En Filipinas, mi país de origen, las noticias falsas viajan rápido. Y no solo a través de las redes sociales, sino también a través de la comunicación de boca en boca difundida por marites, una palabra del idioma tagalo para referirse a las personas que cuentan chismes.
Esta es una palabra compuesta por mare, que significa «madrina» y que también se refiere a grupos de amigos en el vecindario, y la palabra inglesa latest. Esto se interpreta como: «Mare, ¿qué hay de nuevo?». Así que los chismes corren muy rápido, especialmente en comunidades urbanas pobres y densamente pobladas.
La tecnología ha acelerado y ampliado la difusión de información falsa más allá de lo que las conversaciones entre amigos jamás podrían lograr. Ocurre en Estados Unidos, en todo el Occidente, y también en países donde el gobierno influye o restringe los medios de comunicación.
Los analistas dicen que parte de la razón por la que el actual presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos Jr., ha regresado al poder en compañía de sus aliados es la forma en que han podido utilizar las redes sociales masivamente para cambiar las historias del gobierno autoritario de su padre.
Los cristianos de todo el mundo han lamentado con razón la difusión de noticias falsas en sus comunidades, la prevalencia de las teorías de conspiración y el escepticismo hacia la posibilidad de llegar a conocer la verdad. Aquellos de nosotros que vivimos en lo que se conoce como «el mundo mayoritario» también somos sensibles a otra dimensión de este fenómeno: es más probable que veamos la realidad espiritual detrás de él.
Sentimos cómo lo demoníaco podría alojarse y atrincherarse en las tecnologías de los medios de comunicación: nuestra versión contemporánea de lo que Pablo llama el «príncipe de la potestad del aire» en Efesios 2:2 (NBLA).
El lenguaje de Pablo sobre «tronos, poderes, principados o autoridades» en Colosenses 1:16 (NVI) sugiere que lo demoníaco se manifiesta no solo en personalidades, sino también en fuerzas subhumanas (estructuras e instituciones) que esclavizan u oprimen a las personas.
La mentira suele ir acompañada de opresión, dice el libro de Jeremías. Cuando la verdad ha perdido su lugar en la plaza pública, «… “vives en medio de engañadores, que por su engaño no quieren reconocerme”, afirma el Señor» (Jeremías 9:6). Los que doblan la lengua para decir mentiras actúan con maldad.
El Estado y otras instituciones poderosas tienen el poder de engañar a las masas a través de los medios de comunicación y las redes sociales. No es casualidad que lo primero que hagan los déspotas para consolidar el poder sea amordazar a la prensa.
En una época de desinformación masiva, los cristianos deben luchar por la verdad. La manera en que debemos involucrarnos con el «príncipe de la potestad del aire» es llevando a la plaza pública las normas de Dios para la sociedad y articulándolas de manera persuasiva.
Una ‘comunidad hermenéutica’
La participación en la vida política y social de un país no significa simplemente poner a cristianos en cargos públicos o ganar posiciones de poder para promover nuestros valores y nuestra agenda al estilo de la derecha religiosa en Estados Unidos. Más bien, significa crear un entorno social e intelectual que defienda la coherencia de los valores cristianos y dé forma al comportamiento en la vida pública.
Como lo expresa el escritor T.S. Eliot:
(…) Las creencias de los gobernantes serían menos importantes que las creencias a las que estarían obligados a conformarse. Y un estadista escéptico o indiferente [con respecto a la fe] que trabaje dentro de un marco cristiano, podría ser más eficaz que un estadista cristiano devoto obligado a ajustarse a un marco secular. (…) No es el cristianismo de los estadistas lo que importa en primer lugar, sino que estos sean limitados por medio de las tradiciones y el carácter del pueblo que gobiernan a un marco cristiano dentro del cual puedan llevar a cabo sus ambiciones.
¿Cómo podemos crear un entorno así?
En primer lugar, construimos intencionalmente lo que yo llamo una «comunidad hermenéutica», compuesta por aquellos que, como la tribu de Isacar (1 Crónicas 12:32), pueden discernir los tiempos y dar orientación sobre cómo influir e impactar efectivamente en la sociedad.
Testificar, en el sentido paulino, es llevar «cautivo todo pensamiento para que obedezca a Cristo» (2 Corintios 10:5). Desafortunadamente, este mandato misional ha sido dejado de lado por la enorme energía puesta en proclamaciones superficiales del evangelio que pasan por lo que llamamos «evangelización». Entrenamos a los creyentes para que usen la Biblia en asuntos como cómo ser salvos, pero no en cómo se puede aplicar todo el consejo de Dios a los muchos problemas que enfrentamos todos los días.
Es cierto que el tipo de educación que permite a las personas involucrarse en los problemas del ámbito público requiere una atención centrada en aquellos con talentos y experiencia profesionales relevantes, abriendo sus mentes a la relevancia del evangelio para toda la vida. Es hora de que testifiquemos y traigamos al centro de la vida de la iglesia a los artistas y los científicos, a aquellos con dones que pueden comunicarse creativamente con el mundo exterior.
La importancia de tal comunidad hermenéutica me quedó grabada en el apogeo de la lucha contra el régimen autoritario del expresidente filipino Ferdinand Marcos. Algunos líderes evangélicos en Filipinas criticaron repetidamente a mi organización, el Instituto de Estudios sobre la Iglesia y la Cultura Asiáticas (ISACC, por sus siglas en inglés), por ser parte de la oleada de resistencia contra la continuación del gobierno de Marcos.
ISACC es una pequeña comunidad de científicos sociales, profesionales del desarrollo, escritores, artistas y un puñado de pastores y teólogos. Estábamos convencidos de que los resultados de las elecciones anticipadas de 1986 que proclamaron ganador a Marcos eran fraudulentos. Él ya no tenía derecho a gobernar nuestro país.
Organizamos una protesta junto con otros movimientos. Luego, los líderes evangélicos etiquetaron esto como «rebelión» y siguieron haciendo referencia a Romanos 13:1-7, que habla de estar sujetos a las autoridades gobernantes.
Pero nuestra lectura de la época difería mucho. Nuestro discernimiento fue que el texto relevante para esos tiempos no era Romanos 13, como pensaban la mayoría de los evangélicos, sino Apocalipsis 13. Hay momentos en que el estado deja de ser un siervo y en su lugar asume las proporciones de una bestia (Apocalipsis 13:5-8), y por eso hay que resistirlo.
Nuestra lectura tanto de la época como del texto relevante triunfó.
Después de la Revolución del Poder Popular de 1986, algunos líderes de la iglesia comenzaron a preguntar: ¿Cómo es que ISACC parece tener el dedo en el pulso de dónde está nuestra gente, pero no lo hemos notado?
Para que no perdamos nuestras señales históricas, debemos formar una masa crítica de líderes de pensamiento jóvenes que puedan leer los signos de los tiempos con precisión, y aplicar creativamente las Escrituras al analizar y confrontar los temas candentes de nuestros días.
Discipular naciones
En segundo lugar, se nos dice que discipulemos naciones, no solo individuos. Debemos crear nuevos sistemas que afirmen la vida dentro de nuestras culturas.
Esto no se logra principalmente mediante la construcción de estructuras alternativas bautizadas como «cristianas», ni con medios de comunicación «cristianos» o escuelas «cristianas», sino penetrando en nuestras culturas y en las instituciones existentes. Afirmamos o hacemos crítica de nuestras costumbres y tradiciones, y las volvemos a Cristo y los valores del reino.
La gran protesta que levantamos contra Marcos puede haber ocurrido hace 37 años, pero seguimos luchando con bestias igualmente siniestras en nuestros días.
Por ejemplo, hay un resurgimiento del autoritarismo en muchos países donde se suponía que se había restaurado la democracia. Persiste el culto al caudillo o al hombre fuerte mítico.
Parte de la explicación es la falta de congruencia entre los valores operativos de la cultura y las estructuras de gobierno establecidas. Como lo expresa el sociólogo guatemalteco Bernardo Arévalo: «Tenemos el hardware de la democracia, pero el software del autoritarismo».
El cambio necesita un software de valores que respalde el hardware de las estructuras e instituciones que implementemos.
Crear patrones culturales de apoyo que hagan que nuestros sistemas funcionen requiere discipular a toda una nación. El proceso comienza —pero no termina— con la transformación interna de los individuos. Tal cambio se traducirá en las «buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica» (Efesios 2:10), y que más tarde irradiarán a la sociedad en general.
El historiador y misionólogo Andrew Walls, al rastrear el salto del cristianismo desde el judaísmo hasta que penetró en la cultura y las formas de pensamiento griegas, explica cómo la Biblia involucra culturas y transforma el tejido social de las naciones:
La Palabra debe pasar a todas esas formas distintivas de pensamiento, esas redes de parentesco, esas formas especiales de hacer las cosas, que dan a una nación su sentido de comunidad, su coherencia, su identidad. [La Palabra] tiene que viajar a través de los procesos mentales y morales compartidos de una comunidad.
Al llevar la Palabra al ámbito público, liberamos a las personas de lo que Pablo llama «las fortalezas» de la mente (2 Corintios 10:4). Las fortalezas, en la forma que Pablo usa el término, no son principalmente territorios de poderes espirituales, sino la red de mentiras que habitan en nuestras mentes, que moldean la conciencia de una sociedad y que mantienen nuestras culturas en esclavitud.
Testificar implica destruir las barreras intelectuales que se oponen a la fe en Cristo. Y significa difundir la Palabra y llevar «cautivo todo pensamiento para que obedezca a Cristo» (2 Corintios 10:5).
Desafortunadamente, hemos reducido nuestro testimonio a pronunciar formulaciones evangélicas preenvasadas que asumimos funcionarán de una cultura a otra y que realmente no conectan con los corazones y las mentes de nuestra gente. También es desafortunado que aquellos de nosotros que somos receptores de teologías desarrolladas en Occidente hayamos tendido a pasar por alto la naturaleza cultural y encarnacional de nuestro testimonio.
Una obra transformadora
Hoy en día, la pobreza masiva ha provocado la erosión de los valores del pueblo filipino. La presión económica hace que nuestros burócratas entreguen su integridad y que nuestros trabajadores en el extranjero se conviertan en contrabandistas y transportistas de drogas en lugares remotos. En tagalo lo llamamos kapit sa patalim, y se refiere a cómo las personas se atreven a asir con fuerza la hoja de un cuchillo afilado, incluso si les corta las manos, solo para obtener oportunidades de sobrevivencia.
Pero el cambio puede ocurrir y extenderse a través de las estructuras que organizan nuestra vida común. Así sucedió con la iglesia primitiva, la cual a través de su práctica y testimonio bajo persecución, consiguió romper las barreras de clase, raza y género para finalmente desgarrar el tejido social de la civilización greco-romana, una sociedad que había nacido sobre las espaldas de la esclavitud.
La batalla por el alma de un pueblo comienza con la mente. La gente sigue al «príncipe de la potestad del aire» hasta que la Palabra se abre paso. Y a medida que el evangelio penetra y transforma nuestros modelos mentales de cómo funciona el mundo, las comunidades pueden avanzar hacia nuevos patrones culturales.
Melba Padilla Maggay es escritora y antropóloga social. Se desempeña como presidenta de Micah Global y anteriormente fue presidenta del Instituto de Estudios sobre la Iglesia y la Cultura Asiáticas (ISACC, por sus siglas en inglés).
Speaking Out es la columna de opinión de los invitados de Christianity Today y (a diferencia de un editorial) no necesariamente representa la opinión de la publicación.
Traducción por Sergio Salazar.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.