Este artículo fue originalmente publicado en inglés en octubre de 2020.
Más de 180 000 personas han dejado de identificarse como miembros de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos de América (PCUSA) en los últimos cuatro años, según las cifras oficiales de la Iglesia. Alguien más se ha sumado a sus filas: el presidente Donald Trump.
La semana pasada, Trump le dijo a Religion News Service en una entrevista escrita (con mediación de la asesora espiritual Paula White-Cain) que no se considera presbiteriano. Fue confirmado en dicha Iglesia y se ha llamado a sí mismo presbiteriano en numerosas ocasiones a lo largo de los años. Pero ya no. [Los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].
«Ahora me considero un cristiano no denominacional», dijo Trump en el comunicado. «Melania y yo hemos visitado iglesias increíbles y nos hemos reunido con grandes líderes religiosos de todo el mundo. Durante el brote sin precedentes de COVID-19, sintonicé varios servicios religiosos virtuales y sé que millones de estadounidenses hicieron lo mismo».
Aunque la Iglesia presbiteriana ha cuestionado anteriormente la afiliación de Trump, su reciente distanciamiento parece ser el resultado de un proceso en el que el presidente se ha venido alejando lentamente de la iglesia de su infancia para acercarse a una fe más evangélica.
Trump no era un feligrés habitual antes de ser elegido presidente. Durante un tiempo, solía asistir a la iglesia de Norman Vincent Peale y ha elogiado el libro de Peale El poder del pensamiento positivo. También ha asistido a iglesias episcopales en varios servicios de Navidad y Pascua. En 2016, un destacado partidario evangélico lo describió como un «bebé cristiano».
Sin embargo, desde que se trasladó a la Casa Blanca, ha visitado muchas iglesias diferentes, sobre todo evangélicas y pentecostales. Se ha reunido con numerosos ministros que han orado por él, y ha buscado el consejo de consejeros espirituales como White-Cain, una televangelista de Florida a menudo asociada con el evangelio de la prosperidad, que el año pasado asumió el cargo de coordinadora de divulgación religiosa de la administración Trump. City of Destiny, la iglesia que White-Cain fundó en Florida, es no denominacional.
Según la encuesta del Instituto de Investigación de la Religión Pública, que no está afiliado a ningún partido, la mayoría de los estadounidenses no cree que Trump tenga fuertes creencias religiosas. Aproximadamente el 40 % dice que el presidente «utiliza la religión sobre todo con fines políticos». Sin embargo, los evangélicos blancos que votan por el Partido Republicano ven las cosas de otro modo: el 59 % dice que Trump tiene fuertes creencias religiosas.
En cierto modo, la decisión de Trump de desvincularse de una denominación mayoritaria también forma parte de una tendencia cultural más amplia. Muchos estadounidenses han hecho lo mismo. En 1975, casi un tercio de los estadounidenses se identificaba con una denominación mayoritaria. En la actualidad, esa cifra se ha reducido a poco más del diez por ciento.
La Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos de América (PCUSA) ha pasado de tener 3.1 millones de miembros en 1984 a tener unos 1.3 millones en la actualidad. El número de miembros ha descendido en promedio 4.5 % cada año que Trump ha sido presidente.
El cambio de identificación religiosa también es común en los Estados Unidos. Los científicos sociales lo llaman «cambio de religión». Esto incluye conversiones dramáticas, como cuando alguien tiene la experiencia de «nacer de nuevo», pero también cambios más sutiles, como cuando alguien se muda a una nueva ciudad y decide probar la iglesia bautista local en lugar de otra congregación metodista.
Estos «cambios de religión» parecen ocurrir más a menudo cuando hay muchas opciones, como sucede en Estados Unidos. Y parece ser más común cuando la gente se toma la religión muy en serio y cree que es una parte importante y distintiva de su identidad personal, como ocurre con frecuencia en Estados Unidos.
En el estudio de tres etapas «Cooperative Congressional Election Study» en el que se encuestó a las mismas personas en 2010, 2012 y 2014, 1 de cada 6 cristianos cambió detalles de su identificación religiosa a lo largo de cuatro años. Algunos dejaron de identificarse como cristianos y se llamaron a sí mismos «sin religión» o «nada en particular». Pero alrededor del 16 % cambiaron de denominación, incluido un 20 % de los presbiterianos, que dejaron de llamarse presbiterianos y empezaron a identificarse con otro nombre, a menudo «no denominacionales».
Por supuesto, el presidente no es lo mismo que la mayoría de los estadounidenses. Es muy poco habitual que el jefe del ejecutivo cambie de identificación religiosa durante su cargo. La última vez que ocurrió, Trump tenía seis años.
Dwight Eisenhower se bautizó el segundo domingo que estuvo en la Casa Blanca, en enero de 1953, con lo que se unió al grupo que ahora abandona Trump: los presbiterianos.
Eisenhower, como Trump, no era particularmente religioso antes de su elección. Se crió en una pequeña iglesia anabaptista, que abandonó cuando fue a la escuela militar. Más tarde, sus padres se unieron a los Estudiantes de la Biblia, grupo que se convirtió más tarde en los Testigos de Jehová. Cuando se presentó a las elecciones de 1952, la falta de afiliación denominacional del héroe de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un problema. Se le llamó «un hombre sin iglesia y sin fe».
Uno de sus consejeros espirituales, el evangelista Billy Graham, animó a Eisenhower a dar un ejemplo a la nación al unirse a una iglesia, y le recomendó que se hiciera presbiteriano. Aunque Graham era bautista, siempre trabajó más allá de las fronteras denominacionales y conocía al ministro presbiteriano de Washington D. C. Pensó que Eisenhower se sentiría cómodo en el ordenado y formal servicio dominical de esta denominación.
Al principio, Eisenhower se resistió a la idea, según el historiador Gary Scott Smith, pensando que la medida solo parecería cínica y política. Sentía que su fe debía mantenerse en privado.
Se convenció cuando uno de sus colaboradores le pidió que pensara en los niños de la nación, a quienes sus familiares sacaban de la cama todos los domingos para ir a la iglesia, quejándose de que no deberían tener que ir cuando el presidente de los Estados Unidos no tenía que ir. El presidente debía dar un buen ejemplo religioso.
Eisenhower convirtió en una prioridad de su administración promover la creencia en Dios y en la religión, pero lo hizo en términos muy generales. Consideraba la religión como un recurso espiritual en el conflicto de la Guerra Fría con el comunismo. Añadió «bajo Dios» al Juramento de Lealtad del país (Pledge of Allegiance) y promovió el Día Nacional de la Oración. Habló con frecuencia de la importancia de «una fe religiosa profundamente arraigada», frase que se volvió memorable cuando dijo: «Nuestra forma de gobierno no tiene sentido a menos que esté fundada en una fe religiosa profundamente arraigada, no me importa cuál sea».
La mayoría de los estadounidenses llegaron a considerar a Eisenhower un presidente muy religioso, aunque algunos lo criticaron por no ser específico sobre su fe. Parecía promover una religión estadounidense genérica, que no tenía nada que ver con Jesús ni con ningún detalle sobre Dios, ni con ningún contenido teológico. Parecía tener, dijo alguien, «una fe muy ferviente en una religión muy vaga». Hoy, cuando la lucha de la Guerra Fría ha sido reemplazada por los conflictos de la guerra cultural, los críticos ven el hecho de que Trump haya pasado de identificarse como presbiteriano a cristiano no denominacional desde el punto de vista opuesto: es demasiado específico. En lugar de intentar representar a todos los estadounidenses con imprecisiones sobre una «fe profundamente arraigada», afirman que Trump está haciendo un movimiento político al identificarse con los votantes religiosos que necesita en las urnas.