Durante la guerra civil de Burundi de la década de 1990, pasé varios meses en un abarrotado campo de desplazados internos: personas como yo que habían huido de sus casas pero no podían abandonar el país. Una de las experiencias más dolorosas fue ver la sana masculinidad de los padres hecha pedazos por el cambio en sus vidas.
Los que una vez fueron proveedores para sus familias, ahora tenían que confiar en la ayuda humanitaria para recibir comida. Habían sido privados de su libertad de movimiento y ahora eran incapaces de hacer lo que habían venido haciendo toda su vida (cultivar la tierra o hacer negocios). Algunos empezaron a consumir mucho alcohol para lidiar con la depresión.
Desde entonces he pensado en José, el esposo de María, quien también tuvo que huir y lidiar con la frustración de proveer sin estabilidad. Se podría haber vuelto como aquellos hombres. Podría haberse resentido contra los gobiernos locales y coloniales por la manera en la que lo habían privado de buenas opciones y lo habían llevado a trasladarse por toda la región. Podría haberse resentido contra Dios por pedirle que se casara con una mujer que —sus compañeros le habrían dicho— se merecía el divorcio y no su apoyo. Podría haber intentado compensar su masculinidad amenazada con una falta de cooperación o un legalismo de dominación.
Pero no es así como las Escrituras describen a José. Más bien vemos al hombre al que Dios seleccionó para criar a su hijo aceptando la inesperada guía de Dios, no con resentimiento, sino cooperando incondicionalmente con Dios a cada paso. He visto lo difícil que es. ¿Cómo pudo José lograrlo?
No sabemos mucho de José. Él es uno de los personajes bíblicos de quien se dice muy poco. No era un líder político, ni un gran profeta, y su nombre no estaría en la Biblia si no hubiera sido designado como guardián del Mesías. Aun así, su linaje habría sido un motivo de orgullo y una buena base para que él aspirara a una posición de honor. En el relato de Lucas de la visita del ángel a María, Gabriel afirmó que Jesús era el descendiente prometido de David, y que se le daría el trono de David y un reino que no tendría fin (Lucas 1:31-33).
El hecho de que Mateo, escritor judío de los Evangelios y discípulo de Jesús, presente a José como descendiente de David es significativo (1:20). Pone a José en el centro de atención del plan divino para la humanidad como el padre adoptivo del Mesías.
Los escritos apócrifos ofrecen una imagen de José como un hombre poco confiable, a menudo iracundo. Tanto el protoevangelio de Santiago como la Historia de José el carpintero afirman que José era un viudo con hijos de su anterior matrimonio. Esas historias sobre José apoyan la idea de que María fue virgen perpetuamente; sin embargo, a partir de las Escrituras no hay razón para pensar que José ya tuviera hijos: el relato de la natividad no menciona a nadie más que a María viajando a Belén con José, y a José se le pidió que huyera a Egipto solo con María y Jesús (Mateo 2:13-15).
Es mucho más probable que el José real y no apócrifo fuera un joven judío como cualquier otro, con cierta educación religiosa. Los escritos rabínicos sugieren que la edad acostumbrada para casarse en los tiempos de José era la adolescencia tardía. Así que seguramente José vivía con sus padres u otros familiares cuando el ángel le dijo que se casara con María. Después del nacimiento de Jesús, José tuvo cuatro hijos y un número desconocido de hijas con María (Mateo 13:55-56).
La Biblia insinúa que José era un hombre promedio, de un lugar promedio; un hombre de pueblo conocido por su profesión. La gente le llamaba «el carpintero» (13:55). Probablemente sus días eran de arduo trabajo.
Mientras que la cultura judía valoraba el trabajo no calificado, la realidad era totalmente diferente con los romanos, el poder colonizador que gobernó Palestina durante la vida de José. Desde la perspectiva romana, la carpintería era una profesión de esclavos. Así que José estaba lejos de contar entre las personas de mayor estatus.
Es posible que él hubiera nacido en ese nivel socioeconómico, pero también es posible que lo haya elegido voluntariamente. José vivió en una época difícil en la que los oportunistas podían colaborar con los romanos y disfrutar de una vida cómoda en lo material. Él no tomó el camino que eligió Mateo en un principio, cuando trabajó como recaudador de impuestos. Mateo, el escritor del Evangelio que más habla de José, podría haber visto la tentación de esa colaboración con más claridad. Y, aun así, José no fue innecesariamente poco colaborativo con los romanos. Fue a la ciudad de sus ancestros para el censo del gobierno, por ejemplo.
En este estilo de vida simple y útil, él se enfrentó a los poderes fácticos de aquel entonces que prosperaban por medio de la injusticia, la violencia y la corrupción. En esa confrontación, la espiritualidad de José se hizo más evidente, y claramente Dios se mostró de su lado.
De hecho, Dios está cerca de aquellos que, como José, son pobres, contritos de espíritu y tiemblan ante su palabra (Isaías 66:2). La simplicidad, como disciplina espiritual, nos ayuda a evitar la seducción del materialismo y nos capacita para centrarnos en las cosas que realmente importan. Los que practican la simplicidad pueden ser ricos sin ser materialistas y ser descendientes de un linaje de reyes sin competir con Herodes. Para ellos, la rectitud es mejor que la gloria del mundo.
Me parece que está claro que José fue capaz de guiar bien a su familia porque estaba abierto a Dios y a sus mensajeros de un modo que desafiaba al legalismo. La espiritualidad de José lo preparó para lo inesperado.
En culturas fuertemente patriarcales, normalmente los hombres esperan ser capaces de proveer para sus familias, muchas veces con una buena dosis de desapego emocional de sus esposas, y suelen esperar que sus planes personales sean los que dirijan a sus familias. Los hombres que son cabeza de familia pueden ser rígidos y resistirse a las conductas no convencionales. En mi cultura, por ejemplo, aunque los vientos de los derechos humanos llevan soplando durante más de dos décadas ahora, la mayoría de los hombres cristianos todavía luchan por deshacerse de las rígidas actitudes patriarcales y sus conductas, y algunos distorsionan la Biblia para justificarlas.
José no era así. Lo vemos con claridad en su manera de tratar a María. Como hombre judío, José sabía lo que le sucedería a una chica que hubiera tenido sexo antes del matrimonio (Deuteronomio 22:13-21). El embarazo era la prueba más convincente de una mala conducta sexual. Legalmente, él habría estado en su derecho de denunciar a María.
Pero, para José, aquello que parecía pecado en María no la hacía una marginada. Él sabía que ella merecía amor y protección. La NVI combina con belleza la cultura religiosa judía de José y su propia espiritualidad en una frase: «Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto» (Mateo 1:19).
Aquí vemos que José no es el hombre debilucho y gruñón de la leyenda de la Navidad. Incluso antes de recibir el mensaje de Dios acerca de Jesús, José demostró amor por María, y su compromiso de proteger la dignidad de ella superó cualquier legalismo. La conducta de José retrata una masculinidad genuina y una justicia certificada por la Biblia.
La situación, por supuesto, no es lo que él se había imaginado en primer lugar. En un sueño un ángel le dijo a María que el embarazo tenía un origen divino. José desechó sus planes previos y accedió a obedecer de forma tan rápida y sencilla como María había aceptado el hecho de que estaba embarazada antes de casarse (Mateo 1:24; Lucas 1:38).
Una respuesta así de positiva a una circunstancia difícil y arriesgada habría sido imposible en una mente legalista y espiritualmente opaca. Un hombre legalista rápidamente habría despreciado el mensaje del ángel como una alucinación, porque parecía contradecir la ley. La espiritualidad de José era de tal clase que él era capaz de valorar la voluntad del legislador más que la ley, algo que eludían muchos de los teólogos y líderes religiosos más sofisticados (Mateo 15:3-9), por no mencionar a los discípulos de Jesús.
Cuando en otro sueño un ángel le ordenó a José que huyera a Egipto con María y el bebé, José obedeció y huyó (Mateo 2:13-14). Para muchos en la posición de José, el mandato podría haber parecido un sinsentido. Ellos esperaban un mesías poderoso y conquistador, no un bebé refugiado (Hechos 1:6).
Que José fuera capaz de dejar a un lado la mentalidad común en la época a causa de un sueño muestra que su espiritualidad era más profunda que el pensamiento religioso prevalente de la gente de su época. Él sabía cuando Dios le había hablado directamente. Vemos a un hombre simple de pueblo cooperando con Dios para preservar la vida del Mesías.
A menudo vemos la natividad como una celebración del consuelo y la inocencia. En Europa y Estados Unidos, la Navidad a menudo es un tiempo para pensar en lo acogedor. En mi país es una especie de celebración para niños entre los evangélicos.
¿Podría haber encajado José alguna vez en estas Navidades modernas? Es verdad que podemos decir que José tenía una humildad infantil como la que Jesús más adelante elogió (Mateo 18:4), y ciertamente su simplicidad y rectitud son una forma de inocencia. Pero José crió a Jesús en un tiempo turbulento. Quizá nuestras Navidades serían mejores si recordáramos que tanto la inocencia como la capacidad para reaccionar fueron características del padre que Dios escogió para guiar a su familia en medio del peligro, no solo para cuidar niños protegidos y seguros. Sin duda, José sabía lo violentos que podían ser los gobernantes romanos. Es posible que en los caminos hubiera pasado cerca de crucificados agonizantes que, al igual que su familia, eran una amenaza para el régimen.
Debido a la decisión política de un emperador a miles de kilómetros de distancia, Jesús nació en una Belén abarrotada: un dolor de cabeza logístico para José. Es posible que la pareja haya viajado con familiares que estuvieron a su lado cuando Jesús nació. Pero no se menciona nada de familiares que ayudaran a José a atender a María y al bebé. Cuando no hubo espacio para ellos en la habitación de invitados, José no tuvo los medios para proveer algo mejor (Lucas 2:4-7). Más adelante, otra decisión política y otro mensaje recibido por medio de un sueño llevaron a José a huir a Egipto con María y Jesús. Herodes no podía permitir que creciera un niño que tuviera el potencial de desafiarlo en el trono, y puso al bebé en la mira para asesinarlo.
El miedo, la angustia y la sensación de impotencia debieron inundar el tierno corazón de José cuando cobró conciencia de la amenaza. Cualquiera que haya vivido una violencia masiva (como en el caso de una guerra civil) sabe la agonía de la posibilidad de perder a los seres queridos que viene acompañada de la incapacidad para protegerlos.
Cualquiera en el lugar de José se habría hecho preguntas existenciales y habría cuestionado su fe. ¿Tuvo la tentación de quitarse la vida, como les pasa a algunos cuando enfrentan una situación similar? ¿Pensó en migrar a un lugar más seguro y nunca regresar a Palestina? ¿Tuvo la tentación de volverse pasivo o fatalista? La combinación de peligro, duelo, aburrimiento, la falta de un trabajo significativo, una gran responsabilidad e incluso cargas mayores han conducido a muchos desplazados por la fuerza a reaccionar de esa manera.
Es la espiritualidad de José, bellamente mezclada con las dificultades que enfrentó, la que hace que esta sea una historia de esperanza. Seguramente consideró las palabras del ángel: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise» (Mateo 2:13). Parte de esto era una orden, otra parte era una promesa: Dios estaba en control. Un día José y su familia regresarían. Los gobernantes egoístas y crueles no tendrían la última palabra en la vida de la familia de José.
Y, no obstante, José y su familia se encontraban en una situación delicada en la que necesitaban depender de Dios para tomar las decisiones más básicas. Una decisión errónea sería fatal. Cuando llegó el momento de regresar, el ángel le dio la señal a José (Mateo 2:19-20).
De nuevo la divinidad guió a José a tomar una decisión que era muy peligrosa. Cualquiera que haya sido refugiado lo reconoce. En el campo de desplazados donde yo viví, algunos hombres regresaron a sus vidas normales antes de que el área fuera segura y su impaciencia les costó la vida.
El mundo seguía siendo el mundo, incluso en un momento de descanso. Dios le aconsejó a José que no vivieran en Judea, sino en Galilea. No había una seguridad completa, ni un alivio total. Herodes estaba muerto, pero su hijo estaba en el poder (vv. 21-23). Dios no destruyó entonces a todos los malvados, pero tampoco permitió que frustraran sus planes.
Hoy, en algunos aspectos, el mundo es mejor que durante la época de José. Las organizaciones de derechos humanos pueden hablar por los débiles y ayudar a proteger sus vidas. Sin embargo, la humanidad sigue estando caída y, por lo tanto, muy lejos de ser perfecta. El número de desplazados por la fuerza en el mundo ha alcanzado el nivel más alto de los últimos 40 años. Guerras, terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, pandemias y las decisiones de los gobernantes pueden destruir nuestra sensación de seguridad y estabilidad.
Dicho esto, nunca deberíamos olvidar que Dios está obrando y que está con nosotros incluso en nuestras horas más oscuras (Salmo 23:4-5). Además, Él ha prometido instruirnos en el camino que debemos seguir (Salmo 32:8) como instrumentos de su voluntad en la tierra.
Del mismo modo que Dios utilizó a José, así intenta usarnos para llevar a cabo sus propósitos para nuestra generación. Pero esto requiere que nosotros tengamos una clase de espiritualidad que trasciende las tradiciones denominacionales y las mentalidades legalistas. También debemos evitar cuidadosamente las trampas de la carne para seguir siendo sensibles a Dios mientras él se mueve en nuestro tiempo.
Así como Dios no permite que estas cosas nos separen de él, nosotros no deberíamos permitir que el peligro o la inseguridad —ni siquiera la muerte— nos detengan a la hora de cooperar con Él.
¿Cómo podemos hacerlo? No a través de complicadas estrategias, sino con una fe como la de José: una fe simple, infantil, dispuesta a depender de Dios en las decisiones que tomamos, a hacer lo que Él nos indique, y a ir donde Él nos conduzca sin quejarnos, sea cómodo o peligroso.
Acher Niyonizigiye es pastor de la Iglesia Comunidad Internacional Bujumbura, cofundador de la organización de liderazgo Greenland Alliance y autor de Be Transformed and Glorify God with your Life.