José es conocido como el santo silencioso. Aunque su influencia en la vida de Cristo no fue pequeña —no olvidemos que Jesús reclamó su línea de descendencia real y adoptó su profesión—, no hay registro de una sola palabra suya en ninguno de los Evangelios. A menudo, los relatos sobre el nacimiento de Jesús reflejan a Zacarías mudo en el templo y a José meditando en silencio sobre su proceder, mientras que María y Elisabet prorrumpen en cánticos proféticos que constituyen proclamaciones tempranas del Evangelio.
Pero el hecho de que José no hable no debe llevarnos a pensar que adoptó un rol pasivo. De hecho, José se nos presenta como un hombre de acción decisiva que surge de una vida interior vigorosa. Leemos que, al enterarse de que su futura esposa está embarazada, no rompe inmediatamente su compromiso, lo cual la sometería a la vergüenza pública y posiblemente a algo mucho peor. A pesar de lo que cualquier prometido herido por el dolor de una aparente infidelidad podría sentirse tentado a hacer, José elabora un plan sabio y misericordioso.
La única descripción que se nos da del carácter de José es que es «justo» (v. 19). Así que, sin revelarle a nadie la situación de María, decide seguir un plan que es a la vez fiel a la ley y compasivo para con María. Todo esto lo decide en privado —y solo podemos imaginar que fue un proceso doloroso—, mientras que todos sus sentimientos y su generosidad permanecen bajo la superficie. El santo silencioso tiene una virtud que hierve a fuego lento bajo la superficie en la que su dominio propio ante la injusticia lo lleva a contenerse y le permite, no solo soportar, sino también proteger a María, la causa misma de su dolor.
Y como ocurre con muchas personas que han tomado decisiones difíciles en su interior, algo surge para José desde la profundidad: un sueño, y en el mismo un ángel. Este sueño debió haber traído consuelo, seguridad y gran confusión. El texto no dice nada de esto. Solo dice que José, que era obediente a la ley, la Palabra del Señor, obedeció el mensaje del ángel. En su interior, una vez más, se resuelve a actuar, sin proclamar ningún discurso profético.
Dejó que la gente pensara que él, un hombre considerado y de dominio propio, la había dejado embarazada en un momento de descontrol. Decidió compartir la carga de la vergüenza de María, tal vez prefigurando lo que Jesús haría por toda la humanidad. E hizo todo esto sin decir una palabra.
Nuestro mundo está desbordado de palabras. En José, el santo silencioso, veo una forma diferente de ser: una forma de silencio y acción, en la que a veces las palabras más importantes son las que no decimos.
Joy Clarkson es escritora, editora y doctoranda en teología. Es editora de libros y cultura en la editorial Plough.