Cuando se instaló el primer cajero automático en mi pueblo natal en la década de 1980, parecía magia: insertabas la tarjeta, sacabas dinero en efectivo.
Desde entonces, hemos aprendido a no tener que esperar: a recibir resultados inmediatos en prácticamente todas las áreas de nuestra vida. Las compras llegan a nuestra puerta en uno o dos días. La comida, en cuestión de minutos. Las películas, los libros y la música aparecen en nuestros dispositivos instantáneamente.
Es maravilloso. Sin embargo, también hay que examinarlo con cuidado. Las entregas rápidas nos enseñan que la espera es un enemigo que debe ser abatido, un adversario que se interpone entre nosotros y lo que deseamos. Con cada avance que consigue que recibamos resultados más rápidos y convenientes, disminuye nuestra capacidad de esperar.
Sin embargo, ser capaces de esperar es una cualidad distintiva del cristiano. De hecho, es una señal de madurez cristiana. La Biblia habla de esperar en el Señor, de ser inalterables y de dar el fruto espiritual de la paciencia. Aunque la mayoría de nosotros reconocemos que habitamos en el mundo de la gratificación instantánea, pocos hemos valorado cómo el hecho de que estemos acostumbrados a no esperar puede que nos esté formando a nivel espiritual; específicamente, cómo puede estar dando forma a la manera en que nos acercamos a la Biblia.
Cuando estudiaba el cuarto grado de primaria me enseñaron la disciplina espiritual de pasar «tiempo con la Palabra». Al igual que a muchos, se me animó a tener un «tiempo devocional» todos los días, es decir, quince o veinte minutos con las Escrituras, preferiblemente por la mañana (debido a que, ya saben, Jesús se levantaba temprano). Se suponía que esta práctica calibraría mi día y llenaría mi depósito espiritual para cualquier cosa que trajera el resto del día.
El mensaje subyacente era: Si tienes un tiempo devocional, tendrás un buen día. Si te saltas tu tiempo devocional, buena suerte. Al combinar esto con una inclinación hacia la gratificación instantánea, pronto comencé a ver cualquier tiempo devocional que no me proporcionara calidez o paz emocional instantáneas como, básicamente, un fracaso.
Comencé a ver mi tiempo con la Palabra primordialmente como una transacción, en vez de verlo como algo formativo. Era un momento para conseguir lo que yo quería, cuando yo lo quería, y exactamente como lo quería. Y no creo ser la única con este problema.
El tiempo que pasamos con la Palabra no debe ser meramente informativo o inspirador, sino relacional.
Una de las frustraciones más comunes que he escuchado por parte de muchos cristianos es que, a pesar de que tienen un tiempo devocional todos los días, siguen sintiendo que Dios está distante. Y, juzgando a partir de la persistencia del analfabetismo bíblico en la iglesia, es posible que nuestros «tiempos devocionales» no estén cosechando el efecto formativo que esperamos.
Cuando pienso en mi tiempo devocional como una mera transacción, trato a las Escrituras como una cuenta de débito que debe ofrecerme significado o sentimientos específicos en el horario que yo misma he establecido. Cada día insertamos nuestras tarjetas de débito y creemos que debemos obtener quince minutos de inspiración.
Más bien, deberíamos ver nuestro tiempo devocional como una cuenta de ahorro, donde hacemos depósitos de fe, invirtiendo tiempo en la Palabra durante días, semanas y años sin esperar una cosecha emocional o intelectual inmediata.
Si nos aferramos a un enfoque de cuenta de débito, deliberadamente evitaremos partes de las Escrituras que tardan más en entenderse, o las malinterpretaremos para que suplan de forma errónea expectativas que estén al servicio de nuestra agenda. Preferiremos hacer lecturas de devocionales cortos en vez de hacer una lectura directa de la Biblia.
Por el contrario, una mentalidad de cuenta de ahorro entiende que vale la pena esperar. Es firme y paciente. Sabe que los fieles depósitos diarios darán fruto con seguridad, a su tiempo y en el momento oportuno.
Si has caminado por el valle de la prueba, seguramente sabes lo que se siente encontrarte con el momento en que años de fieles depósitos por fin rinden dividendos. La clave para ello es un enfoque paciente, a largo plazo. Es muy posible que una lectura en el libro de Ezequiel no te arregle el día, pero muy probablemente te sostendrá a través de una larga prueba, si le entregas muchos de tus tiempos devocionales. Es más probable que el beneficio formativo de pasar tiempo con la Palabra surja tras haber invertido quince años que de haber invertido quince minutos.
El tiempo que pasamos con la Palabra no debe ser meramente informativo o inspirador, sino relacional. Nos prepara para escuchar la voz de Dios en su Palabra, y nos enseña quién es Él. Es Dios invitándonos a una conversación con el propósito de una relación.
Como en cualquier relación, el tiempo de calidad es esencial. Pero el tiempo de calidad surge en función a la cantidad de tiempo que se invierte regularmente. No nos da lo que queremos cuando queremos, ni exactamente del modo en que nos gusta. No se puede programar ni exigir: ocurre según su propia agenda y a menudo cuando menos lo esperamos.
No compres la perspectiva de la cuenta de débito que ofrece gratificación instantánea como si tu tiempo en la Palabra debiera entregarte ganancias medibles, perspectivas profundas o sentimientos cálidos debido a tu tiempo diario de calidad con Dios.
Considera, en cambio, que tu tiempo devocional es una contribución diaria a una cuenta de ahorros que crece con la cantidad de tiempo que inviertes. Las relaciones se profundizan y florecen con paciencia y perseverancia. En tu tiempo con la Palabra, espera en el Señor.
Jen Wilkin es esposa, madre y maestra bíblica. Es la autora de Mujer de la Palabra y Dios de la Creación. Su perfil de X es @jenniferwilkin.