Crecí en un pueblito de Carolina del Sur de menos de 3000 habitantes. Mi madre me tuvo a los 16 años y mi padre, también de 16 años, nunca se involucró en mi vida, a pesar de que vivía en el mismo pueblo.
En ese pueblo tan pequeño, bastaba con que una persona supiera algo sobre tu vida para que todo el mundo lo supiera. Y lo que la gente sabía de mí era que no tenía padre, aunque mi padre vivía justo al final de la calle.
A pesar de esto (o quizás de alguna manera debido a ello), me sentí impulsado a lograr algo, a hacer algo por mí mismo. Mi ética de trabajo me convirtió en un buen estudiante, un atleta destacado y, con el tiempo, en un actor y modelo bien entrenado. Mi incesante búsqueda de llegar a ser «lo suficientemente bueno» me llevó a Hollywood para dedicarme a la actuación y al modelaje a tiempo completo.
Al principio de mi carrera, tenía un agente y trabajaba con cierta regularidad, pero ningún éxito me satisfacía. Después de unos años en Hollywood, unas mujeres que buscaban contrataciones para la industria de la pornografía me preguntaron si estaría interesado en hacer una película.
Para contextualizar, me vi expuesto a la pornografía a los 13 años. Tras haber crecido sin ningún ejemplo de relaciones sanas entre hombres y mujeres, rápidamente caí en la pornografía y en un estilo de vida promiscuo. Nueve años después, cuando me invitaron a entrar en el mundo que conocí por primera vez en las revistas cuando era adolescente, no tuve ninguna buena razón para negarme.

Esa decisión me costó más de lo que podría haber imaginado. Poco después de mi primera película para adultos, mi agente de la industria regular dejó de representarme. El dolor de mis sueños destrozados cobró una nueva dimensión cuando mi madre se enteró de mi incursión en la pornografía. Me estremezco al recordar la humillante conversación que tuvimos.
A pesar de mis reservas sobre dedicarme al entretenimiento para adultos, realmente llegué a creer que esa era mi única carrera profesional viable. Atrapado en una espiral descendente de vergüenza, permití que mi mala elección inicial redefiniera toda mi identidad, convenciéndome a mí mismo de que no tenía alternativa.
Seis años después, ya había protagonizado muchas películas premiadas e incluso había probado suerte escribiendo y dirigiendo películas en esa industria. Durante ese periodo, gané millones de dólares; sin embargo, ni el dinero, ni la fama, ni los elogios pudieron acabar con el complejo de inferioridad que se originó por la ausencia de mi padre. En todo caso, el éxito de mi carrera no hizo más que aumentar mi ansiedad y profundizar mi depresión.
A principios de 2013, decidí quitarme la vida. Pero antes de hacerlo, quería oír a alguien confirmar que yo era tan inútil y repugnante como me sentía. Así que entré en un banco para depositar un cheque que había ganado de una película porno, con la esperanza de que la cajera se diera cuenta de la nota que indicaba de dónde provenía el dinero. En cierto modo, esperaba que la cajera se quedara sin aliento: eso me daría permiso para suicidarme. Sellaría mi vergüenza y mi autodesprecio.
Tampoco había oído pronunciar mi nombre real en más de un año. En la industria de la pornografía, normalmente se elige un seudónimo para proteger tu identidad y suprimir la vergüenza asociada a la profesión. Así que, durante los últimos seis años, había depositado todos mis cheques en cajeros automáticos o con aplicaciones de teléfonos móviles para evitar interactuar con una persona real.
Mientras deslizaba el cheque por el mostrador, miré a la cajera a los ojos, esperando un gesto de desdén, un murmullo crítico en voz baja o, tal vez, si tenía suerte, un comentario antagónico abierto. Sin embargo, ella no dijo nada. Cuando estaba a punto de marcharme, se me llenaron los ojos de lágrimas y empecé a temblar, entonces dijo: «Joshua, ¿puedo ayudarte, por favor? Joshua, ¿estás bien?».
La compasión que me mostró atravesó mi insensibilidad y mi reacción instintiva fue correr a casa, llorar un buen rato y llamar a mi madre. Cuando mi madre respondió a mi llamada, me dijo que me amaba y que siempre sería su hijo. Me rogó que dejara la industria de la pornografía y volviera a casa. Regresé ese mismo día.
En busca de un nuevo comienzo, conseguí un trabajo en un gimnasio en Raleigh, Carolina del Norte. Durante dos años, intenté hacer el bien, esperando que pudiera encubrir mis malas acciones y compensar mis sentimientos de inutilidad. Tuve grandes mentores y una comunidad que se preocupó por mí como individuo. Y aunque mi carrera anterior en la pornografía salió a la luz poco después (después de todo, todo estaba a solo un clic de distancia en internet), no experimenté ningún rechazo por ello.
Un día conocí a una chica hermosa, atlética e increíblemente inteligente, pero muy reservada, a quien invité a salir muchas veces. Al principio me rechazó, pero finalmente aceptó salir a correr conmigo. Mientras esperaba a que llegara, decidí no ocultarle mi pasado. Le dije que yo era una exestrella del mundo de la pornografía y alguien a quien su propio padre había rechazado.
Su respuesta cambió mi vida. Después de una pausa que pareció eterna, me aseguró que lo que me definía como persona no era ni lo peor que había hecho en mi pasado, ni lo más grandioso que podría hacer en el futuro. Me dijo que Dios era el creador del cielo y de la tierra y de todos los que habitan en ella, y que solo Él determina quién eres en realidad.
Ella me preguntó si conocía a Dios. Le dije que sabía acerca de Dios pero que claramente no tenía el tipo de relación personal que ella disfrutaba con Él a través de Jesús. Caminamos y hablamos, y finalmente me invitó a su iglesia.
La acompañé, pensando que no tenía nada que hacer allí, pero también sabiendo que quería estar donde ella estuviera. Ese día, escuché el evangelio por primera vez de boca de un pastor bautista ya entrado en años. Vestido con jeans y luciendo tatuajes en sus brazos, compartió sus propias imperfecciones, comparándolas con la perfección suprema de Jesús. Predicó sobre 2 Samuel 9, donde el rey David le muestra gracia a un hombre llamado Mefiboset, nieto de Saúl.
Mefiboset, que no podía caminar a causa de un accidente de la infancia, se pregunta por qué el rey le mostraría misericordia a un «perro muerto» como él (v.8). Mientras estaba sentado allí, escuchando acerca de la gracia de Dios a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús, también me pregunté por qué Dios me mostraría favor, considerando todo lo malo que había hecho y lo inútil que me sentía.
Luego el pastor leyó Hebreos 12:2, que dice que Jesús «soportó la cruz, menospreciando la vergüenza» por «el gozo que le esperaba». De inmediato, entendí por qué Jesús había dado su vida: porque amaba a los pecadores como yo. En ese momento, entregué mi vida a Cristo, dejando que la sangre que derramó en la cruz lavara mi vergüenza. Me puse de pie con lágrimas en mis ojos, sabiendo que ahora era hijo de mi Padre en el cielo.
Pero eso no es todo. Esa mujer increíble, Hope, ha sido mi esposa durante casi una década, y tenemos cuatro hijos maravillosos. Qué feliz cambio con respecto al día que pensé que sería el último, cuando recuerdo haber escrito las razones por las que ya no quería vivir. Sabía que quería ser padre (para compensar la ausencia de mi propio padre) y esposo (para darle a alguien el tipo de amor que mi padre nunca le dio a mi madre), y pensaba que mi carrera en la pornografía me había descalificado para cumplir esos roles. Sin embargo, Dios estaba dispuesto a hacer mucho más de lo que podría haber imaginado.
Y Él sigue utilizándome para su gloria. Después de años de discipulado y una educación teológica en la universidad Liberty, he predicado cientos de sermones, dado charlas en eventos, universidades y conferencias, y he aparecido en importantes pódcasts. Actualmente, me desempeño como director de operaciones de una organización sin fines de lucro llamada Momentum, que ayuda a las personas a sanar heridas de su pasado sexual y a encontrar un propósito .
Mi historia es un ejemplo de la gracia de Dios que está disponible para todos, sin importar lo que hayas hecho o el dolor que hayas experimentado. Gracias a lo que Jesús hizo en la cruz, puedes experimentar la sanación, la plenitud y el propósito que Él ofrece a todo aquel que le entregue su vida.
Joshua Broome es el autor de 7 Lies That Will Ruin Your Life: What My Journey from Porn Star to Preacher Taught Me About the Truth That Sets Us Free.