Cristianos locales y extranjeros se han unido a los esfuerzos de rescate y socorro tras el terremoto masivo que tuvo lugar el pasado 8 de septiembre en Marruecos.
Casi 3000 personas perdieron la vida y más de 5000 resultaron heridas. Con una intensidad de 6.8 grados en la escala de Richter, es el sismo más violento que ha sacudido el país norteafricano desde 1969, y el más mortífero desde 1960.
Pero lejos del epicentro, cerca de la histórica ciudad de Marrakech, todos los creyentes reunidos se hacían la misma pregunta.
«Cuando ocurren catástrofes, nadie nunca se pregunta: “¿Por qué les pasó a ellos?”», dijo Youssef Ahmed, miembro de la Iglesia del Norte de Tánger, a 350 millas de distancia. «Pero cuando te golpea a ti, todo el mundo quiere conocer la voluntad de Dios».
El servicio de culto de esta iglesia que se reúne en una casa duró mucho más de lo habitual.
Aunque Marruecos solo reconoce el islam y el judaísmo como confesiones nacionales, los cristianos locales suelen decir que el gobierno les permite celebrar sus reuniones de culto tranquilamente en sus casas, pero no sin una minuciosa protección y vigilancia. El alcohol y el cerdo, prohibidos por la ley sharia, también se pueden adquirir libremente en el país. Alrededor del 15 % de los ciudadanos se declara no religioso, mientras que solo el 25 % expresa confianza en el liderazgo clerical [enlaces en inglés].
«En Marruecos no sufrimos restricciones», afirma Ahmed. «Simplemente no debemos molestar».
El último informe del Departamento de Estado estadounidense sobre Marruecos indica que, aunque «socavar la religión islámica» se castiga con hasta cinco años de cárcel, no se conocen casos de cristianos que hayan infringido dicha ley.
Pero ese domingo, los [cristianos] exmusulmanes tenían otras preocupaciones en mente.
«¿Por qué ocurrió? No podemos saberlo. ¿Fue por culpa del pecado? No podemos saberlo. ¿Fue una prueba, como en el caso de Job? No podemos saberlo», dijo Ahmed, que dirigió el largo debate. «Todo lo que sabemos es que Dios permitió que sucediera, y que sus caminos son justos. Mantenemos nuestra fe en Él».
Animados en su caminar, salieron a servir.
La congregación forma parte de la Unión de Iglesias Cristianas que Ahmed fundó en 2010 y que cuenta con 36 iglesias. Los miembros de la congregación viajaron al sur con suministros para ver qué podían hacer.
Al intentar llegar a algunas aldeas aisladas en la Cordillera del Atlas, donde muchas casas de adobe quedaron destruidas, fueron rechazados por controles de carretera que solo permitían la entrada a familiares. Siguieron hasta la plaza Jemaa al-Fnaa de Marrakech, donde se encontraron con una multitud en un gran campamento por miedo a las réplicas. Rápidamente se unieron a la multitud de marroquíes y turistas que distribuían agua y mantas.
Gran parte del sitio, que data del siglo IX y ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, no sufrió daños, incluida la mezquita medieval Kutubía, que mira hacia la plaza. Sin embargo, un alminar menos famoso se había derrumbado, al igual que partes de la muralla que data del siglo XII. La mezquita de Tinmel —construida por el Imperio almohade en un valle del Atlas a 100 km de distancia, antes de que el califato bereber conquistara Marrakech y se trasladara a España— también resultó gravemente dañada.
Un pastor marroquí calcula que el 80 % de la iglesia cristiana del país pertenece a las etnias bereber.
Mientras tanto, desde la ciudad meridional de Agadir, 150 millas al suroeste del epicentro, Rachid Imounan también hacía lo que podía para ayudar. Como líder de una red local de unos 150 cristianos, trabajó con su comunidad para distribuir alimentos, ropa y medicinas, así como para visitar a los heridos en el hospital de la ciudad. Mostrando gran atrevimiento donde consideró adecuado, acompañó su ministerio con un «agradable mensaje espiritual» sobre la salvación.
«Esto es lo que nos enseña la Biblia, estar juntos en el gozo y en la tristeza», dijo Imounan. «No tenemos mucho [materialmente], pero tenemos poder espiritual».
Según el Departamento de Estado de EE. UU., la Asociación Marroquí de Derechos Humanos calcula que hay 25 000 ciudadanos cristianos en el país,, mientras que los líderes extranjeros estiman una comunidad de expatriados de aproximadamente 10 000 protestantes y 30 000 católicos romanos.
El domingo después del terremoto, el Papa Francisco mostró solidaridad y oró por las víctimas del terremoto.
«Estamos con el pueblo de Marruecos», declaró, y ofreció la ayuda del Vaticano.
En 2016, Marruecos recibió a cientos de líderes musulmanes para emitir la Declaración de Marrakech, en la cual se comprometieron a proteger a las minorías cristianas históricas mientras ISIS asolaba Siria e Irak. En 2019, Francisco visitó el país monárquico como parte de su política de acercamiento al mundo musulmán. Y como anfitrión de una conferencia parlamentaria mundial en junio pasado, el rey marroquí Mohammed VI reiteró el compromiso de su nación de garantizar el «libre ejercicio del culto religioso» a todos los cristianos extranjeros.
Unos días después del terremoto, el rey hizo una donación personal de 100 millones de dólares para la ayuda del terremoto.
Ahmed dijo que las iglesias protestantes internacionales de Tánger, Casablanca y Marrakech se han unido al esfuerzo general.
También lo ha hecho PM Internacional, una agencia latinoamericana que trabaja en naciones musulmanas. En comunión con muchos otros colegas, han establecido un campamento base para distribuir suministros de emergencia mientras recaudan fondos para ayudar a los desplazados [enlace en español].
«Estamos tratando de ser las manos y los pies de Jesús, de encarnar su amor», dijo el coordinador de campo de PM Internacional, quien solicitó el anonimato por política de la agencia. «Y en apoyo de la iglesia, día a día vemos más unidad a medida que los expatriados y los creyentes locales trabajan juntos».
Estos últimos no pueden trabajar solos legalmente.
«La iglesia no está registrada, por lo que no puede prestar ayuda oficial», explica Adam Rabati, presidente de la Unión de Cristianos Marroquíes, una agrupación de 65 iglesias que se reúnen en casas. «Siempre hemos sido rechazados por nuestras familias y por la sociedad conservadora».
Rabati, que vive a 200 millas al norte del epicentro, en Rabat, dijo que su pueblo de origen también resultó dañado por el terremoto. Aunque su unión también intenta ayudar a los desplazados, lleva mucho tiempo haciendo campaña para conseguir el reconocimiento oficial de los cristianos locales y los derechos religiosos de matrimonio, entierro y educación de los hijos.
Y aunque la situación de los creyentes se deterioró durante la década anterior bajo el gobierno de políticos islamistas, Rabati declaró que los cristianos tendrán que seguir luchando por sus reivindicaciones bajo el gobierno liberal elegido en 2021.
Puertas Abiertas sitúa a Marruecos en el puesto 29 de su Lista Mundial de Persecución, la cual incluye la naciones donde es más difícil ser cristiano, considerando que la ley prohíbe «sacudir la fe de un musulmán».
Una joven de 25 años de edad, hija de un pastor cristiano de segunda generación, comparte la opinión de Rabati. Cuando era estudiante, le molestaba tener que memorizar el Corán y los rituales de oración islámicos, y nunca le dijo a nadie acerca de su verdadera fe.
«El cristianismo marroquí es muy débil», dice ella sobre el impacto de la falta de reconocimiento. «Vivimos nuestra fe en secreto y hacemos nuestros servicios de culto en la clandestinidad».
Sin embargo, el terremoto puede estar sacando a algunos cristianos de su caparazón.
Su casa en Casablanca se sacudió, pero no sufrió daños materiales. No quiso dar su nombre ni el de su agencia por razones de seguridad, pero con la ayuda de la misma y de otros cristianos ha distribuido alimentos, ropa, tiendas de campaña y otros artículos de primera necesidad.
Dondequiera que va, se encuentra con la muerte de alguna forma. Navegando por las casi infranqueables carreteras de montaña para llegar a los pueblos más aislados, ha sido testigo de cómo otros conductores se desviaban hacia el abismo. Y cuando llega, se topa con una realidad punzante: el hedor de los cuerpos en descomposición atrapados bajo los escombros.
El trabajo de socorro la mantiene despierta hasta las 2 de la mañana, y por una razón muy concreta.
«Es tan importante para nosotros como cristianos tener un impacto positivo en nuestra sociedad», dice, «y mostrarle al mundo quién es Jesús».
La Asociación Al Yassamine existe por la misma razón.
Al Yassamine fue creada en 2007 por Mustafa Soussi, un exactivista islámico convertido, porque quería que su fe en Cristo brillara en el mundo. En aplicación de Santiago 2:26 —la fe sin obras está muerta—, su organización trabaja por el desarrollo sostenible en las mismas zonas marroquíes que fueron devastadas por el terremoto. Soussi es originario de Taroudant, a 150 millas al sur de Marrakech.
Conocida por su liderazgo cristiano, Al Yassamine fue la primera organización en llegar al lugar de los hechos.
Al igual que otros creyentes, Soussi distribuyó alimentos, ropa y medicinas, yendo primero a las zonas remotas a las que aún no había llegado el gobierno ni otras agencias de ayuda. Pero, a diferencia de otros cristianos entrevistados por CT, su grupo está registrado ante las autoridades competentes y, por tanto, es oficial.
«No podemos brindar ayuda tras el terremoto en nombre de la Iglesia», afirma Soussi. «Pero como asociación, tenemos derecho legal a ayudar a los afectados».
Él da empleo tanto a musulmanes como a cristianos, y ayuda a ambos por igual. Menos preocupado por dar testimonio verbal que por encarnar Mateo 7:16 —por sus frutos los conocerán—, Soussi no sirve como creyente en Jesús, sino como ciudadano orgulloso, a la espera de cualquier pregunta acerca de su fe.
Pero tiene una motivación predominante.
«Mi país me convirtió en lo que soy hoy», afirma Soussi. «Quiero que entendamos que Marruecos no es solo para los musulmanes».
Criado en una familia musulmana devota, sus padres y hermanos se negaron a hablar con él tras su conversión al cristianismo en 1994. Nueve años después, él y otras personas bautizaron su iglesia con el nombre del profeta Job, ya que se identificaban con la paciencia del personaje del Antiguo Testamento ante el sufrimiento.
No obstante, en 2009, la familia de Soussi lo aceptó de nuevo y ahora incluso busca su consejo.
Job, por supuesto, es un profeta perfecto para tiempos de desastre nacional. Y cuando los colegas de Ahmed distribuyeron agua a los desplazados en Marrakech, al igual que Soussi, no anunciaron ninguna distinción religiosa particular.
Pero sí buscaban incitar a la gente a reflexionar sobre la voluntad de Dios.
«Lo único que les dijimos fue: Dios te ama», dijo Ahmed. «Pero eso podría abrir conversaciones: Si me ama, ¿por qué ha ocurrido esto?».
Algunos receptores se involucraron en la conversación; otros no. Con todo, los creyentes trataron de actuar con prudencia, sabiendo que el gobierno podría estar vigilando. Pero no hay ninguna ley que prohíba hablar con la gente, dijo, y las acciones hablan más alto que las palabras.
«Los musulmanes son nuestro prójimo», dijo Ahmed. «Puede que ahora no haya impacto, pero estamos plantando una semilla».
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.