Theology

Se necesita un pueblo entero para escapar de un líder tóxico

Lo que los escándalos recientes nos enseñan acerca de la «ceguera por traición» tanto en iglesias como en entornos paraeclesiales.

Christianity Today September 2, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Dziana Hasanbekava / Pexels / Valerie Gionet / Priscilla du Preez / Unsplash

Un reciente artículo [enlaces en inglés] acerca de Ravi Zacharias International Ministries (RZIM) relata el proceso por medio del cual la denunciante Ruth Malhotra se dio cuenta de que no todo lo relacionado con el apologeta y su ministerio era lo que parecía. El artículo alude a las preguntas que sin duda muchos se han hecho acerca de Malhotra —quien trabajó de forma cercana con Zacharias— y otras personas: ¿cómo es posible que no lo vieran antes? y ¿por qué no se marcharon antes?

Estas preguntas no son disparatadas. Después de todo, podemos escuchar el podcast de CT The Rise and Fall of Mars Hill [El ascenso y caída de Mars Hill] y preguntarnos acerca de los que abandonaron el equipo de la iglesia: «¿Por qué no vieron desde el principio el narcisismo y la disfunción en aquel entorno?». O un poco más lejos de nuestro ámbito, podemos ver el documental sobre la salida de Leah Remini de la cienciología y preguntarnos: «¿Cómo no vieron que se trataba de un esquema de mercadotecnia multinivel mezclado con una secta OVNI?».

Hay muchas razones por las que la gente permanece durante tanto tiempo en sistemas tóxicos. Algunas de ellas están ancladas en los pecados humanos del orgullo y la ambición, y otras en las debilidades humanas del miedo y la ignorancia. Pero eso no es todo. En algunos casos, lo que se pone de manifiesto es una «ceguera por traición». El concepto fue desarrollado por la psicóloga Jennifer Freyd y se refiere a la necesidad de una persona de confiar en su cónyuge, padre, cuidador o líder y, cuando este los ha traicionado, fluctuar entre la necesidad de terminar con el abuso y la necesidad de preservar la relación.

Lori Anne Thompson, la primera mujer en dar un paso al frente públicamente con acusaciones contra Zacharias, usa el término en su entrevista con Bob Smietana. Después de que Malhotra alzara la voz y fuera desterrada del ministerio, Thompson la apoyó, oró por ella y le brindó consejo, aunque Malhotra previamente había trabajado en la oficina de relaciones públicas de quien abusó de ella.

Thompson le contó a Smietana que el concepto de «ceguera por traición» le ayudó a comprender mejor por qué algunas personas se quedan en situaciones que desde fuera son claramente tóxicas.

No estoy sugiriendo que la ceguera por traición, tal cual Freyd la articula, esté necesariamente detrás del caso de Malhotra (quien, dicho sea de paso, es amiga mía) ni en cualquier otro grupo de denunciantes aquí o en cualquier otro lugar. Sin embargo, comprender el concepto es esencial para que las iglesias y otras instituciones superen la epidemia de abusos y de encubrimientos de abusos. Es también esencial para que tengan sentido los patrones cada vez más normalizados de prácticas tóxicas y espiritualmente abusivas que caracterizan a demasiadas iglesias, ministerios, gobiernos y movimientos políticos.

Toda persona ha sido creada con la necesidad de ser amada y aceptada por los que están en posición de autoridad, empezando por los padres. Cuando un padre rechaza a un hijo a través del abuso o la negligencia, algunos niños no pueden soportar las ramificaciones psicológicas de pensar que algo respecto a sus padres está mal.

Después de todo, un pensamiento así terminaría dando lugar a un mundo siniestro y caótico, donde el niño se sentiría desprotegido y solo. En algunos casos, entonces, el niño llega a la conclusión de que hay algo mal en él. A veces el niño piensa: «Si me comporto mejor y me esfuerzo más, entonces podré encontrar seguridad y también ayudar a mi cuidador a ser mejor».

Suele ocurrir que este patrón de pensamiento no termina en la infancia. Muchos de nosotros hemos aconsejado a mujeres abusadas que han llegado a la conclusión de que el problema era que ellas no aliviaban adecuadamente el estrés de su pareja. El cónyuge que ha sido engañado a veces llega a pensar que es él o ella quien no es suficientemente atractivo, o que de algún otro modo tiene la culpa de lo que ha ocurrido. A menudo esto ocurre en situaciones en la iglesia, donde a veces a la gente le resulta difícil ver (en ocasiones tardan incluso años) que lo que ellos dieron por hecho que se trataba nada más que de «los problemas habituales de tratar con otras personas» resultó ser un entorno tóxico y dañino.

Esto es particularmente cierto cuando las instituciones —incluso las iglesias— en ocasiones promueven el abuso de las víctimas (o de aquellos que buscan ayudarlas) al manipularlas hasta el punto de hacerles dudar de su propia salud mental, como si su reacción al abuso —no el abuso en sí— fuera el problema. A veces ocurre esto cuando una persona critica el modo en que la víctima presenta la queja, o busca otras cuestiones con las que pinchar a la víctima.

En la situación de una iglesia o un ministerio, es especialmente peligroso. Cuando se ha enseñado a una persona a ver la iglesia como « hogar» y como «familia», suelen comenzar a preguntarse si las señales de alarma que han visto son reales. Cuando se les acusa de sacrificar la «unidad» del ministerio, a veces comienzan a creer la retórica de que ellos —no la cuestión en sí— son el problema. Cualquier institución puede acosar e intimidar a un denunciante, pero ninguna institución puede hacerlo con más poder que aquella que dice: «Si haces esto, estarás apartándote de Jesús».

Al igual que ocurre con un niño y su padre, algunas personas no pueden soportar pensar que una iglesia, un ministerio o una denominación —especialmente aquella que les presentó a Jesús— pudieran ser fraudulentas. Una parte de ellos comienza a pensar: «Quizá lo que me contaron acerca de Jesús y del evangelio también era fraudulento». Y a veces comienzan a buscar otras explicaciones posibles: explicaciones que los culpen a sí mismos, en vez de a aquellos que están haciendo las cosas mal.

A menudo estas personas no se pueden imaginar viviendo lejos de su iglesia, su ministerio o denominación; hasta ese punto su identidad está enmarañada con ellos. Los neurólogos y psicólogos han demostrado que la experiencia de ser exiliados de una tribu o grupo a menudo se experimenta como un dolor físico.

La racionalización, entonces, puede ser fácil de creer: «La misión es demasiado importante como para que yo le dé pie a la intuición que me dice que algo no está bien»; o «No parece que nadie más esté viendo esto, así que yo debo ser el loco»; o «Si me voy, se me reemplazará con alguien mucho peor, y puedo hacer mucho más desde dentro». Como hemos visto una y otra vez, esas líneas de pensamiento terminan en desastre.

Incluso entonces, a veces el consejo de los amigos de fuera solo es una anticipación de las propias dudas de uno mismo. Y en ocasiones hay que llegar al límite para ver que es necesario marcharse. Para algunos, como Malhotra, es entonces cuando las pruebas emergen: que la intuición que se tenía era cierta, después de todo.

Cuanto yo estuve en un entorno tóxico y abusivo espiritualmente, descubrí que llevaba años dudando de mí mismo y encontrando maneras de culparme a mí por lo que estaba viviendo. Sucedió mientras le leía un libro infantil a mi hijo. Leí la declaración al final de Goldilocks and the Three Dinosaurs [Goldilocks y los tres dinosaurios] de Mo Willems: «Si te encuentras en la historia equivocada, márchate». Puse el libro a un lado y me di cuenta: «Estoy en la historia equivocada».

Los escándalos y los fraudes, los engaños y abusos dentro de la iglesia son la responsabilidad de todos los que pertenecemos a ella. Tenemos que dar muchos pasos: desde crear estructuras de rendición de cuentas hasta capacitar a las personas para que identifiquen problemas, pasando por enseñar a los líderes a cuidar a aquellos a los que han hecho daño. Debemos insistir en proteger a los que denuncian. Pero también debemos adelantarnos —mucho antes de que surjan los problemas— para capacitar a las personas para que comprendan la visión de la iglesia que Jesús nos ha dado, donde la rendición de cuentas no se sacrifica por la unidad y la integridad no se sacrifica por la misión.

Desde la misma escuela dominical deberíamos empezar a ayudar a las personas a entender la diferencia entre ser leales a Cristo y leales a alguien que actúa en su nombre. Deberíamos emplear recursos en enseñarles cómo saber cuándo están siendo manipulados para que se culpen a sí mismos, y cuándo deberían dar un paso al frente y decir: «Algo está mal aquí».

Y necesitamos enseñar a la gente que la historia de Jesús no hace daño al vulnerable. Así que, si te encuentras en la historia equivocada, siempre puedes marcharte.

Russell Moore lidera el Proyecto de Teología Pública en Christianity Today .

Traducción por Noa Alarcón

Edición por Livia Giselle Seidel

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