes de 2020 ya no existe. Terminó cuando la epidemia se convirtió en pandemia; tal como Ahmaud Arbery, Breonna Taylor, y George Floyd exhalaron su último aliento. Ningún milagro económico u orden ejecutiva puede traerlos de vuelta, así como tampoco pueden devolvernos nuestro sentido de seguridad, ni nuestros ritmos y rutinas.

Enfrentar esta realidad puede ser doloroso. Debemos darnos espacio para procesar nuestra pérdida colectiva. El Espíritu puede transfigurar ese dolor en «tristeza divina» que lleve al arrepentimiento y a la salvación. Pero debemos estar abiertos a la obra del Espíritu, para no sucumbir al «dolor mundano» que trae la muerte (2 Corintios 7:10).

Como Lewis enfatiza, esta apertura al Espíritu es un proceso activo. ¿Cómo podemos poner en práctica «obedecer la voz presente de la conciencia, llevar la cruz actual, recibir la gracia presente y dar gracias por el placer presente»?

En nuestro entorno actual, las cruces son obvias. Los placeres pueden ser más difíciles de discernir, pero espiritualmente hablando, resulta vital reconocerlos y apreciarlos. He encontrado esos placeres al reconectar con viejas amistades a través de la pantalla de la computadora, o en los paseos diarios que mi esposa y yo tomamos para evitar la claustrofobia en nuestra pequeña ciudad de Nueva Jersey. Mientras deambulamos por las calles cercanas, nos detenemos y charlamos con los vecinos con mucha más frecuencia que antes. Ahora veo a los trabajadores del sector de servicios con nuevos ojos: a los empleados del supermercado, al cartero, a los conductores de camiones, a los recolectores de basura. Siento un nuevo aprecio por la forma en que hacen posible la vida moderna. Estoy aprendiendo a disfrutar de tareas cotidianas como cocinar y trabajar en el jardín. Estos nuevos placeres variarán de persona a persona, pero bien pueden ser el maná que nos sustente.

En tiempos como estos, las comunidades de fe pueden ofrecer algo mucho más edificante que la nostalgia: ofrecen esperanza. La esperanza, en su pleno sentido bíblico, surge de las dificultades: «el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza». Esta esperanza perdura precisamente porque es obra del Espíritu: «Esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Romanos 5:3-5). La esperanza echa raíces cuando el pueblo de Dios sigue la inspiración del Espíritu para enfrentar las pruebas presentes. La nostalgia, por el contrario, puede traer la tentación de deleitarnos en fantasmas de un pasado idílico en lugar de enfrentarnos a las dificultades del presente. Ceder ante las fantasías del pasado engaña al pueblo de Dios, robándole la oportunidad de cultivar la esperanza que vence la desesperanza.

Nuestra vida cómoda y estructurada ha dado paso a una nueva temporada en el desierto. El desierto nos inquieta profundamente y nos obliga a enfrentarnos con la incertidumbre de nuestra vida. El maná que Dios proporciona en temporadas como estas no sabe a lo que estamos acostumbrados. Pero nos nutre de maneras que la rica comida de nuestra vida anterior no podría. A medida que nuestras crisis actuales continúen, nos veremos muy tentados a recrear un pasado idealizado y selectivamente recordado, en lugar de atender las necesidades e inquietudes del presente. Sin embargo, el pueblo de Dios debe disciplinarse para poner su enfoque en el aquí y el ahora, porque ahí es donde se desarrolla la obra del Espíritu, haciendo todas las cosas nuevas.

Jeremy Sabella es profesor de religión en Dartmouth College. Es autor de An American Conscience: The Reinhold Niebuhr Story (Eerdmans, 2017).

Traducción al español por Livia Giselle Seidel.

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J. I. Packer: Cómo aprendí a vivir gozosamente

Un avejentado sabio llamado Eclesiastés domó mi cinismo juvenil.

Christianity Today July 23, 2020

Esta es una versión revisada y corregida de la traducción publicada en septiembre de 2015.

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

A los cristianos nos gusta preguntarnos unos a otros cuál es nuestro libro favorito de la Biblia. Descubrir la manera en que las personas experimentan las Sagradas Escrituras —especialmente aquellos que escriben libros sobre la Biblia— es de interés natural para nosotros. Cuando me preguntan cuál es mi libro favorito, yo respondo que es el libro de Eclesiastés. Si las personas fruncen el ceño y me preguntan por qué, les doy dos razones.

Primero, hay un placer especial en leer a un escritor con quien uno se identifica. Y es esa la impresión que tengo respecto al autor de este libro, quien se refiere a sí mismo como Qohelet —palabra en hebreo que significa “el que convoca” y que se tradujo al griego como Ekklesiastes: “hombre de asamblea”. Lo veo como un ciudadano contemplativo de la tercera edad, un maestro público de sabiduría, un lexicógrafo y profesional del estilo. Como lo muestra su testimonio oficial —o el testimonio dado acerca de él en tercera persona (ambas opciones son válidas)— en 12:10, este hombre tomó muy en serio su labor como instructor y se esforzó por comunicarse de una manera memorable. Si se trata del Salomón histórico o de alguien que se hizo pasar por él —no con el fin de engañar, sino con el fin de comunicar su mensaje de la manera más eficaz— no lo sabemos a ciencia cierta. De lo que sí estoy seguro es que cada punto alcanzaría su máximo potencial si en realidad proviniera del verdadero Salomón en los últimos años de su vida.

Quien sea que haya sido, Qohelet era un realista acerca de las muchas formas en que este mundo nos lleva por caminos sinuosos. Pero, aunque temperamentalmente inclinado al pesimismo y al cinismo, yo pienso que lo que lo salvó de caer en cualquiera de estos dos cráteres de desesperanza fue una fuerte teología del gozo.

Qué tanto concuerda esto con la forma en que la gente me percibe a mí, no lo sé, pero esta es la manera en que quisiera verme a mí mismo, y la razón por la que aprecio a Eclesiastés como a una alma gemela. (Una de las diferencias principales, por supuesto, es que su línea de pensamiento ocurre en su totalidad dentro del marco de referencia del Antiguo Testamento).

Segundo, al mirar atrás al tiempo de mi conversión al cristianismo en mi adolescencia tardía, recuerdo que Eclesiastés me brindó sabiduría que necesitaba desesperadamente. Cuando Jesucristo tomó control sobre mí, yo ya iba rumbo a convertirme en un cínico. Pero por la gracia de Dios, fui domado hasta lo más profundo, y veo a Eclesiastés —el hombre y el libro— como quienes hicieron la mayor parte de esa labor.

Los cínicos son personas que se han vuelto escépticos sobre la bondad de la vida, y quienes miran mal las afirmaciones de sinceridad, moralidad y valor. Desechan dichas declaraciones como si fueran huecas y critican los programas que logran mejoras. Sintiéndose decepcionados, desanimados y dolidos por sus experiencias en la vida, su orgullo herido les prohíbe pensar que otros pudieran ser más sabios y pudieran estar haciendo las cosas mejor que lo que ellos mismos las han hecho. Por el contrario, se ven a sí mismos como realistas valientes, y a todos los demás como necios autoengañados. Los adolescentes confundidos fácilmente caen en el cinismo, y eso era precisamente lo que yo estaba haciendo.

Crecí en un hogar estable e hice un buen papel en la escuela, pero, siendo introvertido, siempre fui tímido y algo torpe en público. Me fue prohibido participar en cualquier tipo de deporte o juego en equipo a causa de un hueco que tengo en mi cabeza —literalmente sobre el cerebro—, secuela de un accidente que sufrí en la calle a la edad de 7 años. Por años, tuve que cubrir el hoyo, donde no había hueso, usando una placa de aluminio asegurada a mi cabeza con cinta elástica. Nunca pude lograr que mi cuerpo aprendiera a nadar o a bailar.

Ser una rareza aislada fue algo doloroso para mí como lo hubiera sido para cualquier adolescente, así que desarrollé un sarcasmo auto protector, me conformé con esperar poco de la vida, y me convertí en un amargado. El orgullo me llevó a defender la verdad cristiana en debates escolares, pero sin ningún interés en Dios o un verdadero deseo de someterme a Él. De cualquier forma, convertirme en un verdadero cristiano —a diferencia de uno nominal— trajo muchos cambios, y Eclesiastés, particularmente, me mostró cosas sobre la vida que yo no había visto antes.

Aprendiendo a vivir

Esperándome en las páginas de Eclesiastés estaba una perspectiva de la realidad muy distinta a mi cinismo juvenil.

Eclesiastés es uno de los cinco libros de sabiduría del Antiguo Testamento. Se ha dicho que los Salmos nos enseñan cómo adorar; los Proverbios, cómo comportarnos; Job, cómo sufrir; el Cantar de los Cantares, cómo amar; y Eclesiastés, cómo vivir. ¿Cómo? Con realismo y reverencia, con humildad y control, con serenidad y contentamiento, en sabiduría y en gozo.

Aquellos que no han leído más allá del capítulo 3 quizás piensen que Eclesiastés solo da voz a un sentimiento de desconcierto y tristeza al describir la situación de las cosas. Pero 2:26 ya va más allá de eso: “A la persona que le agrada, Él le ha dado…gozo” (LBLA). En Eclesiastés, el gozo es un tema central, y es una bendición tan grande, y otorgada con tanta gracia, como lo es, por ejemplo, en Filipenses.

Eclesiastés es una meditación fluida sobre el tema del diario vivir. Tiene dos partes. Cada una de ellas es una cuerda de unidades separadas, yuxtapuestas sin conectores y de forma un tanto suelta, pero que, sin embargo, se unen lógica y teológicamente por medio del tema del que se trata. Y uniéndolo todo, están tres imperativos recurrentes:

  • Reverenciar a Dios: En Eclesiastés, al igual que en Proverbios, temer significa “confiar, obedecer y honrar,” no “estar aterrorizado” (3:14; 5:7; 7:18; 8:12–13; 12:13).
  • Reconocer las cosas buenas de la vida como regalos de Dios y recibirlas de esa manera, disfrutando de ellas (2:24–26; 5:18–19; 8:15; 9:7–9).
  • Recordar que Dios juzga nuestras obras (3:17; 5:6; 7:29; 8:13; 11:9; 12:14).

Existen dos rasgos unificadores más. El primero es la frase sujetalibros, “Vanidad de vanidades, dice el Predicador … Todo es vanidad”—las palabras de apertura en 1:2 y las palabras de clausura en 12:8. Vanidad significa literalmente “vapor” y “niebla”, y aparece más de un par de docenas de veces para comunicar vacío, falta de sentido, falta de valor y haber perdido el camino. “Correr tras el viento” —es decir, tratando de agarrarlo— es una imagen con un significado paralelo (1:14,17; 2:11,17,26; 4:4; 6:9). Ambas metáforas apuntan a un esfuerzo infructífero, del cual el mundo está lleno, dice el autor.

El segundo rasgo unificador es la frase “bajo el sol.” Especifica el punto de partida y señala la perspectiva de no menos de 29 veredictos acerca de las cosas cuando son analizadas en términos de este mundo, sin referencia a Dios.

La primera mitad de Eclesiastés, capítulos 1-6, es en efecto una vereda cuesta abajo “bajo el sol”, rumbo a lo que podría llamarse “la oscuridad de la vanidad”. El orden natural, la sabiduría en sí misma, la auto indulgencia desinhibida, el trabajo arduo, hacer dinero, el servicio público, el sistema judicial y la religiosidad pretenciosa —son todas sondeadas para encontrar qué significado, propósito o satisfacción personal producen.

La razón del sondeo nos es dada: Muy dentro de todo corazón humano, Dios ha puesto “eternidad” (3:11) —un deseo de saber, tal como lo sabe Dios, la manera en que todo encaja con todo lo demás para producir valor, gloria y satisfacción duradera. Pero la investigación fracasa: Solo trae como resultado la frustración de no haber llegado a ningún lugar. ¿La implicación? Esta no es la manera de proceder.

La segunda parte, los capítulos 7-12, es un tanto discursiva —hasta podría decirse que serpentea. Se esfuerza por mostrar que a pesar de todo, la búsqueda y la práctica de una sabiduría industriosa, modesta y callada es abundantemente digna y no hay manera de embarcarse en ella demasiado temprano en la vida. Después de comparar la vejez con una casa que se despedaza (12:1-7), el escritor se eleva a una solemne conclusión:

La conclusión, cuando todo se ha oído, es ésta: teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto concierne a toda persona. (v.13)

La última frase es elusiva: puede ser que su enfoque sea el deber, o bien que la frase conlleve el pensamiento “la completitud del ser humano,” tal como lo expresa la versión Dios Habla Hoy:

Honra a Dios y cumple sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre. Dios habrá de pedirnos cuentas de todos nuestros actos. (12:13-14) [énfasis añadido]

¿De qué manera, pues, debemos finalmente formular la teología de gozo que corre a través del libro entero y lo sostiene? El regocijo en Cristo y en la salvación del creyente, como lo deja ver el Nuevo Testamento, va más allá. Pero al celebrar el gozo como un bondadoso regalo de Dios, y al reconocer el potencial de gozo de las actividades y las relaciones diarias, Eclesiastés pone el fundamento correcto:

Nada hay mejor para el hombre que comer y beber y decirse que su trabajo es bueno. Esto también yo he visto que es de la mano de Dios. (2:24)

Alabo el gozo. (8:15) [Traducción propia]

Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de tu vida fugaz que Él te ha dado bajo el sol, todos los días de tu vanidad, porque esta es tu parte en la vida y en el trabajo con que te afanas bajo el sol. (9:9)

Ser demasiado orgulloso como para disfrutar lo que puede ser disfrutado es una falta atroz, y una falta que clama por corrección inmediata. Debo reconocer, tal como lo tuve que aprender hace mucho tiempo, que el remedio para el cinismo es descubrir cómo, bajo Dios, las cosas ordinarias pueden traer gozo.

J. I. Packer es profesor de teología en el Regent College y autor de más de 40 libros, incluyendo su libro de mayor venta Knowing God [El conocimiento del Dios Santo].

Revisado por Livia Giselle Seidel

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