Los problemas en las Escrituras funcionan como reductores de velocidad: pueden ser frustrantes, y también pueden perjudicar a los incautos, pero resultan eficaces en ralentizarnos para que prestemos atención. Las tensiones nos obligan a pensar. Las contradicciones aparentes nos obligan a revisar los textos de manera más detallada. Cuando Dios los inspiró, sabía lo que estaba haciendo.
Al estudiar los Evangelios nos encontramos inmediatamente con el problema de las grandes diferencias entre las genealogías de Jesús presentadas por Mateo y Lucas. Mateo 1 enumera 42 generaciones que se remontan hasta Abraham; Lucas 3 presenta 77 generaciones que se remontan hasta Adán. De las docenas de nombres entre David y Jesús, sólo cinco aparecen en ambas listas. Peor aún, al parecer Jesús tiene dos abuelos paternos diferentes: Jacob (Mateo 1:16) y Elí (Lucas 3:23).
Los esfuerzos para resolver estas disparidades a menudo se concentran en el lado de Mateo, principalmente porque su genealogía parece tener una motivación teológica evidente: las numerosas lagunas, las mujeres que destaca, los tres grupos de 14, y así sucesivamente. Asumimos que Lucas nos ofrece “sólo los hechos”, mientras que Mateo los manipula con un objetivo en mente. Pero esta perspectiva menospreciaría tanto a Mateo como historiador, como a Lucas como teólogo. Yo creo que la genealogía de Lucas tiene una agenda teológica tan vigorosa como la de Mateo, si no es que más.
Considere la forma en que enumera 77 generaciones desde Adán hasta Cristo. Ese número apunta al día de reposo. Nos recuerda la venganza de setenta veces siete de Lamec (Génesis 4:24), y que Jesús dijo que debemos perdonar hasta setenta veces siete (Mateo 18:22). Evoca el año del Jubileo (Levítico 25:8–55), el cual se observaba una vez cada siete periodos de siete años. En Lucas 4:16-21, Jesús proclama haber cumplido la promesa del Jubileo, un acontecimiento que se presagia dos capítulos antes con la orden de que la gente se reporte a su ciudad natal para ser censada, recordándonos el mandamiento jubilar de que todos debían regresar a la “heredad familiar” (Levítico 25:10).
También es digno de mención que Lucas introduzca su genealogía, no al comienzo de la vida de Jesús, sino al comienzo de su ministerio, cuando tenía “unos treinta años” (3:23). Treinta es un número notable. Los sacerdotes comenzaban su ministerio a esa edad (Números 4:3), la misma edad en la que David se convirtió en rey (2 Samuel 5:4) y Ezequiel vio visiones proféticas de Dios (Ezequiel 1:1). Al insertar su genealogía en esta etapa, Lucas conecta la ascendencia de Jesús con su ministerio como profeta, sacerdote y rey. Al remontarse hasta Adán, y no sólo hasta Abraham, presenta a Jesús como profeta de todas las naciones, sacerdote para todos los pueblos, y rey de toda la tierra.
Luego, está la cuestión de los abuelos paternos de Jesús. Desde principios del siglo III, la gente ha especulado que José tenía dos padres, ya sea porque fue adoptado legalmente o porque era hijo de un matrimonio por levirato. (En la costumbre judía: si un hombre moría sin hijos, su hermano habría de casarse con la viuda para preservar la línea familiar). Si esto hubiera sido así, entonces José sería hijo tanto de Elí, como de Jacob; algo que siempre me sonó a apología desesperada. Pero entonces comencé a notar todas las otras referencias en Lucas 3 al matrimonio por levirato o a la adopción legal.
Una se relaciona con Herodes y su hermano Felipe (Lucas 3:1). Herodes se había casado con la esposa de Felipe, provocando gran enojo entre los judíos devotos, —y eventualmente causando la decapitación de Juan el Bautista— (Marcos 6:17). Así que el relato de Lucas acerca de la vida adulta de Jesús comienza mencionando a un hombre en un “matrimonio por levirato”, siendo en realidad un caso de adulterio, puesto que su hermano aún estaba vivo.
Otra se refiere al propio Jesús: “Era hijo, según se creía, de José” (Lucas 3:23). Legalmente, Jesús era el hijo de José, pero José no era su padre biológico. Como Gabriel le explicó a María, Jesús sería llamado “Hijo del Altísimo” e “Hijo de Dios” (Lucas 1:32,35).
Incluso encontramos un ejemplo en Juan el Bautista, quien ilustremente se contrastó a sí mismo con uno “a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias” (3:16). Desatar una correa de sandalia era el momento clave del halizah, proceso por medio del cual se liberaba a un hombre del matrimonio por levirato (Deuteronomio 25:9; Rut 4:7). Tal vez, como argumentaba Gregorio Magno, Juan se declaró no sólo por debajo de Cristo, sino también indigno de desplazarlo como el verdadero esposo de Israel. Juan es el padrino de boda, no el novio (Juan 3:29).
En este contexto más amplio, el rompecabezas de Elí y Jacob no es una coincidencia, sino parte de un patrón, algo que podríamos pasar por alto a menos que reduzcamos la velocidad casi hasta el punto de detenernos. Gracias a Dios por los reductores de velocidad.
Andrew Wilson es pastor de enseñanza en la iglesia King’s Church, en Londres, y autor de Spirit and Sacrament (Zondervan). Síguelo en Twitter @AJWTheology.
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