Ideas

‘Porque de ellos es el reino de los cielos’

Muchos cristianos de todo el mundo ven la persecución como una bendición. Los occidentales podemos aprender de ellos.

Una cadena con la corona de espinas figurando como eslabón central.
Christianity Today January 25, 2025
Ilustración de Mallory Rentsch Tlapek

«¿Está llegando la persecución a Occidente?».

Esta es una pregunta que escucho a menudo en mi puesto de liderazgo en Puertas Abiertas Estados Unidos (Open Doors US), un ministerio con casi 70 años de experiencia sirviendo y apoyando a los cristianos perseguidos de todo el mundo.

En respuesta a las culturas de Occidente, que pueden parecer cada vez más indiferentes o incluso antagónicas a la fe cristiana, algunos seguidores de Cristo se han retraído por miedo a la cultura más amplia y han buscado el aislamiento. Otros han salido a la palestra enfurecidos y han declarado la guerra a la cultura en general.

La Biblia afirma claramente que cualquiera que siga a Jesús se encontrará con cierto grado de oposición (Mateo 24:9; 2 Timoteo 3:12). Pero cuando pensamos en la persecución, la mayoría de nosotros tendemos a inclinarnos hacia la idea de la violencia física, como el martirio, el asalto o el incendio del edificio de una iglesia.

Aunque esas cosas pueden calificarse ciertamente de persecución, en las bienaventuranzas, Jesús también dice: «Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias» (Mateo 5:11, NVI).

Al examinar las palabras de Jesús en Mateo 5, me pregunto si la pregunta sobre la probabilidad de persecución es la pregunta equivocada. En lugar de eso, ¿qué pasaría si preguntáramos simplemente: «Tratamos la persecución como una bendición»? Y es aquí donde nuestros hermanos y hermanas perseguidos tienen mucho que enseñarnos.

Independientemente de que la respuesta se exprese con miedo u hostilidad, la raíz de ambas respuestas parece ser la misma suposición subyacente: la persecución es intrínsecamente mala y debe evitarse.

Sin embargo, en su Sermón del monte, Jesús desafía esta idea diciendo: «Dichosos los perseguidos» (Mateo 5:10, énfasis añadido).

Aunque no digo que debamos orar para que seamos perseguidos, Jesús presenta la persecución como un don. Como cristianos, sin duda creemos que las palabras de Jesús son ciertas, pero aun así, la idea de la persecución como un don parece contraintuitiva e increíblemente alejada de nuestra experiencia en Occidente.

Quizá pensemos que la persecución es uno de esos dones que no podemos apreciar plenamente en el presente. Si pensamos así, aceptamos las palabras de Jesús cuando le dice a sus seguidores: «Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo» (v. 12). Esta noción de gratificación tardía tiene sentido para nosotros. Podemos entender la idea de soportar molestias ahora por un beneficio futuro.

Es un principio que vivimos casi todos los días de diversas maneras. Hoy, aceptamos un poder adquisitivo reducido a fin de ahorrar para la jubilación. Experimentamos el dolor y la incomodidad del ejercicio ahora por las perspectivas de una mejor salud a largo plazo. En el Génesis, José reconoció décadas más tarde que la mano de Dios había estado sobre las malas acciones de sus hermanos: «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente» (Génesis 50:20).

En este contexto, no es difícil comprender la idea de que la persecución que se experimenta ahora pueda dar lugar a una recompensa futura en el cielo.

Sin embargo, aunque Jesús habla de recompensas en el cielo, sus palabras no se refieren únicamente a bendiciones futuras. «Dichosos los perseguidos», dice. No dice: «Dichosos serán los perseguidos, algún día». ¿Es realmente posible que la persecución pueda ser una bendición aquí y ahora?

La persecución se manifiesta de forma diferente en todo el mundo. En lugares como Corea del Norte, los cristianos pueden ser detenidos incluso por tener una Biblia. En otros lugares, los creyentes son rechazados o excluidos dentro de sus comunidades. En otros contextos, a los cristianos se les puede negar el acceso a la educación o al empleo necesarios para mantener a sus familias.

Hace poco mantuve una conversación con Ibrahim, un hermano cristiano de Sudán. Cuando abandonó el islam, lo echaron de su casa. Tras compartir su fe con otros musulmanes, fue detenido y torturado y, más tarde, expulsado de su país. Él llama a esa parte de su vida «tiempos oscuros», ya que estuvo encerrado en una celda oscura y tan pequeña que apenas podía darse la vuelta. Y soportó esa experiencia no una, sino varias veces a causa de su decisión de seguir a Jesús y compartir su evangelio.

Cuando le pregunté a Ibrahim por las palabras de Jesús en Mateo 5, su perspectiva me resultó sorprendente. Para él, la bendición de la persecución no estaba relegada a un futuro lejano. Más bien, parecía que la bendición era algo que él ya había experimentado y seguía experimentando. «Entré en la cárcel como un gatito», me dijo, «pero salí como un león».

En sus momentos más oscuros en la cárcel, Ibrahim dijo que se vio obligado a reconocer que era pobre en espíritu (un grupo al que Cristo también se refiere como «dichosos»), pero en su pobreza se derramaron sobre él las riquezas de Cristo. En aquella oscura celda de prisión, la luz de Cristo ardió con fuerza, transformando su sufrimiento en una profunda declaración de fe en Jesús, tanto para los que le rodeaban como para él mismo.

Así como la disposición de Abraham de sacrificar a Isaac, su amado hijo prometido, había demostrado que valoraba la obediencia a Dios por encima de todo lo demás, mi hermano Ibrahim demostró que atesoraba a Cristo por encima de todo lo demás al aferrarse a él en la cárcel. Para Ibrahim, la persecución que experimentó es un regalo que atesora, no un regalo como cuando recibes unos calcetines en Navidad que en realidad no querías. Es un regalo al que se aferra. Es un regalo que agradece de verdad haber recibido. Es un regalo que ha cambiado su vida.

A pesar de los retos a los que se enfrenta a cada paso, Ibrahim sigue ministrando al pueblo de Sudán. Tras verse obligado a abandonar Sudán, se mudó a Egipto, donde siguió sirviendo y animando a otros sudaneses desplazados. Al poco tiempo, recibió una notificación de que tenía que abandonar Egipto en dos días.

Ahora está en Kenia, concentrado en brindar herramientas a los creyentes sudaneses que viajan a Kenia para recibir capacitación y luego regresan a Sudán para ministrar. Tiene previsto regresar a Sudán en los próximos años y espera que llegue el día en que, además de equipar a otros creyentes sudaneses, pueda participar en la evangelización de sus compatriotas sudaneses.

Aunque ciertamente la persecución en Occidente puede parecer muy diferente que la persecución en Sudán, oro para que nuestra respuesta a la persecución se parezca a la de nuestro hermano sudanés. En lugar de responder con reacciones viscerales de miedo o ira, ¿responderemos al rechazo, la presión, la discriminación u otros malos tratos con una postura de acción de gracias por lo que Dios está haciendo a través del sufrimiento? ¿Nos alegraremos, como nos animó a hacer el apóstol Pedro, al «tener parte en los sufrimientos de Cristo»? (1 Pedro 4:13).

Oro para que, en lugar de dejarnos llevar por el miedo o la ira, invitemos a las riquezas de Cristo a suplir lo que nos falta. Oro para que, aunque entremos en la persecución como gatitos, salgamos de ella como leones. Es más de lo que cualquiera de nosotros puede hacer por sí solo. Pero el testimonio de Ibrahim ha demostrado que, mediante el poder del Espíritu Santo que vive en cada uno de nosotros, es algo que Dios puede hacer en nosotros y por nosotros.

Ryan Brown es presidente y director ejecutivo de Open Doors US, una de las veinticinco bases nacionales de Puertas Abiertas (Open Doors International) repartidas por todo el mundo.

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