Varios meses después de que naciera nuestro hijo, estábamos los tres dando un paseo cuando mi marido me confesó algo acerca de nuestra aventura como padres: «No estaba preparado para lo miedosa que te has vuelto».
Yo no me considero una persona ansiosa. Mis amigos dicen que soy «despreocupada», y eso me agrada. Pero, con un recién nacido indefenso y llorón en los brazos, me encontré yendo de bajada por el bien conocido camino que la mayoría de mujeres, si no todas, toman: imaginando los peores escenarios, poniéndome nerviosa por incógnitas futuras y perdiendo el sueño por cosas que no podía controlar. El miedo me había tendido una emboscada.
Preocuparnos por nuestros hijos está entre los muchos miedos que asechan a las mujeres. En su libro Fear and Faith: Finding the Peace Your Heart Craves [Miedo y fe: Cómo encontrar la paz que tu corazón anhela], Trillia Newbell también explora otros miedos, tales como el miedo a otras mujeres, el miedo a la tragedia, a no ser suficientes, y el miedo a la intimidad sexual, entre otros. La lista no es corta.
¿Por qué nosotras, como mujeres, somos tan susceptibles al miedo? Algunas de las respuestas se encuentran en el modo en que hemos sido programadas. Por una combinación de naturaleza y aprendizaje, las mujeres estamos más sintonizadas con las necesidades de los demás. Las madres que acaban de dar a luz, por ejemplo, describen experimentar una reacción física al escuchar el llanto de sus bebés. Los latidos de sus corazones aumentan, la respiración se acelera y a veces segregan leche. Muy dentro de nosotras, nuestros cuerpos (y nuestros cerebros [enlaces en inglés]) sienten las necesidades de nuestros hijos. Nosotras también solemos ser las que llevamos comida casera a los enfermos, visitamos a los ancianos para ver cómo se encuentran y tejemos guantes para las personas sin hogar. Nuestro sentido de la hospitalidad a menudo está motivado por la preocupación por las personas que nos rodean.
Por supuesto, los hombres también viven en un mundo en el que se preocupan por sus seres queridos y se enfrentan a situaciones que van más allá de su control. Pero las mujeres responden al miedo de manera diferente a los hombres, impulsadas psicológica y socialmente a expresar abiertamente sus sentimientos. Un estudio realizado con hombres en artes marciales mixtas mostró que los hombres no son necesariamente menos temerosos que las mujeres, sino que tienden a canalizar ese miedo hacia la agresividad, mientras que las mujeres «atendemos a otros y hacemos amistades», y nos reunimos entre nosotras para compartir nuestros sentimientos y preocupaciones. (Como debatimos hace poco en Her.meneutics, nuestras emociones y miedos pueden llegar a despreciarse como algo irracional e incluso patológico, y las mujeres necesitamos nuevas maneras de comprender nuestras emociones, no solo como una aflicción, sino también como una habilidad dada por Dios).
Los desequilibrios sociales de poder entre hombres y mujeres también pueden propiciar la propensión femenina hacia el miedo. Históricamente, las mujeres han dependido de sus padres, hermanos y maridos para provisión y protección. Los hombres actuaban. Las mujeres seguían. En muchos contextos hoy en día las mujeres se siguen topando con instituciones y estructuras sociales que contribuyen a su sensación de indefensión. Una bloguera observó que el miedo es una posición que adoptamos cuando no podemos hacer otra cosa. Nos hace sentir que al menos estamos haciendo algo.
Por fortuna, la sociedad está cambiando de tal modo que permite a las mujeres mayor libertad, pero estos cambios también han alimentado nuestros miedos. ¿Somos suficientes para nuestros hijos, nuestros maridos, nuestro trabajo y nuestra iglesia? ¿Somos demasiado? ¿Nos hemos perdido alguna circular que el resto de las mujeres ya recibieron? En Fear and Faith, Newbell sugiere que toda nuestra frenética actividad a la hora de intentar ser supermujeres está motivada por el conocido miedo a «no dar la talla».
Del mismo modo, una pareja del libro de Jennifer Senior All Joy and No Fun [Toda la alegría y nada de diversión] encarna la diferencia entre hombres y mujeres frente a unas elevadas expectativas sociales. Angie y Clint son padres trabajadores con dos niños pequeños. Ambos pasan agotadoras horas con los niños en casa y en sus respectivos trabajos, pero Angie también carga con una sensación de culpabilidad y autorreproche, creyendo que «no está haciendo lo suficiente, que nunca hace lo suficiente y que debería estar haciéndolo todo, todo el tiempo». Incluso cuando se toma un descanso, Angie se preocupa porque debería estar pasando tiempo con los niños. Clint, por otro lado, lleva perfectamente bien el tomarse «tiempo para él mismo» y no se compara con ninguna clase de ideal inalcanzable. «Yo soy el estándar», dice él.
Los hombres aún tienen sus propios miedos e inseguridades. Los miedos de las mujeres, sin embargo, parecen haberse agravado en esta era en la que las expectativas sociales para las mujeres no están claras, son cambiantes y a veces llegan a ser ridículas. Una amiga me contó que lo más duro acerca de la maternidad no era la falta de sueño, sino que el hecho de que en todo momento se pregunta si podría haber hecho las cosas mejor. Lo mismo se podría decir probablemente de muchos otros papeles que las mujeres asumen en sus profesiones, iglesias y comunidades.
Las palabras de Newbell para las personas que temen no dar la talla son rotundas: «La dulce cura para nuestro miedo al fracaso es el evangelio, que nos recuerda nuestras limitaciones y nuestra debilidad, y nuestra necesidad de un Salvador». Cuando comenzamos a temer que otros nos juzguen, ella anima: «Olvídate de ti misma» y recuerda a tu Dios sabio, soberano, bueno y cariñoso.
Quizá, sin embargo, también necesitemos recordarnos a nosotras mismas nuestro verdadero yo escondido en Cristo. Vivir como una mujer genuina y fiel hoy día requiere volver a esa parte tranquila y silenciosa de nosotras donde habita la eternidad. Donde otras voces se disipan y escuchamos la voz de Dios llamándonos «amadas» con un amor que echa fuera todo el temor.
También hace falta una comunidad. Necesitamos a otras mujeres con las que podamos ser honestas acerca de nuestros miedos y luchas. La confesión, escribe Newbell, nos libera del control del miedo para que en su lugar aumente el temor del Señor. En comunidad también experimentamos la libertad de ser vistas y escuchadas de verdad. Me encanta leer las historias en primera persona de diversas mujeres en Fear and Faith que han luchado contra toda clase de miedos, e incluso algunas que han visto cómo sus peores miedos se hacían realidad. No estoy sola. Aunque me siento inclinada a temer, voy acompañada de mujeres que conocen mis luchas, y caminamos juntas hacia un Dios que nos conduce fuera del miedo y nos lleva a la confianza en Él.
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.