Ya no creemos en la Navidad. Creemos en las reuniones, las compras, los recitales de Navidad y, por supuesto, en los eventos navideños de alcance evangelístico y en los actos de caridad. Si estás leyendo este artículo de CT mientras luchas contra el sueño inducido por el triptófano del pavo, seguro sabes que la Navidad ha venido dominando el imaginario colectivo controlado por los medios masivos de comunicación desde antes de Halloween. La Navidad es la atracción principal de un año que pasamos corriendo de un «gran evento» a otro, anticipando la siguiente festividad mientras tratamos de disfrutar la presente.
La Navidad es la mayor celebración del calendario. Pero no sabemos qué celebrar.
Los líderes de la iglesia se encuentran en un gran aprieto aquí. Tienen que competir con los rivales habituales: Santa Claus, los especiales de televisión, y un ambiente navideño genérico que puede sentirse incluso sin llevar a la familia a la iglesia.
En un esfuerzo por captar la atención dispersa de sus vecinos, las iglesias han perfeccionado sus técnicas de mercadotecnia navideña. Ya no es el sermón de Navidad, ahora son cuatro semanas para «desenvolver la Navidad» o un programa de «Navidad al revés», con actividades para niños y servicios de cuatro fines de semana —con todo lo que requiere de tiempo y energía de los miembros—. En un artículo de Charisma sobre «los doce errores de los alcances navideños evangelísticos», el error número de la lista es «no planificar algo grandioso». Incluso Dios sabe que debes tener un momento de total asombro: «La Encarnación fue una de las mayores ideas de Dios», escriben los autores. «Crea una nueva tradición navideña: la tradición de dar a luz nuevas y sobresalientes ideas».
El movimiento Advent Conspiracy, fundado en 2006 para animarnos a la alabanza, la simplicidad y la generosidad, tiene razón en buscar que la festividad no se trate acerca de nosotros sino acerca de Dios y de los demás. Pero trata también de añadir grandes ideas —la generosidad y la justicia— a la Gran Idea de Dios. Nuestras críticas al consumismo navideño vienen en el envoltorio de una sociedad consumista.
Es como si no confiáramos que la Encarnación es lo suficientemente convincente por sí misma.
Y quizá ese sea nuestro problema. Lo maravilloso de la Encarnación —Dios convirtiéndose en hombre: Dios convirtiéndose en hombre— es que no se puede vender, planear ni disfrutar del mismo modo que un vaso de ponche o un nuevo artilugio. Se niega a doblegarse a las reglas del mercado. Solamente se puede contemplar.
El drama está en el dogma
La historia se encuentra en Lucas 2. Se emite un decreto. José viaja con María a la ciudad de David, llamada Belén, para registrarse en el censo del César. Entonces el texto dice simplemente: «Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada» (v. 7). Con tan poca alharaca, puede que nos perdamos al divino y preexistente Hijo de Dios descansando como un bebé en un comedero.
La trama no repunta hasta que llegan los pastores para contemplar al niño de quien antes les habló el ángel. Cuando los pastores encuentran al bebé, «contaron lo que les habían dicho acerca de él» (v. 17) y se van a casa alabando a Dios por lo que han visto.
El pasaje en Lucas nos hace regresar a la humildad y a la pobreza de la historia de la Navidad. Dios no entra en nuestro mundo haciendo sonar campanas y silbatos, esperando competir con las reposiciones de la última saga cinematográfica o el juguete más moderno. Él no espera «atraer» a más personas con su «mensaje». En cambio, espera que nuestros ojos se ajusten a la débil luz que emana el pesebre y que nos acerquemos, veamos y contemplemos… y que celebremos de verdad.
Esta es una noticia muy buena para los líderes de la iglesia que experimentan una gran presión durante la Navidad para aumentar la asistencia y las ofrendas. Significa que no necesitan inventar una «gran idea» que añadir a la Encarnación, sino más bien comunicar —con tanta claridad y sencillez como sea posible— la gran idea que es la Encarnación. La ensayista Dorothy Sayers nos ayuda con este punto:
El drama está en el dogma —no en las frases hermosas, ni en los sentimientos reconfortantes, ni en las vagas aspiraciones a la bondad amorosa y la elevación, ni en la promesa de algo más bonito después de la muerte—, sino en la aterradora afirmación de que el mismo Dios que hizo el mundo vivió en el mundo, y pasó por la tumba y por las puertas de la muerte.
La historia de la Navidad es «aterradora» porque va más allá del pensamiento humano. No es nada que hayamos inventado nosotros los humanos, pero es todo lo que necesitamos oír para florecer en nuestro mundo oscuro y violento. Es el gran plan de rescate de Dios, iniciado antes del inicio del tiempo mismo para salvar a los pecadores de la muerte. Es salvación.
Vengan y contemplen.
Este artículo se publicó originalmente en inglés. Al momento de su publicación, Katelyn Beaty era editora de gestión de impresión de CT.