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La iglesia en Japón se debate entre el crecimiento y la supervivencia

Los cristianos de este país siguen orando por un avivamiento; sin embargo, la perseverancia puede ser su propia recompensa.

Man stands in empty church surrounded by empty chairs and empty pews in Japan. On the left is a pastor's vestment hanging.

Izquierda: Akasaka Izumi en un aula del Seminario Bíblico de Japón. Centro: La iglesia de Mizuno Akiko en Ina. Derecha: Vestimenta pastoral colgada en el Seminario Bíblico de Japón.

Christianity Today July 22, 2025
Fotografías: Ben Weller para Christianity Today
Fotografías: Ben Weller para Christianity Today
Akasaka Izumi sentado en su oficina del Seminario Bíblico de Japón.

La oficina de Akasaka Izumi, el director del Seminario Bíblico de Japón, tiene espacio tan solo para un escritorio, algunas estanterías repletas de libros de teología y una mesa pequeña.

Mientras tomábamos café en unas tazas finas y delicadas, Akasaka miró el reloj. Teníamos programada una conversación con una pastora por Zoom a las 2:30 de la tarde. Como la pastora no se conectaba, a las 2:31 Akasaka comenzó a inquietarse.

«Algo anda mal», murmuró mientras tomaba su celular. «Será mejor que la llame».

«Solo ha pasado un minuto», señalé. Pero él marcó el número de la pastora de todos modos. «Sí, pero, como sabes, somos japoneses».

Aprendí que no es que los japoneses odien la impuntualidad, sino que odian ser desconsiderados. Tal cortesía impresionó tanto al jesuita español Francisco Javier, quien dirigió la primera misión cristiana en Japón en el siglo XVI, que instó a que solo se enviaran al país a los mejores misioneros. Su sucesor, Cosme de Torres, también quedó enamorado de la cultura japonesa. En un informe enviado a Roma, escribió: «Si me propusiera escribir todas las buenas cualidades y virtudes que se encuentran en [los japoneses], se me acabaría el papel y la tinta».

Quinientos años después, Occidente sigue fascinado con Japón. Sin embargo, según me dijo un misionero, la cultura del país es un obstáculo para la evangelización: «La cultura japonesa es hermosa. Es casi perfecta».

¿Cómo se le muestra a un pueblo casi perfecto que también necesita desesperadamente el Evangelio?

En los círculos misioneros, Japón es conocido como «el cementerio de los misioneros», un lugar donde los mejores esfuerzos dan pocos frutos. El país tiene uno de los grupos étnicos no alcanzados más grandes del mundo. Sus más de 125 millones de habitantes cuentan con menos de diez mil iglesias, incluidas las católicas y ortodoxas. Los cristianos representan menos del 1 % de la población japonesa.

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Según datos de 2016 del Congreso de Evangelización de Japón, el 81 % de las iglesias protestantes de Japón tienen menos de 50 asistentes, y aproximadamente un tercio tiene menos de 15. Al momento del congreso, casi tres cuartas partes de los pastores tenían más de 60 años, lo que significa que en el presente muchos de los pastores que siguen sirviendo tienen más de 70 años.

Muchos pastores sienten que no pueden retirarse porque hay pocos ministros jóvenes que estén capacitados para ocupar su lugar. Una encuesta realizada por la Universidad Cristiana de Tokio en 2018 reveló que el 6 % de las iglesias no tienen pastor. Un número similar de congregaciones comparten pastor con otra iglesia.

Estas estadísticas tan desoladoras son las que me llevaron a Japón para conocer a Akasaka en el Seminario Bíblico de Japón en Hamura, un municipio rural a unas dos horas en metro del centro de Tokio. Pasé alrededor de dos semanas en Tokio y Sapporo, donde me reuní con líderes cristianos y misioneros de contextos diversos para ver en perspectiva el futuro de la iglesia japonesa.

Los cristianos japoneses son completamente honestos sobre su situación. Akasaka habla y predica en más de 40 iglesias de todo el país. Él observa una tendencia: pastores de cabello blanco predicando en edificios ocupados solo por un puñado de miembros, también de cabello blanco. Akasaka, de 64 años, es a menudo el más joven entre ellos. «Es desalentador», dijo con un suspiro. «Es desalentador para la generación mayor no poder ver la energía de los jóvenes. No saben cómo atraer a los jóvenes, y ni siquiera logran transmitir su fe a sus propios hijos y nietos».

Hay muchísimas historias de iglesias que no prosperaron. Escuché acerca de un grupo menonita en Hokkaido que fundó diez iglesias. Hoy en día, solo dos siguen en funcionamiento, mientras que las otras ocho están vacías, y los hijos y nietos de los feligreses, que fallecieron hace mucho tiempo, abren de vez en cuando las ventanas para ventilar los santuarios deshabitados.

También se cuenta la historia de un misionero estadounidense que, en la década de 1960, se propuso fundar 100 iglesias en todo Japón. Fundó unas 40, de las cuales, solo diez edificios siguen en pie. Solo en dos de ellos se siguen celebrando servicios religiosos, mientras que en algunos otros viven las viudas de los pastores.

Cuando Akasaka era estudiante en Estados Unidos a finales de los años ochenta, la gente le preguntaba: «¿Cuándo crees que habrá un avivamiento en Japón?». Él respondía: «Cuando la economía japonesa alcance su techo y caiga en picada, tal vez entonces la gente le dé la espalda a Mammón y se vuelva hacia Dios».

En la década de 1990, la economía se hundió y nunca se recuperó por completo. El año pasado, el yen japonés cayó a su nivel más bajo en 34 años. «Sigo esperando ese avivamiento», me dijo Akasaka [enlaces en inglés].

Ha habido momentos en los que parecía que un avivamiento estaba comenzando. Después de la Segunda Guerra Mundial, cientos de misioneros, principalmente de Estados Unidos, llegaron a Japón con comida, ropa y Biblias para llenar el «vacío espiritual», como lo llamó el general Douglas MacArthur. «Si [los misioneros] no lo llenan con el cristianismo», advirtió MacArthur, «se llenará de comunismo». Instó a que 1000 misioneros estadounidenses fueran a Japón, y más de 1500 respondieron al llamado en cinco años.

Después de perder la guerra, Japón estaba derrotado espiritual y físicamente. La población sobrevivía con escasas raciones de papas, y estaba conmocionada por la devastación causada por las dos bombas atómicas y por descubrir que el emperador de Japón no era un dios todopoderoso. La mayoría de los misioneros tenían un deseo sincero de sanar las almas y los cuerpos de los japoneses. Con la ayuda de donantes acaudalados de Occidente, construyeron iglesias, escuelas y hospitales, y miles de personas se convirtieron al cristianismo.

«Sin embargo, no estoy seguro de decir que se trató de un avivamiento», dijo Akasaka. «Los misioneros llegaron con poder y prosperidad, y con el evangelio». Las iglesias estaban repletas y un evento evangelístico en una tienda podía atraer a cientos de personas. La gente estaba hambrienta de algo, pero ¿era el evangelio? ¿o era el poder y la riqueza que representaban los benefactores blancos cuyo país había castigado al suyo? «Cuando los misioneros se fueron, la gente perdió interés en el cristianismo»,  dijo Akasaka.

No obstante, tiempo después, a partir de finales de los años 70, surgió otro movimiento de plantación de iglesias, esta vez principalmente gracias a los esfuerzos de los cristianos locales. Fueron años emocionantes y llenos de optimismo; un periodo de rápido crecimiento económico durante el cual Japón superó al Reino Unido en paridad de poder adquisitivo per cápita. Muchos fueron llamados al ministerio. La mayoría de los pastores que conocí, incluido Akasaka, asistieron al seminario durante este periodo.

En 2003, cuando el Seminario Bíblico de Japón contrató a Akasaka como uno de sus pocos profesores a tiempo completo, esperaban que el número de alumnos siguiera creciendo. En ese momento, el instituto matriculaba alrededor de 60 alumnos nuevos al año.

Para 2010, Akasaka tenía claro que la matriculación estaba disminuyendo. También era claro para los treinta y tantos seminarios evangélicos de Japón. Este año, el Seminario Bíblico de Japón solo ha matriculado a cinco alumnos nuevos. Y ese es un número relativamente alto: muchos seminarios japoneses pueden contar a sus alumnos con los dedos de una mano. Algunos años, no tienen ningún alumno nuevo.

En la novela Silencio, de Shūsaku Endō, un sacerdote jesuita portugués comete apostasía tras años de esfuerzos misioneros aparentemente exitosos en Japón. Cuando otro sacerdote lo confronta, él responde:

Este país es un pantano. Con el tiempo lo verás por ti mismo. Este país es un pantano más terrible de lo que puedas imaginar. Cada vez que plantas un árbol joven aquí, las raíces comienzan a pudrirse y las hojas se vuelven amarillas y se marchitan. Y nosotros hemos plantado el árbol joven del cristianismo en este pantano [traducción propia].

Aunque la obra de Endō es ficción, pude observar un desánimo similar entre muchos cristianos japoneses. Mientras que las iglesias de países vecinos como China, Corea del Sur y Filipinas están floreciendo y multiplicándose, las iglesias japonesas se están marchitando y muriendo. ¿No hay suficientes plantadores? ¿O es que realmente hay algo malo en la tierra? Y, si es así, ¿por qué querría alguien plantar en Japón?

Lam Wai Chan ciertamente no quería hacerlo. Todo lo que había oído sobre Japón le asustaba. Uno de los campos más difíciles del mundo. Fascinante para los turistas, terrible para los misioneros.

Lam se crió en un hogar budista chino en Singapur. Fue el primer cristiano de su familia y, después de trabajar como corresponsal para medios de comunicación japoneses durante cinco años, en 2009 se inscribió en el seminario. Por alguna razón, Japón seguía viniendo a su mente como un intruso, inquietándolo. «No podía sacarlo de mi mente», me dijo Lam. «Intenté olvidarlo. Intenté no pensar en ello, pero siempre estaba ahí».

Fotografía de Ben Weller para Christianity Today
Lam Wai Chan, pastor de la Iglesia de Dios de Nerima, en Tokio.

Lam no quería ser rico ni famoso. «Solo quería una vida tranquila y fácil». Una cosa es sufrir por la misión de Dios, pero ¿quién quiere sufrir por una misión que está condenada al fracaso?

En su primer año en el seminario, un pastor local de la Iglesia de Dios le pidió a Lam que considerara sucederlo en su lugar. Lam, que en ese entonces era un metodista acérrimo, declinó cortésmente, con la excusa de que sentía que su llamado era ir a Japón. Los ojos del pastor se iluminaron. «¡Oh! ¡Tenemos Iglesias de Dios en Japón!», dijo. «Te presentaré a una».

Finalmente, el pastor puso en contacto a Lam con Kanemoto Satoru, pastor de la Iglesia de Dios de Nerima, en Tokio. Con renuencia, Lam acabó yendo a Japón en un viaje de visita de diez días. No quedó convencido. Las iglesias japonesas eran muy unidas, muy cerradas, muy… japonesas. Se sentía incómodo y extraño, como salsa de tomate en un vestido de novia. Sentía que nunca podría pertenecer a ese lugar.

Entonces, durante un almuerzo, Kanemoto y un diácono anciano le entregaron un papel y le preguntaron si volvería como misionero.

En ese entonces, Lam tenía 37 años. Intimidado por la mirada de dos ancianos que casi le doblaban la edad, firmó el acuerdo.

Regresó a Singapur con pánico. ¿Qué había hecho? Intentó echarse atrás, pero todas las puertas de otras posibilidades se le cerraron. Inesperadamente, su esposa Janet recibió una oferta de trabajo en un banco en Japón. «¿Por qué sigues luchando contra esto?», le preguntó a su esposo. «Está claro que Dios quiere que vayas a Japón».

Así que en abril de 2013, cuando llegaron a Tokio con su perro, Lam había decidido que si Dios quería que sirviera en Japón, lo daría todo.

«No pensaba que iba a salvar el mundo», recuerda Lam. «Pero sí pensaba que era mejor que ellos, que era un valor añadido». En Singapur, ya había desarrollado un ministerio juvenil y dirigido muchos estudios bíblicos. Pensó que podría aportar su experiencia y revitalizar a la juventud inactiva y a la iglesia en decadencia. «Pensaba que tal vez les faltaba personal. Tal vez no sabían cómo hacerlo. Tal vez llevaban tanto tiempo encerrados en las iglesias japonesas que no conocían las últimas tendencias en el ministerio».

En ese primer año, Lam iba en el asiento de atrás de un coche de camino a una conferencia. Kanemoto conducía y hablaba con otro pastor en el asiento delantero acerca de todos los problemas de las iglesias y los seminarios en Japón. Para entonces, Lam ya había oído sobre esos problemas muchas veces. Esto no tiene solución, pensó. Entonces se dio cuenta de algo: «Si fuera yo, ya me habría dado por vencido». Sin embargo, allí estaban esos dos hombres, todavía agonizando por ello y sirviendo.

Lam se dio cuenta de que ellos son el hermoso remanente. «Nos gusta hablar de que menos del 1 % de los japoneses son cristianos como si fuera algo horrible. Sin embargo, ese 1 % es una historia de la provisión divina de Dios: que por muy dura que sea la opresión, ese 1 % sigue ahí».

Lam dijo que escuchó a Dios decirle: Ellos son fieles. ¿Y tú? Hay mucho que aprender de la iglesia japonesa. Sé humilde y aprende, y verás cómo soy yo quien sostiene y preserva mi iglesia.

En 2019, Kanemoto se retiró de su cargo repentinamente a los 71 años. Quedaban menos de 20 miembros en la iglesia. Le pidieron a Lam, que en ese entonces era pastor asistente, que asumiera el cargo de pastor principal. Lam aceptó, pero por dentro estaba temblando. «Sentí que estaba tomando el mando de un barco que se hundía». Lloró de rodillas, suplicando a Dios que lo guiara. «¿Qué quieres que haga? No puedo hacer nada. Por favor. Solo soy un singapurense».

Lam sintió que Dios le dijo: Vuelve a ofrecerme la iglesia.

«De acuerdo», recuerda Lam que respondió. «Entonces, tú preserva tu iglesia. Tú salva tu iglesia». Y entonces entregó el asunto en manos de Dios.

Como nuevo pastor principal, Lam fue intencional al evitar hacer grandes cambios. El culto es el mismo que ha sido durante décadas, con himnarios tradicionales y un piano. Su iniciativa principal ha sido centrarse en la oración en la reunión semanal de la iglesia después del servicio, donde oran por necesidades y personas específicas, por familiares y amigos y por los recién llegados que no conocen al Señor.

Así que cuando su iglesia duplicó lentamente su tamaño, sabían a quién dar las gracias.

Visité la Iglesia de Dios de Nerima el año en que celebraba su aniversario 99 °. Es un edificio de tres pisos de color crema, escondido entre casas en los suburbios de Tokio. El servicio de las 9 de la mañana, el primero de dos, está pensado para los niños. Los miembros de la iglesia apartaron los bancos de madera y sacaron almohadones de terciopelo verde esmeralda para que los niños, unos diez, de entre dos y ocho años, pudieran adorar en el centro del santuario de techo alto.

Ese domingo, observé a los niños bailar, balancearse y zapatear al ritmo de la música contemporánea de adoración. Lam se sentó sobre un cajón de percusión para marcar el ritmo, mientras un diácono tocaba una guitarra y otro sacudía una pandereta. Para el sermón, la copastora Ando Rieko utilizó dibujos hechos a mano para compartir la parábola del sembrador, mientras los niños escuchaban sentados con las piernas cruzadas frente a ella. Después de recitar de memoria, y a la perfección, Mateo 13:23, Lam levantó las palmas de las manos para simular un aplauso. Sonrió, con aire encantado y orgulloso.

Hace cinco años, la Iglesia de Dios de Nerima tenía ocho maestros de escuela dominical y una niña. Ahora tienen un servicio completo para doce niños.

En el servicio de las 10:30 de la mañana, una familia de tres personas visitó la iglesia por primera vez. No eran creyentes, pero la hija adolescente asistía a una escuela cristiana privada de educación primaria y secundaria en la que Rieko es directora, y quería conocer la iglesia. Así es generalmente como ha crecido la congregación: personas que no asisten a la iglesia simplemente entran, aunque Lam no organiza programas especiales ni estrategias de mercadotecnia ni eventos evangelísticos.

Dios le dijo a Lam que preservaría esta iglesia, dijo la copastora. «Y nunca me ha fallado en estos cinco años».

Lam conoce lo que otros fuera de las misiones en Japón dicen sobre la iglesia japonesa; él solía decir lo mismo. «Oigo: “Oh, tenemos que dar dinero, tenemos que apoyarlos, pobrecitos”. No, ¡no son “pobrecitos”! Intenta sobrevivir en un entorno tan adverso».

Él dice que la historia de la iglesia japonesa es la historia de cómo Dios mismo hace avanzar a la iglesia: «Aquí hay un testimonio impactante».

Fotografía de Ben Weller para Christianity Today
Boie Alinsod, presidente del Consejo de Iglesias Filipinas en Japón, en Shinjuku, Tokio.

Los cristianos japoneses tienen un testimonio impactante, pero al ser menos del 1 % de la población japonesa, no tienen margen para reducir sus números mucho más.

Yoshinaga Kouki, un pastor de 44 años de Sapporo, me dijo que le preocupa el futuro de Japón: «Incluso yo, como japonés, no estoy seguro de cuál es la forma más eficaz de compartir el Evangelio de una manera culturalmente relevante para que más personas conozcan a Jesús».

Esa realidad hace que algunos líderes eclesiásticos se pregunten: ¿y si acudimos a personas que no son japonesas?

El descenso de la población japonesa, causado por el envejecimiento y una tasa de natalidad extremadamente baja, es una de las mayores crisis demográficas del mundo. Sin embargo, el número de extranjeros ha alcanzado un récord histórico de unos tres millones, lo que supone un aumento del 50 % con respecto a diez años atrás. Y sus iglesias —filipinas, vietnamitas, nepalíes, chinas— están prosperando.

Takashi Fukuda, director para la región de Asia-Pacífico de Wycliffe International, estima que alrededor del 20 % de esos extranjeros son cristianos. Si tiene razón, eso supondría unos 600 000 creyentes que no están contabilizados en el recuento del gobierno japonés, que estima el número de cristianos en 1.9 millones.

Fukuda, quien fue misionero en Filipinas, ha formado vínculos con varias iglesias filipinas en Japón. Sus miembros tienen cónyuges, vecinos y compañeros de trabajo japoneses. Sus hijos y nietos son mitad japoneses, hablan el japonés a la perfección y no saben ni una palabra de tagalo o inglés. Y están deseosos de colaborar con las iglesias japonesas.

Fukuda los ve como una fuerza misionera con mucho potencial. «Hay una gran necesidad de colaboración entre la iglesia japonesa y las iglesias de otras etnias», afirma Fukuda. Él es uno de los que han impulsado una mayor visibilidad de los cristianos pertenecientes a minorías étnicas de Japón dentro de los círculos de liderazgo del evangelicalismo japonés.

En el Congreso de Japón sobre Evangelización de 2023, que reunió a cerca de mil líderes denominacionales, pastores y misioneros en el país, los asistentes participaron en la primera «Noche Global» para destacar el crecimiento de las iglesias étnicas en Japón. Este tipo de evento, que no sería nada nuevo en Europa y Norteamérica, fue calificado por Fukuda como un «gran avance».

Otros se han unido a esta causa. Cuando Iwagami Takahito se convirtió en secretario general de la Asociación Evangélica de Japón (JEA), una de sus prioridades fue facilitar y fortalecer la cooperación entre las iglesias evangélicas de diferentes etnias y culturas.

«Esa es la clave para las futuras misiones en Japón», afirmó. «Nos estamos haciendo mayores. No tenemos suficiente poder evangelístico. Sin embargo, estos grupos étnicos son muy activos, y están muy deseosos de testificar acerca de Jesucristo. Si trabajamos juntos, creo que nos animarán y nos darán fuerzas».

La idea de recurrir a los grupos de la diáspora para revitalizar la iglesia no es nueva. En Europa [artículo en español], los inmigrantes evangélicos se han convertido en los principales impulsores del crecimiento de la iglesia. Sin embargo, los cristianos japoneses apenas están comenzando a aceptar la idea.

Uno de los principales oradores de la Noche Global del congreso fue Boie Alinsod, presidente del Consejo de Iglesias Filipinas en Japón. Alinsod emigró de Manila a Tokio con su esposa y sus hijas gemelas de 11 años para comenzar un ministerio para inmigrantes filipinos. Se asociaron con una iglesia japonesa, la iglesia Shalom en Shinjuku, que había sido fundamental para ayudar a Alinsod a fundar su propia iglesia en Manila veinte años antes.

Alinsod recuerda haber sentido una gran carga por Japón después de visitar el país a principios de los años 90 y quedar impactado por lo que vio. Recuerda un servicio dominical al que solo asistieron cuatro personas: el pastor de la iglesia, su esposa y sus dos hijos.

«Es exactamente lo contrario de lo que está pasando en Filipinas», Alinsod recordó su reacción de aquella vez. «En Filipinas, el evangelio está en plena expansión». En aquel momento, su propia iglesia estaba creciendo rápidamente y se estaban preparando para fundar otra. Por el contrario, en Japón, el evangelio parecía estancado. «Pensé que quizá, solo quizá, el Señor podría utilizarnos a los filipinos de alguna manera para ayudar, para aportar algo a la iglesia japonesa».

Alinsod regresó a Manila y le pidió a su iglesia que orara por Japón. Siete años más tarde, en 1998, la iglesia Shalom en Shinjuku invitó a Alinsod a ayudar a construir un ministerio para filipinos en Japón. La congregación filipina ayunó y oró durante 40 días, y luego los Alinsod se mudaron a Tokio.

Veintiséis años después, la iglesia que Alinsod fundó en Tokio, Shalom Christian Fellowship, se ha multiplicado hasta contar con cinco sedes y 24 grupos pequeños, y planean plantar más iglesias pronto. «Estamos alcanzando a la gente», dijo Alinsod. «Las personas están llegando a la fe, están siendo discipuladas y nuestros discípulos se están convirtiendo en líderes que sirven a la iglesia».

Casi todos son filipinos.

La visión de Alinsod de asociarse con iglesias japonesas para alcanzar a los japoneses no se ha materializado del todo. Algunos pastores japoneses han sentido que ya están demasiado ocupados para gestionar una nueva forma de colaboración. Otros han sentido que lo que funciona para los filipinos no funcionará para los japoneses.

Sin embargo, Alinsod ha estado orando por un avance. En marzo de 2014, el Consejo de Iglesias Filipinas en Japón comenzó a organizar reuniones anuales de pastores para orar por Japón. Desde entonces, se han unido otras organizaciones, incluida la Asociación Evangélica de Japón.

«Hay esperanza en esta nación», dijo Alinsod. «Mientras haya personas como nosotros que se mantengan firmes para representar a Jesús en la nación, incluso nuestras oraciones breves serán realmente importantes. Quizás no ocurra ahora; quizás no podamos verlo. Pero Dios es fiel. Algún día conoceremos el efecto de nuestra contribución a esta nación».

Al igual que Lam, un singapurense que se encontró inexplicablemente vinculado a una congregación japonesa, otros pastores están dando pasos vacilantes en el ministerio transcultural.

Fukui Makoto es un pastor de 64 años de Futako-Tamagawa, Tokio, que en otro tiempo fue un barrio rural, pero que ahora brilla con centros comerciales amplios y cafeterías de moda, y donde el grupo Rakuten tiene su sede mundial (aproximadamente la mitad de sus empleados son de la India). Fukui fundó la Iglesia Cristiana Tamagawa, donde es pastor desde hace 33 años. Al principio, la iglesia era como las demás congregaciones japonesas, hasta que una familia estadounidense apareció un domingo por la mañana en 2022. Luego llegó una familia india, coreano-estadounidenses y esrilanqueses. Ninguno de ellos hablaba más que unas cuantas frases básicas en japonés.

Fukui entró en pánico. ¿Qué debía hacer? Comenzó a predicar en japonés y, según él dice, en «inglés mal hablado». Con la ayuda de un servicio de traducción, imprime apuntes de los sermones en inglés para los miembros que no hablan japonés.

Todavía no entiende del todo por qué decidieron asistir a su iglesia cuando hay otras iglesias internacionales anglófonas en Tokio. Y todavía no sabe cómo integrar a todos los feligreses en un solo cuerpo eclesiástico. Sin embargo, su visión de la iglesia ha cambiado. Por alguna razón, Dios consideró oportuno crear en su iglesia una versión de la escena multicultural de Apocalipsis 7:9.

No hay otra alternativa, dijo Masanori Kurasawa, un pastor de 72 años de Chiba. «Tenemos que mirar fuera de Japón. Tenemos que ver dónde está moviéndose Dios ahora». Masanori fue el primer pastor japonés que me dijo que se sentía «muy optimista» sobre el futuro de la iglesia en Japón, principalmente debido a la creciente diversidad del país. Cuando se retire, un joven pastor coreano ocupará su lugar. ¿Cómo será la iglesia japonesa dentro de unas décadas? Esbozó una sonrisa nostálgica. «Me daría mucho gusto poder verlo, si el Señor me lo permite».

En la novela Silencio, Endō compara a Japón con un pantano. Sin embargo, Fukui prefiere otra analogía. Japón es como los cerezos en flor, dice. No es fácil predecir con exactitud cuándo florecerán, y cada árbol florece en un momento diferente.

Hace más de 30 años, cuando era un pastor novato, Fukui oraba para que su iglesia creciera. «Ahora entiendo que las personas crecen a ritmos diferentes», dijo. «Algunas florecen temprano, otras tarde. Pastorear una iglesia es como criar hijos. Solo hay que seguir amando. Así que Dios me dijo que amara y esperara».

Fotografía de Ben Weller para Christianity Today
Mizuno Akiko, pastora de la Iglesia Evangélica de Ina, ciudad de Ina, prefectura de Nagano

De vuelta en el Seminario Bíblico de Japón, en la oficina de Akasaka Izumi, la sonriente cara de la pastora Mizuno Akiko apareció en la sala de Zoom a las 2:33 de la tarde. Se conectó tres minutos tarde. Tuvo algunos problemas técnicos, dijo, disculpándose profusamente.

Había sido otro día ajetreado para Mizuno. A sus 73 años, cada día se levanta a las 5:30 a leer la Biblia. Escribe una reflexión diaria en la que explica un capítulo. Hace un poco de ejercicio y luego desayuna yogur, pan, un plátano y café. Después, el timbre de la iglesia comienza a sonar, ya que la gente llega para reuniones, estudios bíblicos, consejería o ayuda.

Cuando se va a dormir, alrededor de la medianoche, sus ojos están cargados de sueño.

Su vida no es la que había imaginado hace casi cincuenta años, cuando tenía 26 años y acababa de terminar sus estudios de seminario. Joven y llena de entusiasmo, asumió el cargo de pastora de una nueva iglesia en Ina, una ciudad rodeada de arrozales, perales y vacas en la montañosa prefectura de Nagano.

La iglesia comenzó con unos diez miembros, principalmente de dos familias. Se reunían en una casa. Cuando Mizuno llegó, un diácono le dijo: «No podremos darte mucho, pero te prometo que no pasarás hambre».

Eso fue en 1977. Al principio, parecía que su trabajo iba a despegar con éxito. El día de la inauguración de su nuevo ministerio infantil, se presentaron unos 100 niños del vecindario. Tiraron sus zapatos en un montón y se apretujaron en la pequeña casa donde se reunía la iglesia, empañando las ventanas. La bienvenida de la comunidad, incluso de los no cristianos, fue muy acogedora. Le traían comida y la ayudaron a cuidar a su padre cuando este se enfermó gravemente. Todo el vecindario conocía la iglesia.

La congregación aumentó a unos 40 miembros, y en cinco años logró sostenerse sin ayuda externa. La casita donde se reunían quedó pequeña y se trasladaron a un nuevo edificio (que también sería el nuevo hogar de Mizuno).

Mizuno se volvió ambiciosa. Era la década de 1980, cuando el televangelista estadounidense Robert Schuller era pionero en estrategias de crecimiento de la iglesia que transformaron la imaginación de los evangélicos en Estados Unidos, y también la de ella. El modelo de Schuller, personificado en sus transmisiones profesionales de largo alcance y en su brillante Catedral de Cristal, deslumbró a Mizuno. La pastora ideó tácticas de evangelización para su propia iglesia con el fin de atraer multitudes y ganar almas. «Tenía mucha energía», dijo. «Con mis ideas y mi energía, quería impulsar a la iglesia a realizar programas».

Organizaron evento tras evento y, diez años después, «mi iglesia estaba físicamente cansada y espiritualmente sedienta», dijo Mizuno. «Y yo no me di cuenta de su sed. Había perdido de vista el amor por los miembros de mi iglesia porque estaba centrada en los programas y en el crecimiento de la iglesia». Para el momento en que Mizuno se dio cuenta de su error, la iglesia se había reducido a la mitad. Muchos se habían ido a una iglesia más acogedora que no exigiera mucho compromiso de servicio y actividades. La mitad restante se estaba marchitando y estaba espiritualmente seca.

Mizuno estuvo a punto de rendirse. «Estaba tan deprimida emocional, espiritual y mentalmente que no tenía la confianza para seguir sirviendo, ni siquiera para seguir viviendo como ser humano», recuerda. «Estaba tan absorta en hacer cosas, que olvidé ser una persona que ama a Dios y a las personas». Su oración fue: «Señor, ayúdame a ser esa persona».

Mizuno redujo sus expectativas y comenzó de nuevo. En lugar de centrarse en el crecimiento, se centró en ayudar a cada persona de la iglesia a encontrar a Dios. Empezó un nuevo proyecto: animó a todos a leer un capítulo de la Biblia con ella cada día. La mayoría lo hizo. Eso cambió las conversaciones de los feligreses, dijo. La gente hablaba de lo que leía. Ella y la iglesia han leído juntos toda la Biblia diez veces en dos décadas, y siguen haciéndolo. La congregación ha crecido a unos 120 miembros.

Cuando era una pastora joven, Mizuno había orado por casarse con un pastor y poder construir una iglesia juntos. Hoy sigue soltera y es poco probable que se retire del pastorado antes de cumplir los 80. Sin embargo, está contenta. Puede que no sea rica, dice. Pero nunca pasó hambre, tal y como se le prometió, y se ha mantenido fiel a su llamado. Al final de su vida, planea decirle a Dios: «He cometido algunos errores, pero me he comprometido plenamente a amarte y a amar a tu pueblo. Eso es lo que quería hacer y eso es lo que he podido hacer».

En la oficina de Akasaka, nos despedimos de Mizuno con una reverencia y cerramos la reunión de Zoom. Pude notar que Akasaka estaba conmovido. Conocía a Mizuno desde hace años y le tenía un profundo respeto, pero nunca había oído hablar de las dificultades que había enfrentado.

Como director de un seminario donde el número de matriculados disminuye, es fácil que Akasaka se sienta desanimado. Su junta directiva decidió no ofrecer clases por internet —que actualmente es una estrategia de crecimiento común— porque valoran la comunión presencial entre los estudiantes y los profesores. También votaron en contra de llevar a cabo una campaña de promoción para el seminario, porque creen que el ministerio a tiempo completo debe ser un llamado.

Akasaka estuvo de acuerdo con las decisiones de la junta, pero a veces se pregunta si fueron acertadas. «No lo sé. Solo confiamos en Dios y esperamos a que obre».

¿Es Japón un pantano?

«Sin duda, por como están las cosas, parece que lo es. No hay otras palabras para describirlo».

Hace años, cuando todavía era pastor de una iglesia, Akasaka lamentaba el auge de las capillas para bodas en Japón. Las bodas de estilo cristiano en edificios de iglesias, con coros y altares, son muy populares entre los japoneses. Le entristecía y frustraba que las capillas «falsas» para bodas fueran más grandiosas y populares que las iglesias auténticas.

Un día, una mujer de unos 50 años, con una expresión seria y convencida, le dijo a Akasaka: «Esto significa que Dios está preparando a Japón para un avivamiento. Si se produce un avivamiento ahora, necesitaremos más bancos, y estoy orando para que Dios llene algún día los bancos de esas iglesias falsas con cristianos auténticos».

Akasaka se sintió amonestado por la fe de la mujer, que parecía la fe de un niño. «Su oración se convirtió en la mía. Me di cuenta de que no podía abandonar la esperanza sobre Japón».

Ina se encuentra en un valle fluvial entre las cordilleras de los Alpes Minami (del Sur) y Chuo (Central).Fotografía de Ben Weller para Christianity Today
Ina se encuentra en un valle fluvial entre las cordilleras de los Alpes Minami (del Sur) y Chuo (Central).

Antes de abandonar Japón y volar de regreso a la comodidad de mi hogar en el sur de California donde abundan las megaiglesias, me reuní con uno de los estudiantes del Seminario Bíblico de Japón para tomar el té.

Nakamura Mizuki tiene 30 años. Sintió el llamado al ministerio a tiempo completo cuando leyó Juan 21, donde Jesús le dice a Pedro: «Apacienta mis ovejas (v. 17)». Le tomó ocho años inscribirse en el seminario porque tenía miedo. Temía no ser digno, temía la pobreza, pero sobre todo temía fracasar. Había oído a los pastores suspirar, año tras año: «Una vez más, este año, todavía no hay bautismos».

Todavía tiene miedo. ¿Podrá realmente hacer esto? Sin embargo, recordó que Moisés preguntó lo mismo cuando Dios lo llamó desde la zarza ardiente. Dios respondió: «Yo estaré contigo» (Éxodo 3:12).

«Si esta es la voluntad de Dios, entonces confío en él», dijo Nakamura. Y por esa razón también está emocionado. «Espero compartir el corazón de Dios con la iglesia. Espero compartir el Evangelio con muchos, muchísimos japoneses».

Esa es otra razón por la que Akasaka dice que no ha perdido la esperanza en Japón. «Dios ha llamado a personas para servir a Japón», dice, personas como Mizuki y Mizuno, como Alinsod y Lam. «Dios todavía no ha perdido la esperanza en Japón».

Sophia Lee es una escritora que vive en Los Ángeles.

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Un devocional de Christianity Today para la temporada de Adviento a través de la adoración.

News

El artista cristiano número uno en las listas de popularidad actuales no tiene alma

Solomon Ray, un artista musical generado por inteligencia artificial, ha suscitado un debate entre los oyentes, provocando la reacción del popular cantante Forrest Frank.

News

Cristianos de 45 países piden a China que libere al pastor de la iglesia Zion

Las autoridades chinas han detenido oficialmente a 18 líderes. Podrían enfrentarse a tres años de cárcel.

Una pareja de líderes de la iglesia Saddleback fue deportada a Colombia tras haber vivido 35 años en California

Andy Olsen

Este matrimonio bendecía a su comunidad y criaba a sus hijos en una de las iglesias más influyentes de Estados Unidos. ¿Qué se ganó con su deportación?

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