Un cristiano emprendió una aventura: espera cambiar la forma en que vemos la inmigración

Equipado con la historia, las Escrituras y un restaurante abandonado en la frontera sur, Sami DiPasquale espera poder ablandar los corazones endurecidos por la política.

Sami DiPasquale mira a través de la cerca alambrada a lo largo de la frontera entre EE. UU. y México en El Paso, Texas.

Sami DiPasquale mira a través de la cerca alambrada a lo largo de la frontera entre EE. UU. y México en El Paso, Texas.

Christianity Today November 13, 2023
Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today

Cuando Sami DiPasquale visitó el Kurdistán devastado por el conflicto en un viaje de investigación en 2009, no esperaba que nadie supiera o se preocupara mucho por el lugar donde él vivía: El Paso, Texas. Pero cuando le decía a la gente de dónde era, sus ojos se abrían enormes como platos.

¡El Paso! ¡Guau! ¿No es peligroso?

¿No están las cosas un poco locas allí?

Fue bombardeado con preguntas similares sobre la frontera sur de Estados Unidos en Egipto cuando viajó allí con una organización sin fines de lucro en 2015, así como en Tailandia y en Italia, que visitó en 2017 con motivo de su aniversario de boda.

Incluso en Estados Unidos, estaba claro que sus conocidos percibían la ciudad principalmente como un símbolo de caos y violencia en la frontera del país, a pesar de que El Paso clasifica consistentemente como una de las ciudades importantes más seguras de Estados Unidos.

Con el tiempo, una idea descabellada tomó forma en la imaginación de DiPasquale. ¿Qué pasaría si El Paso pudiera ser un lugar sagrado, un lugar donde los peregrinos vinieran a buscar el corazón de Dios?

Esa idea es la razón por la cual, en una soleada tarde de marzo a principios de este año, DiPasquale lideraba un grupo de nueve personas de la iglesia Christ Church de Austin en un recorrido a lo largo del muro fronterizo. DiPasquale es el director ejecutivo de Abara, una organización sin fines de lucro que busca construir «conexiones más allá de las fronteras a través del entendimiento mutuo, la educación y la acción significativa». Una forma en que Abara hace esto es a través de Border Encounters, que consisten en viajes de inmersión educativa a la frontera de tres días de duración.

Esa tarde, el grupo de Border Encounters se protegió los ojos del sol y caminó junto a los barrotes de acero de 30 pies (9 m) de altura que dividen El Paso y Ciudad Juárez; Texas y México. En un trozo de tierra crujiente, los viajeros llegaron a una placa de granito que conmemora al pionero de El Paso, Simeon Hart, quien en la década de 1850, en ese mismo lugar, construyó su residencia privada, un edificio de adobe que alguna vez fue lujoso y que ahora es una de las estructuras más antiguas de El Paso. También es donde un vendedor les sirvió tacos de carne para el almuerzo.

En 1992, el corresponsal de Atlantic, William Langewiesche, visitó El Paso y describió la frontera como «sucia, calurosa y hostil. En la mayoría de los lugares es fea… La frontera es de paso. La frontera es peligrosa. La frontera es burda. La comida es mala, los precios altos y no hay buenas librerías. No es el lugar para visitar en tus próximas vacaciones».

Pero aquí, en una parcela desértica chamuscada, atascada entre la valla fronteriza y una carretera transitada, a DiPasquale le gusta sorprender a la gente con la rica historia de El Paso. El hombre de barba de 47 años señaló el Río Grande a su derecha, mismo que la sequía había reducido a un hilo demacrado; luego señaló hacia las montañas desnudas que dividen El Paso como gigantescas dunas de arena: «Por ahí pasa el río».

Hace siglos, la única manera de atravesar la barrera montañosa era vadear el río en un lugar donde las inundaciones y las corrientes naturales habían tallado un camino rocoso de baja profundidad que se podía cruzar con caballos y carretas. Es ahí donde ustedes se encuentran ahora, dijo DiPasquale. «Literalmente, durante cientos de años, desde [el tiempo de] las comunidades nativas americanas, este fue el cruce natural del río».

Hoy en día, el Río Grande, que fluye desde Colorado y a través de Nuevo México y Texas, sirve como frontera entre Estados Unidos y México en la sección que va desde El Paso hasta el Golfo de México. Los diques lo han domesticado, encamisando los arroyos con collares de concreto. Pero hubo un tiempo en que el río corría libre, salvaje y providencial. Las aguas alimentaban las llanuras pantanosas de una tierra que de otro modo habría sido árida y que en su tiempo produjo viñedos, huertos frutales y campos de trigo tan vibrantes que hicieron que los viajeros hace 500 años llamaran a El Paso un «paraíso terrenal».

La frontera México-Estados Unidos a lo largo del Río Grande.Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today
La frontera México-Estados Unidos a lo largo del Río Grande.

El río también era traicionero. Hay registros escritos de viajeros deshidratados que, después de días de caminar por el desierto mexicano, se lanzaban al río de cabeza y se ahogaban en sus poderosas corrientes.

Como la ruta más factible desde el Golfo de México hasta lo que hoy es el oeste de los Estados Unidos, el vado fue donde se forjó la historia. Las comunidades indígenas, como los Mansos y los Piros, construyeron pequeños pueblos de pasto y canales de irrigación junto al río, cruzando de un lado a otro para cazar y comercializar. En 1598, el conquistador español Juan de Oñate y su séquito de casi 500 personas fueron conducidos a este vado por unos amigables Mansos que los encontraron cansados y vagando, rodeados por ríos y montañas.

Oñate nombró a este paso «El Paso del Río del Norte», que pasó a formar parte del famoso Camino Real de Tierra Adentro, una ruta de 1590 millas entre la Ciudad de México y San Juan Pueblo, Nuevo México. (Más tarde, Oñate formaría los primeros asentamientos europeos en el valle superior del Río Grande y tiranizaría a las comunidades indígenas; fue tan cruel incluso para los estándares de la época que por eso fue juzgado en la Ciudad de México). Durante casi 300 años, este paso sirvió como el único camino accesible para carretas hacia el suroeste de Estados Unidos, abriendo la puerta para que miles de colonos, misioneros y colonos españoles atravesaran libremente a la región.

«Ahora, por supuesto, solo hay ecos de eso, porque tenemos toda esta infraestructura…» (DiPasquale señaló algunas torres de vigilancia de la Patrulla Fronteriza) «… y el río se ha convertido en canales. Y ahora tenemos una valla». Miró a las aparentemente impenetrables barras de acero.

En esta parte de la charla es cuando DiPasquale se emociona mucho. Juárez y El Paso fueron una sola comunidad hasta 1836, explicó, cuando los colonos derrotaron a las tropas mexicanas en la Revolución de Texas y declararon su independencia de México.

Luego, en 1846, bajo la ideología conocida como «Manifest Destiny», Estados Unidos libró una guerra contra México y finalmente se apoderó de lo que hoy es el oeste de Colorado, Nevada, California, Arizona, Nuevo México, Utah y Texas.

«Esto es un poco extraño», dijo DiPasquale, alzando la voz. «Es como tomar prestada esta teología del Antiguo Testamento sobre el pacto de Dios con Israel, avanzar 2000 años y de pronto ver llegar a estos colonos europeos de habla inglesa que creen que Dios les ha trasplantado esa bendición y les ha dado la tierra resplandeciente de mar a mar. Quiero decir, es algo bárbaro, ¿verdad? Es maravillosamente arrogante».

Poco después de la guerra entre México y Estados Unidos, el veterano Simeon Hart llegó a un El Paso muy escasamente poblado. Se instaló junto al vado del río, construyó un molino harinero, y llegó a convertirse en el hombre más rico de la ciudad fronteriza. Los historiadores creen que Hart trajo consigo a los únicos esclavos negros de los que hay registro en El Paso. Durante la Guerra Civil, ayudó a financiar la Confederación intercambiando algodón por artículos para la guerra en otros países.

Incluso después de que el Río Grande se convirtiera en frontera nacional, la gente que buscaba una nueva vida siguió cruzándolo. Desde la década de 1830 hasta la Emancipación, los estadounidenses esclavizados huyeron a través del río hacia México (que había prohibido la esclavitud en 1829). A finales del siglo XIX, trabajadores chinos ayudaron a conectar los ferrocarriles desde El Paso hasta Los Ángeles, convirtiendo a El Paso en una ciudad en auge que se ganó la reputación de ser la «meca china del suroeste». La Ley de Exclusión China redujo la inmigración china en 1882, pero los inmigrantes siguieron llegando de todos modos. Se escondieron en casas de contrabando en Juárez y cruzaron ilegalmente la frontera hacia El Paso a través del que ahora se conoce como el Ferrocarril Subterráneo Chino —que pudo haber tenido túneles secretos reales—. (La precursora de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos se formó en El Paso en 1904 para mantener fuera a los chinos).

Casi al mismo tiempo, inmigrantes de habla árabe comenzaron a llegar a El Paso a través de México. A ellos les siguieron en la década de 1920 inmigrantes judíos de Europa del Este, que también cruzaron la frontera ilegalmente.

Mientras DiPasquale contaba estas historias, el grupo de Border Encounter escuchaba con la boca abierta. Una mujer, nativa de Texas, dijo que nunca habría imaginado que el oeste de Texas fuera un lugar con una herencia tan diversa: «Cuando pienso en este tipo de superposición de culturas, razas, idiomas, historia y comercio, mi mente piensa tal vez en el Mediterráneo o la Ruta de la Seda».

Muchos paseños tampoco conocen esta historia. DiPasquale ha recopilado estas historias poco conocidas durante muchas noches de insomnio. A menudo se mete en la cama junto a su esposa y, estando completamente despierto, busca en archivos en línea en su iPhone, se envía a sí mismo artículos e investigaciones por correo electrónico, hasta que Marianne se queja de que está perturbando su sueño.

Las historias de la gente de la frontera sur siguen fascinándolo. Puede que El Paso se encuentre literalmente en el límite de Estados Unidos, pero representa algo central para la historia estadounidense. El Paso es un cruce. A lo largo de siglos ha sido el escenario de miles de puntos de inflexión, de momentos decisivos para personas en la muy humana búsqueda de supervivencia, refugio, riqueza y familia.

En cierto modo, El Paso es un lugar que todos visitamos en la vida, tarde o temprano.

Los ríos son ricos en simbolismo. La palabra abara proviene de las palabras hebreas y árabes que significan «cruzar», «el cruce de un río» o «vado».

«Cruzar» es un tema dominante en toda la Biblia. En el sentido espiritual, los cristianos pasan de la muerte a la vida, pasando del pecado a la justicia. Y en el sentido físico, muchos de los protagonistas de la Biblia estuvieron marcados por la reubicación física: Abraham era un inmigrante, y también lo fueron Jacob, José y sus descendientes en Egipto. Jesús fue un refugiado. A los cristianos en el Nuevo Testamento se les llama «extranjeros» (1 Pedro 2:11, NVI). Las leyes del Antiguo Testamento les recordaban repetidamente a los israelitas que debían ser amables, generosos y justos con los inmigrantes porque ellos también alguna vez fueron forasteros.

En retrospectiva, DiPasquale se había estado preparando para Abara toda su vida. Nació y creció en Jordania, siendo el único niño rubio y de ojos claros en su escuela jordana local. Hablaba inglés en casa, pero árabe en las calles y en la iglesia. Pasó sus últimos años de adolescencia en Nicosia, Chipre, conocida como la última capital dividida del mundo, donde alambre de púas y barriles de metal segregan a las comunidades cristiana ortodoxa griega y musulmana turca. DiPasquale estima que una cuarta parte de sus compañeros de clase eran refugiados libaneses que habían huido de la guerra civil de esa nación.

Jamás planeó construir toda su carrera en el frente de la crisis migratoria de Estados Unidos.

En 2004, DiPasquale siguió a su esposa, Marianne, a su ciudad natal de El Paso. Era un recién casado de 28 años y pensó que regresarían al Medio Oriente en un par de años. Atendió mesas en un restaurante italiano anticuado en un edificio que supuestamente había funcionado como puesto de avanzada de la Patrulla Fronteriza en la década de 1930. Aceptó un trabajo a tiempo parcial en una organización sin fines de lucro local y finalmente se convirtió en su director ejecutivo. Pasó toda una década.

Luego vinieron las elecciones presidenciales de 2016. DiPasquale comenzó a recibir correos electrónicos, mensajes de texto y llamadas telefónicas de organizaciones e individuos (amigos, amigos de amigos) que le preguntaban: ¿Qué está pasando realmente en la frontera? Escuchaban versiones diferentes en los diversos canales de noticias y no sabían qué creer. ¿Podrían venir a El Paso y verlo por sí mismos?

En ese momento, una gran proporción de los migrantes que llegaban eran niños y familias de El Salvador, Honduras, Guatemala y el sur de México que buscaban asilo. Entonces, en 2018, DiPasquale visitó esos países con un grupo de la Asociación Cristiana para el Desarrollo de la Comunidad (CCDA, por sus siglas en inglés) para comprender qué impulsaba a la gente a huir. Se reunió con pastores y líderes comunitarios y les preguntó: «¿Qué les gustaría decirle a la iglesia estadounidense?». Muchos respondieron: No somos animales. Somos hermanos y hermanas en Cristo, y nuestros hermanos y hermanas huyen a sus fronteras, buscando refugio.

«Eso fue realmente difícil, que sintieran que siquiera necesitaban decir eso», recordó DiPasquale. «De repente, simplemente me sentí obligado. Me sentí abrumado por esta sensación, casi ahogándome… de que yo, Sami, necesito hacer algo más con respecto a este trabajo».

Sami DiPasquale es el director ejecutivo de Abara en El Paso.Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today
Sami DiPasquale es el director ejecutivo de Abara en El Paso.

Durante años, DiPasquale había albergado el deseo de dedicarse al trabajo de consolidación de la paz, inspirado por los esfuerzos que había visto en Medio Oriente y África. Cuando DiPasquale estuvo en Centroamérica, sintió que Dios estaba tejiendo todos los hilos sueltos de varios puntos de su vida en una colcha perfecta: vivía en una ciudad fronteriza, pero tenía una perspectiva global sobre el desplazamiento y la migración. A través de su trabajo sin fines de lucro, había construido relaciones a largo plazo con iglesias y líderes en ambos lados de la frontera. Y ahora, los cristianos estadounidenses querían venir a El Paso y aprender.

Los viajes fronterizos no eran nuevos. DiPasquale había ayudado a movilizar a varios grupos a lo largo de los años y notó un patrón: los evangélicos acudían con entusiasmo, con los corazones palpitando de compasión. Asentían con la cabeza para indicar que estaban acuerdo con los versículos de las Escrituras sobre la bienvenida al extranjero y con las presentaciones en PowerPoint sobre la reforma migratoria. Entonces un presentador se ponía de pie y decía algo sobre «justicia social» o «teología de la liberación», y todo se detenía bruscamente.

«De repente era como: “Ah, todo esto es una enseñanza social católica. Esto es simplemente una cosa liberal. No es relevante para mi fe”», dijo DiPasquale. Tres o cuatro frases eran capaces de descarrilar todo el ejercicio. «Lo que realmente me preocupó fue que esa era casi la única barrera para que actuaran».

Es por eso por lo que a DiPasquale le gusta llevar a los grupos de Border Encounters al antiguo cruce del río. Allí, no se centra en los acontecimientos actuales ni en la polarización política. En cambio, cuenta historias de inmigrantes chinos en la década de 1880, de la alguna vez vibrante Black Wall Street de principios del siglo XX, de paseños que pueden rastrear su ascendencia hasta refugiados judíos e inmigrantes de habla árabe.

La historia humana recicla los mismos viejos temas, dijo DiPasquale. ¿Quién es bienvenido y quién no? ¿Quién pertenece y quién no? «Hay algo [especial] en alejarnos un poco del presente, adonde podamos empezar a reflexionar sobre los problemas. Necesitamos un poco de distancia histórica para que, al mirar atrás, veamos con un poco más de claridad, y podamos decir: “Vaya, no puedo creer que eso haya sucedido entonces”. Y luego incluso, “Espera, ¿cuáles son las formas en que yo podría estar haciendo eso ahora mismo?”».

DiPasquale había estado observando la tierra del antiguo vado desde que fundó Abara en 2019. Recuerda haber leído sobre Bethabara, literalmente «casa del vado», un lugar a orillas del río Jordán donde las tradiciones dicen que los israelitas cruzaron con Josué a la Tierra Prometida y que Juan Bautista bautizó a Jesús. DiPasquale imaginó una Casa Abara junto al Río Grande: un lugar donde la gente cruza todo tipo de barreras, un lugar donde otros pacificadores pueden conectarse con extraños, vecinos, culturas e historias junto al río.

Cuando compartió su visión con su esposa, «ella pensó que estaba loco», dijo DiPasquale. Él mismo pensó que tal vez lo estaba. «¿Qué locura estás tratando de comprar cerca del muro fronterizo? Especialmente porque, ya sabes, la frontera es muy polarizada y hay personas que llegan con emociones intensas, algunas personas muy enojadas».

En verdad parecía descabellado. Las tres propiedades que DiPasquale quería habían sido un caos polvoriento durante más de quince años, rodeadas por la ruidosa construcción de una carretera y la reconstrucción de la valla fronteriza. La antigua residencia de Simeon Hart había abierto y cerrado bajo varios propietarios como restaurante mexicano (en su momento fue popular entre los estudiantes universitarios y estaba plagado de historias de fantasmas, pero finalmente quedó vacío y lleno de telarañas). Mucha gente había intentado comprar la propiedad, pero la transacción fracasó en múltiples ocasiones.

Luego, en marzo de 2021, las tres propiedades salieron a la venta en un lapso de 10 días. Abara firmó contratos sobre las tres. «Eso fue casi como milagroso», dijo DiPasquale. Abara no tenía fondos para comprarlas directamente. Para una de las propiedades, tuvieron unos tres meses para conseguir el dinero; para otra, solo tres semanas.

Los siguientes meses se dedicaron a conseguir préstamos de grandes donantes de forma apresurada, y la mayoría de las reuniones tuvieron lugar en Zoom durante la pandemia. El dueño de una de las propiedades canceló el proceso; sin embargo, Abara recaudó 1.15 millones de dólares para comprar las otras dos. Abarcan más de cuatro acres e incluyen la histórica residencia Hart.

La Hacienda de Simeon Hart, el futuro espacio de la Casa Abara, se encuentra en la frontera entre Estados Unidos y México.Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today
La Hacienda de Simeon Hart, el futuro espacio de la Casa Abara, se encuentra en la frontera entre Estados Unidos y México.

Este año, Abara inició una campaña de recaudación de 15 millones de dólares para reembolsar los fondos prestados y restaurar las propiedades. Si todo sale según lo previsto, Abara contará con espacio para conferencias y capacitación, apartamentos para invitados, una capilla y un jardín de oración. Contará con una cafetería que servirá comidas y bebidas provenientes de regiones empobrecidas y devastadas por los conflictos, un mercado que venderá artículos del programa de microempresas para migrantes de Abara y una galería que exhibirá arte e historia que refleje las complejidades de la frontera.

¿Cómo es el arte fronterizo? Durante el último año y medio, DiPasquale ha estado recolectando endebles escaleras de alambre que quedaron después de que los migrantes las usaron para escalar el muro fronterizo. Hasta ahora, ha acumulado más de 120 y espera que alguien pueda convertirlos en una instalación de arte que se pueda exhibir en Abara.

«Puedes quedar atrapado si te quedas pensando en ello», dijo DiPasquale. «Cuestionándote, ¿de quién es la historia que representa este objeto? ¿Cuál era su nombre? ¿De dónde venían ellos? ¿A dónde fueron? De repente, se trata solo de seres humanos y no de este enorme y loco tema. O [te quedas] simplemente tratando de determinar qué hacer con todo eso».

La gente se une a Border Encounters por todo tipo de motivos. Los nueve visitantes de marzo que llegaron de la iglesia Christ Church de Austin tuvieron nueve explicaciones diferentes.

«Estoy cansada de estar enojada por [el tema de] la frontera», dijo Faye Gorman, una enfermera jubilada de 70 años.

Christopher Johnson vino a El Paso para «aprender a amar a las personas a ambos lados del problema». El arquitecto de 56 años dijo que sus suegros nativos de Texas, quienes, según él, siguen exclusivamente Fox News y Truth Social, a veces lo vuelven loco con su política. Cuando la gente se queja de los «ilegales» que irrumpen con drogas y roban empleos, él aprieta la mandíbula. «Pero, sinceramente», confesó Johnson, «ni siquiera sabía que había un problema en la frontera hasta…» (bajó la voz) «… Trump».

Andrew Hadd, un hombre de 54 años y director de una empresa mundial de pruebas y diagnóstico genéticos, dijo que se unió a Border Encounters porque «lo que sé sobre la frontera es como un par de repisas, pero lo que no conozco es del tamaño de un almacén de Amazon. Y me estaba preocupando por el discurso, pero no por las personas».

Aproximadamente un mes antes del viaje, dijo Hadd, estaba escuchando Verdict, un pódcast con el senador Ted Cruz, en el que Cruz criticó a la administración Biden por producir «la peor crisis de inmigración ilegal en la historia de nuestro país». Cruz afirmó que todo era parte de la agenda de Biden: «Eso no es un error: es una característica. ¡Quieren más! Él no tiene la intención de arreglar esto; él no quiere arreglar esto. En cambio, quiere fronteras completamente abiertas».

Las irritantes palabras funcionaron. La imagen de una frontera descontrolada que permitía el paso a millones de extranjeros hizo que el corazón de Hadd se acelerara. Por eso necesitaba venir a Border Encounters, dijo Hadd. «Quiero que se destruyan mis prejuicios e ideas erróneas sobre la frontera».

Kevin Lee, un estudiante de doctorado en arqueología de 33 años de edad, dijo: «Quería empezar a hacer las paces y eliminar parte de la culpa que he estado cargando». Hace ocho años, quedó atrapado en el hilo subreddit r/The_Donald, una comunidad en línea ahora prohibida conocida por albergar teorías de conspiración y discursos de odio. Lee votó con entusiasmo por Trump y apoyó sus políticas de inmigración.

El monte Cristo Rey domina la vista sobre el Río Grande mientras este se reduce a un pequeño canal.Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today
El monte Cristo Rey domina la vista sobre el Río Grande mientras este se reduce a un pequeño canal.

Y luego llegó el 6 de enero. Si los acontecimientos de 2020 y principios de 2021 (una crisis sanitaria mundial, tensiones y disturbios raciales, un ataque al Capitolio de Estados Unidos) empujaron a muchas personas razonables al borde del precipicio de la razón, en el caso de Lee hicieron lo contrario. Se puso serio y calificó el 6 de enero como su «apocalipsis personal». Eliminó los blogs de extrema derecha de su dieta. Comenzó a preguntarse por qué se había obsesionado con Trump en primer lugar, por qué había depositado tantas esperanzas en él y en qué se había equivocado. Y si se equivocó en esto, ¿en qué más se había equivocado?

«Quiero dejar atrás las frases de las que he sido víctima», dijo Lee. «Quiero cerrar la puerta a mi pasada oposición a la inmigración, que no fue meditada en absoluto. Quiero conocer las historias de personas que alguna vez no fueron más que categorías sin rostro».

Este es exactamente el tipo de personas que DiPasquale espera atraer: personas de diversos orígenes políticos, culturales y geográficos que saben que hay mucho que desconocen y que están abiertas a aprender más. El objetivo de Border Encounters no es movilizar a activistas y reformistas, dijo DiPasquale, sino invitar a la gente a una peregrinación. En cada sesión de introducción, advierte que algunas personas podrían no estar de acuerdo con algunos de los presentadores del curso, y afirma que eso está bien. «No estamos aquí para corregir a nadie ni para resolver la situación. Estamos aquí para absorber, aprender y abrirnos camino a través de la turbiedad».

Los Border Encounters invitan tanto a agentes de la Patrulla Fronteriza como a defensores de la inmigración a compartir sus perspectivas como oradores invitados. Eso hizo que Border Encounters «se sintiera lo suficientemente seguro como para intentarlo», dijo Hadd. Había votado por Trump y estaba cansado de las reprimendas estridentes. Pero no parecía que Abara fuera a arengarlo o hacerle sentir culpable a fin de que se arrepintiera por su historial de votación.

Hadd también se sintió convencido: tiene un doctorado en química analítica. Es un tipo apasionado y curioso por naturaleza al que le gustan los datos, los hechos y las personas a tal punto que cuando le dijo por primera vez a su esposa que estaba interesado en ir a la frontera, a ella le preocupaba que pudiera regresar radicalizado, desarraigar a su familia y mudarlos a El Paso.

Pero Hadd no podía deshacerse de la convicción de que necesitaba ir. «Si voy a estar en el mundo y estamos viendo una cantidad sin precedentes de migración humana en el mundo, ¿qué significa esto? Realmente no sé qué está pasando aquí. Pero debería averiguarlo».

El segundo día de su visita, el grupo de Austin cruzó la frontera de El Paso a Ciudad Juárez para visitar una iglesia que alberga a migrantes. Se detuvieron para almorzar en un pequeño museo en la milla 1, que señala la frontera internacional entre México y Estados Unidos. Un grupo de hombres merodeaba en el estacionamiento del lado mexicano; muy probablemente coyotes esperando para guiar a los migrantes, le dijo al grupo un empleado de Abara. Por encima de ellos se levantaba un muro fronterizo financiado con fondos privados que se extendía aproximadamente un kilómetro y medio hacia la montaña. El muro surgió casi de la noche a la mañana en 2019, después de que un grupo liderado por Steve Bannon llamado «We Build the Wall» recaudara millones de dólares mediante financiación colectiva. (Bannon está actualmente siendo juzgado por supuestamente haberse embolsado parte de ese dinero).

Los muros fronterizos se convirtieron en la marca política de Trump, pero los presidentes anteriores, incluidos George W. Bush y Barack Obama, también los construyeron. De hecho, lo que Trump hizo principalmente fue levantar partes de la cerca preexistente de 18 a 30 pies, lo que no ahuyentó a los migrantes, pero sí causó más lesiones cuando intentaron escalarla.

Migrantes se refugian bajo el paso de una autopista en Ciudad Juárez mientras esperan a cruzar a Estados Unidos.Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today
Migrantes se refugian bajo el paso de una autopista en Ciudad Juárez mientras esperan a cruzar a Estados Unidos.
Vehículos esperan en el cruce fronterizo antes de entrar a El Paso.Fotografía por Paul Ratje para Christianity Today
Vehículos esperan en el cruce fronterizo antes de entrar a El Paso.

«La gente muere», dijo la agente de la Patrulla Fronteriza Tessa Reyes al grupo de Austin esa mañana. «La gente se rompe el fémur. Las mujeres se asustan y las empujan». Es un tema conflictivo para algunos agentes fronterizos. Incluso si la valla no detiene a la gente, sigue siendo un elemento disuasivo en momentos en que 1700 agentes fronterizos intentan impedir que 4000 inmigrantes crucen a la vez.

«Es difícil para nosotros, porque al final del día nos consideramos brazos humanitarios», dijo Reyes. Pero Reyes también dio a entender en sus comentarios que un país no es un país sin fronteras, y que la escala de migración en la frontera sur exige una mejor vigilancia fronteriza.

Esta información fue sorprendente para algunos miembros del grupo de Austin que escuchan principalmente medios que restan importancia a las duras realidades de la frontera.

Tanto los factores de «empuje» como los de «atracción» afectan la migración. La guerra, la violencia o el hambre empujan a la gente a salir [de sus países], pero la percepción de una aplicación laxa de las leyes de migración también puede atraer a la gente. Después de que Biden prometiera un enfoque más acogedor, el número de migrantes atrapados en las fronteras de Estados Unidos se catapultó a un récord de más de 2.7 millones en 2022. Los agentes de la Patrulla Fronteriza se vieron superados en número y carentes de recursos mientras intentaban procesar a los miles de personas que se entregaron y solicitaron asilo en un sistema que ya estaba atrasado en solicitudes de asilo. Los refugios en los estados fronterizos se llenaron más allá de su capacidad.

La administración Biden dio marcha atrás. Con la esperanza de desalentar posibles cruces, endureció las políticas fronterizas para prohibir a los migrantes de Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití solicitar asilo en la frontera. Pero la medida generó fuertes críticas de activistas de inmigración que dicen que perjudicará a quienes califican legalmente para el programa de asilo de Estados Unidos.

Incluso las políticas de inmigración duras solo pueden ser efectivas hasta cierto punto. La estrategia fronteriza de «tolerancia cero» de Trump, más conocida por separar por la fuerza a los niños de sus padres en la frontera y que muchos consideraban cruel, no logró impedir que cientos de miles de personas intentaran cruzar.

En Juárez, el grupo proveniente de Austin pasó unas dos horas con ese tipo de personas en el refugio de una iglesia que ha recibido a cientos de inmigrantes de más de dos docenas de países en los últimos años. Los texanos comieron dulces, jugaron Jenga e intentaron comunicarse con un español entrecortado y gestos con las manos. Un chico de 15 años le mostró a Lee fotografías de su ciudad natal en su teléfono celular. Hadd y una mujer del grupo Border Encounter que pidió no ser identificada, se quitaron los zapatos y jugaron fútbol contra dos jóvenes adolescentes de Centroamérica. Los chicos ganaron.

Fue un breve levantamiento del velo, un incómodo choque de culturas. Mirar a los ojos a estos niños e intercambiar sonrisas con ellos le recordó a Lee las horas que había pasado leyendo publicaciones de blogs que fomentaban la ira sobre la frontera. «No hice daño directamente a nadie, pero ciertamente me hice daño a mí mismo», dijo. «Me sentí culpable ante Dios por malgastar mi tiempo y deformarme a mí mismo al convertir un problema serio y complicado en entretenimiento emocional barato».

Johnson, el arquitecto, observó a una mujer embarazada apoyada contra el pecho de su marido. Su camiseta estaba doblada sobre su estómago y el hombre frotaba suavemente la piel de su vientre hinchado. Esa mirada en el rostro del marido, llena de orgullo y esperanza, conmovió a Johnson.

Hasta ese momento, Johnson había sentido principalmente desesperanza y lamento tras emprender el viaje y escuchar las historias de los migrantes. «El mundo parece un desastre increíble», dijo. ¿Por qué Dios permitiría que continúe este ciclo de sufrimiento? ¿Y cómo era posible que esta pareja del refugio, que llegó prácticamente sin nada y enfrentaba desafíos increíbles por delante, pareciera irradiar tanta esperanza? No tenía sentido. Johnson había llegado a la frontera en avión y había perdido la esperanza. Mientras tanto, algunos habían caminado miles de kilómetros hasta la frontera a pie debido a la esperanza.

La frontera es así de extraña.

El último día del Border Encounters, el grupo de la iglesia Christ Church de Austin se reunió temprano en la oficina de Abara y leyeron las Bienaventuranzas juntos, con ojos frescos.

«Bienaventurados los que son perseguidos», dijo Lee. Estaba pensando en las mujeres que huyen de la violencia en sus lugares de origen.

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed», dijo Johnson. Estaba pensando en niños desnutridos.

«Bienaventurados los pacificadores», dijo otra mujer. Estaba pensando en Abara.

Los presentes oraron juntos. «Ayúdanos a mostrar gracia mientras hablamos con otros sobre esto», dijo Johnson.

«Ayúdanos a convertirnos en sal y luz», pidió Hadd.

Era hora de irse a casa. Subieron a la furgoneta que los llevaría al aeropuerto. Tres días no fueron suficientes para comprender plenamente las complejidades de la frontera, pero sí para abrumar a una persona.

Varias semanas después, Hadd estaba en el río Platte de Nebraska con su familia, observando otra migración. Alrededor de medio millón de grullas grises acudieron en masa a los campos de maíz junto al río, engordándose con insectos y maíz desechado en preparación para uno de los viajes más épicos de la naturaleza, desde el sur de Estados Unidos, hasta sus zonas de reproducción en Canadá y Alaska.

«Es impresionante», exclamó. «Los cielos cuentan la gloria del Señor».

La gloria de Dios también se manifiesta en la frontera, aunque Hadd no está seguro de haber obtenido la claridad que esperaba. «No sé si aprendí “la verdad”. Pero sí pude conocer gente», como Víctor y José, los chicos que lo aplastaron jugando al fútbol en el refugio de la iglesia en Juárez. Hadd envió a la iglesia un balón de fútbol y una bomba para inflar el balón en su honor.

Luego investigó cómo llegaron sus propios antepasados a los Estados Unidos. Algunos huyeron de la opresión en Rusia a finales del siglo XIX. Algunos abandonaron Cornualles, Inglaterra, después de que fracasaran las minas de estaño. Otros abandonaron Francia e Inglaterra en busca de mejores oportunidades económicas en Canadá y Michigan.

«Todas estas personas de la cuarta a la quinta generación vinieron a Estados Unidos por razones similares a las que vemos hoy (aunque con mucha menos violencia y desafíos)», escribió Hadd en un correo electrónico. «Entonces, de acuerdo a nuestro viaje y discusiones, ahora apoyo más un cambio importante en la política y formas de “abrir” la frontera».

Lee, el arqueólogo, estuvo en Nápoles durante el verano realizando trabajo de campo e investigación. Está acostumbrado a desenterrar las pertenencias de personas que fallecieron hace mucho tiempo y a resucitar la historia. En cierto modo, eso es lo que Abara hizo por él: resucitó las historias de personas que de repente cobraron importancia para él.

Recuerda haberse sentido extasiado cuando Trump ganó la presidencia por primera vez. «Echando la vista atrás, después de siete años, se siente como el centro de un hojaldre de queso», dijo. «Es puro aire. No tiene ningún peso. Era una esperanza muy vaporosa».

Pero la esperanza que Lee obtuvo en el viaje a la frontera era diferente: «Esta esperanza se siente arraigada y anclada en algo realmente sustancial y real». Esta esperanza apunta al «corazón de Dios para la sanación, la reconciliación y la justicia restaurativa»; y si Dios pudo moldear el corazón de Lee para reflejar el suyo, puede hacerlo por los demás.

Lee cumplió 33 años este año. Planea regresar a Abara House dentro de 40 años. Entonces tendrá 73 años y, con suerte, será un abuelo con un poco más de sabiduría. ¿Cómo será entonces la casa del vado? «No puedo esperar a verlo», dijo. «Este es el modelo. Esto es parte de cómo nuestro país avanzará hacia el futuro para todos nosotros».

Sofía Lee es escritora global para CT.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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Testimony

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Dios me buscó pacientemente a través de las décadas, mientras pasaba del fundamentalismo a la fe progresista, y luego una fe completamente distinta.

Los santos son extraños. Y Martin Scorsese lo sabe

Su nueva serie documental no minimiza la santidad detrás de la rareza de sus personajes.

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