«Consejería espiritual gratuita».
Eso es lo que dice el letrero que Pedro Souza coloca sobre su iglesia durante el Carnaval brasileño cada año en la plaza de la ciudad de Ouro Preto. Conocida por su arquitectura colonial, la ciudad de 75 000 habitantes acoge una de las celebraciones más animadas del país, con lo que atrae a miles de brasileños de todo el país.
Tío Pedro, como se le conoce, ve una oportunidad para las misiones. Cada año, él y cientos de voluntarios de iglesias evangélicas de todo el país viajan a Ouro Preto para pasar el rato bajo una carpa en la plaza, ofreciendo oración y consejería para los turistas del Carnaval.
«Muchas personas entran pensando que encontrarán a alguien que les lea la mano o les diga el futuro», dijo el Tío Pedro, quien trabaja a tiempo completo con JUCUM (YWAM) en otra ciudad. «En lugar de eso, encuentran a Jesús».
A sus 63 años, el Tío Pedro ha venido buscando alcanzar a muchos en el Carnaval desde 1986, dos años después de unirse a JUCUM para dirigir un programa de capacitación de futuros misioneros. Su ministerio es único, ya que la mayoría de los evangélicos brasileños huyen de la ciudad para asistir a retiros de varios días organizados por sus iglesias en el campo. Cuanto más lejos del Carnaval, mejor.
Durante siglos, los católicos celebraron el Carnaval el fin de semana anterior al Miércoles de Ceniza con el fin de permitirse comportamientos que la Iglesia católica prohibía durante la Cuaresma, como comer carne o dulces. (Durante la Edad Media, la iglesia también desaconsejaba cualquier tipo de relación física o intimidad). Cuando los católicos portugueses llevaron la fiesta a Sudamérica, también recibió la influencia cultural y musical de los africanos esclavizados y se convirtió en una extravagancia de varias semanas de duración.
Los evangélicos han evitado esta celebración desde los primeros días del pentecostalismo en Brasil, incómodos tanto con el consumo desenfrenado de alcohol como con el sexo ocasional, y también deseosos de distanciarse de la iglesia católica.
El Tío Pedro entiende por qué muchos evangélicos se sienten incómodos con la inmoralidad que ven durante el Carnaval. Pero no entiende por qué la iglesia se retira físicamente cada invierno.
«En la calle podemos llegar a personas que nunca pensarían en entrar en una iglesia», afirma.
Nágila Araújo fue una de esas personas. En 1998, esta joven de 24 años estaba en la cima de su carrera profesional como bailarina de la danza del vientre y encabezaba varios espectáculos. Aunque había sido criada por una madre pentecostal, Araújo había dejado de ir a la iglesia porque creía que sus enseñanzas nunca aprobarían su profesión.
Aquel año, Araújo viajó con unos amigos a Ouro Preto. El primer día del Carnaval, vio la pancarta de Tío Pedro. Intrigada por su oferta, entró con una cerveza en la mano.
Pronto, una joven vino a compartir el evangelio con ella. A pesar de su éxito artístico, Araújo tenía problemas de salud. Cuando se los había confiado a su madre y a un médico, ambos le dijeron que acercarse a Jesús podría sacarla de un estilo de vida en el que a menudo bebía demasiado y sanar su cuerpo. Escuchar el mismo mensaje durante el Carnaval la sobrecogió y la convenció de seguir a Cristo.
Araújo volvió a casa al día siguiente y empezó a asistir a una iglesia Foursquare. Dos años después, empezó a compartir su testimonio en iglesias de todo el país. A principios de este año fue ordenada como pastora.
Araújo está agradecida con el Tío Pedro y con la estrategia «audaz» de sus voluntarios.
«Hace falta valor para que alguien salga a la calle y se acerque a universitarios borrachos sentados en la acera o a personas deprimidas en medio de una fiesta», dijo.
Araújo entró en contacto con el ministerio del Tío Pedro solo cuatro años después de que se trasladara a Ouro Preto desde donde había comenzado en Belo Horizonte, una ciudad más grande del estado de Minas Gerais, a unos 100 km al norte.
Ese mismo año, el Tío Pedro empezó a organizar su propio bloco de carnaval (un grupo informal de personas, a menudo disfrazadas, que siguen a una banda que toca música en vivo por las calles), al que llamó Jesus É Bom à Beça (algo así como «Jesús es tan bueno»).
Desde hace 27 años, acoge a cientos de evangélicos, en su mayoría de Belo Horizonte, que se presentan con disfraces e instrumentos un par de días antes del viernes que marca el primer día del Carnaval. Los demás días, los participantes sirven en equipos de oración, consejería o evangelización callejera. Pero todos se unen al bloco.
El tema del bloco de este año es Luz do Mundo («Luz del Mundo»), un mensaje que los manifestantes de Jesus É Bom à Beça expresarán mediante con dos canciones cristianas tipo samba escritas por Pedro do Borel, artista de cristiano de Río de Janeiro.
Este año, Jesus É Bom à Beça cantará estas dos canciones repetidamente durante dos horas. Pero cada 100 metros, también dejarán momentáneamente de tocar y cantar, y se arrodillarán para orar por la gente que celebra el Carnaval a su alrededor. Como cada año con su bloco, el Tio Pedro se acercará al micrófono y leerá un versículo bíblico: «Rescata a los que van rumbo a la muerte; detén a los que a tumbos avanzan al suplicio» (Proverbios 24:11, NVI).
«No es poco común que, después de un momento de oración, levantemos la vista y veamos a gente llorando, impactada por lo que estamos haciendo», dijo el Tío Pedro.
Fuera de las horas en que sean parte del desfile, el grupo instalará su cuartel general en el edificio de una iglesia bautista en la plaza del pueblo. Desde allí, el Tío Pedro enviará a personas para que ministren en la carpa, representen breves obras de teatro destinadas a captar la atención de los asistentes a la fiesta, repartan botellas de agua a los sedientos y entablen conversaciones del evangelio con los que celebran la fiesta, a cualquier hora del día.
En el año 2000, una voluntaria se acercó a Franklin Cruz, uno de los asistentes al Carnaval, cuando regresaba a su hotel, borracho, a mitad de la noche. Cuando la mujer sonriente se abrió paso por una calle estrecha y empinada de una de las famosas colinas empedradas de Ouro Preto, Cruz supo inmediatamente que le esperaba una noche memorable. Pero resultó ser inolvidable de una forma distinta a la que él esperaba.
Cuando se encontraron, la mujer le preguntó si estaba interesado en hablar con ella sobre Jesús. Cruz escuchó, lo bastante intrigado como para que, cuando regresó a su casa de Río de Janeiro, entablara amistad con un cristiano que lo convenció de que buscara una iglesia. Se bautizó al cabo de un año. En 2007 fue ordenado pastor y diez años después fundó una iglesia en la ciudad de Volta Redonda.
«Mi vida con Cristo empezó porque, en un día normal, alguien decidió hacer algo inusual: predicar el evangelio en las calles durante el Carnaval», dijo.
A pesar de los testimonios que han surgido del ministerio del Tío Pedro, algunos siguen considerándolo una manera de que los creyentes justifiquen «satisfacer sus deseos carnales», como acusó Rafael Cézar, pastor de la Igreja Resgatar de Pindamonhangaba, en un video de 2023.
«Sería interesante que estos evangelistas del Carnaval», dijo, «en vez de ir al Carnaval, fueran a los hospitales, a China o a Corea del Norte».
Hace dos años, Araújo asistió a una reunión en la que un grupo de líderes eclesiásticos abogaba por que se pusiera fin al bloco Jesus É Bom à Beça. Cuando le tocó hablar, compartió su propio testimonio y repartió un ejemplar de su libro a cada persona.
«Todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios, pero la justicia se da por la fe en Jesucristo a todos los que creen», dijo Araújo, recordando las palabras de Romanos 3:22-23. «Debemos mirar con misericordia a los que están en la fiesta, pero muchas personas legalistas piensan que ellos solo merecen arder en el infierno».
El músico Atilano Muradas escuchó este tipo de críticas cuando empezó a componer e interpretar canciones de adoración en ritmos brasileños. «Algunas personas escuchaban estas canciones y participaban en el Carnaval antes de su conversión, por lo que las relacionan con el pecado», afirmó.
Muradas fue líder de una escuela evangélica de samba que desfiló de 1997 a 2009 en la ciudad de Curitiba. Al final, la iniciativa terminó tras perder su financiamiento.
Mientras duró, el Carnaval le ofreció a la escuela de samba la posibilidad de cantar canciones cristianas durante casi una hora e instalar una carpa donde los asistentes a la fiesta podían pasarse e interactuar con los participantes evangélicos.
Cruz confía en esta interacción divina. Dos años después de conocer a la comparsa del Tío Pedro, volvió a las calles durante el Carnaval como evangelista. «El primer año me dio miedo», dijo. «Pensé que podría tener la tentación de volver».
Hoy en día, Cruz se propone ir todos los años a la última noche del Carnaval, la misma noche en que él mismo conoció el Evangelio. Busca oportunidades para entablar conversaciones que espera que ayuden a la gente a darse cuenta de lo que él se dio cuenta una vez.
«Hay muchos otros Franklins allá afuera esperando oír una palabra de esperanza», dijo. «Quiero hacer por los demás lo que alguien hizo por mí».