Era una helada tarde de enero y la lluvia golpeaba de lado las ventanas cuando John Stott salió de su estudio. Era la hora del té, y una gran tetera estaba hirviendo en la pequeña cocinita de The Hermitage, la acogedora vivienda del tío John en uno de los edificios de la vieja granja de Hookses, su lugar de retiro rural en Gales.
«Oh, JY», me dijo John, cansado, frotándose las sienes. «Tengo un terrible caso de DDM». El acrónimo respondía a «dolor de mente». Era la manera en la que describía cómo se sentía cuando batallaba al tratar de escribir un texto difícil o cuando se enfrentaba a un problema aparentemente irresoluble, y era una expresión que yo conocía bien después de haber sido el asistente de John por 18 meses.
Entre 1977 y 2007, catorce jóvenes —la mayoría de ellos estadounidenses— trabajaron en esa posición con el tío John (así lo llamábamos). Nuestro trabajo abarcaba tantas cosas como asuntos de la propia vida de John, que era deliciosamente multifacética [enlaces en inglés].
Durante mis años como su asistente, yo completé la investigación para varios libros; hice recados; serví de guardaespaldas, conductor y compañero de viajes; además de cocinar, limpiar y preparar la mesa. Trabajaba mano a mano con Frances Whitehead, su incomparable secretaria, y John se refería a nosotros como «el feliz triunvirato».
Frances estaba en Londres aquella fría tarde de enero mientras John y yo estábamos en Hookses. John se había pasado el día trabajando en las revisiones de una nueva edición de su conocido libro La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Aparte de un pequeño descanso para el almuerzo y su habitual siesta de la media tarde, había estado en el escritorio desde las 5:30 de la mañana. Después de un descanso de quince minutos para el té, regresaría al escritorio y trabajaría hasta las 7 de la tarde. No era de extrañar que estuviera cansado.
Durante el té, hablamos del progreso que había hecho aquel día y del estado de mi investigación sobre el capítulo que él abordaría al día siguiente. Nos consentimos con unas galletas de mantequilla (conocidas por ser un tratamiento eficaz para el DDM). Cuando se levantó para volver al trabajo, se peinó los blancos mechones de cabello que se había despeinado en las sienes y dijo:
«JY, hay ciertas tareas que no podemos realizar sin un dolor agudo en la mente. Rara vez son divertidas, pero siempre valen la pena».
Mientras celebramos el centenario del nacimiento de John en abril de 2021, dediqué un tiempo a pensar sobre el dolor de mente. John era, sin duda, un comunicador brillante, conocido por la claridad y la precisión de su pensamiento. Pero sus dones naturales no lo protegieron de la batalla que viene con el estudio minucioso, ni de la tensión requerida para comprender la Palabra de Dios y aplicarla al mundo moderno.
Otro acrónimo favorito de John era CBE (BBC, por sus siglas en inglés). Le encantaba explicar que no se trataba de la cadena de televisión británica, sino que él hablaba de cristianismo bíblico equilibrado. John no tenía miedo de asumir una postura impopular si las Escrituras lo requerían. Pero nunca se apresuró al formular su propia opinión. En su búsqueda de un cristianismo bíblico equilibrado, trabajó sin descanso para comprender cada perspectiva sobre un tema antes de llegar a un juicio meditado con consideración y enraizado en las Escrituras.
En una época de frases pegadizas y actualizaciones en las redes sociales, muchos líderes cristianos están tan ocupados tratando de mantenerse al día con los sucesos actuales que pocos de nosotros nos tomamos el tiempo de detenernos, estudiar y batallar por encontrar respuestas por el bien de la enseñanza al pueblo de Dios. Demasiado a menudo tomamos un bando y nos apegamos a él sin la disciplina de escuchar o cuestionar nuestros instintos. Como resultado, la fina capa de nuestro discipulado está mostrando grietas.
En este mundo complejo y cambiante, no necesitamos más comentarios [bíblicos]. Necesitamos más dolor de mente. John estaba dispuesto a soportar este dolor, no solo en la tranquilidad de su estudio, sino también en la compañía de otros. Él comprendía que el trabajo de predicar y enseñar requiere el sufrimiento constante del pensamiento minucioso.
La sala de estar de la pequeña casita a las afueras de Nairobi, en Kenia, estaba hasta los topes con un variado surtido de personas. Un arzobispo, un ornitólogo, un profesor de seminario, jóvenes estudiantes y unos cuantos viejos amigos que se habían reunido para el café de la mañana y para conversar con el tío John.
Durante gran parte de la mañana, John fue salpicado con preguntas sobre temas que iban desde la observación de pájaros hasta la interpretación bíblica. Sin embargo, a través de todas ellas, John se involucró con cada persona individualmente, persuadiéndolos de compartir sus opiniones y dándose tiempo para llegar a conocer a los que veía por primera vez. El trabajo de su asistente durante esas reuniones era escuchar, aprenderse cada nombre y tomar notas minuciosas.
Aquella noche, antes de irse a dormir, John y yo nos reunimos en su habitación para revisar lo que había sucedido durante el día y orar. Echamos un vistazo a mis notas de aquella mañana, haciendo una lista minuciosa de los libros que él había prometido enviar, una carta de referencia que había accedido a escribir, una pregunta sobre la que un amigo le había metido meditar, y un par de pinzas especiales (utilizadas para anillar pájaros) que se había ofrecido a buscar en Inglaterra y enviar a Kenia. Durante aquellas tres semanas de viaje por el este de África hubo incontables reuniones como aquella, muchas de las cuales trajeron como resultado que John se involucrara en compromisos personales.
Después de regresar tarde en la noche a Londres una semana después, John se había levantado temprano a la mañana siguiente, listo para dictar. Cuando Frances llegó a la oficina, tenía 15 cartas que transcribir, y yo tenía una larga lista de libros que empaquetar y objetos especiales que ir a comprar. Aquellas pinzas para anillar pájaros me llevaron por todo Londres.
John era un inglés típico y emocionalmente precavido, pero era muy generoso con su amistad. Sentía una preocupación especial por los que tenían pocos recursos y privilegios, y un afecto pertinaz por los jóvenes cristianos. Se enzarzaba en correspondencias de meses de duración con estudiantes universitarios de Burundi con la misma rapidez que lo hubiera hecho con el arzobispo de Kenia.
Y él persistía en esta amistad según pasaban los años, disfrutándola cuando se extendía hacia la siguiente generación. Esa fue la historia de mi propia relación con John, a quien conocí en primer lugar cuando yo era niño y él solía visitar la iglesia de mi padre como predicador invitado.
La capacidad de liderazgo de John era extraordinaria. El impacto de su obra se siente hoy en todo el mundo y continuará sintiéndose durante las próximas décadas. Su influencia, sin embargo, se extiende más allá de las instituciones que fundó y los movimientos a los que dio forma. Esto se ve con más fuerza en las relaciones que fomentó.
Tras la larga temporada de aislamiento y separación causada por la pandemia, a menudo he pensado en la capacidad del tío John para las relaciones personales y su insistente compromiso con toda clase de personas sin importar las barreras sociales, culturales o raciales. En virtud de su generosidad y su constancia en la amistad, creó alrededor de sí mismo una fuerte comunidad de personas asombrosamente diferentes enraizadas en la gracia de Cristo. Es una imagen maravillosa de lo que la iglesia puede ser para un mundo plagado de división e indiferencia.
La conferencia de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos en Marburg, Alemania, atrajo a estudiantes de todos los rincones de Europa y de la antigua Unión Soviética. John era el maestro bíblico principal durante los cuatro días de reunión, y habló cada mañana durante cerca de una hora, con traducciones simultáneas ofrecidas por medio de auriculares en una decena de lenguas diferentes.
Los intérpretes eran todos voluntarios, estudiantes con poca experiencia que con valentía se habían ofrecido a ayudar. Reconociendo el desafío que supondría para ellos traducir sobre la marcha, John se ofreció a reunirse con esos estudiantes cada tarde para repasar su charla del día siguiente.
Estas sesiones vespertinas se convirtieron en el plato fuerte de la semana para los estudiantes y el profesor. Los entusiastas traductores preguntaban por definiciones y clarificación, riéndose a menudo por el inglés idiomático de John, y a veces por su indescifrable acento de clase alta. A John le maravillaban su energía y dedicación, y felizmente dio todo de sí mismo para asegurarse de que ellos estaban tan preparados como él mismo. Cuando hablaba cada mañana, ralentizaba su cadencia y hacía una pausa después de las frases difíciles, dándoles tiempo a sus nuevos discípulos para terminar de traducir.
Todas las tardes, el otro orador principal, un conocido evangelista, inspiró a la gran multitud de estudiantes con historias asombrosas y una energía increíble. Los hablantes de inglés estaban absortos. Sin embargo, los intérpretes se quedaban atrás y se detenían, dejando a los que no eran hablantes de inglés confundidos y teniendo que preguntar por lo que se había dicho. Las charlas eran una obra magistral, pero comprendidas por menos de la mitad de los asistentes.
Mientras que muchos líderes son conocidos por su ego, a John se le recuerda con justicia por su humildad. Una de las señas de esa humildad era su profunda sensibilidad a las necesidades de los demás y su incansable compromiso por cuidar de los necesitados. Como no se distraía preocupándose por sí mismo, tenía la energía mental y emocional necesarias para atender a los que le rodeaban.
Mientras que algunos líderes buscan vislumbrarse a sí mismos en los ojos de los demás, John buscaba ventanas en los ojos ajenos en vez de espejos, buscando capturar una visión de sus corazones y mentes.
La última mañana de aquella conferencia de Semana Santa, John insistió en que los jóvenes traductores salieran de sus cabinas de sonido y se unieran con él en el escenario para que sus compañeros les dieran las gracias. Fueron los aplausos más ruidosos de la semana, durante los cuales John se apartó en silencio del centro de atención.
Oro a Dios que le dé a la iglesia más líderes como John Stott: líderes que comprendan el valor del dolor de mente, que sean generosos con la amistad personal, y que sean suficientemente humildes no solo para compartir el centro de atención, sino para apartarse completamente de su cálido brillo para pasar el legado de un liderazgo santo a la siguiente generación.
John Yates es el rector de la iglesia Holy Trinity Anglican Church en Raleigh, Carolina del Norte. Trabajó como asistente de John Stott desde 1996 hasta 1999.