Este artículo fue publicado originalmente como un editorial de CT en inglés el 16 de enero de 2012.
Escuchar historias de niños muertos tiene una forma única de sacudir la conciencia y hacernos enfadar. Especialmente si se trata de historias como la de Hana Grace-Rose Williams, una niña de 13 años adoptada de Etiopía por unos padres del Estado de Washington.
La policía encontró el cuerpo de Hana famélico y desnudo, envuelto en una sábana en el patio trasero de sus padres adoptivos. Le habían negado la comida durante días, la habían encerrado en un armario, la habían obligado a dormir en un granero y le exigían que utilizara un orinal portátil en lugar del baño del interior de la casa. La habían golpeado repetidamente con un tubo de plástico de quince pulgadas antes de morir.
O la historia de Lydia Schatz, una niña de 7 años, originaria de Liberia, cuyos padres adoptivos la sujetaron durante horas, golpeándola hasta la muerte con un tubo de plástico similar por haber pronunciado mal una palabra. O la historia de Sean Paddock, de 4 años, quien murió asfixiado porque sus padres adoptivos lo envolvieron demasiado apretado en una manta como castigo. Después de su muerte, los hermanos de Sean le contaron a la policía historias de los golpes que habían recibido con uno de esos tubos de plástico: un tubo de fontanería.
Un tema común entre estas muertes, además del tubo de plástico, es la influencia de Michael y Debi Pearl, autores de To Train Up a Child [Para entrenar a un niño] y fundadores del ministerio No Greater Joy. Durante años, su libro autopublicado ha circulado silenciosamente bajo el radar, vendiendo más de 670 000 copias. Según un fiscal del distrito local, fue el consejo de los Pearls de utilizar un tubo de plástico como instrumento para disciplinar lo que “autorizó” a los padres de Lydia Schatz a golpear a su hija.
Cuando escuchamos historias de niños que han pasado por muertes espantosas, queremos castigar a alguien. Y se ha pasado de culpar a la violencia de los padres, a culpar a los Pearls (quienes enseñan explícitamente en contra del grado de castigo que estos padres aplicaron), a culpar a la cultura cristiana conservadora de los padres.
El New York Times [enlace en inglés] dijo a sus lectores que los métodos de los Pearls, “los mismos principios que los Amish utilizan para entrenar a sus tercas mulas”, Michael Pearl se jacta de que son populares entre los cristianos. “Los cristianos conservadores dicen que [los castigos corporales] están contemplados en la Biblia”, decía el periódico, admitiendo que “algunos padres cristianos conservadores rechazan las enseñanzas de los Pearls”.
En realidad, como escribe William J. Webb en su libro Corporal Punishment in the Bible [El castigo corporal en la Biblia] (InterVarsity Press), los más destacados defensores de los azotes rechazan muchos de los consejos de To Train Up a Child. Por ejemplo, Pearl cita la repetida afirmación de Proverbios, “la vara para la espalda del necio”, pero los principales defensores de la disciplina corporal dicen que la vara es solo para las nalgas. Mientras que Pearl dice que “no hay un número que se pueda dar” acerca de cuántas nalgadas dar, James Dobson, entre otros, suele limitarlas a una o dos. Pearl dice que los padres pueden dar nalgadas a sus hijos hasta los 18 años; Focus on the Family lo limita a niños de 5 años o menos. En su blog, Webb señala que Pearl es ciertamente más literal en la aplicación de las reglas de crianza de las Escrituras en comparación con Dobson y otros. Después de todo, la Biblia no pone límite de edad a “la vara”, y parece repudiar explícitamente la repetida advertencia de no dejar moretones. “Los golpes y las heridas curan la maldad; los azotes purgan lo más íntimo del ser” (Proverbios 20:30, NVI).
A fin de cuentas, la hermenéutica de Dobson es más bíblica, aunque no más literal, dice Webb. También creemos que es más consistente con el consejo completo de las Escrituras (en pocas palabras, más bíblico) proporcionar alivio a las personas que sufren en vez de “darles licor a los que están por morir, y vino a los amargados" (Proverbios 31:6). Del mismo modo, es más bíblico entender "la vara" como una referencia a la disciplina que limitar su aplicación a los golpes físicos.
Muchos expertos cristianos sostienen que las nalgadas siguen siendo sabias y bíblicas. Albert Mohler ha argumentado: “Los defensores modernos del ‘tiempo fuera’ y formas similares de disciplina pasan por alto el punto esencial de que Dios pretende que la disciplina física subraye la relación causa-efecto que existe entre la desobediencia y el castigo”. Pero Mohler parece pasar por alto que las consecuencias de la desobediencia humana constituyen una legión, y que la primera y última respuesta de Dios a la rebeldía de sus hijos no es tratarlos con violencia.
La Biblia nunca prohíbe las nalgadas. Pero el caso de Webb es convincente en cuanto a que la Biblia no lo exige. Pearl advierte que “renunciar al uso de la vara es renunciar a nuestra visión de la naturaleza humana, de Dios y de la eternidad”. Mohler sugiere que “los ataques en contra de las nalgadas son ataques ligeramente disfrazados contra la autoridad de los padres”. El estudioso del Nuevo Testamento, Thomas R. Schreiner, dijo que las opiniones de Webb sobre la disciplina corporal probablemente lo lleven a “domesticar la Biblia para adaptarla a las concepciones modernas”. Pero es un error retratar a los cristianos que son críticos de las nalgadas como liberales insensibles, al igual que es un error etiquetar a los cristianos que defienden las nalgadas como fundamentalistas abusivos.
Algunos padres cristianos abogarán por el castigo corporal hasta que llegue el reino de la paz. Pero tales medios deben emplearse a kilómetros de distancia del abuso, sin ira, y como último recurso absoluto. Teniendo en cuenta los riesgos que conlleva —los cuerpos de los niños son más frágiles de lo que cualquier adulto enfadado puede imaginar—, animamos a los padres a explorar formas más creativas y efectivas de educar a nuestros hijos en el camino que deben seguir.
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel