El expresidente estadounidense Jimmy Carter, quien llegó a la Casa Blanca como un evangélico progresista que hablaba abiertamente de Jesús y de la justicia, murió el domingo en su casa de Plains, Georgia, a los 100 años de edad.
Carter fue el expresidente estadounidense más longevo de la historia y, durante sus últimos años de vida, continuó enseñando en la escuela dominical de su iglesia y trabajando como voluntario en Hábitat para la Humanidad en su estado natal de Georgia.
Creció en el Sur de los Estados Unidos en el seno de una familia que defendía la integración racial, y llegó a ser un cristiano teológicamente conservador con una plataforma política liberal. Estas aparentes incongruencias —que tuvieron un efecto negativo en su carrera política— hicieron de Carter una de las figuras evangélicas más fascinantes de los tiempos modernos.
En 1976, la revista Playboy publicó una infame entrevista de Carter cuando era candidato presidencial para el Partido Demócrata. Quienes realmente leyeron la entrevista pudieron discernir fácilmente que Carter era en realidad un hombre piadoso.
Pero la política sobrecargada parecía permitir solo dos opciones reales. Los expertos laicos se burlaron de su mojigata confesión de haber cometido «adulterio en el corazón» y lo caracterizaron como un «bautista paleto con una línea directa de comunicación con Dios». Los cristianos conservadores —que no admitieron haber leído la entrevista en la revista pornográfica— arremetieron contra su uso de la palabra «joder» y dijeron que alguien con el carácter moral necesario para dirigir Estados Unidos no habría concedido una entrevista a la inmoral revista en primer lugar.
La entrevista casi le costó las elecciones a Carter. Cuatro años después, aún atrapado entre ambos mundos, perdió la reelección. Pero la naturaleza tensa de la carrera presidencial de Carter no era nada nuevo.
Un niño de las llanuras
La infancia de Carter lo preparó para desafiar categorías y empujar límites. En muchos aspectos, Plains [que significa ‘Llanuras’] era un típico pueblo sureño de Georgia durante la Gran Depresión. La zona no era próspera, y Carter creció en una casa sin agua corriente, electricidad ni aislamiento en las paredes. Era una zona políticamente conservadora, en la que muchas personas de raza blanca se unieron a la Sociedad John Birch. También había segregación racial. Cuando el joven Carter y sus amigos de raza negra se acercaban a la puerta del prado para ir a cazar y pescar, sus amigos siempre se hacían a un lado para dejar pasar primero al futuro presidente, en un acto de deferencia racial.
La cultura evangélica conservadora también impregnaba Plains. Carter pasó su infancia intentando no decir palabrotas y asistiendo a una iglesia bautista del sur en la que decidió poner su fe en Cristo, y en la que más tarde volvió a dedicarle su vida. De joven, realizó viajes misioneros a Pensilvania y Massachusetts. Como presidente, Carter dio testimonio a líderes extranjeros, instándolos a «aceptar a Jesucristo como su salvador personal». El origen de esta vena evangelizadora podía rastrearse hasta Plains.
Pero en ese tiempo, Plains empezaba a abrirse al mundo. Carter fue el primer presidente de los Estados Unidos nacido en un hospital. Posteriormente, asistió a la Academia Naval de Annapolis y se convirtió en ingeniero de submarinos nucleares. A pocos kilómetros, en Americus, Georgia, se encontraba la granja interracial Koinonia. Su devota madre no creía en los límites raciales y se identificaba a sí misma como feminista. Andrew Young, un destacado activista de los derechos civiles, diría más tarde: «Todos los liberales con los que había trabajado se ponían nerviosos en una sala llena de negros, excepto Jimmy Carter».
Poco después de iniciar una prometedora carrera en la Marina estadounidense como ingeniero de submarinos nucleares, Carter desafió los deseos de su joven esposa y los designios que sus superiores habían establecido para su futuro. Decidió regresar a las llanuras para dedicarse a cosechar cacahuete [cacahuate, maní], y consiguió dar un vuelco espectacular al negocio familiar. También inició una larga carrera de servicio cívico. Formó parte de varias asociaciones agrícolas que después dirigió, y fue gobernador de distrito del Club de Leones. Con gran valentía, formó parte del Consejo de Educación del condado de Sumter cuando el movimiento por los derechos civiles estaba en auge, y se esforzó por integrar racialmente las escuelas públicas.
Tras la decisión de la Corte Suprema en el caso Brown contra la Junta en 1955, muchos grupos intentaron presionar a Carte a fin de que se uniera al Consejo de Ciudadanos Blancos [White Citizens Council]. Un grupo de hombres le imploró a Carter en su almacén, diciéndole que todos los hombres blancos adultos de la comunidad se habían unido excepto él. A pesar de la amenaza de un boicot contra su negocio, Carter, profundamente enfadado, sacó 5 dólares de su bolsillo y dijo: «Tomaré esto y lo tiraré por el retrete, pero no voy a unirme al Consejo de Ciudadanos Blancos».
El afán por la justicia fue lo que impulsó a Carter a adentrarse en la política. En su campaña para el Senado de Georgia, explicó que quería «establecer la justicia en un mundo pecador». Niebuhriano en su realismo, alimentaba una cálida piedad evangélica, un fuerte conversionismo y una creencia en la separación de la Iglesia y el Estado.
Sin embargo, su iglesia bautista del sur no estaba tan convencida del valor de la política. «¿Por qué quieres meterte en el sucio juego de la política?», le preguntó un predicador visitante. Tratando de comunicar la magnitud de su ambición, Carter respondió: «¿Qué le parecería ser pastor de una iglesia con 75 000 miembros?».
Pero el joven político, que ahora tenía 39 años, aprendió rápidamente lo sucia que podía llegar a ser la política. Tras perder las elecciones, Carter se enteró de que 117 votantes se habían alineado en exacto orden alfabético para depositar su voto. Resultó que muchos de ellos estaban muertos, vivían fuera del estado o estaban en la cárcel. Con la tenaz persistencia que caracterizaría su carrera política, Carter investigó y el resultado se revirtió.
Pero el político no era un santo. Aunque los observadores alababan su servicio eficiente, compasivo y trabajador a medida que ascendía en el escalafón político, a veces dejaba aflorar un sórdido pragmatismo.
Cuando Carter se presentó como candidato a gobernador en 1970, sus ayudantes llevaron a cabo una campaña sucia. En un ejemplo atroz de mal uso de los temas raciales, utilizaron una fotografía de su oponente liberal Carl Sanders celebrando con los miembros de raza negra de los Atlanta Hawks tras ganar un campeonato.
La fotografía pretendía mancillar a Sanders al asociarlo con el alcohol y los afroamericanos. Aunque la estrategia no fue de tan mal gusto como las de muchos de sus rivales, no dejaba de ser un uso sin tapujos de la llamada «estrategia sureña» para ganar votos de los segregacionistas.
Minoría moral
Pero esta no fue la historia más destacada de Carter a medida que su perfil seguía creciendo a nivel nacional. «No te gustará mi campaña», había advertido Carter a Vernon Jordan, presidente de la Liga Urbana Nacional, «pero sí te gustará mi administración». Su refrescante administración como gobernador presentó un modelo «racialmente ilustrado» del nuevo sur de Estados Unidos. Además, comparado con el malhablado Johnson y el corrupto Nixon, Carter parecía un modelo de rectitud moral. Se sentó en la plataforma de Billy Graham durante la cruzada de Atlanta de 1973 y dio frecuentes testimonios de su fe. El gobernador declaró ante una convención de metodistas: «Soy agricultor de cacahuetes y soy cristiano. Soy padre y soy cristiano. Soy hombre de negocios y soy cristiano. Soy político y soy cristiano. El factor más importante en mi vida es Jesucristo».
Este lenguaje no era habitual entre los políticos de la época, y atrajo a un amplio sector de evangélicos que apoyaron su candidatura a la Casa Blanca en 1976. Sus propuestas centristas sobre la reforma energética, el medio ambiente, el Canal de Panamá y las conversaciones de paz en Oriente Medio, entre otros temas, reforzaron su prestigio entre una coalición creciente de evangélicos progresistas que habían protestado contra la guerra de Vietnam, trabajado por la justicia racial y votado por George McGovern en 1972.
Pero la mayoría de los evangélicos estaban simplemente encantados de que un creyente declarado y nacido de nuevo se presentara como candidato a la presidencia. Evangélicos que nunca antes habían votado, lo hicieron por Carter. Evangélicos que nunca habían hecho campaña por un candidato, hicieron campaña por Carter.
Tan pronto como Carter obtuvo la nominación demócrata, las revistas y la prensa evangélicas se deshicieron en elogios hacia él. Dos días después de la clausura de la convención, en Christianity Today aparecieron varios anuncios a toda página en favor de Carter. El primero instaba a los lectores evangélicos a comprar un libro recién publicado titulado The Miracle of Jimmy Carter [El milagro de Jimmy Carter].
Otro partidario dibujó un popular póster en el que aparecía Carter con el pelo largo y suelto y vestido con ropajes bíblicos, acompañado de la leyenda «J.C. puede salvar América». El cartel insinuaba que Jimmy Carter era un sustituto político del mismísimo Jesucristo. Carter combinó la retórica populista evangélica con el miedo a «una América perdida», con lo que tuvo un gran efecto entre los evangélicos, que se sentían al margen de la cultura estadounidense. «Soy un forastero y tú también. Me gustaría entablar una relación íntima con la gente de este país», dijo Carter a menudo durante su campaña. «Cuando sea presidente, este país volverá a ser nuestro».
Los evangélicos contribuyeron a una sólida victoria del demócrata sobre Gerald Ford. Fue una campaña que reflejó la naturaleza políticamente bipartidista que caracterizó al evangelicalismo hasta mediados de los años setenta. Sin embargo, que los evangélicos terminaran por movilizarse más a la derecha que a la izquierda no era todavía un hecho inevitable. Las élites seculares dominaban el Partido Republicano y sus oligarcas sentían se poco obligados doblegarse ante los deseos de los conservadores religiosos.
Mayoría moral
La presidencia de Carter no cumplió las promesas de su campaña. Acontecimientos que fueron más allá de su control —sobre todo el estancamiento de la economía, la elevada inflación y las crisis diplomáticas en Afganistán e Irán— limitaron su eficacia en el cargo y sabotearon su campaña para la reelección.
Además, sufrió una hemorragia de apoyo evangélico. Tras haber disfrutado de un amplio apoyo evangélico en 1976 sin haber hecho campaña de forma sistemática, Carter no supo cultivar su electorado religioso más evidente. Los evangélicos notaron que Carter no celebraba servicios religiosos en la Casa Blanca ni nombraba a conservadores religiosos para altos cargos. Sobre todo, les molestaba que Carter pareciera cautivo de un Partido Demócrata que se inclinaba hacia la izquierda cultural, especialmente en lo relativo al aborto. El aborto, que en aquella época se consideraba una cuestión católica, no se convirtió en un tema evangélico dominante sino hasta finales de la década de 1970. Pancartas con la leyenda «Aborta Carter» proliferaron, ya que los evangélicos consideraban insuficiente el enfoque de Carter, quien en lo personal se oponía al aborto, pero también se mostraba a favor del derecho a elegir.
Los errores de Carter en torno al tema del aborto también ofendieron cada vez más a la izquierda política. Al final, se vio atrapado entre dos electorados divergentes en una larga lista de cuestiones: el derecho a orar en la escuela, los impuestos a las escuelas privadas y la Enmienda para la Igualdad de Derechos. Muchos líderes evangélicos retiraron amargamente su apoyo a Carter. Tras la Conferencia de la Casa Blanca sobre la Familia en 1979, Jerry Falwell acusó a Carter de no estar dispuesto a defender a la «familia tradicional», y de ser uno más de los «líderes sin Dios y sin carácter» que estaban dejando a «Estados Unidos depravado, decadente y desmoralizado».
Para Carter, y para una izquierda evangélica más amplia, fue una profunda desgracia haber surgido en una época de endurecimiento de las estructuras de los partidos y de mayor imposición de las ortodoxias culturales. En 1980, gran parte de su electorado evangélico lo abandonó para ir tras Ronald Reagan, un actor de Hollywood divorciado dos veces. Lo irónico de todo era que el propio Carter había contribuido a catalizar esta movilización política al haber despertado a un electorado evangélico adormecido. El evangélico progresista Ron Sider bromeó: «Hicimos un llamado a la acción social y política, [y] conseguimos ocho años de Ronald Reagan».
Un gigante humanitario
Carter dejó la Casa Blanca con la reputación de ser un microgestor bienintencionado pero, en última instancia, ineficaz. Sin embargo, en los últimos años los estudiosos han descrito su impresionante labor en favor de la devolución del Canal de Panamá, los Acuerdos de Camp David, la limitación de las armas nucleares, la Enmienda de Igualdad de Derechos y los derechos humanos en Rodesia, Uganda y muchos países latinoamericanos.
Su carrera pospresidencial ha necesitado muy poca rehabilitación. Carter ha sido un firme defensor de Habitat for Humanity [Hábitat para la Humanidad], que surgió de la Granja Koinonia. El Centro Carter, fundado poco después de dejar el cargo, ha buscado hacer frente a las violaciones de los derechos humanos, erradicar enfermedades y reconciliar a las partes en conflicto en Haití, Guyana, Etiopía, Corea y Serbia. Sus esfuerzos le valieron el Premio Nobel de la Paz en 2002.
James Laney, expresidente de la Universidad de Emory, que alberga el Centro Carter, dijo: «Jimmy Carter es la única persona de la historia para quien la presidencia fue un trampolín».
Al final, Carter reflejó todas las dimensiones de un movimiento evangélico diverso. Para quienes están convencidos de que una teología conservadora requiere una política conservadora, el expresidente demostró que los evangélicos a veces adoptan posturas progresistas en materia de derechos civiles, medio ambiente e igualdad de género. A lo largo de su carrera política, Carter también supo cómo establecer límites significativos. Este evangélico progresista pudo haber llegado al cargo más alto de la nación, pero se quedó atrás cuando la reacción violenta de los suyos entorpeció su presidencia y saboteó un posible segundo mandato.
Las tensiones derivadas de tan alta visibilidad política se han resuelto en gran medida. El paso del tiempo, los triunfos humanitarios y el espectro genial de un anciano que reparaba casas a mano y enseñaba en la escuela bíblica dominical en una zona rural de Georgia concedieron a Carter la bendición de una larga despedida a una vida extraordinaria.
David R. Swartz es profesor de Historia en la Universidad de Asbury y autor de Moral Minority: The Evangelical Left in an Age of Conservatism.