Este artículo fue publicado originalmente en inglés en dos partes.
Un caluroso día de febrero en Australia, Tahira Sadaat, de 26 años, y su madre, Najeeba, de 53, esperaban su cita en su minivan con una trabajadora social en 3216 Connect, una tienda de segunda mano y centro de servicios comunitarios al suroeste de Melbourne. A pesar del calor, Tahira y su madre llevaban hiyabs oscuros y vestidos de manga larga sobre pantalones holgados.
Tahira y su madre saben lo que es esperar. Esperaron 18 años en Pakistán, con la esperanza de regresar a su hogar en Afganistán. Pero la guerra y las disputas familiares por las tierras las mantuvieron alejadas. Cuando el gobierno pakistaní les ordenó abandonar el país en 2014, el padre de Tahira, su hermano gemelo y un hermano mayor regresaron a Afganistán para ver si era seguro que Najeeba y sus otros ocho hijos volvieran. No se ha sabido nada de ellos desde entonces.
Najeeba solicitó reasentamiento a la ONU, y Australia accedió a recibir a su familia. Pero, con estatus de refugiados, su familia tiene pocos recursos y asistencia gubernamental mínima. Dependen de la bondad de gente desconocida mientras navegan con el idioma, los formularios en línea y los bancos. Muchos de estos extraños son cristianos sin otro interés que obedecer el mandato de Dios de amar al extranjero y al peregrino.
En 2023, los residentes nacidos en el extranjero en Australia superaron por primera vez el 30 % del total de la población desde 1893, mientras que el país recibirá un millón de refugiados de la posguerra este año.
Alexandra Mikelsons, la trabajadora social a la que Tahira y su madre esperaban en su minivan, mantiene Biblias en farsi sobre su escritorio. Los clientes las miran y dicen: «Ese es mi idioma», y las abren.
«Es muy importante que las personas asocien nuestra ayuda, la sonrisa que reciben o un oído comprensivo con Jesús y con quién es Dios», dijo Mikelsons.
Una voluntaria de una iglesia luterana local, Michelle Filipovic, ayudó a la familia Sadaat a encontrar una casa, y a entender y completar los papeles para obtener fondos gubernamentales. Después de que Filipovic se mudó, Mikelsons y otra miembro de la iglesia ayudaron a la familia a completar los trámites para obtener la ciudadanía tres veces. En septiembre de 2023, ambas acompañaron a Tahira en la ceremonia donde obtuvo la ciudadanía australiana.
No todos los cristianos son tan serviciales. Hugh Mackay, un investigador social secular australiano, dijo que las políticas federales sobre refugiados que sostienen algunos líderes que profesan ser cristianos son una mancha en el carácter nacional de Australia. Un ejemplo de una política que algunos cristianos apoyan pero que Mackay condena: rechazar todos los navíos que llegan a las costas australianas con personas que buscan pedir asilo, o bien, enviarlos a la desolada isla de Nauru.
«Hablar con juegos de palabras, ya sea intelectuales o espirituales, o tratar de justificar algo que va en contra del espíritu del cristianismo, contradice completamente el mensaje de la parábola del Buen Samaritano», dijo Mackay.
Explicó cómo la desesperación lleva a los refugiados a tomar riesgos peligrosos. Traficantes transportan en botes a iraníes, chinos, somalíes y pakistaníes desde Indonesia. Casi el 90 % de quienes llegan a Australia en botes son refugiados legítimos, mientras que menos de la mitad de quienes solicitan el estatus de refugiado por avión lo son, según el Consejo de Refugiados de Australia.
Sin embargo, el gobierno australiano se niega a darle la bienvenida a cualquier solicitante de asilo que llegue por mar. En cambio, Mackay ha descubierto que «los grupos religiosos suelen hacer el activismo de campo, buscando vivienda, ropa y acceso al trabajo».
Sam Lim, plantador de iglesias, buscaba una forma de que su iglesia, Flow Church, de unos 80 miembros, sirviera al área de Melbourne.
«Somos [una iglesia] que representa el suburbio donde estamos. No me sorprendería que la mitad de nuestra congregación haya nacido en el extranjero. Para muchos, el recuerdo de ser extranjero sigue muy fresco», dijo Lim.
Casi un cuarto de las iglesias australianas se consideran multiétnicas, donde al menos el 20 % de los feligreses provienen de etnias distintas a la mayoría de la población.
La iglesia de Lim, compuesta principalmente por miembros de la generación del milenio, respondió al llamado a participar en el nuevo Programa Comunitario de Integración y Reasentamiento de Refugiados del gobierno. Para prepararse para recibir a una familia en busca de asilo referida por la ONU y que aún se encontrara en el extranjero, los miembros de Flow Church recaudaron 20 000 dólares. Luego invitaron a amigos y familiares a un concierto de jazz con un componente educativo sobre las necesidades de los refugiados. Los asistentes donaron otros 5000 dólares.
Lim temía que las donaciones disminuyeran cuando la familia estuviera ayudando a la familia beneficiada a reasentarse en el país, «pero nuestros diezmos y ofrendas aumentaron», dijo. «Hay un deseo en nuestras iglesias por dar, si tan solo sienten que la iglesia lidera los esfuerzos para marcar una diferencia en el mundo».
A la iglesia le fue asignada una familia afgana que vive en Irán y que espera llegar a Australia en abril.
Las necesidades son enormes. Hasta junio de 2024, 122.6 millones de personas en el mundo habían sido desplazadas por la fuerza, el doble que hace diez años. Casi 8 millones buscaban asilo en otros países.
Sin embargo, desde julio de 2013, el gobierno australiano declaró que los solicitantes de asilo que lleguen en botes nunca podrán reasentarse en Australia. Ese mismo año, el gobierno otorgó visas de refugiado a poco más de mil personas que llegaron por avión, pero rechazó más de 100 000 visas.
Australia recibe un número limitado de estudiantes internacionales y trabajadores calificados, pero incluso los 446 000 inmigrantes que llegaron en avión con visa el año pasado han sido culpados por problemas estructurales que ya existían antes de su llegada.
El investigador Mackay dijo: «Los políticos saben que están más seguros si la población teme algo: si hablan de proteger las fronteras como si estuviéramos bajo la amenaza de hordas de “personas en bote”, solicitantes de asilo, inmigrantes ilegales [y como si] todo esto afectara nuestros empleos o viviendas».
Los australianos tienen preocupaciones legítimas sobre el costo de la vivienda, pero Mackay comparó a algunos políticos con alguien que considera necesario vendar los ojos de un caballo para sacarlo de un establo, como si hubiera un incendio, aunque no lo haya: «Si puedes incitar un poco de ansiedad, tu posición como gobierno en el poder está más seguro».
Australia no siempre ha limitado la inmigración. En 1945, el entonces ministro de inmigración Arthur Calwell popularizó la frase «poblar o perecer» y dijo que, a menos que el país creciera a través de una inmigración mayoritariamente blanca, sufriría en materia de defensa y desarrollo.
Los australianos rechazaron a los asiáticos y dieron la bienvenida a los recién llegados británicos hasta que la política de «Australia Blanca» terminó en 1973. Durante cinco años, las cifras de inmigración disminuyeron drásticamente. Desde entonces, han fluctuado. Hoy, las personas de Asia y de la India constituyen la mayoría de los inmigrantes en Australia, donde la población es siete veces mayor que cuando comenzó la política de Australia Blanca.
A finales de la década de 1990, Naomi Chua y Chris Helm trabajaban en el complejo de viviendas gubernamentales de Carlton, un suburbio del centro de Melbourne.
Helm dijo que le cuesta encontrar muchas figuras centrales en la Biblia que no hayan sido desplazados o refugiados en algún momento de sus vidas, empezando desde Adán y Eva, hasta llegar a Juan en la isla de Patmos: «En realidad, es una experiencia humana muy común, y Dios está en medio de ella. Desde leyes hasta anécdotas e historias de personas que dan la bienvenida y se preocupan por los demás, [esto] parece estar absolutamente entretejido en toda la narrativa bíblica».
Helm calificó la narrativa bíblica como «un mandato. Es lo que Dios nos llama a hacer, a reconocer que muchas personas no están donde quieren estar: no están entre su familia o su gente y, por lo tanto, necesitan acogida y cuidado».
Hace dos años, Chua y Helm fundaron Embrace Sanctuary, un grupo sin fines de lucro diseñado para crear una comunidad entre refugiados y australianos a través de la educación y la ayuda en el proceso de reasentamiento. Chua dijo que adoptan una postura de escuchar las historias de los refugiados y aprender de ellas, «a fin de que seamos más compasivos, un país más acogedor; algo que no siempre hemos sido y no siempre somos».
En enero, Embrace Sanctuary recibió a 104 personas en su campamento familiar en Anglesea, al suroeste de Melbourne. Algunas familias de Gaza asistieron, aunque llevaban en Australia apenas dos meses: «Si quieren ver cómo es el trauma, vean al niño de 7 años, al de 3 y al de 2. Estaban hiperactivos. La niñita gritaba todo el tiempo. El niño golpeaba todo lo que veía, era un manojo de rabia».
Al final del campamento, después de seis días de actividades y de la atención constante de los voluntarios, el niño corría hacia las personas y las abrazaba. Una noche, su madre preparó una comida palestina para todos. Helm le agradeció por la deliciosa comida.
«Se le llenaron los ojos de lágrimas», dijo Helm. «Tenía dificultades con el inglés. Intentaba decir: “No, por favor no me agradezcas…”». «Les agradezco por darme la oportunidad de cocinar, de contribuir con nuestra comunidad, de compartir algo que puedo hacer con nuestra comunidad. La gratitud la sobrepasaba».
La trabajadora comunitaria Alexandra Mikelsons dijo sobre sus clientes: «Solo necesitan tiempo en el que alguien los escuche. Eso es realmente útil para las personas que no pueden recibir ayuda de otras maneras. La realidad es que no hay una casa donde quedarse. Pero el simple hecho de poder hablar sobre el tema es increíblemente útil para las personas; el tener personas que realmente se preocupan por el problema y dicen: “Esto es realmente horrible”, que pueden empatizar y decir que hay esperanza es de mucha ayuda».
Al sur de Melbourne, la iglesia comunitaria Waurn Ponds también pone énfasis en la empatía, además de ofrecer café al estilo barista en la cafetera tipo industrial de la iglesia. «Íbamos a cobrar [por el café] cuando obtuvimos la cafetera por primera vez», dijo el pastor John Richardson mientras calentaba leche para mi chai, «pero luego pensé: seamos generosos».
Los miembros de la iglesia sirven tazas de café personalizadas de forma gratuita los domingos, y durante la semana para los trabajadores del centro de cuidado infantil, para quienes asisten a las clases para padres y para las reuniones de personal. «Es agradable tomar una buena taza de café o chai para generar hospitalidad», dijo mientras entregaba una taza humeante de té espolvoreado con canela.
Esa mentalidad generosa se desbordó cuando Richardson recibió un correo electrónico hace unos años sobre Judith y Fidelis Okogwu, una familia sudafricana inmigrante cuyo respaldo financiero se había disuelto.
«Tenían sus maletas y tenían un lugar para alquilar», dijo Richardson. «No tenían nada más. No tenían cubiertos, ni camas, ni nada».
La iglesia rápidamente armó un equipo, pero se aseguró de que incluyera personas que tuvieran la capacidad de establecer relaciones a largo plazo, como «una mujer mayor que pudiera ayudar a Judith en la cocina y organizar las cosas, pero sin ser impositiva; un hombre mayor que pudiera tener conversaciones con Fidelis sobre su propio negocio y convertirse en una figura de respeto para él», dijo Richardson.
La madre de Richardson, que había trabajado con el Ejército de Salvación durante décadas, lo ayudó a pensar en lo que las personas necesitan una vez satisfechas sus necesidades materiales.
«Lo que realmente no ayudó fue haberle anunciado a nuestra iglesia que teníamos una familia para la que necesitábamos un montón de cosas», dijo. La gente tiene buenas intenciones, dijo Richardson, pero dan lo que ya no quieren y luego, cuando la familia asiste a la iglesia, sin pensarlo, dicen: «Oh, ustedes son la familia pobre a la que ayudamos».
Richardson expresó: «No podemos ayudar a todos, pero cuando lo hacemos, damos lo mejor que podemos, porque eso significa brindarles dignidad y reconocer quiénes son, entendiendo que se encuentran en una situación vulnerable».
Pero su situación suele volverse menos vulnerable con el tiempo.
Las dos mujeres del comienzo de esta historia, Tahira y Najeeba Sadaat, ahora visitan a Mikelsons en 3216 Connect una vez al mes, en lugar de cada semana.
Mikelsons todavía les ofrece vales de comida y gasolina, y les ayuda a completar el papeleo, priorizar facturas y conectarse con otros servicios.
Pero no solo se ocupan de sus necesidades materiales; también han forjado una amistad. Tahira Sadaat dijo: «Sí, conversamos».
Amy Lewis es una periodista independiente que vive en Geelong, Australia.