Church Life

El pastor que rescata a personas del ‘acantilado del suicidio’ en Japón

Yoichi Fujiyabu lleva tres décadas compartiendo el amor de Dios con personas que quieren acabar con sus vidas.

El acantilado Sandanbeki en Shirahama, Japón.

El acantilado Sandanbeki en Shirahama, Japón.

Christianity Today October 2, 2025
WikiMedia Commons

La mayoría de la gente visita Shirahama, una ciudad turística situada en la costa sur de Japón, por sus playas de arena y sus reconfortantes onsens (aguas termales). Sin embargo, algunos viajan allí porque quieren morir.

En una iglesia cercana a la playa de Shirahama, el penetrante sonido de un teléfono rompe el silencio de la noche. «Moshi moshi?», responde Yoichi Fujiyabu. Al otro lado, una voz temblorosa susurra en japonés: «Por favor… ayuda». Fujiyabu coge las llaves, se sube al coche y sale a toda velocidad en medio de la noche. Su destino: Sandanbeki, un majestuoso acantilado con vistas a la costa de Shirahama. Es uno de los lugares más famosos de Japón para suicidarse.

Los faros atraviesan la sofocante oscuridad. Allí, una figura solitaria emerge ante el haz de luz. Fujiyabu sale del coche. El suelo cruje bajo sus pies mientras camina hacia una sombra que tiene delante.

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Esta escena es del documental de 2019 El pastor y el acantilado de la vida. También es una escena que Fujiyabu, el pastor de la Iglesia Bautista Cristiana de Shirahama, recrea una y otra vez, a menudo durante las primeras horas de la noche.

Durante casi tres décadas, Fujiyabu ha trabajado en el frente de guerra de la prevención del suicidio en Shirahama. Hasta la fecha, ha impedido que más de 1100 personas —registra los datos de todas las personas que ha rescatado— se quiten la vida en Sandanbeki.

Sandanbeki se encuentra a cinco minutos en coche del centro de la ciudad. Debido a que el acantilado tiene casi 200 pies de altura y el océano que hay debajo tiene una fuerte corriente, es un destino popular para las personas que quieren suicidarse, ya que los cuerpos suelen ser arrastrados sin dejar rastro.

«Es un lugar tan hermoso, lo que hace que el contraste sea aún más llamativo», dijo Fujiyabu mientras me guiaba hacia el acantilado azotado por el viento en un caluroso día de finales de agosto. Una brisa soplaba desde el mar mientras la luz del sol bailaba sobre las olas. Todo parecía una postal perfecta hasta que mis ojos se posaron en un solitario monumento de piedra, erigido en memoria de los que se han quitado la vida en Sandanbeki.

Mientras caminaba hacia el acantilado con Fujiyabu, nos encontramos con una cabina telefónica pública. La mayoría de estas cabinas han desaparecido en todo Japón, pero la ciudad ha mantenido esta en funcionamiento para que las personas desesperadas puedan llamar a la Red de Rescate de Shirahama (en adelante, RRS), una organización sin ánimo de lucro dirigida por Fujiyabu y su iglesia.

Fuera de la cabina, un gran cartel lleva las palabras «Teléfono de la vida», junto con una paráfrasis de Isaías 43:4: «Eres precioso y honrado a mis ojos. Te amo». Debajo, unas letras en negrita suplican: «Por favor, llámanos antes de tomar esta importante decisión». El número de la línea directa de la RRS es el único que aparece en el cartel. Fujiyabu y su equipo han colocado cinco carteles de estos en los alrededores, con la esperanza de que la gente se ponga en contacto con ellos antes de decidir acabar con sus vidas. Dentro de la cabina, una cruz adornada con flores cuelga sobre una gastada Biblia en japonés y un teléfono de color verde brillante.

A medida que nos acercábamos al borde del acantilado, Fujiyabu señaló varios lugares desde los que algunas personas se habían arrojado, y otros en los que él las había rescatado del precipicio. Cada vez que recibe una llamada —entre tres y cinco veces al mes— y llega al acantilado, su primera tarea es localizar a la persona que llama. Una vez que lo hace, intenta guiarla hasta el asiento trasero de su coche, lejos del borde del acantilado, y escucha su historia.

Cabina telefónica pública en el acantilado de Sandanbeki. Imagen cortesía de Kazusa Okaya.

Estos encuentros rara vez son sencillos. Algunas personas rechazan su presencia por completo o se muestran hostiles con él una vez que están dentro de su coche, a menudo porque dudan sobre si aún desean quitarse la vida.

En esos momentos, Fujiyabu suele conducir lentamente por la ciudad, dando vueltas por las calles hasta que la persona se calma y se siente segura. Solo entonces lleva a las personas a su casa o a una residencia gestionada por RRS, ya que no tienen ningún otro lugar adonde ir después de romper los lazos con sus familiares, dejar sus trabajos y vender todas sus posesiones.

Vestido con una camisa hawaiana y pantalones vaqueros, Fujiyabu, de 53 años, tiene una figura atlética. Su sonrisa ligera le da un aspecto casi juvenil. Sin embargo, detrás de su sonrisa infantil se esconde una tranquila determinación y una fuerza de voluntad inconfundible.

Fujiyabu entró por primera vez en la Iglesia Bautista Cristiana de Shirahama cuando era un niño porque una niña lo había invitado a asistir a un servicio. «Era un motivo impuro, como el de la mayoría de los niños», recuerda. A medida que seguía asistiendo a la iglesia, poco a poco comenzó a comprender el amor de Dios. A los 10 u 11 años, tomó conciencia de su fe en Cristo.

También desarrolló un profundo interés por el trabajo humanitario después de leer la novela infantil Harp of Burma, que narra la historia de un soldado japonés que decide quedarse y dedicar su vida a cuidar de los muertos en Birmania (Myanmar).

En la escuela primaria, intentó recaudar fondos para los refugiados que vivían en Etiopía y Camboya. Tras meses de esfuerzo, solo consiguió reunir 1000 yenes (unos 7 dólares estadounidenses), lo que le hizo sentir impotente. Entonces, en un campamento de verano de la iglesia, cuando Fujiyabu estaba en el sexto grado, su pastor predicó sobre Hechos 3. En el pasaje, Pedro le dice a un mendigo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy» (v. 6, NVI).

«Eso me impactó», dijo Fujiyabu. «Me di cuenta de que, aunque no tenía mucho que dar, podía compartir el evangelio».

Este momento sembró la semilla del llamado de Fujiyabu: llevar el mensaje de esperanza de Cristo a quienes lo necesitaban desesperadamente. En muchos sentidos, esta vocación fue también el resultado natural de su paso por una comunidad de iglesia en Shirahama. Había crecido viendo a su predecesor, Taro Emi, crear un ministerio de prevención del suicidio en la iglesia. Emi comenzó las operaciones de rescate en Sandanbeki en 1979, décadas antes de que Fujiyabu asumiera el cargo como pastor.

Fujiyabu recuerda haber conocido a personas que Emi había acogido bajo su cuidado. Una vez, vio a una mujer desconocida llorando en la iglesia. En otra ocasión, Emi apareció de repente con un niño pequeño que se quedó con él durante varios meses.

«Me convertí en cristiano porque vi la coherencia entre el mensaje del evangelio que se predicaba en la iglesia y la forma en que el pastor Emi vivía su fe», dijo Fujiyabu. «Pensé: El amor de Dios es real y está aquí».

Iglesia Bautista Cristiana de Shirahama. Imagen cortesía de Kazusa Okaya.

Mientras estudiaba el programa de Ministerio Pastoral en la Universidad Cristiana de Tokio, la única institución de educación superior evangélica de Japón, Fujiyabu nunca tuvo la intención de regresar a la congregación de su ciudad natal. Eso cambió cuando Emi le pidió que regresara para pastorear la iglesia de Shirahama. Le ofreció un salario de 50 000 yenes (330 dólares estadounidenses) al mes, una cantidad muy por debajo del umbral de la pobreza en Japón.

Fujiyabu pensó que Emi lo estaba poniendo a prueba para ver si estaba preparado para la tarea. «Pero cuando empecé a trabajar, me di cuenta de que [Emi] hablaba en serio», dijo Fujiyabu. «Ese era realmente nuestro salario mensual. Eso nos enseñó a confiar en la provisión del Señor».

Fujiyabu comenzó como pastor asociado de la Iglesia Bautista Cristiana de Shirahama en 1996 y asumió el cargo de pastor principal tres años más tarde. En ese momento, la iglesia apenas sobrevivía, ya que solo contaba con unos diez feligreses semanales.

Hoy en día, la iglesia tiene más de 50 miembros habituales, entre los que se incluyen personas que se han mudado a Shirahama desde diferentes partes del mundo por motivos laborales. Alrededor de 20 de ellos son personas que RRS ha rescatado de Sandanbeki.

Al principio, la iglesia se enfrentó a numerosos conflictos entre sus miembros más antiguos y las personas rescatadas del acantilado, que solían tener problemas de adicción al juego o a la pornografía, alcoholismo o problemas de salud mental. Los objetos de la iglesia se rompían o desaparecían. Algunos creyentes comenzaron a decir que no querían compartir el espacio con estos recién llegados. Sin embargo, Fujiyabu les repetía que la iglesia era un lugar para pecadores imperfectos y que debían ayudarse mutuamente en sus debilidades.

«Quiero que mi iglesia sea como un zoológico», decía, añadiendo que el reino de Dios no es todo orden y perfección.

La labor pastoral de Fujiyabu va mucho más allá de los servicios dominicales y los dramáticos rescates nocturnos en Sandanbeki. Al principio de su ministerio, se dio cuenta de que rescatar a la gente del acantilado y proporcionarles un refugio temporal no era suficiente, y quiso ofrecer formas más concretas de cultivar la sanación individual y comunitaria.

Además de gestionar el dormitorio, RRS también opera una serie de negocios en la ciudad. Hay un restaurante de comida para llevar llamado Machinaka Kitchen, un centro de retiro, un servicio de limpieza, una granja y mucho más. Estos lugares de trabajo proporcionan capacitación para las personas que Sandanbeki rescata y generan ingresos económicos para el ministerio.

El interior de Machinaka Kitchen. Imagen cortesía de Kazusa Okaya.

Fujiyabu también quiere ayudar a los jóvenes a fin de que no vean el suicidio como una opción cuando se enfrentan a dificultades en la vida. La iglesia ofrece un programa educativo extraescolar y una escuela secundaria a distancia para los que abandonan los estudios. Hace dos años, pusieron en marcha Noko Noko, un centro de apoyo a la crianza respaldado por el gobierno en la segunda planta de Machinaka Kitchen, para ofrecer asesoramiento a las familias en crisis.

La mayor parte de la infraestructura que utilizan RRS y la iglesia tiene un costo reducido. Otros cristianos y el gobierno local se unieron para apoyar el ministerio de Fujiyabu donando espacio en edificios u ofreciendo alquileres a bajo costo.

Entre el personal de RRS, en su mayoría cristiano, se encuentra Ching Khan Nem, una creyente de Manipur, India. Nem llegó a Japón por primera vez para estudiar inglés en la Universidad Cristiana de Tokio. En 2019, visitó la iglesia de Shirahama como parte de un viaje misionero y almorzó con varias personas que vivían en la residencia de RRS. El ambiente allí era muy tenso y muchas de las personas con las que almorzó parecían «sin vida», dijo Nem. «Sentí profundamente la convicción de que quería servir aquí y llevar alegría y calidez a las vidas de [esas] personas desesperadas», añadió.

Un año más tarde, Fujiyabu invitó a Nem a trabajar en la RRS. En la actualidad, Nem participa en múltiples proyectos, entre los que se incluyen la escuela secundaria a distancia, un programa de inglés que ayudó a poner en marcha, el campamento de verano de la iglesia y Machinaka Kitchen.

«Fujiyabu dedica su vida al ministerio y está dispuesto a trabajar incansablemente cada día para ello», dijo Nem sobre su experiencia de trabajo con el pastor. «La gente también lo critica por trabajar demasiado, pero él es así».

A Fujiyabu no le afectan los comentarios de los demás sobre su ministerio y su ética de trabajo. «La gente piensa que soy imprudente porque hago lo que creo que es correcto, independientemente de si parece plausible o no», afirma. «Simplemente he seguido haciendo lo que Dios me ha llamado a hacer: escuchar las necesidades de la ciudad y de su gente».

La tasa de suicidios de Japón es la más alta de los siete países más desarrollados, según un informe de la Organización Mundial de la Salud de 2018. Aunque el número total de suicidios en el país ha disminuido durante varios años, las cifras siguen siendo elevadas, con más de 20 000 muertes al año. Las tasas de suicidio entre los jóvenes son especialmente notables: el año pasado, los suicidios de niños y adolescentes alcanzaron un máximo histórico con 527 muertes registradas.

Las largas jornadas laborales, el aislamiento social, las presiones en la escuela y el estigma que rodea a los problemas de salud mental son algunas de las razones más citadas para explicar la elevada tasa de suicidios de este país del este asiático. La vergüenza es otro factor que contribuye a ello, ya que la cultura japonesa implica que las personas deben evitar convertirse en un meiwaku, es decir, una carga para los demás. Los familiares suelen considerar que las dificultades de una persona, como la pérdida del empleo o una deuda agobiante, son profundamente vergonzosas. Este estigma puede llevar a algunas personas a querer desaparecer por completo de la sociedad.

Las iglesias evangélicas de Japón han tomado pocas medidas sustantivas para abordar el problema del suicidio. Muchos opinan que la participación en el trabajo social es característica del cristianismo liberal, una crítica que el propio Fujiyabu ha recibido de otros creyentes y misioneros. Sin embargo, en su opinión, la necesidad más apremiante del evangelio en Shirahama es cómo abordar el problema del suicidio.

La mayoría de la gente en Japón rara vez acude a la iglesia cuando necesita ayuda, me comentaba Fujiyabu mientras recorríamos las calles de Shirahama. «La iglesia es irrelevante», decía. «Yo quería cambiar eso. Quería que la iglesia fuera un lugar importante para la ciudad».

En el ayuntamiento de Shirahama, Fujiyabu me presentó a Itsuka Kiyomiya, la única trabajadora social que supervisa la salud psiquiátrica de sus 21 000 habitantes. «Consideramos que RRS es un activo social vital», dijo. «Incluso cuando la policía encuentra a alguien cerca del acantilado, lo único que puede hacer es proporcionarle dinero o un refugio temporal. Por eso el trabajo de RRS es tan valioso».

La colaboración entre el ayuntamiento y RRS es bidireccional. Las autoridades llaman a la organización sin ánimo de lucro cuando alguien necesita un lugar donde alojarse a largo plazo. A su vez, RRS confía en Kiyomiya para poner en contacto a las personas con la ayuda o los servicios que necesitan, como las prestaciones por desempleo.

Sin embargo, la iglesia y el gobierno local tienen perspectivas diferentes sobre cómo deben ser la restauración y la sanación. Muchas personas acaban abandonando la iglesia cuando se sienten mejor, lo que Kiyomiya denomina «verdadera independencia», ya que «ya no necesitan depender de la iglesia».

Fujiyabu sonrió, pero no estuvo de acuerdo: «No me gusta mucho eso. Quiero que se queden, que sigan formando parte de la iglesia incluso después de haberse recuperado».

Fujiyabu recordó un ejemplo reciente de cómo son el crecimiento y la sanación en un contexto cristiano. Hace unos tres años, un hombre de unos 40 años estaba en un bar bebiendo y contando sus problemas al camarero, cuando este le respondió: «Deberías probar la iglesia. Allí habrá gente que te ayudará».

El hombre, que no tenía ninguna conexión previa con el cristianismo, acudió a la iglesia de Fujiyabu, donde la comunidad lo acogió y lo acompañó con perseverancia en sus dificultades. Empezó a leer la Biblia todos los días y se sumergió en la comunidad de la iglesia. Hoy en día, es uno de los miembros bautizados más recientes de la iglesia.

Sin embargo, no todos los rescates de Sandanbeki han tenido un resultado positivo.

En 2000, Fujiyabu acogió a un frágil joven que parecía decidido a reconstruir su vida. A pesar de la advertencia de Fujiyabu de no precipitarse, el hombre insistió en buscar trabajo y pronto consiguió un empleo. Al principio, Fujiyabu tenía esperanzas, ya que el joven parecía estar manejando bien la situación.

Pero a las pocas semanas, el hombre empezó a tener conflictos en su lugar de trabajo y le dijo a Fujiyabu que quería dejar su empleo. Fujiyabu le instó a perseverar. «Fue entonces cuando se rompió nuestra relación», dijo Fujiyabu. «Él sentía que yo no lo entendía». El joven acabó renunciando a su trabajo y le dijo al pastor que iba a volver a vivir con sus padres.

Dos meses después, la policía llamó a Fujiyabu. Habían encontrado el cadáver de un hombre con la tarjeta de visita de la iglesia en el bolsillo del pantalón. El joven no había vuelto con su familia, sino que había acabado con su vida.

La noticia devastó a Fujiyabu. «Fue mi error», dijo en voz baja. Sentí que había traicionado la confianza del joven al ser demasiado duro con él. Durante meses, Fujiyabu se preguntó si podía continuar en el ministerio. «Me di cuenta de que, por mucho tiempo y esfuerzo que dediques, una persona aún puede decidir acabar con su vida», dijo. «No puedes tomar esa decisión definitiva por ellos».

Fue la esposa de Fujiyabu, Ayumi, quien lo ayudó a seguir adelante. La pareja se conoció en la universidad y, en la actualidad, Ayumi ayuda a dirigir el programa educativo extraescolar de RRS y Machinaka Kitchen.

Yoichi Fujiyabu y su esposa Ayumi. Imagen cortesía de Kang Tu-kyŏng.

En sus primeros años de ministerio, las llamadas nocturnas de Sandanbeki solían interrumpir las cenas familiares. Los dos hijos de los Fujiyabu tenían que permanecer en silencio hasta que terminaban las llamadas, y Ayumi acabó pidiendo a Fujiyabu que se llevara el teléfono a otra habitación.

La familia también tuvo que aprender a convivir con desconocidos. Antes de que RRS creara la residencia, todos vivían juntos en la iglesia. Los Fujiyabu compartían las comidas con las personas rescatadas de Sandanbeki, y esas personas luego dormían en el salón de la iglesia o en otras habitaciones del edificio.

Para Ayumi es importante integrar la vida familiar y la vida ministerial. «Creo que Dios creó a cada individuo y, dentro de su plan, los ha enviado a nuestra iglesia», dijo. «Esa perspectiva lo cambia todo». Mientras Fujiyabu luchaba por decidir qué pasos dar después de enterarse del suicidio del joven, Ayumi le dijo: «He tomado una decisión. Me dedicaré a este ministerio». Su determinación se convirtió en su punto de inflexión.

Las personas que RRS rescata del precipicio viven actualmente juntas en una residencia propiedad de la iglesia, a cinco minutos a pie de esta. Aunque el número de huéspedes fluctúa, alrededor de diez personas viven allí durante varios meses o incluso años, en algunos casos. Siguen un horario fijo que Fujiyabu espera que les enseñe a llevar un estilo de vida disciplinado como parte de su preparación para reincorporarse a la sociedad.

Todos los días, los residentes comienzan su jornada a las 6 de la mañana orando en la capilla, y luego pasan el resto del día limpiando, preparando la comida y trabajando en diversos servicios propiedad de RRS, como Machinaka Kitchen.

Por la noche, cada persona escribe una reflexión personal en un cuaderno, que Fujiyabu después lee y comenta. En sus conversaciones con las personas que ha rescatado, se centra en hablar del perdón, la gracia y la misericordia de Dios. «La clave para cambiar es comprender que Dios los ama», dijo.

Hacia el final del día que pasé con Fujiyabu, cené con siete personas —una mujer y seis hombres— que actualmente viven en el dormitorio. Shimohira, un hombre de voz suave de unos 35 años, me habló con franqueza sobre su pasado. CT aceptó utilizar solo su apellido, ya que en Japón persiste el estigma cultural en torno al suicidio.

Shimohira había pasado años huyendo de sus fracasos y debilidades y se sentía atrapado en un ciclo implacable de pensamientos negativos que solo le ofrecían una salida: la muerte. Después de que Fujiyabu y su equipo lo rescataran del borde del acantilado de Sandanbeki, le costó adaptarse a la estricta rutina de la vida en el dormitorio. A menudo tenía problemas con sus compañeros de habitación y se enfadaba cuando Fujiyabu le exponía una crítica acerca de sus faltas.

Con el tiempo, algo cambió en él. «Empecé a afrontar mis debilidades», me contó Shimohira. «Empecé a llevar mi dolor no a mí mismo, ni a los demás, sino a Dios».

La iglesia le resultaba ajena, por lo que al principio se sentaba en las reuniones con una actitud indiferente durante las oraciones matutinas y los servicios dominicales. Poco a poco, los sermones y los cantos de adoración comenzaron a alcanzar su corazón. Fujiyabu lo bautizó a principios de este año y ahora canta en el coro de la iglesia.

«Empecé a ver que Dios me amaba a pesar de mi debilidad», dijo Shimohira. «No sé si será en esta iglesia o en otra, pero quiero difundir la labor que estoy realizando aquí ahora mismo».

Sin embargo, el futuro de la Iglesia Bautista Cristiana de Shirahama y de la RRS parece ahora incierto. Hace cinco años, a Fujiyabu le diagnosticaron un tipo raro de cáncer abdominal. La quimioterapia a la que se sometió le provocó efectos secundarios, como insuficiencia renal crónica. Algunos días, el dolor es tan intenso que Fujiyabu no puede levantarse de la cama. Su enfermedad lo ha obligado a tomar decisiones difíciles, como cancelar el programa de verano para niños.

Fujiyabu se niega a rendirse y caer en la desesperanza. Quiere seguir respondiendo al amor de Jesús y animando a la gente a conocer y creer en Cristo. «Tengo esperanza porque, en última instancia, no se trata de mí ni de la organización», afirma. «Se trata de Dios».

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