Muchas iglesias pueden relatar experiencias de haber sido expulsadas de su edificio.
A nosotros nos ocurrió lo contrario. A nosotros nos metieron en un edificio.
Nuestra iglesia multiétnica del centro de la ciudad llevaba algún tiempo reuniéndose en torno a las mesas del patio de una escuela pública. Nuestro barrio alberga la escuela más pobre del distrito. Recibíamos a la gente de la calle, comíamos con ellos y celebrábamos nuestro servicio religioso al aire libre.
Sin embargo, un residente de un apartamento cercano empezó a escribirnos cartas, molesto por el ruido. Nos disculpamos, bajamos el volumen y oramos. Unos domingos más tarde, este mismo residente estaba sacando la basura cuando la predicación sobre Romanos 8 cautivó su atención. Se detuvo y escuchó todo el sermón, parado junto a un contenedor de basura en el callejón. Después, dobló la esquina y, llorando, nos dijo que había oído a Dios hablarle al corazón.
Unas semanas más tarde, mientras yo predicaba, alguien gritó por encima de la pared que hacíamos demasiado ruido. Una señora del servicio dijo que él sería el siguiente. Me disculpé por el ruido, le hice una seña a nuestro técnico de sonido y seguí predicando. Sin embargo, al día siguiente, recibimos la noticia del director de la escuela de que finalmente tendríamos que empezar a utilizar el auditorio por el que habíamos venido pagando.
Pero estábamos lejos de dejar de hacer iglesia en espacios públicos.
Aire libre
En un momento dado temí que si nos aventurábamos a ocupar los espacios públicos, nos tacharían de locos o de bichos raros. Nunca me ha gustado hacer que los cristianos parezcamos más locos de lo que estamos, así que evitaba llevar la iglesia fuera de las cuatro paredes. Pero al final decidí que, en lugar de «tener un alcance», el servicio de la iglesia sería el alcance. Es radical y es arriesgado; pero es eficaz, y me ha llevado casi 20 años llegar hasta aquí.
La culpa es de Europa. Al embarcarme hacia Europa quince años atrás como misionero de plantación de iglesias, tuve mi primer contacto con el ministerio al aire libre cuando serví como evangelista en la legendaria iglesia de Martyn-Lloyd Jones. Los ancianos querían que predicara los sábados por la mañana en la plaza pública. Al principio me pareció incómodo, pero no pude quitarme de encima la convicción de que, al igual que Wesley, Whitefield y William Booth, tenía que haber algo para nuestro tiempo que llevara la iglesia a la gente, en lugar de esperar que la gente viniera a la iglesia. A partir de ahí, experimenté con grupos públicos de discusión en campus universitarios y pubs, y finalmente puse en marcha una iglesia en un Starbucks.
Ministrar en las fronteras posmodernas y poscristianas de Europa hizo que el libro de los Hechos cobrara vida para mí. La razón es sencilla: un mundo poscristiano es muy parecido a un mundo precristiano. Hechos 5:42 dice que los apóstoles se reunían «en el templo y de casa en casa». Muchos han interpretado erróneamente que los «patios del templo» son sinónimo de los edificios de la iglesia. Sin embargo, los patios del templo eran mucho más públicos.
Al predicar en los patios del templo, los apóstoles practicaban el arte perdido del ministerio en el espacio público, en lugares abiertos. Yo solía leer el libro de los Hechos y preguntarme por qué lo que yo hacía como ministro a tiempo completo no se parecía en nada a lo que hacían Pablo y los Apóstoles. Los líderes van al seminario, aprenden teología, exégesis de textos y entretejen homilías y, sin embargo, se gradúan sin poder hacer lo que hicieron los Apóstoles: llevar el mensaje del Evangelio a una comunidad. Muchos están llenos de miedo y tienen grandes dificultades al hablar con la gente más allá de los límites del estacionamiento de la iglesia.
De vuelta al futuro
Regresar de Europa para ministrar de nuevo en Estados Unidos fue como desembarcar de una máquina del tiempo. Gran Bretaña está unos 60 o 70 años más avanzada en el camino poscristiano que Estados Unidos. Quizá ésta sea una de las razones por las que C.S. Lewis es tan relevante para los cristianos estadounidenses contemporáneos: estamos respirando la misma atmósfera cultural de decadencia espiritual de la Gran Bretaña de mediados del siglo XX, la época en que Lewis escribió. Lewis escribía para una cultura en la que la cristiandad estaba perdida, las iglesias estaban en declive y la gente necesitaba ser convencida para creer.
Yo capacito a los plantadores de iglesias para que ejerzan su ministerio en espacios públicos, con el fin de prepararlos para un futuro en el que —estoy convencido— el modelo de iglesia que atrae a la gente se tambaleará. Cada vez hay menos gente dispuesta a entrar en el edificio de una iglesia. Antes de ir a Europa, mi versión de la capacitación de líderes para el futuro habría sido ayudarles a hacer más de lo que no funciona, aunque una versión más elegante, más fría y más moderna de lo que no funciona. Los habría capacitado para atraer a más gente o para brindar servicios con mayor excelencia. Todo eso era estupendo para las décadas de 1980 y 1990, pero cada vez es menos eficaz en nuestra cultura.
Muchas iglesias se están preparando para un futuro que no llega. Nuestras estrategias parten del principio de que el día de mañana utilizaremos los edificios que hemos construido hoy. Pero si Europa es un indicio de hacia dónde van las cosas, donde los edificios ornamentales de las iglesias se están convirtiendo en clubes nocturnos, mezquitas y almacenes de alfombras, nuestros edificios también pueden fallar. Al igual que los búnkeres subterráneos de la Guerra Fría enterrados por todo Estados Unidos, muchas de las fortificaciones de la iglesia serán inútiles cuando el futuro que anticipamos no se materialice. En Europa, todos los bastiones de la religión se convirtieron en barreras para la cultura que los rodeaba, y demasiados de nosotros en América vamos por el mismo camino.
Para prepararnos para el mañana debemos hacer lo que hicieron los apóstoles: llevar la iglesia a las calles, a las salas de conciertos, a los cafés, a las cervecerías o a cualquier lugar en el que un areópago esté enclavado en la encrucijada cultural.
No estoy diciendo que reunirse al aire libre sea una bala de plata para todos los males del futuro. Siempre necesitaremos instalaciones tradicionales para atender eficazmente a determinadas personas. Pero el porcentaje de personas a las que se llega con ese enfoque disminuirá. Ya lo ha hecho. El futuro del ministerio pertenece, no a quienes pueden atraer a una multitud, sino a aquellos que pueden penetrar en ella; a aquellos que pueden infiltrarse en una comunidad desde dentro, en lugar de dirigir el tráfico a un edificio ubicado en la parte más alejada de la ciudad.
He aquí algunas formas que he encontrado para escapar de las cuatro paredes de la iglesia y dedicarme al ministerio en mi barrio.
1. Abandona el ministerio de escritorio
Necesitamos más policías de ronda y menos policías de oficina. Charles Spurgeon hablaba de los ministros que estaban desconectados de su cultura como «sintiéndose como en casa entre libros, pero en mar abierto entre los hombres». ¿Cómo iba yo a alcanzar a los perdidos tomando café solo con los cristianos y produciendo homilías?
Dios me sacó de mi estudio poco después de unirme a la iglesia de Martyn-Lloyd Jones, cuando secó mi apoyo misionero tras los eventos del 11 de septiembre. Me vi obligado a aceptar un trabajo de fábrica en una cadena de montaje rodeado de las mismas personas a las que intentaba alcanzar. Después de haber sido comisionado como «el evangelista» durante más de un año, no había visto a una sola persona seguir a Jesús como resultado de algo que yo hubiera hecho. Sin embargo, eso empezó a cambiar en la fábrica. La verdad es que el empleado promedio entra en contacto con más personas antes del mediodía del lunes que el pastor promedio en toda una semana. Así que pronto, yo ya no tenía ese problema.
La necesidad fue la madre de la invención. Tuve que ser creativo y emprender aventuras audaces, tales como visitar pubs y clubes nocturnos armado con una cámara de vídeo y dejar que la gente me contara sus historias. Aquellas calles violentas a altas horas de la noche en la ciudad siderúrgica de Port Talbot, Gales, me enseñaron mucho. La gente contaba sus historias y lloraba mientras yo filmaba. Esa fue mi primera aventura fuera de mi estudio, y desde entonces ha sido difícil regresar a él.
2. Busca espacios públicos
Desde que comenzó este viaje, hemos lanzado ministerios en los parques y proyectos de Long Beach y San Pedro en California. Hemos hecho noches de micrófono abierto en la cafetería gay local. Hemos cometido muchos errores, y la curva de aprendizaje ha sido empinada. Hemos aprendido que antes de hacer una noche de micrófono abierto es necesario comprar una ronda de bebidas a cuenta de la casa. Tampoco es una buena idea poner demasiados cristianos en la mesa.
Seguimos aprendiendo, pero seguimos avanzando hacia lo más profundo. Nuestro liderazgo está debatiendo actualmente la renovación de una gasolinera ubicada en una esquina en el corazón del gueto. Cada iglesia que plantamos en un espacio público tiene un aspecto diferente, porque no somos lo suficientemente inteligentes como para saber qué hacer en cada situación. Tenemos que encontrar el mercado de ese barrio y depender de Dios para que nos guíe.
3. Confía en el Espíritu
La respuesta de la iglesia británica a los cambios traídos por el posmodernismo consistió, en gran medida, en renovar su teología, su moral y su culto, todo ello en vano. En lugar de convertirse en algo más atractivo para aquellos que no van a la iglesia, se quedó estancada de tal forma que no valía la pena escuchar su mensaje. El enfoque laxo con respecto a Dios hizo que la iglesia no mereciera la pena ni la gasolina ni el tiempo. No había experiencia de Dios allí. El festejado había salido de la fiesta.
Durante años me senté en los bancos de la iglesia oyendo a los misioneros hablar de que Dios actuaba poderosamente en el extranjero, pero preguntándome por qué nunca lo veíamos. Ya no me lo pregunto. Los misioneros no deberían tener todas las mejores historias. Ahora, las personas que sirven con nuestros equipos cuentan esas historias. Mi teoría es que cuanto más avanzas en primera línea, más experimentas lo que lees en el libro de los Hechos. Al fin y al cabo, ¿por qué iba a venir el Consolador a los que no necesitan consuelo?
El Espíritu Santo da poder a aquellos que salen de su zona de confort y se ponen en un lugar donde necesitan de su poder. A decir verdad, la iglesia promedio no necesita realmente al Espíritu Santo para gran parte de lo que se hace en una típica mañana de domingo. Salir en la arriesgada empresa de las misiones es deslizarse hacia la obra del Espíritu Santo; es un billete para un asiento en primera fila de lo que Dios está haciendo en el mundo.
Hemos aprendido que hacer iglesia en espacios públicos repele a los consumidores, pero atrae a los discípulos. Esos discípulos se convertirán en la próxima generación de líderes, y seguirán reproduciéndose. La próxima vez que una iglesia sea expulsada de un edificio, debería considerar que tal vez por fin está donde siempre debería haber estado.
Peyton Jones es el fundador de New Breed Church Planting y autor de Church Zero (David C. Cook, 2013).
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.