Lea Isaías 42:1–14; 49:1–15; y 60:1–3
Todos hemos experimentado lo que es despertar en la oscuridad, ese momento en el que buscamos la luz para poder ver claramente el mundo que nos rodea. Tal vez usted, como yo, nunca superó por completo ese miedo a la oscuridad. La oscuridad es un miedo universal porque puede crear espacios de peligro, mientras que la luz nos guía hacia la seguridad. Especialmente antes de la invención de las luces eléctricas, la oscuridad significaba que era más probable que una persona sufriera un ataque de enemigos o animales peligrosos.
No debería sorprendernos, entonces, que la luz sea una poderosa metáfora de la seguridad y la salvación en Isaías cuando describe al siervo de Dios cumpliendo este papel. Vemos esta idea en el Nuevo Testamento cuando se describe a Jesús como la «luz del mundo» (Juan 8:12; 9:5), haciéndose eco de las descripciones del siervo de Dios como la luz que llevará salvación a todas las naciones en Isaías 42, 49 y 60.
Al describir al siervo de Dios, Isaías coloca dos ideas, una al lado de la otra: la salvación global de Dios y la intimidad profunda de Dios. Por un lado, el siervo traerá salvación a escala global. Como la luz del sol que alcanza toda la tierra de un extremo a otro, el siervo de Dios traerá salvación a todos los pueblos, a todas las tribus, a todas las naciones (42:6; 49:6; 60:3). Esta salvación es multiétnica y multicultural, y está disponible para todos.
Por otro lado, cuando Isaías describe esta salvación —es decir, la luz global del siervo—, también ancla esta vasta visión en la profunda intimidad de Dios. Este Dios formó al siervo en el vientre de su madre (49:5), grita como una mujer que da a luz a fin de conseguir la salvación de su pueblo (42:14), y se acuerda de su pueblo como la madre que cría, que se acuerda de su bebé en el pecho (49:15).
Asimismo, vemos esta combinación de salvación global e intimidad personal en Jesús. Jesús es quien trae una especie de luz que honra el pacto que Dios hizo con su pueblo (42:6). Esta luz da libertad a los que están en cautiverio (42:7) y saca a las naciones y reyes de sus tinieblas a la luz de Jesús (60:2–3).
La luz de Jesús también brinda esperanza personal y específica a aquellos que han estado sentados en calabozos oscuros esperando su liberación, así como a aquellos que experimentan ceguera (42:7). Esta luz brilla a través de vastas extensiones alrededor del mundo y se asoma dentro de los rincones más pequeños de nuestros hogares individuales. Este es el Jesús que esperamos durante el Adviento: la luz brillante que ilumina y alienta a todos en todo el mundo, y la vela que brilla en cada una de nuestras vidas, recordándonos la cercanía de Dios.
Beth Stovell es profesora de Antiguo Testamento en el Ambrose Seminary. Es coeditora de Theodicy and Hope in the Book of the Twelve y autora de los comentarios Minor Prophets I y II, de próxima aparición.