Theology

Dios es tu Padre, no tu papá

Sin darnos cuenta, hemos adaptado la imagen de Dios a nuestros estándares culturales.

An illustration of a father and daughter holding hands.
Christianity Today December 15, 2025
Illustration by Nicholas Stevenson

Cuando el teólogo David H. Kelsey preguntó en 1993 qué había pasado con la doctrina tradicional del pecado, su preocupación no era que hubiera desaparecido. Más bien era que se había transformado, pasando de entenderse originalmente como una enfermedad que necesita una cura, a entenderse como una relación distanciada que necesita restauración. En la primera versión, somos personas enfermas de pecado, condenadas a morir sin intervención. En la segunda, estamos alejados de Dios y necesitamos acercarnos a Él.

Ambas visiones son bíblicas. Pero con este cambio (al pasar de cristianos enfermos de pecado a ser cristianos alejados), hemos adoptado una nueva visión acerca de cuál es el problema de la humanidad y de cómo solucionarlo. En la primera visión, necesitamos un médico que nos recete una cura. En la segunda, necesitamos un terapeuta, alguien que nos ayude a modificar nuestro comportamiento. Si necesitamos un médico, el problema es sistémico; si necesitamos un terapeuta, el problema es el ego. También hay una diferencia en cuanto a la intervención necesaria. Los enfermos necesitan un médico (Marcos 2:17), pero los que están alejados de Dios simplemente pueden acercarse. Esto también afecta nuestro diagnóstico: ¿nuestra naturaleza está realmente dañada o simplemente estamos sufriendo las consecuencias de creencias falsas sobre nosotros mismos?

Nuestra cultura del bienestar, por ejemplo, nos recuerda constantemente sobre los peligros del entorno que hemos construido (microplásticos, carcinógenos y conservadores peligrosos en los alimentos) y nos anima a reconectar con el mundo natural ajustando nuestros cuerpos a sus «ritmos circadianos» y evitando los males de la luz azul que emana de nuestros teléfonos. Esta orientación, aunque útil, refleja el mismo tipo de cambio de paradigma sobre el que advertía Kelsey. Cuando nos movemos por el mundo, ¿nos encontramos sufriendo una enfermedad inherente a la naturaleza? ¿O somos simplemente víctimas de nuestro entorno (por ejemplo, de una enseñanza deficiente o de estructuras eclesiásticas inadecuadas)? Podríamos pensar que un evangelio más holístico, o una forma más saludable de ver a Dios, es toda la cura que necesitamos.

¡Síguenos en WhatsApp y recibe novedades de CT en español en tu teléfono!

Como teóloga, aplaudo la búsqueda de mejores formas de hablar de Dios y la naturaleza que Él creó. No obstante, veo en nuestro discurso religioso el mismo tipo de contradicción que veo en nuestra búsqueda de la «Madre Naturaleza». En lugar de vernos a nosotros mismos como necesitados de un Dios santo que pueda guiarnos a través de un mundo hostil, imaginamos que la naturaleza tiene la intención de nutrirnos, guiarnos y curarnos. Pero, ¿es esa la verdad sobre la naturaleza o sobre Dios?


Soy admiradora de la experta en educación en el hogar Charlotte Mason, cuya teoría educativa se basa en una interacción regular no estructurada con el mundo natural. «La naturaleza nunca ha traicionado al corazón que la ama», escribió Mason, citando a William Wordsworth, «y, a cambio de nuestra observación refinada y amorosa, nos da la alegría de una intimidad hermosa y deliciosa».

Como madre joven, las teorías de Mason me parecieron inspiradoras y decidí aplicarlas con mis propios hijos como parte de su educación preescolar. Quería que mis hijos notaran la diferencia entre los retos que podían afrontar por sí mismos y aquellos en los que necesitaban ayuda. Quería que sintieran los efectos del clima impredecible y que escalaran montañas que pusieran a prueba su resistencia. En palabras del poeta Rainer Maria Rilke, quería que se sintieran «derrotados por cosas cada vez más grandes».

Lidiamos con muchos insectos. Y con el calor. Y con una humedad terrible. Lidiamos con mosquitos, sanguijuelas y una serpiente acuática. En invierno, encontramos nieve y hielo. Por cada paisaje impresionante y cada pájaro en vuelo había una quemadura de sol y un esguince de tobillo. Caminábamos con dificultad por el bosque, a veces encantados, pero a veces orando para encontrar la salida.

Los cristianos y los curiosos espirituales hablan a menudo de «encontrar a Dios en la naturaleza». Lo vemos en el canto de los pájaros, en los grandiosos paisajes o en los acantilados del océano. La naturaleza que amamos está llena de senderos bien señalizados y festivales de luz, con copos de nieve, colinas para trineos y cardenales en los comederos para pájaros. Pero es difícil ignorar que los clichés persisten.

Hablar de la «dulzura de la naturaleza» despierta sentimientos encantadores, pero difíciles de demostrar. Una descripción fiel de la naturaleza tendría que examinar cómo su exquisita belleza se combina con lo que parece ser una furia subyacente e impredecible. El «rojo en los dientes y en las garras» del que escribió Alfred Lord Tennyson ha sido en gran medida eliminado de nuestra experiencia del mundo natural, con nuestros senderos suavizados y definidos, y nuestros repelentes de insectos.

Pero no hay que esforzarse mucho para encontrar en la naturaleza signos de virus y enfermedades, de animales diseñados para la depredación violenta y de ríos que se desbordan. Cuando los huracanes destruyen nuestros medios de vida, la tentación es plantear la eterna pregunta «¿Acaso fue Dios quien hizo esto?», en lugar de preguntarnos «¿Podría Dios liberarnos incluso de esto?».


Según Kelsey, el pecado solía considerarse como un estado real que ponía a los seres humanos en contra de Dios. Esta historia comenzó con la creación, y el drama central de la persona humana era la historia de la sanación de nuestra enfermedad.

Pero la historia del pecado pasó de poner a la Creación en el centro a convertirse en el relato de la persona humana (lo que los teólogos llaman «antropología teológica»), lo que significaba que ya no era una historia universal sobre la creación, sino un relato de nuestro alejamiento individual de Dios.

En la segunda versión, la historia del pecado se centra menos en cómo Dios creó el mundo y más en cómo se experimentan a sí mismas las criaturas humanas. Kelsey escribe sobre los efectos de este cambio: «Las historias de la caída y el pecado expresan nuestra conciencia de que las formas concretas en que vivimos realmente, los “cómos” de nuestras vidas, son contradictorias con “lo que” realmente somos». Continúa: «En consecuencia, una doctrina del pecado describe esa contradicción y lo que se necesita para evitarla». El objetivo de la persona humana, entonces, es alinearse mejor con la identidad de un ser creado y amado por Dios, y evitar la identidad introducida por el pecado de alguien que es malvado y está separado de Dios.

La pregunta aquí es: ¿el relato del pecado y la humanidad es uno de un verdadero distanciamiento causado por un deterioro real de nuestra naturaleza, o es simplemente un distanciamiento percibido, resultado de creer una historia errónea sobre nosotros mismos? Este estado de distanciamiento ante Dios también puede denominarse «pecado». Pero, en la práctica, convierte al pecado principalmente en una realidad psicológica. Su realidad y su cura se centran en gran medida en cómo nos sentíamos ante la presencia de Dios y cómo imaginábamos que Dios se sentía respecto a nosotros.

En estas perspectivas, el espejo teológico ha pasado de centrarse en Dios a centrarse en nosotros mismos. Esto puede llevarnos a buscar curas para nuestra difícil situación en cosas como la búsqueda del bienestar, la terapia y la autoestima, cuando lo que realmente necesitamos es a Dios. Puede hacer que sintamos que la enfermedad de nuestra alma (nuestra alienación, nuestro dolor, nuestro distanciamiento) no es el resultado del pecado, sino un problema que necesita una solución terapéutica. La etiquetamos como nuestra debilidad o la culpa de otra persona. Puede llevarnos a arremeter contra nuestras familias, nuestros padres y las instituciones religiosas por no «arreglar» los errores que hay en ellas. Podemos romper con nuestras familias de origen y protegernos de los daños de la religión institucional, pero esto nos deja perdidos, destrozados y desesperados.

Una visión enferma del alma (la primera que describe Kelsey) nos diría, en cambio, que todos estos distanciamientos percibidos son el resultado del pecado y que necesitamos un Salvador para solucionarlo. La búsqueda del bienestar y la terapia demuestran ser malas curas para lo que nos aflige.


En Mateo 6, la forma de dirigirse a Dios que utiliza Jesús en su oración identifica a Dios como «Padre», como el origen de todas las cosas. Le atribuye el papel de generador de vida y reconoce su autoridad sobre el mundo y sus criaturas. Pero «Padre» conlleva una enorme carga cultural y personal. Después de todo, los padres pueden ser castigadores. Pueden ser abusivos y violentos, y capaces de causar un gran daño a sus hijos. «Padre» es un título que huele a autoridad que podría ser mal utilizada. Entonces, ¿por qué no sería mejor «papá»?

En lugar de hablar de Dios como Padre, hemos llegado a preferir una imagen de Dios como un buen papá. Después de todo, se espera que los papás estén emocionalmente presentes. Son capaces de enseñar a sus hijos habilidades y aficiones importantes, y su éxito en su papel está relacionado con la calidad de la relación que comparten con sus hijos. Deben controlar su ira y nunca asustar a sus hijos. Deben guiarlos con delicadeza y no avergonzarlos con sus instrucciones. La amistad con hombres así es algo que se da por sentado. Esto parece estar más cerca de la visión de Dios que deberíamos buscar.

Y si papá es bueno, ¿no podría madre ser mejor? Después de todo, las madres se asocian con la calidez emocional y el cuidado. Los defensores afirman que el uso de madre es especialmente atractivo para quienes más han sufrido bajo el yugo del patriarcado, generando una acogida favorable y posiblemente reduciendo algunas de las malas hierbas de las prácticas religiosas que han mantenido a las mujeres a raya.

Pero no hay nada intrínsecamente bueno en madre, de la misma manera que padre presenta sus propios retos. Hay madres asfixiantes, enfadadas y controladoras. También las hay negligentes. Al dar prioridad al lenguaje femenino sobre el masculino para referirnos a Dios, corremos el riesgo de sustituir un primer exceso conceptual por otro.

Pero la cuestión más importante es que, al cambiar los términos que se alejan de Padre, estamos tratando de hacer relaciones públicas para la fe. Al tratar de hacer a Dios más accesible y emocionalmente cálido, hemos terminado con una imagen de Dios que se parece más a un gran hombre en el cielo que al Dios de la Biblia.

Cuando Dios no cumple nuestras expectativas al no ser lo que percibimos como bondadoso, al no concedernos lo que pedimos o al no cumplir nuestros estándares de trato equitativo, tendemos a renunciar a Dios en lugar de a las imágenes que hemos creado acerca de Él. Esperamos que Dios venga como un bebé vulnerable, para admirarlo y acostarlo en la cuna cuando nos cansemos de él. Pero, al igual que los bebés reales, Dios viene a nosotros con un rugido perturbador, defraudando nuestras expectativas para finalmente superarlas.

Especialmente en Navidad, nos sentimos tentados a anhelar al «Jesús gentil, manso y humilde» que describen los villancicos. Me he preguntado si los autores de esos himnos tenían hijos, o al menos hijos como los míos, algunos de los cuales vinieron a mí como si hubieran salido disparados de un cañón. Los niños desbaratan nuestras expectativas sobre ellos. Dios, al venir a nosotros como uno de ellos, busca hacer lo mismo.

Al llamar a Dios «Padre», podemos eliminar nuestras expectativas sobre los padres, al ver a Uno cuya autoridad no sirve para hacer daño, sino para desbancar los poderes malignos de este mundo.

Aquí es donde la naturaleza puede enseñarnos sobre Dios, pero no de la manera en que nos gustaría pensar.

Cuando Dios viene a Israel, el mundo natural es a menudo su vehículo. Dios parece estar especialmente familiarizado con el agua. Primero, en los días de Noé, tenemos el gran diluvio, cuando Dios destruye la civilización debido a su grave infidelidad. El agua es la pala con la que Dios excava, arranca y arroja los escombros de ese mundo perdido. Luego está el Mar Rojo, donde Dios hace una columna de agua para que Israel pueda atravesarlo. Entonces los egipcios se ahogan con sus caballos y carros, y el agua vuelve a actuar como agente tanto de liberación como de juicio.

Elías sostiene a una viuda cuyo hijo está a punto de morir por la falta de lluvia. El profeta de Dios parece abordar no la enfermedad del niño, sino la ausencia de agua. Cuando caen las últimas lluvias y se llenan los pozos, es una señal de la provisión de Dios (1 Reyes 18). Jeremías y Joel sufren ambos la sequía y llaman a su pueblo al arrepentimiento para que Dios envíe la tan anhelada lluvia.

Las cantidades adecuadas de agua demuestran la presencia de Dios con su pueblo; su ausencia refleja la de Dios. Cuando los discípulos comentan: «¡Hasta los vientos y el mar le obedecen!» (Mateo 8:27, NVI), se refieren a aquel que liberó a Israel a través de las aguas, manteniendo a raya su poder destructivo.

Las imágenes que vemos en la Biblia hebrea son las de un Dios que obra a gran escala tanto para rescatar como para liberar. La teología de Israel se desarrolló en torno a estos grandes actos. El asombro, el misterio e incluso el temor abrumador caracterizan los encuentros de Israel con Dios.

«¡Ay de mí!», dice el profeta Isaías al contemplar a Dios. «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros…» (Isaías 6:5). Dios no lo abraza ni le pide un favor. Isaías teme su muerte inminente.

Dios, por supuesto, no es solo temor y actos de asombro. También es provisión, cuidado y sustento. Pero Dios no puede ser lo uno sin lo otro. Que Dios esté presente para cuidar de la viuda y el huérfano depende de la capacidad de Dios para actuar e intervenir, en todo momento y en todo lugar. No se trata de un poder meramente humano. Dios no puede ser quien provee para la viuda sin ser quien creó el océano profundo y todo lo que nada en él. El poder de separar la tierra de las aguas y contener el agua con una fuerza imponente es el mismo poder que trae la lluvia suave para nutrir la tierra.

Ante un Dios así, haces ciertas cosas. Quizás te arrodillas con reverencia. Quizás te postras y te cubres la cabeza con temor. Quizás levantas las manos hacia el cielo. A veces, cuando estás enojado, podrías intentar luchar contra Él. Pero quedarías cambiado. Y cojearías para siempre.

Ya no vemos a Dios en las aguas turbulentas. Muchas de nuestras expresiones y prácticas religiosas están orientadas hacia el Dios de las aguas tranquilas, no hacia el Dios que vino en una poderosa inundación. No se trata solo de nuestra música de adoración y nuestra preferencia por los sermones tranquilizadores. Es el tipo de consuelo que nos da imaginar cómo es este Dios. Muchos de nosotros queremos un rey humilde; el Cordero y nunca el León. Nos hemos acostumbrado tanto al «Jesús gentil, manso y humilde» que olvidamos que también es un guerrero.

Por supuesto, Jesús es la respuesta de los cristianos a cómo Dios puede ser tanto el que viene a juzgar como el que viene a sanar. Pero esto puede derivar fácilmente en lo que parece una progresión inevitable de vengador a amigo, y puede hacer que parezca que el triunfo es del evangelio terapéutico y no del Dios santo que vino a formar parte de la historia. Los cristianos deben mantener unidos conceptualmente al hombre que se convirtió en nuestro amigo y al que controla las poderosas aguas. Y no siempre es fácil hacerlo.

A medida que nuestras necesidades percibidas se han vuelto cada vez más internas —más altas en la escala de Maslow de pertenencia, autoestima y autorrealización—, hemos ajustado nuestro discurso teológico en esta dirección. Enfatizamos que la iglesia es un lugar de pertenencia más que un lugar de creencias compartidas y que el compromiso sincero con el evangelio tiene que ver con nuestro crecimiento personal más que con nuestra adoración al Dios trino. Hablamos de Dios como la base de nuestra personalidad, alguien que revela nuestras vocaciones, más que como Creador y sustentador.

Todo esto fue probado por las iglesias tradicionales de finales del siglo XX. Como muchas de estas iglesias han descubierto, la gente no necesita un Dios que exista para reforzar su autoestima.

Todo este lenguaje se queda en nada cuando se enfrenta a un mundo natural que no se ocupa de la pertenencia, sino de la amenaza y el peligro. En una época de aumento del nivel del mar y de alteraciones climáticas, debemos recordar la peligrosa discrepancia entre el Dios del que hablamos en nuestro lenguaje religioso popular y el Dios que necesitamos tan desesperadamente: uno que juzga, rescata y libera.


Cuando se trata de la formación de la fe, los cristianos piensan mucho en el cómo, pero yo he estado pensando más en el tipo de Dios del que le estamos hablando a las personas. Nuestras prioridades a menudo se inclinan hacia el reconocimiento de la extralimitación cultural del cristianismo —su patriarcado latente o sus estructuras de poder injustas— o hacia la teología negativa que ha dañado la autoestima de las personas. Se nos dice que enseñar sobre el pecado crea odio hacia uno mismo y que hablar del juicio divino incita al miedo. 

Pero pensamos muy poco en el daño que supone presentar a un Dios que es solo un amigo y nunca un Salvador.

Cuando David Kelsey terminó su ensayo sobre la «migración» o «transformación» del pecado, lo hizo con una advertencia sorprendente, viniendo de un teólogo tradicional. El pecado, dice, no ha sido olvidado por la corriente principal; simplemente existe bajo otros nombres o en diferentes formas, como la injusticia o la desigualdad. Ambas son formas de hablar del pecado sin hacer referencia a la religión.

O tal vez la razón de su desaparición sea completamente diferente,  dice Kelsey. Quizás «no se trate tanto de un desuso del concepto de pecado como de un abandono del concepto de ira divina», escribe, «pues, si no hay necesidad de hablar de la ira de Dios, entonces no hay mucha necesidad de hablar del pecado que provoca esa ira».

H. Richard Niebhur predijo esto cuando escribió que «un Dios sin ira llevó a los hombres sin pecado a un reino sin juicio a través de los ministerios de un Cristo sin cruz». La gente no busca un Cristo sin cruz. Lo que buscan es una cruz que nos lleve a un mundo sin sufrimiento, sin fracasos, sin luchas y sin debilidades.

El tipo de salvación que buscamos no es solo una sin ira: también es una que desea un mundo que no existe, es decir, un mundo sin aguas embravecidas. Al ver a Dios como papá y no como padre, llegamos a esperar de Dios las cosas que esperamos de los padres: calidez, apego, disponibilidad y prevención del daño. Pero esto no refleja al Dios que vino en el agua. No necesitamos una lección de natación. Necesitamos un Dios que pueda salvarnos de los ríos embravecidos y, si no lo hace, un Dios que pueda reunirnos a su lado mientras esperamos la resurrección. Solo Dios Padre Todopoderoso puede hacer algo así. Y necesitamos a un Dios así.

Kirsten Sanders es teóloga y fundadora de Kinisi Theology Collective.

Para recibir notificaciones sobre nuevos artículos en español, suscríbete a nuestro boletín digital o síguenos en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram o Telegram.

Novedades

Dios es tu Padre, no tu papá

Kirsten Sanders

Sin darnos cuenta, hemos adaptado la imagen de Dios a nuestros estándares culturales.

Lágrimas de Navidad

Jonah Sage

La vida de Jesús comenzó y terminó con lágrimas para que, a través de la resurrección, nuestros días de lágrimas fueran contados.

Cuando la oscuridad está dentro

Ronnie Kurtz

Dios ilumina no solo el cielo con estrellas fulgurantes en la creación, sino también los rincones oscuros de nuestras almas.

Busquemos la luz

Jonathan Holmes

En tiempos de oscuridad, mi palabra de aliento para mi propio corazón y para el tuyo es que hagamos lo que sea necesario para inclinarnos hacia la Luz.

¿Has visto saltar a los terneros?

Jared C. Wilson

Estos cuerpos que inevitablemente se deteriorarán finalmente darán paso a cuerpos incorruptibles que vivirán eternamente.

Lecturas devocionales de Adviento 2025 de Christianity Today

Ronnie Martin

Un devocional de Christianity Today para la temporada de Adviento a través de la adoración.

News

El artista cristiano número uno en las listas de popularidad actuales no tiene alma

Solomon Ray, un artista musical generado por inteligencia artificial, ha suscitado un debate entre los oyentes, provocando la reacción del popular cantante Forrest Frank.

News

Cristianos de 45 países piden a China que libere al pastor de la iglesia Zion

Las autoridades chinas han detenido oficialmente a 18 líderes. Podrían enfrentarse a tres años de cárcel.

Apple PodcastsDown ArrowDown ArrowDown Arrowarrow_left_altLeft ArrowLeft ArrowRight ArrowRight ArrowRight Arrowarrow_up_altUp ArrowUp ArrowAvailable at Amazoncaret-downCloseCloseEmailEmailExpandExpandExternalExternalFacebookfacebook-squareGiftGiftGooglegoogleGoogle KeephamburgerInstagraminstagram-squareLinkLinklinkedin-squareListenListenListenChristianity TodayCT Creative Studio Logologo_orgMegaphoneMenuMenupausePinterestPlayPlayPocketPodcastRSSRSSSaveSaveSaveSearchSearchsearchSpotifyStitcherTelegramTable of ContentsTable of Contentstwitter-squareWhatsAppXYouTubeYouTube