A principios del siglo XX, un fisiólogo ruso llamado Iván Pavlov recibió un Premio Nobel. Los perros salivan de forma natural cuando huelen la comida, pero Pavlov quería ver si podía provocar la salivación con otro estímulo. Como probablemente recuerdes de la clase de ciencias, Pavlov hacía sonar una campana antes de alimentar a los perros. Con el tiempo, el solo sonido de la campana hacía que los perros salivaran. Pavlov se refirió a esto como una respuesta condicionada.
En un grado u otro, todos somos pavlovianos. Con el tiempo, adquirimos un elaborado conjunto de reflejos condicionados. Si alguien nos da una bofetada en la mejilla, nuestra respuesta condicionada es devolverla. ¿O solo me pasa a mí?
El evangelio se trata de la obra de Jesús que restaura nuestras respuestas o reflejos por su gracia, de manera que ahora amamos a nuestros enemigos, oramos por los que nos persiguen y bendecimos a los que nos maldicen. Ponemos la otra mejilla, caminamos la milla extra y estamos dispuestos a dar la camisa que llevamos puesta. Los teólogos llaman a estas respuestas las Seis Antítesis, pero yo prefiero pensar en ellas como seis hábitos contraculturales.
En el Sermón del monte, Jesús dice más de seis veces: «Ustedes han oído que se dijo…, pero yo digo…» (Mateo 5). Jesús estaba desafiando las formas de pensar derivadas del Antiguo Testamento como «ojo por ojo» (v. 38). Estaba desafiando nuestra ética, y comenzó con el perdón.
¿Recuerdas en Mateo 18, cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar? Pedro pensó que estaba siendo generoso cuando preguntó si debía perdonar siete veces, pero Jesús elevó el estándar: setenta veces siete. Esta idea del perdón cobró sentido personal para Pedro en una orilla del mar de Galilea (Juan 21). La aparición de Jesús ocurrió después de la resurrección, es decir, después de la negación. Pedro había negado conocer a Jesús no una ni dos, sino tres veces, y después de la tercera vez, el gallo cantó y le recordó a Pedro lo que Jesús había predicho (Mateo 26:75).
Si se me permite hacer una observación pavloviana, me pregunto si después de su negación Pedro habrá sentido una punzada de culpa cada vez que escuchaba cantar a un gallo. Cada mañana, cuando escuchaba ese molesto canto, Pedro recordaba su mayor fracaso. Esto, hasta que una mañana Jesús le dio un nuevo condicionamiento a sus reflejos.
Pedro estaba pescando cuando Jesús le habló a los discípulos desde la orilla: «Tiren la red a la derecha de la barca y pescarán algo». La niebla de la mañana no dejó que vieran quién había hablado, pero la pesca milagrosa lo dejó claro. Juan le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!» (Juan 21:4-7).
En ese instante Pedro saltó de la barca y nadó a la playa. Cuando llegó, Jesús estaba cocinando pescado sobre brasas encendidas. Detengámonos un momento. ¿Cómo no amar a un Dios que hace un desayuno sobre la playa para sus discípulos?
Después del desayuno, Jesús le hace una pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» (v. 15). No le pregunta una ni dos, sino tres veces. ¿Coincidencia? No lo creo. Tres negaciones requieren tres afirmaciones. De esa manera, en ese momento y en ese lugar Jesús le dio un nuevo condicionamiento a los reflejos de Pedro.
¿Has notado la hora del día? Juan es específico: «Al despuntar el alba» (v. 4). En otras palabras, justo cuando los gallos cantan. El canto que le recordaba a Pedro su mayor fracaso, el canto que antes había ocasionado sentimientos de culpa, ahora produciría sentimientos de gratitud. Jesús hizo más que recomisionar a Pedro. Jesús volvió a condicionar sus reflejos con su gracia.
¿Alguna vez te has sentido amado cuando menos lo esperabas y cuando menos lo merecías? Es algo transformador, ¿no crees? ¿Qué pasaría si amáramos a otros como Dios nos amó a nosotros? El regalo de Pascua revela que el pecado sin la gracia equivale a culpa, pero el pecado más la gracia equivale a la más profunda gratitud que merece ser expresada mañana, tarde y noche.
Tenemos esta tendencia a darnos por vencidos con Dios, sin embargo, Dios no hace lo mismo con nosotros. Él es el Dios de la segunda, la tercera y la milésima oportunidad. Aun cuando sintamos que le hemos fallado a Dios, Él es el Dios que nos busca y nos llama desde la orilla. Él es el Dios que prepara el desayuno sobre la playa. Es el Dios que nos da una nueva oportunidad en la vida.
Mark Batterson es el pastor principal de National Community Church en Washington, DC. Es autor de 23 éxitos de ventas del New York Times.