La palabra alienación fue en un principio una palabra marxista, con la cual Karl Marx se refería a la separación del trabajador del producto de su trabajo. Cuando lo que este produce es vendido por el propietario de la fábrica, está siendo alienado de los frutos de su trabajo. Sin embargo, hoy en día la palabra alienación tiene un significado mucho más amplio de impotencia. Cuando uno se siente política o económicamente incapacitado, se siente alienado.
Jimmy Reid, el conocido consejero marxista de Glasgow y líder de Clydeside Ship Workers, cuando era rector de la Universidad de Glasgow dijo: «La alienación es el grito de los hombres que se sienten víctimas de las ciegas fuerzas económicas que están más allá de su control. La alienación es la frustración de la gente común que está excluida del proceso de toma de decisiones». ¿Tenemos alguna influencia? ¿Tenemos acaso poder para cambiar algo? Esa es la cuestión.
La palabra influencia a veces puede ser usada para una sed egoísta de poder, como sucede en el famoso libro Cómo ganar amigos e influir sobre las personas de Dale Carnegie. Pero también puede ser utilizada de un modo no egoísta, como el deseo de los cristianos que se niegan a ceder ante el statu quo, que están decididos a ver cambios en la sociedad y anhelan ejercer cierta influencia en nombre de Jesucristo. ¿Somos impotentes? ¿Acaso la búsqueda del cambio social es inútil incluso antes de que inicie? ¿O pueden los cristianos ejercer alguna influencia en nombre de Jesucristo?
Hoy en día hay mucho pesimismo que atrapa e incluso paraliza a la gente. Se retuercen las manos en una especie de santa consternación, a la vez que afirman que la sociedad está podrida desde la raíz. Todo es inútil; no hay más esperanza que el regreso de Jesucristo. Como dijo una vez Edward Norman, decano del Peterhouse College de Cambridge, en una entrevista radiofónica: «La gente es basura».
La gente no es basura. Fue creada a la imagen de Dios. Aunque hayan caído, la imagen de Dios no ha sido destruida. ¿Son incapaces de hacer algún bien?
Solo que la gente no es basura. La gente está compuesta por hombres y mujeres creados a imagen de Dios. Aunque hayan caído, la imagen de Dios no ha sido destruida. ¿Son incapaces de hacer algún bien? La doctrina de la depravación total, que afirma que cada parte del ser de la raza humana ha sido contaminada por la caída, no sostiene que seamos incapaces de hacer el bien. Jesús mismo dijo que, aunque alguien sea malo, es capaz de hacer cosas buenas y de dar cosas buenas a sus hijos. Ahora bien, por supuesto que creemos en la caída. Creemos que cuando Cristo regrese va a restaurar todas las cosas. Si desarrollamos una mentalidad cristiana, no nos concentramos solo en la caída del hombre y el regreso de Cristo. También pensamos en la creación y en la redención por medio de Jesucristo. Y hemos de aceptar que la creación está —y ha sido— afectada por la caída, así como la caída es afectada por la redención, y la redención por la consumación. Y la mente cristiana piensa en términos de este propósito completo de Dios, que incluye la creación, la caída, la redención y la consumación.
Si somos pesimistas y pensamos que no somos capaces de hacer nada en la sociedad humana actual, me atrevo a decir que estamos teológicamente muy desequilibrados, si no es que somos heréticos y perjudiciales. Es absurdo decir que los cristianos no pueden ejercer ningún tipo de influencia en la sociedad. Es un error bíblico e histórico. El cristianismo ha tenido una influencia enorme en la sociedad a lo largo de su extensa y accidentada historia. Observemos la conclusión a la que llega Kenneth Latourette en su obra de siete volúmenes sobre la historia de la expansión del cristianismo:
Ninguna otra vida sobre este planeta ha influido tanto en los asuntos de los hombres como la vida de Jesucristo. A partir de esa breve vida y su aparente frustración ha fluido una fuerza más poderosa que cualquier otra conocida por el hombre, para la triunfante resolución de la batalla más larga de la raza humana. A causa de esa vida, millones han sido liberados del analfabetismo y la ignorancia, y han sido colocados en el camino hacia una creciente libertad intelectual y control sobre el entorno físico. Ha contribuido para aliviar las dolencias físicas, la enfermedad y el hambre más que cualquier otro impulso conocido por el hombre. Ha emancipado a millones de las cadenas de la esclavitud y a otros tantos de la adicción al vicio. Ha protegido a decenas de millones de la explotación por sus semejantes. Ha sido la fuente más fructífera de movimiento para disminuir los horrores de la guerra y basar las relaciones de los hombres y las naciones en la justicia y la paz.
Cristo y su iglesia han ejercido una enorme influencia. Y si tan solo nuestra vida mostrara un compromiso absoluto y pleno por Jesucristo, entonces tendríamos mucha más influencia de la que tenemos.
Entonces, desechemos el pesimismo, pero también el optimismo ciego que nos lleva a pensar que la utopía está a la vuelta de la esquina. Lejos de estos extremos, los cristianos tienen una mente sobria, son bíblicamente realistas, y tienen una doctrina equilibrada de la creación para su redención y consumación. No somos impotentes. Por el contrario, me temo que en realidad a menudo somos perezosos y cortos de vista, faltos de fe y desobedientes de la comisión que Jesús nos dio.
Más allá de la mera supervivencia
Para muchos de nosotros, los versículos de Mateo 5 cada vez se tornan más familiares. Vemos su gran importancia hoy día, y volvemos a mirarlos. En el sermón del monte, Jesús proclama en el versículo 13: «Ustedes son la sal de la tierra». Versículo 14: «Ustedes son la luz del mundo». Versículo 16: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo» (NVI).
En estas dos metáforas de la sal y la luz, Jesús enseña sobre la responsabilidad de los cristianos en una sociedad no cristiana, subcristiana o poscristiana. Enfatiza la diferencia entre cristianos y no cristianos, entre la iglesia y el mundo, y la influencia que deben tener los cristianos en el entorno no cristiano. La distinción entre ambos es clara. El mundo, dice Él, es como la carne en descomposición. Sin embargo, tú has de ser la sal del mundo. El mundo es como una noche oscura, pero tú has de ser la luz del mundo. Esta es la diferencia fundamental entre lo cristiano y lo no cristiano, la iglesia y el mundo.
Después continúa con la distinción para la influencia. Al igual que la sal en la carne putrefacta, los cristianos han de impedir la decadencia de la sociedad. Al igual que la luz en la oscuridad reinante, los cristianos han de iluminar la sociedad y mostrar un camino mejor. Es muy importante entender estas dos etapas en la enseñanza de Jesús. La mayoría de los cristianos aceptan que hay una distinción entre el cristiano y el no cristiano, entre la iglesia y el mundo. La nueva sociedad de Dios, la iglesia, es tan diferente de la antigua sociedad como la sal lo es de la carne en descomposición y como la luz lo es de la oscuridad.
Pero hay demasiadas personas que se detienen ahí; demasiadas personas cuya única preocupación es la supervivencia: es decir, mantener la distinción. La sal debe retener su salinidad, dicen. No se debe contaminar. La luz debe retener su brillo. No se debe sofocar con la oscuridad. Eso es cierto. Pero es pura supervivencia. La sal y la luz no son tan solo un poco diferentes de su entorno. Han de tener una influencia poderosa sobre su entorno. Se debe restregar la sal por la carne para detener la podredumbre. La luz ha de brillar en la oscuridad. Se debe colocar en un candelero para que así dé luz al ambiente que la rodea. Esa es una influencia sobre el entorno bastante diferente a la de la mera supervivencia.
Cuatro poderes
¿Cuál es la naturaleza de esta influencia? Permítame que sugiera unas cuantas maneras en las que nosotros los cristianos tenemos poder.
Primero, hay poder en la oración. Te ruego que no lo desprecies como un cliché religioso. No lo es. Hay algunos cristianos que son tan buenos activistas sociales que nunca se detienen a orar. Se equivocan, ¿verdad? La oración es una parte indispensable de la vida cristiana y de la vida de la iglesia. Y el primer deber de la iglesia con la sociedad y sus líderes es orar por ellos. «Así que recomiendo, ante todo», escribe Pablo en su primera carta a Timoteo, «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y digna» (1 Timoteo 2:1-2).
Si en la comunidad hay más violencia que paz, más indecencia que modestia, más opresión que justicia, más secularismo que devoción, ¿la razón es que la iglesia no está orando como debería? Creo que en nuestros servicios habituales deberíamos tomarnos con mayor seriedad los cinco o diez minutos de intercesión en los cuales, como congregación, nos inclinamos ante Dios y llevamos ante Él al mundo y sus líderes y le rogamos que intervenga. Y lo mismo ocurre con nuestras reuniones de oración, en los grupos de convivencia y las oraciones privadas. Creo que la mayoría de nosotros, y yo me incluyo, somos más locales que globales en nuestras oraciones. ¿Pero acaso no somos cristianos globales? ¿No compartimos las preocupaciones globales de nuestro Dios global? Deberíamos expresarlas en nuestras oraciones.
Segundo, hay poder en la verdad. Todos nosotros creemos en el poder de la verdad del evangelio. Nos encanta decir: «A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Romanos 1:16). Estamos convencidos del poder del evangelio en el evangelismo: que trae salvación y redención a los que responden a Jesús y creen en él. Pero no es solo el evangelio el que es poderoso. Toda la verdad de Dios es poderosa. La verdad de Dios, de cualquier clase, es mucho más poderosa que las mentiras del diablo. ¿Lo crees? ¿o eres un pesimista? ¿Crees que el diablo es más fuerte que Dios? ¿Crees que las mentiras son más fuertes que la verdad? Los cristianos creen que la verdad es más fuerte que las mentiras, y que Dios es más fuerte que el diablo. Como escribe Pablo en 2 Corintios 13:8: «Pues nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad». Como dijo Juan en el prólogo al cuarto evangelio: «Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla». Por supuesto que no pueden; esa luz es la verdad de Dios.
Aleksandr Solzhenitsyn, el legendario disidente soviético, creía en el poder de la verdad sobre las mentiras. Cuando recibió el premio Nobel de literatura dio un discurso llamado «Una palabra de verdad». En él, dijo: «[Los escritores] no tenemos cohetes que hacer despegar. Ni siquiera… hacemos rodar el vehículo auxiliar más insignificante. No tenemos ningún poder militar. Así pues, ¿qué puede hacer la literatura frente a las inmisericordes arremetidas de la violencia abierta?». Solzhenitsyn no dice que no tengamos ningún poder. Él dice: «Una palabra de verdad pesa más que el mundo entero». Si alguien debe creerlo, son los cristianos. Es verdad. La verdad es mucho más poderosa que las bombas, los tanques y las armas.
¿Cómo vamos a ver el poder de la verdad en acción? La persuasión por argumento. Al igual que necesitamos apologetas doctrinales en el evangelismo para defender la verdad del evangelio, así necesitamos a los apologetas éticos en la acción social para defender la verdad y la bondad de la ley moral de Dios. Necesitamos más pensadores cristianos que utilicen sus mentes para Jesucristo, que hablen, escriban, emitan y televisen a fin de influir en la opinión pública.
Daré un ejemplo rápido. No puedes obligar a la gente a ir a la iglesia por medio de la ley. No puedes obligarlos a descansar los domingos. Tampoco puedes citar simplemente la Biblia como si eso resolviera el asunto. Pero podemos ofrecer nuestros mejores argumentos. Podemos defender que, psicológica y físicamente, los seres humanos necesitan un día de descanso cada siete, y que socialmente es bueno que las familias que están separadas durante la semana se reúnan el domingo. Podemos defender legislaciones que protejan a los trabajadores de ser obligados a trabajar y favorecer la vida familiar. En este ejemplo, no estamos imponiendo nuestra perspectiva cristiana, ni estamos dejando a los no cristianos a la deriva en sus propias perspectivas, ni estamos citando la Biblia dogmáticamente. Simplemente estamos utilizando todos los argumentos —físicos, psicológicos y sociológicos— para encomendarnos a la sabiduría y a la verdad de la enseñanza bíblica. ¿Por qué? Porque creemos en el poder de la verdad.
Si dudas del poder de las formas seculares de argumentación para iluminar la verdad bíblica, entonces considera un artículo que apareció en la revista estadounidense Seventeen en 1977 llamado: «El caso contra la unión libre». Es una entrevista con Nancy Moore Clatworthy, socióloga de la Universidad Estatal de Ohio. Durante diez años, Catworthy estudió el fenómeno de las parejas no casadas que vivían juntas. Cuando comenzó, estaba predispuesta a favor de dicha costumbre. «La gente joven», dijo, «nos había dicho que era bastante maravilloso». Y ella les había creído. Le parecía un acuerdo sensato, un paso útil en el cortejo mediante el cual las parejas llegaban a conocerse entre sí. Pero su investigación, que implicó analizar a cientos de parejas, casadas y no casadas, la llevó a cambiar su opinión. Llegó a la conclusión de que vivir juntos no conseguía aquello que las parejas esperaban, especialmente para las mujeres. A ellas las encontró tensas, temerosas, mirando más allá de la retórica hacia el posible dolor y la agonía.
Es absurdo decir que los cristianos no pueden ejercer ningún tipo de influencia en la sociedad. Es un error bíblico e histórico.
Clatworthy señala dos cosas: en las áreas de felicidad, respeto y ajustes: «Las parejas que viven juntas antes de casarse tienen más problemas que las parejas que se casan primero». En todas las áreas, las parejas que habían vivido en unión libre antes del matrimonio estaban en desacuerdo más a menudo que las parejas que no lo habían hecho. Vivir juntos, llegó ella a la conclusión, no resuelve los problemas.
El segundo punto trataba del compromiso, es decir, la expectativa que tiene una persona acerca del resultado de una relación. El compromiso es lo que hace que el matrimonio y el vivir juntos funcione. Pero aquí está el problema: «Saber que algo es temporal, como vivir juntos sin estar casados, afecta al grado de compromiso que se tiene. De tal modo que las parejas no casadas son menos comprometidas a la hora de trabajar arduamente para sostener y proteger sus relaciones. Y, en consecuencia, el 75 por ciento de esas parejas termina en un rompimiento de la relación. Y las mujeres terminan especialmente heridas». Termina diciendo: «Estadísticamente, estás mucho mejor casado que viviendo en unión libre, porque para la gente que está enamorada cualquier otra cosa que no sea un compromiso total es una salida fácil».
Ahora bien, no creo que Clatworthy sea cristiana. No apela a la autoridad de las Escrituras, sino a los descubrimientos de la sociología. Y, aun así, su investigación sociológica reivindica la sabiduría de la ética cristiana tan cual se aplica a la institución del matrimonio. Nos recuerda que la verdad de Dios tiene poder, tanto en cuestiones bíblicas como no bíblicas.
Nuestro tercer poder como cristianos es el poder del ejemplo. La verdad es poderosa cuando se defiende, pero es más poderosa cuando se demuestra. La gente no solo necesita comprender el argumento. Necesitan ver los beneficios del argumento con sus propios ojos. Es difícil exagerar el poder del bien que puede ejercer meticulosamente una familia cristiana, por ejemplo, en un vecindario de viviendas públicas o de interés social. Toda la comunidad puede ver cómo el marido y la mujer se aman y se honran, devotos y fieles el uno con el otro, y cómo encuentran satisfacción el uno en el otro. Ven a los niños crecer en la seguridad de un hogar cariñoso y disciplinado. Ven a una familia que no se encierra en sí misma, sino que se abre: cuidando de los extranjeros, dando la bienvenida a otros, abriendo su hogar y buscando involucrarse en las preocupaciones de la comunidad. Un enfermero cristiano en un hospital; un profesor cristiano en una escuela; un cristiano en una tienda, en una fábrica o en una oficina: todos marcaremos la diferencia, para bien o para mal.
Los cristianos son gente marcada. El mundo está mirando. Y la manera principal que tiene Dios de cambiar la vieja sociedad es implantar dentro de ella una nueva sociedad, con valores, estándares, alegrías y objetivos diferentes. Nuestra esperanza es que el mundo que observa vea estas diferencias y las encuentre atractivas, que «puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo» (Mateo 5:16).
Cuarto, los cristianos tienen el poder de la solidaridad de grupo: el poder de una minoría entregada. Según el sociólogo estadounidense Robert Belair, del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton: «No deberíamos subestimar la importancia de los pequeños grupos de personas que tienen la visión de un mundo justo y amable. Es posible que la naturaleza de toda una cultura cambie cuando el dos por ciento de su gente tiene una nueva visión».
Ese era el plan de Jesús. Él comenzó con un pequeño grupo de solo doce personas entregadas. Al cabo de unos cuantos años, los oficiales romanos se quejaban de que estaban poniendo el mundo de cabeza. Hay una gran necesidad de grupos cristianos entregados comprometidos unos con otros, comprometidos con una visión de justicia, comprometidos con Cristo; grupos que oren juntos, piensen juntos, formulen políticas juntos y vayan a trabajar juntos en la comunidad.
¿Quieres ver la vida de tu nación siendo más agradable delante de Dios? ¿Tienes la visión de una devoción, una justicia, una libertad, una rectitud y una compasión nuevas? ¿Deseas arrepentirte del pesimismo subcristiano? ¿Reafirmarás tu confianza en el poder de Dios, en el poder de la oración, la verdad, el ejemplo, del compromiso de grupo… y en el poder del evangelio? Ofrezcámonos a Dios como instrumentos en sus manos: como sal y luz en la comunidad. La iglesia podría tener una influencia enorme para el bien, en cada nación de la tierra, si se comprometiera totalmente a Cristo. Entreguémonos a Aquel que se entregó por nosotros.
John R. W. Stott (1921-2011) fue rector de All Souls Church en Londres, fundador de Langham Partnership International y autor de muchos libros. Este artículo está adaptado de un sermón publicado por el sitio hermano de Christianity Today PreachingToday.com.
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel.