Cuando oyó la primera explosión, Feʻilaokitau Kaho Tevi estaba en la fila para lavar su coche en Nukuʻalofa, la capital de Tonga. Volvió a casa rápidamente. Otros se encontraron atascados en el tráfico mientras el 15 de enero entraba en erupción un volcán en el reino insular, que según los científicos de la NASA fue cientos de veces más potente que la bomba atómica de Hiroshima.
La explosión arrojó una capa de ceniza de varios centímetros de grosor sobre edificios, coches, plantas y árboles, y generó olas que alcanzaron alturas estimadas de 15 metros (50 pies), arrasando pueblos y complejos turísticos de la costa. La fuerza del agua empujó rocas y escombros a las carreteras. El cable de telecomunicaciones submarino que conectaba esta nación del Pacífico Sur de 105 000 habitantes con el resto del mundo se rompió.
Y, sin embargo, «sentimos las oraciones de la comunidad cristiana mundial», dijo Tevi, ex secretario general de la Conferencia de Iglesias del Pacífico, quien anteriormente había ayudado a dirigir las actividades de ayuda de Tearfund frente a los desastres naturales en la región [enlaces en inglés].
Tiene razón.
Preocupados por la suerte de sus seres queridos, muchos de los 150 000 habitantes de la diáspora de Tonga han llevado a cabo maratones de oración durante toda la noche, organizado vigilias y utilizado las redes sociales para implorar a otros creyentes que pidan a Dios por la seguridad y la protección de sus seres queridos.
«Fueron noches de insomnio para mí y para muchos tonganos de todo el mundo», dijo Sela Finau, pastora de la Primera Iglesia Metodista Unida de Taylor, cerca de Austin, Texas. «Esperábamos desesperadamente oír alguna palabra de vida desde el lejano reino. Mientras nuestra comunicación con la familia y el pueblo de Tonga estaba completamente suspendida, nos apoyamos en nuestra fe. Sabíamos que nuestra comunicación con Dios estaba siempre abierta y que podíamos pedir la misericordia y la protección de Dios».
Muchos tonganos que han abandonado las islas ahora viven en Australia, Nueva Zelanda o Estados Unidos, lugares que les dieron la oportunidad de poner la difícil situación de esa pequeña comunidad en el radar del mundo.
«Algunas personas nunca han estado en Tonga, otras nunca han oído siquiera hablar de Tonga; pero cuando los creyentes llamaron a otros a orar, la gente comenzó a hacerlo», dijo Rachel Afeaki-Taumoepeau, secretaria regional de la Región Evangélica del Pacífico Sur de la Alianza Evangélica Mundial. Su familia proviene de Tonga.
Muchos ven la mano de Dios velando por el reino conformado por unas 170 islas, dada la disparidad entre la intensidad del desastre y el bajo número de víctimas (tres).
«Durante las dos últimas semanas, he estado orando día y noche, agradeciendo a Dios que haya librado a Tonga», dijo Siesia «Sia» Puloka, pastora de la Iglesia Metodista Unida de Seaview, en Seattle. «Cuando intentas ver Tonga, casi tienes que besar el mapa: es solo un pequeño punto. El tsunami y la erupción podrían haber arrasado Tonga en un segundo. Es plana como un panqueque».
Los cristianos de Tonga no se limitan a dar crédito a las oraciones que comenzaron tras la explosión del volcán. Ellos también mencionan al rey Tupou, que dedicó las islas a Dios y en 1839 adoptó un nuevo lema para su reino: «Ko e ʻOtua mo Tonga Ko Hoku Tofiʻa» («Dios y Tonga son mi herencia»). Tupou formó parte de la primera generación de tonganos que se convirtieron al cristianismo tras la llegada de los misioneros occidentales a finales del siglo XVIII.
Hoy, la única monarquía que queda en el Pacífico es abrumadoramente cristiana. Los protestantes constituyen casi dos tercios de la población (64.9 %), y la mayoría (incluida la familia real) pertenece a la Iglesia Libre Wesleyana. El mormonismo llegó en la década de 1890, y hoy el 16.8 % de la población pertenece a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, lo que convierte a Tonga en la nación con mayor porcentaje de mormones del mundo. Aproximadamente la misma proporción de tonganos son católicos romanos.
Como miles de tonganos han emigrado, las iglesias de los lugares donde se han reubicado han servido como centros de conexión cultural. Al frente de una de las dos congregaciones tonganas de Seattle, Puloka predica en tongano y en inglés en sus servicios, como parte de un esfuerzo por mantener a la generación más joven involucrada con su nación de origen.
«Cuando hay fiestas, las celebramos en la iglesia y en la comunidad. Hacemos nuestros bailes isleños, cantamos las canciones de nuestra tierra», dijo Puloka. «Llevamos nuestro atuendo tongano a la iglesia. Les digo a nuestros jóvenes que son hermosos, amados y adorados. Especialmente a los niños que han nacido aquí, que quieren estar en el grupo, que quieren pertenecer. Quiero que también sepan que son tonganos porque sus padres y abuelos lo son».
Este estrecho sentido de camaradería se refleja incluso desde el punto de vista lingüístico: el idioma tongano no tiene una palabra para referirse a los primos, por lo que los primos se consideran hermanos, explicó Finau.
«La familia nuclear tal como existe en el contexto de Occidente no existe en la estructura familiar de la isla pasifika», dijo. «Del mismo modo, Jesús consideraba a otros como sus hermanos y hermanas, sobre todo a los que seguían el camino de Dios, como se cuenta en Mateo 12. Todos pertenecemos a la familia de Dios. Todos pertenecemos al cuerpo, como describió el apóstol Pablo en Primera de Corintios 12.
»Los tonganos, como todo el pueblo pasifika, se ven a sí mismos conectados y forman parte del moana (océano). Por eso, cuando los tonganos están en la diáspora por todo el mundo, seguimos sintiéndonos conectados a través del moana. Al fin y al cabo, solo hay un moana», dijo la pastora de Texas.
«Un himno, llamado “Eiki Ko e ʻOfa ʻA ʻAu” (Señor, qué grande es tu amor), lo aprenden todos los tonganos desde niños. El himno es inmensamente emocional y significativo para los tonganos; muchos se lo saben de memoria», dijo. «Compartí esta canción en mi página de redes sociales varias veces poco después del volcán y el tsunami. La letra aporta una sensación de paz y nos recuerda que debemos apoyarnos y confiar solo en Dios. La canción utiliza el océano como metáfora, y es un relato preciso de cómo los tonganos expresan su amor por Dios y viceversa. Para los tonganos, el océano no es solo un símbolo de vida; es su fuente de vida, una forma de vivir, una inspiración eterna».
En los últimos días, la ayuda ha atravesado el océano, con el envío de barcos por parte de Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos y el Reino Unido. Tonga es un país libre de COVID, por lo que el reto ahora es asegurarse de que el virus no acompañe a los suministros. Como más del 70 % del país ha recibido al menos una dosis de la vacuna, Tonga está a punto de reabrir sus fronteras después de casi dos años. No está claro cuánto tiempo más tendrán que esperar quienes están desesperados por ver a sus seres queridos o por regresar.
A pesar de la destrucción, la vida ha vuelto a la normalidad (al menos en lo que respecta a la pandemia). La semana pasada, los niños volvieron a la escuela y las iglesias abrieron sus puertas. Incluso cuando la ceniza sigue cubriendo grandes partes de las islas, algunos ciudadanos con mentalidad empresarial han empezado a vender bolsas de ella para reutilizarla como material para repellar.
«Tonga se salvó en gran medida gracias a fuerzas que están más allá de nosotros. Fue casi como un milagro», dijo Tevi. «Si calculamos que la explosión fue (muchas) veces mayor que la de Hiroshima, es una sorpresa y una maravilla que todavía estemos aquí. Estamos en manos de Dios. Él nos ha hecho pasar por varias catástrofes y hemos salido sanos y salvos».
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.