La seducción del poder, tanto individual como institucional, es una historia que se viene contando desde el principio de los tiempos. Dentro de la iglesia, el mal uso y el abuso de la autoridad han causado estragos devastadores, dejando a su paso vidas y congregaciones rotas. Aun así, a menudo sigue sin conocerse ni explorarse la verdadera naturaleza del poder. En Redeeming Power: Understanding Authority and Abuse in the Church [Poder redentor: Comprender la autoridad y el abuso de poder en la iglesia], la psicóloga Diane Langberg aporta a este tema décadas de experiencia en consejería de líderes eclesiales y supervivientes del trauma. Tim Hein, pastor y profesor en Australia, y autor de Understanding Sexual Abuse: A Guide for Ministry Leaders and Survivors [Comprender el abuso sexual: Una guía para líderes de ministerios y supervivientes], habla con Langberg acerca de por qué los pastores y los líderes de ministerios a veces se alimentan de sus rebaños.
La palabra poder levanta controversias en nuestra cultura. ¿Cómo la definiría usted?
Básicamente, poder es influencia: la capacidad de producir un efecto. Si me acerco a ti, y soy más grande que tú, y te empujo, entonces he hecho algo que ha tenido un efecto. Y todo el mundo tiene alguna clase de influencia, incluso un niño pequeño. Si tienes un bebé recién nacido y comienza a llorar a las tres de la madrugada, ¿qué haces? ¡Te levantas!
Esto es parte de lo que significa ser portadores de la imagen de Dios. Él nos dijo: «¡Gobiernen! Gobiernen sobre la tierra». Esa es una palabra de poder. Como pecadores, por supuesto, lo hemos arruinado del mismo modo que lo hemos hecho con todo lo demás. Pero ejercer poder sigue siendo parte de nuestra esencia, aunque los individuos y los sistemas tiendan a hacer un mal uso.
Si todos ejercemos alguna clase de poder e influencia, ¿entonces por qué hay líderes cristianos, desde su punto de vista, especialmente susceptibles a abusar de su poder? ¿Qué es lo que no logran entender acerca del poder que tienen?
En términos generales, las escuelas que tenemos para educar a líderes cristianos no enseñan estas cosas. Los seminarios ofrecen conocimientos prácticos para saber cómo dirigir una iglesia o un ministerio, pero no están haciendo lo suficiente para iluminar la naturaleza del poder y las dinámicas que provocan que los casos de abuso aumenten… y que después sean encubiertos.
Otro problema es que no siempre los seminarios han hecho lo suficiente para enseñar a los nuevos líderes la importancia de comprenderse a sí mismos y su propia vulnerabilidad: los golpes y las heridas que nunca han reconocido, y mucho menos tratado. He trabajado con un sinnúmero de pastores a lo largo de los años, y muchos de esos buenos hombres y mujeres llegan a sus cargos sin haberse hecho estas preguntas acerca de sí mismos. Piense, por ejemplo, en un hombre que predica desde el púlpito, cuyo padre abusó físicamente de él y le habló como si fuera basura. Estará lleno de heridas, y eso va a afectar el modo en que usa su posición de liderazgo. Pero su ignorancia acerca de sí mismo y las heridas que no ha sanado le hacen proclive a alimentarse de sus ovejas. No puedo decir cuántos pastores se han sentado en mi oficina, llorando y diciendo: «No sé cómo he llegado hasta aquí» después de haberse comportado de forma abusiva.
Quizá algún pastor que lea esto piense: «Yo no me siento muy poderoso. Tengo encima a los ancianos, mientras manejo la presión del presupuesto, y los miembros de la iglesia critican mis sermones. ¿Me está diciendo que tengo niveles de poder peligrosos?».
No importa con qué se gane uno la vida. El poder es inherente al ser humano. Para los pastores, puede que tengan poder en casa, sobre su cónyuge o sus hijos. Pueden tener poder en cada conversación, porque sus palabras tienen un impacto en quienes los escuchan. Si no toman conciencia del poder que ejercen, es poco probable que vayan a examinar el modo en que lo utilizan.
Así que, sin darte cuenta, terminas alimentándote de las personas, usándolos para suplir tus necesidades o para disimular tu vulnerabilidad. Tal vez se manifieste en ir al supermercado y ser terriblemente maleducado con el cajero. O tal vez consista en llegar allí y codearte con todo el mundo, porque sabes que tu ego será alimentado cuando todos te hagan sentir que eres maravilloso. Siempre que se utilicen a las ovejas como alimento, uno deja de actuar como pastor y se convierte en un lobo. Ezequiel 34 nos advierte contra los pastores que proveen alimento y ropa para sí mismos antes que para sus ovejas, y Jesús habla de los fariseos en términos similares en Juan 10.
¿Cómo considera que la extensa cultura cristiana en Occidente, con sus inclinaciones hacia la fama y el estatus, alimenta el problema de los líderes de iglesia abusivos?
En fin, no es más que la naturaleza humana. Piense en el comienzo de la creación: aquel que nos engañó para que nos apartáramos de Dios quería ser como el Altísimo. ¡Qué ejemplo de abuso de poder! Entonces, el deseo de gloria y aprecio siempre estará ahí como parte de la naturaleza humana. En cierto modo, fuimos creados para buscar estas cosas, pero a causa de la Caída las buscamos de maneras ilícitas. El sexo es un modo muy obvio de buscarlas. Pero, de modos más sutiles, podemos encontrar gloria y aprecio en factores externos: cosas como comentarios positivos en redes sociales, la cantidad de asistentes a los cultos o el número de libros vendidos. Y también son cosas pequeñas: puedes ser pastor en una localidad diminuta y estar orgulloso de sentirte el tipo más importante del lugar.
Todos queremos ser amados, y, de hecho, es por el diseño de Dios que debemos serlo. Así que se vuelve algo farragoso, porque yo nunca diría que cualquiera que busca que le aprecien seguramente abusará del poder y no tendrá empatía. Pero necesitamos ser conscientes de cómo la Caída ha corrompido ese deseo y nos hizo expertos en el arte del autoengaño.
Dice que su experiencia como psicóloga le ha enseñado que puede saber con certeza qué es lo más importante para alguien porque eso es lo que la persona protegerá con más empeño. ¿Cómo se desarrolla esta dinámica en las filas del liderazgo de la iglesia?
Con la mayoría de personas es posible identificar eso que se niegan a que otros examinen, eso que no sacarán a la luz. Y si alguien lo averigua, buscarán otros modos de esconderlo. Un ejemplo obvio y concreto es la pornografía, pero también lo hacemos con cosas como el dinero y el estatus.
Y los sistemas como conjunto también tienden a hacerlo. Quizá el sentimiento sea: «Somos esta iglesia famosa, y ha ocurrido esto tan terrible. Tenemos que proteger nuestra reputación en vez de arrastrar este asunto a la luz y permitir que Dios haga su trabajo». Con iglesias y otras instituciones lo que se protege es lo que suele ser más importante y, con gran frecuencia, se trata de la propia institución.
¿Y, entonces, de qué modo puede la iglesia como sistema institucional redimirse de esta tendencia, y cómo puede apoyarlo la misma congregación?
Según la Biblia describe a la iglesia, Cristo es la cabeza y nosotros somos parte de su cuerpo. Así pues, hay un sistema implicado, pero es uno que se supone que ha de seguir a su cabeza. Mi padre estuvo enfermo durante muchos años. Era coronel de las Fuerzas Aéreas, un hombre brillante y un atleta fabuloso. Pero terminó con una enfermedad neurológica. Una de las lecciones que aprendí mientras prácticamente le vi desintegrarse durante treinta años es que un cuerpo que no sigue a su cabeza está enfermo. Es un sistema enfermo. El problema de la iglesia, pues, no es que sea un sistema, sino que a menudo ese sistema no logra seguir a su cabeza.
Y, por supuesto, la congregación tiene cierta responsabilidad de mantener el sistema, principalmente adorando a Cristo y solo a él. Pero la iglesia también necesita orar por sus líderes, que Dios los sostenga en un liderazgo piadoso: no en aras de conseguir las bendiciones materiales y la buena reputación que tanto hemos llegado a amar, sino para que el mismo Dios sea honrado por encima de todas las cosas.