Este artículo es una versión revisada y corregida de la traducción publicada en noviembre de 2016.
Cuando yo era niña, asistía a una iglesia bautista del sur que se reunía para cenar los miércoles por la noche. Después de la cena, cantábamos juntos:
¡Soy feliz porque estoy en la iglesia de Dios!
Me limpió con su sangre mi Salvador
Cristo nos guía al hogar celestial;
Somos una familia, familia de Dios.
Esta letra tan sencilla se asentó sobre mí como una manta. Después del divorcio de mis padres, necesitaba sentir que mi iglesia era como mi familia. Y lo fue.
Así es como debería ser. En los Evangelios, Jesucristo empleó términos relacionados con la familia para referirse a sus seguidores: «Pues mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 12:49-50). El Libro de Hechos muestra a la iglesia primitiva compartiendo con tal generosidad que muchas familias podrían sentirse avergonzadas. Las epístolas se dirigen a sus oyentes como hermanos y hermanas. Pablo envía saludos a la madre de Rufo «que ha sido también como una madre para mí» (Romanos 16:13). Pablo le ordena a Timoteo que trate a los miembros ancianos de su iglesia como a padres espirituales, y a los miembros más jóvenes como a hermanos: «No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo como si fuera tu padre. Trata a los jóvenes como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza» (1 Timoteo 5:1-2).
Los escritores del Nuevo Testamento creían que la iglesia debía ser un reflejo de la familia nuclear: padre, madre, hermano, hermana. Debido a su fe controversial, los creyentes del primer siglo no podían depender de las relaciones de la familia biológica. La iglesia se convirtió en una familia espiritual que unía al judío y al griego, al libre y al esclavo, al varón y a la mujer. Así como en el hogar, tanto los padres como las madres jugaban un papel fundamental en el bienestar de la familia.
La estructura típica del liderazgo de la iglesia se jacta más de lo debido de los padres de la iglesia. Sin embargo, no podemos olvidar la importancia de las madres de la iglesia, no sea que la iglesia se arriesgue a funcionar como una familia monoparental. Cuando celebramos a estas mujeres, reflejamos una imagen más completa del hogar dentro de la familia de Dios. En términos espirituales, obedecemos el mandamiento de honrar a nuestros padres y madres. La Biblia nos proporciona numerosos ejemplos de mujeres que desempeñan el rol de madre, tanto en una relación biológica como espiritual.
Las madres de la iglesia temen más a Dios que al faraón
En Éxodo 2, las parteras hebreas cuidaron de una forma maternal a las mujeres embarazadas del pueblo de Israel cuando las ayudaron en solidaridad ante un horrible decreto. Las parteras resistieron al faraón, dejando con vida a los varones y asegurando así el nacimiento seguro de Moisés. Su ejemplo nos lleva a preguntarnos: «¿Cómo debería la reverencia a Dios ayudarme a servir a la iglesia, incluso cuando enfrentamos oposición?».
Las madres de la iglesia defienden la causa de las mujeres
En Números 27:1–11, las sabias hijas de Zelofejad se acercaron para hablar con los jefes de Israel para interceder por sus descendientes. Ellas obtuvieron los derechos de herencia para ellas mismas y para sus hijos en una época cuando la ley solo reconocía a los varones como herederos. Su ejemplo nos plantea la pregunta: «¿Dónde puede mi voz y perspectiva ayudar a la iglesia a actuar con justicia hacia las mujeres y los niños?».
Las madres de la iglesia defienden a los indefensos
En su posición de juez de Israel, Débora habló con un lenguaje sorprendentemente maternal: «Me levanté como una madre en Israel» (Jueces 5:7). El pueblo de Israel de su tiempo sufría bajo la opresión de los filisteos. Su valiente liderazgo produjo una oportunidad para que Jael alzara la estaca de su tienda, poniendo así fin a la opresión que las mujeres hebreas sufrían por parte de un general perverso. Ambas mujeres arriesgaron mucho para proteger a los indefensos. Su ejemplo nos lleva a preguntarnos: «¿Quién necesita que yo lo defienda?».
Las madres de la iglesia nutren a otros hacia la madurez
Cuando Pablo le dijo a Tito que los ancianos y ancianas deben instruir a los hombres y mujeres jóvenes, sin duda estaba pensando en Eunice, Loida, Priscila y Febe, entre otras. Estas mujeres utilizaron sus recursos para educar a otros creyentes. Su ejemplo nos hace pensar: «¿Qué hijos espirituales ha puesto Dios en mi camino?».
La familia de Dios prospera cuando sus padres y madres son reconocidos y su ejemplo es imitado. A través de ambas figuras, la iglesia se convierte en el hogar estable que nuestra relaciones biológicas nunca nos pudieron garantizar. Viene a ser la base desde la cual ministramos al mundo que nos rodea, y una imagen más verdadera del hogar que nos espera, puesto que «[entraremos] en Sión con cantos de alegría… [Nos] alcanzarán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido» (Isaías 35:10). Esa imagen me gusta. Un regreso al hogar de los creyentes, cantando a través de los siglos: ¡Soy feliz porque estoy en la iglesia de Dios!
Jen Wilkin es esposa, madre, y profesora de Biblia. Es autora de Women of the Word y None Like Him.
Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel.