¿Por qué tanta gente acepta una cosmovisión que ni siquiera consideraría como válida la evidencia de los milagros? Algunas veces dan por hecho que la ciencia se opone a los milagros, pero esa suposición no se remonta a la investigación científica en sí, sino a un filósofo del siglo XVIII. Consciente o inconscientemente, muchas personas han seguido la tesis del escéptico escocés David Hume (1711-1776).
Probablemente Hume sea el filósofo más prominente de su generación, y con seguridad el más influyente de su época sobre las generaciones posteriores. Escribió sobre una amplia variedad de temas, a veces de manera muy perspicaz, pero otras (como su enfoque etnocéntrico de la historia), de maneras que no tienen validez hoy en día.
La estatura intelectual de Hume, cosechada por otras obras, fue lo que dio mayor credibilidad a su ensayo de 1748 sobre los milagros. En su ensayo Hume desestima la credibilidad de las afirmaciones de milagros, apelando a la «ley natural» y la experiencia humana uniforme. Aunque recurrir a la ley natural puede sonar científico, Hume no lo era; de hecho, algunas de sus perspectivas sobre la causalidad harían imposible la investigación científica. El ensayo de Hume sobre los milagros también contradice su propio enfoque sobre descubrir el conocimiento.
Además, el ensayo de Hume ha generado serios contrargumentos intelectuales desde la época en la que se publicó por primera vez. Uno de esos contrargumentos fue la primera vez en la historia que se utilizó públicamente el teorema de Bayes, hoy día un elemento esencial para la estadística.
Thomas Bayes, matemático y ministro presbiteriano, formuló el teorema, pero murió antes de publicarlo. Su buen amigo Richard Price, también matemático y ministro, lo publicó y entonces utilizó el teorema de Bayes para refutar una afirmación de probabilidad que Hume había hecho en su ensayo sobre el testimonio de los milagros.
El mismo Hume reconoció la fuerza de ese argumento, aunque no hizo una revisión adecuada de su ensayo a la luz de él. El matemático Charles Babbage, diseñador de la primera computadora mecánica, también presentó una refutación del argumento de la improbabilidad de los milagros de Hume.
La mayoría de los primeros científicos ingleses creían en los milagros bíblicos. Entre tales científicos se incluye Isaac Newton y los primeros newtonianos. En su origen, la ciencia moderna se desarrolló en contextos que afirmaban que un dios superinteligente había creado el universo y que, por lo tanto, debía tener sentido. Newton popularizó la idea de la ley natural y la presentó como un argumento de diseño a favor de la existencia de Dios.
Del mismo modo, Robert Boyle, el padre de la química, utilizó sus descubrimientos sobre la naturaleza para defender la idea de un diseñador inteligente. Boyle, Newton y los newtonianos creían en los milagros bíblicos: afirmaban que el Dios que había establecido que el universo funcionara normalmente de manera ordenada no se sujetaba a ese orden. Algunos científicos modernos como John Polkinghorne concuerdan con esto.
La mayoría de los primeros científicos modernos, a su vez, presentaron sus argumentos desde una cosmovisión cristiana. Los ejemplos incluyen a Blaise Pascal, el matemático que desarrolló el precursor de la computadora moderna; Andreas Vesalius, el fundador de los estudios modernos sobre la anatomía humana; Antoine van Leeuwenhoek, el fundador de la microbiología; William Harvey, que describió el sistema circulatorio; Gregor Mendel, monje y líder inicial en la genética; Francis Bacon; Nicolás Copérnico; Galileo Galilei (a pesar de los conflictos ocasionados con su academia contemporánea y la política eclesiástica) y Johannes Kepler.
Más recientemente, tenemos a Michael Faraday, James Clerk Maxwell y a George Washington Carver… y la lista podría continuar. En realidad, el mito de una guerra histórica entre la ciencia y la religión se desprende especialmente de dos libros de finales del siglo XIX que los historiadores desestimaron posteriormente como propaganda antirreligiosa.
No fueron los científicos, entonces, quienes salieron con la idea de que los milagros violan la ley natural. Fueron otros pensadores como Hume. A Hume le gustaba el universo mecánico de Newton; sin embargo, lo usó de un modo bastante diferente al de Newton. Hume adoptó gran parte de su argumento de un movimiento de su época llamado deísmo. Los deístas creían que Dios diseñó el universo, pero a menudo negaban que después de la creación, Dios actuara en el mundo de algún modo. Hume desarrolló gran parte de su argumento precisamente para oponerse a la clase de apologetas que basaban sus argumentos en evidencias y que habían liderado la revolución científica de Inglaterra.
El argumento de Hume tenía dos partes: primero, los milagros son violaciones de la ley natural. Segundo, la experiencia humana uniforme nos advierte en contra de confiar en los relatos de milagros.
Aunque algunos escritores antiguos veían los milagros como algo que iba más allá de las leyes de la naturaleza, Hume los considera «violaciones» de estas leyes. Una vez adoptada esta definición, insistió en que los milagros solo son milagros si violan la ley natural. Después de esto, su argumento explicaba que la ley natural no se puede violar, y por lo tanto los milagros no podían ocurrir.
Aunque este inteligente juego de palabras no se ajusta a la manera habitual en la que Hume presentaba sus argumentos, él convenientemente definió los milagros de tal modo con la intención de definirlos como inexistentes. Este enfoque lo libraría del problema de tener que presentar argumentos en contra de cada milagro de forma individual.
Como siempre han señalado los críticos de Hume, este lenguaje lleva la carga del argumento. Nadie que crea en un Dios que estableció las leyes de la naturaleza puede creer que Dios está sujeto a tales leyes, como si Dios ilegalmente las «violara» al hacer un milagro.
El dios de Hume que no puede violar las leyes de la naturaleza no es el Dios del judaísmo, el cristianismo o el islam. Y la mayoría de los milagros bíblicos que Hume esperaba socavar tampoco coinciden con la descripción de «violaciones» de la naturaleza. Lo que Hume estaba refutando era un hombre de paja: una caricatura de lo que la gente realmente creía.
En la Biblia a menudo Dios actúa a través de otros agentes. Cuando Jueces 20:35 dice que Dios golpeó a la tribu de Benjamín, el contexto deja claro que Dios ejecutó su juicio a través de guerreros humanos.
Del mismo modo, cuando Dios le dio la tierra de Canaán a los israelitas, la Biblia asegura que Él consiguió hacerlo por medio de sus victorias militares (Deuteronomio 3:18; 4:1). Cuando Dios envió una plaga de langostas a Egipto por medio de un fuerte viento del este (Éxodo 10:13), no estaba quebrando ninguna ley natural. Esta no fue la única ocasión en la que las langostas invadieron Egipto, simplemente fue la más severa y oportuna: la que llegó justo después de que Moisés la predijera. Y ya discutimos cómo Dios dividió las aguas del mar. [También de forma natural, al enviar sobre el mar «un recio viento del este que lo hizo retroceder» (Ver Éxodo 14)].
Los seres humanos normalmente actuamos dentro de la naturaleza; por ejemplo, no «violamos» la ley de la gravedad al atrapar un lapiz que se está cayendo o al levantar una goma de borrar. Tampoco viola la ley natural un cirujano al restaurar la vista de alguien. ¿Por qué el Creador sería menos capaz de actuar dentro de la naturaleza que aquellos a los que ha creado? Uno debe dar por hecho esencialmente el deísmo o el ateísmo desde el principio para que el argumento de Hume funcione siquiera.
Otro problema que tenemos hoy con el argumento de Hume es su visión sobre las leyes naturales. Hoy los filósofos de la ciencia tienden a definir las leyes de la naturaleza de maneras primordialmente descriptivas. Es decir, estas «leyes» describen lo que ocurre: las leyes no son la causa de lo que ocurre. Si los científicos encuentran algo que no encaja en el patrón, es posible que vuelvan a pensar la ley, pero normalmente no dicen que algo ha violado la ley.
Además, las leyes de la naturaleza se describen en niveles particulares y bajo condiciones específicas, y funcionan de manera diferente en escenarios como la superconductividad o los agujeros negros. ¿Por qué una acción divina especial no podría crear una serie de condiciones diferentes a aquellas a las que estamos acostumbrados?
Este extracto fue tomado de Miracles Today, de Craig S. Keener, 2021. Usado y traducido con permiso de Baker Publishing www.bakerpublishinggroup.com.