¿Qué clase de hombre es este?

Tenemos poca información sobre la apariencia y personalidad de Jesús. Pero eso fue designio de Dios.

Christianity Today April 9, 2024
Ilustración de Chloe Cushman

No hace mucho me encontré con varios retratos de Cristo que alguien había publicado en internet. Utilizando como base la imagen de la Sábana Santa de Turín y con el uso de inteligencia artificial, las imágenes presentaban especulaciones sobre la apariencia de Jesús antes de su crucifixión.

Vi las imágenes con interés, preguntándome si producirían en mí una sensación de reconocimiento como cristiano. Sin embargo, no puedo decir que mi corazón se haya conmovido de alguna manera particular con esas imágenes.

Ciertamente no sentí lo que siento cuando alguien que me importa profundamente aparece ante mi vista. No me fue posible decir: «¡Oh, ese es Jesús! ¡Lo reconocería en cualquier lugar!».

Ninguna figura nos resulta tan familiar como Jesucristo. Al mismo tiempo, ninguna figura nos resulta tan desconocida.

Comencé a leer sobre Jesús por primera vez hace más de 50 años mientras trabajaba en el turno de medianoche en un restaurante de comida rápida. Hacía poco me había graduado de la educación secundaria y estaba tratando de decidir qué dirección debería tomar mi vida. Pensé que sería bueno tener una dimensión espiritual y exploré el misticismo oriental y el ocultismo, aunque no muy en serio.

Un día me di cuenta de que la Biblia era un libro espiritual. Entonces, durante mis descansos en el restaurante, comencé a leer el Nuevo Testamento.

No pasó mucho tiempo antes de que Jesucristo —no tanto su mensaje, sino su personalidad— captara mi atención. O tal vez debería decir que lo que me atrajo fue el misterio de su personalidad.

¿Qué clase de persona es tan convincente como para que alguien abandone su carrera o su familia para seguirlo? Estuve leyendo en los Evangelios cómo Pedro se alejó de la seguridad de sus redes de pesca y Mateo abandonó las lucrativas ganancias de la mesa de los impuestos. Aunque el Jesús que encontré en los Evangelios no era del todo nuevo para mí, era extraño.

He seguido leyendo sobre Jesús desde entonces y todavía me desconcierta. Aunque he sido pastor y profesor de un instituto bíblico, hay momentos en los que me pregunto si conozco a Jesús del todo. No quiero decir que cuestione si soy verdaderamente cristiano o si Él es mi Salvador.

Pero a menudo, cuando leo los Evangelios, el Jesús que encuentro no es el que esperaba. De pronto habla o actúa de maneras que me perturban. A veces, como los discípulos, me siento irritado y quiero preguntarle a Jesús: «¿En qué estabas pensando?». Otras veces me quedo asombrado y quiero decir: «¿Qué clase de hombre es este?».

En las relaciones ordinarias, tendemos a prestar especial atención a los tipos de detalles que las Escrituras ocultan sobre Jesús. No solo notamos el rostro y la forma, sino que prestamos atención a todos los pequeños detalles que contribuyen a la personalidad: el brillo en los ojos de alguien, la curva de una sonrisa torcida, los chistes que le hacen reír.

Personalidad es la palabra que utilizamos con más frecuencia para hablar de tales atributos. No es simplemente un sinónimo de individualidad, sino una descripción de las formas distintivas en que una persona expresa esa individualidad. La personalidad es la combinación de las características que identifican al individuo como individuo.

La Biblia tiene poco que decir acerca de esos detalles con respecto a Cristo. La información que proporciona es relativamente escasa, está dispersa a lo largo de los cuatro evangelios de forma fragmentaria, o solo puede adivinarse. El apóstol Juan podía hablar de lo que había oído con sus propios oídos, visto con sus propios ojos y tocado con sus propias manos; sin embargo, nosotros no podemos (1 Juan 1:1). Dependemos de lo que está escrito.

En consecuencia, si queremos conocer a Cristo a nivel personal, esa intimidad debe obtenerse de una manera diferente a la mayoría de nuestras otras relaciones. Al mismo tiempo, Jesús prometió una bendición especial a aquellos que aún no lo han visto y han creído (Juan 20:29).

Dios nos ha proporcionado dos vehículos principales para transmitirnos este conocimiento de Cristo.

La primera es lo que se ha registrado acerca de Él en las Escrituras. La segunda es el testimonio interno del Espíritu Santo, a quien también se le llama «el Espíritu de Cristo» (Romanos 8:9).

En 2 Corintios 4:6, el apóstol Pablo observa: «Porque Dios, que dijo: “¡Que la luz resplandezca en las tinieblas!”, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Jesucristo». Esto es algo curioso para aquellos que nunca han visto el rostro de Jesús.

Aparentemente, a pesar de la falta de una descripción detallada de la apariencia o personalidad de Jesús en la Biblia, sabemos más de lo que pensamos.

Hay una luz que brilla en nuestros corazones y que revela el rostro invisible de Cristo. Si bien no sucede en un sentido literal, es cierto que es por medio del Espíritu que llegamos a conocer a Jesús personal e íntimamente. Él, a su vez, nos muestra la gloria del Dios invisible a través de su humanidad.

Los teólogos tienen mucho que decir sobre la cualidad de persona de Dios, especialmente en relación con la doctrina de la Trinidad en la iglesia. Sin embargo, han tenido menos que decir acerca de la personalidad de Dios. Una razón para este desinterés puede ser la preocupación por no antropomorfizar a Dios. Las Escrituras afirman repetidamente que Dios no es un hombre (Números 23:19; Job 9:32; Oseas 11:9).

En su libro The Evangelical Faith, el teólogo Helmut Thielicke advierte que hacer de la persona humana un modelo de Dios es un error: «Por lo tanto, queda descartada desde el principio cualquier equiparación entre Dios y la persona, o cualquier intento de hacer de la persona humana un modelo en el pensamiento de Dios… Ecuaciones de este tipo volverían a hacer de Dios una imagen de lo creado en el sentido de religión o idolatría humana».

Sin embargo, ¿qué analogía podría ser más antropomórfica que la que Dios eligió para sí mismo? Según Génesis 1:26–27:

Luego dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes y sobre todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios; hombre y mujer los creó.

Es difícil ver cómo uno podría tener una relación personal con Dios tal como Él se presenta en estos versículos sin alguna correspondencia entre la naturaleza de Dios y lo que nosotros entendemos como personalidad. Incluso si se puede demostrar que la noción de personalidad no es relevante en este contexto, no puede carecer de significado en lo que respecta a Jesucristo. Hebreos 2:17 afirma que Jesús fue hecho como nosotros en la Encarnación, «para que en todo se pareciera a sus hermanos».

Jesús no era un cascarón vacío en el que se vertió la naturaleza divina. No llevaba simplemente un cuerpo carnal. Aunque existió como persona divina antes de la Encarnación, cuando se hizo carne, el Logos adquirió una nueva dimensión (Juan 1:1,14). Jesús no dejó de ser lo que era antes, sino que añadió a su persona la naturaleza humana. Al hacerlo, ambas naturalezas conservaron su plenitud.

Jesús no es la unión de dos personas, una humana y otra divina, que cohabitan en la misma carne. Él es la única persona de Cristo que es a la vez verdaderamente humana y verdaderamente divina en todos los sentidos. Como tal, posee una personalidad. Una de las razones por las que Jesús se hizo humano fue para proporcionar una «fiel representación» del ser de Dios (Hebreos 1:3). La humanidad de Jesús nos dice cómo es Dios.

«La personalidad», escribió Francis Rogers en 1921, es «la encarnación de la individualidad». Cuando hablamos de la personalidad de alguien, normalmente hablamos de la impresión que nos deja. ¿Son amigables o antipáticos? ¿Tienen sentido del humor o son muy serios? ¿Son tímidos o extrovertidos? Los exámenes de personalidad tienden a describir estos rasgos en polaridades. ¿Eres introvertido o extrovertido? ¿Eres una persona orientada a las tareas o a las relaciones? ¿Eres un líder o un seguidor? Sin embargo, la verdad es que estas cualidades forman parte de un continuo.

La personalidad es una descripción de nuestras formas de actuar y de relacionarnos con los demás. Incluye temperamento, hábitos de comportamiento, valores y preferencias. El carácter también se expresa a través de la personalidad, pero no necesariamente es idéntico a ella.

Las gracias que moldean el carácter de un cristiano —tales como el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23)— pueden ser las mismas para todos los creyentes, pero no todos expresamos esas cualidades de la misma manera.

Cuando se trata de la personalidad de Jesús, los Evangelios revelan relativamente poco de lo que normalmente nos interesa de las personas.

No sabemos nada exacto sobre la apariencia física del Salvador y casi nada sobre el sonido de su voz. Sabemos que era constructor, pero no a qué se dedicaba en su tiempo libre además de orar, ir a cenas, bodas y tomar cuando menos una siesta. ¿Cómo actuaba cuando estaba entre amigos? Sabemos que Jesús lloró, pero no sabemos qué lo hacía reír.

Sin embargo, hay algunos momentos en los Evangelios en los que las nubes del silencio se disipan y los rayos de la personalidad de Jesús se asoman.

Los líderes religiosos le tienden una trampa a Jesús, esperando que sanara en sábado. En respuesta, Él se les queda mirando, «enojado y entristecido por lo obstinados que eran» (Marcos 3:5).

Un confundido joven cree que ya es lo suficientemente bueno para heredar la vida eterna y pregunta qué más debe hacer. En respuesta, Jesús lo mira con amor (Marcos 10:21).

Jesús toca a un leproso y le habla con ternura a una mujer tímida (Lucas 5:13; 8:48). Jesús llora, consuela, reprende y amenaza. El Dios que se nos revela a través de la humanidad de Cristo es alguien que no solo habla con voz de trueno, sino que también solloza y suspira.

La personalidad es nuestro punto de conexión con otros seres humanos. Los conocemos como individuos a través de sus personalidades. Nos vinculamos con personas que tienen personalidades similares a la nuestra. Con la misma frecuencia, tomamos nota de nuestras diferencias. La identidad no es solo una cuestión de saber quiénes somos: también nos ayuda a saber quiénes no somos.

Ante los escasos detalles de los Evangelios sobre la personalidad de Jesús, podemos sentirnos tentados a crear un modelo para hacer que él que se parezca a nosotros mismos.

En un ensayo publicado por Christianity Today en 2010 sobre el fracaso de los historiadores a la hora de reconstruir un «Jesús histórico», Scot McKnight describió cómo les dio a los estudiantes una prueba psicológica estandarizada dividida en dos partes. En la primera parte, los estudiantes respondieron preguntas sobre la personalidad de Jesús. En la segunda parte, describieron y compararon sus propias personalidades. «La prueba no se trata de respuestas correctas o incorrectas, ni está diseñada para ayudar a los estudiantes a comprender a Jesús», explicó McKnight.

Más bien, la prueba reveló que la gente tiende a pensar que Jesús es como ellos. Los introvertidos piensan que Jesús es introvertido; los extrovertidos piensan que es extrovertido.

«Si la prueba se aplicara a una muestra aleatoria de adultos», escribió McKnight, «los resultados serían considerablemente similares. En un grado u otro, todos conformamos a Jesús a nuestra propia imagen».

Nuestra imagen mental de Jesús a menudo está moldeada tanto por suposiciones culturales y experiencias personales como por las Escrituras. Es por eso que el Jesús que imaginamos a menudo nos resulta tan familiar y cómodo. Creemos que se parece a nosotros: que comparte nuestros gustos y refleja nuestras expectativas, que las verdades que defiende son aquellas de las que ya estamos convencidos, y que la vida cristiana que Jesús exige se parece a la que ya estamos viviendo. El Jesús republicano, el Jesús «concienciado», el Jesús varonil y rudo, el Jesús gentil, el Jesús mítico: todos ellos son, hasta cierto punto, versiones simuladas del Jesús bíblico.

En el mejor de los casos, pueden enfatizar ciertas características que vemos en las descripciones que los Evangelios hacen de Él. Pero, sobre todo, son imágenes que resuenan con valores que ya tenemos. En el peor de los casos, son ídolos que hemos creado a nuestra propia imagen.

No necesitamos una fotografía para ver la gloria de Dios manifestada en el rostro de Cristo, pero sí necesitamos la Palabra y el Espíritu. La revelación de Cristo sobre el Padre se da a conocer cada vez que leemos acerca de las palabras y acciones de Jesús en las Escrituras. El Espíritu de Dios usa esa Palabra para resplandecer en nuestros corazones y revelarnos tanto al Padre como al Hijo. Así como Jesús nos revela al Padre, el Espíritu Santo nos da a conocer a Cristo.

Esta comprensión, que se obtiene mediante la Palabra y se aplica por el Espíritu junto con nuestras experiencias, nos proporciona un sentido de quién es Jesús más claro que cualquier imagen, porque proporciona un conocimiento personal de Cristo que obra de adentro hacia afuera.

En este conocimiento hay mucho más que un simple conjunto de rasgos, de los cuales sin duda sacaríamos conclusiones equivocadas. Gran parte de nuestro interés en la personalidad de Jesús no surge del deseo de comprender mejor a Jesús, sino del deseo de mostrar que Jesús piensa y actúa como nosotros. En cambio, la comprensión que el Espíritu Santo proporciona va en la otra dirección.

El conocimiento de Jesús que realmente tenemos va más allá de una lista de gustos y disgustos, o del tipo de peculiaridades que normalmente atribuimos a la personalidad. Para nosotros los creyentes, conocer a Jesús implica incorporar a Cristo a nuestra manera de pensar y actuar.

En otras palabras, llegamos a conocer a Jesús personalmente, no solo al leer sobre Él, sino al llegar a ser como Él. Hay dos características importantes de esta experiencia. Una es que es progresista. Esta transformación no ocurre instantáneamente cuando nacemos de nuevo: es más bien continua y solo se perfecciona en la eternidad.

La otra es que esta experiencia se integra con la singularidad de nuestras personalidades distintivas. A medida que nos parecemos cada vez más a Cristo, nuestro carácter distintivo no desaparece. En cambio, Cristo se muestra a través de los diversos estilos de personalidad de quienes le pertenecen.

Si la personalidad es realmente la encarnación de la individualidad, uno pensaría que cada uno de nosotros conocemos nuestra personalidad mejor que nadie. Después de todo, es lo que somos. Sin embargo, la popularidad de las pruebas, tests y descripciones que prometen resumir los rasgos de nuestra personalidad parece sugerir lo contrario. Quizás sea más fácil tener conciencia de cómo son los demás que de cómo somos nosotros mismos. O tal vez hacemos estas pruebas con la esperanza de confirmar lo que ya sabemos sobre nosotros mismos, para identificarnos con un grupo social en particular.

Sin embargo, si bien las pruebas de personalidad y las encuestas pueden ser una forma valiosa de sintetizar datos sobre las personas, también pueden ser demasiado reduccionistas y no pueden contar la historia completa. En lugar de resaltar las formas únicas en que Cristo obra a través de cada individuo, pueden clasificar a los individuos en categorías que a menudo son demasiado amplias o vagas y finalmente no son útiles.

Es más, no hacen justicia a la forma misteriosa en que Dios obra a través de lo improbable para lograr sus objetivos. Dios a menudo obra a pesar de nuestras personalidades tanto como a través de ellas.

En un sermón sobre la piedrecita blanca y el nombre nuevo de Apocalipsis 2:17, George MacDonald describe que cada persona tiene una relación individual y única con Dios. «Él es para Dios un ser peculiar, hecho a su manera y a la de nadie más», dijo.

Para MacDonald, esto significa que cada persona es bendecida con un ángulo de visión distintivo cuando se trata de entender a Dios:

Por lo tanto, [cada individuo] puede adorar a Dios como ningún otro hombre puede adorarlo; puede entender a Dios como ningún otro hombre puede entenderlo. Este o aquel hombre puede entender más a Dios, quizás pueda entender a Dios, pero ningún otro hombre puede entender a Dios como él lo entiende.

A medida que la verdad se desarrolla en nuestra experiencia diaria, no solo aprendemos acerca de Jesús: lo exhibimos de una manera tan única como la idea que describe MacDonald. En palabras de MacDonald, cada uno de nosotros es «para Dios un ser peculiar, hecho a su manera y a la de nadie más». Puede que compartamos algunos rasgos con los demás, pero nadie más es exactamente como nosotros. Este conocimiento experiencial de Cristo mediado a través de nuestra propia experiencia también se refracta a través de nuestras personalidades distintivas, de la misma manera que la luz brilla a través de los vitrales.

Quizás los estudiantes que completaron el perfil psicológico sobre Jesús en la clase de McKnight tenían razón después de todo: no al pensar que Jesús era como ellos, sino al revés.

Como dice el poeta Gerard Manley Hopkins en «As Kingfishers Catch Fire»:

Cristo juega en diez mil lugares,
Hermoso de miembros y hermoso de ojos, no los suyos.
Para el Padre a través de los rasgos de los rostros de los hombres.

Aquellos que conocen a Cristo por experiencia sirven como medio a través del cual otros ven a Jesús. Sus vidas son el escenario en el que Él actúa, y su belleza se revela a través de ellas. Más que la belleza de un único perfil de personalidad, se trata de una imagen con una variedad incalculable. Y si bien Jesús es un ser humano con una personalidad real, también es el Dios que ha elegido revelarse a través de aquellos a quienes ha creado y salvado.

Mientras somos «transformados a su semejanza con más y más gloria» (2 Corintios 3:18), Jesús se muestra a sí mismo —retomando la teoría de los héroes de Joseph Campbell— como el Salvador con 1000 rostros. Reflejamos a Jesús de la misma manera que un diamante revela su gloria: en innumerables facetas.

John Koessler es escritor, presentador de pódcasts y profesor emérito jubilado del Instituto Bíblico Moody. Su último libro es When God Is Silent, publicado por Lexham Press.

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La respuesta refleja de la gracia

Jesús crea nuevos reflejos condicionados en nuestra vida incluso cuando le hemos fallado.

Bedroom. Acrylic on Wood Panel. 2022

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Christianity Today April 1, 2024
Claire Waterman

«Vengan a desayunar», dijo Jesús. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos e hizo lo mismo con el pescado. —Juan 21:12-13

A principios del siglo XX, un fisiólogo ruso llamado Iván Pavlov recibió un Premio Nobel. Los perros salivan de forma natural cuando huelen la comida, pero Pavlov quería ver si podía provocar la salivación con otro estímulo. Como probablemente recuerdes de la clase de ciencias, Pavlov hacía sonar una campana antes de alimentar a los perros. Con el tiempo, el solo sonido de la campana hacía que los perros salivaran. Pavlov se refirió a esto como una respuesta condicionada.

En un grado u otro, todos somos pavlovianos. Con el tiempo, adquirimos un elaborado conjunto de reflejos condicionados. Si alguien nos da una bofetada en la mejilla, nuestra respuesta condicionada es devolverla. ¿O solo me pasa a mí?

El evangelio se trata de la obra de Jesús que restaura nuestras respuestas o reflejos por su gracia, de manera que ahora amamos a nuestros enemigos, oramos por los que nos persiguen y bendecimos a los que nos maldicen. Ponemos la otra mejilla, caminamos la milla extra y estamos dispuestos a dar la camisa que llevamos puesta. Los teólogos llaman a estas respuestas las Seis Antítesis, pero yo prefiero pensar en ellas como seis hábitos contraculturales.

En el Sermón del monte, Jesús dice más de seis veces: «Ustedes han oído que se dijo…, pero yo digo…» (Mateo 5). Jesús estaba desafiando las formas de pensar derivadas del Antiguo Testamento como «ojo por ojo» (v. 38). Estaba desafiando nuestra ética, y comenzó con el perdón.

¿Recuerdas en Mateo 18, cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar? Pedro pensó que estaba siendo generoso cuando preguntó si debía perdonar siete veces, pero Jesús elevó el estándar: setenta veces siete. Esta idea del perdón cobró sentido personal para Pedro en una orilla del mar de Galilea (Juan 21). La aparición de Jesús ocurrió después de la resurrección, es decir, después de la negación. Pedro había negado conocer a Jesús no una ni dos, sino tres veces, y después de la tercera vez, el gallo cantó y le recordó a Pedro lo que Jesús había predicho (Mateo 26:75).

Si se me permite hacer una observación pavloviana, me pregunto si después de su negación Pedro habrá sentido una punzada de culpa cada vez que escuchaba cantar a un gallo. Cada mañana, cuando escuchaba ese molesto canto, Pedro recordaba su mayor fracaso. Esto, hasta que una mañana Jesús le dio un nuevo condicionamiento a sus reflejos.

Pedro estaba pescando cuando Jesús le habló a los discípulos desde la orilla: «Tiren la red a la derecha de la barca y pescarán algo». La niebla de la mañana no dejó que vieran quién había hablado, pero la pesca milagrosa lo dejó claro. Juan le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!» (Juan 21:4-7).

En ese instante Pedro saltó de la barca y nadó a la playa. Cuando llegó, Jesús estaba cocinando pescado sobre brasas encendidas. Detengámonos un momento. ¿Cómo no amar a un Dios que hace un desayuno sobre la playa para sus discípulos?

Después del desayuno, Jesús le hace una pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» (v. 15). No le pregunta una ni dos, sino tres veces. ¿Coincidencia? No lo creo. Tres negaciones requieren tres afirmaciones. De esa manera, en ese momento y en ese lugar Jesús le dio un nuevo condicionamiento a los reflejos de Pedro.

¿Has notado la hora del día? Juan es específico: «Al despuntar el alba» (v. 4). En otras palabras, justo cuando los gallos cantan. El canto que le recordaba a Pedro su mayor fracaso, el canto que antes había ocasionado sentimientos de culpa, ahora produciría sentimientos de gratitud. Jesús hizo más que recomisionar a Pedro. Jesús volvió a condicionar sus reflejos con su gracia.

¿Alguna vez te has sentido amado cuando menos lo esperabas y cuando menos lo merecías? Es algo transformador, ¿no crees? ¿Qué pasaría si amáramos a otros como Dios nos amó a nosotros? El regalo de Pascua revela que el pecado sin la gracia equivale a culpa, pero el pecado más la gracia equivale a la más profunda gratitud que merece ser expresada mañana, tarde y noche.

Tenemos esta tendencia a darnos por vencidos con Dios, sin embargo, Dios no hace lo mismo con nosotros. Él es el Dios de la segunda, la tercera y la milésima oportunidad. Aun cuando sintamos que le hemos fallado a Dios, Él es el Dios que nos busca y nos llama desde la orilla. Él es el Dios que prepara el desayuno sobre la playa. Es el Dios que nos da una nueva oportunidad en la vida.

Reflexiona



1. ¿De qué maneras puedes ver reflejos condicionados actuando en tu propia vida o en la vida de los que te rodean?

2. ¿De qué manera la restauración de Pedro por parte de Jesús sirve como un poderoso ejemplo de la gracia de Dios, especialmente después del fracaso?

Mark Batterson es el pastor principal de National Community Church en Washington, DC. Es autor de 23 éxitos de ventas del New York Times.

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El encuentro en el sepulcro del huerto

Jesús permanece con nosotros en medio del dolor, tanto durante como después de la Pascua.

Double Take. Oil on Panel. 24 x 26

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Christianity Today March 31, 2024
Cherith Lundin

Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era él. Jesús dijo: «¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?». —Juan 20:14-15

Una pregunta que los cristianos se hacen siempre y que porta una tensión eterna es: ¿cómo nos aferramos al gozo cuando este mundo es afligido por el dolor? Como creyentes, anclamos nuestra esperanza en la victoria de Cristo sobre la muerte. Nos regocijamos en nuestra salvación, el regalo de la vida eterna; sin embargo, en esta vida el dolor corre desenfrenado y se esparce sin control.

Cada mañana al despertar recibo nuevas misericordias solo para encontrarme con viejas heridas. Podría compartirte mi letanía de pérdidas, pero sé que tú tendrás las tuyas: una hija distanciada, un matrimonio que necesita reconciliación, un nuevo diagnóstico, un ser amado que partió demasiado pronto, una casa destruida por el fuego, una mascota que falleció, un amor que te traicionó, una multitud que te hirió.

Cuando Cristo resucitado apareció en el sepulcro del huerto, cuando María no podía reconocerlo, le preguntó: «¿Por qué lloras, mujer?» (Juan 20:15). Incluso cuando estaba en su momento de victoria, Cristo hizo tiempo y espacio para el dolor de María. ¿No muestra esto cómo la Resurrección evoca la Encarnación? Aquel misterio insondable de la venida de Cristo como un bebé que se despojó de todo poder en pos de la propiciación, sí, pero también simplemente a fin de estar más cerca de nosotros.

Con esa pregunta sencilla, Jesús hizo un espacio para que María expresara su tristeza. En el sepulcro del huerto, la tumba del jardín —ese lugar tanto de plantas como de sepultura, de milagro y de duelo—, el momento compasivo de Cristo para con María demuestra que somos elegidos para conocer y también para ser conocidos por Él. No somos simplemente un pueblo que necesita ser rescatado; ciertamente somos un pueblo, sí, un pueblo salvado y enviado (Marcos 3:13-14), pero también somos un pueblo invitado a simplemente permanecer con Él.

Cada Domingo de Pascua recuerdo lo primero que hizo Jesús después de resucitar. Aunque el Dios-hombre acababa de ser devuelto a la vida, siguió agachándose e inclinándose. Jesús siempre fue así. Él es el Verbo hecho carne que tomó forma humana para habitar y cenar; para sufrir y celebrar con nosotros. Él es nuestro Señor resucitado, que se inclinó y le prestó un oído atento a María, que no se apuró a irse del sepulcro del huerto, sino que hizo un espacio para quedarse un poco más en aquel encuentro. Él es Dios, quien permanece al lado del hombre en el huerto en el principio del tiempo.

Ese fue el gozo de María cuando Él dijo su nombre y ella lo reconoció y se reencontró con su Raboni (Juan 20:16). Este es nuestro gozo también. Jesús resucitado trae salvación, y se ofrece a sí mismo. Su victoria nos llevará de nuestro sepulcro a la gloria, sí, pero también ha venido a estar con nosotros ahora, en el sepulcro del huerto que es esta vida sobre la tierra. Él viene a nuestro encuentro aun cuando la pérdida y el dolor se entrelazan con lo que amamos y vivimos, tanto durante como más allá de la temporada de Pascua. Aleluya.

Reflexiona



1. En esta temporada, ¿cómo estás aferrándote al gozo aun cuando el mundo es afligido por el dolor?

2. ¿Qué responderías si Jesús te preguntara: «¿Por qué lloras?»?

Rachel Marie Kang es la fundadora de The Fallow House y es autora de dos libros.

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La gloria de las cargas

Cuando la vida es demasiado difícil de soportar, nuestra necesidad de un Salvador se hace evidente.

Kitchen. Gouache sobre papel. 2020

Kitchen. Gouache sobre papel. 2020

Christianity Today March 30, 2024
Claire Waterman

Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.
—2 Corintios 12:9

¿Alguna vez has oído la trillada frase cristiana que dice: «Dios no te va a dar más de lo que puedas soportar»? No es que este aforismo no tenga algo de verdad. Las Escrituras dicen en 1 Corintios 10:13 que «Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar». Pero la conocida frase yerra al poner el énfasis en lo que nosotros somos capaces de aguantar —con nuestras propias fuerzas y suficiencia—, en lugar de reconocer que Dios es quien proveerá cuando nosotros no podamos más.

Recuerdo las noches que pasé sobre el piso frío de mi cocina —mi cuerpo débil por meses transcurridos sin apetito, en mares de lágrimas, con las mejillas encendidas, y la sensación de estar sola en la noche, todas las noches—. Incluso durante esa temporada de quiebres inesperados, una y otra vez Jesús vino a mi encuentro en ese piso, mientras yo clamaba por reconciliación, redención y renuevo. Él escuchó cada oración, ya fueran palabras o balbuceos, y vio mi debilidad completamente al descubierto. Cada minuto se sentía como una maratón. Pero con cada aliento, Jesús me invitó a su gracia suficiente, con la que fortaleció mi debilidad con su poder perfecto. En mi propia vida sentí lo que el Señor le dijo al apóstol Pablo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

Tocar fondo fue precisamente lo que creó espacio en mí para que Dios entrara y me lavara con su misericordia, y me revistiera con su fuerza. Mi debilidad absoluta se convirtió en la morada donde su gloria podía habitar. Y como dijo Pablo: «Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo» (v. 9).

Como un ser humano falible que ha pasado por las penas que otros quizás no estén dispuestos a compartir públicamente, en lo profundo de mi ser tengo la certeza de que Dios no nos creó para que carguemos solos con el peso de las dificultades de la vida. Si Dios realmente nos diera solo lo que podemos soportar, no habría necesidad de un salvador más allá de nosotros mismos, y la sangrienta muerte de Jesús habría sido innecesaria. El peso del dolor de este mundo descansaría plenamente sobre nuestros hombros al navegar por una relación rota que quizás no se pueda reconciliar, al llevar la carga de una enfermedad que nunca imaginamos tener, o cualquier otro suceso desconocido que se nos presente.

Antes bien, si pasamos por dificultades que exceden nuestras fuerzas, la sangre de Jesús es el regalo más grande e inmerecido que podamos recibir jamás. Nuestra completa incapacidad de salvarnos a nosotros mismos resalta la realidad de nuestra absoluta necesidad de un salvador.

Al tener a Jesús como nuestro Salvador, podemos tener gran consuelo en saber que su corazón es tierno hacia nuestro dolor porque Él también sufrió aflicciones inimaginables. Su inocencia es la prueba de que Él es el único digno de ser el Cordero ofrecido en sacrificio por nuestros pecados. Es una verdad poderosa que el inocente tuvo que llevar el peso y el castigo de cada pecado, y es precisamente por esta razón que debemos creerle a Cristo cuando dice que su gracia es suficiente. La gloria de Dios brilla con más fuerza cuando dejamos que nuestras debilidades proclamen su infinita gracia, poder y fuerza.

Aun con su fuerza soberana, Cristo no reconcilió ni redimió ni renovó las circunstancias por las que oré con tanto anhelo alguna vez en el piso de mi cocina. En cambio, lo que yo pensaba que era firme, eventualmente se convirtió en polvo. Y aun así, descubrí que había sido liberada: liberada de la expectativa de una vida en mis términos en la que el sufrimiento tenía que ser contenido y las relaciones protegidas. En el extremo opuesto a la autodependencia, encontré reposo en mi relación con Cristo; encontré reconciliación, redención y renuevo en Él, y no en mis circunstancias.

Que nuestra debilidad —ya sea en oscuras noches en el piso de la cocina o en cualquier otro lugar donde nuestra falibilidad sea imposible de negar— sea un testimonio de la fortaleza de Cristo, nuestro Salvador, quien habita en las profundidades y en las alturas. Que confiemos en su suficiencia, porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes.

Reflexiona



1. ¿Hubo algún momento o temporada en tu vida cuando sentiste que llegaste al final de tus fuerzas (en lo físico, mental o espiritual), pero Jesús te encontró en su gracia, poder y fortaleza? Comparte brevemente sobre esta experiencia y lo que te enseñó sobre el carácter de Jesús.

2. A la luz del evangelio, ¿cómo puedes responder de forma intencional en medio de tus debilidades y pruebas?

Kaitlyn Rose Leventhal es una artista profesional de pintura abstracta, y vive en Columbia Británica, Canadá, con su esposo y su perro.

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Cuando todo se vuelve frío

Sin muerte, no hay resurrección.

Interior With Crucifx and Nothing Special. 56 x 70

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Christianity Today March 29, 2024
Joel Sheesley

Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde toda la tierra quedó en oscuridad. A las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: «Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». —Marcos 15:33-34

Es difícil creer y esperar cuando todo lo que tocas está frío. He estado orando sobre una situación en particular durante más de tres años. Hace poco llegué al punto donde siento que necesito ver algo de movimiento. Pero todo sigue frío.

El movimiento produce calor. Intenta trotar en el mismo lugar por unos minutos y comenzarás a sentir que tu temperatura se eleva. Tu corazón comienza a latir más fuerte. Tu cuerpo se activa. Pero, ¿cómo puedes orar cuando tus manos se enfrían? ¿Cómo puede uno aferrarse a la esperanza cuando todo lo que nos rodea se detiene?

No sé en qué aspecto de tu vida necesitas ver movimiento o qué es lo que produce ansiedad en tu corazón. No sé si te despiertas a media noche porque tu cuerpo está procesando aquello que no tuvo tiempo de afrontar durante el día. No sé si has estado esperando por tres años o diez. Pero te diré lo que me he estado repitiendo a mí misma: entrégate a la realidad de la Pascua.

A lo largo del ministerio de Jesús, los discípulos presenciaron mucho movimiento: los ciegos veían, los cojos andaban, los enfermos eran sanados. Las enseñanzas de Jesús atraían a multitudes y producían conversiones. Pasaron tantas cosas en ellos y alrededor de ellos durante esos tres años, que seguramente sintieron el calor de ese movimiento de muchas maneras. Sin embargo, un día, todo se quedó quieto. Un Viernes Santo, todo se volvió frío.

El Viernes Santo es el día que recordamos la santidad de Cristo en su muerte, con la que abrió un camino para nuestra salvación. En ese día hay asombro aun cuando todo está quieto. Dios obra incluso cuando el corazón no late. Dios puede moverse aun cuando todo alrededor parece estar quieto y sin vida.

Hoy en día, el Viernes Santo es un símbolo de esperanza para todo el mundo. Pero una vez fue el día en que los discípulos no sabían que habría resurrección. A veces nos olvidamos de eso: nos olvidamos de que cuando ellos vieron a Jesús clavado en la cruz, lo hicieron sin entender el propósito del Calvario.

En 1 Pedro 1:24-25 leemos: «“… todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre”. Y este es el mensaje de las buenas noticias que se les ha anunciado a ustedes». Si todo lo que puedes ver hoy es hierba seca, pregúntate si acaso debes sentarte y esperar, como lo hicieron los discípulos. ¿Qué pasaría si hoy fijaras tu mirada en la aflicción del Cordero? ¿Qué pasaría si hoy nos entregáramos al silencio del sábado? ¿Qué pasaría si hoy no nos apresuráramos a saltar a la alegría de pensar que los seguidores de Dios no tenían idea de lo que sucedería en la mañana del domingo? ¿Qué pasaría si hoy nos entregáramos a la aflicción santa del Viernes?

Sin muerte, no hay resurrección. Sin la noche del Viernes, no hay mañana del Domingo. Sin Aquel que redimió, no hay redención. Confiemos en los planes del cielo.

Quizás, al igual que yo, también estás mirando cómo caen los granos de arena a través del cristal del reloj, y ciertamente no es alentador observar cómo se esparcen mientras siguen cayendo. Entrega tus emociones a la verdad de la Pascua. Deja que el Viernes Santo sea Viernes Santo. Que la muerte se sienta como muerte, y que el aire sea incómodamente frío.

Ya nos encontraremos el domingo por la mañana.

Reflexiona



1. ¿De qué manera te aferras a la esperanza cuando todo a tu alrededor se queda quieto?

2. ¿En qué te hace pensar el simbolismo en la Pascua y de qué manera puedes aplicarlo en tu propia vida?

La Dra. Heather Thompson Day es una conferencista interdenominacional, autora de éxitos de ventas de la Asociación de Editoriales Cristianas Evangélicas (ECPA, por sus siglas en inglés), y presentadora de Viral Jesus, un pódcast de Christianity Today.

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Una cena difícil de olvidar

La esperanza y la ansiedad presentes en la última cena de Pascua de Jesús.

Come to the Table. Óleo sobre lino. 56 x 83”. 2014

Come to the Table. Óleo sobre lino. 56 x 83”. 2014

Christianity Today March 28, 2024
Kari Dunham

Al anochecer, llegó Jesús con los doce. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar».
—Marcos 14:17-18

¿Puedes recordar qué comiste ayer? Quizás fue una rodaja de pan en el desayuno o un sándwich en el almuerzo; sea lo que sea que hayas comido, seguramente ese alimento solo sirvió como una pausa para cambiar a la siguiente actividad de tu rutina. Mientras que la mayoría de las comidas representan una obligación rutinaria para llenar nuestro estómago, algunas comidas nos hacen reducir la velocidad y alimentan nuestras almas.

El recuerdo de una comida del 20 de noviembre de 1993 sigue alimentando mi alma hasta hoy. Era una noche fresca en la que lloviznaba, típica para esa época del año en Vancouver. Al final de un día cuidadosamente planeado para mejorar mis probabilidades de éxito, le propuse matrimonio a mi novia Toni. Después de que aceptara, celebramos con un delicioso plato de salmón. La comida nos dio la oportunidad de recordar cómo y por qué nos enamoramos. Fue un momento para tomar decisiones y compartir promesas.

En la intimidad de una velada con amigos queridos, Jesús organizó una comida de significado eterno. El relato de Marcos sobre la Cena del Señor sitúa la escena «el primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba a sacrificar el cordero de la Pascua» (Marcos 14:12). La cena pascual conmemoraba la gran liberación de Israel de su esclavitud en Egipto. Con el tiempo, esta fiesta de conmemoración se convirtió en una de anticipación, despertando en el pueblo un anhelo por la liberación de la opresión romana. El acto de sacrificar el cordero pascual se realizaba cada año en el templo, pero su significado pronto se presentaría de una forma nueva durante la Cena del Señor.

La narración, sin embargo, pasa de la anticipación a la ansiedad. Jesús interrumpió la conversación de la cena diciendo: «Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar» (v. 18). Cualquier conversación agradable que se haya estado compartiendo a la mesa se habría detenido de golpe. Con esta cruda proclamación, la paz que simbolizaba una cena juntos quedó subvertida. Las comidas en comunión proporcionaban un tiempo y un lugar donde se ratificaban pactos, se profundizaban amistades, y donde incluso los enemigos podían dejar a un lado sus armas. Si cualquier forma de traición es mala, una traición en el contexto de semejante hospitalidad habría sido espantosa.

Mientras los discípulos procesaban sus palabras, «Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos, diciéndoles: “Tomen; esto es mi cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias, se la pasó a ellos y todos bebieron de ella. “Esto es mi sangre del pacto que es derramada por muchos”, dijo» (vv. 22-24).

Normalmente, la bendición y la partición del pan habrían dado paso al siguiente plato de la cena; sería algo similar a dar las gracias y pasar el pan de pita. Sin embargo, las palabras de Cristo en el contexto de esta cena de Pascua, llena de anticipación sobre la redención y ansiedad personal, ritualizaron algo esencial sobre Dios, tanto para los discípulos sentados a la mesa, como para todos los que vinieron después de ellos. El fruto de la salvación se produjo en ese horrible madero, la vieja y áspera cruz donde sería colgado el cuerpo maltratado de Cristo. Y así, nosotros proclamamos «la muerte del Señor hasta que él venga» (1 Corintios 11:26).

Ciertamente, Jesús acalló el viento y las olas, y llamó a Lázaro de la tumba. Cuando regrese, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es Señor (Filipenses 2:10-11). Tales visiones del poder divino infunden asombro y adoración. Pero Jesús se dio a sí mismo como un Salvador quebrantado y maltratado, a quien recordamos en la hospitalidad de la cena, y que fue vulnerable a la traición incluso en medio de la bendición. Podemos acudir a Él con sinceridad y sin miedo a nuestras propias heridas. Por sus heridas fuimos sanados, y por su sangre somos hechos plenos. En la Cena del Señor, cada vez que tomamos el pan y bebemos de la copa, nos detenemos para saborear el regalo divino del gozo que recibimos a través del sufrimiento de nuestro Salvador.

Reflexiona



1. Piensa en una comida memorable de tu vida. ¿Qué la hizo significativa y cómo te impactó emocional o espiritualmente?

2. ¿Cómo simboliza la Cena del Señor los aspectos esenciales de Dios y la obra redentora del sacrificio de Cristo?

Walter Kim es el presidente de la National Association of Evangelicals. Anteriormente fue pastor y capellán universitario.

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Siete pruebas, dos peligros y un libro que pasamos por alto

Los líderes de la iglesia se preocupan demasiado por los números y muy poco por Números.

Christianity Today March 27, 2024
Fuentes: Wikimedia Commons / Getty / Halfpoint Images

Es ampliamente reconocido que los pastores están demasiado interesados en los números. Ya sea que se trate de edificios, presupuestos, bautismos o el número de asistentes, si es algo que se puede medir, los líderes de la iglesia lo contabilizan. Muchos definen su éxito en función de aquellas cifras (o al menos lo hacían hasta que la pandemia hizo que esta práctica dejara de ser tan reconfortante).

Sin embargo, no es tan sabido que los pastores no están lo suficientemente interesados en Números. En docenas de conferencias sobre liderazgo en los últimos 15 años, solo he oído referencias a dos pasajes en este libro: la bendición de Aarón (Números 6) y la audacia de Josué y Caleb (Números 14). Aparte de esto, no hay nada más.

Esto no es un problema en sí mismo. Sin embargo, el Libro de Números es una mina de oro de sabiduría pastoral, que quizás tenga más cosas que ofrecer a los líderes de la iglesia hoy en día que cualquier otro libro del Antiguo Testamento aparte de Primera y Segunda de Samuel. Para los pastores en particular, merece la pena estudiarlo detenidamente. Lo digo por tres razones.

Una es tipológica. Desde la perspectiva de los apóstoles, el periodo de Israel en el desierto es un reflejo de donde la condición actual de la iglesia (1 Corintios 10; Hebreos 3-4; Judas). Es decir, hemos sido rescatados de la esclavitud, redimidos por medio del sacrificio y pasado por el bautismo en agua, pero todavía no hemos llegado a la tierra que mana leche y miel. No solo tenemos todas las bendiciones que se encuentran en Números —la presencia, la provisión y las promesas de Dios—, sino que también nos enfrentamos a problemas similares: quejas, orgullo, idolatría, inmoralidad, oposición y muerte.

Otro beneficio es ilustrativo. Aparte de David, ningún otro líder de las Escrituras nos es presentado como Moisés, con su vida interior expuesta, sus defectos, miedos, fracasos y frustraciones y las rivalidades dentro de su familia puestos al descubierto. Si David nos muestra las luchas de la espera y las tentaciones del dinero, el sexo y el poder, Moisés nos muestra los desafíos mundanos de la vida ordinaria de la congregación: las discusiones sobre la toma de decisiones y la sucesión del liderazgo; los mejores momentos de la bendición, la victoria y la provisión milagrosa al igual que el tedio cotidiano de la resolución de conflictos, los lamentos y el pecado.

Pero quizá el rasgo más llamativo de Números —en lo que respecta al ministerio pastoral— es la forma en que advierte acerca de los peligros opuestos en ambos extremos de lo que podríamos llamar el espectro de la confianza. A lo largo de la historia de Israel, y también de la historia de la Iglesia, el pueblo de Dios ha tendido a oscilar entre el exceso de confianza (orgullo, arrogancia, prepotencia) y la falta de confianza (incredulidad, temor, miedo). Las generaciones suelen oscilar de un extremo a otro, puesto que los jóvenes ven los defectos de sus antecesores y reaccionan de forma exagerada. Nuestra generación actualmente es testigo de este tipo de oscilación impulsada por ejemplos muy destacados de liderazgo abusivo y autoritario.

El Libro de Números pone de manifiesto ambos peligros de una manera notablemente compleja. Los estudiosos identifican siete grandes pruebas en Números. En la primera y la séptima, Israel se queja de sus desgracias (11:1-3; 21:4-9). En la segunda y la sexta, muestran falta de fe en que Dios les proporcionará alimentos (11:4-34) y agua (20:2-13). En la tercera y la quinta, desafían el liderazgo de Moisés, tanto por parte de Miriam y Aarón (12:1-16) como de Coré, Datán y Abirán (16:1-17:13). Y en la cuarta y principal prueba, Israel no logra entrar en la tierra prometida a causa de su incredulidad (13:1-14:38).

Cuando lo resumimos de esta manera, los dos peligros se pueden distinguir claramente. En la segunda, cuarta y sexta pruebas, el problema es la falta de confianza: la duda, la incredulidad, el temor y el miedo. En la tercera y la quinta, el problema es el exceso de confianza: el desafío, el orgullo, la arrogancia y el deseo de poder. La forma en que la narración va y vuelve de un extremo al otro sugiere que ambos peligros estarán presentes en Israel, y en la iglesia, en el futuro.

Esto representa una advertencia para los pastores: al momento de confrontar la incredulidad y el miedo, no se debe corregir desmesuradamente ni actuar como opresores autoritarios; al momento de responder a estos opresores autoritarios, no se debe corregir de una forma excesiva que pueda llevar al miedo o a la incredulidad. Las Escrituras, sin embargo, no tienen una postura fatalista como si estuviéramos condenados para siempre a oscilar entre dos extremos dañinos. En Lucas 4:1-13, Jesús mismo soportó las pruebas centrales que se mencionan en Números. Fue tentado a no confiar en la provisión de Dios en el desierto, a realizar milagros solo para presumir de su poder, y a tomar el poder y la autoridad antes de tiempo. Aun así, desafió al Tentador, y en su posición de líder se condujo con una fe humilde, sin miedo ni orgullo. En su gracia y por su Espíritu, nosotros también podemos hacer lo mismo.

Andrew Wilson es pastor de enseñanza en King's Church en Londres, Inglaterra, y es autor de God of All Things. Síguelo en Twitter @AJWTheology.

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La fantasía fatal

La traición de Judas revela el corazón de una esperanza mal orientada.

Death Is Vast As a Planet At Night. Óleo sobre lienzo. 20 x 25”. 2009

Death Is Vast As a Planet At Night. Óleo sobre lienzo. 20 x 25”. 2009

Christianity Today March 27, 2024
Catherine Prescott

Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a los jefes de los sacerdotes. «¿Cuánto me dan y yo les entrego a Jesús?», propuso. Decidieron pagarle treinta monedas de plata. —Mateo 26:14-15

«Podemos notar… que Él [Jesús] no fue visto nunca como un mero maestro moral. No produjo esa impresión sobre ninguna de las personas con las que se encontró. Produjo básicamente tres impresiones: odio, terror o adoración. Pero no hay el menor rastro de gente que expresara vaga aprobación». C.S. Lewis, Dios en el banquillo

No tenemos la opción de elegir qué versión de Jesús queremos adorar. Amamos su persona real y verdadera como es. Cualquier cambio o diferencia equivale a idolatría. Cualquier cambio o diferencia representa una fantasía. Cualquier cambio o diferencia siempre será inferior a aquello por lo que Jesús murió para darnos como herencia.

Hubo un hombre que siguió a Jesús, y fue contado como uno de sus discípulos. Fue enviado junto con otros para realizar obras que solo podían ser hechas por el poder de Jesús, y tenía la responsabilidad de administrar los recursos empleados para su ministerio. Sin embargo, en algún punto de aquellos tres años que caminó con el Mesías, cedió ante el mal de la decepción. Su vida, que llegó a su fin en Acéldama, o «campo de sangre» (Hechos 1:19), revela las limitaciones de nuestra perspectiva humana en contraste con la invitación de Jesús a confiar plenamente en él.

Alejémonos un poco de la conocida fatalidad de su historia, y observemos el entorno que, al parecer, lo rodeaba. ¿Cómo es que una vida que estuvo tan cerca de la Fuente de toda esperanza, belleza y gozo llegó a terminar con tanta angustia y desesperanza? ¿Será que el veneno de la comparación amargó su corazón? ¿Será que su imaginación fue cautivada por la ilusión de un rey heroico que derrocaría a un imperio opresivo? ¿O quizás vio una desconcertante contradicción en la inesperada respuesta de Jesús en defensa de María de Betania después de que ungiera sus pies con un aceite costoso?

Las fantasías nos atan a una percepción falsa de las cosas, y terminan ocupando el espacio que le corresponde a la fe y a la esperanza. Cuando las cosas no suceden como esperamos, nos vemos envueltos en un remolino de desilusión y decepción. Queremos echarle la culpa a alguien. Pero aunque puede ser tentador culpar a Dios por no producir el bien que imaginamos, si captamos un destello de verdad en el espejo, en realidad somos nosotros los que cedimos a la seductora atracción de la ilusión.

Cuando fue confrontado con la realidad de quién es Jesús, la lealtad de Judas a sus propios objetivos terminó cegándolo y privándolo de la historia que podría haber vivido. Jesús no llena nuestros casilleros: más bien, muchas veces destruye nuestras expectativas. Su reino está fundado en la verdad y la gracia, no en cumplir aquello que esperamos. En cada uno de sus pasos y decisiones, Él tiene en mente un plan, una razón y un objetivo.

La tristeza, el sufrimiento, la confusión, las expectativas no realizadas y las oraciones no contestadas suelen revelar los rincones más profundos de nuestro corazón. ¿Amamos a Jesús por quien Él es en realidad? ¿O amamos la fantasía que creamos de Él?

Jesús sí es el Rey que derrocó a un imperio opresivo, pero contrario a las expectativas de Judas, no se trataba del Imperio romano, sino del imperio del pecado, el odio y la muerte. Jesús no nos decepciona. Él es el Rey que hace añicos nuestros sueños más emocionantes para revelar a cambio una historia rica en posibilidades, fe y gozo.

La historia de Judas nos muestra la dolorosa realidad de la falsa promesa de la carne y de nuestro deseo por las ganancias de este mundo. Pero también levantamos nuestra mirada de la ilusión que creamos para nosotros mismos, y miramos a Aquel cuya vida produce en nosotros el deseo por cosas más profundas, más hermosas, más auténticas y más duraderas de lo que nuestras mentes pueden entender.

Cuando nuestras fantasías se rompen y nos sentimos expuestos, podemos alejarnos decepcionados, o podemos acercarnos vulnerables a Jesús, y dar lugar a que su naturaleza eterna destruya nuestra invención y sea nuestra verdadera esperanza de vida y resurrección.

Reflexiona



1. Piensa en verdades sobre Jesús que has identificado como difíciles de aceptar o con las que es difícil coincidir. ¿Cuáles fueron los aspectos de su persona con los que has tenido mayor dificultad?

2. Intenta imaginar cómo tu vida sería transformada si amaras a Jesús con todo tu corazón tal como Él es. ¿De qué maneras amarlo y aceptarlo de forma auténtica transformaría tus experiencias cotidianas y tu perspectiva?

Eniola Abioye vive en California y es misionera, cantautora y poeta, y ha colaborado con grupos como Upper Room, Bethel y Maverick City.

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El gaucho se robó la Pascua en Uruguay

Hace más de 100 años, el país más laico de América Latina abolió las fiestas cristianas. Desde entonces, los líderes de las iglesias locales han luchado por recuperarlas.

Durante Semana Santa, cada año se celebra un rodeo en Uruguay.

Durante Semana Santa, cada año se celebra un rodeo en Uruguay.

Christianity Today March 26, 2024
Xanfoto / Getty

Esta semana, millones de latinoamericanos asisten a diversos servicios religiosos para celebrar el Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección.

En Uruguay, van al rodeo.

Mientras sus vecinos de habla hispana y portuguesa conmemoran la muerte y resurrección de Cristo, los habitantes de este país de 3.3 millones de habitantes celebran la Semana Criolla, una serie de festivales en honor de la herencia gaucha del país. Muchos asisten a ver «la jineteada», el deporte nacional uruguayo, en la que los jinetes intentan aferrarse al lomo de un caballo indómito. Muy pocas de las actividades, que también incluyen música y bailes tradicionales, reconocen el calendario cristiano —excepto cuando se trata de comer asado criollo—.

Los vendedores ofrecen asado criollo durante toda la semana, excepto el jueves y el viernes: un guiño a la herencia católica del país.

«Es una de nuestras muchas idiosincrasias», dice Karina T., antropóloga de Montevideo. (CT solo usa la inicial de su apellido debido a la sensibilidad de su ministerio con los musulmanes). «Si le preguntas a alguien por qué come pescado en esos días, probablemente va a decir que es algo que los abuelos hacían. Pocos van a decir algo sobre religión. No lo saben».

Esta ignorancia es en cierto modo intencionada.

Uruguay fue uno de los primeros países del hemisferio occidental en separar constitucionalmente la Iglesia del Estado, y en ningún lugar es más evidente el laicismo que en el cambio de nombre de las fiestas cristianas. En 1919, el gobierno cambió jurídicamente el nombre del festejo del 25 de diciembre a «Fiesta de la Familia» y la Semana Santa por la «Semana de Turismo» (durante la cual la capital celebra la Semana Criolla).

El 6 de enero, conocido en otros lugares como Día de Reyes, pasó a ser el «Día de los Niños», y el 8 de diciembre, cuando los católicos celebran la Fiesta de la Inmaculada Concepción, se convirtió en el «Día de las Playas».

La intención de los legisladores uruguayos era «absorber» las fiestas cristianas y sacar a Cristo de las celebraciones. A excepción de la Navidad (cuando los cristianos organizan eventos al aire libre e intentan evangelizar más directamente a los no creyentes), el gobierno ha conseguido su objetivo en gran medida, afirma Marcelo Piriz, pastor de la Comunidad Vida Nueva de Montevideo. Él cree que la Navidad es el «Día D para las iglesias».

En cambio, muchas iglesias tienen dificultades con la Pascua y la Semana Santa. Aunque algunas congregaciones pueden organizar programas especiales, su alcance es limitado, a menudo debido a que se trata de iglesias pequeñas.

«El número promedio de miembros de una iglesia es de unas 50 personas. Una congregación de 100 personas sería una iglesia pequeña en otras partes de Latinoamérica, pero aquí es grande», afirma Facundo Luzardo, pastor bautista de la Iglesia Bautista Adulam de Las Piedras y profesor del Seminario Bíblico del Uruguay.

Estas cifras pueden reducirse aún más cuando la gente atiende al llamado de la «Semana del Turismo».

«Lo mismo sucede en la iglesia, muchos de los miembros prefieren otras actividades», dijo Piriz. «Pueden ir al campo, o los padres pueden ir a enseñar a sus hijos a pescar, por ejemplo».

En efecto, la desconexión entre Uruguay y el cristianismo se remonta a mucho tiempo atrás.

Hasta finales del siglo XIX, el país estaba escasamente poblado. «Ni siquiera los indígenas, los charrúas, tenían un sistema de creencias», afirma Pedro Lapadjian, pastor de la iglesia Esperanza en la Ciudad de Montevideo y autor de dos libros sobre la historia de los evangélicos en Uruguay.

La presencia de los católicos romanos, aparentemente omnipresentes en toda América Latina, llegó más tarde a la región. El primer obispo se instaló en 1878, más de 250 años después de que un obispo se instalara en la vecina Buenos Aires.

Aunque muchos uruguayos proceden de países con una fuerte presencia católica, como España, Italia y Francia, «muchos de los inmigrantes que recibimos en el país no tenían creencias firmes, o eran influenciados por las tendencias liberales o masónicas de la Europa del siglo XIX. Incluso muchos de los protestantes», afirma Lapadjian. «Los intelectuales buscaban sus puntos de referencia en la Francia revolucionaria».

Con el tiempo, el gobierno empezó a retirar los símbolos religiosos de la vida pública. El Estado se hizo cargo de cementerios gestionados anteriormente por la Iglesia católica y retiró cruces de escuelas y hospitales.

En 1907, Uruguay fue el primer país de América Latina en legalizar el divorcio. El país legalizó la eutanasia en 2009, y el matrimonio entre personas del mismo sexo y la producción y venta de cannabis en 2013. El aborto, por su parte, fue primero despenalizado en la década de 1930 y finalmente legalizado en 2012.

El protestantismo apareció en Uruguay a principios del siglo XIX gracias a los anglicanos, si bien centraron su ministerio principalmente entre las familias británicas que vivían en Montevideo. Luego llegaron los misioneros: primero los metodistas en 1835, luego los luteranos en 1846 y los presbiterianos en 1849. En la segunda mitad del siglo XIX desembarcaron nuevos grupos, pero su llegada coincidió con la creciente secularización del nuevo país soberano (Uruguay se independizó en 1825).

Actualmente, los evangélicos representan el 8.1 % de la población, según una encuesta de Latinobarómetro de 2021, frente al 4.6 % de 2019. Sin embargo, el 38 % de los uruguayos se definen como ateos o agnósticos.

Estas realidades demográficas determinan la forma en que los líderes evangélicos predican y llegan a sus comunidades. Cuando Lapadjian viaja para hablar en Chile, Bolivia o Colombia, suele bromear: «Voy a América Latina».

«Cuando predicas en América Latina, las personas ya tienen un conocimiento de Dios, de Cristo. Hay algo en común», dice. «Cuando predicas en un país laico, primero tienes que luchar para demostrar la existencia de Dios».

Luzardo define su patria como «un país agnóstico». Él dice que existe cierta curiosidad pública por religiones como el hinduismo o el budismo, pero la mayoría se muestra apática cuando se trata del cristianismo.

«Un uruguayo va a ser muy educado, va a escucharte. Pero no va a mostrar interés», dice Karina T.

Aunque los cristianos uruguayos participan en muchas de las festividades de la Semana Criolla, también encuentran formas de celebrar la Semana Santa.

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En la iglesia Comunidad Vida Nueva, Piriz organiza una pijamada para el grupo de jóvenes el Domingo de Ramos y lleva a los jóvenes a acampar. Algunos predicadores invitados ofrecen sus enseñanzas en servicios especiales el jueves, viernes, sábado y domingo.

Los niños que reciben comidas en el comedor comunitario recibirán huevos de Pascua. Se espera que en cada reunión haya unas 120 personas, el doble de la asistencia habitual a los servicios regulares. «En estas celebraciones, el reto es superar lo que somos», dijo Piriz, esperando que en los servicios haya más visitantes que miembros.

En la iglesia Esperanza en la Ciudad, la predicación de Lapadjian previa a la Semana Santa llamó a sus miembros a adoptar el lema «¡Vamos por Más!» y a servir a su comunidad. La iniciativa incluyó un llamado a donar al banco nacional de sangre, que perdió parte de sus reservas en enero cuando su edificio quedó parcialmente destruido por un incendio.

«La Pascua es donación de sangre, porque la sangre de Jesucristo fue derramada para el perdón de nuestros pecados», dijo.

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History

Leyendo la Biblia entre mujeres

Caricaturizar a Rajab y otros personajes femeninos de las Escrituras a menudo deja de lado su contribución.

Christianity Today March 26, 2024
Ilustración de CT / Fuente Imágenes: Wikimedia Commons / Unsplash

Hace varios años, me invitaron a escribir las notas para una nueva Biblia de estudio para mujeres. El proyecto fue inesperado y me pareció inusual, porque yo nunca había leído una Biblia de estudio para mujeres y era escéptica acerca de la necesidad de una. ¿Por qué no podemos todos leer la misma Biblia? Pero después de orar acerca de la oferta, me sentí impulsada a aceptar, con la esperanza de poder ofrecer algo de valor a las mujeres que adquirieran la Biblia. ¡No tenía idea de cuán transformador terminaría siendo el proyecto para mí!

En mis cuatro décadas trabajando en escuelas cristianas, iglesias y otros ministerios (y con tres títulos académicos en estudios bíblicos), nadie me había pedido nunca que leyera la Biblia como mujer y para mujeres. Nunca me había acercado a la Biblia preguntando: ¿Qué se van a preguntar las mujeres cuando lean esto? ¿Qué les va a molestar? ¿Qué captará su atención?

Debido a que mis pastores y profesores de teología eran todos hombres, y la mayoría de los libros que leí sobre la Biblia fueron escritos por hombres, aprendí a leer las Escrituras genéricamente, ignorándome a mí misma tanto como fuera posible para poder ver el mundo a través de sus ojos. Algunos de mis profesores consideraron la difícil situación de las mujeres o los roles de las mujeres, pero ninguno de ellos tenía experiencias de carne y hueso que les ayudaran a adentrarse en las historias bíblicas de mujeres. Esto no era su culpa y no hizo que sus enseñanzas fueran irrelevantes, pero sí hizo que mi comprensión de las Escrituras fuera incompleta.

Mientras releía el Antiguo y el Nuevo Testamento, centrándome tanto en las mujeres del texto como en las mujeres que lo leerían, muchas historias bíblicas cobraron vida para mí de una manera completamente nueva. Me vi obligada a luchar con pasajes difíciles que parecían difíciles para las mujeres. Pero mientras luchaba con estas historias con la ayuda de otros, descubrí ideas profundas sobre la bondad de Dios.

Leer a nombre de las mujeres también me sensibilizó sobre los personajes femeninos de las Escrituras que con demasiada frecuencia son marginados o caricaturizados con etiquetas unidimensionales como prostituta, hermana, seductora, viuda. Estas representaciones no son solo inexactas en ocasiones, sino que a menudo pueden distraer la atención de facetas más importantes de su carácter, como su coraje, lealtad, creatividad y determinación, así como de su contribución vital al plan de redención de Dios esbozado en la narrativa bíblica.

Uno de esos personajes es Rajab, a cuyo nombre nos apresuramos a agregar, la prostituta. La historia de Rajab a veces se reduce a una conclusión trillada: Dios está dispuesto a utilizar incluso a los pecadores más viles para lograr sus propósitos, ¡incluso a las prostitutas extranjeras! Sin embargo, su personaje aporta mucho más significado a la historia de Israel.

Rajab era ciudadana de Canaán, uno de los pueblos «enemigos» que ocupaban la Tierra Prometida a quienes Jehová [Yahvé] mencionó en su promesa al pueblo de Israel: «haré que tus enemigos te tengan miedo, se turben y huyan de ti» (Éxodo 23:27). El plan de Dios implicaba desmantelar el culto cananeo a Baal y otros dioses, de una forma u otra. Deberíamos encontrar sorprendente, entonces, que la primera conversación registrada con un cananeo en el libro termine con una promesa por parte de Dios de protegerla a ella y a su familia.

Josué a menudo tiene mala reputación por representar a un Dios violento que tiene sed de sangre cananea; no obstante, la historia de Rajab nos recuerda que no debemos leer el libro de manera absoluta. Para dimensionar correctamente nuestras expectativas, comencemos con las instrucciones específicas de Dios sobre qué debían hacer exactamente los israelitas cuando entraran a la tierra: «Derribarás sus altares, harás pedazos sus piedras sagradas y sus imágenes de la diosa Aserá y prenderás fuego a sus ídolos» (Deuteronomio 7:5). No encontrarás sangre en estos versículos, ya que la destrucción que Dios instruye no está dirigida contra las personas, sino contra las piedras que adoraban.

En cuanto a los propios cananeos, a los israelitas se les prohibió casarse con ellos o hacer tratos con ellos. La razón de esta prohibición no fue racial sino religiosa: «porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses» (v. 4). Ese pueblo estaba herem, o «fuera del alcance» de los israelitas. El plan A de Dios era expulsar a los cananeos de la tierra (lo cual no sería posible si estuvieran muertos). Sí, hubo cananeos que murieron cuando los israelitas entraron en la tierra, pero matarlos no era el objetivo: desmantelar su adoración pagana y preservar la fidelidad de los israelitas sí lo era.

En la película de DreamWorks de 2010 Cómo entrenar a tu dragón, una aldea vikinga invierte una enorme cantidad de energía para defenderse y protegerse contra los ataques de los dragones. Sus hijos incluso aprenden a matar dragones en la escuela. Pero cuando un muchacho del pueblo (acertadamente llamado Hipo) se encuentra con un dragón herido (un «Furia Nocturna» al que llama Chimuelo), no lo mata, sino que se hace su amigo e incluso construye una prótesis para su cola a fin de ayudarlo a volar nuevamente. El comportamiento de Hipo es considerado imprudente e incluso es acusado de traición contra su pueblo. Domar dragones no era el plan. Tampoco lo era «domesticar» a los cananeos.

Entonces, ¿por qué se libró Rajab de la destrucción que vendría en la batalla de Jericó?

Comencemos por el principio de la historia, cuando Josué envió dos espías a explorar a Jericó y sus alrededores antes del ataque (Josué 2:1). Irónicamente, dadas las instrucciones de Dios de no tener relaciones sexuales con los cananeos, estos espías se refugiaron en la casa de una prostituta llamada Rajab. Es posible que una casa de mala reputación haya sido el único establecimiento de la ciudad donde los visitantes podían rentar una habitación, o quizás era el lugar más seguro para pasar desapercibido y evitar la atención indebida.

De cualquier manera, el rey los descubrió y exigió a Rajab que entregara a los espías. Ella, en cambio, los escondió y mintió para protegerlos, enviando a los hombres del rey en una búsqueda inútil. A cambio de su seguridad, los espías le prometieron a Rajab que ella y su familia se salvarían en la batalla inminente. Pero la pregunta aquí es, ¿los espías israelitas ignoraron flagrantemente las instrucciones de Dios con respecto a los cananeos? ¿O es Rajab un caso especial?

El factor clave a considerar es la lealtad de Rajab a Jehová e Israel en lugar de al rey de Jericó. Su soliloquio a los espías es una de las declaraciones de fe más poderosas que salen de labios de un extranjero en toda la Biblia hebrea: «Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra», les dijo. «Por eso un gran terror ante ustedes ha caído sobre nosotros; todos los habitantes del país han perdido el ánimo a causa de ustedes. Tenemos noticias de cómo el Señor secó las aguas del mar Rojo para que ustedes pasaran, después de haber salido de Egipto» (Josué 2:9-10).

Rajab contó las victorias de Israel sobre Sijón y Og, los reyes amorreos que se negaron a dejarlos pasar pacíficamente en su camino hacia la Tierra Prometida. Ella concluyó: «Por eso estamos todos tan amedrentados y descorazonados frente a ustedes. Yo sé que el Señor su Dios es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra» (v. 11).

El testimonio de Rajab es inequívoco: reconoce a Jehová como la deidad suprema. Sus palabras hacen eco del cántico de Moisés y Miriam en Éxodo 15, que anunciaba:

Las naciones temblarán al escucharlo; la angustia dominará a los filisteos. Los jefes edomitas se llenarán de terror; temblarán de miedo los jefes de Moab. Los cananeos perderán el ánimo, pues caerá sobre ellos pavor y espanto. (vv. 14-16)

Para todos los efectos, Rajab ya no es cananea. Ella ha declarado lealtad al Dios de Israel. Salvar a Rajab se alinea con la promesa de Dios a Abraham en Génesis 12:3: «Bendeciré a los que te bendigan».

Volviendo a la ilustración de nuestra película, Rajab es el dragón desdentado, y los espías son el Hipo en el plan de Israel para expulsar a los cananeos. Pero el escritor del Libro de Josué no considera que el comportamiento de los espías sea problemático. De hecho, muestra a Rajab como una heroína y los israelitas, a cambio, le salvan la vida. Y sabemos que la historia de Rajab termina, con un «felices para siempre» porque se casa con un miembro de la comunidad israelita. Curiosamente, Salmón, el marido de Rajab, era nieto de cuarta generación de una mujer cananea, lo que podría haber influenciado su perspectiva sobre los «extranjeros».

Más tarde, Rajab y Salmón tuvieron un hijo, Booz, que se convirtió en bisabuelo del rey David después de casarse con Rut, una viuda moabita, otra extranjera «fuera de alcance» que se convirtió en israelita (ver Rut 4:18-22; Mateo 1:2-6). A través de su lealtad al Dios de Israel, estas mujeres se vuelven no solo periféricas en la historia de Israel sino centrales en ella. Rajab, al igual que Tamar, Miriam, Séfora y tantas otras, no son solo accesorios sino instrumentos primarios en el plan de Dios para la redención tal como se narra en las Escrituras.

Al igual que Tamar la cananea (Génesis 38), Jael la quenita (Jueces 4) y Rut la moabita (Rut 1–4), Rajab se convierte en un modelo de fe y una aliada del pueblo de Dios. Al salvar a los espías israelitas, humaniza al «otro» y participa en la realización del plan divino de Jehová. Rajab es un brillante ejemplo de aquello que es posible: un mundo en el que aquellos destinados a la destrucción pueden unirse al pueblo de Israel en su adoración al único Dios verdadero.

Quizás no debería sorprendernos, entonces, que Rajab aparezca en el Evangelio de Mateo como una antepasada de Jesús, quien también eligió salvar y «domesticar» a aquellos que alguna vez fuimos enemigos de Dios, aunque nosotros también estábamos destinados a la destrucción.

Carmen Joy Imes es profesora asociada de Antiguo Testamento en la Universidad de Biola. Contribuyó con notas a dos Biblias de estudio para mujeres, la primera de las cuales se publicará el 7 de mayo de 2024. Every Woman's Bible (NLT), Tyndale House Publishers.

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