Hace varios años, me invitaron a escribir las notas para una nueva Biblia de estudio para mujeres. El proyecto fue inesperado y me pareció inusual, porque yo nunca había leído una Biblia de estudio para mujeres y era escéptica acerca de la necesidad de una. ¿Por qué no podemos todos leer la misma Biblia? Pero después de orar acerca de la oferta, me sentí impulsada a aceptar, con la esperanza de poder ofrecer algo de valor a las mujeres que adquirieran la Biblia. ¡No tenía idea de cuán transformador terminaría siendo el proyecto para mí!
En mis cuatro décadas trabajando en escuelas cristianas, iglesias y otros ministerios (y con tres títulos académicos en estudios bíblicos), nadie me había pedido nunca que leyera la Biblia como mujer y para mujeres. Nunca me había acercado a la Biblia preguntando: ¿Qué se van a preguntar las mujeres cuando lean esto? ¿Qué les va a molestar? ¿Qué captará su atención?
Debido a que mis pastores y profesores de teología eran todos hombres, y la mayoría de los libros que leí sobre la Biblia fueron escritos por hombres, aprendí a leer las Escrituras genéricamente, ignorándome a mí misma tanto como fuera posible para poder ver el mundo a través de sus ojos. Algunos de mis profesores consideraron la difícil situación de las mujeres o los roles de las mujeres, pero ninguno de ellos tenía experiencias de carne y hueso que les ayudaran a adentrarse en las historias bíblicas de mujeres. Esto no era su culpa y no hizo que sus enseñanzas fueran irrelevantes, pero sí hizo que mi comprensión de las Escrituras fuera incompleta.
Mientras releía el Antiguo y el Nuevo Testamento, centrándome tanto en las mujeres del texto como en las mujeres que lo leerían, muchas historias bíblicas cobraron vida para mí de una manera completamente nueva. Me vi obligada a luchar con pasajes difíciles que parecían difíciles para las mujeres. Pero mientras luchaba con estas historias con la ayuda de otros, descubrí ideas profundas sobre la bondad de Dios.
Leer a nombre de las mujeres también me sensibilizó sobre los personajes femeninos de las Escrituras que con demasiada frecuencia son marginados o caricaturizados con etiquetas unidimensionales como prostituta, hermana, seductora, viuda. Estas representaciones no son solo inexactas en ocasiones, sino que a menudo pueden distraer la atención de facetas más importantes de su carácter, como su coraje, lealtad, creatividad y determinación, así como de su contribución vital al plan de redención de Dios esbozado en la narrativa bíblica.
Uno de esos personajes es Rajab, a cuyo nombre nos apresuramos a agregar, la prostituta. La historia de Rajab a veces se reduce a una conclusión trillada: Dios está dispuesto a utilizar incluso a los pecadores más viles para lograr sus propósitos, ¡incluso a las prostitutas extranjeras! Sin embargo, su personaje aporta mucho más significado a la historia de Israel.
Rajab era ciudadana de Canaán, uno de los pueblos «enemigos» que ocupaban la Tierra Prometida a quienes Jehová [Yahvé] mencionó en su promesa al pueblo de Israel: «haré que tus enemigos te tengan miedo, se turben y huyan de ti» (Éxodo 23:27). El plan de Dios implicaba desmantelar el culto cananeo a Baal y otros dioses, de una forma u otra. Deberíamos encontrar sorprendente, entonces, que la primera conversación registrada con un cananeo en el libro termine con una promesa por parte de Dios de protegerla a ella y a su familia.
Josué a menudo tiene mala reputación por representar a un Dios violento que tiene sed de sangre cananea; no obstante, la historia de Rajab nos recuerda que no debemos leer el libro de manera absoluta. Para dimensionar correctamente nuestras expectativas, comencemos con las instrucciones específicas de Dios sobre qué debían hacer exactamente los israelitas cuando entraran a la tierra: «Derribarás sus altares, harás pedazos sus piedras sagradas y sus imágenes de la diosa Aserá y prenderás fuego a sus ídolos» (Deuteronomio 7:5). No encontrarás sangre en estos versículos, ya que la destrucción que Dios instruye no está dirigida contra las personas, sino contra las piedras que adoraban.
En cuanto a los propios cananeos, a los israelitas se les prohibió casarse con ellos o hacer tratos con ellos. La razón de esta prohibición no fue racial sino religiosa: «porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses» (v. 4). Ese pueblo estaba herem, o «fuera del alcance» de los israelitas. El plan A de Dios era expulsar a los cananeos de la tierra (lo cual no sería posible si estuvieran muertos). Sí, hubo cananeos que murieron cuando los israelitas entraron en la tierra, pero matarlos no era el objetivo: desmantelar su adoración pagana y preservar la fidelidad de los israelitas sí lo era.
En la película de DreamWorks de 2010 Cómo entrenar a tu dragón, una aldea vikinga invierte una enorme cantidad de energía para defenderse y protegerse contra los ataques de los dragones. Sus hijos incluso aprenden a matar dragones en la escuela. Pero cuando un muchacho del pueblo (acertadamente llamado Hipo) se encuentra con un dragón herido (un «Furia Nocturna» al que llama Chimuelo), no lo mata, sino que se hace su amigo e incluso construye una prótesis para su cola a fin de ayudarlo a volar nuevamente. El comportamiento de Hipo es considerado imprudente e incluso es acusado de traición contra su pueblo. Domar dragones no era el plan. Tampoco lo era «domesticar» a los cananeos.
Entonces, ¿por qué se libró Rajab de la destrucción que vendría en la batalla de Jericó?
Comencemos por el principio de la historia, cuando Josué envió dos espías a explorar a Jericó y sus alrededores antes del ataque (Josué 2:1). Irónicamente, dadas las instrucciones de Dios de no tener relaciones sexuales con los cananeos, estos espías se refugiaron en la casa de una prostituta llamada Rajab. Es posible que una casa de mala reputación haya sido el único establecimiento de la ciudad donde los visitantes podían rentar una habitación, o quizás era el lugar más seguro para pasar desapercibido y evitar la atención indebida.
De cualquier manera, el rey los descubrió y exigió a Rajab que entregara a los espías. Ella, en cambio, los escondió y mintió para protegerlos, enviando a los hombres del rey en una búsqueda inútil. A cambio de su seguridad, los espías le prometieron a Rajab que ella y su familia se salvarían en la batalla inminente. Pero la pregunta aquí es, ¿los espías israelitas ignoraron flagrantemente las instrucciones de Dios con respecto a los cananeos? ¿O es Rajab un caso especial?
El factor clave a considerar es la lealtad de Rajab a Jehová e Israel en lugar de al rey de Jericó. Su soliloquio a los espías es una de las declaraciones de fe más poderosas que salen de labios de un extranjero en toda la Biblia hebrea: «Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra», les dijo. «Por eso un gran terror ante ustedes ha caído sobre nosotros; todos los habitantes del país han perdido el ánimo a causa de ustedes. Tenemos noticias de cómo el Señor secó las aguas del mar Rojo para que ustedes pasaran, después de haber salido de Egipto» (Josué 2:9-10).
Rajab contó las victorias de Israel sobre Sijón y Og, los reyes amorreos que se negaron a dejarlos pasar pacíficamente en su camino hacia la Tierra Prometida. Ella concluyó: «Por eso estamos todos tan amedrentados y descorazonados frente a ustedes. Yo sé que el Señor su Dios es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra» (v. 11).
El testimonio de Rajab es inequívoco: reconoce a Jehová como la deidad suprema. Sus palabras hacen eco del cántico de Moisés y Miriam en Éxodo 15, que anunciaba:
Las naciones temblarán al escucharlo; la angustia dominará a los filisteos. Los jefes edomitas se llenarán de terror; temblarán de miedo los jefes de Moab. Los cananeos perderán el ánimo, pues caerá sobre ellos pavor y espanto. (vv. 14-16)
Para todos los efectos, Rajab ya no es cananea. Ella ha declarado lealtad al Dios de Israel. Salvar a Rajab se alinea con la promesa de Dios a Abraham en Génesis 12:3: «Bendeciré a los que te bendigan».
Volviendo a la ilustración de nuestra película, Rajab es el dragón desdentado, y los espías son el Hipo en el plan de Israel para expulsar a los cananeos. Pero el escritor del Libro de Josué no considera que el comportamiento de los espías sea problemático. De hecho, muestra a Rajab como una heroína y los israelitas, a cambio, le salvan la vida. Y sabemos que la historia de Rajab termina, con un «felices para siempre» porque se casa con un miembro de la comunidad israelita. Curiosamente, Salmón, el marido de Rajab, era nieto de cuarta generación de una mujer cananea, lo que podría haber influenciado su perspectiva sobre los «extranjeros».
Más tarde, Rajab y Salmón tuvieron un hijo, Booz, que se convirtió en bisabuelo del rey David después de casarse con Rut, una viuda moabita, otra extranjera «fuera de alcance» que se convirtió en israelita (ver Rut 4:18-22; Mateo 1:2-6). A través de su lealtad al Dios de Israel, estas mujeres se vuelven no solo periféricas en la historia de Israel sino centrales en ella. Rajab, al igual que Tamar, Miriam, Séfora y tantas otras, no son solo accesorios sino instrumentos primarios en el plan de Dios para la redención tal como se narra en las Escrituras.
Al igual que Tamar la cananea (Génesis 38), Jael la quenita (Jueces 4) y Rut la moabita (Rut 1–4), Rajab se convierte en un modelo de fe y una aliada del pueblo de Dios. Al salvar a los espías israelitas, humaniza al «otro» y participa en la realización del plan divino de Jehová. Rajab es un brillante ejemplo de aquello que es posible: un mundo en el que aquellos destinados a la destrucción pueden unirse al pueblo de Israel en su adoración al único Dios verdadero.
Quizás no debería sorprendernos, entonces, que Rajab aparezca en el Evangelio de Mateo como una antepasada de Jesús, quien también eligió salvar y «domesticar» a aquellos que alguna vez fuimos enemigos de Dios, aunque nosotros también estábamos destinados a la destrucción.
Carmen Joy Imes es profesora asociada de Antiguo Testamento en la Universidad de Biola. Contribuyó con notas a dos Biblias de estudio para mujeres, la primera de las cuales se publicará el 7 de mayo de 2024. Every Woman's Bible (NLT), Tyndale House Publishers.