No fuimos creados para soportar el peso del pecado en este mundo. Sin embargo, a juzgar por nuestra constante vigilancia sobre cada noticia de última hora, a menudo parece que nos empeñamos en intentarlo.
La viralización de las noticias se ha convertido en un verdadero virus social que ha distorsionado nuestro sentido de la realidad. Al igual que la gripe provoca fiebre, este virus tiene sus propios síntomas: un deseo insaciable de mantenernos informados, de responder a las noticias o de discutir sobre caricaturas de personas que creamos a partir de fragmentos y comentarios inconexos. Esta enfermedad social se propaga en aislamiento mientras miramos a nuestras pantallas, pero es muy contagiosa.
Cuando se produce una noticia de última hora importante, la viralización se alimenta de la polarización, la venganza y la ambición egoísta como si fuera oxígeno. Se ve impulsada por los vientos del racismo, la xenofobia, la arrogancia y la apatía en todo el espectro político.
No hace falta que te diga, querido lector, que incluso los cristianos no logran apoyarse en los anticuerpos espirituales que pueden ralentizar, resistir y destruir este virus. Cuando se propaga, el tipo de amor sincero que caracteriza nuestra fe (Romanos 12:9-20) desaparece. En lugar de aborrecer el mal, muchos lo celebran o lo minimizan. Las artimañas de Satanás nos atacan como flechas ardientes y encuentran la carne dispuesta a complacerlas (Gálatas 5:16-26). El escudo de la fe que menciona el apóstol Pablo en Efesios 6:16, por su parte, no tiene abolladuras, puesto que rara vez se levanta.
A principios de este año, cuando los titulares se centraron en el servicio de oración inaugural en la Catedral Nacional de Washington, me sentí atrapado por la viralización. Envié un mensaje de texto a un amigo y lamenté que incluso un valor como la misericordia hacia los refugiados e inmigrantes se hubiera convertido en un concepto politizado para una gran parte del país. «No deberíamos… dar por sentado que podemos apelar a su mejor naturaleza. Porque ellos pueden carecer de ella», escribí (énfasis añadido).
Pero estaba equivocado y lleno de desesperanza. Estaba tan desanimado por la situación de mi país que perdí de vista mi propia mejor naturaleza. Mi propio escudo de la fe yacía en el suelo mientras dedicaba mi tiempo a entretenerme con una guerra cultural retórica al estilo gladiador. Pensaba que la derrota de un enemigo ideológico era el único camino a seguir.
Mi amigo me dijo que en ese momento, yo estaba siendo tentado de combatir fuego con fuego. Y, en cierto modo, así era. A menudo pensaba en el camino a seguir como en una quema controlada, una técnica que permite a los equipos de bomberos detener la propagación de los incendios forestales encendiendo un fuego controlado por delante de la trayectoria del incendio. La estrategia tiene por objeto eliminar cualquier vegetación que pueda alimentar las llamas.
En mi mente, la técnica era análoga a las estrategias desplegadas durante movimientos pasados como Black Freedom Struggle (Lucha por la Libertad Negra), liderada por el clero: tácticas decididas, no violentas y controladas destinadas a detener la destrucción confrontándola. Pero ya no creo que este tipo de contrafuego cultural refleje suficientemente lo que llevaron a cabo tus antepasados, ni es lo que se necesita para detener los incendios culturales corrosivos que caracterizan cada vez más a Estados Unidos y a otros países.
Recientemente, descubrí otra estrategia para combatir los incendios forestales: un cortafuegos verde. No se basa en el fuego para combatir el fuego, sino en la vegetación verde y viva: una barrera de plantas que a menudo se ve alrededor de los campos de cultivo o las casas en zonas amenazadas por el fuego.
Los expertos te dirán que estos cortafuegos se plantan estratégicamente para servir como límite preventivo y protector contra un incendio. Si se produce un incendio, pueden reducir la destrucción que se produce.
Los cortafuegos verdes son eficaces por diversas razones, pero hay una característica que destaca por encima de todas: la humedad. El agua almacenada en el interior de las plantas puede ayudar a apagar las llamas. Y, como puedes imaginar, se plantan de forma preventiva y se cultivan antes de que llegue la destrucción.
Como metáfora de la acción social, estos cortafuegos reflejan lo que Howard Thurman, mentor filosófico de Martin Luther King Jr., denomina «los manantiales del pensamiento creativo».
Thurman se preocupaba por redirigir nuestros recursos espirituales para cultivar comunidades que pudieran ser reservas de amor, no de odio. Pensaba en cómo convertirse en un cortafuegos en lugar de en pirómano, y en cómo moldear a un pueblo caracterizado por la vida en lugar de por la muerte (Romanos 8:1-11). En última instancia, llevó a sus oyentes a acercarse a la respuesta global de Jesús a nuestros ciclos de decadencia: «Ama a tus enemigos» (Mateo 5:44).
Nuestra cultura necesita un resurgimiento contemporáneo de este tipo de trabajo. Con el auge de las redes sociales, el peso de los pecados del mundo se siente como una realidad siempre presente. Nos desplazamos por la pantalla y vemos episodios horribles: niños asesinados en escuelas, asesinatos públicos, familias que viven entre escombros, y luego, seguimos con nuestras propias vidas.
Este patrón puede llevar rápidamente a la apatía o atraernos a una lucha sin fin en la carne. Puede ser tentador combatir las caricaturas con caricaturas, la arrogancia con arrogancia, o ser siempre tan ruidoso como «el otro lado». Pero combatir el fuego con fuego puede «intensificar el miedo», dijo una vez King. Como resultado, los bandos opuestos se ven envueltos en un ciclo de guerra cultural que continuamente aviva la división en lugar de apagarla.
Es posible un futuro mejor, pero solo se logrará a través de comunidades e instituciones vivificantes comprometidas con la creación de cortafuegos culturales.
He visto cómo esto ha funcionado en la iglesia negra y en el Instituto del Mundo Negro, un grupo de expertos que buscaba crear una comunidad para los líderes religiosos e intelectuales negros durante la agitación social de finales de la década de 1960.
Podemos inspirarnos y aprender de la tenacidad de los antiguos esclavos, incluidos mis antepasados, que vivían en pueblos de libertos negros y «colonias de libertad» fundadas como refugios seguros. También podemos aprender resistencia de la Conferencia de Liderazgo Cristiano del Sur, una organización de derechos civiles que creía en la acción directa no violenta y que desempeñó un papel central en la lucha por la libertad de los negros.
Pero iniciativas y comunidades como estas deben imaginarse, cultivarse y mantenerse de forma intencionada. También deben caracterizarse principalmente por lo que defienden, en lugar de estar motivadas simplemente por lo que rechazan.
En este sentido, estoy de acuerdo con una persona que se identifica como conservadora negra y a la que recientemente escuché expresar su cansancio por las quejas sobre el pasado. «No me levanto cada mañana con el racismo y todas esas cosas negativas en mi mente», dijo. Yo tampoco.
En cambio, me levanto y elijo labrar tierra endurecida, tratar suelos áridos y cultivar mi propia comunidad a través de mi investigación, mis relaciones y mi trabajo. Es la razón por la que puedo esperar con ilusión nuestra gloria futura con un corazón lleno de esperanza (Romanos 8:18-30). Mi oración es que tú también elijas un camino similar.
Tryce Prince, teórico social de raza y religión, es director del Carl Spain Center on Race Studies & Spiritual Action. Participará en el pódcast de próxima aparición The Good Culture Show y en el libro Religion Matters: What Sociology Teaches Us About Religion In Our World. Prince escribe ampliamente en First Sunday.