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Cuando las redadas llegan a la iglesia

En Atlanta, agentes de inmigración detuvieron a un hondureño frente a la iglesia que ayudó a fundar. ¿Se trata de un caso aislado o del inicio de una tendencia?

ICE agent

Un agente del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas detiene a inmigrantes indocumentados en Los Ángeles en 2015.

Christianity Today February 4, 2025
Fuente de imagen: John Moore / Getty Images

Cuando los agentes federales se llevaron a su esposo, Kenia Colindres estaba ayunando. Ayuna para escuchar mejor la voz de Dios, algo que ha venido buscando desde que decidió dirigirse a los Estados Unidos.

Huyendo de las bandas en 2022, Colindres intentó escuchar la voz de Dios a lo largo de los más de 3000 kilómetros que su familia recorrió desde la costa de Honduras hasta la frontera de Estados Unidos. Intentó escuchar la voz de Dios mientras ella y su esposo, Wilson Velásquez, cruzaban ilegalmente la frontera con sus tres hijos, y después cuando se entregaron a las autoridades estadounidenses y solicitaron asilo. Intentó escuchar la voz de Dios mientras veía a hombres uniformados poner tobilleras con GPS a los líderes de familia: a hombres jóvenes, a madres que viajaban solas con sus hijos y a su esposo.

«Busqué a Dios siempre», dijo Colindres. «No podía apartarme de Él».

Los funcionarios de inmigración le aconsejaron a Kenia y a su esposo que consiguieran un abogado, y le asignaron a la familia una cita en el juzgado para años más tarde en la cual podrían presentar su caso para la solicitud de asilo ante un juez de inmigración. Tras haber escuchado esto, Kenia sabía qué era lo que Dios quería que hicieran a continuación: encontrar una iglesia.

Llegaron a una congregación pentecostal de los suburbios de Atlanta, donde la familia se había mudado con unos parientes. Mientras se integraban en la comunidad de la iglesia, Wilson solicitó un permiso de trabajo y consiguió un empleo seis días a la semana en un taller mecánico cercano a su casa. Llegaba a casa agotado, pero antes de acostarse siempre se sentaba con sus hijos, todos menores de 13 años, y les preguntaba cómo les había ido durante el día. ¿Cómo les fue en la escuela? ¿Se portaron bien con su mamá?

Tras un año en la iglesia, Wilson y Kenia, junto con un grupo de congregantes, decidieron unirse a un joven y prometedor pastor y fundar una nueva iglesia. La iglesia Fuente de Vida empezó a reunirse en una vieja plaza comercial en Norcross, a una hora de su casa. Aparte del trabajo de Wilson y la escuela de los niños, la iglesia se convirtió en el mundo de la familia. Celebraban sus servicios de culto varios días a la semana en un salón sin ventanas, decorado con dos ramos de rosas en la parte delantera. Ayudaban en el equipo de música.

Kenia sentía que Wilson era el tipo de hombre bueno que una iglesia necesita. Presumía de su esposo: su atención a los detalles, la forma en que le preguntaba si necesitaba algo de la tienda de comestibles y cómo, al llegar a casa después del trabajo, los metía en la nevera sin que ella se lo pidiera. Ella cree que su esposo tiene el don de oír a Dios y de transmitir sabiduría profética.

El domingo, el único día libre de Wilson, era el mejor día de la semana. «Nos despertábamos con gozo», dijo Kenia. Les hacía ilusión comer en un restaurante después de la iglesia, y luego escaparse para ir a pasar un rato al aire libre en un parque.

El domingo pasado, 26 de enero, los niños se sirvieron cereal con leche mientras Kenia preparaba huevos revueltos para su esposo y le servía un café. Como era su costumbre, Kenia prefirió ayunar. «Los domingos intento hacer sacrificios», dijo.

Pero sus sacrificios no habían hecho más que empezar.

Los relatos de los medios de comunicación coinciden en gran medida con lo que sucedió ese día: aproximadamente a las doce y cuarto del mediodía, un ujier que se encontraba en la entrada de la iglesia vio afuera a un grupo de agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) y cerró las puertas. Wilson estaba escuchando el sermón cuando sonó su teléfono con un número desconocido. Cuando lo silenció, la tobillera —que muchos hispanohablantes conocen como grillete— empezó a zumbar. El teléfono sonó por segunda vez, y Wilson se levantó, nervioso, escabulléndose por la parte trasera del santuario. El ujier salió a su encuentro y le dijo que había agentes en el estacionamiento, preguntando por Wilson.

Momentos después, el teléfono de Kenia recibió un mensaje de su esposo: «Ven afuera».

Al salir a luz del día, Kenia lo encontró esposado en la parte trasera de un vehículo de las fuerzas del orden. «¿Qué pasa con mi esposo?», preguntó a los agentes. Su mente daba vueltas tratando de dar sentido a la escena. Wilson había realizado todas las visitas obligatorias de control en una oficina del ICE de Atlanta. Tenía permiso del gobierno para trabajar y un registro de caso ante un juzgado. Había sido expulsado de Estados Unidos una vez hacía casi 20 años, lo que supone una importante falta en el historial de un inmigrante, pero por lo demás no tenía antecedentes penales.

Los agentes le dijeron a Kenia que buscaban a personas con tobilleras y se llevaron a Wilson.

De vuelta al interior, su pastor, Luis Ortiz, intentó tranquilizar a los miembros de su congregación. Animó a todos a mantener la calma, según le dijo a los medios de comunicación locales. «Pero podía ver el miedo y las lágrimas en sus caras», dijo.

Tras el servicio de culto en la iglesia, Kenia permaneció un rato aturdida. Cuando por fin volvió a casa esa misma tarde, se encerró en su habitación y oró entre sollozos: «Dios, toma el control de la vida de mi esposo».

«Es una falta de respeto lo que hicieron», dijo Kenia en español a CT. No sabe por qué el ICE detuvo a su esposo en la iglesia. «Como es un grillete, lo pueden localizar por todos lados».


La detención de Wilson es la primera redada que el ICE lleva a cabo en una iglesia de la que se tiene noticia desde el inicio del segundo mandato del presidente Donald Trump. Se produjo cinco días después de que la administración revocara una política que, durante 13 años, había ordenado a los agentes del ICE que evitaran realizar detenciones en lugares de culto y otros «lugares sensibles», como escuelas, hospitales y desfiles.

La noticia de que algunos de los espacios más seguros del país dejarían de serlo para los inmigrantes indocumentados —o, en el caso de Wilson, incluso para los que pudieran presentar un número de la Seguridad Social válido— desató temores sobre lo que podría venir después. Los distritos escolares enviaron correos electrónicos al personal con instrucciones sobre qué hacer si el ICE llamaba a la puerta. Los pastores de iglesias con mayoría de inmigrantes llamaron por teléfono a abogados y se hicieron preguntas entre sí: ¿Si saben que un miembro de la iglesia está en el país ilegalmente, ¿son cómplices de algo? ¿Pueden seguir organizando distribuciones de alimentos?

Bajo estas preguntas subyace la ansiedad que atormenta a muchos pastores: ¿Pueden las iglesias con inmigrantes seguir siendo el tipo de comunidades acogedoras que fueron una vez?

Las iglesias de Estados Unidos tienen una larga historia de enredos con las fuerzas de inmigración. En la década de 1980, cientos de iglesias formaron redes para proteger a los migrantes que huían de la violencia política en Centroamérica. El Movimiento Santuario, como se autodenominó, provocó la ira de la administración Reagan. Las autoridades de inmigración —conocidas entonces como Servicio de Inmigración y Naturalización (INS, por sus siglas en inglés)— nunca detuvieron a inmigrantes en los templos. Pero enviaban informantes a sueldo para espiar a las iglesias que acogían a inmigrantes.

El gobierno detuvo a decenas de líderes religiosos en Texas y Arizona, y finalmente condenó a ocho de ellos por encubrimiento criminal. Los juicios provocaron protestas ante las oficinas del Servicio de Inmigración y Naturalización de todo el país y dieron mala imagen. Desde entonces, el Departamento de Justicia no ha procesado a ninguna iglesia por proporcionar refugio.

Otros edificios han sido menos respetados. Incluso después de que el memorando emitido por la administración Obama en 2011 acerca del ICE formalizara la protección de los lugares sensibles, los agentes llevaron a cabo detenciones rutinarias cerca de escuelas e incluso en las paradas de autobuses escolares. Durante la primera administración de Trump, los agentes entraron en hospitales buscando casos de baja prioridad. En 2017, por ejemplo, agentes de la Patrulla de Aduanas y Fronteras detuvieron a dos padres indocumentados en un hospital de Texas mientras los médicos atendían a su hijo pequeño.

Que sepamos, los agentes del ICE nunca han entrado en una iglesia para efectuar una detención, pero han estado a punto. En 2017, el ICE detuvo a unos hombres indocumentados que salían del refugio de una iglesia en Alexandria, Virginia. Ese mismo año, agentes del ICE apostados en el estacionamiento de una iglesia, asustaron a toda una congregación en Sacramento, California.

Durante el gobierno de Obama y el primer gobierno de Trump, más de mil iglesias (la mayoría tradicionales) se unieron al Nuevo Movimiento Santuario, ofreciéndose a acoger a inmigrantes indocumentados para evitar su deportación. Nadie sabe exactamente cuántos inmigrantes se beneficiaron de su protección, pero abundan las historias. En 2019, el ICE amenazó a algunos inmigrantes que se refugiaban en iglesias con multas de hasta medio millón de dólares (al paso del tiempo se retractó de las multas).

No todos los cristianos del Movimiento Santuario intentan proteger a las personas a fin de que nunca sean deportadas, afirma Alexia Salvatierra, profesora de misiones y teología del Seminario Teológico Fuller y cofundadora del Nuevo Movimiento Santuario. Reconoce, como reconocen muchos defensores de los inmigrantes, que hay muchos inmigrantes indocumentados que no tienen derecho a la residencia legal. El Nuevo Movimiento Santuario, dijo, pretende ganar tiempo para que las personas a las que se niega el debido proceso resuelvan lo que pueden ser reclamaciones legítimas. Por ejemplo, podrían tener temores creíbles de persecución política o religiosa que podrían constituir razones legales válidas para permanecer en Estados Unidos. O puede que determinados inmigrantes tengan permiso temporal para estar en el país y simplemente necesiten tiempo para que se apruebe la legislación que les permitiría permanecer permanentemente. Ese es el caso de los «Dreamers», es decir, los inmigrantes que fueron traídos a Estados Unidos siendo menores, y para quienes los legisladores han venido intentando crear una vía para que obtengan la ciudadanía desde 2001.

«Había ciertas personas que tenían una orden de deportación, pero habría un remedio legal para ellas si podían conseguir una deportación aplazada y ganar tiempo para pelear su caso», dijo Salvatierra. «Para algunas de esas personas, tenía sentido vivir en iglesias o vivir con familias que estuvieran vinculadas a la iglesia para darles tiempo para poder luchar a través de este sistema descompuesto».

Desde que Trump recuperó el poder, algunos pastores se han pronunciado y han vuelto a ofrecer sus edificios como santuarios. No está claro si el ICE entrará en las iglesias. A principios de esta semana, los abogados que representan a un grupo de iglesias cuáqueras demandaron al Departamento de Seguridad Nacional a fin de que se proteja los lugares de culto de las redadas de inmigración. La demanda hace hincapié en la garantía de libertad religiosa de la Primera Enmienda: «La aplicación de la ley disuade a los feligreses de asistir a los servicios, especialmente a los miembros de las comunidades inmigrantes».

Un caso similar se encuentra ahora ante la Corte Suprema de Texas, donde una organización católica sin ánimo de lucro está luchando contra los esfuerzos del estado por cerrarla, acusada de proporcionar comida y refugio a inmigrantes indocumentados, algo que, según la organización, Cristo ordena hacer a sus seguidores.

Una victoria de las organizaciones sin ánimo de lucro en estos casos podría reforzar el blindaje jurídico de las congregaciones de inmigrantes. Contrariamente a la percepción pública, las iglesias, en la fría lógica de la ley, ofrecen menos protección contra la detención que una residencia privada.

«Tienes más derechos constitucionales en tu casa», dijo Katie Taylor, abogada de Neighbors Immigration Clinic, un grupo jurídico afiliado a una iglesia de Lexington, Kentucky. «Si estás en tu casa, no tienes que abrir la puerta a los [agentes] del ICE, a menos que tengan una orden de detención de un juez, que casi nunca tienen».

Así pues, los agentes del ICE suelen dirigirse a lugares públicos, como restaurantes, vestíbulos, salas de descanso y espacios al aire libre, donde pueden actuar sin orden judicial. En Chicago y en otras ciudades sacudidas por las primeras medidas de deportación de la administración Trump, los distritos comerciales frecuentados por inmigrantes han entrado en hibernación.

«Hemos hablado con congregaciones y pastores de cosas como que, si [tu iglesia] está abierta al público, no puedes impedir que entren [los agentes del] ICE», dijo Taylor. Les dice a los pastores que consideren formas de hacer que sus iglesias sean más privadas, como controlar quién entra y quién sale durante las reuniones. «No es lo ideal para los lugares de culto, pero ¿qué te parece si cierras la puerta con llave y haces pasar a todas las personas por algún tipo de sistema de alarma? Porque entonces, si aparecen [los agentes] del ICE, no tienes que abrir para que entren».

Eso es lo que hizo la iglesia de Wilson: tenía una cerradura eléctrica con teclado y alguien vigilando. Todo eso no evitó su detención, pero al menos impidió que los agentes lo detuvieran dentro de la iglesia, rodeado de familiares y amigos. Muchas iglesias están yendo aún más lejos para que el culto sea más seguro para los feligreses indocumentados, eliminando los horarios de los servicios de las páginas web y de los carteles.

«Estamos recomendando que no se publiciten las reuniones de grupo» si se trata de una congregación de inmigrantes, dijo Taylor. Se muestra escéptica ante la posibilidad de que el ICE empiece a irrumpir en los servicios religiosos, dados los riesgos para las relaciones públicas; no obstante, esta semana la administración ordenó a algunas oficinas de campo del ICE que realizaran al menos 75 detenciones al día. Taylor afirma que no pueden conseguirlo persiguiendo únicamente a los delincuentes violentos, como Trump ha dicho que priorizaría: «No voy a decirle a nadie que no vaya a la iglesia. Pero si están preocupados por su situación migratoria, y si el ICE tiene que alcanzar realmente estas cuotas, creemos que obviamente van a empezar a centrarse en las reuniones hispanas».

Wilson Velásquez. Foto cortesía de Kenia Colindres.

Kenia sigue yendo a la iglesia, aunque se muestra vacilante cuando le preguntan a qué hora son los servicios. Dice que los miembros de la congregación confían en Dios y creen que no les ocurrirá nada más. Técnicamente, ella misma corre el riesgo de ser deportada, pero las autoridades de inmigración evitan en principio deportar a ambos progenitores a la vez y dejar a los hijos desamparados.

«Estamos bajo la cobertura de Dios», dijo. «Oramos para que el Señor tenga la última palabra, y que se haga su voluntad y no la de nosotros».

La noche siguiente a la detención de Wilson, Kenia estaba en casa, respondiendo en español a las preguntas de dos periodistas. Cuando uno de ellos, el periodista independiente Mario Guevara, se levantó para marcharse, ella le ofreció queso y un montón de tortillas recién hechas que su madre acababa de preparar. Guevara tenía hambre, pero se negó. No quería aceptar el pan de una mujer que acababa de perder el sostén de su familia. Kenia insistió.

Habló con su esposo el martes. Él la llamó desde el Centro de Detención de Stewart, a 160 millas al sur, cerca de Columbus, Georgia. Dijo que el ICE planeaba deportarlo y que la familia tendría que encontrar un abogado que pudiera llevar casos de detención, una costosa especialidad que no tenían ni idea de cómo podrían pagar. Wilson también dijo que pensaba predicarle a sus compañeros detenidos al día siguiente. Dios le había dicho que tuviera fe y perseverara, y los hombres que rodeaban a Wilson necesitaban conocer a Dios como él lo conoce.

Kenia no sabe cómo, pero cree que Wilson volverá con ella. Cree que, al final, todo esto será un testimonio de la bondad de Dios, y que gracias a ello «muchos llegarán a los pies de Cristo».

Hasta entonces, solo busca escuchar la voz de Dios. «Dios sabe por qué pasan las cosas», dijo.

«Le pido al Señor que abra esas puertas, que toque el corazón de los policías. A Trump, pues lo bendigo. Oro por él y, como iglesia, lo bendecimos».

Andy Olsen es redactor jefe de Christianity Today.

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